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Las extensas y bellísimas ruinas de la antaño próspera ciudad caravanera de Palmyra han despertado desde su redescubrimiento la inspiración de un buen número de artistas y escritores, que se han sentido cautivados por el romanticismo del paraje y por su extraordinario poder evocador. Un oasis de palmeras y columnas color oro en pleno desierto sirio, Palmyra constituye un perfecto símbolo de la fugacidad del poder y la riqueza, de la efímera hegemonía que llegó a gozar un reino que osó enfrentarse a Roma, y una muestra de los irreversibles estragos que el paso del tiempo ocasiona en urbes e imperios que se creían eternos. 115 fotografías on line |
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Indice de textos 01 Introducción 02 Emplazamiento 03 Breve historia 04 Templo de Bel 05 Arco de Triunfo 06 Templo de Nebo 07 Gran Columnata central 08 Teatro |
09 Agora 10 Patio de la Tarifa 11 Cloacas 12 Tetrapylon 13 Templo Funerario 14 Campamento de Diocleciano 15 Plaza Oval 16 Murallas |
17 Templo de Baal-Shamin 18 Basílica cristiana 19 Viviendas 20 Torres-tumba 21 Valle de las Tumbas 22 Museo 23 Castillo otomano Bibliografía |
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Indices
de fotos Indice 1 Templo de Bel. Gran Columnata Indice 2 Gran Columnata. Templo de Nebo. Teatro. Agora Indice 3 Patio de la Tarifa. Termas. Tetrapylon. Templo Funerario. Plaza Oval. Templo de Baal-Shamin Indice 4 Viviendas. Valle de las Tumbas. Torres-tumba. Casas-tumba. Museo. Decoración Indice 5 Decoración. Restos. Atardecer |
01. Introducción |
Vi una
pequeña esfera tornasolada, de casi
intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego
comprendí que ese movimiento era una ilusión producida
por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El
diámetro del Aleph
sería de dos o tres centímetros, pero el espacio
cósmico estaba ahí, sin disminución de
tamaño. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto... (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph) Vi un oasis en medio del inhóspito desierto de Siria. Estaba formado por un bosque de columnas de mármol de color oro. Eran las ruinas de la que había sido en la antigüedad una opulenta ciudad de Oriente, que fue aniquilada por atreverse a desafiar al Imperio Romano. Vi los despojos olvidados de los otrora suntuosos edificios, avenidas, palacios y templos, invadidos por el polvo, los rastrojos y las sabandijas. Vi que por sus calles muertas ya sólo deambulaban pastores llevando a apacentar sus rebaños a los campos. Vi altas torres que no eran en realidad sino mausoleos de nobles familias. Vi a la reina Zenobia que, como su antecesora Cleopatra, plantó batalla al César. Vi las ruinas de Palmyra, símbolo de la fugacidad de las riquezas y los imperios que se creían eternos. |
El Conde de
Volney, historiador
y filósofo ilustrado francés (1757-1820), en su libro
'Las
ruinas de Palmira', obra que tuvo gran influencia en la literatura gala
del siglo XIX, supo describir con maestría la fascinación
que ejerce en el viajero el hallazgo de los pétreos despojos de
esta pequeña civilización que surgió de las
arenas: Llegué a la ciudad de Homs, a orillas del Orontes; y hallándome cerca de la de Palmira, situada en el desierto, quise conocer sus tan ponderados monumentos; y habiendo, después de tres días de camino por áridos yermos, atravesado un valle lleno de cavernas y sepulcros, al salir de él a deshora, vi en la llanura el más pasmoso espectáculo de ruinas: innumerable muchedumbre de soberbias columnas en pie, que como las calles de nuestras alamedas, se prolongaban hasta perderse de vista en simétricas hileras. Había entre estas columnas vastos edificios, enteros unos, otros medio caídos. Estaba sembrada por todas partes la tierra con estos destrozos, cornisas, capiteles, arquitrabes, zócalos y pilastras, todo de mármol blanco y de labor exquisita. Después de tres cuartos de hora de camino siguiendo estas ruinas entré en el recinto de un vasto edificio, que fue antiguamente un templo consagrado al Sol, y me hospedé en casa de unos labradores árabes que en el atrio mismo del templo han construido sus cabañas, resuelto a detenerme algunos días examinando despacio tantas hermosas obras. Cada día salía a visitar algunos de los monumentos que cubren el llano; y una tarde que preocupado el ánimo con mis reflexiones hasta el valle de los sepulcros había llegado, trepé a las colinas que le rodean, desde donde domina la vista el conjunto de las ruinas y la inmensidad del desierto. Acababa de ponerse el sol; estaba diáfano el cielo, sereno y sosegado el aire; la falleciente luz del día templaba el horror de las tinieblas; calmaba los fuegos de la abrasada tierra la naciente frescura de la noche; habían ya los pastores recogido sus camellos; no distinguían los ojos movimiento alguno en el parduzco y uniforme llano; reinaba en el desierto un profundo silencio, que de tiempo en tiempo interrumpían los lúgubres graznidos de pájaros nocturnos y chacales... Crecían las sombras, y ya sólo distinguían mis miradas con el crepúsculo los blanquecinos fantasmas de columnas y paredes... Infundían en mi ánimo cierto pavor religioso estas yermas soledades, esta apacible noche y esta majestuosa escena: el aspecto de una vasta ciudad desierta, la memoria de los pasados tiempos, la comparación del presente estado, todo enaltecía mi corazón. Sentéme sobre un trozo de columna, y, apoyando el codo en la rodilla, reclinando en la mano la cabeza, paseando la vista ora por el desierto, y ora clavándola en las ruinas, me entregué a una honda contemplación. Aquí, decía yo, aquí floreció en otro tiempo una opulenta ciudad: éste fue el solar de un pujante imperio. Sí, estos lugares tan yermos ahora, un tiempo vivificaba su recinto una activa muchedumbre, y circulaba un numeroso gentío por estos hoy tan solitarios caminos. En estas paredes donde reina un mustio silencio, sin cesar resonaban el estrépito de las músicas y las voces de fiesta y alegría; formaban altivos palacios estos hacinados mármoles; ornaban la majestad de los templos estas derribadas columnas y estas caídas galerías. Aquí se veía la afluencia de un crecido pueblo, que para las respetables obligaciones de su religión, o para los interesantes negocios de su subsistencia se congregaba; aquí una industria generadora de placeres convocaba las riquezas de todos los climas; permutábase la púrpura de Tiro con las preciosas hebras de la Sérica, las blandas telas de Cachemira con los soberbios tapices de la Lidia; con las perlas y aromas de Arabia el ámbar del Báltico, y el oro de Ofir con el estaño de Tule. Y ahora ¿qué ha quedado de esta poderosa ciudad? Un fúnebre esqueleto. ¿Qué de esta vasta dominación? Una oscura y vana memoria. A la estrepitosa concurrencia que bajo de estos pórticos acudía, ha seguido la soledad de la muerte. Al murmullo de las plazas públicas ha sucedido el silencio de los sepulcros. La opulencia de una ciudad comerciante se ha convertido en una asquerosa pobreza. Albergue de fieras son ya los reales palacios; establos de ganados los suntuosos templos, y morada de inmundos reptiles los santuarios de los dioses... ¡Ah! ¡Cómo está eclipsada tanta gloria! ... ¡Cómo se han aniquilado tantos afanes! ... ¡Cómo perecen las obras de los hombres! ... ¡Así los imperios y las naciones desaparecen! (Conde de Volney. 'Las ruinas de Palmira') |
02. Emplazamiento |
En mitad del
desierto de Siria,
a más de 200 km a oriente de Damasco, a medio camino entre el
río
Orontes y el Eúfrates. El autobús de Damasco a Palmyra suele dar un rodeo por la carretera de Homs, y antes de adentrarse en el desierto hace etapa en esta ciudad, la antigua Emesa, cuna del excéntrico emperador Heliogábalo. Los rojizos montes del Anti-Líbano sobresalen en un paisaje desértico de viejos y calcinados cerros, mordidos por barrancos, con tristes rastrojos por toda vegetación. Al cabo de varias horas, tras circunvalar una pedregosa colina, hace su aparición un inmenso bosque de columnas marmóreas de color dorado, destacando contra el fondo de intenso verde oscuro de otro bosque de palmeras, las que dieron su nombre a Palmyra, oasis y ciudad caravanera en medio del inhóspito desierto sirio. Tadmor es el antiguo nombre arameo del oasis en que creció la ciudad bautizada como Palmyra por los romanos. Y es también el nombre con que conocen actualmente los sirios al lugar. La Biblia menciona, en textos escritos hacia el 200 d C, la existencia de un poblado de principios de la época helenística en este emplazamiento. Una lápida en lo alto de una columna, en el punto donde la carretera atraviesa la muralla norte conectando las ruinas con el pueblo nuevo, informa al viajero que llega al lugar: 'Palmyra. The bride of the desert'. También hoy Tadmor cumple las funciones de etapa como antaño: oasis en el medio de la nada, por este enclave pasa y para el intenso tráfico entre Damasco y Deir ez-Zur, población a orillas del Eúfrates donde se ha encontrado petróleo recientemente. |
03. Breve historia |
Tadmor era un
oasis habitado
desde el neolítico. Las aguas subterráneas permitieron
aquí
el verdor y la vida, haciendo de Palmyra una isla de palmeras datileras
rodeada en cualquier dirección por cientos de desolados
kilómetros
