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 FEZ
 Un viaje al medievo musulmán
Fez
  
   Más que El Cairo o Kairuán, más que Damasco o Bagdad, existe una ciudad que atesora como ninguna las esencias y la atmósfera de lo que fue la Edad Media en oriente. Y paradójicamente está en 'occidente'. Pues no otra cosa significa la palabra Magreb.
   Esa ciudad es Fez, la que fue capital del primer reino musulmán que floreció en Marruecos. Inabarcable laberinto en el que es imposible no perderse, la antigua medina de Fez, con sus zocos y talleres gremiales, con sus mezquitas y madrasas arábigo-andalusíes, con el ancestral modo de vida de sus habitantes, permite contemplar en vivo y en directo cómo sería una comunidad islámica en el medievo.
   La fotografía será la alfombra mágica que nos lleve volando a esos escenarios propios de otros ámbitos y otros tiempos.
   84 fotografías on line de Eneko Pastor y Agustín Gil
Indices de fotos
Indice 1
Indice 2
Indice 3
Indice 4
Indice 5
Indice de textos
La ciudad-madre de Marruecos
Cómo perderse en el laberinto
La larga vida de la artesanía
Un baño en el hammam
Fez. Breve historia
Tesoros artísticos de Fez
Pervivencia del arte arábigo-andalusí
  
Alicatado: el arte del azulejo
Caligrafía: la belleza de las palabras
Mezquita Qarauin
Madrasa Attarin
Madrasa Bu Inania
Dar Batha
Mulay Idris, ciudad santa

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   "Una geoda de amatista llena de miles de cristales y rodeada de una cinta de color verde plateado: así era Fez, la ciudad antigua de Fez, a la luz del crepúsculo".
   (Titus Burckhardt. Fez, ciudad del Islam)
  
  
  

  
La ciudad-madre de Marruecos
  
   Fez (o Fès, en árabe Fas), situada en la cuenca del río Sebú, es la capital de la provincia de Fez, en Marruecos.
   Es la cuarta ciudad más poblada de Marruecos y la más antigua de sus cuatro ciudades imperiales (las otras son Marrakesh, Rabat y Mequínez). Su posición geográfica privilegiada, al extremo oriental de la fértil llanura del Sais, en un cruce de importantes rutas norte-sur y este-oeste, propició el inusitado crecimiento de la ciudad y su consagración como capital política del sultanato idrisí (siglo IX), el primer imperio que surgió en el Magreb occidental desde la caída del Imperio Romano.
Fez (Amaya Gurpide)   Trepando y destrepando verdes colinas tapizadas de huertos y olivares, las murallas medievales de Fez, jalonadas de torreones de piedra (foto01), todavía circundan la mayor parte de la antigua ciudad, llamada Fas el-Bali (Vieja Fez).
   El trazado urbano de la medina antigua de Fez, un inmenso laberinto de estrechas calles, pasajes cubiertos, escaleras, callejuelas, pasadizos y culs-de-sac que se abren paso ramificándose entre apretadas y verticales casas (foto03), fue organizado desde sus orígenes de modo que la urbe se integrara en el medio natural que la rodea, asentándose sobre las faldas de las colinas en torno al ued Fez (hoy un exiguo y polucionado riachuelo), y facilitando por medio de puentes la comunicación entre sus dos orillas.
   Una red subterránea de obras hidráulicas, canales y conducciones abastece de abundante agua fresca a la ciudad, que brota por sus numerosas y bellas fontanas públicas (fotos 13, 18, 54), o por las pilas de abluciones de mezquitas y madrasas (fotos 43, 50), y por otro lado efectúa el drenaje de las aguas residuales de las viviendas. La calidad del agua de la región es renombrada en todo Marruecos, donde se consume masivamente el agua mineral embotellada en los manantiales de Sidi Harazem (un balneario a 15 km). Las familias de Fez organizan con frecuencia excursiones al balneario de Mulay Yaqub, situado a 20 km en las montañas, para bañarse en sus piscinas de aguas termales y seguir tratamientos contra el reumatismo.
  
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   Fez, además de un importante centro comercial, es la metrópolis espiritual de Marruecos, una ciudad noble, instruida y creativa, poblada por artesanos, mercaderes, estudiantes y gentes letradas, y celosa guardiana de la herencia cultural de la civilización hispano-morisca.
   El patrimonio cultural del antiguo Fez (Fas el-Bali) se concentra dentro y en torno a su vieja medina, una inmensa, abigarrada y fascinante ciudad medieval islámica que sigue estando viva y  ha sabido mantener vivas sus tradiciones. La medina de Fez fue incluida en 1981 como bien cultural en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO.
   Sus numerosos monumentos y manifestaciones se podrían clasificar como:
   - obras militares defensivas: murallas, baluartes, fortalezas...
   - obras civiles: puertas monumentales, puentes, hammams, canalizaciones de agua, fuentes públicas...
   - edificios religiosos: mezquitas, madrasas, zauias, mausoleos...
   - grandes mansiones: palacios, casas señoriales ricamente decoradas y con extensos jardines o riads...
   - centros de difusión del pensamiento islámico y científico, como la universidad Qarauin;
   - talleres artesanales, que perpetúan las técnicas artísticas medievales distribuyéndose en distintos gremios especializados: marroquineros, guarnicioneros, curtidores, tintoreros, alfareros, ceramistas, carpinteros, ebanistas, herreros, orfebres, tejedores, bordadores, zapateros...
   - mercados o zocos callejeros, con sus distintas calles dedicadas a diferentes actividades comerciales: alimentación, especias, perfumes, tejidos, joyas, alfarería, ferretería, artesanía...
  
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Fez  
   Una casa tradicional de Fez, una entre las miles que se apiñan en la aglomeración de su medina medieval, consiste en un alto edificio de planta cuadrangular, de tres o cuatro pisos de altura, construido por lo general en sillarejo, ladrillo y madera, con los muros exteriores enlucidos. Si los edificios estuvieran exentos parecerían casas-torre, pero aquí en la medina las casas se abrazan, se apoyan unas en otras, se funden entre sí para formar un rompecabezas de compactos bloques poliédricos como las cristalizaciones del interior de una geoda (foto04). La medina crece y se propaga como se multiplican las células de un tejido orgánico, por acumulación, en todas las direcciones, ocupando todo espacio libre, renovándose de continuo.
   La sobriedad de las fachadas exteriores de las viviendas, como es habitual en el urbanismo islámico, no deja entrever el refinamiento de sus interiores, que queda reservado a la intimidad de la familia. Estrechas y empinadas escaleras embebidas en los muros conectan los pisos de la vivienda y suben hasta la azotea. Los pisos se articulan en torno a un angosto patio central, a cielo abierto, que ilumina con luz natural el interior del edificio. En los cuatro lados de cada planta se distribuyen las habitaciones, cuyas puertas se abren a un corredor en forma de balconada que rodea el hueco del patio. FezLa estancia más grande se destina a sala de estar, comedor y sala de recepción de invitados. Se accede a ella por un portalón cuyas batientes de madera pueden estar talladas y policromadas con ornamentos entrelazados, y sus goznes girar sobre elaborados quicios de madera de cedro. Las sillas están ausentes: una bancada corrida a lo largo de las paredes, bien provista de cojines, permite sentarse o recostarse como en un cómodo diván. Una mesa, un gran armario-alacena y una alfombra completan el mobiliario. La entera casa está ocupada por una familia, entiéndase en el sentido de 'familia extensa', que incluye hermanastros, yernos, nueras, cuñados, tíos y primos, cuyas respectivas familias van ocupando las dependencias. Vigente en Marruecos la poligamia (un varón puede tener hasta cuatro esposas), los árboles genealógicos se ramifican y complican hasta niveles inextricables.
   Entre los ocres del denso conglomerado de casas de la medina contrasta el verde esmaltado de los tejados de la mezquita Qarauin (Qarawiyin, foto40), fundada en 859 d C, pocos decenios después de la fundación de la ciudad. No sólo es la mezquita más antigua de Africa del norte, sino también sede de la famosa Universidad de Qarauin, el más antiguo centro universitario todavía en activo del mundo (según se registra en el libro Guinness). Durante más de diez siglos ha mantenido su actividad docente como un poderoso faro de enseñanza y meditación, y todavía hoy provee al gobierno de Marruecos de gran parte de sus cuadros y personal cualificado.
   En el corazón del laberinto, encajonada entre los bloques de casas, disparando su minarete al cielo, se encuentra la zauia de Mulay Idris II, un santuario o mezquita sepulcral que alberga la tumba de Idris II, co-fundador de la ciudad de Fez. Una verde pirámide protege la cúpula sobre el sepulcro. Es éste uno de los enclaves más santos de la urbe, siempre concurrido por los fieles que acuden a empaparse de la baraka, la beneficiosa influencia del lugar. Una viga de madera colocada transversalmente a baja altura en las callejuelas de acceso impide el paso de los animales de carga y obliga a los fieles a inclinar el cuerpo para entrar en el santuario.
   Fas el-Jedid (o Fez Nueva) fue fundada en el siglo XIII por los meriníes. Siglos más tarde los alauitas construyeron o restauraron en Fas el-Jedid grandes mezquitas, madrasas y palacios. Es impresionante el mechuar, una gran plaza accesible por grandes portales, rodeada de altas murallas almenadas, donde el sultán concedía las audiencias. En este amplio espacio se congregaban las gentes para presenciar espectáculos populares de saltimbanquis, titiriteros, contadores de cuentos y encantadores de serpientes. El barrio de Fas el-Jedid incluye en su territorio la Gran Mezquita, de policromado minarete, y el Dar el-Majzen o Palacio Real, vasto complejo palaciego de 80 hectáreas, apodado irónicamente por la población como 'barrio de los alauitas', uno de los muchos palacios que el actual monarca alauí posee en Marruecos.
   La ciudad moderna (Ville Nouvelle), en un altiplano al sudoeste, fue construida por los franceses y fundada por el mariscal Lyautey en 1916. El barrio industrial y la estación de trenes se hallan en este distrito. Con su cartesiano trazado urbanístico a base de cuadras ortogonales delimitadas por calles rectas y amplios bulevares, la Ville Nouvelle de Fez es la antítesis de la laberíntica medina antigua.
  
