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  TURQUIA CLASICA
  Arte grecorromano en Oriente
  
TURQUIA CLASICA. Arte grecorromano en Oriente   
   La península de Anatolia esconde en sus costas, valles y montañas un abrumador patrimonio de arquitectura y escultura de la antigüedad, que permite a quien lo estudia ser consciente de la poderosa influencia que ejerció la cultura griega en tierras de Oriente y hacerse a la vez una verdadera idea de la magnitud y esplendor que llegó a alcanzar la civilización romana.
   Dos de las Siete Maravillas del Mundo estaban en actual territorio turco: el Templo de Artemisa y el Mausoleo de Halicarnaso. Poco queda hoy de ellas. A cambio podemos admirar allí otras maravillas menos conocidas, pero no menos grandiosas, perdidas en agrestes parajes de cautivadora belleza. O pasearnos, recreando la vista en cada esquina, por ruinas de ciudades muertas que nunca han sido excavadas por los arqueólogos.
   Para conocer el arte clásico no basta con visitar Grecia e Italia. Hay que viajar a Turquía.
  
   333 fotografías on line

Indice de textos 
¿Oriente vs Occidente?
Troya. No era literatura, era historia
Las gorgonas de Constantinopla
Las murallas de Nicea
Las murallas de Assos
El glorioso reino de Pérgamo
El Templo de Roma en Ankara
Aizanoi, la desconocida
El río de oro de Sardes
Esmirna, cuna de Homero
Efeso y el culto de Artemisa
  
El Artemision
Priene, la ciudad que perdió la gracia del mar
Mileto. Modelo de urbanismo
El oráculo de Didima
Halicarnaso y el Mausoleo
El pequeño mausoleo de Milasa
El Templo de Zeus en Euromos
Heracleia en el monte Latmos
Iasos dejó de ser una isla
Labranda, oculta en las montañas
Alinda y la reina Ada
  
Hierapolis y el 'Castillo de Algodón'
Aphrodisias, bajo el signo de Venus
La Escuela de Escultura de Aphrodisias
Xanthos, capital de la Licia
Pinara trepó por los montes
Patara, ruinas bajo las dunas
Antiphellos, el mar como escenario
El teatro de Myra
Phasellis, entre dos bahías
El gran teatro de Aspendos
Sidé, puerto de la Panfilia
  
Olba. La ciudad feliz
La necrópolis de Anemurium
Adamkayalar. La Roca de los Hombres
Korykos, campo de sepulcros
Kanytele, la ciudad de la sangre
Las tumbas monumentales de Demircili
El acueducto de Ura
Romanos en la Capadocia
Urfa, en los límites del imperio
Arsameia en el río Nymphaios
Nemrut Dagi. La montaña de los gigantes


Indices de fotos
Indice general
Indice 01   Troya. Constantinopla. Pérgamo
Indice 02   Aizanoi
Indice 03   Sardes
Indice 04   Esmirna. Efeso
Indice 05   Priene. Mileto
Indice 06   Didima
  
  
Indice 07   Halicarnaso. Milasa. Euromos
Indice 08   Heracleia. Iasos. Labranda. Alinda
Indice 09   Hierapolis-Pamukkale
Indice 10   Aphrodisias
Indice 11   La Escuela de Escultura de Aphrodisias
Indice 12   Xanthos. Letoon. Pinara. Patara
  
  
Indice 13   Phasellis. Aspendos. Sidé. Olba
Indice 14   Cilicia. Capadocia. Urfa
Indice 15   Máscaras y hemiciclos
Indice 16   Estatuas y relieves
Indice 17   Fustes y capiteles
Indice 18   Restos y fragmentos
  
  
Otras colecciones de fotos de Turquía en fotoAleph
  

TURQUIA RUPESTRE. El arte de los acantilados

CAPADOCIA. La tierra de los prodigios
NEMRUT DAGI. La montaña de los gigantes
ESTAMBUL. Exposición colectiva



¿Oriente vs Occidente?
  

   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...