de piedras abrasadas por el sol. Cuando Petra decayó, floreció Palmyra, a causa del desplazamiento de las rutas caravaneras hacia otros desiertos y otros oasis más al norte (ver en fotoAleph la colección Petra. El tesoro oculto en el desierto). Las caravanas traían mercancías de China e India, y la ruta marítima que recalaba en el golfo de Aqaba, haciendo escala en la capital nabatea para reposar de los rigores de la Arabia Pétrea antes de subir al Mediterráneo, a partir de la anexión de Trajano de esta zona al imperio romano se desvió por el golfo Pérsico. Los bajeles, entrando por la desembocadura del Tigris y el Eúfrates, remontaban el curso de este último río hasta Dura-Europos, en la actual Siria. De Dura, las caravanas cruzaban el desierto sirio rumbo a Damasco y Tiro, con parada y fonda en Palmyra, llamada entonces (y ahora) Tadmor. Los siglos I, II y III d C vieron el apogeo de Palmyra, la novia del desierto. Los beduinos seminómadas que vivían en casas de adobe se convirtieron en acaudalados comerciantes, y éstos emplearon la riqueza que les reportó el tráfico entre Oriente y Occidente en erigir un templo y una ciudad, cuyos restos aún hoy cortan la respiración por su grandiosidad, belleza y lujo inusitados, al tiempo que crearon un cuerpo de soldados destinado a proteger la ruta comercial, fuente de sus ingresos. El viajero Adriano fue uno de los emperadores que visitó Tadmor, cuya importancia estratégica a nadie se le escapaba: una bisagra entre el imperio romano y el imperio parto, justo en medio de las dos potencias hostiles. Palmyra no se casó con ninguna. Situada en el ojo del huracán, intercedió en esta guerra de los mundos, ora alineándose con uno, ora con otro y, cual si fuera una especie de puerto franco, comerció con las dos partes, cobrando sus buenas comisiones en el ir y venir del tráfico de mercancías y esclavos. En poco tiempo, Palmyra conquistó un papel clave en la economía de la región, y su relativa autonomía dentro de la provincia romana de Siria fue reforzándose hasta alcanzar el nivel de independencia de una poderosa ciudad-estado. La curva de crecimiento de la prosperidad de Palmyra se disparó más allá de todo control, llegando a mediados del siglo III la ciudad-estado a competir en su arrogancia contra el mismísimo Imperio Romano, cuando la reina Zenobia llegó al poder como regente y declaró a su hijo Augustus, en claro desafío al César. Eso, acompañado de la invasión por parte del ejército palmyrense del Bajo Egipto y de Asia Menor, fue más de lo que el emperador de Roma, a la sazón Aureliano, pudo soportar. Pero conviene aquí consignar los antecedentes del conflicto, pues añaden interesantes datos sobre la protagonista. Indice de textos La reina Zenobia Quizá sea imposible discernir lo que hay de verdad o de leyenda en torno a la figura mítica de Bat Zabbai, más conocida por Zenobia, pero se asegura que estuvo detrás de la oscura muerte de su marido el rey Odenato –monarca aliado de Roma, que gozaba de un prestigio de héroe y del cargo honorífico de 'Restitutor totius Orientis', desde que rescató al emperador Valeriano de manos de sus enemigos los persas sasánidas, que lo habían capturado en Edesa (actual Urfa, Turquía)–, maniobrando para transferir la corona a su segundo hijo Wallabato, un menor, y así manejar los hilos del reino desde la sombra materna. La reina Hatshepsut, de la XVIII dinastía egipcia, sería un ilustre precedente, dieciocho siglos antes, de tal forma de llegar una mujer al trono. Pero Zenobia se consideraba descendiente de otra reina del Nilo: Cleopatra, cuya historia no había hecho sino crecer y adornarse en el imaginario colectivo de las gentes que vivían en Oriente Próximo trescientos años más tarde. Los paralelismos de la viuda de Odenato con la viuda de Julio César, y amante hasta la muerte de Marco Antonio, abundan, y hacen pensar que Zenobia se tomó en serio lo de tener de modelo de inspiración a su 'antepasada'. Se la describe como una mujer de una belleza exótica. Los únicos retratos que quedan de la aguerrida reina regente de Palmyra son efigies –de prominente nariz y tocadas con curiosa corona– en monedas, al igual que ocurre con su predecesora ptolemaica. Tanto Zenobia como Cleopatra tuvieron en vilo a Roma entera con todos sus senadores, tanto una como otra se lanzaron a plantarles batalla, y ambas fueron aniquiladas por la osadía de desafiar al más poderoso imperio del mundo. José Luis Sampedro pinta a Zenobia en su novela 'La vieja sirena' como una fémina astuta, de penetrante mirada y personalidad absorbente, que visita Alejandría para escudriñar mejor a sus mandatarios al tiempo que maquina la invasión de la capital. Indice de textos Tres meses duró el apañado imperio
de Palmyra,
forjado por la ambición suicida de la monarca. La
reacción
de Roma no se hizo esperar y Aureliano mandó inmediatamente las
legiones rumbo a Tadmor, a cortar de raíz la
insurrección.
Tras una batalla a orillas del Orontes y otra en Emesa / Homs, el
emperador
hizo retroceder al ejército palmyrense hasta su ciudad. Fue
herido
por los beduinos del desierto, y tras ello ofreció a Zenobia un
trato de capitulación: |
04. Templo de Bel |
Bajo el
límpido azul
del cielo de Palmyra, contrasta el cálido color tostado de los
centenares
de columnas que aún quedan en pie –y de esto va a hacer ya dos
mil
años– de la otrora opulenta ciudad (foto01).
Empezamos la visita por el santuario más importante de Palmyra:
el Templo de Bel (foto02),
mandado construir por Tiberio en el 19 d C para conmemorar y al mismo
tiempo
afianzar la anexión de Palmyra al Imperio romano. Los
arquitectos
que lo diseñaron provenían probablemente de la gran
ciudad
de Antioquía. El Templo de Bel anonada al visitante por la grandiosidad de su arquitectura y el refinamiento de su escultura y decoración. Estamos en terreno santo, hemos allanado el hogar de los dioses; no es éste lugar a la medida de pobres mortales. La mera existencia del templo es ya de por sí un milagro. Antes de que se erigiera esta prodigiosa obra arquitectónica, no había aquí nada: cuatro cabañas a la sombra de un palmeral. El templo de Bel es un hito fundacional, una cumbre artística surgida del vacío y sin precedentes en esta zona de Oriente. Y de él descendió toda Palmyra, de él aprendieron el canon todos sus artífices; de sus dimensiones hercúleas derivó el sentido de la magnificencia que aplicaron los palmyrenses a los sucesivos trazados de la urbe; la frondosidad abarrocada del follaje en pilastras y cenefas, las viñas y piñas de sus frisos (foto46), las hojas de acanto de sus capiteles, treparon por los muros y los desbordaron, sembrando el gusto por la ornamentación vegetal (que hace honor al nombre de 'Palmyra'), afiligranada y siempre imaginativa, que impregna todos los rincones de la ciudad. Una obra maestra, en el sentido literal de la expresión. De la nada se saltó a la cima, pues ningún otro monumento de Palmyra igualó a este gigante primigenio del siglo I, iniciado en el 19 d C y consagrado en el 32 d C. (No muy lejos de aquí se había dado trescientos años antes un caso semejante: en Petra, cuyo templo rupestre conocido como 'Jazneh' o 'el Tesoro', el que deslumbra al viajero nada más atravesar el desfiladero del Siq, fue cronológicamente la primera gran obra pública de la ciudad nabatea y también la primera en cuanto a calidad artística, que marcó las pautas para todas las edificaciones posteriores talladas y construidas en la 'ciudad rosada y roja'. Ver en fotoAleph la exposición Petra. El tesoro oculto en el desierto). Este inmenso recinto sagrado de forma cuadrada albergó hasta principios del siglo XX la casi totalidad del pueblo de Tadmor, cuando, olvidados con el correr de los siglos los esplendores de la rica Palmyra clásica, la población ya sólo se componía de tribus beduinas alojadas en casas de adobe que tejían una intrincada medina árabe, apuntalada por los recios muros y fustes del gigantesco templo pagano; era un oasis de columnas corintias de piedra despuntando por encima de un laberinto de barro que, si bien nunca pudo alcanzar las alturas del edificio original, se apoyó en su solidez, se acomodó a sus huecos y se ramificó por sus recovecos. En 1929 el dédalo beduino fue desmantelado, y sus habitantes mudados por decreto al actual pueblo nuevo de Tadmor (urbanización de cemento, con un trazado ortogonal que sería la antítesis del laberinto). Y hoy, el espacio despejado del recinto sacro o temenos deja ver la grandeza de los muros que forman el descomunal cuadrilátero, la elegancia de los pórticos columnados que lo enmarcan (foto03), y, no en el centro del cuadrado, sino algo desplazado, el santuario propiamente dicho. Indice de textos Este santuario (foto05) es un caso único en la arquitectura clásica, por diversos motivos. A primera vista parecería el habitual templo períptero, con un pórtico de columnas rodeando el perímetro exterior de la cella, pero, al fijarse uno en el detalle, los elementos insólitos saltan por doquier. Para empezar, la puerta está en un muro lateral, y tampoco centrada, sino abierta asimétricamente, lo que contraviene las normas arquitectónicas clásicas de su tiempo (imperaba Tiberio, el sucesor de Augusto). La decoración escultórica de algunas pilastras interiores recuerda de alguna manera al estilo ptolemaico de la arquitectura egipcia de esa época. Al entrar por un lateral, ¿dónde debería estar el sancta-sanctorum, a la derecha o a la izquierda? Respuesta: a los dos lados, pues hay dos adyton en lugar de uno, dedicados a sendos dioses, Yarhibol y Aglibol, divinidades solar y lunar, ambos hijos del gran dios Bel; se trata de una triada de origen mesopotámico. Y de hecho, el mismo templo se superpone al exacto emplazamiento de un lugar de culto babilónico anterior, lo que explicaría la rareza de su distribución, forzada por la necesidad de mantener los altares en los mismos puntos que ocupaban antes. Algo parecido ocurre con el vecino templo de Nebo y, en la misma Damasco, con el emplazamiento de la Gran Mezquita Omeya dentro del templo romano de Júpiter, levantado éste a su vez sobre un anterior santuario de Hadad. Hay que tumbarse por tierra para poder ver a duras penas algunos frisos tallados debajo de