  
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Cómo perderse en el laberinto
  
   Las bien organizadas rutas comerciales del Islam en la Edad Media conectaban las ciudades con grandes mercados, y éstas estaban provistas de caravasares monumentales o jans (en Marruecos, fonduks), especie de albergues acondicionados en torno a un patio rodeado de grandes arcadas, donde los mercaderes podían hospedarse, guardar sus pertenencias y alojar sus animales de carga (dromedarios, asnos, mulos...). Fez fue una de estas urbes comerciales y su vieja medina esconde en el dédalo de sus estrechas callejuelas numerosos ejemplos de fonduks y posadas de origen medieval, reconvertidos con los años en talleres, almacenes y edificios de viviendas (foto39).
Fez   Los zocos de la medina de Fez participan del ajetreo característico de los bazares de cualquier país musulmán. Las muchedumbres suben y bajan por las calles en cuesta, sumergidas en un escenario cambiante de tiendas, tenderetes y tinglados que, pared contra pared, se encadenan en ininterrumpida sucesión. Cada tienda es una caja en la que justo caben las mercancías y un dependiente. Cuando el material se exhibe para su venta, desborda el restringido espacio del garito y los artículos invaden la calzada, de modo que a veces el peatón no sabe si camina por la vía pública o dentro de un comercio.
   Emparrillados y lonas colocados contra el cielo dan sombra a ciertas calles para mejor proteger las mercancías que en ellas se exponen, en especial si se trata de productos de alimentación (foto21).
   Los tenderos reclaman la atención de los paseantes hacia su oferta voceando las cualidades de los artículos y lo barato de su precio, a la vez que se sirven de una red de 'ganchos' dispersa por la ciudad, jóvenes en paro que se buscan la vida como guías extraoficiales (faux guides) 'guiando' al cliente potencial hacia ciertas tiendas, a cambio de una comisión sobre la venta.
   –¡Balak! ¡Balak! –oímos gritar a nuestra espaldas: "¡Cuidado!" Apartémonos a un lado, que pasa un burro con su carga, el único medio de transporte al que se permite circular por las empinadas y estrechas callejas del Fez medieval (foto20). El sufrido animal es el vehículo más práctico para la distribución de productos en tan enmarañado casco urbano. Los fasis lo llaman con sorna 'el taxi de la medina'. La carga que acarrea en sus alforjas puede ir desde pucheros de alfarería hasta un televisor o una pila de cajas de botellas de cocacola, que chocan por su anacronismo cuando uno está inmerso en un escenario de la Edad Media. Si ha llovido, las pezuñas del burro resbalan en el adoquinado húmedo de las calles en cuesta, y a veces la pobre bestia pierde el equilibrio y se despatarra con estrépito contra la calzada. El arriero pide entonces ayuda a toda persona que se acerque para, a pulso, poner en pie al burro con las sumadas fuerzas, jalando hacia arriba de su panza.
    El zoco Attarin, cerca de la madrasa del mismo nombre, es un mercado de especias. Una mezcolanza indiscernible, embriagadora, de olores a almizcle, ámbar, sándalo, jazmín... penetra hasta el fondo de las pituitarias de todo el que transite por las cercanías. Se exponen en sacos y cestos montones de coriandro, jengibre, curry, azafrán, cayena, pimienta dulce. Mezclas de especias para el cuscús. Harissa para hacer salsa picante. Hierbabuena y hierbaluisa para acompañar al té. Plantas aromáticas como tomillo, romero, verbena, albahaca, citronella.
  
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Fez 
   Pero la oferta no se restringe a condimentos alimenticios. El lugar es una auténtica farmacopea. "Aquella tienda del herbolario que se abría como un breviario", como cantaba Valle-Inclán en 'La pipa de kif'. Almacenadas en tarros de vidrio, aquí se venden toda clase de hierbas, raíces y flores medicinales. Raíz de neguilla para adelgazar. Raíz de higuera de Berbería para engordar. Azufaifa para los males de estómago. Flores de opio para hacer infusiones calmantes. Cortezas de árbol para limpiarse los dientes. Hay también piedras de alumbre para cauterizar la piel después del afeitado y ungüentos para combatir la caída del cabello.
   Cerca se abre una plazuela sombreada con falsos plátanos (foto09), que es el mercado de la alheña o genna, ese tinte natural con el que las mujeres tiñen sus cabellos y pintan dibujos afiligranados en las palmas de sus manos y las plantas de sus pies. Se venden además polvos de tintes para tejidos, expuestos en montoncillos cónicos sobre un mostrador que se convierte en una paleta de vivísimos colores. No falta la negra pasta de antimonio (kohl) para maquillarse las pestañas, ancestral cosmético que ya usaban en el Egipto de los faraones, y que los marroquíes aseguran es beneficioso para los ojos, aunque en Europa está prohibido por su toxicidad.
   Un rústico cartel junto a una puerta anuncia 'Protesista dental diplomado'. Por las fachadas de las tiendas cuelgan cítaras, yembés y otros instrumentos musicales de cuerda y percusión, canastos de mimbre, platos y fuentes de cerámica pintados con diseños populares, que motean las calles con coloridos destellos (foto10). Más allá se suceden las tiendas de chilabas y kaftanes, de albornoces, pañuelos y turbantes, de tejidos bordados (foto19). Hasta el siglo XIX Fez era el único lugar del mundo donde se fabricaba el fez, ese sombrero troncocónico de fieltro rojo que se hizo tan común entre los varones musulmanes, al que prestó su topónimo.
   Algunos establecimientos son más grandes y lujosos, y en sus dependencias se exhiben antigüedades, alfombras, tableros de ajedrez y otros juegos taraceados y damasquinados, suntuosos muebles, puertas y paneles de madera tallada en arabescos polícromos, y preciosos cuencos, cántaros y tibores de cerámica vidriada, embellecida con caleidoscópicos diseños florales y geométricos, en los que predomina ese color entre verde y azul, ese verde azulado o azul verdoso que es la marca de fábrica de la ciudad, el color de Fez.
  