                                                                             (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)

   
   
   
   Vi un laberinto roto... No sabría expresar con otras palabras el efecto que me produjo aquel cúmulo ilimitado de ruinas en que mis ojos se extraviaron.
   Vi puertas cegadas y túneles que conducían a ninguna parte. Vi murallas ciclópeas, teatros desmoronados, y una maraña inextricable de templos, fortalezas, acueductos, bibliotecas y necrópolis reducidos a meros escombros.
   Era un laberinto poblado de dioses y de monstruos. Vi gigantes, gorgonas, sátiros, sirenas, arpías y otras mil criaturas híbridas salidas de un libro de seres imaginarios.
   Vi la legendaria ciudad de Troya. Vi los despojos del Gran Templo de Artemisa y del Mausoleo de Halicarnaso, dos de las Siete Maravillas del Mundo.
   Aquel laberinto había sido construido por los griegos y los romanos, y la belleza de sus restos me hablaba con tristeza de una civilización esplendorosa que sucumbió sepultada bajo el polvo de los siglos.
   Aquel laberinto abarcaba todo un país. El que hoy llamamos Turquía.
  
  
  
  
   A veces las fronteras políticas nos crean fronteras mentales. Tal ocurre con un país como Turquía, situado en ese impreciso ámbito que hemos dado en llamar Oriente, y que conceptuamos como un mundo lejano y ajeno a nuestro mundo. Pero ¿existe una verdadera separación entre Asia y Europa? ¿O entre las mutuamente hostiles Turquía y Grecia? La historia lo desmiente.
   El mar no separa. El mar une. Y tanto los griegos como los romanos eran consumados marinos. Entre la península del Peloponeso y la península de Anatolia había un mar, el Egeo, cuajado de innumerables islas que eran otras tantas etapas en las travesías navales. Los pueblos y las gentes de ambas orillas eran los mismos. La cultura era la misma. No existía ninguna línea divisoria. No había frontera.
   Desde tiempos prehistóricos se habían dado migraciones en ambos sentidos, y ya en la época preclásica los griegos habían colonizado tierras y fundado ciudades en diversos puntos del Mediterráneo, muy especialmente en Asia Menor (la actual Turquía). Apuntando en sentido contrario, son conocidas las expediciones de los colonos foceos, originarios de Focea, antigua población griega en la costa occidental de Anatolia, que llegaron a implantar emporios comerciales en lugares tan lejanos como Marsella y Ampurias. Grecia se expandió en la Magna Grecia (el sur de Italia). Los persas aqueménidas importaron artistas jonios para tallar los relieves de Persepolis. Alejandro Magno llevó la cultura helena hasta el valle del Indo, y hoy pueden verse capiteles jónicos en Pakistán (ver Jaldian, en Taxila). El culto anatolio a Cibeles llegó a través de los romanos hasta Hispania, y hoy se ven en Navarra mosaicos representando a esta diosa (Villa de las Musas, en Arellano).
TURQUIA CLASICA   La expansión primero de la República y luego del Imperio Romano absorbió en sus dominios el Asia Menor y toda la península anatólica (lo que hoy es Turquía), siendo sus pueblos sometidos a un proceso de romanización. La frontera en Oriente la pusieron los partos y los persas sasánidas, a quienes los romanos no lograron doblegar y cuyos territorios comprendían las actuales Iraq e Irán.
  
