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  LAS RUINAS DE PALMYRA
  Oasis de mármol y oro
Las ruinas de Palmyra


   Las extensas y bellísimas ruinas de la antaño próspera ciudad caravanera de Palmyra han despertado desde su redescubrimiento la inspiración de un buen número de artistas y escritores, que se han sentido cautivados por el romanticismo del paraje y por su extraordinario poder evocador.
   Un oasis de palmeras y columnas color oro en pleno desierto sirio, Palmyra constituye un perfecto símbolo de la fugacidad del poder y la riqueza, de la efímera hegemonía que llegó a gozar un reino que osó enfrentarse a Roma, y una muestra de los irreversibles estragos que el paso del tiempo ocasiona en urbes e imperios que se creían eternos.
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Indice de textos
01  Introducción 
02  Emplazamiento 
03  Breve historia 
04  Templo de Bel 
05  Arco de Triunfo 
06  Templo de Nebo 
07  Gran Columnata central 
08  Teatro
  
09  Agora
10  Patio de la Tarifa 
11  Cloacas 
12  Tetrapylon 
13  Templo Funerario 
14  Campamento de Diocleciano 
15  Plaza Oval 
16  Murallas
  
17  Templo de Baal-Shamin
18  Basílica cristiana 
19  Viviendas 
20  Torres-tumba 
21  Valle de las Tumbas 
22  Museo 
23  Castillo otomano 
Bibliografía
Indices de fotos
Indice 1   Templo de Bel. Gran Columnata
Indice 2   Gran Columnata. Templo de Nebo. Teatro. Agora
Indice 3   Patio de la Tarifa. Termas. Tetrapylon. Templo Funerario. Plaza Oval. Templo de Baal-Shamin
Indice 4   Viviendas. Valle de las Tumbas. Torres-tumba. Casas-tumba. Museo. Decoración
Indice 5   Decoración. Restos. Atardecer


  
01.  Introducción
  
  
   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...

                                                                             (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)




   Vi un oasis en medio del inhóspito desierto de Siria. Estaba formado por un bosque de columnas de mármol de color oro.
   Eran las ruinas de la que había sido en la antigüedad una opulenta ciudad de Oriente, que fue aniquilada por atreverse a desafiar al Imperio Romano.
   Vi los despojos olvidados de los otrora suntuosos edificios, avenidas, palacios y templos, invadidos por el polvo, los rastrojos y las sabandijas.
   Vi que por sus calles muertas ya sólo deambulaban pastores llevando a apacentar sus rebaños a los campos.
   Vi altas torres que no eran en realidad sino mausoleos de nobles familias.
   Vi a la reina Zenobia que, como su antecesora Cleopatra, plantó batalla al César.
   Vi las ruinas de Palmyra, símbolo de la fugacidad de las riquezas y los imperios que se creían eternos.

   
  
  
   El Conde de Volney, historiador y filósofo ilustrado francés (1757-1820), en su libro 'Las ruinas de Palmira', obra que tuvo gran influencia en la literatura gala del siglo XIX, supo describir con maestría la fascinación que ejerce en el viajero el hallazgo de los pétreos despojos de esta pequeña civilización que surgió de las arenas: 
 
   Llegué a la ciudad de Homs, a orillas del Orontes; y hallándome cerca de la de Palmira, situada en el desierto, quise conocer sus tan ponderados monumentos; y habiendo, después de tres días de camino por áridos yermos, atravesado un valle lleno de cavernas y sepulcros, al salir de él a deshora, vi en la llanura el más pasmoso espectáculo de ruinas: innumerable muchedumbre de soberbias columnas en pie, que como las calles de nuestras alamedas, se prolongaban hasta perderse de vista en simétricas hileras. Había entre estas columnas vastos edificios, enteros unos, otros medio caídos. Estaba sembrada por todas partes la tierra con estos destrozos, cornisas, capiteles, arquitrabes, zócalos y pilastras, todo de mármol blanco y de labor exquisita. Después de tres cuartos de hora de camino siguiendo estas ruinas entré en el recinto de un vasto edificio, que fue antiguamente un templo consagrado al Sol, y me hospedé en casa de unos labradores árabes que en el atrio mismo del templo han construido sus cabañas, resuelto a detenerme algunos días examinando despacio tantas hermosas obras. 
Las ruinas de Palmyra   Cada día salía a visitar algunos de los monumentos que cubren el llano; y una tarde que preocupado el ánimo con mis reflexiones hasta el valle de los sepulcros había llegado, trepé a las colinas que le rodean, desde donde domina la vista el conjunto de las ruinas y la inmensidad del desierto. 
   Acababa de ponerse el sol; estaba diáfano el cielo, sereno y sosegado el aire; la falleciente luz del día templaba el horror de las tinieblas; calmaba los fuegos de la abrasada tierra la naciente frescura de la noche; habían ya los pastores recogido sus camellos; no distinguían los ojos movimiento alguno en el parduzco y uniforme llano; reinaba en el desierto un profundo silencio, que de tiempo en tiempo interrumpían los lúgubres graznidos de pájaros nocturnos y chacales... Crecían las sombras, y ya sólo distinguían mis miradas con el crepúsculo los blanquecinos fantasmas de columnas y paredes... Infundían en mi ánimo cierto pavor religioso estas yermas soledades, esta apacible noche y esta majestuosa escena: el aspecto de una vasta ciudad desierta, la memoria de los pasados tiempos, la comparación del presente estado, todo enaltecía mi corazón. Sentéme sobre un trozo de columna, y, apoyando el codo en la rodilla, reclinando en la mano la cabeza, paseando la vista ora por el desierto, y ora clavándola en las ruinas, me entregué a una honda contemplación. 
   Aquí, decía yo, aquí floreció en otro tiempo una opulenta ciudad: éste fue el solar de un pujante imperio. Sí, estos lugares tan yermos ahora, un tiempo vivificaba su recinto una activa muchedumbre, y circulaba un numeroso gentío por estos hoy tan solitarios caminos. En estas paredes donde reina un mustio silencio, sin cesar resonaban el estrépito de las músicas y las voces de fiesta y alegría; formaban altivos palacios estos hacinados mármoles; ornaban la majestad de los templos estas derribadas columnas y estas caídas galerías. Aquí se veía la afluencia de un crecido pueblo, que para las respetables obligaciones de su religión, o para los interesantes negocios de su subsistencia se congregaba; aquí una industria generadora de placeres convocaba las riquezas de todos los climas; permutábase la púrpura de Tiro con las preciosas hebras de la Sérica, las blandas telas de Cachemira con los soberbios tapices de la Lidia; con las perlas y aromas de Arabia el ámbar del Báltico, y el oro de Ofir con el estaño de Tule. 
   Y ahora ¿qué ha quedado de esta poderosa ciudad? Un fúnebre esqueleto. ¿Qué de esta vasta dominación? Una oscura y vana memoria. A la estrepitosa concurrencia que bajo de estos pórticos acudía, ha seguido la soledad de la muerte. Al murmullo de las plazas públicas ha sucedido el silencio de los sepulcros. La opulencia de una ciudad comerciante se ha convertido en una asquerosa pobreza. Albergue de fieras son ya los reales palacios; establos de ganados los suntuosos templos, y morada de inmundos reptiles los santuarios de los dioses... ¡Ah! ¡Cómo está eclipsada tanta gloria! ... ¡Cómo se han aniquilado tantos afanes! ... ¡Cómo perecen las obras de los hombres! ... ¡Así los imperios y las naciones desaparecen! 
   (Conde de Volney. 'Las ruinas de Palmira') 

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02.  Emplazamiento
 
Las ruinas de Palmyra   En mitad del desierto de Siria, a más de 200 km a oriente de Damasco, a medio camino entre el río Orontes y el Eúfrates. 
   El autobús de Damasco a Palmyra suele dar un rodeo por la carretera de Homs, y antes de adentrarse en el desierto hace etapa en esta ciudad, la antigua Emesa, cuna del excéntrico emperador Heliogábalo. Los rojizos montes del Anti-Líbano sobresalen en un paisaje desértico de viejos y calcinados cerros, mordidos por barrancos, con tristes rastrojos por toda vegetación. Al cabo de varias horas, tras circunvalar una pedregosa colina, hace su aparición un inmenso bosque de columnas marmóreas de color dorado, destacando contra el fondo de intenso verde oscuro de otro bosque de palmeras, las que dieron su nombre a Palmyra, oasis y ciudad caravanera en medio del inhóspito desierto sirio. 
   Tadmor es el antiguo nombre arameo del oasis en que creció la ciudad bautizada como Palmyra por los romanos. Y es también el nombre con que conocen actualmente los sirios al lugar. La Biblia menciona, en textos escritos hacia el 200 d C, la existencia de un poblado de principios de la época helenística en este emplazamiento. 
   Una lápida en lo alto de una columna, en el punto donde la carretera atraviesa la muralla norte conectando las ruinas con el pueblo nuevo, informa al viajero que llega al lugar: 'Palmyra. The bride of the desert'. También hoy Tadmor cumple las funciones de etapa como antaño: oasis en el medio de la nada, por este enclave pasa y para el intenso tráfico entre Damasco y Deir ez-Zur, población a orillas del Eúfrates donde se ha encontrado petróleo recientemente. 

