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 TODAS LAS AGUAS SON
 EL AGUA
Todas las aguas son el agua   
   Los seres humanos somos cada día más conscientes del papel transcendental que para nuestras vidas tiene el agua, esa proteica sustancia de mil caras que se transforma a placer en nieve, en nubes, en lluvia, en arco iris, y sin la cual nada en este mundo puede vivir. El agua dulce es un bien cada vez más escaso y valioso, un tesoro que pertenece a todos y a nadie, y que debemos aprender a proteger, en nuestro propio beneficio.
   Esta exposición fotográfica gira en torno al agua en sus más diversas manifestaciones. Animamos a contemplarla a quienes deseen refrescar sus ojos y relajar su mente.
   99 fotografías on line de Luis López, Javier Galiana y del fondo fotoAleph
Indices de fotos
Indice general
Todas las aguas

Aguas de la Tierra
Espejos de agua
Arqueología del agua
Agua de Valencia
Indice de textos
1. Todas las aguas 
Propiedades del agua 
2. Aguas de la Tierra 
2.1. El Diluvio, mito universal 
2.2. Aguas turbulentas 
2.3. Don del Nilo
  
2.4. Cuna de civilizaciones 
2.5. Aguas de Oriente 
2.6. Oasis de los desiertos 
2.7. Nadie se baña en el mismo río 
2.8. Arquitectos del agua 
2.9. Aguas en el Paraíso
  
2.10. El dios de la lluvia 
2.11. La vida secreta de las aguas 
2.12. El agua es Proteo 
3. Espejos de agua 
4. Arqueología del agua
  


  
  
   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...

                                                                             (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)




   Vi una gota de agua, diminuta y brillante como una perla, que echó a volar y se transfiguró en nube. Seguí con la mirada esa nube, a cada segundo mutante, hasta que derramó sobre los campos su carga de lluvia. Y el sol, acariciando la lluvia, la pintó de todos los colores del arco iris.
   Vi cómo la gota se unía a otras y se colaba bajo tierra para proseguir su andadura por caminos secretos. Y la vi resurgir a la luz por fuentes de aguas cristalinas.
   Creció el agua en joven riachuelo, y se hizo adulta como río. El río discurrió hacia su destino, que era fundirse con otras aguas del mundo en el uno y múltiple mar.
   No fue más que una gota que cayó en el océano. Pero su viaje continúa. Y quien la acompañe en ese periplo con los ojos bien abiertos tendrá ocasión de contemplar las maravillas de la Tierra.
  
  
 

 
1.  Todas las aguas  (por Luis López)
 
   Cuando tuve suficiente documentación fotográfica para la exposición que ahora contemplas, "Todas las aguas", profundicé sobre los componentes del agua y las distintas cualidades que determinan sus moléculas. Comprobé que multitud de asociaciones ecologistas contemplaban la necesidad o, más bien, la obligación de conservarla, por encima de otras cuestiones que creemos importantes. El agua, ese elemento imprescindible para la vida, es una de las principales reivindicaciones de todos los humanos y por eso he querido rendirle este humilde trabajo. Desde aquí mi llamada para el uso equilibrado, digno e igualitario de un bien que no pertenece a nadie en concreto sino a todos. Mi testimonio gráfico para su buena utilización. 
   El agua es una sustancia de nuestra naturaleza que ha estado presente en la Tierra desde hace más de 3.000 millones de años, ocupando tres cuartas partes de la superficie del planeta. Su estructura básica consta de tres átomos, dos de oxígeno y uno de hidrógeno, que combinados forman una molécula de agua, H2O, la unidad mínima en que ésta se puede encontrar. El modo en que estas moléculas se unen entre sí determinará el estado en que hallaremos el agua en nuestro entorno: como líquido, en lluvias, ríos, océanos, etc., como sólido en témpanos y nieves, o como gas en las nubes. 
   La mayor parte del agua de nuestro planeta, alrededor del 94%, consiste en agua salada: la que se encuentra en mares y océanos. El agua dulce que poseemos corresponde en un 69% a agua atrapada en glaciares y nieves eternas; un 30% está constituida por aguas subterráneas, y una cantidad no superior al 0,7% adopta la forma de ríos y lagos. 
   El agua, una molécula simple y extraña, puede ser considerada como el líquido de la vida. Es la sustancia más abundante en la biosfera, donde la encontramos en sus tres estados, y es además el componente mayoritario de los organismos vivos, pues entre el 65 y el 95% de la masa corporal de plantas, animales y seres humanos es agua. 
   El agua fue además el soporte de donde surgió la vida. Molécula con un extraño comportamiento que la convierte en una sustancia diferente a la mayoría de los líquidos, posee una manifiesta capacidad reactiva, y unas extraordinarias propiedades físicas y químicas que son responsables de su importancia biológica. 
   Visto desde el espacio, a 160.000 km, nuestro planeta destaca sobre el fondo negro del vacío cósmico como una esfera azul, cruzada por las manchas blancas de las nubes. Tres cuartas partes de su superficie la cubren los mares y los océanos, y de las tierras emergidas una décima parte la ocupan los glaciares y las nieves perpetuas. 
   El agua conforma todo el paisaje del planeta: aparente en ríos, lagos, mares, nubes y hielos; sutil en la humedad superficial; notada sólo en el rocío de la madrugada; oculta dentro de la corteza terrestre misma, en donde hay una gran cantidad, hasta cinco kilómetros de profundidad. 
   El volumen de agua en nuestro planeta se estima en unos 1.460 millones de kilómetros cúbicos. Un kilómetro cúbico es un volumen muy grande: mil millones de metros cúbicos, es decir, el equivalente aproximado de toda el agua que llega a la ciudad de México durante nueve horas. Si pudiese bombearse toda el agua de la Tierra a esta ciudad, tendrían que transcurrir para hacerlo un millón quinientos mil años. 
   Luis López 
 
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Propiedades del agua 

- Aunque veas el mar muy azul o muy verde una laguna, al tomar en tu mano un poco de esas aguas comprobarás que no poseen ningún color, que no tienen olor, y tampoco les encontrarás ningún sabor. El agua es un líquido incoloro, inodoro e insípido. 
 
- Este líquido tiene densidad, que es la relación entre la masa y el volumen. Su densidad es máxima a 4º C. A tal temperatura un litro de agua pura pesa exactamente un kilo, o lo que es lo mismo, un kilo de agua ocupa el volumen de un decímetro cúbico (un litro). 
 
- El agua es una de las pocas sustancias que es menos densa en estado sólido que en estado líquido. Al contrario que en otros fluidos, la densidad del agua disminuye cuando se solidifica para transformarse en hielo. Esta insólita cualidad hace que el hielo flote en el agua, y que ríos, lagos y estanques empiecen a helarse por la superficie, desde arriba hacia el fondo. La naturaleza actúa sabiamente: ¿qué sería de los peces si el proceso fuera al revés? 
 
- La temperatura y la presión atmosférica determinan los diferentes estados del agua. Así, a una temperatura de 0º C se produce la congelación y el agua se convierte en hielo. En cambio, a una temperatura de 100º C, el líquido se transforma en vapor; este proceso se llama ebullición. 
 
- Cuando el agua se congela, sus moléculas optan por agruparse en distintas estructuras geométricas. Se conocen, según sea su organización molecular, nueve formas diferentes de hielo. 
 
- Al igual que el aire, el agua tiene una fuerza con la que empuja, llamada presión. 
 
- El agua no posee una forma definida por sí misma, por eso adopta la forma del recipiente que la contiene. La superficie del agua remansada adquirirá siempre una disposición horizontal y plana. 
 
- El agua posee cierto grado de viscosidad y tensión superficial, producidas por la fuerte unión entre sus moléculas. Un simple experimento lo evidencia: si depositas una aguja engrasada en el agua, ésta no tendrá suficiente peso como para romper la tensión de las moléculas en la superficie, y por ello la aguja flotará. 
 
- El agua es un medio donde se disuelven casi todas las sustancias, y desempeña un importante papel en muchas reacciones químicas. 
 
 

 
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2. Aguas de la Tierra 
 
   De la unión de dos simples átomos de hidrógeno y uno de oxígeno surge la molécula H2O, unidad básica de una de las más extraordinarias sustancias que conforman la naturaleza, y la que muestra un comportamiento más anómalo: el agua. 
   Si el hidrógeno es el elemento más abundante en el Universo, el agua es el compuesto químico más abundante en la Tierra: tres cuartas partes de la misma están inundadas por las profundas y salobres aguas de mares y océanos. 
   Ese mar, esas aguas, fueron el caldo de cultivo en el que se generó la vida de nuestro planeta. Y esa vida sigue dependiendo del agua. Nada vive sin agua. El agua es vida. Su presencia es condición ineludible para que se desarrollen los ecosistemas de la biosfera, y esa ley afecta a todas las cosas vivas, desde los microorganismos hasta las civilizaciones humanas. 
   Más de dos terceras partes de nuestro cuerpo se componen de agua. Está en nuestra sangre, nuestro sudor, nuestras lágrimas. Nuestros jugos gástricos, saliva, hormonas, orina. Estamos hechos de agua. Somos el agua. 
   "La esencia de la Tierra es la misma que la esencia del hombre. Cuando somos embriones, el 95% de nuestro cuerpo es agua. Cuando llegamos a adultos, la proporción es del 70% y cuando nos morimos baja por debajo del 50%. Se puede decir literalmente que nos secamos" (Masaru Emoto, autor de 'Mensajes del Agua'). 
 
   El agua lo impregna todo, está en todo, penetra en todo. Es la gota que se evapora del océano y se transmuta en nube y cae como lluvia. Y riega los campos para hacerlos fértiles, y se une a otras gotas para correr en regatas que crecen en arroyos y torrentes hasta confluir en un río (esa metáfora del tiempo y de la vida) que va a parar a la mar. Que no es su morir, pues el ciclo recomienza y se repite sin fin. Y continuará infatigable mientras nuestro planeta prosiga su periplo por el ilimitado vacío del cosmos. 

   Mirar el río hecho de tiempo y agua 
Y recordar que el tiempo es otro río, 
Saber que nos perdemos como el río 
Y que los rostros pasan como el agua. 
   Jorge Luis Borges. Arte poética (fragmento) 
 
 
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2.1
El Diluvio, mito universal
 
 
   El hombre antiguo fue consciente de la importancia crucial que tenía el agua para su supervivencia, y por eso convirtió el líquido en elemento clave de su cosmogonía y sus mitos. No hay más que repasar las Escrituras para constatarlo; el agua cobra un papel protagonista desde el mismo principio del Génesis: 
 
   (...) el espíritu de Dios se movía sobre las aguas (1:2). 
   (...) dijo Dios: 'Haya un firmamento en medio de las aguas que separe unas aguas de otras' (1:6). 
   (...) Y dijo Dios: 'Júntense en un lugar las aguas que quedan bajo el cielo y aparezca lo seco'. Y así fue. Llamó Dios a lo seco tierra y a la reunión de las aguas llamó mares (1:9-10). 
   (...) Después dijo Dios: 'Pululen las aguas multitud de seres vivientes (...)'. Y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todos los seres vivientes que marchan arrastrándose, de los cuales hierven las aguas, según su especie; (...) Y Dios los bendijo, diciendo: 'Sed fecundos y multiplicaos y henchid las aguas en los mares' (1:20-22). 

   Tras los animales acuáticos crea Dios en sucesivos días a las aves, las bestias terrestres, y finalmente al hombre, en un orden cronológico que no parece estar reñido con las teorías darwinianas de la evolución. Instala Yahvé al hombre en el jardín de Edén, al oriente. "De Edén salía un río que regaba el jardín; y desde allí se dividía y se formaban de él cuatro brazos". Dos de ellos se llamaban Tigris y Eufrates. 
   Si seguimos con el Génesis, descubriremos enseguida, con la historia del diluvio universal, la doble faz de las aguas: principio generador de vida, el agua puede presentar también un terrible aspecto destructivo, generador de muerte. 