   Hacia el IV a C, siglo en el que se expande por todo el Mediterráneo el arte helenístico, no había distinciones culturales básicas entre Grecia, Asia Menor y las islas entre ambas. La antigua diosa-madre frigia Cibeles se llamaba ahora Artemisa. Las urbes eran planificadas y poseían los mismos tipos de edificios públicos. El idioma que se escuchaba en los teatros era el griego. Los artistas esculpían sus estatuas a imagen y semejanza de las grandes obras maestras de la Grecia clásica. Aunque decidieron ir más allá de sus cánones serenos e idealizados, y dotaron a las figuras de mayor movimiento y expresión, de un mayor toque de humanidad.
   La cultura clásica grecorromana, ese sustrato histórico que –junto a las culturas judeocristiana y árabe– hemos heredado los europeos, tuvo en el país que hoy llamamos Turquía uno de sus más florecientes focos. ¿Quién no ha oído hablar de ciudades como Troya, Efeso, Pérgamo, Halicarnaso o Mileto, todas ellas urbes poderosas situadas en Asia Menor, o de personajes como Homero, Midas, Tales, Heráclito o Herodoto, que eran nativos de aquellas tierras? Quizá sea menos conocido el hecho de que muchas palabras del castellano tienen su origen en Anatolia: meandro, quimera, magnesio, galeno, mausoleo, creso, solecismo...
   Ni todo el arte griego vino de Oriente, como se afirma a veces, ni los griegos llevaron a Oriente todo el arte. Lo que ocurrió fue una interinfluencia y fecundación recíproca. De la Jonia, región que abarcaba parte de la costa occidental de la actual Turquía y algunas islas cercanas pertenecientes a la actual Grecia, surgió el arte jónico, uno de los tres órdenes arquitectónicos de la Grecia clásica. En Mileto se inauguró el más temprano prototipo de urbanización racionalista de trama ortogonal para una ciudad. En Sardes se acuñaron monedas por primera vez en la historia. En Efeso se erigió el mayor templo griego de la antigüedad, el Artemision, calificado como una de las Siete Maravillas del Mundo. Otra de las maravillas estaba en Halicarnaso: el Mausoleo. En Pérgamo se promocionó el pergamino; su Biblioteca emulaba a la de Alejandría, su centro hospitalario rivalizaba con el de Hipócrates en Cos.
  
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   Uno de los aspectos que más mueve al asombro entre quienes se pasean por los esqueletos de estas ciudades muertas es el prodigioso sentido de la planificación urbana que demostraron poseer los arquitectos de Asia Menor. La reconstrucción de Mileto en el siglo V a C, tras su aniquilamiento por los persas, marcó la pauta. Se atribuye a Hipodamo de Mileto la invención de la urbanización de trazado ortogonal (o 'hipodámico') para las ciudades. Nada más práctico: una trama urbana de bloques rectangulares de edificios, delimitados por calles que se cruzan en ángulo recto, modelo que sigue vigente en nuestros días.
   Podría parecer relativamente sencillo aplicar tal solución cuando se trata de terrenos llanos, pero ¿qué ocurre cuando la población está asentada en las empinadas laderas de una montaña, entre farallones, barrancos y toda suerte de caprichos orogénicos? Sucede que aquellos urbanistas lo conseguían. La ciudad trepaba por los irregulares promontorios de la montaña, pero su cuadrícula urbana permanecía férreamente ortogonal, bien orientada hacia los cuatro puntos cardinales, incrustándose perpendicularmente en las faldas del monte y domeñando el caos. Los monumentos y viviendas descansaban sobre una serie de terrazas superpuestas, comunicadas entre sí por calles con escalinatas para salvar los desniveles.
   La línea recta y el prisma regular fueron los vencedores en la batalla. Tenemos ejemplos de esta simbiosis entre naturaleza y arquitectura en Pérgamo, Priene, Heracleia del Latmos, Labranda o Pinara.
   A medida que los romanos iban ocupando la Anatolia, fueron llevando a cabo un ambicioso programa de reurbanización integral de las viejas ciudades helenísticas. Respetando gran parte de las infraestructuras planificadas en la era precedente, los romanos reconstruyeron y ampliaron templos y teatros, acueductos y palestras. Levantaron arcos triunfales, pavimentaron vías, edificaron termas públicas, cavaron redes de saneamiento, y desarrollaron el urbanismo de base griega hasta extremos de suntuosidad nunca vistos.
Tecnicas de construccion   La calidad de la construcción grecorromana es proverbial. Sus artífices echaban mano de herramientas tan sofisticadas como grúas, enganches, clavijas y grapas de plomo. Las hiladas de piedras no eran instaladas a palo seco unas sobre otras, sino que cada sillar era abrazado al inferior y al adyacente por un sistema a base de grapas internas de sujeción, que se conseguían vertiendo plomo fundido en unas ranuras dispuestas ad hoc entre cada par de bloques.
    Un cartel instalado por los arqueólogos en la Biblioteca de Celso, en Efeso, ilustra sobre estas antiguas técnicas de construcción.
 