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03.  Breve historia
 
   Tadmor era un oasis habitado desde el neolítico. Las aguas subterráneas permitieron aquí el verdor y la vida, haciendo de Palmyra una isla de palmeras datileras rodeada en cualquier dirección por cientos de desolados kilómetros de piedras abrasadas por el sol. 
Las ruinas de Palmyra   Cuando Petra decayó, floreció Palmyra, a causa del desplazamiento de las rutas caravaneras hacia otros desiertos y otros oasis más al norte (ver en fotoAleph la colección Petra. El tesoro oculto en el desierto). Las caravanas traían mercancías de China e India, y la ruta marítima que recalaba en el golfo de Aqaba, haciendo escala en la capital nabatea para reposar de los rigores de la Arabia Pétrea antes de subir al Mediterráneo, a partir de la anexión de Trajano de esta zona al imperio romano se desvió por el golfo Pérsico. Los bajeles, entrando por la desembocadura del Tigris y el Eúfrates, remontaban el curso de este último río hasta Dura-Europos, en la actual Siria. De Dura, las caravanas cruzaban el desierto sirio rumbo a Damasco y Tiro, con parada y fonda en Palmyra, llamada entonces (y ahora) Tadmor. 
    Los siglos I, II y III d C vieron el apogeo de Palmyra, la novia del desierto. Los beduinos seminómadas que vivían en casas de adobe se convirtieron en acaudalados comerciantes, y éstos emplearon la riqueza que les reportó el tráfico entre Oriente y Occidente en erigir un templo y una ciudad, cuyos restos aún hoy cortan la respiración por su grandiosidad, belleza y lujo inusitados, al tiempo que crearon un cuerpo de soldados destinado a proteger la ruta comercial, fuente de sus ingresos. 
   El viajero Adriano fue uno de los emperadores que visitó Tadmor, cuya importancia estratégica a nadie se le escapaba: una bisagra entre el imperio romano y el imperio parto, justo en medio de las dos potencias hostiles. Palmyra no se casó con ninguna. Situada en el ojo del huracán, intercedió en esta guerra de los mundos, ora alineándose con uno, ora con otro y, cual si fuera una especie de puerto franco, comerció con las dos partes, cobrando sus buenas comisiones en el ir y venir del tráfico de mercancías y esclavos. En poco tiempo, Palmyra conquistó un papel clave en la economía de la región, y su relativa autonomía dentro de la provincia romana de Siria fue reforzándose hasta alcanzar el nivel de independencia de una poderosa ciudad-estado. 
   La curva de crecimiento de la prosperidad de Palmyra se disparó más allá de todo control, llegando a mediados del siglo III la ciudad-estado a competir en su arrogancia contra el mismísimo Imperio Romano, cuando la reina Zenobia llegó al poder como regente y declaró a su hijo Augustus, en claro desafío al César. Eso, acompañado de la invasión por parte del ejército palmyrense del Bajo Egipto y de Asia Menor, fue más de lo que el emperador de Roma, a la sazón Aureliano, pudo soportar. Pero conviene aquí consignar los antecedentes del conflicto, pues añaden interesantes datos sobre la protagonista. 
  
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La reina Zenobia
 
   Quizá sea imposible discernir lo que hay de verdad o de leyenda en torno a la figura mítica de Bat Zabbai, más conocida por Zenobia, pero se asegura que estuvo detrás de la oscura muerte de su marido el rey Odenato –monarca aliado de Roma, que gozaba de un prestigio de héroe y del cargo honorífico de 'Restitutor totius Orientis', desde que rescató al emperador Valeriano de manos de sus enemigos los persas sasánidas, que lo habían capturado en Edesa (actual Urfa, Turquía)–, maniobrando para transferir la corona a su segundo hijo Wallabato, un menor, y así manejar los hilos del reino desde la sombra materna. La reina Hatshepsut, de la XVIII dinastía egipcia, sería un ilustre precedente, dieciocho siglos antes, de tal forma de llegar una mujer al trono. Pero Zenobia se consideraba descendiente de otra reina del Nilo: Cleopatra, cuya historia no había hecho sino crecer y adornarse en el imaginario colectivo de las gentes que vivían en Oriente Próximo trescientos años más tarde. Los paralelismos de la viuda de Las ruinas de PalmyraOdenato con la viuda de Julio César, y amante hasta la muerte de Marco Antonio, abundan, y hacen pensar que Zenobia se tomó en serio lo de tener de modelo de inspiración a su 'antepasada'. Se la describe como una mujer de una belleza exótica. Los únicos retratos que quedan de la aguerrida reina regente de Palmyra son efigies –de prominente nariz y tocadas con curiosa corona– en monedas, al igual que ocurre con su predecesora ptolemaica. Tanto Zenobia como Cleopatra tuvieron en vilo a Roma entera con todos sus senadores, tanto una como otra se lanzaron a plantarles batalla, y ambas fueron aniquiladas por la osadía de desafiar al más poderoso imperio del mundo. 
   José Luis Sampedro pinta a Zenobia en su novela 'La vieja sirena' como una fémina astuta, de penetrante mirada y personalidad absorbente, que visita Alejandría para escudriñar mejor a sus mandatarios al tiempo que maquina la invasión de la capital. 
  
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   Tres meses duró el apañado imperio de Palmyra, forjado por la ambición suicida de la monarca. La reacción de Roma no se hizo esperar y Aureliano mandó inmediatamente las legiones rumbo a Tadmor, a cortar de raíz la insurrección. Tras una batalla a orillas del Orontes y otra en Emesa / Homs, el emperador hizo retroceder al ejército palmyrense hasta su ciudad. Fue herido por los beduinos del desierto, y tras ello ofreció a Zenobia un trato de capitulación: 
 
   Aureliano, emperador del mundo romano y reconquistador del Orontes, a Zenobia y sus aliados. Tendríais que haber hecho espontáneamente lo que yo os ordeno por escrito. Os impongo la rendición, perdonándoos la vida, a condición de que tú, Zenobia, aceptes vivir con tus hijos donde yo te lo ordene, de acuerdo con el parecer del senado. Entregad al senado romano las gemas, la plata, el oro, las sedas, los caballos y los camellos que poseéis. Los habitantes de Palmyra conservarán sus derechos.
 
   (Carta recogida en 'Historia Augusta' XXVI, 26-27). Respuesta de Zenobia: 
 
   Zenobia, reina de Oriente, a Aureliano Augusto. Jamás nadie ha osado hacerme las propuestas que tú me has enviado por escrito. En la guerra, lo que se quiere obtener hay que ganarlo con el valor. Me exiges la rendición, como si no supiera que la reina Cleopatra prefirió morir antes que vivir humillada. No me falta ciertamente la ayuda de los persas, que ya se acercan; los sarracenos y los armenios están de nuestra parte; los bandoleros sirios ya han derrotado a tu ejército. ¿Qué ocurrirá, Aureliano, si se unen todos los refuerzos que esperamos de todas partes? Tendrás que deponer la arrogancia que ahora te hace exigir mi rendición, como si ya hubieras vencido en toda regla.
Las ruinas de Palmyra 
   Tras recibir la desafiante misiva, Aureliano decidió redoblar sus esfuerzos en el aplastamiento de la rebelión palmyrense. Las tribus del desierto fueron sobornadas; los refuerzos persas fueron neutralizados por los romanos. Las legiones avanzaron sobre Palmyra. Los palmyrenses optaron por resistir, e improvisaron a toda velocidad una muralla que rodeara la parte central de la urbe, a base de arramblar con todo sillar o fuste que se pusiera a mano, e integrar en el muro, a modo de bastiones, los edificios públicos, torres-tumba y otras construcciones con que se tropezaran en su trazado. 
   En el fragor de la contienda, la reina Zenobia aprovechó la ocasión para hacer lo mismo que hizo Cleopatra en la batalla de Actium: huir. Se montó en su dromedario y partió rumbo a oriente, a buscar refugio entre los sasánidas. Fue atrapada al cruzar el Eúfrates. 
   Hay varias versiones de lo que sucedió después con la reina, y su muerte ha quedado en las páginas de la Historia tan envuelta en el misterio como la de su marido. Una, que fue ejecutada, junto a su consejero Cassius Longinus y otros altos dignatarios de Palmyra. Otra, que fue trasladada a Roma, encadenada con cadenas de oro, y murió por el camino. La más aceptada, que llegó a Roma y desfiló como cautiva en la marcha triunfal conmemorando la victoria romana, y más tarde se la recluyó en una villa de Tibur (actual Tívoli) con una pensión para su mantenimiento. ¿Arresto domiciliario o exilio dorado? 
   Los palmyrenses cometieron otro error: pasar a cuchillo a la guarnición romana que había dejado en Palmyra Aureliano. Como parecía ser que les costaba asimilar la lección, el emperador les hizo una segunda visita más pedagógica, donde la larga mano de Roma dejó sentir toda su contundencia de una forma que quería ser definitiva. El ejército arrasó a sangre y fuego lo que quedaba de la ciudad. Esto fue en el 272 y Palmyra ya nunca más pudo recuperarse. Ciertas partes fueron reconstruidas por Diocleciano. Luego siguió el mismo proceso que otras ciudades clásicas de Próximo Oriente: se cristianizó (hubo un obispo de Palmyra en el concilio de Nicea), pasó a formar parte del imperio bizantino, y por fin se islamizó, pero su decadencia era imparable. Un terremoto en el siglo XI la terminó de destruir. 