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La larga vida de la artesanía
   

   Las actividades de los zocos de Fez no se reducen a la compra-venta. La medina entera palpita como un magma efervescente de energía creativa que fluye en múltiples direcciones y convierte a Fez en un potente emporio de producción artesanal. La artesanía tradicional sigue viva en Marruecos, tan viva como lo pudo estar en el esplendor de su Edad Media, y goza aún de muy buena salud. Al igual que ocurría en los burgos europeos bajomedievales, los talleres de los distintos gremios especializados se distribuyen por calles y zonas diferenciadas: alfareros, tejedores, tintoreros, curtidores... Quien deambula pausadamente por estas rúas puede contemplar a un sinfín de operarios trabajando en los oficios más diversos, creando con sus manos y su pericia los objetos más inesperados, objetos que hace ya siglos no se fabrican en occidente.
    Un viejecillo confecciona en madera piezas de ajedrez torneadas. Encastra en un eje de hierro un cilindro de madera. Utilizando como instrumento una cuerda tensada por un arco y enlazada al eje por un bucle, con un enérgico vaivén de brazos imprime un veloz movimiento giratorio al eje, al tiempo que emplea la comisura de los dedos del pie para sujetar con más firmeza el formón con el que tornea la torre o alfil de turno, despojándole de las partes que le sobran y llenando el suelo de virutas. Un afilador (foto24) usa también los pies para hacer girar, con un sistema de pedales y correas, la pesada piedra de afilar con que arranca chispas a cuchillos, tijeras y navajas de afeitar. Cerca hay un taller de fabricantes de fuelles, cachivache muy apreciado allí donde se cocina con fuego de leña, que en Fez es en la mayoría de las casas y figones.
Fez    Hablando de fuego, a nadie se le escapa, y menos a los fasis, el enorme peligro que puede suponer un incendio en una ciudad de trazado medieval en la que las casas están adosadas entre sí en compactas aglomeraciones y construidas con componentes de madera. Cualquier fuego se propagaría aquí a la velocidad de la pólvora y arrasaría barrios enteros. Pudimos comprobar, ayer tarde, la celeridad de los dispositivos de emergencia de Fez cuando se produjo una alarma de fuego en la parte baja de la medina. No pasaron dos minutos sin que apareciera un pequeño coche de bomberos, único vehículo a motor que hemos visto nunca circular en la medina (ya que casi todas sus calles son intransitables para automóviles). Baja a toda velocidad, la sirena pitando, por la Talaa Kabira, arteria medianamente ancha que lleva de la puerta de Bab Buyulud al corazón de la medina antigua, pero que desciende con una fuerte pendiente y hace ángulos y atraviesa túneles. En una curva el coche derrapa, se escora bruscamente a la izquierda y se estampa de morros contra el chaflán de una casa que sobresale en la calzada. Los bomberos salen ilesos, pero sin perder tiempo solicitan un teléfono para llamar a otra brigada de incendios.
   Un martilleo metálico percute en nuestros tímpanos acompañado de ráfagas de calor que hacen sofocante el ambiente de las callejas. Estamos en la zona de los herreros y caldereros. Los trabajadores, como recién salidos de las fraguas de Vulcano, cubiertos con mugrientos delantales, golpean con mazas metálicas contra un yunque piezas de hierro candente para malearlas en distintas formas. Introducen alternativamente las piezas en grandes hornos de adobe que abren sus bocas y lanzan llamaradas como dragones rugientes. Unas calles más abajo el martilleo cambia de timbre hacia el campanilleo provocado por los caldereros, que baten con maza y cincel bandejas para el té de cobre o latón, moldeándolas con trabajosos ornamentos. Muchos de ellos son aprendices del oficio, chavales entre ocho y doce años que durante horas y horas, día tras día, golpean sus bandejas acurrucados de cuclillas en un diminuto y oscuro cuchitril, con expresión cansada y el rostro tiznado de partículas de metal. Parecen respirar con dificultad, como si padecieran una especie de silicosis.
   Ruido de sierras y martillos. Es la zona de los carpinteros (foto14), junto a la recoleta plazuela Nejjarin, que luce su primorosa fuente decorada con alicatados y voladizo de marquetería. El serrín flota en la atmósfera. Aquí se fabrican sobre encargo mesas, sillas, camas, puertas, armarios, arcones... Los ebanistas se ocupan de los trabajos más delicados, desplegando su destreza técnica en la talla de madera. Las mesas y camas se enriquecen de floridos ornamentos y abarrocadas cornucopias.
   Suena en los aparatos de radio un concierto de música clásica andalusí: es la hora del mediodía.
  
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   Nunca veremos colores más vívidos que los del zoco de los tintoreros (foto23). En estas calles de la medina los operarios sumergen en calderos de tinte disuelto en agua hirviendo telas, cordones, madejas de hilos... para teñirlos con los colores más intensos y brillantes que imaginarse pueda. Son tintes naturales con que se tiñen toda clase de tejidos, desde chales hasta tapices, y que una vez aplicados hay que dejar un tiempo a secar. Las madejas y telas se tienden entonces en las calles, en cuerdas que van de fachada a fachada.
Fez   El olor a cuero suele anunciar los talleres de fabricantes de babuchas, pero este olor acre y desagradable que percibimos desde lejos es el del zoco de los curtidores (fotos 25-31), el lugar de la ciudad donde se curten y tratan las pieles que luego se usarán en marroquinería, tapicería, zapatería y otras manufacturas. A orillas del río Fez, este zoco es un reducto cerrado, aislado del resto de la medina, probablemente debido a lo nauseabundo de las emanaciones químicas que se generan en el trabajo de curtiduría. El guardián de la entrada al recinto proporciona al visitante una rama de menta para colocarse bajo las fosas nasales. En un gran patio se abren en el suelo numerosas cubetas o tinas fabricadas en mampostería, donde se vierten los productos químicos que curten las pieles, por lo general de cordero o de cabra, con el fin de detener el proceso de putrefacción. Los curtidores chapotean en las cubas removiendo con sus pies las pieles sumergidas en abrasivos líquidos de distintos colores. Las piernas y brazos de los curtidores también se impregnan de los tintes. Más adelante trasladarán las pieles a lomo de burro (foto27) para ponerlas a secar extendidas en campos y azoteas (fotos 30, 31).
  
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   Los puestos de aceitunas y encurtidos se detectan desde lejos por el penetrante aroma a aceite de oliva, vinagre y especias que invade el ambiente. Montañas de aceitunas verdes, pardas, negras, con diferentes clases de adobos y condimentos colman el tenderete, el busto del comerciante asomando por entre sus laderas. Los clientes catan muestras de las diferentes aceitunas antes de decidirse a comprar cincuenta o cien gramos, pesados con exactitud en una balanza de platillos. El tendero es generoso y añade unas pocas aceitunas de propina al cucurucho. En el puesto de al lado venden almendras, pistachos y demás frutos secos.
   En un cruce de calles está apostado un cocinero ambulante que calienta y remueve con un cucharón en un enorme perolo cilíndrico un espeso potaje de legumbres en el que flotan garbanzos, aderezado con comino, y que sirve a los clientes en pequeños cuencos de barro: es la harira, uno de los platos tradicionales de Marruecos, alimento básico asequible a todos los bolsillos, que reconforta el cuerpo en los fríos días del invierno de Fez.
   Un par de quiebros y recodos más adelante aparecen, envueltos en un denso humo que nubla la calleja, los puestos de comida rápida, nada que ver con lo que se entiende por fast food, que son chiringuitos provistos de parrillas donde se asan a la brasa brochetas de kafta (carne picada) o merguez (salchichas de cordero). La carne asada se sirve envuelta en medias tortas de pan ácimo y sazonada con un puñado de verduras encurtidas. Tras las parrillas hay diminutos comederos donde los comensales se apretujan en bancos corridos alrededor de una mesa para devorar con apetito sus bocadillos, acompañados de un vaso de agua o un refresco, o de un té a la menta traído de otro puesto cercano. El único producto que falta en la medina es el alcohol. Si un fasi quiere tomarse una cerveza, deberá acudir a la Ville Nouvelle, donde están confinadas las tabernas y demás antros de mala reputación.
   Pasa una niña que porta sobre su cabeza una tabla de madera sobre la que hay depositadas unas tortas de harina de trigo sin cocer. En las ciudades históricas de Marruecos, el pan de cada día se amasa en el hogar de cada familia, pero se cuece en un horno comunitario. La chica se dirige a la panadería del barrio, a una hora prefijada, y entrega sus hogazas a los panaderos, que manejan con habilidad unas palas con las que deslizan las tortas al interior de un horno de leña en forma de campana de adobe. La temperatura del local es asfixiante, los panaderos sudan la gota gorda, en el aire flotan polvaredas de harina. La leña quemada en el horno no sólo cuece los panes, sino que al mismo tiempo calienta el agua para un baño público adyacente. Un mismo horno para dos establecimientos distintos: un buen ahorro de energía. No es infrecuente ver en Marruecos que junto a una panadería se levante adosado un hammam.
  