   Paradójicamente, el uso de plomo para hacer más sólidas las construcciones resultó ser su talón de Aquiles, pues en épocas posteriores los habitantes del país agujerearon o derribaron deliberadamente los muros de piedra de los edificios clásicos para proveerse del metal que reforzaba sus sillares por dentro, y utilizarlo para fines muy diversos, como por ejemplo fabricar cañones.
TURQUIA CLASICA 
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   El desarrollo de la polis a partir de la Edad de Oro de la Grecia clásica siguió, en las islas griegas y en Asia Menor, patrones fuertemente condicionados por la teogonía helena. Cada ciudad estaba asociada a una deidad del Olimpo, a la que rendía culto y solicitaba protección. Artemisa era la diosa titular de Efeso, Afrodita la de Aphrodisias. Apolo era el santo patrón de Hierapolis. Y hablaba a los hombres en el oráculo de Didima. Cada dios del panteón heleno tenía su propio santuario, y su poder de convocatoria irradiaba por su respectiva comarca. En nuestra colección fotográfica tendremos oportunidad de observar cómo los dioses griegos y romanos hacen su aparición por todos los rincones de Turquía. Veremos a Apolo, Afrodita, Hermes, Artemisa, Dioniso, Deméter... esculpidos en estatuas exentas o en relieves de frisos y sarcófagos, con toda la belleza y perfección anatómica propias de una divinidad. Veremos a Hércules y al fauno Pan, y a seres fantásticos como las sirenas, los gigantes o las gorgonas, cuyas leyendas fueron manantial de inspiración para los artistas. Las antiguas divinidades anatolias, que ya habían sido asimiladas a los dioses griegos, fueron equiparadas a los dioses romanos.
   La capital del Imperio Romano se trasladó en el siglo IV d C a Constantinopla, dando comienzo al Imperio Bizantino. El cristianismo, de ser perseguido, pasó a ser religión oficial. Los bizantinos expoliaron con pocos miramientos los excelsos materiales de las viejas construcciones paganas para reutilizarlos de cualquier manera en sus nuevos edificios cristianos. Los mármoles del Artemision fueron aprovechados para revestir los muros de Santa Sofía. Las cabezas escultóricas de las gorgonas fueron usadas como basas de columnas sumergidas en las cisternas. Los vetustos templos y teatros fueron transformados en iglesias. Capiteles, fustes, estatuas, fragmentos de arquitrabes, primorosamente tallados, fueron degradados a mero material de relleno para levantar murallones defensivos.
   Llegamos así a un estado de cosas en que dentro de las murallas bizantinas se esconden obras de arte romanas, y debajo de las ruinas de cada ciudad romana subyace una ciudad griega o helenizada, que por su parte habría sido fundada sobre asentamientos nativos más antiguos. Visitar las ciudades clásicas de Asia Menor es como desentrañar un palimpsesto, un viejo pergamino manuscrito que conservara debajo de su texto huellas de otras escrituras anteriores, borradas a propósito para poder reescribir sobre ellas.
  