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04.  Templo de Bel
 
   Bajo el límpido azul del cielo de Palmyra, contrasta el cálido color tostado de los centenares de columnas que aún quedan en pie –y de esto va a hacer ya dos mil años– de la otrora opulenta ciudad (foto01). Empezamos la visita por el santuario más importante de Palmyra: el Templo de Bel (foto02), mandado construir por Tiberio en el 19 d C para conmemorar y al mismo tiempo afianzar la anexión de Palmyra al Imperio romano. Los arquitectos que lo diseñaron provenían probablemente de la gran ciudad de Antioquía. 
Las ruinas de Palmyra   El Templo de Bel anonada al visitante por la grandiosidad de su arquitectura y el refinamiento de su escultura y decoración. Estamos en terreno santo, hemos allanado el hogar de los dioses; no es éste lugar a la medida de pobres mortales.
   La mera existencia del templo es ya de por sí un milagro. Antes de que se erigiera esta prodigiosa obra arquitectónica, no había aquí nada: cuatro cabañas a la sombra de un palmeral. El templo de Bel es un hito fundacional, una cumbre artística surgida del vacío y sin precedentes en esta zona de Oriente. Y de él descendió toda Palmyra, de él aprendieron el canon todos sus artífices; de sus dimensiones hercúleas derivó el sentido de la magnificencia que aplicaron los palmyrenses a los sucesivos trazados de la urbe; la frondosidad abarrocada del follaje en pilastras y cenefas, las viñas y piñas de sus frisos (foto46), las hojas de acanto de sus capiteles, treparon por los muros y los desbordaron, sembrando el gusto por la ornamentación vegetal (que hace honor al nombre de 'Palmyra'), afiligranada y siempre imaginativa, que impregna todos los rincones de la ciudad. Una obra maestra, en el sentido literal de la expresión. De la nada se saltó a la cima, pues ningún otro monumento de Palmyra igualó a este gigante primigenio del siglo I, iniciado en el 19 d C y consagrado en el 32 d C. 
   (No muy lejos de aquí se había dado trescientos años antes un caso semejante: en Petra, cuyo templo rupestre conocido como 'Jazneh' o 'el Tesoro', el que deslumbra al viajero nada más atravesar el desfiladero del Siq, fue cronológicamente la primera gran obra pública de la ciudad nabatea y también la primera en cuanto a calidad artística, que marcó las pautas para todas las edificaciones posteriores talladas y construidas en la 'ciudad rosada y roja'. Ver en fotoAleph la exposición Petra. El tesoro oculto en el desierto). 
   Este inmenso recinto sagrado de forma cuadrada albergó hasta principios del siglo XX la casi totalidad del pueblo de Tadmor, cuando, olvidados con el correr de los siglos los esplendores de la rica Palmyra clásica, la población ya sólo se componía de tribus beduinas alojadas en casas de adobe que tejían una intrincada medina árabe, apuntalada por los recios muros y fustes del gigantesco templo pagano; era un oasis de columnas corintias de piedra despuntando por encima de un laberinto de barro que, si bien nunca pudo alcanzar las alturas del edificio original, se apoyó en su solidez, se acomodó a sus huecos y se ramificó por sus recovecos. En 1929 el dédalo beduino fue desmantelado, y sus habitantes mudados por decreto al actual pueblo nuevo de Tadmor (urbanización de cemento, con un trazado ortogonal que sería la antítesis del laberinto). Y hoy, el espacio despejado del recinto sacro o temenos deja ver la grandeza de los muros que forman el descomunal cuadrilátero, la elegancia de los pórticos columnados que lo enmarcan (foto03), y, no en el centro del cuadrado, sino algo desplazado, el santuario propiamente dicho. 
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   Este santuario (foto05) es un caso único en la arquitectura clásica, por diversos motivos. A primera vista parecería el habitual templo períptero, con un pórtico de columnas rodeando el perímetro exterior de la cella, pero, al fijarse uno en el detalle, los elementos insólitos saltan por doquier. Para empezar, la puerta está en un muro lateral, y tampoco centrada, sino abierta asimétricamente, lo que contraviene las normas arquitectónicas clásicas de su tiempo (imperaba Tiberio, el sucesor de Augusto). La decoración escultórica de algunas pilastras interiores recuerda de alguna manera al estilo ptolemaico de la arquitectura egipcia de esa época. Al entrar por un lateral, ¿dónde debería estar el sancta-sanctorum, a la derecha o a la izquierda? Respuesta: a los dos lados, pues hay dos adyton en lugar de uno, dedicados a sendos dioses, Yarhibol y Aglibol, divinidades solar y lunar, ambos hijos del gran dios Bel; se trata de una triada de origen mesopotámico. Y de hecho, el mismo templo se superpone al exacto emplazamiento de un lugar de culto babilónico anterior, lo que explicaría la rareza de su distribución, forzada por la necesidad de mantener los altares en los mismos puntos que ocupaban antes. Algo parecido ocurre con el vecino templo de Nebo y, en la misma Damasco, con el emplazamiento de la Gran Mezquita Omeya dentro del templo romano de Júpiter, levantado éste a su vez sobre un anterior santuario de Hadad. 
Las ruinas de Palmyra   Hay que tumbarse por tierra para poder ver a duras penas algunos frisos tallados debajo de unas enormes vigas monolíticas de mármol, que antaño unían el pórtico con la cella al tiempo que sostenían su parte de la techumbre, y hoy están recolocadas a pocos centímetros del suelo, vigas que en sus caras verticales despliegan unos interesantes bajorrelieves, con el dios local de la Luna Aglibol, camellos, palmeras datileras, frisos de parras henchidas de uvas, y, ejemplar único, tres mujeres (foto07) que participan en una procesión donde se transporta un betilo en camello, y que portan túnicas que les cubren completamente la cara: prueba material de que la costumbre del velo femenino tiene en Oriente Próximo un origen preislámico.
   Los dos adyton del interior de la cella son también piezas únicas. Son dos cámaras enfrentadas en los lados opuestos, elevadas a cierta altura, y enmarcadas por una extraña decoración, de elementos clásicos mezclados con fantasías orientales, y pilares adosados provistos de capiteles de hojas carnosas claramente derivados del Egipto de tiempo de los Ptolomeos. Pero lo más extraordinario son los techos de las cámaras, ambos monolíticos, cubriendo la totalidad de cada estancia. El del lado norte está tallado formando una falsa bóveda semiesférica, dividida en casetones con los retratos de los dioses olímpicos (en el centro, Zeus, asimilado a Bel), y rodeada de una banda circular con relieves de los doce signos del Zodiaco. El techo de la cámara sur (foto06), ennegrecido por los humos, no es menos lujoso en su decoración esculpida, con un juego de círculos y octógonos combinado con motivos florales, abundando las hojas de acanto y –otra vez el toque egipcio– de loto. Su diseño fue muy admirado por los arquitectos ingleses neoclásicos cuando, a mediados del XVIII, fueron publicadas las láminas de grabados de Wood y Dawkins. 
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   La edición de 'The ruins of Palmyra' conmocionó a la Inglaterra de hacia 1750 y dio un gran impulso al movimiento neoclásico. Robert Wood y James Dawkins, con ayuda de los dibujos del arquitecto italiano Giovanni Battista Borra, reprodujeron en su aventurada estancia de quince días en Palmyra vistas generales y detalles arquitectónicos y ornamentales de sus ruinas, y las editaron en un libro de grabados que despertó la inspiración de los arquitectos por su visión romántica y exótica del arte clásico. Los dibujos son soberbios, tanto por la técnica con que están plasmados los detalles decorativos, como por el aura romántica que desprenden los paisajes y vistas generales, animados con figuras de jinetes beduinos al galope blandiendo lanzas o de saqueadores de tumbas. Si se tiene en cuenta que los autores sólo permanecieron dos semanas en el lugar para tomar apuntes y medidas, hay que reconocerles doble mérito (aunque puedan detectarse algunos detalles discrepantes de la realidad, como por ejemplo la cenefa circular de la roseta central  en el techo que cubre el adyton sur del templo de Bel, que, compuesta de hojas de acanto y loto alternas, en el grabado correspondiente sólo muestra acantos), aunque su verdadera importancia resida en el fuerte empuje que ejercieron sus dibujos sobre la transición de las artes europeas del barroco al clasicismo helenizante. 
    Rizados ya todos los rizos del barroco hasta su agotamiento por exceso, un soplo de aire venido del Levante refrescó ideas. Los ojos se tornaron hacia Oriente y las musas helénicas volvieron por sus fueros a restablecer el roto equilibrio. El neoclasicismo revalorizó el austero sentido de la belleza griega, humana e idealizada al tiempo, obediente a los cánones áureos, serena. Los frisos de Palmyra nada tendrían que envidiar en exuberancia y perfección técnica a los delirios decorativos del arte barroco, pero aquí se ceñían a las leyes estéticas de una edad de oro en la que primaba la composición, la línea recta y el arco de medio punto, a la búsqueda de la proporción ideal. Las guirnaldas, grecas y Las ruinas de Palmyraperifollos se compensaban con calculados espacios vacíos; todo ornamento se restringía a su justo punto y su justa medida, sin entorpecer nunca el efecto de conjunto. Fue así como romanticismo y clasicismo entraron en Europa agarrados de la mano, heraldos prematuros del siglo de las luces, y la avanzadilla estuvo formada por británicos de la casta de los aventureros. Hoy pueden verse en diversos palacios de Gran Bretaña techos de salones neoclásicos que reproducen el diseño dos veces milenario del monolito meridional del templo de Bel. 
  
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   El exterior de la cella ofrece otras curiosidades: el arquitrabe del lado Este parece como volado sobre columnas torcidas, dando la sensación de que todo se va a derrumbar por la fuerza gravitatoria en cualquier momento. En el muro sur hay columnas adosadas de orden jónico –las únicas en Palmyra–, pero las columnas corintias que se mantienen en pie, del pórtico que rodea al cuerpo central, están desprovistas de capiteles, y ostentan en su lugar cilindros lisos, como muñones, desnudos de acantos, que sostienen el entablamento; ocurre que en su tiempo fueron capiteles hechos en bronce (es fácil imaginarse su soberbio tamaño y lo opulento de sus formas), y ello forjó su perdición, pues en épocas posteriores se saquearon, para otros usos, todas las partes metálicas que podían encontrarse en los monumentos antiguos, y esto incluía no sólo los capiteles, sino las cinchas de plomo que sujetaban los sillares entre sí, lo que explica los agujeros que pueden verse perforando todos los muros con el fin de extraer el metal. 
Las ruinas de Palmyra   La cornisa del edificio central está coronada con una fila de extraños remates escalonados, a modo de almenas (foto05), parecidos al elemento arquitectónico –de origen asirio, y usado también por los persas aqueménidas– que en Petra llaman 'escalerillas de cuervo' (ver foto en la exposición Petra) y que tendrían una simbología solar: evocarían el recorrido del astro-rey, que asciende desde el alba, alcanza su cénit al mediodía y desciende por el otro lado hacia el ocaso. Este elemento decorativo no es sino una reconstrucción especulativa, basada en una hipótesis discutida por algunos estudiosos, pero su efecto es muy orientalizante. Más segura era la existencia de cuatro acróteras en las esquinas, pues al menos sus trozos han sido recompuestos y pueden contemplarse en el suelo; la recargada complejidad de su diseño para nada recuerda al arte griego o romano, es puramente oriental. 
   Es muy digna de admiración la calidad de la talla, el virtuosismo escultórico de las hojas de acanto que dan forma a los inmensos capiteles corintios (foto04) de las columnatas que rodean el anchísimo recinto. Su trabajo de calado parece de orfebres, se puede ver el cielo a través de los intersticios que se abren entre las hojas, y esto confiere a los capiteles una delicadeza y una fragilidad que hace sorprendente el hecho de que en los veinte siglos transcurridos aún se mantengan intactos.
  