unas enormes vigas monolíticas de mármol, que antaño unían el pórtico con la cella al tiempo que sostenían su parte de la techumbre, y hoy están recolocadas a pocos centímetros del suelo, vigas que en sus caras verticales despliegan unos interesantes bajorrelieves, con el dios local de la Luna Aglibol, camellos, palmeras datileras, frisos de parras henchidas de uvas, y, ejemplar único, tres mujeres (foto07) que participan en una procesión donde se transporta un betilo en camello, y que portan túnicas que les cubren completamente la cara: prueba material de que la costumbre del velo femenino tiene en Oriente Próximo un origen preislámico. Los dos adyton del interior de la cella son también piezas únicas. Son dos cámaras enfrentadas en los lados opuestos, elevadas a cierta altura, y enmarcadas por una extraña decoración, de elementos clásicos mezclados con fantasías orientales, y pilares adosados provistos de capiteles de hojas carnosas claramente derivados del Egipto de tiempo de los Ptolomeos. Pero lo más extraordinario son los techos de las cámaras, ambos monolíticos, cubriendo la totalidad de cada estancia. El del lado norte está tallado formando una falsa bóveda semiesférica, dividida en casetones con los retratos de los dioses olímpicos (en el centro, Zeus, asimilado a Bel), y rodeada de una banda circular con relieves de los doce signos del Zodiaco. El techo de la cámara sur (foto06), ennegrecido por los humos, no es menos lujoso en su decoración esculpida, con un juego de círculos y octógonos combinado con motivos florales, abundando las hojas de acanto y –otra vez el toque egipcio– de loto. Su diseño fue muy admirado por los arquitectos ingleses neoclásicos cuando, a mediados del XVIII, fueron publicadas las láminas de grabados de Wood y Dawkins. Indice de textos La edición de 'The ruins of Palmyra' conmocionó a la Inglaterra de hacia 1750 y dio un gran impulso al movimiento neoclásico. Robert Wood y James Dawkins, con ayuda de los dibujos del arquitecto italiano Giovanni Battista Borra, reprodujeron en su aventurada estancia de quince días en Palmyra vistas generales y detalles arquitectónicos y ornamentales de sus ruinas, y las editaron en un libro de grabados que despertó la inspiración de los arquitectos por su visión romántica y exótica del arte clásico. Los dibujos son soberbios, tanto por la técnica con que están plasmados los detalles decorativos, como por el aura romántica que desprenden los paisajes y vistas generales, animados con figuras de jinetes beduinos al galope blandiendo lanzas o de saqueadores de tumbas. Si se tiene en cuenta que los autores sólo permanecieron dos semanas en el lugar para tomar apuntes y medidas, hay que reconocerles doble mérito (aunque puedan detectarse algunos detalles discrepantes de la realidad, como por ejemplo la cenefa circular de la roseta central en el techo que cubre el adyton sur del templo de Bel, que, compuesta de hojas de acanto y loto alternas, en el grabado correspondiente sólo muestra acantos), aunque su verdadera importancia resida en el fuerte empuje que ejercieron sus dibujos sobre la transición de las artes europeas del barroco al clasicismo helenizante. Rizados ya todos los rizos del barroco hasta su agotamiento por exceso, un soplo de aire venido del Levante refrescó ideas. Los ojos se tornaron hacia Oriente y las musas helénicas volvieron por sus fueros a restablecer el roto equilibrio. El neoclasicismo revalorizó el austero sentido de la belleza griega, humana e idealizada al tiempo, obediente a los cánones áureos, serena. Los frisos de Palmyra nada tendrían que envidiar en exuberancia y perfección técnica a los delirios decorativos del arte barroco, pero aquí se ceñían a las leyes estéticas de una edad de oro en la que primaba la composición, la línea recta y el arco de medio punto, a la búsqueda de la proporción ideal. Las guirnaldas, grecas y perifollos se compensaban con calculados espacios vacíos; todo ornamento se restringía a su justo punto y su justa medida, sin entorpecer nunca el efecto de conjunto. Fue así como romanticismo y clasicismo entraron en Europa agarrados de la mano, heraldos prematuros del siglo de las luces, y la avanzadilla estuvo formada por británicos de la casta de los aventureros. Hoy pueden verse en diversos palacios de Gran Bretaña techos de salones neoclásicos que reproducen el diseño dos veces milenario del monolito meridional del templo de Bel. Indice de textos El exterior de la cella ofrece otras curiosidades: el arquitrabe del lado Este parece como volado sobre columnas torcidas, dando la sensación de que todo se va a derrumbar por la fuerza gravitatoria en cualquier momento. En el muro sur hay columnas adosadas de orden jónico –las únicas en Palmyra–, pero las columnas corintias que se mantienen en pie, del pórtico que rodea al cuerpo central, están desprovistas de capiteles, y ostentan en su lugar cilindros lisos, como muñones, desnudos de acantos, que sostienen el entablamento; ocurre que en su tiempo fueron capiteles hechos en bronce (es fácil imaginarse su soberbio tamaño y lo opulento de sus formas), y ello forjó su perdición, pues en épocas posteriores se saquearon, para otros usos, todas las partes metálicas que podían encontrarse en los monumentos antiguos, y esto incluía no sólo los capiteles, sino las cinchas de plomo que sujetaban los sillares entre sí, lo que explica los agujeros que pueden verse perforando todos los muros con el fin de extraer el metal. La cornisa del edificio central está coronada con una fila de extraños remates escalonados, a modo de almenas (foto05), parecidos al elemento arquitectónico –de origen asirio, y usado también por los persas aqueménidas– que en Petra llaman 'escalerillas de cuervo' (ver foto en la exposición Petra) y que tendrían una simbología solar: evocarían el recorrido del astro-rey, que asciende desde el alba, alcanza su cénit al mediodía y desciende por el otro lado hacia el ocaso. Este elemento decorativo no es sino una reconstrucción especulativa, basada en una hipótesis discutida por algunos estudiosos, pero su efecto es muy orientalizante. Más segura era la existencia de cuatro acróteras en las esquinas, pues al menos sus trozos han sido recompuestos y pueden contemplarse en el suelo; la recargada complejidad de su diseño para nada recuerda al arte griego o romano, es puramente oriental. Es muy digna de admiración la calidad de la talla, el virtuosismo escultórico de las hojas de acanto que dan forma a los inmensos capiteles corintios (foto04) de las columnatas que rodean el anchísimo recinto. Su trabajo de calado parece de orfebres, se puede ver el cielo a través de los intersticios que se abren entre las hojas, y esto confiere a los capiteles una delicadeza y una fragilidad que hace sorprendente el hecho de que en los veinte siglos transcurridos aún se mantengan intactos. Indice de textos En la ancha explanada que encuadra el temenos hay desperdigados centenares de tambores de fustes corintios, cual si hubieran sido cortados en rodajas, cuyo colosal tamaño puede apreciarse mejor aquí que en las mismas columnas, al poder medir con el propio cuerpo el diámetro de sus secciones. En medio, raíles de tren amontonados y herrumbrosos, que sirvieron hace años para trasladar los enormes bloques pétreos en las obras de reconstrucción del templo. Muchos de estos tambores de columna han sido reutilizados a modo de sillares para elevar muros defensivos, en sustitución de los caídos, en la época medieval, cuando el templo de Bel fue convertido en fortaleza por un tal Abdul Hassan Yusuf ibn Fairuz. Otro vestigio de este castillo es el recio machón defensivo que, a modo de ciudadela, ocupa el lugar donde estuvieron antaño los propileos, o sea, el gran portal de entrada principal al complejo: encastrados en sus paredes pueden divisarse unas celosías inconfundiblemente musulmanas, una lápida con una inscripción en árabe que data el desaguisado (1132-33), y unas nada islámicas estatuas de Hércules y Mercurio, que rompen la austeridad del conjunto. Rodear el exterior del Templo de Bel es una buena forma de apreciar en toda su magnitud las titánicas dimensiones del santuario. Algunos paños de muro se mantienen intactos sobre su enorme plinto, pero otros, hundidos por las vicisitudes de dos milenios, están descuidadamente reconstruidos en épocas medievales, por el expeditivo procedimiento de apilar en hiladas los tambores de las columnas corintias del pórtico interno del recinto, puestos de canto. Otros paños del muro exhiben incrustados nichos con frontón, que no ocupan su lugar original, sino que han sido colocados a conveniencia de los reconstructores, sin tener para nada en cuenta el esmerado juego de proporciones que guardaban ventanas y nichos entre sí en el edificio original. Entre la parte trasera del templo y la zona cultivada del oasis, pueden verse los basamentos de diversas casas patricias, que siguen el esquema constructivo de peristilo en torno a patio central, los suelos hermosamente pavimentados con losas de mármol blanco. En el oasis se cultivan olivos, palmeras datileras y granados, en huertos cercados de muros de adobe entre los que discurren y se ramifican los caminos de acceso. Hay más restos de ruinas clásicas por entre los cultivos, apilados y semiocultos bajo montones de tierra: fustes, sillares, capiteles de hojas de acanto, esquinas de basamentos emergiendo entre los escombros. Desde el gran portal de entrada al Templo de Bel parte oblícuamente una calle columnada que conduce al Arco de Triunfo. Indice de textos |
05. Arco de Triunfo |
El Arco de
Triunfo de Palmyra (foto08)
es único en el mundo romano, pródigo en ellos, pues
comprende
dos arcos en uno, formando ambos entre sí un ángulo de 30
grados (foto10).