   (...) dijo entonces Dios a Noé: 'He decidido el fin de toda carne; porque la tierra está colmada de violencia por culpa de ellos; por eso he aquí que voy a exterminarlos juntamente con la tierra. Hazte un arca de maderas resinosas, la cual dividirás en compartimientos y calafatearás por dentro y por fuera con betún. La fabricarás de esta manera: (...). Pues he aquí que voy a traer un diluvio de aguas sobre la tierra, (...) Todo lo que existe en la tierra perecerá. (...) Porque de aquí a siete días haré llover sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches y exterminaré de la tierra todo ser viviente que he hecho' (...)  
   Entró, pues, Noé en el arca, y con él sus hijos, y su mujer, y las mujeres de sus hijos, para salvarse de las aguas del diluvio. De los animales puros, y de los animales que no son puros, y de las aves, y de todo lo que se arrastra sobre la tierra, llegaron a Noé, al arca, parejas, machos y hembras, como Dios había ordenado a Noé. Y al cabo de siete días las aguas del diluvio vinieron sobre la tierra. (...) en ese día prorrumpieron todas las fuentes del grande abismo, y se abrieron las cataratas del cielo. Y estuvo lloviendo sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches. (...)  
   Y crecieron las aguas y levantaron el arca, (...) Tan desmesuradamente crecieron las aguas sobre la tierra, que quedaron cubiertos todos los montes más altos (...) Quince codos se alzaron sobre ellos las aguas (...) Entonces murió toda carne que se movía sobre la tierra; aves y ganados y fieras y todo reptil que se arrastraba sobre la tierra, y todos los hombres. (...) Fueron exterminados de la tierra, y quedaron solamente Noé y los que con él estaban en el arca. Por espacio de ciento cincuenta días se alzaron las aguas sobre la tierra. (...) 
   Entonces se cerraron las fuentes del abismo y las cataratas del cielo, y se detuvo la lluvia del cielo. Poco a poco retrocedieron las aguas de sobre la tierra; y cuando al cabo de ciento cincuenta días las aguas empezaron a menguar, reposó el arca sobre los montes de Ararat (...) 
   Pasados cuarenta días, abrió Noé la ventana que había hecho en el arca, y soltó un cuervo, el cual yendo salía y retornaba hasta que se secaron las aguas sobre la tierra. Después soltó Noé una paloma (...) 
   Génesis 6:13-17; 7:4-24; 8:2-8. 

   Mucho se ha discutido sobre la verdad o falsedad histórica del diluvio universal, pero lo cierto es que lo realmente universal es el mito del diluvio, que aparece en las más diversas culturas del planeta (al igual que ocurre con la leyenda de la Atlántida, otra catástrofe acuática), y de hecho está registrado en escritos más antiguos que la Biblia. En el Poema de Gilgamesh, texto de origen sumerio rescatado a partir de fragmentos de tablillas de escritura cuneiforme mayormente asirias, y la más antigua epopeya que se conoce, cuya lectura inspira, según Borges, "el horror de lo que es muy antiguo", podemos aún recomponer la historia de Ut-Napishtim, de la que los relatos de Noé y el diluvio bíblico parecen estar calcados: 

   Shuruppak, una ciudad que tú conoces 
y que se extiende a orillas del Eufrates, 
era una ciudad antigua, como sus dioses,  
cuando éstos decidieron desatar el diluvio. (...) 
¡Hombre de Shuruppak, hijo de Ubartutu (Ut-Napishtim), 
derriba esta casa y construye una nave, (...) 
Reúne en la nave la semilla de toda cosa viviente. 
Que las dimensiones de la nave que has de construir 
queden bien establecidas: (...) 
Los pequeños se encargaron de acarrear betún, (...) 
De seis cubiertas doté a la nave, 
que quedó dividida en siete partes. (...) 
Todo cuanto yo tenía de criaturas vivas fue subido a bordo.  
Toda mi familia y parientes fueron subidos a bordo. (...) 
Cuando apuntó el alba, 
una negra nube cubría el horizonte. (...) 
Erragal arrancaba las estacas de los diques 
y Ninurta precipitaba las aguas. (...) 
La vasta tierra era sacudida como una olla. 
Durante un día sopló la tormenta, del sur, 
cada vez más rauda, sumergiendo a las montañas, 
alcanzando a todos como una batalla. (...) 
Los dioses estaban asustados por el diluvio. (...) 
Durante seis días y seis noches 
sopló el viento del diluvio, 
la tormenta del sur barrió la tierra. 
Al séptimo día, 
la tempestad comenzó a ceder,  
como un ejército en la batalla. 
El mar se calmó, la tormenta amainó, 
la inundación cesó. (...) 
La nave se detuvo en el monte Nisir. (...) 
Cuando llegó el sexto día, 
solté una paloma. 
La paloma emprendió el vuelo, pero regresó: 
no había encontrado lugar donde posarse. (...) 
Entonces solté un cuervo. 
El cuervo emprendió el vuelo, vio la mengua de las aguas, 
corrió, resbaló, croó y no regresó. 
   Anónimo. Poema de Gilgamesh, Tablilla XI (extractos) 
 
   Los paralelismos continúan. Tanto Noé como Ut-Napishtim, cuando salen sanos y salvos de sus respectivas naves, lo primero que hacen es ofrecer un sacrificio, a Yahvé el uno y a los dioses el otro. Y ambos supervivientes se embarcan luego en la tarea de repoblar la Tierra con plantas, animales y descendientes de su propia estirpe. La catástrofe se ha consumado, la iniquidad de los hombres prediluvianos ha sido lavada y barrida por las aguas, y los humanos vuelven a emprender desde cero una nueva sociedad en un nuevo mundo. ¿Puede alguien dudar de que el texto bíblico protagonizado por Noé no es sino una versión del episodio de Ut-Napishtim en el antiquísimo poema babilonio? 
   Pero el mito del diluvio no se circunscribe al Viejo Mundo, pues hace tenaz aparición en los puntos más distantes del planeta: en África, en India, en China, en Oceanía, en América del Norte y del Sur. 
   Alejo Carpentier escribió un cuento ('Los advertidos') que recrea alegóricamente la universalidad del mito. Un tal Amaliwak, viejo miembro de una tribu precolombina (que por las descripciones podría situarse en un río de las selvas pluviales del Caribe o del Amazonas), anuncia a sus gentes Grandes Trastornos que le han sido revelados por la Gran-Voz-de-Quien-Todo-lo-Hizo. Construye una enorme canoa en la que acoge multitud de aves, cuadrúpedos y reptiles, y en la que embarca además a sus familiares. Retumba un horrísono trueno, y "Entonces empezó a caer la lluvia. Pero no una lluvia como la conocen ustedes. Lluvia de Cólera de Dioses, pared de agua de un espesor infinito, bajaba de lo alto; techo de agua en desplome perpetuo. (...) Y ya no se supo del día ni de la noche. Todo era noche. (...) 
   La Enorme-Canoa había roto su última atadura con la tierra. Flotaba. Y se lanzaba hacia un mundo de raudales abiertos entre montañas, raudales cuyo bramido continuo ponía pavor en el pecho de los hombres y animales. (...) Las montañas se reducían en tamaños con aquella desaparición creciente de sus faldas." 
   Navegando a la deriva por las procelosas aguas desatadas por el aguacero, la gran canoa de Amaliwak y los suyos termina por toparse en mitad del océano, en medio de ese inmenso piélago creado por las aguas del diluvio universal, con otras embarcaciones. Una es nada menos que el arca de Noé; otra un Gran-Barco de vela, también repleto de animales en sus entrañas, que viene del lejano Reino de Sin (China); otra, la blanca nave de Deucalión, hijo de Prometeo, a quien los dioses del Olimpo han encomendado repoblar el mundo cuando termine el horrible diluvio desencadenado por Zeus para exterminar a la humanidad; y, por último, la mole enorme de una nave casi idéntica a la de Noé: la del mesopotamio Ut-Napishtim. 
   Todos los capitanes eran grandes bebedores. Con el vino de Noé, la chicha de Amaliwak y el licor de arroz del Hombre de Sin los ánimos se fueron ablandando. Una gran congoja inconfesada "les ponía lágrimas en las gargantas. Se les había venido abajo el orgullo de creerse elegidos –ungidos– por divinidades que, en suma, eran varias, y hablaban a sus hombres de idéntica manera." 
 
 
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2.2
Aguas turbulentas
 
 
   ¿Hubo muchos pequeños diluvios locales en el mundo, o un solo diluvio universal, provocado, pongamos como hipótesis, por la descongelación de los océanos al final de la Edad de Hielo? La cuestión sigue hoy siendo objeto de controversia, pero lo que sí queda claro es que el miedo al agua como causa eventual de cataclismos es algo muy incrustado en el imaginario colectivo de los hombres de todos los lugares y épocas. 
   ¿Qué pueblo no ha conocido en alguna ocasión el devastador poder del agua, cuando, por ejemplo, tras unas fuertes lluvias un río crece incontrolado y se desborda en impetuosas avenidas que anegan campos y ciudades y arrasan con todo lo que encuentran por delante? O cuando ese poder toma la forma de tempestades marinas o maremotos. Todavía estábamos estremecidos por las imágenes del aterrador tsunami que el 26 de diciembre de 2004 asoló extensas zonas costeras de Indonesia, Tailandia y Sri Lanka, cobrándose decenas de miles de vidas humanas, cuando ya nos llegaban las espeluznantes noticias del rastro de muerte y desolación dejado por el huracán Katrina en Louisiana, Mississipi y Alabama en septiembre de 2005, que trajo consigo la destrucción de Nueva Orleans, anegada por las aguas del mar tras la ruptura de los diques de contención que supuestamente preservaban la ciudad. 

   ¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento 
Y antiguo ser que roe los pilares 
De la tierra y es uno y muchos mares 
Y abismo y resplandor y azar y viento? 
   Jorge Luis Borges. 'El mar' (fragmento) 

   A nada temían más los antiguos griegos, consumados marinos, que a la furia de Poseidón, dios de los mares, de las aguas y de los terremotos, que podía en pocos minutos engendrar olas como montañas, espantosas tormentas y remolinos, capaces de destrozar la más sólida embarcación y tragársela hasta el fondo del abismo con todos sus tripulantes. Ese temor reverencial al mar, a ese 'violento y antiguo ser que roe los pilares de la tierra', es consustancial al ser humano. Todo hombre que ha contemplado el mar (y siempre se contempla con el asombro de la primera vez) lo siente infinito y desconocido, con sus profundidades preñadas de misterios. Abierto a todas las rutas y todos los azares, pero a la vez cuajado de peligros sin cuento. 

   Hombre libre, ¡tú siempre preferirás la mar! 
Es tu espejo la mar; y contemplas tu alma 
En el vaivén sin fin de su lámina inmensa, 
Y tu espíritu no es menos amargo abismo. 
   Charles Baudelaire, 'El hombre y la mar' (de 'Las flores del mal') 
 
   Recordemos la existencia en su seno de volcanes submarinos. De arrecifes afilados como cuchillos contra los que se estrellan las olas y encallan los barcos. De mares de sargazos que se enredan en las hélices y abortan la navegación. Recordemos las furibundas aguas con las que tuvieron que batallar los exploradores del Estrecho de Magallanes o el Cabo de las Tormentas. Las galernas que hicieron naufragar a toda una Armada Invencible, que había sido enviada a luchar con los hombres, no con los elementos. Citemos de Poe y Verne el mítico Maelström, ese remolino gigantesco frente a las costas de Noruega que se engulló el Nautilus del capitán Nemo al final de '20.000 leguas de viaje submarino'. Recordemos el iceberg (otro avatar del agua) que provocó el hundimiento del Titanic. 
   Es el mar, el siempre mar, sin cesar renaciente, que ya estaba y era "antes que el tiempo se acuñara en días". Es el mar de Ulises, el mar de Robinson Crusoe, el mar de Moby Dick, el uno y múltiple mar donde todos los monstruos tienen su guarida y todas las aventuras son posibles. 
   Pero tierra adentro tampoco los humanos estamos libres de la amenaza del agua cuando le da por adoptar su aspecto destructor. Aludes de nieve pueden sepultar personas, casas y pueblos enteros. Los grandes chaparrones pueden derivar en devastadoras riadas; los granizos, destruir las cosechas. La ruptura de presas o diques de contención puede ocasionar inundaciones o avalanchas de agua y barro de mortíferas consecuencias.
   Al día de hoy una nueva amenaza acuática pende sobre nuestras cabezas, si hemos de creer los augurios de los científicos que predicen el deshielo de los casquetes polares como consecuencia del efecto invernadero que sufre la Tierra, producido por la contaminación atmosférica y la emisión masiva de anhídrido carbónico y gases industriales. Los síntomas que apuntan al calentamiento global son muchos e inquietantes: los glaciares del planeta están retrocediendo, al fundirse sus hielos, a pasos agigantados; vastos icebergs, tan grandes como países, se desgajan de la Antártida para flotar a la deriva por el océano. ¿Puede acarrear este creciente ritmo de deshielo una elevación sensible del nivel del mar? Si así fuera, bastarían unos pocos metros de subida de las aguas para anegar las tierras bajas de regiones y países enteros, desde Holanda a las islas Maldivas. 
 