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Un baño en el hammam
 

   El hammam o baño público arrastra una larga tradición en Marruecos. Mientras en la Europa de la Edad Media las termas romanas, tenidas como cosa de paganos, fueron clausuradas por los cristianos (solo en Córdoba había 270 baños), los árabes y bereberes que habían vivido bajo el Imperio romano continuaron con la costumbre de acudir a los baños públicos para su higiene y asueto, y esa práctica ha llegado hasta nuestros días con el hammam. No hay ciudad, pueblo o aldea en los países del norte de Africa o de Oriente Próximo que no disponga de uno o varios hammams o baños árabes (también llamados 'baños turcos'), adonde los ciudadanos, carentes muchas veces de cuarto de baño en sus hogares, van como mínimo una vez a la semana. No sólo por cuestión de higiene personal, sino para reunirse con amigos y vecinos, entablar tertulias, recibir un masaje o simplemente relajarse.
   La estructura de estos establecimientos termales, que van de los muy modestos a los muy lujosos, es la misma que la de las termas romanas: tres estancias principales con grifos de agua fría, templada y caliente (frigidarium, tepidarium y caldarium), a veces con una piscina central, y con otros departamentos anexos como el vestuario, la sala de reposo, los urinarios, y el horno para calentar el agua (y cocer el pan de la panadería adjunta).
   Los baños no son nunca mixtos, teniendo los hombres y las mujeres distintos edificios separados como hammam o, en algunas ciudades, como es el caso de Fez, distintos horarios de visita. Cuando toca el turno a las mujeres, se advierte de ello colgando una toalla tendida en el umbral de entrada al baño, para evitar que algún despistado se cuele a deshoras y vea lo que no debe ver.
   Tras abonar la entrada, los hombres se desvisten y dejan la ropa en unos estantes del recibidor, para pasar acto seguido, en bañador o en calzoncillos, a las distintas salas de baño, sumidas como si fueran saunas en una densa niebla de vapor. Son salones abovedados con cúpulas perforadas de tragaluces en forma de estrellas. Si es de noche, las estancias y pasillos quedan apenas iluminados por unas bombillas mortecinas. En la semipenumbra se puede distinguir cómo los bañistas se procuran cada uno un par de baldes de caucho que llenan de agua en sendos grifos, uno de agua fría y otro de agua caliente. A continuación se dirigen a la sala templada (que es la más amplia) o a la cálida, donde el agua que corre por el pavimento de losas de mármol quema los pies. Se sientan en el suelo, la espalda contra la pared, y trasegando con una cazoleta para mezclar las aguas de los dos cubos, consiguen la temperatura adecuada para lavarse a su gusto.
   Todas las edades, desde adolescentes a ancianos, se mezclan en las salas en jovial camaradería. Cada bañista ha traído una pastilla de jabón y una manopla para frotarse la piel. Si coincide con un amigo o conocido, se ayudan uno a otro a enjabonarse las espaldas y se restriegan mutuamente hombros, brazos, muslos y piernas para dejar impoluto hasta el último poro del cuerpo. En otras ocasiones encargará esta tarea a un masajista de los que merodean por el hammam ofreciendo sus servicios. Por el suelo corren pequeñas riadas de agua jabonosa, arrastrando pelos y mugre, que van a parar a un desagüe. Discretamente retirados en pequeñas cámaras secundarias que se abren en las esquinas de la sala, se ve a algunos bañistas afeitándose a navaja la barba o el vello púbico.
  
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   Cuando los clientes solicitan los servicios de los masajistas comienza aquí todo un espectáculo, que podríamos titular como 'masaje acrobático'. Un joven y fornido masajista, tras limpiar con un balde de agua una porción del pavimento de la sala, tumba a su cliente en el suelo boca abajo y a continuación entrelaza sus brazos y piernas con los del cliente de forma que al incorporarse bruscamente provoca un drástico estiramiento de todos sus tendones, músculos y articulaciones, incluidas las cervicales y la columna vertebral. Sin perder un segundo el masajista cambia de postura, y con dotes de contorsionista se enreda de nuevo con el cuerpo del cliente en otra posición inverosímil que culmina con enérgicos estiramientos de todos los miembros corporales. Cambio rápido de postura: el masajista agarra la cabeza del masajeado y le imprime bruscos giros a derecha e izquierda. Crujen las vértebras del cuello. Se pone en pie el masajista, y con todas sus fuerzas (que son muchas) tira del brazo del cliente, al mismo tiempo que con el pie aplasta su cabeza contra el suelo. Más crujidos de huesos. Hace lo mismo con el otro brazo, y luego con las piernas. Todos los movimientos del masajista llevan un ritmo, como si estuviera bailando un dislocado ballet vanguardista al compás de una música de batir de palmas, que es a la vez un código de señales. Cada vez que inicia un cambio de ejercicio, el masajista da una palmada para anunciarlo. Cada vez que el masajeado llega al límite de su aguante, da una palmada en el suelo para detenerlo, y el masajista cambia inmediatamente de acrobacia. Pone al cliente de cuclillas, sujeta la cabeza con sus muslos, le agarra de las muñecas pasándolas por debajo de su cuerpo, pega un fuerte impulso hacia arriba y el cliente sale disparado dando una voltereta en el aire para caer otra vez aturdido al suelo. Siguiente postura...
   Al acabar el baño, el cliente, descoyuntado más que masajeado, se viste y abona la voluntad –unos pocos dirhams– al masajista, que le espera sonriente en el vestíbulo, cerca de la salida.
   El horario de hammam para las mujeres suele coincidir con la luz diurna. También ellas se sientan en los suelos semidesnudas, con los pechos descubiertos sin el menor recato, pues están ocultas a la mirada de todo hombre, y además llevan consigo a sus hijos e hijas pequeños para bañarles. Cuando los hijos varones se acerquen a la pubertad y "les cambie la mirada", vendrán ya con su padre al hammam de hombres. Bajo la bóveda retumbante de la sala se arma un alboroto de chácharas y risas, libres de oídos de maridos, mientras el jabón y el champú corren en abundancia. También aquí están representadas todas las edades, aunque abundan las matronas de orondos pechos, rotundas caderas y muslos exuberantes. Las mujeres se pasan unas a otras los chiquillos para que sean enjabonados a conciencia. Se tiñen mutuamente el pelo con alheña, se untan los cuerpos con cremas suavizantes, se intercambian cosméticos y productos de belleza. Precavidas, han traído naranjas para combatir la sed que provoca el caldeado ambiente, y el suelo termina lleno de cáscaras.
  