Las razones de tan curiosa disposición residen en que ambos
arcos
de triunfo, de tres vanos cada uno, sirven de conexión entre dos
tramos de avenidas columnadas que forman un ángulo. Y las
avenidas
hacen ángulo precisamente para salvar un templo anterior,
esquivando
mediante un codo el recinto del santuario de Nebo-Apolo, cuyo culto se
remontaba una vez más a la época preclásica de
Tadmor. El resultado arquitectónico es una estructura de planta angular sumamente curiosa. Por no hablar de la decoración de bajorrelieve vegetal (foto09) que cubre, con ponderado equilibrio entre vanos y rellenos, las paredes externas e internas de la construcción, en una simbiosis entre las áureas proporciones helenísticas y los motivos decorativos de las telas de seda traídas en caravanas de la lejana China, de los que se pueden ver ejemplares en pequeños fragmentos hallados en tumbas y conservados en el museo. Una gran dovela del arco central lleva años a punto de caerse. Colgando como de un hilo, es sujetada en sus bordes por la débil pinza de sus dovelas contiguas, en el más precario de los equilibrios, cual espada de Damocles que amenazara a los visitantes al franquear la entrada a Tadmor. |
06. Templo de Nebo |
A tiro de piedra
está
el templo de Nebo-Apolo, cuya doble advocación delata una vez
más
el sincretismo de cultos asiáticos y egeos que se da en toda
Palmyra,
y cuyo emplazamiento inamovible obligó a que la principal
avenida
de la ciudad diera un pronunciado quiebro para esquivarlo. Nebo,
según
la ortografía bíblica, o Nabu, fue un dios mayor de la
teogonía
babilónica y asiria, por lo menos desde el siglo X a C. Era,
como
Thoth en Egipto, el dios de la escritura y de la cultura, y se le
simbolizaba
con la tablilla de arcilla o el cálamo. Era hijo del gran dios
Marduk,
de Babilonia, como Apolo era hijo de Zeus, y su nombre se halla
asociado
a muchos monarcas neobabilónicos (caldeos), como Nabopolasar,
Nabucodonosor
o Nabónido. Los condicionantes urbanísticos del emplazamiento asignan al templo un temenos de forma trapezoidal, pero la cella en sí es perfectamente rectangular, de tipo períptero, aunque no conserve en su lugar sino las basas de las columnas sobre un podio de gran calidad de sillar (foto20). Todos los tambores de las columnas están desperdigados en derredor. Los capiteles han sido recolocados sobre las basas; la mayoría son corintios, algunos están inacabados. |
07. Gran avenida columnada central |
La Calle
Columnada puede que
sea el rasgo más característico de Palmyra, su principal
seña de identidad. Esta espina dorsal de Tadmor (una columna
vertebral
con columnas por vértebras), abrumadora en su longitud pero
armoniosa
en la equilibrada proporción de sus innúmeros fustes,
puede
evocar a otras avenidas flanqueadas de pilares, como las de las
cercanas
Apamea en el Orontes (Siria) o Gerasa (Jerash, Jordania), pero a todas
supera en majestuosidad y belleza, con el añadido de sus juegos
de colores al alba y al ocaso, cuando la dorada tersura de sus
mármoles
se tornasola en todos los matices entre el rojo y el oro. No es rectilínea, sino quebrada, y pueden distinguirse en su recorrido tres tramos diferenciados: el primero, del templo de Bel al Arco de Triunfo forma un ángulo pronunciado con el segundo trecho, que une, sosteniendo un prolongado arquitrabe, el arco con el Tetrapylon, pasando por la trasera del Teatro (foto19). Más allá la calle da otro quiebro y enfila derecha al Templo Funerario, siendo este segmento el más largo (foto18). Las columnas se mantienen en pie desde la antigüedad, con muy pocas relevantadas, y todas poseen una característica insólita en el mundo clásico: la consola o peana a media altura del fuste, un elemento arquitectónico que no se ve en otros parajes fuera de Siria (fotos 11 y 12). Es la marca de fábrica de Palmyra. Estas peanas, prismáticas, con inscripciones en griego y arameo, sostenían en sus tiempos estatuas de dignatarios palmyrenses, nobles, personajes influyentes, ciudadanos de prosapia, mercaderes enriquecidos con el tráfico de caravanas. A los habitantes de Tadmor no les dolían prendas en ensalzar a aquéllos entre los suyos que destacaban en las artes del comercio. Lo que era bueno para los comerciantes era bueno para Palmyra, pues el efecto de sus actividades repercutía en la prosperidad de la ciudad. Y es así que se les recompensaba con la gloria, reservándoles un puesto entre los grandes, un lugar bien visible en las alturas dominadoras de las multitudes que paseaban por la avenida central, con sus esculturas a tamaño natural en pie cada una sobre su sostén entre tierra y cielo, alineadas para formar un batallón de próceres. Indice de textos El tramo central de la columnata es atravesado
por un camino
por el que circulan carros tirados por asnos, que cruzan las ruinas en
busca de un atajo entre las carreteras asfaltadas. Puede
vérseles
periódicamente, en una estampa que no es de este siglo, pasando
bajo los arcos que rompen la uniformidad de los alineamientos
columnares (foto13).
|
08. Teatro |
El teatro de Palmyra está muy reconstruido, habilitado para hacer representaciones de bailes folclóricos y otros espectáculos de temporada. El interior está cuidadosamente restaurado, la escena con columnas y nichos relevantados en dos pisos, pero con los elementos originales (foto22); y la cavea con bellas gradas de mármol (foto21), cortadas a intervalos regulares por pasillos de tránsito, y separadas de la orquesta por una barrera de delgadas losas verticales, a modo de plaza de toros (foto23). Antiguamente el teatro era mucho más alto y de más capacidad, pero sus proporciones actuales han quedado reducidas a una escala más humana y recogida, como si fuera un odeón. |
09. Ágora |
El Ágora,
la extensa
y céntrica plaza donde se celebraban las reuniones
cívicas,
está rodeada de un pórtico del que se preservan casi
todas
las columnas en distintos estados de deterioro: unas completas, otras
hasta
media altura o al nivel de basas (foto24).