 
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2.3
Don del Nilo
 
 
   No siempre una inundación es catastrófica. Así lo atestiguan los antiguos egipcios, que celebraban con alegría y grandes festejos la llegada anual de la inundación del río Nilo, la puntual y beneficiosa crecida que tenía lugar todos los años hacia el mes de julio (anunciada por la estrella Sirio cuando despuntaba por el horizonte), para irrigar sus campos y abonar sus tierras con fértil limo rojo. A este fenómeno debemos, en el fondo, el origen y el esplendor de la antigua civilización egipcia. Casi toda la economía del Egipto de los faraones dependía del Nilo y estaba regulada por el Nilo y sus crecidas, hasta el punto de que los impuestos a los campesinos se determinaban en función del nivel alcanzado por las aguas en cada inundación, registrado mediante un pozo con escalas de medida llamado Nilómetro. 
   Ya lo afirma Heródoto de Halicarnaso, en un muy citado pasaje: Egipto es el "don del río" (Historia. Libro II, 5). Al viajero y padre de la Historia le intrigaba sobremanera el extraño comportamiento del Nilo, cuya grandeza consideraba no parangonable con ningún otro río de Asia Menor: 
 
   Sobre la naturaleza del río nada pude alcanzar, ni de los sacerdotes, ni de ningún otro. Yo estaba deseoso de averiguar de ellos estos puntos: por qué el Nilo crece y se desborda durante cien días a partir del solsticio de verano, y cuando se acerca a este número de días, se retira y baja su corriente, y está escaso por todo el invierno, hasta el nuevo solsticio de verano. (...) qué poder posee el Nilo de tener naturaleza contraria a la de los demás ríos. (Ibid. Libro II, 19). 
 
   Para resolver el enigma, Heródoto investigó y especuló sobre las fuentes del Nilo, llegando a peregrinas conclusiones, si bien hay que alegar a su favor que el misterio del origen y causa de las periódicas inundaciones del río no logró aclararse hasta la época moderna, cuando se descubrieron las fuentes del Nilo Blanco y el Nilo Azul, que, por estar situadas en el África subsahariana, se nutrían con un régimen de lluvias distinto al del Mediterráneo, llegando las crecidas a tierras egipcias en pleno verano.
 
   en verdad éstos (los egipcios) son los que con menor fatiga recogen los frutos de la tierra, (...) No tienen el trabajo de abrir surcos con el arado, ni de escardar, ni de hacer ningún trabajo de cuantos hacen los demás hombres que se afanan por sus cosechas, sino que cuando por sí mismo el río viene a regar los campos y después de regarlos se retira, entonces cada cual siembra su propio campo (Ibid. II, 14). 
 
 
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2.4
Cuna de civilizaciones
 
 
   No menos feraces eran las tierras irrigadas por el Tigris y Eufrates, cuyo mismo nombre, Mesopotamia, en griego "entre ríos", alude a ambos cursos fluviales. Estas tierras formaban parte del llamado Creciente Fértil, considerado como otra de las cunas de la civilización, cuya prosperidad fue paralela e incluso se anticipó a la del antiguo Egipto. Heródoto conoció en sus viajes Babilonia, a orillas del Eufrates, y relató la historia de su conquista por Ciro el persa, que desvió el caudal del río para hacerlo vadeable y, colándose con su ejército por las poternas, poder tomar la ciudad por sorpresa. 
 
   En la tierra de los asirios llueve poco; ese poco es lo que hace crecer la raíz del trigo; regada con el agua del río la mies madura, y el grano llega a sazón. Pero no como en Egipto, donde el río mismo crece e inunda los sembrados, sino regando a mano o con norias. Porque toda la región de Babilonia, del mismo modo que el Egipto, está cortada por canales; y desde el Eufrates llega a otro río, el Tigris, en cuya orilla se halla Nínive. 
    Ésta es con mucho la mejor tierra que sepamos para producir el fruto de Deméter (los cereales); bien que ni siquiera intenta producir los otros árboles, como la higuera, la vid y el olivo. Pero en el fruto de Deméter es tan feraz, que da por lo general doscientos por uno; y cuando más se supera a sí misma llega a trescientos. (Ibid. I, 193) 

   Grande era el asombro de los egipcios que visitaban Mesopotamia al descubrir la para ellos desconocida lluvia (a la que llamaron "el Nilo al revés") y comprobar la extraña conducta de sus ríos, que no se desbordaban en verano y que, al contrario que el Nilo, corrían de norte a sur. También Heródoto quedó maravillado por otro aspecto del Eufrates, como era su original sistema de navegación, tan distinto al del remansado Nilo (cuyas falúas de vela –ver foto13– y barcos de remos permitían avanzar a favor y en contra de la corriente). 

   Voy a explicar lo que para mí, después de la ciudad misma (Babilonia), es la mayor de todas las maravillas de aquella tierra. Los barcos en que navegan río abajo a Babilonia son redondos y todos de cuero. En la región de Armenia, situada río arriba con respecto a Asiria, cortan sauces y fabrican las costillas del barco; por fuera extienden sobre ellas para cubrirlas unas pieles, a modo de suelo (...) los hacen redondo como un escudo; rellenan toda esta embarcación de paja, la cargan de mercadería y la botan para que la lleve el río. Transportan sobre todo tinajas de vino de palma. Dos hombres de pie gobiernan el barco por medio de dos remos a manera de palas; (...) En cada barco va un asno vivo, y en los más grandes van muchos. Luego que han llegado a Babilonia y despachado la carga, venden en almoneda las costillas y toda la paja del barco. Cargan después en sus asnos los cueros, y parten para la Armenia, porque es del todo imposible navegar río arriba, a causa de la rapidez de la corriente. Y por eso también no fabrican los barcos de maderos, sino de cueros. (Ibid. I, 194) 
 
 
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2.5
Aguas de Oriente
 
 
   Además del Nilo, Tigris y Eufrates, hay un cuarto río en cuyas riberas creció entre el tercer y segundo milenio anteriores a nuestra era otra de las cunas de la civilización: el río Indo. Contemporánea a las pirámides egipcias y a los zigurats babilónicos (aprox. 2350-1750 a C), la Civilización del Valle del Indo llegó a desarrollar su propia escritura y a construir grandes ciudades (Harappa, Mohenjo Daro) planificadas siguiendo modelos de urbanización sumamente avanzados para la época. 
   Pueblos indoeuropeos sedentarios, su economía estaba basada en la agricultura, y el río Indo irrigaba sus campos, huertas y vergeles. Pero además supieron aprovechar su caudal para proveer a sus ciudades de sofisticados sistemas de abastecimiento directo de agua potable a las viviendas, de almacenamiento en estanques y piscinas (como el 'Gran Baño' de Mohenjo Daro), así como de canalización y drenaje de las aguas residuales, que corrían a través de las calles por una red de túneles y alcantarillas de ladrillo. Por causas aún no explicadas, esta floreciente civilización declinó hacia el 1700 a C. Cuando Alejandro Magno cruzó el Indo en el 326 a C, no quedaba de sus pujantes ciudades ni la memoria, sepultadas como estaban bajo las arenas del desierto del Sind (ver fotos en fotoAleph: Vislumbres de Pakistán). 
   En la cultura védica y brahmánica de la primitiva India el agua era un elemento sagrado, y la ceremonia del baño como rito de purificación estaba arraigada en las costumbres populares. Las cosechas, y por tanto la subsistencia de las comunidades, dependían de la puntualidad de la llegada de las aguas del monzón. Indra era el dios de la lluvia. Las aguas del Ganges, diosa-madre de la India, de su hermana Yamuna, del Narmada, del Krishna... eran santas, emanación de las divinidades, pero ¿qué río no es sagrado en la India? Aventar en el río Ganges, a su paso por Benares, las cenizas de un cuerpo incinerado limpia el karma del difunto y le libera del ciclo de reencarnaciones (consultar fotos y texto en fotoAleph: Benares. Microcosmos de la India). Esta sacralización del agua como principio purificador subsiste en el hinduismo de nuestros días, y así es aún asumida por sus fieles. No nos debería ello extrañar, ya que algo parecido sucede en otras religiones más próximas: los musulmanes han de practicar sus abluciones antes de entrar en la mezquita, lavándose la cara, manos y pies con agua, o en su defecto, con arena. Los cristianos utilizan agua, con una intención claramente simbólica, en las ceremonias de bautismo de sus neófitos. 

   Brillas como las crueles hojas de los alfanjes, 
Hospedas, como el sueño, monstruos y pesadillas. 
Los lenguajes del hombre te agregan maravillas 
Y tu fuga se llama el Eufrates o el Ganges. 
   (Afirman que es sagrada el agua del postrero, 
Pero como los mares urden oscuros canjes 
Y el planeta es poroso, también es verdadero 
Afirmar que todo hombre se ha bañado en el Ganges.) 
   Jorge Luis Borges. Poema del cuarto elemento (extractos) 
 
 
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2.6
Oasis de los desiertos
 
 
   Hacia el año 1000 a C, la reina de Saba visitó al rey de Israel Salomón, trayéndole de su país lujosos regalos y haciendo gran ostentación de sus riquezas. La tradición afirma, y la arqueología parece confirmarlo, que la enorme prosperidad del legendario reino de Saba (en el actual Yemen, al sur de la península arábiga) se debió a la gran presa que construyeron los sabeos cerca de su capital (actual Marib), que retenía las aguas de un río para crear un vasto pantano proveedor de agua a toda la región. 
   Aunque los faraones ya habían realizado grandes obras hidráulicas, como presas, diques, canales y trasvases de ríos, y los reyes mesopotámicos también habían construido sistemas de canales, estanques, compuertas y regadíos, e incluso unos jardines colgantes en Babilonia, ninguna de estas obras alcanzó la monumentalidad de la Gran Presa de Marib, la madre de todas las presas, cuya construcción duró siglos, y que debía ser permanentemente mantenida y a veces reconstruida tras terremotos o riadas. El agua embalsada por su gigantesco muro de piedra (cuyas ruinas aún pueden verse: foto61) formaba un inmenso lago que fue responsable directo de la fertilidad de las tierras circundantes, y la consiguiente riqueza del país. 
   En los desiertos de Arabia el agua ha sido desde siempre un bien muy escaso. Por eso cualquier emplazamiento que estuviera dotado de agua dulce se convertía en etapa de paso obligado para las caravanas comerciales que atravesaban el país de punta a punta, conectando el Golfo Pérsico y el Mar Rojo con el Mar Mediterráneo. En torno a estos oasis arábigos, al igual que ocurre en los saharianos, se asentaban núcleos de población que a veces crecían hasta convertirse en grandes ciudades. El agua era la base de su subsistencia, su principal recurso económico, por encima de la agricultura, el ganado o la minería. Las caravanas de mercaderes tenían que repostar por fuerza en esos escasos puntos bendecidos con el don del agua en medio de infinitos arenales y pedregales donde nunca llovía. Los habitantes de los oasis cobraban sus tributos a los caravaneros, incluido el correspondiente al consumo de agua, que, dada su escasez, no era precisamente un producto barato. 
   Tal es el caso de Petra, la capital del reino de los nabateos, escondida en los laberínticos cañones y desfiladeros de la Arabia Pétrea, que entre los siglos II a C y II d C gozó de una extraordinaria pujanza política y llegó a conquistar Damasco y crear un pequeño imperio. La causante de su privilegiada posición no era otra que el agua. El agua del Wadi Musa que brota caudalosa de un manantial cercano que, según la tradición bíblica, hizo surgir de la roca con un golpe de cayado Moisés para apagar la sed de su pueblo, durante sus años de errar por el desierto. Pero Petra estaba también agraciada con el don de la lluvia. Los nabateos se las arreglaban para aprovechar hasta la última gota de este bien preciado, conduciendo el agua por mil canaletas talladas en los acantilados rocosos hasta enormes cisternas de almacenamiento cavadas en el suelo (ver en fotoAleph: Petra. El tesoro oculto del desierto). 
   Eclipsado el poder de Petra tras su conquista por Trajano, las rutas caravaneras se desplazaron más al norte, haciendo esta vez etapa en Palmyra, un oasis de palmeras en medio del desierto de Siria que, por su estratégica situación en medio de dos imperios (el romano y el parto), se benefició del tráfico entre ambos, y prosperó de forma inusitada hasta convertirse en una poderosa ciudad-estado independiente que llegó a desafiar al mismo emperador romano. De Palmyra se conoce hasta la tarifa de comisiones (inscrita en un gran bloque de piedra) con que se gravaba a los mercaderes por sus actividades comerciales, y por el consumo de agua de sus camellos, partida que resultaba la más desorbitada, a causa del gran número de dromedarios (se contaban a veces por miles) que componían las caravanas (más información en fotoAleph: Las ruinas de Palmyra).
   Ver también en fotoAleph una colección fotográfica realizada en uno de los más bellos oasis del desierto Líbico (Egipto): El oasis de Siwa.
 