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   La UNESCO ha calificado las literaturas de transmisión oral como un patrimonio cultural a proteger, y ha señalado la tradición de los contadores de cuentos de la plaza Jemaa el-Fna de Marrakesh como ejemplo de la riqueza inventiva que pueden atesorar esos relatos, fábulas y leyendas que han viajado de boca en boca, de generación en generación, sin haber sido nunca registrados por escrito. Las fábulas que circulan por Fez serían también otro buen ejemplo. Transcribimos a continuación una historia que nos contó un fasi, sentados en un cafetín de la medina tomando un té con hierbabuena:
  
   "Un comerciante de la medina de Fez acabó una noche muy tarde su trabajo, pero como al día siguiente era la fiesta del Viernes, tras cerrar la tienda encaminó sus pasos al hammam para darse un baño antes de cenar y acostarse. Llegó al hammam de su barrio a una hora para él desacostumbrada. Hasta el guardián de la entrada había cambiado de turno. En el interior apenas había parroquianos. El comerciante se instaló para hacer sus abluciones en la sala de más al fondo, que estaba casi a oscuras. Había junto a él, sentados en el suelo, otros dos bañistas. Cuando los ojos se le hicieron a la oscuridad y pudo examinarlos más atentamente, la sangre se le heló en el corazón al comprobar que sus compañeros, en lugar de piernas humanas, tenían unas patas huesudas y cubiertas de pelos, rematadas en pezuñas como de cabra. Recordó las leyendas que le habían contado advirtiéndole que no se debía ir al hammam muy entrada la noche, porque a esas horas los baños eran frecuentados por diablos (ibliss). El comerciante se apresuró a marcharse de allí con el corazón dándole brincos, y tras vestirse a todo correr se topó en el vestíbulo con el guardián. Se detuvo a explicarle lo ocurrido:
   –¡He visto a dos personas en la sala caliente (y te juro por Alá que hoy no he probado el hashish) que no tienen piernas sino patas de cabra!
   El guardián le miró frunciendo irónicamente sus pobladas cejas, y levantándose el faldón de la chilaba, le mostró al comerciante sus peludas y monstruosas patas de macho cabrío.
   –¿Como éstas? –preguntó."
  
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Fez  
   Estamos en la cima de una colina, junto a las 'tumbas merínidas', un cementerio que alberga las ruinas de los mausoleos de los últimos sultanes de la dinastía meriní. Es el atardecer. La entera ciudad de Fas el-Bali se extiende a nuestros pies, circundada por sus largas y serpenteantes murallas de adobe rojizo (foto01). La luz rasante del sol poniente ya solo ilumina los minaretes que emergen verticales de la compacta aglomeración de viviendas. En primer término, el barrio de los Kairuaneses desciende por la falda de la colina y se arremolina en torno a la mezquita Qarauin y la zauia de Mulay Idris II, con sus brillantes techumbres de tejas verdes. A la izquierda el barrio de los Andaluces se encarama por la ladera de la orilla opuesta del río y asciende hasta la mezquita Al-Andalus. A la derecha, sobre un collado, se distingue el barrio de Fas el-Jedid, con el vasto Palacio Real dominando el caserío. Como telón de fondo, el valle del Sebú y las estribaciones del Atlas Medio.
   El sol enrojece. Las sombras se alargan. De súbito una inmensa bandada de estorninos llega volando, cubre por completo el cielo y tapa la luz del sol como si hubiera caído un grueso telón. Pero el telón cambia de formas, cual bandera flameando al viento, y hace aguas y ondulaciones y cortinas con una coreografía de millares de pájaros en vuelo sincronizado. Termina el ballet aéreo y los estorninos se lanzan en picado con estridente algarabía a posarse sobre los tejados y arboledas de la vieja Fez.
   Desaparece el sol tras el horizonte y en ese mismo instante se alza desde un minarete la voz de un almuédano, cantando que Alá es uno y grande para anunciar la hora de la plegaria del anochecer. Otro almuédano le hace el dúo desde un alminar cercano. Al poco se suma otro y luego otro... De la ciudad entera de Fez sube hacia las alturas en que nos encontramos un cántico polifónico entonado a coro por cientos de voces, una salmodia colectiva que va creciendo en el crepúsculo hasta alcanzar un clímax y luego se va apagando lentamente conforme caen las sombras.
   Al avanzar la noche los mil talleres y tenderetes de los zocos de Fez echan la persiana con metálico estrépito y las calles se vacían de viandantes. El recinto de la kissaria, donde se concentran las joyerías, se cierra con candados. Las luces se van apagando y las callejas quedan sumidas en una semioscuridad aliviada a tramos por eventuales farolas. Un guardián, retribuido por los comerciantes, se encarga de la vigilancia de las tiendas durante las horas nocturnas. Los gatos se hacen dueños de las calles y dan buena cuenta de todo desperdicio comestible que no haya recogido el carromato de la basura. Las familias se reúnen para la cena y se acuestan temprano, pues se levantarán con el sol. Algunos tugurios tras la gran puerta de Bab Buyulud permanecen abiertos hasta la madrugada, acogiendo a los noctámbulos. Fez se sumerge poco a poco en el profundo silencio de las noches árabes, para soñar un sueño recurrente que transcurre en una Edad Media eterna.
  
  
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Fez. Breve historia
  
  
Cronología de las dinastías reales del Magreb occidental
  
Periodo idrisí:  789 - 926 d C
Periodo rustamí:  777 - 909
Periodo almorávide:  1056 - 1147
Periodo almohade:  1130 - 1269
Periodo meriní:  1196 - 1465
Periodo wattasida:  1472 - 1554
Periodo saadiano:  1511 - 1659
Periodo alauita:  1631 - presente
 
  
   Fez fue fundada a ambas orillas del río Fez por Idris I (orilla derecha, 790) e Idris II (orilla izquierda, 808).
   Idris I era descendiente de Alí, yerno de Mahoma, y por tanto un sharif (persona noble o ilustre). Huyendo de la persecución de su pueblo por los abbasíes, consiguió apoyos en el norte de Marruecos, donde fundó el reino idrisí (789-926). Su hijo, Idris II, instauró su sede de gobierno en la recién fundada Fez en el año 192 de la Hégira.
   Fez era una ciudad islámica habitada en parte por gentes procedentes de Kairuán (actual Túnez) y en parte por familias de musulmanes andalusíes huídas en 817 de una sublevación en Córdoba. Idris II mandó construir dos barrios: el barrio de los Kairuaneses, que alberga la mezquita-universidad de Qarauin, y el barrio de los Andaluces, dominado por la imponente mezquita El-Andalus. También se instalaron en la ciudad nutridas comunidades de judíos.
   La ciudad desarrolló rápidamente su propio modo de vida, al margen de las tribus nómadas que poblaban desde siempre el territorio. Las influencias que venían de Oriente, vía Kairuán, y de Al-Andalus, vía Córdoba, eran bienvenidas y difundidas, y determinaron en gran medida el posterior devenir de la historia de Marruecos.
Fez   El reino idrisí fue el primero en Marruecos que fue promovido por un gobierno central y una milicia donde se mezclaban árabes y bereberes.
   Los idrisíes combatieron el kharijismo (una herejía islámica que en Oriente agrupaba a los enemigos de los omeyas) y se volcaron en convertir a las tribus que habían permanecido en el paganismo. Los esfuerzos políticos de los idrisíes quedaron confinados a partes de Marruecos y fueron efímeros, pero su labor civilizadora tuvo vastas consecuencias.
   Tras la muerte de Idris II en 828, el reino se dividió en un conjunto de principados.
   Cuando las dos orillas fueron unidas por los almorávides en el siglo XI, y los distintos barrios englobados en un solo recinto, Fez se convirtió en una de las mayores y más influyentes ciudades islámicas. Es en esta época cuando el príncipe almorávide Yussef ben Tashfin fundó Marrakesh, que en cuarenta años iba a sustituir a Fez como capital del imperio.
   Bajo la rigorista dinastía bereber de los almohades (siglos XII-XIII), la ciudad de Fez siguió creciendo y transformándose en un gran centro religioso y espiritual, con la mezquita-universidad de Qarauin como foco de irradiación del saber.
  