El rectángulo de fustes está enmarcado por muros muy
altos
provistos de suntuosas ventanas, todas ellas rematadas con elaborados
frontones
triangulares. Se entra al claustro por varias puertas monumentales,
compuestas
de jambas de una sola pieza que sostienen inmensos dinteles. Por una esquina se accede a una estancia adyacente, que llaman la Sala de Banquetes. Sus paredes están recorridas a cierta altura por una magnífica greca en relieve, del más perfecto acabado (foto28). |
10. Patio de la Tarifa |
También
contiguo, al
otro lado del muro este del Ágora, se encuentra el denominado
Patio
de la Tarifa. Una de las paredes que lo encuadraban yace enteramente
derribada
hacia un lado, pero con todos sus sillares –paralelepípedos de
piedra
de varias toneladas cada uno– guardando su posición relativa, en
un amontonamiento escalonado, de forma que podría recomponerse
su
verticalidad ahora mismo, con ayuda de alguna buena grúa (foto25). La 'Tarifa' en cuestión es una gran estela monolítica de 4,80 m de largo por 1,75 de alto, que estaba en este lugar pero se llevaron los arqueólogos rusos de principios del siglo XX a San Petersburgo. Datada en el año 137 d C, contiene una inscripción bilingüe (palmyrense/griego) que especifica las nuevas leyes e impuestos a aplicar al tráfico caravanero a su paso (poco menos que obligatorio) por el oasis. Fija en denarios las comisiones a cobrar por el fisco de Palmyra con cada compra-venta de esclavos, púrpura, sal, perfumes, estatuas y otras mercancías, así como el precio del agua (que era la partida más exorbitante, debido al gran número de dromedarios y camellos –a veces más de un millar– de que constaba una caravana bien organizada). La Tarifa, verdadera piedra de toque de la prosperidad comercial de Palmyra, no se olvida de regular hasta la prostitución: 'Cláusula XI Prostitutas También, los publicanos recaudarán de las prostitutas, de la que cobra 1 denario recaudará 1 denario, de la que cobra 8 ases recaudará 8 ases y de la que cobra 6 ases, 6 ases etcétera'. Browning, Iain ('Palmyra'). El autor apostilla: |
11. Cloacas |
Un par de profundos agujeros en el suelo de la calle columnada, cerca de donde ésta se ensancha por un lado formando una exedra curva, son en realidad pozos, o más exactamente respiraderos, de las antiguas cloacas de la ciudad. Se componen de una red de galerías subterráneas, estrechas pero firmemente construidas, con losas planas en el techo haciendo falsa bóveda y sendos zócalos en las paredes de buen sillar. Los túneles son largos, aunque medio taponados por desprendimientos y derrumbes. Hacen curvas, tuercen y se ramifican, rodean el Tetrapylon y enfilan a lo largo de la calle columnada. |
12. Tetrapylon |
El Tetrapylon
marca el punto
clave donde confluyen en un ángulo casi recto las dos
principales
avenidas de Palmyra (foto29).
Se compone de cuatro pabellones, cada uno formado a su vez por cuatro
enormes
columnas de fuste monolítico en granito rosa elevadas sobre un
alto
podio, conteniendo en su interior un pedestal con una estatua. Es el
centro
de gravedad de Tadmor, y se divisa desde cualquier punto de las ruinas,
como un mojón de referencia. Está muy reconstruido: de
hecho
sólo una columna de las dieciséis es auténtica.
Las
restantes están reproducidas en cemento, convenientemente
coloreado. Próxima al Tetrapylon hay una estructura interesante. Se trata de un edificio de patio con peristilo, al modo de las mansiones privadas, del que sólo queda el suelo central cuadrangular, bien embaldosado, y una galería porticada en uno de sus lados (foto36). Nadie sabe qué función tenía, pero llama la atención por sus columnas, cuyos fustes, que aún sostienen parte del entablamento, exhiben un diseño con dos tipos de estrías distinto al de las mil restantes columnas de la ciudad, y sobre todo por sus insólitas peanas, también sin par en todo Tadmor, que tienen la forma de pequeñas pirámides escalonadas invertidas. |
13. Templo Funerario |
El Templo
Funerario (foto30),
reconstruido en parte, conserva en pie la fachada columnada con su
pedimento,
a la que se accede por una escalinata. Dos pilastras
están
realzadas de arriba abajo por exquisitas franjas corridas de zarcillos
de vid entrelazados, en la línea de exuberancia decorativa que
hizo
famosa a Palmyra entre los arquitectos neoclásicos ingleses,
como
un delirante ejemplo de helenismo cuasi-barroco de pura raigambre
oriental.
Este templo, dedicado al culto de los muertos, tuvo también
pilas
de sarcófagos adosados a sus paredes interiores, y conserva
aún,
detalle insólito, una cripta, con un espacio central delimitado
por cuatro columnas, de enigmático cometido. El segmento de calle columnada que desemboca en este templo está aún sin excavar, o sólo en parte, ocultándose las basas de las columnas a un metro bajo tierra. Su accidentado trazado, entre baches y montículos, está salpicado de tambores de columnas, fustes carcomidos por la intemperie y toda clase de piezas de mármol tallado, desparramadas en un caos sin posible retorno (foto52). |
14. Campamento de Diocleciano |
El Campamento de
Diocleciano,
también conocido, aunque con poco fundamento, como 'Palacio de
Zenobia',
era un acuartelamiento de soldados romanos, y está formado por
un
complejo de ruinas situado a media ladera de la colina que cierra la
gran
calle columnada por su extremo oeste, al que se accede por una amplia
escalinata
antigua, degradada casi al estado de rampa, pero todavía
imponente (foto31).
Un gran fuste monolítico en mármol dorado descansa
caído
sobre las gradas, pero parece que hubiera sido colocado con delicadeza.
Al parecer los muros que se yerguen aquí arriba, que incluyen
una
especie de ábside semicircular, formaban parte de un templo
(llamado
'de los Signa') donde se depositaban estandartes y enseñas
militares.
Fue construido en época tardía, cuando tras el
aplastamiento
de la rebelión de Zenobia habían pasado ya los momentos
gloriosos
de Palmyra. Si hubo un breve renacer, fue gracias a Diocleciano, a
quien
se deben también los baños públicos junto al Arco
de Triunfo. Desde aquí arriba se domina una vista panorámica de toda la ciudad con sus mil columnas, con la mole del templo de Bel en la linde opuesta, arropado por el verde oscuro del oasis de palmas (foto01). Y, más allá, el ocre arenal extendiéndose hasta perderse en la bruma de un horizonte incierto. El Campamento de Diocleciano sería un masivo contrapunto al inmenso templo de Bel; ambos conjuntos monumentales, el alfa y el omega de Tadmor, están enclavados a uno y otro extremo de la ciudad, demarcando sus límites, y a la vez enlazados por la larguísima arteria columnada como si quisieran equilibrarse cual dos pesos de una balanza. |
15. Plaza Oval |
De la Plaza Oval sólo queda un grupo de doradas columnas sujetando un fragmento de arquitrabe, en un conjunto realzado con refinadas cenefas decorativas, cuya disposición –vista en planta– forma una curva, un arco de óvalo, apenas perceptible a cierta distancia (foto32). Es lo que queda de una plaza de forma ovalada que remataba una columnata que, partiendo casi perpendicularmente de la avenida columnada principal de Palmyra, pasaba al pie de la colina donde se asienta el Campamento de Diocleciano, y desembocaba en un pórtico monumental de salida de la ciudad. Sería ésta la llamada Puerta de Damasco, de la que apenas quedan vestigios, abierta en un punto por donde ahora pasa la 'Muralla de Zenobia'. Parecida planta oval tiene, si bien a escala más grande, y mejor conservado en su conjunto, el foro de Gerasa (actual Jerash, Jordania), una de las ciudades de la Decapolis, junto a Filadelfia (Amán), a un centenar sólo de kilómetros en dirección sur. |
16. Murallas |
La muralla norte,
atribuida
a la fortificación de la ciudad por Zenobia, traza un amplio
recorrido
curvo jalonado de bastiones desde la parte trasera del Templo de Bel
hasta
el Templo Funerario, abrazando todo el recinto urbano de Palmyra al
norte
de la calle columnada. En esta muralla se puede apreciar la diferencia
de calidad entre la arquitectura clásica y la bizantina (bajo
Justiniano).