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   No creemos que exista otro país en el Mediterráneo que conserve tal acopio y variedad de ruinas clásicas como Turquía. Ni que reúna conjuntos arquitectónicos de tanta magnificencia y tanta belleza, no sólo en lo que respecta a la calidad artística de los monumentos en sí, sino por los maravillosos entornos naturales en que se asientan. Turquía es el paraíso del arqueólogo. Un país donde todavía se pueden hollar ruinas de ciudades perdidas en páramos y montañas, devoradas por la maleza, que no han sido jamás objeto de excavación. Donde se puede uno topar por sus bucólicos villorrios con fragmentos de cornisas helenísticas o de estatuas romanas, o sarcófagos licios de finos relieves tirados por tierra con el fin de marcar la linde entre dos campos de labranza.
   Es tal la cantidad de vestigios de la era clásica que Turquía ha desenterrado y tiene por desenterrar, que resulta materialmente imposible su salvaguarda y mantenimiento a escala nacional. Si bien son muchos los yacimientos excavados, los monumentos reconstruidos, los museos inaugurados y los lugares con visitas turísticas organizadas, la labor de conservación de un patrimonio tan inmenso (al que hay que sumar el legado de otras culturas en suelo turco como la hitita, la urartiana, la frigia, la bizantina, la selyúcida o la otomana) desborda las posibilidades económicas de un Estado que arrastra desde hace décadas un endémico déficit en su balanza de pagos.
   Y es así que quien se calce las botas y esté dispuesto a recorrer a fondo las tierras de Turquía tendrá ocasión de caer en sitios arqueológicos remotos que están fuera de toda vigilancia, de hecho totalmente olvidados, donde día a día se puede apreciar el progresivo deterioro de piezas escultóricas únicas, no sólo erosionadas por los rigores de la intemperie sino vandalizadas por la mano del hombre. El penetrante chirrido de las cigarras bajo el sol abrasador del estío será muchas veces lo único que le acompañe en el periplo. Es el mismo sonido omnipresente que escuchaban los griegos y los romanos en aquellos días que se fueron para no volver.
   La selección de fotografías que presentamos, forzosamente incompleta, pretende ser un muestrario de imágenes de lo que en Turquía hubo en tiempos clásicos, como si fueran piezas sueltas de un gigantesco rompecabezas que abarca un país y una época, y que hay que ensamblar mentalmente para conseguir una visión de conjunto. Merece la pena intentarlo para hacerse una idea de la grandiosidad y la perfección artística a que llegaron nuestros antepasados del otro lado del Egeo. Pues aquella civilización y aquella cultura, donde se confunden Occidente y Oriente, perviven, aunque no lo sepamos reconocer, en los estratos profundos de nuestra mente.
  
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Troya. No era literatura, era historia

Foto 001
  
   Troya era conocida en griego como Troe o Troia, y más tarde como Ilios o Ilion. En latín era denominada Troja, y posteriormente Ilium.
   Las ruinas de la antigua población de Troya yacen en un pequeño altozano que sobresale en la llanura de la Tróada, al norte del río Escamandro, en la Anatolia noroccidental. Ocupa un lugar estratégico, al estar enclavada a unos pocos kilómetros de la boca sur del estrecho de Dardanelos (antes Helesponto), y en una encrucijada de las rutas comerciales entre Europa y Asia, lo que le permitía controlar tanto estas rutas como el tráfico marítimo entre el Mediterráneo y el Mar Negro.
   Durante el III y II milenios a C, Troya fue un importante centro cultural, y capital de un pequeño reino que gobernaba sobre las comunidades agrarias de la Tróada.
Troya   La mítica guerra de Troya, que inspiró la Iliada, no sería tal mito, pues tuvo probablemente lugar hacia el siglo XIII a C, en las luchas por el control de la estratégica entrada al Helesponto.
   Entre el 1100 y el 700 a C, el lugar fue abandonado, para ser repoblado a partir del 700 a C por colonos de origen griego, que rebautizaron la ciudad como Ilion, nombre con que se la conoció hasta el siglo IV d C, y de donde deriva el título del poema homérico.
   Desde el siglo VI a C, la región de Troya fue sucesivamente gobernada por los persas, Alejandro Magno, la dinastía seléucida que le sucedió, los reyes de Pérgamo, y los romanos. Tras la fundación de Constantinopla (324 d C) sobre la antigua ciudad helenística de Bizancio, en la boca sur del estrecho del Bósforo, Troya perdió su importancia estratégica en beneficio de la nueva metrópolis, y entró en una larga decadencia hasta sumirse en el olvido. La antaño poderosa Troya, "la de las altas murallas" según cantaba Homero, quedó reducida a un informe montículo de tierra y piedras comido por los matojos, al que los turcos llamaban Hissarlik.
   Aunque los turcos ya sabían que este tepe (colina artificial formada por ruinas) contenía restos clásicos, el lugar no fue identificado como la antigua Troya hasta 1822, por Charles McLaren. Sin embargo, los especialistas sólo aceptaron la identificación cuando las excavaciones arqueológicas de Heinrich Schliemann (patriarca de la arqueología científica moderna, que estudió los orígenes micénicos de la Grecia clásica) demostraron sin lugar a dudas que Hissarlik era en realidad la mítica Troya. La ciudad pasó así del ámbito de la literatura al ámbito de la historia.
   Tras la muerte de Schliemann, las excavaciones fueron proseguidas en 1893-94 por su colega Dörpfeld, y reanudadas en 1932-38 por la universidad de Cincinnati.
  