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   Hacia 1268 la dinastía bereber de los Banu Marin (llamados también benimerines, meriníes o merínidas) se hizo con el poder tras derrotar a los almohades y su imperio, con capital en Fez, se extendió por gran parte del Magreb, abarcando por el este Argelia y parte de Tunicia. Con el fin de controlar el tráfico comercial del Estrecho de Gibraltar, declararon la guerra santa a los cristianos y ocuparon las ciudades de Rota, Algeciras, Gibraltar y Tarifa. También ejercieron a partir de 1275 una marcada influencia en la política del Reino de Granada, adonde enviaron grandes contingentes de tropas.
   Fez alcanzó su apogeo como centro de enseñanza y comercio bajo esta dinastía, a mediados del siglo XIV. En este periodo fue erigido un gran número de monumentos civiles y religiosos de extraordinaria calidad arquitectónica y riqueza decorativa, con influencias venidas de Al-Andalus y de Oriente, en un estilo que se ha dado en llamar arábigo-andalusí. Fez contaba por entonces con unos 200.000 habitantes. Se construyó un nuevo barrio-ciudadela al sudoeste de la medina: Fas el-Jedid (Fez Nueva). Los judíos que habitaban en el barrio de Fonduk el-Yhudi fueron desplazados al nuevo barrio y recluidos en un distrito especial a modo de ghetto, llamado Mellah.
   Fez fue cuna del célebre viajero Ibn Battuta, el Marco Polo de los árabes, que abandonó su ciudad natal en 1325 para recorrer el mundo islámico, llegando en sus viajes hasta China, y realizando en cuatro ocasiones la peregrinación a la Meca, cada vez por una ruta diferente.
   De 1428 a 1459, los sultanes meriníes de Marruecos cayeron bajo la protección de un linaje de visires (los Banu Wattas o wattasidas) que finalmente los reemplazó en el poder cuando, en 1472, el bereber Mohamed ibn Yahya conquistó la ciudad de Fez al rey Shorfa, y se alzó con el título de 'sultán wattasida'. Esta nueva dinastía, débil desde sus comienzos, gobernó el llamado Reino de Fez, que era obedecido solo en partes del Marruecos septentrional. Fue ésta la época en que se dieron las primeras incursiones de los portugueses contra las costas marroquíes.
   Inmigrantes venidos de la Península Ibérica se habían ido instalando en Marruecos en sucesivas oleadas provocadas por la reconquista cristiana de la península, que culminó en 1492 con la capitulación de Granada. Eran grupos mezclados de árabes, bereberes e ibéricos. Sus descendientes viven hoy principalmente en Rabat, Salé, Tetuán y Fez. También llegaron judíos exiliados de España, tras el decreto de expulsión o conversión forzosa dictado por los Reyes Católicos.
   En 1522 Fez fue asolada por un terremoto, pero en los años siguientes se procedió a su reconstrucción.
   Los saadianos, un clan dinástico procedente del valle del Draa que afirmaba descender del profeta Mahoma por la línea de Alí y Fátima, se apoderaron de Fez en 1549, hasta que la ciudad fue reconquistada por el wattasida Abu Ali Hasun en 1554, con ayuda de los otomanos de Argel.
   Una nueva dinastía sharifiana puso fin a la fragmentación anárquica de las tierras marroquíes y las sometió a una sola autoridad: la de los Alawi o alauitas, clan procedente del valle del Tafilalt. Mulay ar-Rashid tomó Fez en 1666, doblegó a las diferentes tribus locales que se disputaban los territorios y restableció la unidad política del país. Su hermano y sucesor Mulay Ismail se impuso en el poder por la fuerza, y trasladó la capital a Mequínez (Meknes), donde mandó erigir inmensos palacios para disfrute de su corte, e instaló en Fez al clan de los Udaia, que le había ayudado a obtener el poder. Tras la muerte del monarca en 1727, los Udaia se rebelaron, pero finalmente fueron expulsados de la ciudad. Fez volvió a ser la capital del reino. Hoy día los alauitas siguen siendo la dinastía regente en Marruecos, y su sultán ostenta el título de 'Comendador de los Creyentes', con lo que reúne en su persona el poder político y el poder religioso del país.
   A finales del siglo XIX Marruecos atravesaba grandes dificultades políticas y económicas. El malestar social desembocó en revueltas, pero la crisis seguía agravándose a principios del siglo XX. En 1911 Fez fue asediada por tribus bereberes y el sultán pidió ayuda a las tropas francesas para salvar el trono.
   El Tratado de Fez (30 marzo 1912) instauró el Protectorado francés en la mayor parte del territorio de Marruecos. Las zonas bajo Protectorado español fueron establecidas en otro tratado firmado unos meses más tarde. Fez había sido la capital de Marruecos durante varios periodos de la historia, pero perdió ese privilegio con la ocupación colonial francesa. El nuevo sultán, Mulay Yussef, abandonó la milenaria Fez, e instaló el trono de Marruecos en Rabat, la actual capital del país.
   No obstante haber perdido su poder político, Fez ha mantenido su supremacía religiosa a lo largo de los siglos entre las ciudades del Magreb, y hoy sigue siendo la capital espiritual y artística de Marruecos.
   

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Tesoros artísticos de Fez
  
   Los monumentos islámicos más antiguos del Magreb datan del siglo IX, y basan su estilo en las formas arquitectónicas y decorativas tanto del oriente abbasí como de la España musulmana (entonces bajo los omeyas). Tras las invasiones almorávide y almohade, se yuguló el intercambio con las tradiciones orientales y Marruecos quedó integrado en la órbita cultural de Al-Andalus. Las sucesivas migraciones de España a Marruecos y la dominación de parte de la Península Ibérica por los imperios norteafricanos propiciaron un estrecho contacto artístico entre ambos países. Marruecos, resguardado por las cordilleras del Atlas, nunca cayó bajo la dominación turco-otomana.
   Bajo los almorávides y almohades la arquitectura norteafricana alcanzó su propio estilo, de gran monumentalidad, cuyo principal rasgo distintivo son las grandes puertas de arco triunfal, polilobuladas y enmarcadas en complicadas tracerías. Se utilizó la piedra tallada para puertas y alminares, y el ladrillo estucado para las estructuras interiores de mezquitas, madrasas y mausoleos. Se hicieron omnipresentes los característicos voladizos de mocárabes de madera, que aparecen en cúpulas, arcos y nichos. La madera preferentemente utilizada era la de cedro, valiosa materia prima de la que Fez estaba bien provista gracias a los extensos bosques de cedros gigantes que crecen en las cercanas montañas del Atlas Medio.
Fez   Las siguientes dinastías (meriní y saadiana) promocionaron una arquitectura de dimensiones más modestas, si bien los revestimientos decorativos continuaron evolucionando hasta alcanzar un nivel inusitado de complejidad. En Fez y Marrakesh las principales realizaciones arquitectónicas monumentales son de carácter religioso: mezquitas, madrasas (o escuelas de enseñanza coránica) y zauias (o mezquitas sepulcrales).
   La decoración se basa siempre en combinaciones de tres materiales: estuco, madera y cerámica, trabajado cada cual con sus propias técnicas. El estuco cincelado, la marquetería de madera de cedro y el mosaico de loza vidriada (alicatado) desarrollan diferentes diseños florales, geométricos y caligráficos tallados en ligero bajorrelieve, a veces con una labor de trepanado que convierten los paneles de marquetería o estuco en auténticas celosías. Las diferentes superficies de los muros, vanos y arcadas, los espacios en torno a los arcos, las franjas y cenefas que sobresalen, los diseños que se entrecruzan y solapan, forman una unidad perfecta, y crean con las luces directas e indirectas bellos efectos de claroscuro. Albercas y fuentes centrales en los patios, y atractivos jardines, refrescan el ambiente.
  