 
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2.7
Nadie se baña en el mismo río
 
 
   Los antiguos griegos hicieron también del agua uno de los elementos esenciales de su cultura. No es para menos, si tenemos en cuenta que Grecia es un país hecho de islas, más marítimo que continental, y que el mar Mediterráneo era la ruta más inmediata de conexión entre los distintos territorios del orbe griego. Cretenses, micenios y griegos (así como por otra parte los fenicios) fueron grandes navegantes y llegaron hasta los últimos confines del mundo conocido en sus expediciones de exploración y colonización. 
   Griegos eran Jasón y los Argonautas que navegaron por el Ponto Euxino (el Mar Negro) hasta la Cólquida. Griegos aqueos (de la Acaia) eran quienes atravesaron el mar Egeo para destruir Troya. El rapto de Elena era su excusa; el control del estrecho de los Dardanelos, que conecta el mar de Mármara con el Mediterráneo, su prosaico y no confesado objetivo. Griego era Ulises que surcó los laberintos de la mar y arrostró todos sus peligros para regresar a Itaca. 
   Para los griegos, los padres de la  creación eran los titanes Océano y Tetis. Océano era el río que rodeaba el mundo, hijo de Urano (el Cielo) y Gea (la Tierra), y progenitor, junto a su esposa Tetis, de 3.000 espíritus de las corrientes y 4.000 ninfas de los mares. Esta teogonía, que se remontaba a tiempos de Hesíodo y de Homero (para quien Océano era padre de los dioses) era ya cuestionada por la mente empírica de Heródoto (siglo V a C), cuando andaba dando vueltas al tema de las fuentes del Nilo: "El que hace afirmaciones acerca del Océano, como ha remontado su noticia a lo desconocido no puede ser refutado; yo, a lo menos, no conozco ningún río Océano. Creo, sí, que Homero o alguno de los poetas anteriores inventó el nombre y lo introdujo en poesía." (Historia, II, 23). 
   Tales de Mileto (ca 624 - 548 a C), uno de los Siete Sabios de Grecia según el dictamen de Platón, sostenía que el agua era el principio (o 'elemento') básico de todas las cosas. A ella agregó posteriormente Empédocles otras esencias: tierra, aire y fuego, constituyendo estos cuatro elementos las materias-base que combinadas entre sí crean todo lo que existe. Esta doctrina, recogida y desarrollada por Aristóteles, que añadió de su propia cosecha el concepto de una 'quinta esencia', pervivió a lo largo de la Edad Media en el pensamiento cristiano y musulmán, muy en particular en la práctica de la alquimia, y llegó hasta tiempos de Newton, que expuso en su 'De Natura Acidorum' la teoría de que todas las sustancias podían ser reducidas al agua. 
   Para el filósofo presocrático Heráclito de Efeso (ca 536 - 470 a C) "todo fluye", nada permanece, todas las cosas cambian y se transforman a cada momento, tal como hacen el fuego o el agua. Las almas humanas provienen del agua y en agua se transmutan cuando mueren. He aquí algunos de sus textos que hacen referencia al líquido elemento: 
 
   Diversas aguas fluyen para los que se bañan en los mismos ríos. Y también las almas se evaporan de las aguas. (Heráclito. Fragmentos, 12) 
   Porque es muerte para las almas el convertirse en agua, y muerte para el agua el convertirse en tierra. Pero el agua procede de la tierra; y del agua, el alma. (Ibid, 36) 
   El mar es el agua más pura y la más impura. Para los peces es potable y buena; para los hombres, impotable y fatal. (Ibid, 61) 
   No se puede sumergir dos veces en el mismo río. Las cosas se dispersan y se reúnen de nuevo, se aproximan y se alejan. (Ibid, 91) 
 
   Este último fragmento, mil veces citado, parece exponer algo obvio: las aguas del río fluyen y cambian a cada instante, sin repetición y sin posible retorno, siempre diferentes. Por eso nadie se baña dos veces en el mismo río. Pero la sentencia encierra un significado más profundo. La vida de nosotros los mortales es como ese río, el río que nos lleva hacia nuestro ineludible destino. Jorge Manrique acertó a expresarlo como nadie: "Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar / que es el morir". El tiempo nos va transformando. Nuestro cuerpo y nuestro espíritu van mutando imperceptible pero imparablemente con cada segundo que pasa. Para cuando queremos darnos cuenta, infancia y juventud se han ido para no volver. Y no hay posible marcha atrás: las corrientes no retornan a sus manantiales. No podremos sumergirnos dos veces en el mismo río, no sólo porque las aguas han cambiado, sino porque nosotros hemos cambiado, porque la segunda vez ya no somos los mismos. 
   "¿No es acaso / Tu irreversible tiempo el de aquel río / En cuyo espejo Heráclito vio el símbolo / De su fugacidad?", pregunta Borges en el poema titulado 'A quien está leyéndome'.  

   Somos el tiempo. Somos la famosa 
parábola de Heráclito el Oscuro. 
Somos el agua, no el diamante duro, 
la que se pierde, no la que reposa. 
Somos el río y somos aquel griego 
que se mira en el río. Su reflejo 
cambia en el agua del cambiante espejo, 
en el cristal que cambia como el fuego. 
Somos el vano río prefijado, 
rumbo a su mar. La sombra lo ha cercado. 
Todo nos dijo adiós. Todo se aleja. 
La memoria no acuña su moneda. 
Y sin embargo hay algo que se queda 
y sin embargo hay algo que se queja. 
   Jorge Luis Borges. Son los ríos. 
 
 
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2.8
Arquitectos del agua
 
 
   Sabido es que los romanos adoptaron la nutrida y compleja mitología helena, enriquecida con aportaciones de otras culturas orientales (divinidades egipcias como Isis o Serapis, frigias como Cibeles, persas como Mitra...), para articular su propia cosmovisión, de un marcado sincretismo. Así, Júpiter asumió los atributos de Zeus, Saturno los de Cronos, y Plutón los de Hades. Neptuno, que en origen era un dios etrusco de las aguas dulces, fue asimilado con el dios de los mares Poseidón, y su consorte Anfitrite con su homóloga griega Tetis. 
   Los mitos sobre la muerte y el más allá apenas diferían de las creencias de los griegos al respecto. En la Eneida de Virgilio podemos leer el relato de la bajada a los infiernos de Eneas (futuro fundador de Roma) en busca del alma de su padre Anquises. El héroe troyano repite los mismos pasos que sus antecesores griegos Teseo, Hércules, Orfeo, Ulises o Piritoo (y todos ellos siguen los del sumerio Gilgamesh, que, antes que ninguno, viajó al mundo de los muertos en busca del espíritu de su amado amigo Enkidu). Guiado a través de tenebrosas cavernas por la Sibila, llega a la laguna Estigia, que hay que atravesar (y nadie lo hace dos veces) para arribar tanto al Averno, donde penan errantes las ánimas de los inicuos, como a los Campos Elíseos, donde moran las de los bienaventurados. La travesía por las aguas caliginosas del Estigio ha de hacerse a bordo de la barca de Caronte, horrible espectro que a cambio de unas monedas ejerce de barquero y transporta a los difuntos remando hasta la otra orilla, la orilla del inframundo. 
   Al igual que para los griegos y fenicios, el mar fue para los romanos el centro de sus operaciones comerciales y el campo de batalla de sus empresas militares. Tras las guerras púnicas, que pusieron fin a la hegemonía marítima cartaginense en el Mediterráneo occidental, la expansión primero de la república y luego del imperio romano fue ya imparable. Todos los países que circundan el Mare Nostrum fueron uno tras otro anexionados al imperio y gradualmente romanizados. En medio de estas tierras estaba el mar, el 'Medi-terráneo', comunicándolas entre sí (pues era más fácil viajar por mar que por tierra) y amalgamándolas en un solo mundo. Las trirremes romanas se aventuraron incluso más allá de las Columnas de Hércules y llegaron hasta las Islas Británicas en sus campañas de conquista y colonización. 
   Si para los griegos el mar era un ámbito poblado de monstruos y seres mitológicos, de Escilas y Caribdis, los romanos no les fueron a la zaga en la invención de seres imaginarios relacionados con el agua. Expertos en las artes de la pesca, los latinos conocían gran número de especies marinas y fluviales, como se puede comprobar en los mosaicos de temas piscícolas (ej: Tarragona, Dougga), donde cada pez está representado con tal detalle que no ofrece la menor duda para su identificación. Pero el mar es ancho y profundo y desconocido, y ni hoy en día sabemos con seguridad todo lo que sus entrañas pueden albergar. Y así, junto a aquellos mosaicos con motivos naturalistas de pesca, podemos ver otros donde aparecen extraños entes pelágicos, como hipocampos, tritones, nereidas, ictiocentauros, sirenas... Híbridos de hombre y pez, de pez y caballo, de ave marina y mujer... Un zoo fantástico que parece salido más de los terrores subconscientes que de los caprichos de la imaginación de sus creadores (ver en fotoAleph Mosaicos de Tunicia). 
   Aunque algunos de los animales reales que pululan por la mar no son menos fantásticos. Los naturalistas cuentan de cefalópodos gigantes que se enfrentan en descomunal batalla a los cachalotes. Cada poco tiempo se anuncia el descubrimiento de nuevas especies desconocidas, de extraños peces ciegos y fosforescentes que nadan en la negrura de las fosas abisales. Pensemos en el pasmo que debió causar a los primeros navegantes el avistamiento de un gran cetáceo. Los hebreos llamaron a ese monstruo inaudito el Leviatán. Los antiguos escandinavos, el Kraken. Los mares representados en los atlas y cartas de navegación abundaron en dibujos de colosales dragones y serpientes marinas nadando entre las olas. "Hay un pescado llamado la Rémora –relata Plinio–, el cual, pegándose a las carenas, hace que las naos se muevan más tardas, y de aquí le pusieron el nombre (rémora = demora), y por esta causa es también infame hechicería. (...) Poniéndole conservado en sal tiene la virtud de que el oro caído en profundísimos pozos lo saca pegado a él" (citado por Borges en 'El libro de los Seres Imaginarios'). 
   Pero también habitaban en las aguas seres benéficos. Entre los reales citemos los delfines, tantas veces representados en la escultura, pintura, cerámica y mosaicos grecorromanos en asociación con las deidades marinas, tradición que se remontaba a la época minoica. Entre los imaginarios, las ninfas, hermosas doncellas de los bosques y de las aguas, a quienes los antiguos ofrendaban aceite, leche y miel. Las que moraban en el mar se llamaban oceánidas o nereidas. Las de los ríos, náyades. 
   A las ninfas, divinidades menores, no se les rendía culto en templos, pero en cambio, como númenes protectoras de las aguas, tenían dedicados los ninfeos. Se llamaba así a las grandes fuentes que los romanos construían en puntos céntricos de sus ciudades para proveer de agua fresca y potable a los viandantes. Los ninfeos eran con frecuencia obras arquitectónicas monumentales, ornadas con efigies en relieve de las propias ninfas. 