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   En la ancha explanada que encuadra el temenos hay desperdigados centenares de tambores de fustes corintios, cual si hubieran sido cortados en rodajas, cuyo colosal tamaño puede apreciarse mejor aquí que en las mismas columnas, al poder medir con el propio cuerpo el diámetro de sus secciones. En medio, raíles de tren amontonados y herrumbrosos, que sirvieron hace años para trasladar los enormes bloques pétreos en las obras de reconstrucción del templo. Muchos de estos tambores de columna han sido reutilizados a modo de sillares para elevar muros defensivos, en sustitución de los caídos, en la época medieval, cuando el templo de Bel fue convertido en fortaleza por un tal Abdul Hassan Yusuf ibn Fairuz. Otro vestigio de este castillo es el recio machón defensivo que, a modo de ciudadela, ocupa el lugar donde estuvieron antaño los propileos, o sea, el gran portal de entrada principal al complejo: encastrados en sus paredes pueden divisarse unas celosías inconfundiblemente musulmanas, una lápida con una inscripción en árabe que data el desaguisado (1132-33), y unas nada islámicas estatuas de Hércules y Mercurio, que rompen la austeridad del conjunto. 
   Rodear el exterior del Templo de Bel es una buena forma de apreciar en toda su magnitud las titánicas dimensiones del santuario. Algunos paños de muro se mantienen intactos sobre su enorme plinto, pero otros, hundidos por las vicisitudes de dos milenios, están descuidadamente reconstruidos en épocas medievales, por el expeditivo procedimiento de apilar en hiladas los tambores de las columnas corintias del pórtico interno del recinto, puestos de canto. Otros paños del muro exhiben incrustados nichos con frontón, que no ocupan su lugar original, sino que han sido colocados a conveniencia de los reconstructores, sin tener para nada en cuenta el esmerado juego de proporciones que guardaban ventanas y nichos entre sí en el edificio original.
  
   Entre la parte trasera del templo y la zona cultivada del oasis, pueden verse los basamentos de diversas casas patricias, que siguen el esquema constructivo de peristilo en torno a patio central, los suelos hermosamente pavimentados con losas de mármol blanco. En el oasis se cultivan olivos, palmeras datileras y granados, en huertos cercados de muros de adobe entre los que discurren y se ramifican los caminos de acceso. Hay más restos de ruinas clásicas por entre los cultivos, apilados y semiocultos bajo montones de tierra: fustes, sillares, capiteles de hojas de acanto, esquinas de basamentos emergiendo entre los escombros. 
   Desde el gran portal de entrada al Templo de Bel parte oblícuamente una calle columnada que conduce al Arco de Triunfo.
  
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05.  Arco de Triunfo
 
Las ruinas de Palmyra   El Arco de Triunfo de Palmyra (foto08) es único en el mundo romano, pródigo en ellos, pues comprende dos arcos en uno, formando ambos entre sí un ángulo de 30 grados (foto10). Las razones de tan curiosa disposición residen en que ambos arcos de triunfo, de tres vanos cada uno, sirven de conexión entre dos tramos de avenidas columnadas que forman un ángulo. Y las avenidas hacen ángulo precisamente para salvar un templo anterior, esquivando mediante un codo el recinto del santuario de Nebo-Apolo, cuyo culto se remontaba una vez más a la época preclásica de Tadmor.
   El resultado arquitectónico es una estructura de planta angular sumamente curiosa. Por no hablar de la decoración de bajorrelieve vegetal (foto09) que cubre, con ponderado equilibrio entre vanos y rellenos, las paredes externas e internas de la construcción, en una simbiosis entre las áureas proporciones helenísticas y los motivos decorativos de las telas de seda traídas en caravanas de la lejana China, de los que se pueden ver ejemplares en pequeños fragmentos hallados en tumbas y conservados en el museo.
   Una gran dovela del arco central lleva años a punto de caerse. Colgando como de un hilo, es sujetada en sus bordes por la débil pinza de sus dovelas contiguas, en el más precario de los equilibrios, cual espada de Damocles que amenazara a los visitantes al franquear la entrada a Tadmor. 

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06.  Templo de Nebo
 
   A tiro de piedra está el templo de Nebo-Apolo, cuya doble advocación delata una vez más el sincretismo de cultos asiáticos y egeos que se da en toda Palmyra, y cuyo emplazamiento inamovible obligó a que la principal avenida de la ciudad diera un pronunciado quiebro para esquivarlo. Nebo, según la ortografía bíblica, o Nabu, fue un dios mayor de la teogonía babilónica y asiria, por lo menos desde el siglo X a C. Era, como Thoth en Egipto, el dios de la escritura y de la cultura, y se le simbolizaba con la tablilla de arcilla o el cálamo. Era hijo del gran dios Marduk, de Babilonia, como Apolo era hijo de Zeus, y su nombre se halla asociado a muchos monarcas neobabilónicos (caldeos), como Nabopolasar, Nabucodonosor o Nabónido. 
   Los condicionantes urbanísticos del emplazamiento asignan al templo un temenos de forma trapezoidal, pero la cella en sí es perfectamente rectangular, de tipo períptero, aunque no conserve en su lugar sino las basas de las columnas sobre un podio de gran calidad de sillar (foto20). Todos los tambores de las columnas están desperdigados en derredor. Los capiteles han sido recolocados sobre las basas; la mayoría son corintios, algunos están inacabados. 

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07.  Gran avenida columnada central
 
   La Calle Columnada puede que sea el rasgo más característico de Palmyra, su principal seña de identidad. Esta espina dorsal de Tadmor (una columna vertebral con columnas por vértebras), abrumadora en su longitud pero armoniosa en la equilibrada proporción de sus innúmeros Las ruinas de Palmyrafustes, puede evocar a otras avenidas flanqueadas de pilares, como las de las cercanas Apamea en el Orontes (Siria) o Gerasa (Jerash, Jordania), pero a todas supera en majestuosidad y belleza, con el añadido de sus juegos de colores al alba y al ocaso, cuando la dorada tersura de sus mármoles se tornasola en todos los matices entre el rojo y el oro. 
   No es rectilínea, sino quebrada, y pueden distinguirse en su recorrido tres tramos diferenciados: el primero, del templo de Bel al Arco de Triunfo forma un ángulo pronunciado con el segundo trecho, que une, sosteniendo un prolongado arquitrabe, el arco con el Tetrapylon, pasando por la trasera del Teatro (foto19). Más allá la calle da otro quiebro y enfila derecha al Templo Funerario, siendo este segmento el más largo (foto18). Las columnas se mantienen en pie desde la antigüedad, con muy pocas relevantadas, y todas poseen una característica insólita en el mundo clásico: la consola o peana a media altura del fuste, un elemento arquitectónico que no se ve en otros parajes fuera de Siria (fotos 11 y 12). Es la marca de fábrica de Palmyra. Estas peanas, prismáticas, con inscripciones en griego y arameo, sostenían en sus tiempos estatuas de dignatarios palmyrenses, nobles, personajes influyentes, ciudadanos de prosapia, mercaderes enriquecidos con el tráfico de caravanas. A los habitantes de Tadmor no les dolían prendas en ensalzar a aquéllos entre los suyos que destacaban en las artes del comercio. Lo que era bueno para los comerciantes era bueno para Palmyra, pues el efecto de sus actividades repercutía en la prosperidad de la ciudad. Y es así que se les recompensaba con la gloria, reservándoles un puesto entre los grandes, un lugar bien visible en las alturas dominadoras de las multitudes que paseaban por la avenida central, con sus esculturas a tamaño natural en pie cada una sobre su sostén entre tierra y cielo, alineadas para formar un batallón de próceres. 
   
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   El tramo central de la columnata es atravesado por un camino por el que circulan carros tirados por asnos, que cruzan las ruinas en busca de un atajo entre las carreteras asfaltadas. Puede vérseles periódicamente, en una estampa que no es de este siglo, pasando bajo los arcos que rompen la uniformidad de los alineamientos columnares (foto13)
   También rompe la linealidad de la columnata la fachada de las Termas de Diocleciano, denominadas erróneamente como 'Baños de Zenobia', construidas poco después de la destrucción de la ciudad rebelde, en tiempos del último césar romano poderoso en medio de la decadencia del imperio (fines del s. III, principios del IV), que también erigió célebres termas en Roma, reconvertidas éstas en iglesia por Miguel Ángel Buonarroti. Las de Palmyra invaden con su pórtico de magníficos fustes monolíticos en granito rojo la calzada de la calle columnada, sobresaliendo ligeramente de la línea recta de pilares (foto26). Se pueden apreciar varias estancias con suelos enlosados en mármol, en torno a la típica piscina central. Una puerta aún en pie tiene las jambas y dintel tan degradados por el tiempo que semeja una especie de dolmen (foto27). Un poco más adelante, la calle columnada se amplía lateralmente con una exedra de forma redonda (foto14) y muy elegante ornamentación (frisos con labor de escamas, medallones con retratos), que afirman son los restos de un Ninfeo o fuente pública. 