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Pervivencia del arte arábigo-andalusí
  
   Tras la expulsión de los musulmanes en 1492, la producción de arte islámico en la Península Ibérica sufrió un colapso y derivó hacia nuevas formas, en los estilos agrupados bajo la denominación de 'arte mudéjar' (arte cristiano realizado por artífices musulmanes). Sin embargo la tradición del arte arábigo-andalusí mantuvo su continuidad en el norte de Africa.
   En todo Marruecos, y particularmente en Fez, podemos admirar mezquitas y madrasas de la época meriní (como las madrasas Attarin y Bu Inania, o la zauia de Mulay Idris II) cuya espléndida decoración de alicatado, yesería y artesonado recuerda poderosamente a la andalusí. La dinastía saadiana prosiguió en el siglo XVI desarrollando las formas estilísticas creadas en Al-Andalus en el siglo XIV, como puede comprobarse en la madrasa de Ben Yussef y las tumbas saadianas de Marrakesh, o en la mezquita Qarauin de Fez.
   Hoy en día el arte y la artesanía de estilo arábigo-andalusí se mantienen vivos en Marruecos. El mismo esquema decorativo de alicatado-yesería-marquetería se aplica al interiorismo de muchas construcciones modernas, que aspiran a perpetuar la tradición de los modelos artísticos generados en la Edad Media en el norte de Africa y en Al-Andalus. Un ejemplo conspicuo sería la faraónica mezquita de Hassan II en Casablanca, pero lo dicho se podría asignar también a gran cantidad de edificaciones actuales de los países musulmanes, tanto de arquitectura religiosa como civil, incluyendo hoteles, restaurantes (foto58), bancos, museos y edificios oficiales. De hecho existen países, como Egipto, que, habiendo perdido su propia tradición de artesanía local, se ven abocados a contratar artesanos marroquíes para trabajar en la decoración de sus nuevas realizaciones arquitectónicas.
   También la enseñanza de la música medieval arábigo-andaluza se ha transmitido de maestros a discípulos y de generación en generación, hasta nuestros días. Recordemos que la música árabe tradicional carece de partituras y da preponderancia a la improvisación. En ciudades del Magreb como Fez, Tetuán, Tánger, Orán o Argel existen buenas orquestas de música andalusí, que interpretan con sus laúdes, rabeles, cítaras y violines las sinuosas cadencias de los nubas medievales. Fez es también sede del Festival de Músicas Sacras del Mundo, que se celebra anualmente con intención de promover, a través de la música, el acercamiento entre pueblos y religiones.
  
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Alicatado: el arte del azulejo
Fez  
   El mosaico de azulejo o alicatado (zelig), del que los edificios meriníes de Marruecos y nazaríes de Granada nos ofrecen abundantes y bellos ejemplos, constituyen un componente esencial de la decoración de la época (alcanzando su cénit en el siglo XIV).
   En el norte de Africa y la España islamizada los azulejos en alicatado se reservan principalmente a las zonas inferiores de las paredes (el zócalo) y son de diseño sobre todo geométrico (foto47). Se juega con el contraste entre los colores claros y oscuros, y con los brillos, con el fin de producir coloridos dibujos y efectos ópticos de gran vistosidad (fotos 48, 49, 53, 54, 56).
   El alicatado es una técnica muy distinta a la del mosaico clásico grecorromano: mientras en éste los elementos básicos son las teselas (pequeños trozos prismáticos de mármol, más o menos similares en forma e intercambiables), el mosaico alicatado se compone de piezas cerámicas minuciosamente recortadas a mano en distintos perfiles y tamaños (pueden tener forma de estrella, ser hexagonales, octogonales, trapezoidales, onduladas...), que encajan entre sí como un inmenso tangram para recubrir muros y fustes de columnas, con un grado de complejidad y una visión de conjunto-detalle que revelan un profundo conocimiento matemático y geométrico por parte del diseñador.
   Las líneas que el alicatado dibuja en los zócalos se entrecruzan regularmente en todas direcciones. Sigamos una de las líneas con la mirada: después de muchos quiebros y zigzags regresa al punto de partida para volver a enlazarse en nuevas tracerías (foto52), configurando en su camino un entramado de figuras poligonales entrelazadas con el motivo de 'telaraña' que recubren las superficies bajas de las paredes con caleidoscopios de colores. La ciencia de la geometría al servicio de las bellas artes.
   Los artesanos (foto57) tallaban sus piezas en placas de azulejo usando cincel, regla y patrones de papel. Luego las colocaban sobre un enlucido de yeso con el dibujo previamente abocetado, o bien directamente sobre el muro, o sobre grandes planchas que luego se trasladaban al muro. Estas técnicas sobrevivieron transmitidas de maestros a discípulos, y todavía se practican en el Marruecos de hoy.
  
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Caligrafía: la belleza de las palabras
  
   Desde que la escritura del Corán –considerada como de procedencia divina, admirada por su belleza estilística y su riqueza de inflexiones– se convirtió en el canon de la lengua árabe clásica, comenzó paralelamente a desarrollarse la caligrafía, una de las artes mayores del Islam. En la ciudad de Kufa (en Iraq) nació la caligrafía 'cúfica', de rasgos rectilíneos y angulares, que fue utilizada con mano maestra en la decoración de monumentos, como podemos ver en un sinfín de ejemplos en las fachadas y muros de mezquitas, madrasas y mausoleos, siendo la caligrafía desde entonces un elemento decorativo preferente en la arquitectura monumental islámica.
   Al mismo tiempo se desarrollaron otros tipos de caligrafía de estilo cursivo, que idealizaban los curvilíneos trazos de la escritura manuscrita, entrelazando entre sí los propios rasgos tipográficos del alfabeto árabe para crear mil filigranas, que a su vez se conjugan e interactúan, cinceladas en finos bajorrelieves, con los restantes diseños florales y geométricos de la decoración (foto46). Los caracteres caligráficos compiten en afiligranamiento con las volutas, hojas, flores, espigas y zarcillos de los motivos vegetales, hasta confundirse la tipografía con la vegetación en un intrincado y denso diseño que, sin embargo, se estructura sobre ordenados patrones geométricos de fondo.
   A la infalibilidad de sus contenidos y a la armonía de su estilo, hay que añadir, pues, la belleza visual intrínseca de las letras, palabras y versículos del Corán. Son las mismas letras las que diseñan, decoran y embellecen los espacios arquitectónicos. Los edificios se convierten así en soportes del Mensaje. La palabra de Dios se hace visible.
  
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Mezquita Qarauin
Foto40
  
   Almorávide y de otras épocas (859, 956, 1135 y siglo XVII).
   La mezquita-universidad de Qarauin, la más grande de Fez, adquirió sus dimensiones actuales y su aspecto decorativo general cuando los almorávides ampliaron las naves de la mezquita original del siglo IX. Un nuevo minarete se construyó en 956. El recinto queda perfectamente integrado en el tejido urbano preexistente, y estaba englobado dentro de la célebre universidad, la más antigua del mundo.
Fez   En 1135 se prolongó la mezquita hacia el muro de la qibla (orientado a La Meca) con la adición de tres arquerías transversales, y se añadió un nuevo mihrab. El mimbar data de 1144 y fue probablemente traído de Córdoba. Hoy el cuerpo principal del edificio consiste en un extenso bosque de columnas que sostienen bóvedas y cúpulas nervadas, junto al que se abre un patio rectangular rodeado de arcadas, con la fuente de abluciones en el centro. En la época saadiana (siglo XVI) se incorporaron dos pabellones a ambos extremos del patio, en una disposición muy semejante a la del Patio de los Leones de la Alhambra de Granada. Los techos de naves y pabellones están cubiertos con tejados de tejas verdes, el color del islam.
   El acceso a la mezquita está vedado a los no-musulmanes, al igual que ocurre en todas las mezquitas de Marruecos (con la sola excepción de la mezquita-mausoleo de Mulay Ismail en Mequínez).
  