   Los ríos y fuentes convidaban  
a apagar nuestra sed, como al presente  
los torrentes que caen de altos montes  
convidan a las fieras con su ruido  
que vengan a saciarse en sus raudales.  
De noche en los sagrados bosques  
de las ninfas venían a esconderse,  
en estas soledades, donde nacían  
perennes manantiales de aguas vivas 
   Lucrecio. De la naturaleza de las cosas (Libro V, 1351-59) 
 
   Los romanos tenían muy en cuenta el agua en sus obras públicas, y si destacaron en las ciencias de la navegación marítima, no fueron menos prominentes en todo lo concerniente al sabio aprovechamiento de las aguas terrestres, donde llegaron a ser auténticos pioneros de la ingeniería hidráulica. Construyeron presas, estanques y cisternas para el almacenamiento de agua (foto62). Construyeron un sinfín de imponentes acueductos, verdaderas obras maestras de la arquitectura utilitaria, para trasladar el agua de un punto a otro en recorridos de kilómetros. Acueductos, algunos aún en funcionamiento, de los que quedan vestigios en todos los países del Viejo Mundo (fotos 63 a 70). Construyeron colosales puentes de piedra para salvar los ríos y extender la red viaria romana hasta los últimos confines del imperio, y que todavía son utilizados al día de hoy. 
   Construyeron canales y grandes norias, cuyas palas de madera elevaban de nivel las aguas de los ríos aprovechando el propio empuje de la corriente, con el fin de irrigar los campos. Aún quedan ejemplares de norias romanas (foto74) en el histórico río Orontes, que baña los áridos secarrales del desierto sirio. Aguas de la TierraProveyeron a las ciudades de redes de alcantarillados y cloacas para evacuar las aguas fecales. La Gran Cloaca de Roma es el resto más antiguo de la ciudad de los césares; por las cloacas abovedadas de Efeso podía circular un hombre montado a caballo. 
   Construyeron termas, públicas y privadas. Las termas o baños públicos eran toda una institución en el mundo romano, y no podían faltar en cualquier ciudad que se preciase de civilizada, como no podían faltar el templo, el foro, la basílica, el teatro, el gimnasio o el lupanar. En algunas ciudades había termas de verano y termas de invierno, y a menudo las termas eran el edificio más vasto y monumental de la urbe (mencionemos como ejemplos las inmensas ruinas de las termas de Antonino, en Cartago, las termas de Caracalla o las de Diocleciano, en Roma (transformadas estas últimas por Miguel Ángel Buonarroti en la iglesia de Santa María degli Angeli). 
   Los baños públicos solían constituir un complejo integral de edificios distribuidos en estructura simétrica en torno a una gran piscina central ('natatio'), a veces al aire libre, donde los ciudadanos acudían no sólo a bañarse, sino para disfrutarlo como lugar de encuentro y relación social, de relax, esparcimiento y tertulia. Los césares tenían muy presente estas funciones lúdicas, y no repararon en medios a la hora de dotar de espléndidos establecimientos termales a sus súbditos. Entre otras secciones, el complejo estaba provisto de tres salas, el 'frigidarium', el 'tepidarium' y el 'caldarium', consistentes en estancias con baños de agua fría, templada y caliente, respectivamente. A ellas habría que añadir el vestuario, la palestra donde practicar lucha libre, la basílica o zona central de reuniones, el jardín, etc. Los interiores estaban decorados con una opulencia digna de los palacios imperiales, con revestimientos de mármol, altísimas columnas corintias sosteniendo bóvedas de casetones, nichos con estatuas a la usanza griega, y pavimentos tapizados de mosaicos monocromos (en blanco y negro) con imágenes de delfines, nereidas, tritones y demás motivos acuáticos. Debajo del suelo estaba el hipocausto, un espacio subterráneo de corta altura, apuntalado con un bosque de columnillas de ladrillo, por donde corría el agua caliente con el propósito de caldear la temperatura de algunas salas. 
   El agua era calentada en hornos anexos, aunque en muchas ocasiones los romanos aprovechaban las aguas cálidas que provee la naturaleza, los manantiales de aguas termales que surgen aquí y allá de lo profundo de la Tierra, recordándonos que sus entrañas son de fuego, para emplazar en esos sitios privilegiados sus complejos balnearios. Con su agudo sentido del pragmatismo, los colonizadores romanos fueron unos linces a la hora de detectar y explotar toda fuente de aguas calientes que cayera dentro de sus dominios, como bien saben los habitantes de las localidades dotadas de aguas termales en cualquier país del Viejo Mundo, sea en Bath (Inglaterra), en Pamukkale (Turquía) o en Caldas de Montbuy (España), donde nunca faltarán las ruinas de unas termas romanas. 
   No menos hábiles fueron en el cometido de explotar salinas en los lugares donde surgían aguas saladas, de extraer el oro o la plata en los arroyos metalíferos, o de cavar profundas minas hasta agotar las vetas de todo mineral de hierro, cobre, plomo, estaño o cinc que se presentara en el subsuelo. Aunque se sabe de la existencia de minas desde el paleolítico, ningún pueblo de la antigüedad desarrolló las técnicas de la minería hasta el punto en que lo hicieron los romanos, que llegaron en algunos casos (véase las minas de oro de las Médulas de León) a provocar avalanchas de agua dentro de galerías para derrumbar con su ímpetu enteras montañas de tierra, y poder así cribar el metal del barro de los aluviones, según el procedimiento que denominaban 'ruina montium'. 
   Los romanos pudientes disfrutaban en sus viviendas de termas privadas que, aunque de dimensiones más reducidas, estaban tan lujosamente decoradas de fuentes, bañeras y mosaicos como las públicas (ej: Pompeya, Herculano o la villa de Casale, en Piazza Armerina, Sicilia). En sus casas y villas (mansiones campestres de hacendados, que proliferaron sobre todo en la época tardorromana) el agua era elemento indispensable en la ambientación del 'impluvium', patio central al aire libre rodeado de un peristilo, en cuyo punto medio manaban aguas cristalinas de un surtidor, creando el líquido reverberantes efectos luminosos al salpicar las teselas de los mosaicos. 
   En arquitectura, los romanos lo inventaron todo, y aún hoy los arquitectos reconocen el legado y tienen un ojo puesto en los hallazgos y logros de los constructores clásicos, que supieron armonizar como pocos lo estético con lo funcional. El esquema de la 'domus' romana prevaleció con el paso de los siglos, y sigue siendo absolutamente moderno. Las infraestructuras de bajantes y cañerías, de suministro y evacuación de aguas, que son indispensables en cualquier proyecto actual de edificio, ya estaban allí, en la casa romana, y poco se ha adelantado desde entonces en estos aspectos. 
   Aunque se cree que fueron los caldeos de la antigua Babilonia quienes inventaron la clepsidra, o reloj de agua, y se han hallado en Egipto ejemplares del siglo XIV a C, fueron los romanos quienes perfeccionaron este artilugio y lo utilizaron en sus quehaceres cotidianos para medir el tiempo. La clepsidra romana consistía en un cilindro por cuyo interior desaguaba lentamente el agua depositada en un receptáculo superior; al descender el nivel del agua, un flotador iba marcando la lectura del tiempo en una escala grabada en las paredes del cilindro. Las clepsidras se usaban con variados propósitos, como por ejemplo para cronometrar y acotar los tiempos de intervención de los oradores en las asambleas. Aún se puede ver in situ un espécimen de este tipo, instalado junto al proscenio del teatro, en las ruinas de la ciudad jonia de Priene (ver foto57 en la colección de fotoAleph Turquía clásica). 
 
 
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2.9
Aguas en el Paraíso
 
 
   Los bizantinos aprendieron de griegos y romanos, y se cuidaron de garantizar el abastecimiento de agua potable a los habitantes de sus urbes. Construyeron para ello grandes cisternas abovedadas de depósito de aguas, reaprovechando todo tipo de elementos arquitectónicos de las edificaciones romanas anteriores que habían caído en desuso tras el desmoronamiento del imperio. El Yerebatan Sarai ('Cisterna-Basílica'), mandado edificar por Constantino en el centro de Constantinopla para suministrar de agua a su palacio, es un monumental ejemplo de este tipo de aljibes. Era alimentado por los acueductos de Adriano y de Valente. Un bosque de 336 columnas de recios fustes y capiteles corintios surgen del agua para sostener las bóvedas del techo, reflejándose invertidas en el espejo oscuro de la superficie. Cuando baja el nivel del estanque, emergen a la vista inquietantes máscaras de mármol de la gorgona Medusa, tumbadas de lado o cabeza abajo, que fueron utilizadas de basas para las columnas (ver fotos 002 y 003 en Turquia clásica). 
   Con la progresiva cristianización de los pueblos del ex-imperio romano, ya desde las primeras iglesias paleocristianas (que adoptaban por lo común la planta de la basílica romana) hizo su aparición un elemento nuevo: el baptisterio, con su pila bautismal, consistente en una pequeña bañera excavada en el suelo, accesible por escalerillas, en cuyas aguas debía sumergirse el iniciado para recibir el sacramento del bautismo, que simbolizaba su purificación y conversión al nuevo credo. A veces la pila estaba recubierta de finos mosaicos polícromos con dibujos figurativos, a la manera romana (ej: en la iglesia de Vitalis, una basílica episcopal del siglo V d C, en Sufetula, actual Sbeitla, Tunicia; ver foto28 en Mosaicos de Tunicia). 
   Paradójicamente fueron los musulmanes, más que los cristianos, los verdaderos depositarios y continuadores de la sabiduría de los grecolatinos en cuestión de aguas. Para el islam, el agua era y es un don divino, un regalo de Alá a los hombres, por el que éstos deben corresponder con su agradecimiento. 
 
   Él es quien envía agua del cielo, de la cual bebéis y, mediante ella, brotan los pastos con que apacentáis el ganado. 
   Y con ella os hace germinar la plantación, el olivo, la palmera, la vid y toda suerte de frutos. Por cierto que en esto hay un signo para los reflexivos. (...) 
   Y Él es quien os sometió el mar para que de él comiéseis carne fresca y extrajérais ciertos ornamentos con los que os engalanáis. Verás en él los navíos hendiendo sus aguas para que os percatéis de su bondad; (...) trazó ríos y caminos para que os guiéis. 
   (El Corán, Sura XVI o de las Abejas, 10-14) 
 
   El Corán repetidamente describe el Paraíso prometido a los creyentes como un frondoso jardín lleno de árboles de frutos inagotables, bajo cuyas verdes praderas corren ríos de agua pura. Para los habitantes de las tierras donde el Profeta predicó la nueva fe, resignados a los rigores extremos del inhóspito desierto arábigo, no podría haber una imagen del cielo más sugestiva. Lo que más se desea es aquello de lo que se carece. Ese cuadro paradisíaco fue tomado como modelo por califas y sultanes a la hora de diseñar los jardines de sus palacios (desde Medina-Azahara o el Generalife, en Al-Andalus, hasta los parques botánicos de los safávidas en Persia o de los mogoles en la India), siempre dotados de canales por donde corrían arroyos y caían cascadas, alimentados por abundantes fuentes de agua fresca (foto76). 
   Los árabes fueron maestros en el aprovechamiento del agua para agricultura y jardinería. Con ello no hicieron sino retomar la tradición romana y perfeccionarla. Construyeron y restauraron embalses, norias (foto75), acequias y acueductos para asegurar el regadío de sus tierras, y en temas de ingeniería hidráulica pudieron dar lecciones a los pueblos europeos cristianos, por entonces más atrasados, como lo denota el gran número de vocablos árabes relacionados con el agua que los andalusíes aportaron al idioma español: acequia, alberca, albufera, alcantarilla, aljibe, arrecife, cala, jofaina, noria, zahorí... Topónimos como Guadalajara, Guadiana o Guadalquivir derivan también de la palabra árabe para designar un curso de agua: 'uadi' o 'ued' (Guadalquivir = Uadi el-Kebir = 'Río Grande').
  
   La primera medida tomada por los cristianos en España después de la expulsión de los moriscos fue la clausura de los baños públicos, de los cuales, solo en Córdoba había unos 270.
   Friedrich Nietzsche. El Anticristo (cap. 21)
  
   Mientras en la Europa cristiana la institución de las termas romanas (tenida como cosa de paganos) decayó hasta desaparecer, los árabes en cambio continuaron con la costumbre de acudir a los baños públicos para su higiene y asueto, y esa tradición ha llegado hasta nuestros días con el 'hammam'. No hay ciudad, pueblo o aldea en los países del norte de Africa y de Oriente Medio que no disponga de uno o varios hammams o baños árabes (también llamados 'baños turcos'), adonde los ciudadanos, a falta muchas veces de cuarto de baño en sus hogares, van como mínimo una vez a la semana. No sólo por cuestión de higiene personal, sino para reunirse con amigos y vecinos, entablar tertulias, recibir un masaje o simplemente relajarse. 
   La estructura de estos edificios, que van de los muy modestos a los inusitadamente lujosos, es la misma que la de las termas romanas: tres estancias principales con grifos de agua fría, templada y caliente (frigidarium, tepidarium y caldarium), a veces con una gran piscina central, y con otros departamentos anexos como el vestuario, la sala de reposo, los urinarios, y el horno para calentar el agua. Éste último se usa simultáneamente para cocer pan, compartiéndolo con panaderías contiguas. Los baños no son nunca mixtos, teniendo los hombres y las mujeres distintos edificios separados como hammam o, en algunos casos, distintos horarios de visita. (Ampliar información en Un baño en el hammam, de la exposición Fez. Un viaje al medievo musulmán).
   Entre la riquísima tradición literaria de las sociedades islámicas, que bebió directamente de las fuentes grecolatinas y sirvió de puente de transmisión del acervo filosófico y científico del mundo clásico al mundo medieval europeo, mencionaremos, en el ámbito de la literatura popular compendiada en el libro de Las Mil y Una Noches, la figura de Simbad el Marino, ese alter ego de Ulises, cuyas aventuras tanto recuerdan a las que corrió el protagonista de la Odisea. El mar, los procelosos mares del Golfo Pérsico y del Océano Índico, con todas sus seducciones y peligros, son su escenario omnipresente. 
 