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08.  Teatro
   
Las ruinas de Palmyra   El teatro de Palmyra está muy reconstruido, habilitado para hacer representaciones de bailes folclóricos y otros espectáculos de temporada. El interior está cuidadosamente restaurado, la escena con columnas y nichos relevantados en dos pisos, pero con los elementos originales (foto22); y la cavea con bellas gradas de mármol (foto21), cortadas a intervalos regulares por pasillos de tránsito, y separadas de la orquesta por una barrera de delgadas losas verticales, a modo de plaza de toros (foto23). Antiguamente el teatro era mucho más alto y de más capacidad, pero sus proporciones actuales han quedado reducidas a una escala más humana y recogida, como si fuera un odeón. 

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09.  Ágora
 
   El Ágora, la extensa y céntrica plaza donde se celebraban las reuniones cívicas, está rodeada de un pórtico del que se preservan casi todas las columnas en distintos estados de deterioro: unas completas, otras hasta media altura o al nivel de basas (foto24). El rectángulo de fustes está enmarcado por muros muy altos provistos de suntuosas ventanas, todas ellas rematadas con elaborados frontones triangulares. Se entra al claustro por varias puertas monumentales, compuestas de jambas de una sola pieza que sostienen inmensos dinteles. 
   Por una esquina se accede a una estancia adyacente, que llaman la Sala de Banquetes. Sus paredes están recorridas a cierta altura por una magnífica greca en relieve, del más perfecto acabado (foto28)

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10.  Patio de la Tarifa
 
   También contiguo, al otro lado del muro este del Ágora, se encuentra el denominado Patio de la Tarifa. Una de las paredes que lo encuadraban yace enteramente derribada hacia un lado, pero con todos sus sillares –paralelepípedos de piedra de varias toneladas cada uno– guardando su posición relativa, en un amontonamiento escalonado, de forma que podría recomponerse su verticalidad ahora mismo, con ayuda de alguna buena grúa (foto25)
Las ruinas de Palmyra   La 'Tarifa' en cuestión es una gran estela monolítica de 4,80 m de largo por 1,75 de alto, que estaba en este lugar pero se llevaron los arqueólogos rusos de principios del siglo XX a San Petersburgo. Datada en el año 137 d C, contiene una inscripción bilingüe (palmyrense/griego) que especifica las nuevas leyes e impuestos a aplicar al tráfico caravanero a su paso (poco menos que obligatorio) por el oasis. Fija en denarios las comisiones a cobrar por el fisco de Palmyra con cada compra-venta de esclavos, púrpura, sal, perfumes, estatuas y otras mercancías, así como el precio del agua (que era la partida más exorbitante, debido al gran número de dromedarios y camellos –a veces más de un millar– de que constaba una caravana bien organizada). La Tarifa, verdadera piedra de toque de la prosperidad comercial de Palmyra, no se olvida de regular hasta la prostitución: 
 
   'Cláusula XI   Prostitutas 
   También, los publicanos recaudarán de las prostitutas, de la que cobra 1 denario recaudará 1 denario, de la que cobra 8 ases recaudará 8 ases y de la que cobra 6 ases, 6 ases etcétera'. 
   Browning, Iain ('Palmyra'). 

   El autor apostilla: 
   'Éste era probablemente un impuesto mensual basado en el principio romano establecido por Calígula (37-41 d C), por el que el impuesto mensual exigido a una prostituta era la misma suma que cobraba por un acto'. 

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11.  Cloacas
 
    Un par de profundos agujeros en el suelo de la calle columnada, cerca de donde ésta se ensancha por un lado formando una exedra curva, son en realidad pozos, o más exactamente respiraderos, de las antiguas cloacas de la ciudad. Se componen de una red de galerías subterráneas, estrechas pero firmemente construidas, con losas planas en el techo haciendo falsa bóveda y sendos zócalos en las paredes de buen sillar. Los túneles son largos, aunque medio taponados por desprendimientos y derrumbes. Hacen curvas, tuercen y se ramifican, rodean el Tetrapylon y enfilan a lo largo de la calle columnada. 

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12.  Tetrapylon
 
Las ruinas de Palmyra   El Tetrapylon marca el punto clave donde confluyen en un ángulo casi recto las dos principales avenidas de Palmyra (foto29). Se compone de cuatro pabellones, cada uno formado a su vez por cuatro enormes columnas de fuste monolítico en granito rosa elevadas sobre un alto podio, conteniendo en su interior un pedestal con una estatua. Es el centro de gravedad de Tadmor, y se divisa desde cualquier punto de las ruinas, como un mojón de referencia. Está muy reconstruido: de hecho sólo una columna de las dieciséis es auténtica. Las restantes están reproducidas en cemento, convenientemente coloreado.
  
   Próxima al Tetrapylon hay una estructura interesante. Se trata de un edificio de patio con peristilo, al modo de las mansiones privadas, del que sólo queda el suelo central cuadrangular, bien embaldosado, y una galería porticada en uno de sus lados (foto36). Nadie sabe qué función tenía, pero llama la atención por sus columnas, cuyos fustes, que aún sostienen parte del entablamento, exhiben un diseño con dos tipos de estrías distinto al de las mil restantes columnas de la ciudad, y sobre todo por sus insólitas peanas, también sin par en todo Tadmor, que tienen la forma de pequeñas pirámides escalonadas invertidas. 

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13.  Templo Funerario
 
Las ruinas de Palmyra   El Templo Funerario (foto30), reconstruido en parte, conserva en pie la fachada columnada con su pedimento, a la que se accede por una escalinata. Dos pilastras están realzadas de arriba abajo por exquisitas franjas corridas de zarcillos de vid entrelazados, en la línea de exuberancia decorativa que hizo famosa a Palmyra entre los arquitectos neoclásicos ingleses, como un delirante ejemplo de helenismo cuasi-barroco de pura raigambre oriental. Este templo, dedicado al culto de los muertos, tuvo también pilas de sarcófagos adosados a sus paredes interiores, y conserva aún, detalle insólito, una cripta, con un espacio central delimitado por cuatro columnas, de enigmático cometido. 
   El segmento de calle columnada que desemboca en este templo está aún sin excavar, o sólo en parte, ocultándose las basas de las columnas a un metro bajo tierra. Su accidentado trazado, entre baches y montículos, está salpicado de tambores de columnas, fustes carcomidos por la intemperie y toda clase de piezas de mármol tallado, desparramadas en un caos sin posible retorno (foto52)

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14.  Campamento de Diocleciano
 
   El Campamento de Diocleciano, también conocido, aunque con poco fundamento, como 'Palacio de Zenobia', era un acuartelamiento de soldados romanos, y está formado por un complejo de ruinas situado a media ladera de la colina que cierra la gran calle columnada por su extremo oeste, al que se accede por una amplia escalinata antigua, degradada casi al estado de rampa, pero todavía imponente (foto31). Un gran fuste monolítico en mármol dorado descansa caído sobre las gradas, pero parece que hubiera sido colocado con delicadeza. Al parecer los muros que se yerguen aquí arriba, que incluyen una especie de ábside semicircular, formaban parte de un templo (llamado 'de los Signa') donde se depositaban estandartes y enseñas militares. Fue construido en época tardía, cuando tras el aplastamiento de la rebelión de Zenobia habían pasado ya los momentos gloriosos de Palmyra. Si hubo un breve renacer, fue gracias a Diocleciano, a quien se deben también los baños públicos junto al Arco de Triunfo. 
   Desde aquí arriba se domina una vista panorámica de toda la ciudad con sus mil columnas, con la mole del templo de Bel en la linde opuesta, arropado por el verde oscuro del oasis de palmas (foto01). Y, más allá, el ocre arenal extendiéndose hasta perderse en la bruma de un horizonte incierto. El Campamento de Diocleciano sería un masivo contrapunto al inmenso templo de Bel; ambos conjuntos monumentales, el alfa y el omega de Tadmor, están enclavados a uno y otro extremo de la ciudad, demarcando sus límites, y a la vez enlazados por la larguísima arteria columnada como si quisieran equilibrarse cual dos pesos de una balanza. 

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15.  Plaza Oval
 
   De la Plaza Oval sólo queda un grupo de doradas columnas sujetando un fragmento de arquitrabe, en un conjunto realzado con refinadas cenefas decorativas, cuya disposición –vista en planta– forma una curva, un arco de óvalo, apenas perceptible a cierta distancia (foto32). Es lo que queda de una plaza de forma ovalada que remataba una columnata que, partiendo casi perpendicularmente de la avenida columnada principal de Palmyra, pasaba al pie de la colina donde se asienta el Campamento de Diocleciano, y desembocaba en un pórtico monumental de salida de la ciudad. Sería ésta la llamada Puerta de Damasco, de la que apenas quedan vestigios, abierta en un punto por donde ahora pasa la 'Muralla de Zenobia'. Parecida planta oval tiene, si bien a escala más grande, y mejor conservado en su conjunto, el foro de Gerasa (actual Jerash, Jordania), una de las ciudades de la Decapolis, junto a Filadelfia (Amán), a un centenar sólo de kilómetros en dirección sur. 