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   Schliemann y Dörpfeld habían descubierto no una, sino nueve Troyas. Distinguieron en el emplazamiento hasta nueve niveles o estratos superpuestos de ruinas, en una secuencia temporal que permitía reconstruir la larga historia de la ciudad, sus comienzos, su auge, sus retrocesos, su decadencia. Los niveles 1 al 5 se sitúan cronológicamente en la Edad de Bronce temprana (3000 al 1900 a C aprox.). Los habitantes de la Tróada en aquella época no eran muy diferentes de los nativos de las islas Egeas y Cícladas, de la Creta minoica o incluso de la Grecia continental, y debían ser originarios de la Anatolia suroccidental y de Siria. Los niveles 6 y 7 encajan con la Edad de Broce media y tardía (1900 al 1100 a C). Durante el largo periodo de los niveles 1 al 7, Troya era una fortaleza bien amurallada, y residencia de un rey, con su familia, séquito y esclavos.
   Los lienzos de muralla excavados y mejor reconstruidos datan de la segunda fase de la Edad de Bronce temprana (hacia 2700-2500 a C), e ilustran sobre el alto grado de desarrollo que había alcanzado la arquitectura militar en Anatolia ya en aquellos remotos siglos. Muestran un recinto poligonal, de unos 100 m de diámetro, rodeado de gruesas murallas de adobe sobre una subestructura de piedra, con un solo portal de entrada flanqueado por potentes bastiones de defensa (foto 001).
   El nivel 7A duró poco más que una generación y sus restos calcinados revelan que la ciudad sufrió un severo incendio en esa época (hacia el siglo XIII a C), permaneciendo luego abandonada durante cuatro siglos. De ahí se deduce que este nivel puede corresponderse con la Troya del rey Príamo, el escenario de la encarnizada crónica bélica descrita por Homero en la Iliada.
   Los arqueólogos exhumaron depósitos de tesoros en los estratos más antiguos del asentamiento, siendo el más cuantioso el llamado 'Tesoro de Príamo', descubierto por Schliemann, una colección de joyas y piezas de vajilla de oro y plata (brazaletes, diademas, pectorales, pendientes, collares, jarras, copas y vasos). La atribución de este tesoro al rey Príamo de la Iliada es incorrecta, pues la datación del nivel donde fue hallado arroja fechas anteriores al año 2000 a C: ocho siglos, como mínimo, antes de la guerra de Troya.
   A pesar de que Troya 7 fue contemporánea del Imperio Hitita en su apogeo (cuya capital Hattusa estaba enclavada en el centro de la península anatólica), no hay evidencia de que hubiera contactos entre los troyanos y los hititas; no se han hallado en las excavaciones de Troya fragmentos de la inconfundible cerámica hitita, ni el menor rastro de objetos manufacturados que apunten a que hubiera  intercambios comerciales entre ambas potencias. Se deduce de ello que Troya estaba más conectada con el exterior por vía marítima (con Chipre, Creta, Micenas...) que con el interior de Anatolia, con sus azarosas rutas de montaña.
   Troya 8 es el primer asentamiento griego después del abandono, y Troya 9 está datada en la época helenística y romana. La urbe fue saqueada por los romanos (84 a C), para a continuación ser parcialmente reconstruida por el general romano Sulla. Aunque nunca recobró su pasado esplendor, Troya, debido al hondo prestigio que poseía en la cultura grecolatina como ciudad heroica, gozó de los favores de Augusto y otros emperadores de Roma.
  