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   Durante los siglos XIII y XIV llegó de Oriente un nuevo modelo de escuela religiosa, la madrasa (o medersa), que se prodigó por todo el norte de Africa y desempeñó un papel fundamental en el enraizamiento y propagación de la cultura islámica.
   Las madrasas meriníes eran escuelas a modo de internados donde los estudiantes se alojaban en pequeñas celdas, distribuidas en torno a un patio central. Una de sus principales características son las galerías porticadas construidas con frisos, dinteles y voladizos de madera tallada en una primorosa labor de marquetería, con una distribución general que revela marcadas influencias orientales.
   Las enseñanzas impartidas en estos reductos de sosiego y aislamiento se basaban sobre todo en tres disciplinas: teología, derecho y retórica. Los alumnos eran preparados para trabajar en funciones públicas, judiciales y religiosas.
  

  
Madrasa Attarin
Fotos 41-49
    
   Periodo meriní (1323).
   Esta madrasa, escondida en el corazón de la medina antigua, cerca de la mezquita Qarauin, es una de las joyas arquitectónicas de Fez.
Fez   Construida bajo el sultán Abu Said, es un edificio de dimensiones relativamente reducidas, pero bien proporcionado y de gran riqueza decorativa. Se entra por una puerta monumental con batientes de entrelazados cincelados en bronce y, tras franquear otra puerta abierta en una mampara-celosía de madera, se accede al patio, refrescado por una fuente central o cisterna de abluciones (foto43), cuyas aguas caen en pequeñas cascadas sobre un suelo de mosaico alicatado. Una escalera a la derecha del vestíbulo lleva a las habitaciones de los estudiantes, que están en el primer piso. Otra a la izquierda conduce a los cuartos de baño.
   Al fondo del patio se abre un gran arco de estalactitas que da entrada a una sala de oración cuadrangular con un mihrab en el muro de la qibla y una galería en el muro de enfrente. Este oratorio era utilizado por maestros y estudiantes, y el acceso hoy está vedado a los no-musulmanes.
   En las esquinas del patio, delgadas columnas de alabastro de fuste cilíndrico y capiteles coronados de complicados cimacios sostienen a la vez arcos de estalactitas y arcos de madera de cedro tallada (foto44). El resto de la doble arquería superpuesta se sustenta sobre gruesos pilares cuadrados, revestidos de mosaicos alicatados y bajorrelieves de estuco, revestimientos decorativos que, combinados con la marquetería, se aplican a la totalidad de la superficie de los muros del patio, sin dejar un solo espacio vacío. Dos largas franjas caligráficas en relieve de estuco recorren todo el perímetro del recinto, transcribiendo versículos del Corán (foto46). La decoración es un prodigio de virtuosismo y refinamiento, tanto en los detalles como en el juego de proporciones del conjunto.
  
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Madrasa Bu Inania
Fotos 50, 51, 52, 53
  
   Periodo meriní (1345-50).
   La más monumental de todas las madrasas o escuelas coránicas de Fez, ocupa un gran bloque cuya fachada delantera da a la Talaa Kabira y la trasera a la Talaa Seghira, las dos arterias principales de la vieja medina de Fez. Es también la mayor y más completa madrasa entre las que han sobrevivido en el Magreb.
   Fue construida bajo el reinado del último sultán meriní, Abu Inan. Además de ejercer de centro de instrucción religiosa, tiene también la función de mezquita aljama, con su mimbar y su minarete. Un carillón medieval, colgado a cierta altura en la fachada frente a la puerta de la madrasa, es un extraño artilugio consistente en trece campanas bulbosas de bronce sostenidas por ménsulas de madera de cedro. En su tiempo marcaba las horas de oración y el ritmo de la vida religiosa de Fez.
   Las proporciones del edificio son armoniosas y equilibradas. Una entrada con doble escalera conduce al patio, de suelo pavimentado de mármol, en cuyo centro se halla la pila de abluciones (foto50). La decoración de las arcadas circundantes tiene toda la complejidad de las realizaciones de la época meriní. Los enormes arcos abrazan los pisos superior e inferior. Los pilares están revestidos con labor de alicatado (mosaicos de loza vidriada) y paneles de estuco cincelado. Las ventanas, rematadas por mocárabes, se apoyan en dinteles de madera de cedro tallada. Las puertas y los parapetos en forma de celosías son también de madera, y separan el patio de los pasillos que dan acceso a las celdas de los estudiantes.
   Un canalillo de agua corre por el suelo separando el patio de la sala de oración, como para recordar a todo aquél que entre que previamente ha de purificar su cuerpo con las preceptivas abluciones. La sala de oración consta de dos naves separadas por una arquería de cinco arcos. El intradós del arco de entrada está decorado con delicadas rosetas de estuco cincelado (foto51).
   En dos laterales opuestos del patio se abren dos puertas monumentales que conducen a sendas salas de planta cuadrada coronadas con cúpulas de nervios de madera, que eran las aulas. Tal distribución es propia de la arquitectura de origen irano-mameluco. Otras entradas llevan a la mezquita, al minarete y a los cuartos de aseo.
  
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Dar Batha
Fotos 55, 56
  
Periodo alauí. Siglo XIX.
   Este palacio, construido en el XIX por los alauitas, aunque de época tardía reproduce, sin embargo, las formas arquitectónicas características del Fez medieval meriní. Hoy alberga el Museo de las Artes y las Tradiciones, con salas especialmente dedicadas a la cerámica y el bordado, y una colección de astrolabios antiguos. Se exhiben también puertas de bronce del siglo XII procedentes de la mezquita Qarauin.
   En el recinto del palacio se puede disfrutar de un sombreado jardín de estilo andaluz (foto55), un remanso de paz donde poder abstraerse por una horas del bullicioso ajetreo de la medina de Fez.
  
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Mulay Idris, ciudad santa
Fez  
   No se puede hablar de Fez sin mencionar otra población marroquí que se levanta a unos 50 km de distancia: Mulay Idris.
   Este pintoresco pueblo (foto60), cercano a las ruinas de Volubilis –la mayor ciudad que construyeron los romanos en el territorio del actual Marruecos (la provincia romana conocida como Mauritania Tingitana)–, es lugar muy venerado por los marroquíes debido a que alberga la tumba de Idris I, el fundador de Fez.
   Descendiente de Alí, yerno de Mahoma, Idris escapó de las persecuciones de los abbasíes de fines del siglo VIII para refugiarse en occidente, en el Magreb, concretamente en un lugar que los nativos llamaban Ualili, corrupción de Volubilis. Con el tiempo logró convertir al islam a los bereberes de las montañas, que le reconocieron como jefe. Murió en 791, un año después de la fundación de Fez. Su único descendiente, Idris II, fue hijo póstumo, dado a luz dos meses después de la muerte de su progenitor, pero se convirtió en su sucesor. Había nacido la dinastía idrisí, la primera dinastía islámica de Marruecos, que impulsó el crecimiento de Fez y creó el primer reino de importancia en el Magreb occidental desde la caída del Imperio Romano.
   Mulay Idris está habitada sólo por musulmanes. No se encuentran en sus calles ni hoteles ni posadas para foráneos. La visita al interior del Mausoleo de Idris I está reservada también solo a quienes profesan la religión de Mahoma. Una enorme viga transversal de madera a la entrada del recinto marca el límite que los no-musulmanes no pueden traspasar, y obliga a los fieles a inclinarse antes de entrar, en señal de sumisión. El edificio actual fue mandado construir por el sultán Mulay Ismail a principios del siglo XVIII sobre el emplazamiento del primitivo mausoleo, y fue ampliado por Mulay Abderrahman en el XIX.
   En Mulay Idris se celebra cada año el gran mussem, la concentración religiosa más importante de Marruecos. El festival atrae a miles de peregrinos, que plantan sus tiendas alrededor del pueblo para participar durante varias semanas en los festejos y ceremonias.

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Un viaje al medievo musulmán
  
Bibliografía consultada
  
- Burckhardt, Titus. Fez, ciudad del Islam (Terra Incognita, José J. de Olañeta, Editor. Mallorca 1999)
- Frishman, Martin. Khan, Hasan-Uddin. The Mosque. History, Architectural Development & Regional Diversity (Thames and Hudson, Londres, 1994)
- Michell, George. La arquitectura del mundo islámico (Alianza Editorial, Madrid, 1985)
- UNESCO. El Patrimonio Mundial (Ediciones San Marcos)


 
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