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16.  Murallas
 
   La muralla norte, atribuida a la fortificación de la ciudad por Zenobia, traza un amplio recorrido curvo jalonado de bastiones desde la parte trasera del Templo de Bel hasta el Templo Funerario, abrazando todo el recinto urbano de Palmyra al norte de la calle columnada. En esta muralla se puede apreciar la diferencia de calidad entre la arquitectura clásica y la bizantina (bajo Justiniano). Donde los palmyrenses erigen lienzos y torreones de aparejo regular, bien tallado y bien alineado, las partes bizantinas contrastan por el descuidado aglutinamiento de toda clase de materiales cogidos al azar de aquí y allá, amontonados de cualquier forma en bastiones a veces semicirculares, haciendo caso omiso del excelso ejemplo constructivo de sus antecesores en el Imperio. 
Las ruinas de Palmyra   Al pie de las murallas se desparraman centenares de losas talladas, frisos, cornisas y tambores de columna, esperando el día que sean reubicados en sus correspondientes huecos del puzzle. En alguna inscripción en griego se lee claramente el nombre de 'Zenobia'. Todas las inscripciones de Palmyra figuran en bilingüe: griego y palmyrense. Éste último parece ser dialecto del arameo, lingua franca por esta zona en la antigüedad, la que utilizó Jesús de Nazaret en sus predicaciones, y que todavía se habla en un pequeño pueblo cristiano de Siria: Maalula. El dialecto del arameo que se hablaba en Palmyra tenía dos tipos de escrituras: una monumental y otra cursiva. La primera se escribía de derecha a izquierda en el mármol de los monumentos (ej.: peanas a media altura de los fustes, la lápida conocida como 'Tarifa de Palmyra'). La segunda, de arriba abajo en papiros o pergaminos, y constaba de un alfabeto de veintidós letras de rasgos muy simples. 
   El trazado de la muralla pasa junto a varios mausoleos ruinosos. Uno de ellos está relevantado extramuros: la casa-tumba de Marona, que llama la atención por la sencillez de su estructura cúbica, bordeada de pilastras corintias, y por la perfección rectilínea de sus enormes sillares, que se dirían tallados y pulidos a máquina ayer mismo. 
   Un hipódromo recién construido junto a la tumba de Marona, traza un circuito que rodea las ruinas de otras torres-tumba y casas-tumba, una de ellas casi idéntica a la descrita. La vida del siglo XXI se integra en la ciudad muerta, como puede verse también con el campo de fútbol que hay habilitado en el lado interior de esta zona de la muralla, lugar de encuentro y recreo de la juventud del pueblo. Pero a ninguno de los actuales habitantes de Tadmor parece importarle estar por todos lados rodeado de apilamientos de piezas artísticas en constante proceso de deterioro; frontones riquísimamente tallados formando escombreras (foto52); cuerpos en mármol de personajes togados, sin cabeza, que podrían estar expuestos en cualquier museo del mundo, aquí tirados por tierra (foto56)

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17.  Templo de Baal-Shamin
 
   El bien conservado Templo de Baal-Shamin conjuga la elegancia de sus proporciones (pequeñas por otro lado, en comparación a las colosales del templo de Bel) con la delicadeza de sus detalles decorativos (foto34). A uno y otro lado de la cella se abren dos amplias plazas Las ruinas de Palmyraporticadas, cuyas columnas, al no estar enteras y haber sido pese a ello relevantadas y coronadas de sus correspondientes capiteles, adoptan un porte rechoncho, disonante con la armonía clásica de todo el entorno (foto33). Una vez más se sienten los aires del Nilo: algunos de los capiteles recuerdan el estilo de los templos de la Baja Época egipcia. Otro detalle digno de referencia son las estatuas de personajes con toga, muy desgastadas y sin cabeza, que se hallan colgadas a media altura de algunos fustes, sin bases donde apoyar los pies, formando una sola pieza con el tambor. 
   Baal-Shamin era un dios de origen fenicio, que disputaba la importancia y rango al mismísimo Bel. Como Bel, también formaba tríada, compartiendo su santuario con los locales Aglibol y Malakbel, y fue asimilado a Zeus por los griegos. Calificado de 'Señor de los Cielos', se le representaba como una gran águila cuyas alas extendidas cubrían el sol, la luna y las estrellas. Sus símbolos eran el rayo y la espiga. 
   Su templo, reconstruido en el 139 d C sobre el emplazamiento de otro anterior, presenta la típica estructura romano-siria, con pórtico in antis de cuatro columnas monolíticas en primera fila, dos detrás (todas con sus consabidas peanas al gusto del lugar), y pilastras adosadas a los muros laterales. El interior contiene al fondo un barroco tinglado arquitectónico, a modo de escenario o proscenio teatral, que sería una pantalla de separación entre la cella y el adyton, con nichos en forma de concha exuberantemente esculpidos y enmarcados por estilizados pilares corintios; su planta adquiere forma semicircular en el centro, evocando un ábside (foto35). Al parecer, se trata de un elemento único en la arquitectura clásica sin nada que se le parezca en la civilización grecorromana. 
   Un árbol aporta un toque de vida al antaño sagrado y hoy fantasmal recinto: ha echado sus raíces en el sancta-sanctorum, sus ramas se enredan con el prolijo catafalco, y la copa sobresale por encima del tejado ausente. El templo debe su buen estado de conservación al hecho de haber sido reutilizado como iglesia en la época bizantina. 

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18.  Basílica cristiana
 
   La basílica cristiana, con dos ábsides y tres naves, es uno de los pocos despojos post-clásicos o de la antigüedad tardía que pueden discernirse con buena voluntad en Tadmor, al este del templo de Baal-Shamin (que también fue reconvertido en iglesia). Es un amasijo de piedras, pero son interesantes los reaprovechamientos de elementos anteriores, en una amalgama tan poco armoniosa que se diría no habían aprendido nada de sus antecesores en la construcción. No sólo no aprendieron, sino que olvidaron, o se despreocuparon de estas cuestiones, acuciados por otras, en la inestabilidad de aquellos siglos oscuros. Y luego estaría también, ¿causa o efecto?, la pérdida de influencia mercantil de Palmyra como crucial etapa caravanera en medio de un desierto. Y el éxito del cristianismo, que nació no lejos de aquí y tuvo por Oriente Próximo su expansión natural, con algunas de sus obras tempranas de arquitectura más impresionantes (Qalat Samaan, no lejos de Antioquía; Hagia Sophia de Constantinopla), aunque no sea éste el caso, pues, a juzgar por los basamentos que quedan, está claro una vez más que los bizantinos no tuvieron en la mayoría de las ocasiones ningún escrúpulo en reutilizar de forma chapucera los excelsos materiales, los delicados relieves, de épocas anteriores más civilizadas, lo mismo para reconstruir una iglesia en una anterior basílica, que como relleno de murallas o sillar de muros de fortificación.
   Hay registrado que hubo un obispo de Palmyra en el concilio de Nicea (actual Iznik, Turquía). 

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19.  Viviendas
 
   A cien pasos de allí puede admirarse un buen ejemplar de casa con peristilo (foto37), uno de los pocos restos en pie en el área al norte de la columnata central, que habría sido un barrio de casas de nobles. Bien urbanizado, con trazado recto en sus calles y casas, responde al tipo de urbanización ortogonal que inventaron los arquitectos jonios (Mileto, Priene) de 500 años antes, que prosiguieron los romanos, y que hoy perdura sólo en el pueblo nuevo de Tadmor, como el tejido urbano más cartesiano, más opuesto al de la ciudad de crecimiento espontáneo cuyo prototipo serían las laberínticas medinas árabes. 
Las ruinas de Palmyra   Sin embargo, la linealidad del trazado en parrilla de este barrio no debe llevarnos a engaño en cuanto a las características generales del tejido urbano de Palmyra en su conjunto, que en el fondo, y pese a lo que pueda parecer a primera vista, no respondía a las normas de planificación callejera y monumental de las ciudades clásicas grecorromanas, sino que se amoldaba a pautas más flexibles, más en consonancia con los usos y tradiciones de las diversas poblaciones beduinas y nómadas que habitaban Tadmor. Aquí no veremos cardos ni decumanos romanos, sino una gran avenida zigzagueante que atraviesa la ciudad de parte a parte, y que no es cruzada por ninguna otra calle importante. El Tetrapylon, que en otras ciudades marca una encrucijada de vías, aquí tiene un sentido más bien decorativo, pues sólo confluyen en él tres calles. Las vías que parten de la gran avenida columnada no lo hacen en ángulo recto. Los edificios monumentales como el Templo de Nebo, el Teatro o el Ágora no se alinean paralelos al trazado de la avenida ni de las otras calles. Sólo el gran cuadrilátero del temenos del Templo de Bel está exactamente orientado en dirección norte-sur. 
   Cada casa formaba parte de manzanas delimitadas por calles rectas, y si bien no presumía cara al exterior de gran profusión de lujos –a lo sumo un primoroso dintel sobre la puerta de entrada–, el interior era un pequeño oasis doméstico aislado del trajín urbano. Era la típica casa mediterránea, como las que se pueden visitar a decenas en Pompeya, la misma tipología de mansión que los musulmanes prósperos heredaron de los romanos prósperos: con habitaciones en torno a un patio central cuadrado ceñido de un pórtico de columnas corintias. Precisamente este peristilo (un cuadro de columnas solitarias que sostienen un arquitrabe cuadrado, una figura prismática que surge de la nada en una pelada llanura) es lo único que subsiste de algunas de las lujosas mansiones patricias palmyrenses del barrio. Son esqueletos de mármol dorado, y paseándose por las intercostales de tan egregias villas no es difícil imaginar su grado de confort; otro poco de esfuerzo mental y ya creeríamos oír en la lejanía del tiempo el cantar del chorro en medio de un estanque central tapizado de reverberantes mosaicos, un fresco bálsamo familiar en el riguroso clima del desierto sirio. 

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20.  Torres-tumba
 
Las ruinas de Palmyra   En una ladera de la colina Um el-Belquis (= 'Madre de Belquis', siendo Belquis el nombre que dan los árabes a la reina de Saba), destaca un complejo funerario de torres-tumba que sirvieron de mausoleo a varias familias palmyrenses en su época clásica. Esta tipología de edificio es única de Palmyra. Se trata de enterramientos colectivos en forma de torre sobre un plinto. El tamaño de sus sillares es descomunal y las torres, de planta rectangular, alcanzan gran altura, y ostentan una ventana de medio punto adornada de esculturas (foto40). Descrito así su aspecto externo, no es de extrañar que fueran tomadas, en un primer golpe de vista, como torres de iglesias cristianas por los primeros exploradores europeos del lugar –lo que, inquietos por haberse adentrado en un territorio hostil, les produjo un gran alivio–, ilusión que se desvaneció en cuanto exploraron sus entrañas y comprobaron que sus paredes interiores estaban agujereadas de nichos con sarcófagos dentro. No eran iglesias, sino tumbas colectivas. 
   Los interiores de algunas de estas torres-tumba comunican con túneles ramificados hundiéndose en las entrañas de la montaña. Unas ruinosas escaleras laterales permiten a veces ascender a la primera y segunda plantas, a menudo con los suelos de losas desplomados. Si habitaron aquí los fantasmas de numerosas familias palmyrenses, o el soplo de los siglos disolvió su ectoplasma, o se mudaron a otras moradas no tan incómodas, pues ni de los cadáveres queda rastro: sólo huecos llenos de polvo, los loculi que vieron la descomposición de los cuerpos y la posterior interrupción de su sueño 'eterno' por el pillaje de los ladrones de tumbas. 