Donde los palmyrenses erigen lienzos y torreones de aparejo regular,
bien
tallado y bien alineado, las partes bizantinas contrastan por el
descuidado
aglutinamiento de toda clase de materiales cogidos al azar de
aquí
y allá, amontonados de cualquier forma en bastiones a veces
semicirculares,
haciendo caso omiso del excelso ejemplo constructivo de sus antecesores
en el Imperio. Al pie de las murallas se desparraman centenares de losas talladas, frisos, cornisas y tambores de columna, esperando el día que sean reubicados en sus correspondientes huecos del puzzle. En alguna inscripción en griego se lee claramente el nombre de 'Zenobia'. Todas las inscripciones de Palmyra figuran en bilingüe: griego y palmyrense. Éste último parece ser dialecto del arameo, lingua franca por esta zona en la antigüedad, la que utilizó Jesús de Nazaret en sus predicaciones, y que todavía se habla en un pequeño pueblo cristiano de Siria: Maalula. El dialecto del arameo que se hablaba en Palmyra tenía dos tipos de escrituras: una monumental y otra cursiva. La primera se escribía de derecha a izquierda en el mármol de los monumentos (ej.: peanas a media altura de los fustes, la lápida conocida como 'Tarifa de Palmyra'). La segunda, de arriba abajo en papiros o pergaminos, y constaba de un alfabeto de veintidós letras de rasgos muy simples. El trazado de la muralla pasa junto a varios mausoleos ruinosos. Uno de ellos está relevantado extramuros: la casa-tumba de Marona, que llama la atención por la sencillez de su estructura cúbica, bordeada de pilastras corintias, y por la perfección rectilínea de sus enormes sillares, que se dirían tallados y pulidos a máquina ayer mismo. Un hipódromo recién construido junto a la tumba de Marona, traza un circuito que rodea las ruinas de otras torres-tumba y casas-tumba, una de ellas casi idéntica a la descrita. La vida del siglo XXI se integra en la ciudad muerta, como puede verse también con el campo de fútbol que hay habilitado en el lado interior de esta zona de la muralla, lugar de encuentro y recreo de la juventud del pueblo. Pero a ninguno de los actuales habitantes de Tadmor parece importarle estar por todos lados rodeado de apilamientos de piezas artísticas en constante proceso de deterioro; frontones riquísimamente tallados formando escombreras (foto52); cuerpos en mármol de personajes togados, sin cabeza, que podrían estar expuestos en cualquier museo del mundo, aquí tirados por tierra (foto56). |
17. Templo de Baal-Shamin |
El bien
conservado Templo
de Baal-Shamin conjuga la elegancia de sus proporciones
(pequeñas
por otro lado, en comparación a las colosales del templo de Bel)
con la delicadeza de sus detalles decorativos (foto34).
A uno y otro lado de la cella
se abren dos amplias plazas porticadas,
cuyas
columnas, al no estar enteras y haber sido pese a ello relevantadas y
coronadas
de sus correspondientes capiteles, adoptan un porte rechoncho,
disonante
con la armonía clásica de todo el entorno (foto33).
Una vez más se sienten los aires del Nilo: algunos de los
capiteles
recuerdan el estilo de los templos de la Baja Época egipcia.
Otro
detalle digno de referencia son las estatuas de personajes con toga,
muy
desgastadas y sin cabeza, que se hallan colgadas a media altura de
algunos
fustes, sin bases donde apoyar los pies, formando una sola pieza con el
tambor. Baal-Shamin era un dios de origen fenicio, que disputaba la importancia y rango al mismísimo Bel. Como Bel, también formaba tríada, compartiendo su santuario con los locales Aglibol y Malakbel, y fue asimilado a Zeus por los griegos. Calificado de 'Señor de los Cielos', se le representaba como una gran águila cuyas alas extendidas cubrían el sol, la luna y las estrellas. Sus símbolos eran el rayo y la espiga. Su templo, reconstruido en el 139 d C sobre el emplazamiento de otro anterior, presenta la típica estructura romano-siria, con pórtico in antis de cuatro columnas monolíticas en primera fila, dos detrás (todas con sus consabidas peanas al gusto del lugar), y pilastras adosadas a los muros laterales. El interior contiene al fondo un barroco tinglado arquitectónico, a modo de escenario o proscenio teatral, que sería una pantalla de separación entre la cella y el adyton, con nichos en forma de concha exuberantemente esculpidos y enmarcados por estilizados pilares corintios; su planta adquiere forma semicircular en el centro, evocando un ábside (foto35). Al parecer, se trata de un elemento único en la arquitectura clásica sin nada que se le parezca en la civilización grecorromana. Un árbol aporta un toque de vida al antaño sagrado y hoy fantasmal recinto: ha echado sus raíces en el sancta-sanctorum, sus ramas se enredan con el prolijo catafalco, y la copa sobresale por encima del tejado ausente. El templo debe su buen estado de conservación al hecho de haber sido reutilizado como iglesia en la época bizantina. |
18. Basílica cristiana |
La
basílica cristiana,
con dos ábsides y tres naves, es uno de los pocos despojos
post-clásicos
o de la antigüedad tardía que pueden discernirse con buena
voluntad en Tadmor, al este del templo de Baal-Shamin (que
también
fue reconvertido en iglesia). Es un amasijo de piedras, pero son
interesantes
los reaprovechamientos de elementos anteriores, en una amalgama tan
poco
armoniosa que se diría no habían aprendido nada de sus
antecesores
en la construcción. No sólo no aprendieron, sino que
olvidaron,
o se despreocuparon de estas cuestiones, acuciados por otras, en la
inestabilidad
de aquellos siglos oscuros. Y luego estaría también,
¿causa
o efecto?, la pérdida de influencia mercantil de Palmyra como
crucial
etapa caravanera en medio de un desierto. Y el éxito del
cristianismo,
que nació no lejos de aquí y tuvo por Oriente
Próximo
su expansión natural, con algunas de sus obras tempranas de
arquitectura
más impresionantes (Qalat
Samaan, no lejos de Antioquía;
Hagia Sophia de Constantinopla), aunque no sea éste el caso,
pues,
a juzgar por los basamentos que quedan, está claro una vez
más
que los bizantinos no tuvieron en la mayoría de las ocasiones
ningún
escrúpulo en reutilizar de forma chapucera los excelsos
materiales,
los delicados relieves, de épocas anteriores más
civilizadas,
lo mismo para reconstruir una iglesia en una anterior basílica,
que como relleno de murallas o sillar de muros de fortificación.
Hay registrado que hubo un obispo de Palmyra en el concilio de Nicea (actual Iznik, Turquía). |
19. Viviendas |
A cien pasos de
allí
puede admirarse un buen ejemplar de casa con peristilo (foto37),
uno de los pocos restos en pie en el área al norte de la
columnata
central, que habría sido un barrio de casas de nobles. Bien
urbanizado,
con trazado recto en sus calles y casas, responde al tipo de
urbanización
ortogonal que inventaron los arquitectos jonios (Mileto,
Priene)
de 500
años antes, que prosiguieron los romanos, y que hoy perdura
sólo
en el pueblo nuevo de Tadmor, como el tejido urbano más
cartesiano,
más opuesto al de la ciudad de crecimiento espontáneo
cuyo
prototipo serían las laberínticas medinas
árabes. Sin embargo, la linealidad del trazado en parrilla de este barrio no debe llevarnos a engaño en cuanto a las características generales del tejido urbano de Palmyra en su conjunto, que en el fondo, y pese a lo que pueda parecer a primera vista, no respondía a las normas de planificación callejera y monumental de las ciudades clásicas grecorromanas, sino que se amoldaba a pautas más flexibles, más en consonancia con los usos y tradiciones de las diversas poblaciones beduinas y nómadas que habitaban Tadmor. Aquí no veremos cardos ni decumanos romanos, sino una gran avenida zigzagueante que atraviesa la ciudad de parte a parte, y que no es cruzada por ninguna otra calle importante. El Tetrapylon, que en otras ciudades marca una encrucijada de vías, aquí tiene un sentido más bien decorativo, pues sólo confluyen en él tres calles. Las vías que parten de la gran avenida columnada no lo hacen en ángulo recto. Los edificios monumentales como el Templo de Nebo, el Teatro o el Ágora no se alinean paralelos al trazado de la avenida ni de las otras calles. Sólo el gran cuadrilátero del temenos del Templo de Bel está exactamente orientado en dirección norte-sur. Cada casa formaba parte de manzanas delimitadas por calles rectas, y si bien no presumía cara al exterior de gran profusión de lujos –a lo sumo un primoroso dintel sobre la puerta de entrada–, el interior era un pequeño oasis doméstico aislado del trajín urbano. Era la típica casa mediterránea, como las que se pueden visitar a decenas en Pompeya, la misma tipología de mansión que los musulmanes prósperos heredaron de los romanos prósperos: con habitaciones en torno a un patio central cuadrado ceñido de un pórtico de columnas corintias. Precisamente este peristilo (un cuadro de columnas solitarias que sostienen un arquitrabe cuadrado, una figura prismática que surge de la nada en una pelada llanura) es lo único que subsiste de algunas de las lujosas mansiones patricias palmyrenses del barrio. Son esqueletos de mármol dorado, y paseándose por las intercostales de tan egregias villas no es difícil imaginar su grado de confort; otro poco de esfuerzo mental y ya creeríamos oír en la lejanía del tiempo el cantar del chorro en medio de un estanque central tapizado de reverberantes mosaicos, un fresco bálsamo familiar en el riguroso clima del desierto sirio. |
20. Torres-tumba |
En una ladera de
la colina
Um el-Belquis (= 'Madre de Belquis', siendo Belquis el nombre
que dan los árabes a la reina
de Saba), destaca un complejo
funerario de torres-tumba que
sirvieron
de mausoleo a varias familias palmyrenses en su época
clásica.