 
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2.10
El dios de la lluvia
 
 
   En la misma época que el islam se expandía fulgurante por el norte de África y Oriente Medio, al otro lado del Atlántico, en la parte central de un continente que ocho siglos más tarde sería conocido como América, habían llegado a su cénit otras muy avanzadas civilizaciones que llevaban milenios gestándose en un proceso paralelo y sin conexión con el de los pueblos del Viejo Mundo. Nos referimos a los mayas, herederos de la cultura de los olmecas, poblaciones indígenas precolombinas que se asentaron en torno a la península del Yucatán. Las ruinas de sus ciudades, dispersas por un área que abarca el sudeste de México, Guatemala, Honduras, El Salvador y Belice, evidencian el alto grado de desarrollo y sofisticación que alcanzó la civilización maya en cuestiones de urbanismo, arquitectura, artes plásticas, matemáticas, ingeniería agraria o astronomía. 
   Los mayas fueron expertos en el buen aprovechamiento del agua para su uso cívico. La necesidad les obligó a ello, dada la especial naturaleza kárstica del suelo yucateco, por donde jamás discurre ningún río debido a que el agua de las lluvias se filtra inmediatamente al subsuelo por las grietas de las rocas. En ciertos puntos del terreno, este suelo, que está hueco por debajo, se hunde, creando grandes cavidades cuyo fondo está anegado por el nivel freático, formando embalses y lagunas subterráneas. Estos pozos de transparentes aguas color turquesa son los llamados 'cenotes', que, junto a las 'aguadas' (charcas de agua embalsada natural o artificialmente en la superficie), eran los principales recursos hídricos de que disponían los mayas para abastecer a sus ciudades, pueblos y centros ceremoniales. Muchos cenotes están comunicados entre sí por kilómetros de galerías inundadas, tejiendo un ignoto laberinto subterráneo cuya exploración exige dominar las técnicas del espeleobuceo. El acceso a las balsas de algunos cenotes para obtener agua se llevaba a cabo descendiendo y trepando por vertiginosas escalas de maderas. 
   Los mayas de las tierras bajas del Yucatán fueron plenamente conscientes de la importancia fundamental que estos escasos acuíferos poseían para sostener su modo de vida, por lo que otorgaron a los cenotes un rango de sacralidad. El mismo carácter sacro que tenían para ellos las cuevas y cavernas, puertas de entrada al inframundo, donde practicaban algunos de sus ritos religiosos. Colocaban 'chaltunes' (recipientes de piedra) bajo las goteras del techo para recoger el agua de estalactitas y coladas. A este agua se le llamaba 'agua virgen' y era empleada en las ceremonias que los mayas dedicaban al dios de la lluvia. 
   Al norte de la ciudad maya-tolteca de Chichen Itzá se abre un gran pozo natural de 60 m de diámetro, cuyas paredes, de 20 m de altura, debieron ser alisadas por la mano del hombre. Es el conocido como Cenote de los Sacrificios (foto19), uno de los dos grandes cenotes que proveían de agua a la urbe y que le dieron su nombre actual: en maya, 'chi' es bocas, 'chen' es pozos e Itzá designa a la tribu asentada en el lugar; luego Chichen Itzá significaría 'las bocas de los pozos de los Itzá'. 
   Bajo las aguas, a 20 m de profundidad, los arqueólogos descubrieron, con ayuda de buceadores y de dragas, gran cantidad de ofrendas rituales hundidas en el fango del fondo del cenote: discos de oro repujado, cascabeles de oro, plata y cobre, joyas de jade, cristal de roca y ámbar... así como los esqueletos de trece hombres, ocho mujeres y veintiún niños de entre uno y doce años, que debieron haber sido sacrificados a Chac, dios de la lluvia, en tiempos difíciles de sequías, hambrunas o epidemias. Durante las temporadas de sequía acudían a Chichen Itzá peregrinos de todo el orbe maya a rogar al dios de la lluvia el cese de la calamidad. En base a los objetos encontrados en el fondo del cenote, se ha deducido que los sacrificios tuvieron lugar desde el siglo VII d C hasta la llegada de los españoles. 
 
 
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2.11
La vida secreta de las aguas
 
 
   Podríamos seguir indefinidamente, pero vamos a dejar aquí este somero repaso a la íntima relación entre el hombre y el agua a través de la historia. Creemos que ha quedado patente, con los ejemplos expuestos, que sea cual sea el punto del mapa que señalemos, y sea cual sea la época en que nos centremos, el agua hará irrupción con su fuerza incontenible, como base indispensable para la vida de todos los seres y de todas las culturas. Y que desde la más remota antigüedad los humanos de todos los rincones de la Tierra han hecho alarde de un inagotable ingenio no sólo para hacer acopio de este vital elemento, sino para explotar hasta el infinito sus potencialidades. 
   El agua está presente en todas partes, es omnipresente en nuestro planeta. Está, según recientes descubrimientos, hasta en el vecino Marte, lo que ha dado pie a especular sobre la hipotética existencia en el planeta rojo de formas primarias de vida. Está hasta donde parecería imposible que estuviera. Su presencia se siente incluso donde está más ausente, en los parajes de la Tierra considerados como los más áridos, secos e inhóspitos. Sirva de ejemplo el desierto del Sahara: antes de ser un mar de dunas fue sin duda tierra poblada y fértil, como lo demuestran las pinturas rupestres neolíticas del Tassili N'Ajjer, al sur de Argelia, en pleno corazón del Sahara, donde además de seres humanos podemos ver representaciones de bóvidos, équidos y camélidos, pintados en las paredes de cientos de formaciones rocosas erosionadas por ríos pretéritos. 
   Y antes aún, en otras eras geológicas, este desierto estuvo cubierto por las aguas: era el fondo de un inmenso mar. Las pruebas de ello son numerosas e incontestables: hay vastas zonas del Sahara (por ejemplo el área entre los oasis de Siwa y Bahariyya, en el desierto Líbico) cuyas arenas están tapizadas de miríadas de conchas fosilizadas de moluscos bivalvos de origen marino (véase foto70 en la colección de fotoAleph El oasis de Siwa). Las conchas se extienden a la redonda por todo lo que abarca la vista, hasta el horizonte, y no se puede caminar por la arena sin pisarlas y romperlas, transformándolas en más arena. 
   Los caparazones de moluscos, las colonias de pólipos, los bancos de corales formaron, al acumularse con el paso de las eras, fondos marinos compactos. Los choques de las placas tectónicas provocaron plegamientos que hicieron emerger estos fondos hasta convertirse en mesetas y sierras montañosas. No es inhabitual encontrar en montañas muy alejadas de la costa, incrustados en las paredes de los abrigos rocosos, fósiles de caracolas y moluscos lamelibranquios parecidos al mejillón o a la ostra. 
   Las rocas así generadas tienen un alto porcentaje de componentes calizos, lo que las hace susceptibles de reaccionar químicamente con el agua de lluvia y disolverse. La labor creativa del agua prosigue por tanto su curso, esculpiendo, limando y taladrando incansable las montañas para componer laberínticos complejos kársticos acribillados por mil cuevas y simas, para moldear lapiaces, torcales, chimeneas de las hadas, para excavar cañones, barrancos, hoces. Los paisajes oníricos de la Capadocia, con sus inverosímiles formaciones salidas de la interacción del agua de lluvia con la roca (en este caso de origen volcánico), constituyen uno de los muestrarios más asombrosos que puedan contemplarse en el mundo de las extraordinarias capacidades escultóricas del agua (ver fotografías en fotoAleph: Capadocia. La tierra de los prodigios). 

   La lluvia es el tributo del cielo sobre la tierra, por su botín de nubes. (Elias Canetti) 

   Cae la lluvia sobre los prados y montes, las gotas resbalan por entre las briznas de hierba y se juntan para fundirse en hilillos de agua, que unidos a otros forman pronto un reguero que, alimentado por otros regueros, crece enseguida en riachuelo, arroyo, torrentera, para terminar por confluir en un río. Pero no toda el agua caída del cielo sigue este curso. Un gran porcentaje se infiltra por las grietas y capilares de las rocas, y si éstas son calizas las disuelve parcialmente, horadando así con los siglos cavidades subterráneas que van creciendo en tamaño a medida que sus techos se van colapsando por la acción combinada del agua y la gravedad. 
   Comienza aquí lo que podríamos llamar 'la vida secreta de las aguas'. El agua primero socava las cuevas, y luego sigue toda la vida entrando en ellas por caminos secretos, haciendo sus galerías cada vez más largas y anchas, sus salas más altas. Y decora las cavernas con las más caprichosas formaciones que imaginar se pueda, más las que nadie podría nunca imaginar. La caliza disuelta en agua y filtrada por los techos vuelve a solidificarse en el subsuelo como carbonato cálcico, cristaliza en forma de calcitas y aragonitos, y va creando gota a gota un mundo fantasmagórico de estalactitas, estalagmitas, columnas, coladas, drapeados, banderas y tubos de órgano, de brillos titilantes, de raros colores y texturas, de formas retorcidas y nunca vistas, un mundo perpetuamente sumido en las espesas tinieblas de una noche eterna. 
   En ocasiones los arroyos se cuelan dentro de la tierra por sumideros y se convierten en ríos subterráneos. Discurren durante kilómetros por ignotos túneles que a la vez son erosionados por la abrasión de los guijarros y la gravilla que sus caudales arrastran. Quienes se atreven a explorar los negros laberintos del mundo intraterrestre, pueden disfrutar de la maravillosa experiencia de navegar en barca hinchable por estos ríos secretos y descubrir en su travesía los más increíbles parajes, hasta entonces ocultos a toda mirada humana. 
   Estos ríos subterráneos avanzan a veces remansados, tallando meandros en las paredes, a veces impetuosos, cayendo en cascadas por los desniveles del terreno con un fragor que se amplifica en estruendo al retumbar en las bóvedas de la galería. En ciertos lugares el agua puede inundar por completo el túnel, y entonces se dice que el río 'se sifona'; a partir de ahí hay que bucear si se quiere continuar la exploración. En las cuevas abundan también las aguas embalsadas, en forma de 'gours' (bañeras naturales con paredes de calcita modeladas por las mismas aguas), lagunas y hasta lagos (foto53) de muy considerable extensión y profundidad. Teniendo en cuenta que un 30% de las aguas dulces de la Tierra son subterráneas, se puede fácilmente deducir la importancia que tiene su estudio hidrogeológico con vistas a determinar los recursos acuíferos que posee cada región. 
   El inmenso complejo kárstico de la Piedra de San Martín (entre Francia y España), una de las mecas de los espeleólogos de todo el mundo, es al respecto un caso paradigmático. Una red de al menos cinco ríos subterráneos con sus afluentes ha agujereado en las entrañas del macizo pirenaico de Larra un dédalo de más de cincuenta kilómetros de túneles hasta ahora explorados, y no se sabe cuántos todavía por explorar, con un desnivel conjunto de más de mil metros. Las corrientes de agua han perforado gigantescas galerías y salas (la Sala de la Verna, con sus 175 metros de altura, es una de las más grandes del mundo: en su interior podría caber entera la gran pirámide de Keops; para más información, consultar en fotoAleph Viajes dentro de la Tierra), cuyos techos y paredes a duras penas son alcanzados por los focos luminosos de los visitantes, los cuales tienen la sensación de hallarse en pleno monte en una noche muy oscura. Los pocos exploradores que gozan del privilegio de recorrer estas galerías se quedan anonadados con la grandiosidad de sus bóvedas y cúpulas naturales, diríanse construidas por y para gigantes, que ninguna arquitectura humana puede ni de lejos alcanzar. Y toman conciencia, por inevitable comparación, de la infinitesimal pequeñez del ser humano y la trivialidad de sus obras. El agua, y no el hombre, es el máximo arquitecto del planeta Tierra. 
 