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21.  Valle de las Tumbas
 
Las ruinas de Palmyra   Con este nombre se designa a un estrecho vallejo que se abre paso, entre las colinas, hacia el oeste de Palmyra, perforado de hipogeos y erizado de afiladas torres funerarias (foto39). La mayoría están en un estado ruinoso, torreones a medio derrumbar que elevan sus descarnados esqueletos de piedra contra el rojo resplandor del cielo de poniente. Allí por donde cada día muere el sol fueron a morir los palmyrenses, y no sería por casualidad. Un paralelo de esto se da en las necrópolis egipcias, casi siempre situadas hacia occidente: Giza y Saqqara, respecto a Menfis; los Valles de los Reyes y de las Reinas, respecto a Tebas; los hipogeos principescos de Qubbat el-Hawa, respecto a Elefantina. 
   Hay una torre que está casi entera, un esbelto prisma de sillares regulares rematado en una cornisa, conocida como la tumba de Elahbel. Llama la atención la rica decoración de su interior, con pilastras Las ruinas de Palmyracorintias adosadas, con restos de policromía en los techos de casetones de los cuatro pisos, y con las paredes acribilladas de nichos mortuorios vacíos (foto41). Hay tiradas aquí y allá estatuas sedentes de buena calidad, retratos decapitados de los antiguos dueños del mausoleo. Visten y se enjoyan con un lujo que poco tiene de romano y mucho de oriental; diademas, broches, cinturones, pantalones estampados y zapatos de fantasía se alejan del gusto helenizante de la época: aquí los partos imponían la moda (foto42). Estas figuras mutiladas son las pocas que quedan de los centenares de estatuas funerarias que reproducían los rasgos de todas y cada una de las personas allí enterradas, cada busto identificando su propio sarcófago y el conjunto llegando a crear una verdadera galería de retratos. Y considérese que en una torre de este tipo los difuntos podían alcanzar el número de cuatrocientos.
   Destacaba siempre el grupo escultórico de la familia principal. El padre y la madre medio recostados en un lujoso diván, a la manera etrusca, con la prole detrás suyo, de pie, supuestamente asistiendo a un banquete funerario. A veces este grupo se asomaba por la única ventana de la torre, situada a gran altura sobre la puerta principal (como queda in situ en la tumba de Kithoth). A veces, presidía la decoración de una cámara subterránea (como la de Yarhai, trasladada al Museo de Damasco). 
  
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   La torre-tumba de Kithoth es supuestamente el edificio más antiguo entre los que se conservan en Palmyra, pues podría datarse en el I a C, antes incluso que el Templo de Bel. Su mayor antigüedad se detecta en el tipo de aparejo de sus muros, que sin ser poligonal ni ciclópeo, en algo recuerda a dichas primitivas técnicas constructivas (foto40). Las ruinas de PalmyraLos sillares son de tamaño inmenso y bastante irregulares, a diferencia de los de otras torres-tumba, como la ya descrita de Elahbel. El prisma de la torre descansa sobre un plinto escalonado, y contribuye así a la sensación abrumadora de robustez que se desprende de la mole. El efecto visual que produce sugiere arcaísmo, lejanía en el tiempo, y retrotrae a sensaciones más allá de la cronología histórica, hacia zonas inquietantes del inconsciente colectivo donde resuenan épocas legendarias habitadas por razas de gigantes. 
   Un detalle resulta paradójico: que siendo ésta la torre más arcaica, sea la única que conserve en su fachada un grupo escultórico in situ. Todas las torres ostentan sobre su puerta de entrada, a suficiente altura, una ventana de medio punto, que ayuda al equívoco efecto de campanario de iglesia que confundió a los primeros exploradores. También la torre de Kithoth, pero además su arco está adornado por una cenefa semicircular con un motivo de parras en bajorrelieve. Y por su abertura se asoman, como a un balcón, los cuerpos petrificados y sin cabezas de los propietarios del mausoleo, con el pater familias reclinado sobre un diván de patas torneadas y rica tapicería, la foto habitual de los clanes familiares palmyrenses celebrando un banquete funerario. Numerosos de estos grupos pueden contemplarse en el Museo de Palmyra, o adivinar su recomposición a partir de miembros despedazados por aquí y allá, un torso tirado, un codo apoyado sobre un cojín, unas cabezas incrustadas en una pared del vestíbulo del Hotel Zenobia. Sólo la familia Kithoth (lástima que no podamos ver la expresión de sus rostros) permanece inmóvil en su hogar póstumo, contemplando eternamente los paisajes del país del más allá. 
   La Tumba de Yarhai ha sido trasladada e instalada en una cripta del Museo Arqueológico de Damasco. El interior del hipogeo de la familia Yarhai está muy bien conservado, y da una idea fehaciente del boato y suntuosidad de que hicieron gala los mausoleos nobiliarios palmyrenses, así como de su aspecto de galería de retratos, con su exposición de bustos de la parentela ordenados en cuadros que cierran sus respectivos loculi, hieráticos retratos de los seres que habían descansado dentro. 
  
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   Al adentrarse hacia poniente por el Valle de las Tumbas, sale al paso un muro de sillares derrumbado a trechos que va de monte a monte, enlazándolos, y que antaño cerraba el valle. Grandes amontonamientos de tierra se asemejan a diques que, sin embargo, no embalsan agua, sino que separan el Valle de los Muertos del llano exterior, una planicie desierta con la mancha oscura de unas solitarias palmeras en primer término. 
   Al otro lado de la colina Um el-Belquis se alza otra aglomeración de torres-tumba de tipología semejante a las ya descritas: las llamadas tumbas del sudoeste (foto38). 
   Por contraposición a ellas, la Tumba de los Tres Hermanos adopta la forma de hipogeo, con dos naves abovedadas, en forma de T, perforadas a su vez de los consabidos nichos para sarcófagos. Las pinturas murales de su interior, que constituyen la característica especial de esta tumba, están cada vez más perdidas. Motivos geométricos de hexágonos y círculos entrelazados cubren la bóveda principal, con una roseta central describiendo el rapto del zagal frigio Ganímedes por Zeus en forma de águila, que se lo lleva al Olimpo de copero; en el tímpano del fondo se ve la escena de Aquiles camuflado con vestiduras femeninas entre las hijas del rey Licomedes de Skiros, por voluntad de su padre Peleo, que quería salvarle de morir en la guerra de Troya; y, en los espacios entre nichos, medallones con retratos de los familiares sepultos, sostenidos por los brazos de unos personajes alados que parecen ángeles. 
   Cerca de allí, al otro lado de la carretera de Homs, pueden verse las fuentes termales de donde manan las aguas que dieron vida al oasis, bautizadas con la palabra semítica Efqa, que significa algo así como 'salida' o 'surgencia'. Hasta hace pocos años la gente se podía bañar en el fondo de la fosa, a la que se descendía entre vapores sulfurosos por unas escaleras talladas en la roca, salpicadas de aras romanas y otros restos antiguos de cuando este lugar era escenario de cultos sacros. Hoy el manantial está semiseco, y un bañista habría de conformarse con mojar poco más que los tobillos. Parece ser que el crecimiento descontrolado del pueblo nuevo de Tadmor ha desabastecido el acuífero subterráneo: ¿acabará el consumo inmoderado con el agua que supuso desde el neolítico el origen y la razón de ser de Palmyra? 
  
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   Algunas 'casas-tumba' muy deterioradas subsisten en el vallejo al sur de la llamada 'Muralla de Zenobia' (la que improvisaron a toda velocidad los palmyrenses el año 272 d C., cuando se enteraron de que las legiones de Aureliano venían para allá con intenciones de responder enérgicamente al desafío de aquella Cleopatra rediviva). Estas llamadas casas-tumba contienen todavía elementos escultóricos valiosos y abundantes, en un estado de total abandono: tallas en mármol de figuras humanas tumbadas por los suelos (foto43), puertas de piedra, con sus casetones y sus quicios, dinteles, frontones, nichos, lápidas, sarcófagos adornados de bustos, todo a medio enterrar o invadido por los matojos, en caóticos montones. Constituían otro tipo de enterramientos familiares distintos a las torres o a los hipogeos, en forma de habitáculo rectangular en cuyas paredes se incrustaban filas de nichos; dentro de los nichos, de abertura cuadrada, se introducían los sarcófagos, y luego se cerraban con lápidas, recubriéndose el conjunto con las habituales galerías de retratos esculpidos de los familiares difuntos. La cámara se clausuraba con una puerta pétrea de considerable tonelaje. 
    El pequeño valle donde yacen ésta y otras casas-tumba, y demás restos arquitectónicos sembrados al alimón por su cuenca, no es sino el cauce del uadi el Qubur, un arroyo seco que corta las ruinas por la mitad, y a lo largo de cuya orilla se alza la mencionada 'Muralla de Zenobia'. Se nota el apresuramiento de su ejecución, por contraste con la calculada linealidad de otras construcciones: cada cierto tramo la muralla atraviesa por las bravas uno u otro edificio público anterior o alguna torre-tumba, transformándolo para la circunstancia en torreón defensivo. Los conflictos bélicos perturbaron ya en tiempos antiguos el sueño de los muertos, y los panteones privados de algunas familias nobles pasaron a ser bastiones de uso militar para una guerra perdida. 
   La muralla norte trepa por el monte y se une en la cima, formando un ángulo agudo, con un tramo de la 'Muralla de Zenobia', la cual delimita por el lado sur la parte noble de la ciudad. Un sitio estratégico, como en la proa de una embarcación, para quien deseara dominar la entera urbe, no sólo con la vista. 