Esta tipología de edificio es única de Palmyra. Se trata
de enterramientos colectivos en forma de torre sobre un plinto. El
tamaño
de sus sillares es descomunal y las torres, de planta rectangular,
alcanzan
gran altura, y ostentan una ventana de medio punto adornada de
esculturas (foto40).
Descrito
así su
aspecto externo, no es de extrañar que fueran tomadas, en un
primer
golpe de vista, como torres de iglesias cristianas por los primeros
exploradores
europeos del lugar –lo que, inquietos por haberse adentrado en un
territorio
hostil, les produjo un gran alivio–, ilusión que se
desvaneció
en cuanto exploraron sus entrañas y comprobaron que sus paredes
interiores estaban agujereadas de nichos con sarcófagos dentro.
No eran iglesias, sino tumbas colectivas. Los interiores de algunas de estas torres-tumba comunican con túneles ramificados hundiéndose en las entrañas de la montaña. Unas ruinosas escaleras laterales permiten a veces ascender a la primera y segunda plantas, a menudo con los suelos de losas desplomados. Si habitaron aquí los fantasmas de numerosas familias palmyrenses, o el soplo de los siglos disolvió su ectoplasma, o se mudaron a otras moradas no tan incómodas, pues ni de los cadáveres queda rastro: sólo huecos llenos de polvo, los loculi que vieron la descomposición de los cuerpos y la posterior interrupción de su sueño 'eterno' por el pillaje de los ladrones de tumbas. |
21. Valle de las Tumbas |
Con este
nombre
se designa
a un estrecho vallejo que se abre paso, entre las colinas, hacia el
oeste
de Palmyra, perforado de hipogeos y erizado de afiladas torres
funerarias (foto39).
La mayoría están en un estado ruinoso, torreones a medio
derrumbar que elevan sus descarnados esqueletos de piedra contra el
rojo
resplandor del cielo de poniente. Allí por donde cada día
muere el sol fueron a morir los palmyrenses, y no sería por
casualidad.
Un paralelo de esto se da en las necrópolis egipcias, casi
siempre
situadas hacia occidente: Giza y Saqqara, respecto a Menfis; los Valles
de los Reyes y de las Reinas, respecto a Tebas; los hipogeos
principescos
de Qubbat el-Hawa, respecto a Elefantina. Hay una torre que está casi entera, un esbelto prisma de sillares regulares rematado en una cornisa, conocida como la tumba de Elahbel. Llama la atención la rica decoración de su interior, con pilastras corintias adosadas, con restos de policromía en los techos de casetones de los cuatro pisos, y con las paredes acribilladas de nichos mortuorios vacíos (foto41). Hay tiradas aquí y allá estatuas sedentes de buena calidad, retratos decapitados de los antiguos dueños del mausoleo. Visten y se enjoyan con un lujo que poco tiene de romano y mucho de oriental; diademas, broches, cinturones, pantalones estampados y zapatos de fantasía se alejan del gusto helenizante de la época: aquí los partos imponían la moda (foto42). Estas figuras mutiladas son las pocas que quedan de los centenares de estatuas funerarias que reproducían los rasgos de todas y cada una de las personas allí enterradas, cada busto identificando su propio sarcófago y el conjunto llegando a crear una verdadera galería de retratos. Y considérese que en una torre de este tipo los difuntos podían alcanzar el número de cuatrocientos. Destacaba siempre el grupo escultórico de la familia principal. El padre y la madre medio recostados en un lujoso diván, a la manera etrusca, con la prole detrás suyo, de pie, supuestamente asistiendo a un banquete funerario. A veces este grupo se asomaba por la única ventana de la torre, situada a gran altura sobre la puerta principal (como queda in situ en la tumba de Kithoth). A veces, presidía la decoración de una cámara subterránea (como la de Yarhai, trasladada al Museo de Damasco). Indice de textos La torre-tumba de Kithoth es supuestamente el edificio más antiguo entre los que se conservan en Palmyra, pues podría datarse en el I a C, antes incluso que el Templo de Bel. Su mayor antigüedad se detecta en el tipo de aparejo de sus muros, que sin ser poligonal ni ciclópeo, en algo recuerda a dichas primitivas técnicas constructivas (foto40). Los sillares son de tamaño inmenso y bastante irregulares, a diferencia de los de otras torres-tumba, como la ya descrita de Elahbel. El prisma de la torre descansa sobre un plinto escalonado, y contribuye así a la sensación abrumadora de robustez que se desprende de la mole. El efecto visual que produce sugiere arcaísmo, lejanía en el tiempo, y retrotrae a sensaciones más allá de la cronología histórica, hacia zonas inquietantes del inconsciente colectivo donde resuenan épocas legendarias habitadas por razas de gigantes. Un detalle resulta paradójico: que siendo ésta la torre más arcaica, sea la única que conserve en su fachada un grupo escultórico in situ. Todas las torres ostentan sobre su puerta de entrada, a suficiente altura, una ventana de medio punto, que ayuda al equívoco efecto de campanario de iglesia que confundió a los primeros exploradores. También la torre de Kithoth, pero además su arco está adornado por una cenefa semicircular con un motivo de parras en bajorrelieve. Y por su abertura se asoman, como a un balcón, los cuerpos petrificados y sin cabezas de los propietarios del mausoleo, con el pater familias reclinado sobre un diván de patas torneadas y rica tapicería, la foto habitual de los clanes familiares palmyrenses celebrando un banquete funerario. Numerosos de estos grupos pueden contemplarse en el Museo de Palmyra, o adivinar su recomposición a partir de miembros despedazados por aquí y allá, un torso tirado, un codo apoyado sobre un cojín, unas cabezas incrustadas en una pared del vestíbulo del Hotel Zenobia. Sólo la familia Kithoth (lástima que no podamos ver la expresión de sus rostros) permanece inmóvil en su hogar póstumo, contemplando eternamente los paisajes del país del más allá. La Tumba de Yarhai ha sido trasladada e instalada en una cripta del Museo Arqueológico de Damasco. El interior del hipogeo de la familia Yarhai está muy bien conservado, y da una idea fehaciente del boato y suntuosidad de que hicieron gala los mausoleos nobiliarios palmyrenses, así como de su aspecto de galería de retratos, con su exposición de bustos de la parentela ordenados en cuadros que cierran sus respectivos loculi, hieráticos retratos de los seres que habían descansado dentro. Indice de textos Al adentrarse hacia poniente por el Valle de las Tumbas, sale al paso un muro de sillares derrumbado a trechos que va de monte a monte, enlazándolos, y que antaño cerraba el valle. Grandes amontonamientos de tierra se asemejan a diques que, sin embargo, no embalsan agua, sino que separan el Valle de los Muertos del llano exterior, una planicie desierta con la mancha oscura de unas solitarias palmeras en primer término. Al otro lado de la colina Um el-Belquis se alza otra aglomeración de torres-tumba de tipología semejante a las ya descritas: las llamadas tumbas del sudoeste (foto38). Por contraposición a ellas, la Tumba de los Tres Hermanos adopta la forma de hipogeo, con dos naves abovedadas, en forma de T, perforadas a su vez de los consabidos nichos para sarcófagos. Las pinturas murales de su interior, que constituyen la característica especial de esta tumba, están cada vez más perdidas. Motivos geométricos de hexágonos y círculos entrelazados cubren la bóveda principal, con una roseta central describiendo el rapto del zagal frigio Ganímedes por Zeus en forma de águila, que se lo lleva al Olimpo de copero; en el tímpano del fondo se ve la escena de Aquiles camuflado con vestiduras femeninas entre las hijas del rey Licomedes de Skiros, por voluntad de su padre Peleo, que quería salvarle de morir en la guerra de Troya; y, en los espacios entre nichos, medallones con retratos de los familiares sepultos, sostenidos por los brazos de unos personajes alados que parecen ángeles. Cerca de allí, al otro lado de la carretera de Homs, pueden verse las fuentes termales de donde manan las aguas que dieron vida al oasis, bautizadas con la palabra semítica Efqa, que significa algo así como 'salida' o 'surgencia'. Hasta hace pocos años la gente se podía bañar en el fondo de la fosa, a la que se descendía entre vapores sulfurosos por unas escaleras talladas en la roca, salpicadas de aras romanas y otros restos antiguos de cuando este lugar era escenario de cultos sacros. Hoy el manantial está semiseco, y un bañista habría de conformarse con mojar poco más que los tobillos. Parece ser que el crecimiento descontrolado del pueblo nuevo de Tadmor ha desabastecido el acuífero subterráneo: ¿acabará el consumo inmoderado con el agua que supuso desde el neolítico el origen y la razón de ser de Palmyra? Indice de textos Algunas 'casas-tumba' muy deterioradas subsisten en el vallejo al sur de la llamada 'Muralla de Zenobia' (la que improvisaron a toda velocidad los palmyrenses el año 272 d C., cuando se enteraron de que las legiones de Aureliano venían para allá con intenciones de responder enérgicamente al desafío de aquella Cleopatra rediviva). Estas llamadas casas-tumba contienen todavía elementos escultóricos valiosos y abundantes, en un estado de total abandono: tallas en mármol de figuras humanas tumbadas por los suelos (foto43), puertas de piedra, con sus casetones y sus quicios, dinteles, frontones, nichos, lápidas, sarcófagos adornados de bustos, todo a medio enterrar o invadido por los matojos, en caóticos montones. Constituían otro tipo de enterramientos familiares distintos a las torres o a los hipogeos, en forma de habitáculo rectangular en cuyas paredes se incrustaban filas de nichos; dentro de los nichos, de abertura cuadrada, se introducían los sarcófagos, y luego se cerraban con lápidas, recubriéndose el conjunto con las habituales galerías de retratos esculpidos de los familiares difuntos. La cámara se clausuraba con una puerta pétrea de considerable tonelaje. El pequeño valle donde yacen ésta y otras casas-tumba, y demás restos arquitectónicos sembrados al alimón por su cuenca, no es sino el cauce del uadi el Qubur, un arroyo seco que corta las ruinas por la mitad, y a lo largo de cuya orilla se alza la mencionada 'Muralla de Zenobia'. Se nota el apresuramiento de su ejecución, por contraste con la calculada linealidad de otras construcciones: cada cierto tramo la muralla atraviesa por las bravas uno u otro edificio público anterior o alguna torre-tumba, transformándolo para la circunstancia en torreón defensivo. Los conflictos bélicos perturbaron ya en tiempos antiguos el sueño de los muertos, y los panteones privados de algunas familias nobles pasaron a ser bastiones de uso militar para una guerra perdida. La muralla norte trepa por el monte y se une en la cima, formando un ángulo agudo, con un tramo de la 'Muralla de Zenobia', la cual delimita por el lado sur la parte noble de la ciudad. Un sitio estratégico, como en la proa de una embarcación, para quien deseara dominar la entera urbe, no sólo con la vista. |
22. Museo |
Al no estar
decapitadas
muchas de las estatuas del Museo, éste es el lugar donde
podremos
ver los rostros de los antiguos palmyrenses (foto44).