 
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2.12
El agua es Proteo
 
 
   La vida secreta del agua concluye cuando el río emerge al aire libre por nacederos y resurgencias. Pero no por ello queda interrumpida su vena escultórica. Sucede a veces que esas aguas renacidas al mundo arrastran soluciones de materia calcárea que se va depositando en el terreno y solidificando con el tiempo. Es el caso de Pamukkale (en turco 'pamuk-kale' = 'castillo de algodón'), meseta de Turquía de cuyos manantiales brota agua caliente que, al caer en cascadas por los barrancos, se petrifica poco a poco creando formaciones muy similares a las que se ven en las cuevas: estalactitas, coladas, gours o piscinas naturales, cataratas pétreas, todo de un deslumbrante color blanco (foto31). El paisaje adquiere el aspecto de una inmensa fortaleza hecha de algodón. 
   Pero el algodón no es otra cosa que mármol. Blanco mármol travertino de excelente calidad, que es exportado a todo el mundo por las industrias canteras locales. Llaman 'travertinas' a estas límpidas pozas de agua suspendidas a distintos niveles del acantilado. Los romanos, a los que en cuestión de aguas termales no se les escapaba una, erigieron en lo alto de la meseta una fastuosa ciudad: Hierapolis. Las ruinas de sus templos, teatros, termas, avenidas y necrópolis (foto73) todavía causan admiración y permiten entrever lo afamada que fue en su tiempo esta urbe sacra, a cuyas instalaciones balnearias acudían peregrinos de todo el mundo clásico. 
   Parecidos fenómenos naturales se dan en otros puntos del planeta: citemos las fuentes termales de Rabbitkettle (Canadá), del Hammam Meskhoutine (Argelia) o del parque natural de Yellowstone (Estados Unidos), donde las surgencias pueden adoptar también la forma de 'geysers', esos impetuosos chorros de agua hirviente escupida desde las profundidades volcánicas del globo. 
   El poder creador del agua llega hasta el paradójico extremo de generar tierras y hacer retroceder mares. Es histórico el caso del río Meandro, ese río que con su perezoso y serpenteante discurrir por los valles de la antigua Jonia dio nombre a todos los meandros. La elevada concentración de soluciones terrosas de sus aguas hizo que sus depósitos de aluvión fueran ganando terreno al mar Egeo, creando llanuras donde antes había entradas de mar. Ciudades portuarias como Mileto o Priene pasaron a ser poblaciones de tierra adentro. Una lengua de mar que penetraba como un fiordo entre los montes de la Caria quedó cortada por el avance de las tierras y convertida en el lago Bafa (foto32), a cuyas orillas dormitan las ruinas helenísticas y romanas de Heracleia del Latmos, al pie de un macizo montañoso erizado de extravagantes formaciones pétreas y cargado de leyendas de pastores y ninfas. 
   Hay otros lugares en los que el agua de los manantiales no porta cal sino sal, cubriendo las tierras que baña de un níveo manto blanco. Siendo la sal un producto valorado ('salarium' deriva de sal), los hombres supieron sacar buen provecho de estas salinas terrestres desde la antigüedad. Lejos del mar existen también lagos y mares interiores de agua salada. Es célebre el caso del Mar Muerto por la altísima densidad de sal de sus aguas, que impide que los cuerpos se hundan, pero mencionaremos otro menos conocido: el Chott el-Jerid, en el desierto del sur de Tunicia (ver foto096 en la expo de fotoAleph Túnez, el Gran Sur). En invierno es un vasto mar interior que se extiende hasta el horizonte, aunque su masa de agua salada tiene muy poca profundidad. En verano, el agua se ha evaporado por completo, depositándose la sal sobre el suelo, con lo que el mar se convierte en un desierto blanco, un plano horizontal de cegadora blancura que se prolonga hasta el infinito. El azote abrasador del sol cenital impide creer que nos hallamos en los hielos del Polo Norte. 
   Los oasis y palmerales de ésta y otras zonas del Sahara se nutren por lo general de aguas subterráneas, que suelen manar con frecuencia a muy elevadas temperaturas (foto16). Pero el fenómeno es universal. Se da sobre todo y como es lógico en parajes con orografía de tipo volcánico. Desde la isla de Vulcano en Italia, con sus baños terapéuticos de lodos sulfurosos, a la isla de Bali en Indonesia, donde los manaderos alimentan un lago que llena la caldera del volcán Batur (foto35); desde la ciudad de Baños en Ecuador, castigada esporádicamente por las erupciones del mismo volcán que le proporciona sus aguas termales, a la ciudad de Beppu en la isla de Kiushu, Japón, donde unas tres mil fuentes emiten diariamente más de 70.000 metros cúbicos de agua a temperaturas que varían de los 37 a los 94 grados. 

   Aguas saladas y aguas dulces, aguas calcáreas o ferruginosas, agua de mar, agua de lluvia, arroyos, ríos, lagos, glaciares, fuentes. Todas las aguas, con sus infinitos disfraces, son el agua. Agua es el rocío que al alba perla los prados, y el granizo que arruina los cultivos. Las nieves perpetuas de las cumbres y las nubes efímeras de los cielos. El tenue xirimiri y la rugiente catarata. El cristal de los hielos y el vapor de las nieblas. El monzón benéfico y a la vez destructor. 
   El agua es incolora, pero sabe vestirse cuando le place con todos los colores del arco iris. Su energía cinética al caer en cascadas o cataratas puede transformarse en energía eléctrica. Practica la arquitectura con las cavernas y condiciona la arquitectura de nuestras casas: tuberías, grifos, desagües, tejados a dos aguas, a cuatro aguas... El agua ejerce el arte escultórico. Con su juego de espejos multiplica por dos la belleza del mundo. Es un ente inasible e inabarcable. Generador de vida y portador de muerte. 
   El agua es una y el agua es múltiple. Cambia de forma, cambia de estado, muta a cada instante. Su camaleónica personalidad evoca la de Proteo, vieja deidad del mar de la mitología griega, un anciano que conocía el pasado, el presente y el futuro, pero odiaba darlos a conocer a los hombres. Quienes desearan consultarle sobre estos arcanos, debían atraparle por sorpresa durante la siesta. Pero todo intento era en vano. Porque para eludir a sus captores Proteo se metamorfoseaba en toda clase de objetos, plantas y animales. Y también, cómo no, se convertía en agua. 

   El dios a quien un hombre de la estirpe de Atreo 
Apresó en una playa que el bochorno lacera, 
Se convirtió en león, en dragón, en pantera, 
En un árbol y en agua. Porque el agua es Proteo. 

   Es la nube, la irrecordable nube, es la gloria 
Del ocaso que ahonda, rojo, los arrabales; 
Es el Maelström que tejen los vórtices glaciales, 
Y la lágrima inútil que doy a tu memoria. 

   Fue, en las cosmogonías, el origen secreto 
De la tierra que nutre, del fuego que devora, 
De los dioses que rigen el poniente y la aurora. 
(Así lo afirman Séneca y Tales de Mileto.) 

   Fuiste, bajo ruinosos vientos, el laberinto 
Sin muros ni ventana, cuyos caminos grises 
Largamente desviaron el anhelado Ulises, 
A la Muerte segura y al Azar indistinto. 

   Jorge Luis Borges. Poema del cuarto elemento (extractos) 
 
 
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3. Espejos de agua 
 
   Poseo puros espejos que embellecen las cosas: 
Mis dos enormes ojos de eterna claridad. 
   Charles Baudelaire, 'La belleza' (de 'Las flores del mal') 
 

   En aquel tiempo, el mundo de los espejos y el mundo de los hombres no estaban, como ahora, incomunicados. Eran, además, muy diversos; no coincidían ni los seres ni los colores ni las formas. Ambos reinos, el especular y el humano, vivían en paz; se entraba y se salía por los espejos. Una noche, la gente del espejo invadió la tierra. Su fuerza era grande, pero al cabo de sangrientas batallas las artes mágicas del Emperador Amarillo prevalecieron. Este rechazó a los invasores, los encarceló en los espejos y les impuso la tarea de repetir, como en una especie de sueño, todos los actos de los hombres. Los privó de su fuerza y su figura y los redujo a meros reflejos serviles. Un día, sin embargo, sacudirán ese letargo mágico. (...) 
   En el fondo del espejo percibiremos una línea muy tenue y el color de esa línea será un color no parecido a ningún otro. Después, irán despertando las otras formas. Gradualmente diferirán de nosotros, gradualmente no nos imitarán. Romperán las barreras de vidrio o de metal y esta vez no serán vencidas. Junto a las criaturas de los espejos combatirán las criaturas del agua. 
   Jorge Luis Borges. 'Animales de los espejos'. De 'El libro de los Seres Imaginarios'. 
 

   El rostro que se mira en los gastados 
Espejos de la noche no es el mismo. 
El hoy fugaz es tenue y es eterno; 
Otro Cielo no esperes, ni otro infierno. 
   Jorge Luis Borges. El instante (fragmento) 
 

   Ya todo está. Los miles de reflejos 
Que entre los dos crepúsculos del día 
Tu rostro fue dejando en los espejos 
Y los que irá dejando todavía. 
Y todo es una parte del diverso 
Cristal de esa memoria, el universo; 
   Jorge Luis Borges. Everness (fragmento) 

  
   –Veamos: si prestas atención, Kitty, y no hablas tanto, te contaré todo lo que pienso sobre la Casa del Espejo. Primero está la habitación que puedes ver a través del espejo: es exactamente igual que nuestro salón, sólo que las cosas están para el otro lado. Subida a una silla puedo verlo todo... todo menos en trozo que queda exactamente detrás de la chimenea. ¡Ah! ¡Cómo me gustaría poder ver ese trozo! Me encantaría saber si encienden el fuego en invierno; no se puede saber, a menos que nuestro fuego haga humo; entonces el humo sube por la otra habitación también... pero puede que sólo estén disimulando, para hacer como que tienen fuego. En cambio, los libros son como los nuestros, sólo que con las palabras al revés; lo sé porque he puesto uno de los libros delante del espejo, y ellos han puesto otro también en la otra habitación. 
   "¿Te gustaría vivir en la Casa del Espejo, Kitty? No sé si te darían leche allí. Tal vez la leche del espejo no sea buena de beber... ¡Mira, Kitty!, ahí está el corredor. Se puede ver un poquitín de corredor de la Casa del Espejo, si dejamos abierta de par en par la puerta de nuestro salón: como ves, es muy parecido al nuestro; pero debes tener en cuenta que más allá puede ser completamente distinto. ¡Oh, Kitty, que maravilloso sería si consiguiéramos entrar en la Casa del Espejo! 
   Lewis Carroll. Alicia a través del espejo (cap. I). 
  
  
   Yo que sentí el horror de los espejos 
No sólo ante el cristal impenetrable 
Donde acaba y empieza, inhabitable, 
Un imposible espacio de reflejos 
   Sino ante el agua especular que imita 
El otro azul en su profundo cielo 
Que a veces raya el ilusorio vuelo 
Del ave inversa, o que un temblor agita 
   (...) 
   Hoy, al cabo de tantos y perplejos 
Años de errar bajo la varia luna, 
Me pregunto qué azar de la fortuna 
Hizo que yo temiera los espejos. 
   Jorge Luis Borges, Los espejos (extractos)  
 

   ¿Qué trama es ésta 
del será, del es y del fue? 
¿Qué río es éste 
por el cual corre el Ganges? 
¿Qué río es este cuya fuente es inconcebible? 
¿Qué río es éste 
que arrastra mitologías y espadas? 
Es inútil que duerma.  
Corre en el sueño, en el desierto, en un sótano. 
El río me arrebata y soy ese río. 
De una materia deleznable fui hecho, de misterioso tiempo. 
Acaso el manantial está en mí. 
Acaso de mi sombra 
surgen, fatales e ilusorios, los días. 
   Jorge Luis Borges. 'Heráclito' (extracto) 
 
 
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4. Arqueología del agua 
 
   El agua, ese Proteo, tiene también su vertiente arqueológica. Egipcios, mesopotamios, griegos, romanos y árabes explotaron al máximo las posibilidades del agua, construyendo en torno a fuentes y caudales un sinfín de obras monumentales, algunas todavía en funcionamiento, destinadas a aprovechar los recursos acuíferos de cada zona para el consumo, higiene y labores de regadío de sus poblaciones. Obras cuyas ruinas dan fe de la sofisticada complejidad de los sistemas hidráulicos con que experimentaron los hombres del pasado. 
   El tema daría pie para muchas exposiciones. Para la presente hemos seleccionado unos pocos ejemplos, algunos muy conocidos, otros no tanto, entresacados de sitios arqueológicos pertenecientes en su mayoría a la antigua Hispania romana. Nos limitaremos a ofrecer una breve reseña de cada uno de los monumentos exhibidos en las fotos. 