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22.  Museo
 
    Al no estar decapitadas muchas de las estatuas del Museo, éste es el lugar donde podremos ver los rostros de los antiguos palmyrenses (foto44). Y por estar menos martilleadas, podremos admirar sus joyas, peinados, ropas y calzados. Las esculturas son hieráticas: recuerdan al estilo romano tardío, al bizantino o incluso al románico. Son desproporcionadas, las cabezas no casan bien sobre los hombros, y los retratos son deficientes en comparación a los coetáneos romanos. La influencia del arte parto se deja notar. Pero los ropajes, diademas y tocados son exuberantes y proporcionan todo su encanto a estos seres que si juzgamos por sus efigies, o más bien por la escasa pericia del retratista, pueden parecer por lo demás inexpresivos. 
Las ruinas de Palmyra   Una estatua helenizante de Allat-Palas, copia de Fidias, rota en mil pedazos y reconstruida, apareció en el templo de Allat, al pie del Campamento de Diocleciano. Su doble advocación a una diosa árabe preislámica (Allat, nombre que prefigura el de Allah en el mahometanismo), y a la diosa griega Palas, ilustra sobre el sincretismo entre cultos clásicos y orientales en esta encrucijada del mundo antiguo. (Otro ejemplo cercano es el de las estatuas de dioses en la cima del Nemrut Dagi, en Comagena, actual Kurdistán turco, cuyo mestizaje de estilos y dioses, barridos como están por el viento del este y el viento del oeste, recuerda en más de una ocasión al que se produce constantemente en Palmyra, ciudad-estado en medio de dos imperios). 
   En una vitrina se exhiben trozos de telas de seda de China; los motivos decorativos de estos tejidos se trasladaron a los frisos de piedra palmyrenses: por ejemplo, como se puede ver en fotos comparativas, al Arco de Triunfo, cuyas tallas en el intradós de motivos geométricos entrelazados, hexágonos y rosetas se parecen a los bordados en las sedas. ¿Puede hablarse de influencia china en el arte helenístico? Estos minúsculos restos de tejidos hallados envolviendo a un difunto palmyrense en un sarcófago de una torre-tumba parece así acreditarlo, aunque fuera de forma indirecta, pero ¿qué tendría de raro en una urbe como Palmyra, etapa de caravanas venidas de la India y el Extremo Oriente? 
   En el jardín exterior se conservan algunos sarcófagos casi enteros, con toda la familia del difunto reunida para el banquete funerario, y otras estatuas curiosas, como un enorme y amenazador león que apresa bajo sus garras a un orix (especie de antílope abundante en Cercano Oriente) de esbeltos cuernos, de una factura distinta a la de otras tallas (foto45); mide 3,5 m de alto y está fechado en tiempos de Cristo. Los fragmentos de esta escultura fueron encontrados en el temenos del Templo de Allat y reconstruidos junto a la puerta del museo, cual si fuera guardián de la entrada. Una inscripción reza: 'Allat bendiga a quien no derrame sangre contra el templo'. 

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23.  Castillo otomano
 
Las ruinas de Palmyra   El castillo otomano es una imponente fortificación que domina el oasis de Palmyra desde la cima de un monte al noroeste. Se ve desde todos los ángulos de Tadmor (foto59). Es un perfecto telón de fondo, a modo de palacio de Herodes en un belén navideño, para los arcos, templos y columnatas de los mil ruinosos escenarios de la ciudad muerta.
   El acercamiento discurre por un desnudo páramo de tierra y piedras, con cuatro hierbajos que han despreciado las ovejas. La ascensión es empinada y culmina al pie del castillo, que está aislado, rodeado de un profundo foso excavado en la misma cumbre de la montaña. El foso se atraviesa por un tambaleante puente de madera sobre altos arcos que salvan el abismo, para acceder al portalón. No hay otra posibilidad de entrada: en verdad que se trataba de una fortaleza inexpugnable. Una lápida en la pared informa que el alcázar había sido fundado en el siglo XII por un sultán de la dinastía ayubbí (la de Saladino), y reconstruido bajo el imperio otomano. Luego fue utilizado de campamento por la expedición pionera británica que en 1751 vino cautelosamente a explorar el lugar cuando Palmyra era aún un paraje peligroso a causa de los 'bandidos de las montañas', antes de bajar al valle de las ruinas y así redescubrirlas para el mundo. 
   El ascenso al castillo merece el esfuerzo sólo por el panorama que se divisa desde allí: Tadmor entero a nuestros pies, con su oasis de palmeras, su pueblo nuevo de dimensiones cada vez más extensas, la reverberación de una especie de lago o espejismo al fondo, difuminándose en el neblinoso horizonte del desierto. 
  
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   Cada atardecer, cuando los rayos rasantes del sol poniente arrebolan los mil fustes de este bosque encantado de columnas, los pastores inician su retiro hacia sus humildes hogares escondidos en el oasis cultivado. Las cabras y ovejas de gruesos rabos de grasa, que han estado Las ruinas de Palmyratoda la jornada campando a sus anchas por entre las resecas ruinas, masticando hasta el más tímido rastrojo que asome entre las piedras, son reagrupadas y conducidas por los caminos que se abren entre templos y tumbas hacia sus corrales. Los pastores, por lo general zagales y zagalas de corta edad, visten con galabeyas y se cubren por encima con tabardos que despiden un fuerte olor a fuego de leña. Ellos lucen en la testa una típica kuffiyah rojiblanca a cuadros. Ellas cubren su cabeza con un pañuelo. Los rebaños recorren la calle columnada, como antaño lo hacían las caravanas de camellos, salen del recinto de ruinas por el Arco de Triunfo, bordean el Templo de Bel y se pierden entre las polvorientas callejas de tapias de adobe que penetran en el palmeral. 
   Visitar de noche las calles muertas de Palmyra es un placer que en pocas ruinas del mundo se puede repetir, pues no existen aquí vallas ni vigilantes que lo impidan. Tadmor de noche une al hechizo envolvente de sus doradas columnatas, testigos aún firmes de un pasado de efímero esplendor, el misterio sobrecogedor de las tinieblas (foto60). Las lejanas luces de las farolas de la carretera tiñen de un leve resplandor los arcos y columnas, y proyectan sombras inesperadas en la orquesta del teatro, mientras las pisadas resuenan en la cavea, cuya acústica se potencia en medio del silencio. 
   Las estrellas brillan con fulgor de diamante a través de la atmósfera pura del desierto. Si es comienzo de mes musulmán, la luna hace su aparición como un hilillo, un arco de luz apenas incipiente tras la fase de nueva, luna moruna del jardín de Alá, para proyectar una tenue claridad fantasmal cargada de aceradas sombras sobre este escenario de ensueño sumido en la penumbra. Las ruinas de Palmyra, oasis de mármol y oro, se sumergen poco a poco en una silente oscuridad y alcanzan así cada noche una segunda muerte. 

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LAS RUINAS DE PALMYRA 
Oasis de mármol y oro 

Bibliografía 

   - Bounni, Dr. Adnan (Director en Jefe del Servicio de Excavaciones Arqueológicas) / Al-As'ad, Khaled (Director de Antigüedades y Museo de Palmyra). Palmyra. History, Monuments & Museum (Siria, sin fecha) 
   - Browning, Iain. Palmyra (Chatto & Windus Ltd, Londres, 1979) 
   - Caputo, Marinella. Capítulo Palmira. La rebelión de Zenobia, en Arqueología de las ciudades perdidas. Vol. 6. Roma y mundo romano - III (Salvat, S.A. de Ediciones. Pamplona, 1988) 
   - Cornell, Tim y Matthews, John. Roma. Legado de un imperio. Vol. II (Atlas Culturales del Mundo, Folio/Ediciones del Prado, 1992) 
   - Pijoán, José. Summa Artis. Historia general del arte. Vol. V. El Arte Romano (Espasa-Calpe, Madrid, 1985) 
   - Stierlin, Henri. Cités du désert. L'Art antique au Proche-Orient (Office du Livre, S.A., Fribourg, Suiza, 1987) 
   - UNESCO, El Patrimonio Mundial (Ediciones San Marcos, S.L. Editorial Incafo, S.L., Madrid, 1994) 
   - Volney, Conde de. Las ruinas de Palmira (Editorial EDAF, S.A., Madrid, 1983) 
   - Ward-Perkins, John B. Arquitectura romana (colección Historia Universal de la Arquitectura, Aguilar, 1976) 
   - Wood, Roberts / Dawkins, James (grabados) The ruins of Palmyra (Siria, 1993) 

 
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Indice de textos
01  Introducción 
02  Emplazamiento 
03  Breve historia 
04  Templo de Bel 
05  Arco de Triunfo 
06  Templo de Nebo 
07  Gran Columnata central 
08  Teatro
  
09  Agora
10  Patio de la Tarifa 
11  Cloacas 
12  Tetrapylon 
13  Templo Funerario 
14  Campamento de Diocleciano 
15  Plaza Oval 
16  Murallas
  
17  Templo de Baal-Shamin
18  Basílica cristiana 
19  Viviendas 
20  Torres-tumba 
21  Valle de las Tumbas 
22  Museo 
23  Castillo otomano 
Bibliografía

Indices de fotos
Indice 1   Templo de Bel. Gran Columnata
Indice 2   Gran Columnata. Templo de Nebo. Teatro. Agora
Indice 3   Patio de la Tarifa. Termas. Tetrapylon. Templo Funerario. Plaza Oval. Templo de Baal-Shamin
Indice 4   Viviendas. Valle de las Tumbas. Torres-tumba. Casas-tumba. Museo. Decoración
Indice 5   Decoración. Restos. Atardecer
  
  
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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Palmyra (Tadmor, Siria)

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