Y por estar menos martilleadas, podremos admirar sus joyas, peinados,
ropas
y calzados. Las esculturas son hieráticas: recuerdan al estilo
romano
tardío, al bizantino o incluso al románico. Son
desproporcionadas,
las cabezas no casan bien sobre los hombros, y los retratos son
deficientes
en comparación a los coetáneos romanos. La influencia del
arte parto se deja notar. Pero los ropajes, diademas y tocados son
exuberantes
y proporcionan todo su encanto a estos seres que si juzgamos por sus
efigies,
o más bien por la escasa pericia del retratista, pueden parecer
por lo demás inexpresivos. Una estatua helenizante de Allat-Palas, copia de Fidias, rota en mil pedazos y reconstruida, apareció en el templo de Allat, al pie del Campamento de Diocleciano. Su doble advocación a una diosa árabe preislámica (Allat, nombre que prefigura el de Allah en el mahometanismo), y a la diosa griega Palas, ilustra sobre el sincretismo entre cultos clásicos y orientales en esta encrucijada del mundo antiguo. (Otro ejemplo cercano es el de las estatuas de dioses en la cima del Nemrut Dagi, en Comagena, actual Kurdistán turco, cuyo mestizaje de estilos y dioses, barridos como están por el viento del este y el viento del oeste, recuerda en más de una ocasión al que se produce constantemente en Palmyra, ciudad-estado en medio de dos imperios). En una vitrina se exhiben trozos de telas de seda de China; los motivos decorativos de estos tejidos se trasladaron a los frisos de piedra palmyrenses: por ejemplo, como se puede ver en fotos comparativas, al Arco de Triunfo, cuyas tallas en el intradós de motivos geométricos entrelazados, hexágonos y rosetas se parecen a los bordados en las sedas. ¿Puede hablarse de influencia china en el arte helenístico? Estos minúsculos restos de tejidos hallados envolviendo a un difunto palmyrense en un sarcófago de una torre-tumba parece así acreditarlo, aunque fuera de forma indirecta, pero ¿qué tendría de raro en una urbe como Palmyra, etapa de caravanas venidas de la India y el Extremo Oriente? En el jardín exterior se conservan algunos sarcófagos casi enteros, con toda la familia del difunto reunida para el banquete funerario, y otras estatuas curiosas, como un enorme y amenazador león que apresa bajo sus garras a un orix (especie de antílope abundante en Cercano Oriente) de esbeltos cuernos, de una factura distinta a la de otras tallas (foto45); mide 3,5 m de alto y está fechado en tiempos de Cristo. Los fragmentos de esta escultura fueron encontrados en el temenos del Templo de Allat y reconstruidos junto a la puerta del museo, cual si fuera guardián de la entrada. Una inscripción reza: 'Allat bendiga a quien no derrame sangre contra el templo'. |
23. Castillo otomano |
El castillo
otomano es una
imponente fortificación que domina el oasis de Palmyra desde la
cima de un monte al noroeste. Se ve desde todos los ángulos de
Tadmor (foto59).
Es un perfecto telón de fondo, a modo de palacio de Herodes en
un
belén navideño, para los arcos, templos y columnatas de
los
mil ruinosos escenarios de la ciudad muerta. El acercamiento discurre por un desnudo páramo de tierra y piedras, con cuatro hierbajos que han despreciado las ovejas. La ascensión es empinada y culmina al pie del castillo, que está aislado, rodeado de un profundo foso excavado en la misma cumbre de la montaña. El foso se atraviesa por un tambaleante puente de madera sobre altos arcos que salvan el abismo, para acceder al portalón. No hay otra posibilidad de entrada: en verdad que se trataba de una fortaleza inexpugnable. Una lápida en la pared informa que el alcázar había sido fundado en el siglo XII por un sultán de la dinastía ayubbí (la de Saladino), y reconstruido bajo el imperio otomano. Luego fue utilizado de campamento por la expedición pionera británica que en 1751 vino cautelosamente a explorar el lugar cuando Palmyra era aún un paraje peligroso a causa de los 'bandidos de las montañas', antes de bajar al valle de las ruinas y así redescubrirlas para el mundo. El ascenso al castillo merece el esfuerzo sólo por el panorama que se divisa desde allí: Tadmor entero a nuestros pies, con su oasis de palmeras, su pueblo nuevo de dimensiones cada vez más extensas, la reverberación de una especie de lago o espejismo al fondo, difuminándose en el neblinoso horizonte del desierto. Indice de textos Cada atardecer,
cuando los
rayos rasantes del sol poniente arrebolan los mil fustes de este bosque
encantado de columnas, los pastores inician su retiro hacia sus
humildes
hogares escondidos en el oasis cultivado. Las cabras y ovejas de
gruesos
rabos de grasa, que han estado toda la jornada campando a sus anchas
por
entre las resecas ruinas, masticando hasta el más tímido
rastrojo que asome entre las piedras, son reagrupadas y conducidas por
los caminos que se abren entre templos y tumbas hacia sus corrales. Los
pastores, por lo general zagales y zagalas de corta edad, visten con galabeyas
y se cubren por encima con tabardos que despiden un fuerte olor a fuego
de leña. Ellos lucen en la testa una típica kuffiyah
rojiblanca
a cuadros. Ellas cubren su cabeza con un pañuelo.
Los rebaños recorren la calle columnada, como antaño lo
hacían
las caravanas de camellos, salen del recinto de ruinas por el Arco de
Triunfo,
bordean el Templo de Bel y se pierden entre las polvorientas callejas
de
tapias de adobe que penetran en el palmeral. LAS RUINAS DE PALMYRA Oasis de mármol y oro Bibliografía - Bounni, Dr. Adnan (Director en Jefe del
Servicio de Excavaciones
Arqueológicas) / Al-As'ad, Khaled (Director de Antigüedades
y Museo de Palmyra). Palmyra. History, Monuments & Museum
(Siria,
sin fecha) |
LAS RUINAS DE PALMYRA
Oasis de mármol y oro
Indice de textos 01 Introducción 02 Emplazamiento 03 Breve historia 04 Templo de Bel 05 Arco de Triunfo 06 Templo de Nebo 07 Gran Columnata central 08 Teatro |
09 Agora 10 Patio de la Tarifa 11 Cloacas 12 Tetrapylon 13 Templo Funerario 14 Campamento de Diocleciano 15 Plaza Oval 16 Murallas |
17 Templo de Baal-Shamin 18 Basílica cristiana 19 Viviendas 20 Torres-tumba 21 Valle de las Tumbas 22 Museo 23 Castillo otomano Bibliografía |
Indices de fotos Indice 1 Templo de Bel. Gran Columnata Indice 2 Gran Columnata. Templo de Nebo. Teatro. Agora Indice 3 Patio de la Tarifa. Termas. Tetrapylon. Templo Funerario. Plaza Oval. Templo de Baal-Shamin Indice 4 Viviendas. Valle de las Tumbas. Torres-tumba. Casas-tumba. Museo. Decoración Indice 5 Decoración. Restos. Atardecer |
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