Arqueologia del agua 
4.1
Depósito de agua de Andelos
 
Foto62 
   Las ruinas de Andelos, población de época romana excavada cerca de Mendigorría (Navarra), se extienden sobre un altozano aterrazado que se asoma al río Arga. Esta 'civitas' era etapa en la vía entre Pompælo y Cæsaraugusta (Pamplona y Zaragoza), y centro de la tribu de los andelonenses. En origen un poblado de la Edad de Hierro, fue romanizado en el siglo I a C, y alcanzó su apogeo en el II d C. 
   Su avanzado desarrollo urbano queda testimoniado por su complejo sistema de abastecimiento de agua a la ciudad (que contaba con ninfeos, termas y un 'castellum aquæ' o cisterna de distribución de aguas). A dos kilómetros al oeste, puede aún verse, en medio de los campos, los restos de una gran presa de cien metros de largo y ocho contrafuertes, que retenía los caudales provenientes de dos barrancos. 
   Pero lo que más llama la atención es la presencia a medio kilómetro de un singular depósito regulador, de 85 x 35 m de extensión y una capacidad de más de 7.000 metros cúbicos, destinado a garantizar el suministro de agua en las épocas de estiaje. Su perímetro interno está reforzado con contrafuertes, y los muros y el pavimento estaban en su día cubiertos con un enlucido hidrófugo. Disponía de una escalinata de bajada al interior y una arqueta de salida de aguas ('emisarium'), con una tubería de plomo atravesando el muro para conducir el líquido a un recinto llamado 'cámara de llaves', con mecanismos que permitían la salida de agua a voluntad. Aún puede apreciarse un tramo de la acanaladura de piedra por donde discurría el agua rumbo al núcleo urbano de Andelos. 


 
4.2
Acueducto de Tarragona
 
Foto63 
   El acueducto de las Ferreras, llamado también Puente del Diablo, situado a unos 4 km de Tarragona capital, se conserva aún en pie con su doble rango de arcadas (11 arcos en el nivel inferior y 25 en el superior), que salvan una depresión en medio de los pinares del valle del Francolí. Formaba parte de la red de canalizaciones que conducían hasta la antigua Tarraco las aguas procedentes de los ríos Francolí y Gayá (Gaià).
   La fecha de su construcción es dudosa. Se cree puede datar de la época de Augusto, o de la primera mitad del siglo I d C, aunque fue restaurado en el siglo X (bajo Abderramán III) y en el XVIII. Alcanza una longitud de 217 m, y una altura máxima de 26 m. En su zona superior se ha preservado parte del revestimiento original del canal por donde circulaba el agua.


 
4.3
Acueducto de Segovia
 
Foto64 
   Construido durante el reinado de Trajano (s II d C), mide más de 800 metros de largo y consta de 128 arcos dispuestos a dos niveles. 
   Las arcadas se componen de potentes bloques de granito sin argamasa ni mortero, ornados con molduras a intervalos regulares, que le confieren una mayor esbeltez. Salvaba un valle entre dos colinas, alcanzando los 30 metros de altura. El tráfico de vehículos que circula a sus pies daña con las vibraciones su estructura, y a pesar de las recientes restauraciones, el acueducto es uno de los monumentos históricos más amenazados del mundo (según la World Monuments Fund). 


  
4.4
Acueducto de Mérida
 
Foto65 
   El acueducto de los Milagros en Mérida (antigua Emérita Augusta, en la actual provincia extremeña de Badajoz) es uno de los varios acueductos que proveían de agua a la ciudad salvando el valle del río Albarregas. Sus altos pilares de granito y ladrillo sostenían una arquería superpuesta a tres niveles por cuyo conducto superior corría el agua procedente del pantano de la Albuera. 
   Este pantano fue creado gracias a la presa romana de Proserpina (así llamada por una inscripción dedicada a la diosa del inframundo), una obra hidráulica de gran interés, cuyas aguas eran transportadas a la ciudad primero por acequias y luego por acueductos, siendo el de los Milagros el mejor conservado. Se calcula que data del siglo III d C. Mérida, capital de la provincia romana de Lusitania, estaba provista también de robustos puentes sobre el río Guadiana, y de una extensa red de cloacas bajo el tejido callejero de la ciudad. 
  

 
4.5
Acueducto de Lodosa
 
Foto66 
   Aunque está muy arruinado, es uno de los vestigios romanos más importantes de Navarra. Lo que vemos en la fotografía no es sino un pequeño tramo situado a orillas del Ebro, entre las localidades de Lodosa (Navarra) y Alcanadre (La Rioja), pero la longitud total del acueducto era de varios kilómetros, casi siempre de conducción subterránea. Probablemente se construyó para transportar agua desde los montes alaveses de Santa Cruz de Campezo hasta la próspera ciudad de Calagurris (Calahorra), cuna de los escritores latinos Quintiliano y Prudencio. 
  

 
4.6
Acueducto de Los Bañales
 
Foto67 
   En el término de Layana (Zaragoza) se pueden admirar las olvidadas ruinas romanas del despoblado de Los Bañales, en proceso de excavación, situado en la vía entre Pamplona y Huesca. Entre sus edificios públicos se contaban unas soberbias termas (reconstruidas y en buen estado de conservación) que eran abastecidas de agua por este acueducto, del que sólo quedan los pilares de piedra alineados por los campos, en un paraje bucólico y muy evocador. Cerca puede verse un monumento megalítico compuesto por dos altos menhires colocados enhiestos y paralelos como las jambas de una puerta para gigantes. Quedan también restos de viviendas con peristilo, varios tramos de la vía romana y, en las cercanías, el llamado Altar de los Moros, que es la única fachada que queda del mausoleo funerario de la familia Atilia (siglo II d C), un monumento ricamente decorado con pilastras, frontones y hornacinas con guirnaldas enmarcando los bustos de sus propietarios. 
  

  
4.7
Acueducto Zaghuan-Cartago
 
Foto68 
   El Templo de las Aguas de Zaghuan (Tunicia) es un majestuoso ninfeo o fuente pública que recogía y distribuía las abundantes aguas procedentes de los manantiales del escarpado monte Zaghuan. Fue construido en tiempos de Adriano (s II d C). Constaba de un amplio hemiciclo en piedra con doce nichos que albergaban estatuas de ninfas, dominando una cisterna bilobulada que almacenaba el agua antes de ser distribuida en acueductos. 
   El acueducto Zaghuan-Cartago canalizaba estas aguas a lo largo de más de cien kilómetros hasta la poderosa ciudad de Cartago. Levantado bajo Adriano y restaurado en el 203 d C por Septimio Severo, el acueducto fue destruido por los invasores vándalos en el 409. Reconstruido por Belisario, su conducción fue interrumpida con motivo del asedio de Cartago por los árabes en el 698. Una vez más fue puesto en funcionamiento por los fatimíes (s X d C), fue restaurado en el siglo XIII por El Mostancir, que le agregó varias derivaciones. 
  

  
4.8
Acueducto de Alinda
 
Foto69 
   Alinda es el nombre de una bella y poco conocida ciudad helenístico-romana, cuyas ruinas sin excavar duermen en un recóndito paraje de las estribaciones del monte Latmos, en la antigua Caria, hoy Turquía. La ciudad fue capital de la reina Ada (hija de Hekatomnos, sátrapa de Caria que fue padre de Mausolo, soberano de Halicarnaso célebre por su tumba, que dio nombre a todos los mausoleos), y sus monumentos, excepto el teatro y el acueducto (restaurados por los romanos), datan de los siglos IV y III a C. Aquí se alojó a Alejandro Magno en su campaña contra los persas. 
   Alinda posee dos acrópolis. En lo alto de una de ellas se pueden todavía ver seis cisternas excavadas en el suelo, algunas de las cuales siguen conservando sus techumbres. Sus aguas corrían por canales hasta alcanzar este acueducto, a contraterreno de la acrópolis, que salvaba el desnivel entre dos colinas. Conserva aún cuatro de sus arcos.
  

  
4.9
Acueducto de Ura
 
Foto70 
   En una desviación de la carretera a Uzuncaburç, al pie de unas escarpadas montañas rocosas pertenecientes a la antigua Cilicia (actual Turquía), duermen el sueño de los siglos las desconocidas ruinas de Ura, una ciudad romana y bizantina pendiente todavía de excavación. 
   Se pueden ver allí los restos de un ninfeo o fuente pública, que recibía las aguas del río Lamas, de un teatro, torres de vigía, tumbas y, atravesando el centro de la ciudad muerta, un soberbio acueducto romano, levantado en el siglo III d C, de 150 m de largo y 25 m de alto. 
  

  
4.10
Norias romanas en el río Orontes
 
Foto74 
   En el histórico río Orontes, que atraviesa los áridos pedregales del desierto sirio, y donde tuvo lugar la batalla de Kadesh entre los hititas y Ramses II, se pueden aún ver un conjunto de norias romanas de madera (restauradas por los árabes a lo largo de los siglos) que todavía cumplen sus funciones. La corriente del río las impulsa, y por medio de sus palas las aguas se elevan de nivel, siendo a continuación conducidas por acequias hasta los campos de labranza, para su riego. Éstas que vemos en la fotografía están en la ciudad de Hama (Siria). 
   Los árabes recogieron la tradición romana del regadío por norias, y todavía se conserva algún ejemplar en Andalucía, la antigua Al-Andalus (foto75). Recordemos de paso que 'noria' es palabra árabe. 
  

  
4.11
Puente de Hospital de Orbigo
 
Foto77 
   Entre los miles de puentes romanos o medievales que podríamos seleccionar para esta exposición, hemos escogido el monumental puente de Hospital de Orbigo (León), en el Camino de Santiago. 
   Aunque de probable origen romano, la fábrica actual del puente es del siglo XIII, combinando en sus ojos los arcos apuntados con los de medio punto. Este puente es célebre porque en él tuvo lugar el 'Paso Honroso'. El caballero leonés Suero de Quiñones se comprometió en el año jacobeo de 1434, con el consentimiento de Juan II de Castilla, a mantener un 'paso' o justas caballerescas, a fin de probar su leal devoción a la dama de sus pensamientos. Con nueve compañeros derrotó a sesenta y seis aventureros que intentaban ocupar este puente para interceptar el Camino de Santiago. La hazaña expandió sus ecos por toda Europa y entró en la literatura. 
  

  
4.12
Canal de Castilla
 
Foto78 
   Construido bajo el reinado de Carlos I de España y V de Alemania, esta faraónica obra conducía a través de Castilla la Vieja caudales de agua procedentes del norte de la provincia de Burgos hasta la ciudad de Valladolid, pasando por Palencia. Vemos en la foto el punto donde el Canal Real se cruza con el Camino de Santiago, cerca de Frómista. 
  

4.13
Fábrica de Armas de Orbaiceta
 
Foto79 
   El arroyo Txangoa, que al poco va a confluir con el Irati cerca de su cabecera, pasa bajo las ruinas de la Fábrica de Armas de Orbaiceta, al norte de Navarra. 
   Aprovechando los yacimientos de mineral de hierro de las cercanías, esta fábrica se construyó en el siglo XVIII bajo el mandato de Carlos III (y VI de Navarra), haciéndose cesión a la obra de los bosques de hayas de los montes circundantes para proveer de leña, y de los arroyos para refrigerar los hornos. Aquí se fabricaban cañones, pero su proximidad con la frontera francesa acarreó su pronta ocupación por las tropas de Napoleón, que aprovecharon la ferrería para armar a los propios ejércitos invasores. Posteriormente fue abandonada y cayó en la ruina. 
 
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TODAS LAS AGUAS SON
EL AGUA

Indice de textos
1. Todas las aguas 
Propiedades del agua 
2. Aguas de la Tierra 
2.1. El Diluvio, mito universal 
2.2. Aguas turbulentas 
2.3. Don del Nilo
  
2.4. Cuna de civilizaciones 
2.5. Aguas de Oriente 
2.6. Oasis de los desiertos 
2.7. Nadie se baña en el mismo río 
2.8. Arquitectos del agua 
2.9. Aguas en el Paraíso
  
2.10. El dios de la lluvia 
2.11. La vida secreta de las aguas 
2.12. El agua es Proteo 
3. Espejos de agua 
4. Arqueología del agua
  
Indices de fotos
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Todas las aguas

Aguas de la Tierra
Espejos de agua
Arqueología del agua
Agua de Valencia
  

  
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