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   Las ruinas de Troya, con sus 4.000 años de historia, proporcionan datos muy significativos para la comprensión del desarrollo de la civilización europea en una fase crítica de su pasado remoto. Poseen además una marcada relevancia en el plano cultural, debido a la profunda influencia que la Iliada de Homero ha ejercido sobre las artes creativas durante más de dos milenios. Por todo ello, la UNESCO inscribió en 1998 el sitio arqueológico de Troya en su catálogo del Patrimonio de la Humanidad.
   La legendaria guerra de Troya era un tema recurrente en la tradición oral y escrita de los antiguos griegos. Pues griegos aqueos habían sido quienes atravesaron el mar Egeo para destruir Ilion. El rapto de Elena fue, según la literatura, el pretexto; la hegemonía sobre el estrecho de Dardanelos fue, según la historia, su no confesado propósito.
   Desde que las epopeyas atribuidas a Homero establecieron los cánones, sus motivos heroicos y mitológicos se perpetuaron, con mil variaciones, en la literatura griega, quedando profundamente grabados en el imaginario de los pueblos helenos y helenizados. Los romanos fueron receptores de esa herencia cultural, que constituyó también para ellos una inagotable fuente de inspiración artística.
   La Eneida de Virgilio es un buen ejemplo. Una especie de síntesis poética de la Odisea y la Iliada, narra las aventuras del héroe troyano Eneas, hijo de Afrodita y Anquises, quien tras el incendio y caída de Troya se embarca en un azaroso viaje (con tantas peripecias como el de Ulises) para terminar recalando en el Lacio, conquistándolo con sus tropas y fundando la ciudad de Roma. El poeta asigna así los orígenes de Roma a antepasados semidivinos procedentes de la prestigiosa ciudad de Troya, siendo Eneas el último de los troyanos y el primero de los romanos.
   Aunque es más popular la versión alternativa de la fundación mítica de Roma por parte de Rómulo (acontecimiento que habría tenido lugar cinco siglos más tarde, pues la tradición lo fijaba en el 754 a C), lo cierto es que los relatos que recrean la versión de Eneas podrían acercarse más a la realidad: la arqueología ha demostrado que Italia fue visitada por navegantes de la Edad de Bronce tardía, de cuyas actividades comerciales se han hallado rastros incluso en la Toscana. El mito de la fundación troyana de Roma podría reflejar la memoria de estos antiguos contactos con Oriente. La figura de Eneas, por otra parte, era familiar a los etruscos del siglo VI a C, los cuales muy bien pudieron haber introducido la leyenda en el Lacio en la época de la hegemonía etrusca, antes de que fuera recogida por los escritores latinos, entre ellos Virgilio.
  
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Las gorgonas de Constantinopla
  
Fotos 002 y 003
  
   La prestigiosa polis de Bizancio fue fundada a mediados del siglo VII a C por gentes venidas de Megara y de Argos, comandadas por dos héroes llamados Bizas y Anto. Tal afirman los escritores antiguos, y los hallazgos protocorintios en las excavaciones arqueológicas realizadas en el palacio de Topkapi de Estambul, que ocupa el lugar de la acrópolis de Bizancio, parecen confirmar esa datación.
   El emplazamiento era inmejorable para el control estratégico del tráfico marítimo entre Propontis (el Mar de Mármara) y el Ponto Euxino (el Mar Negro), a través del estrecho del Bósforo. La acrópolis se situaba sobre un promontorio que domina la boca sur del Bósforo, a orillas de un estuario (el 'Cuerno de Oro') que desemboca en el estrecho. Las remansadas aguas del estuario, que contrastan con las corrientes turbulentas del Bósforo, permitieron la construcción de un bien resguardado puerto, cuya entrada se podía cerrar tendiendo unas cadenas de una orilla a otra de la desembocadura.
   Bizancio fue agrandada y guarnecida de potentes murallas por el emperador Constantino hacia 330 d C, y de 395 en adelante gobernó como capital del Imperio Romano de Oriente. Rebautizada con el nombre de Constantinopolis, alcanzó su apogeo en el siglo VI, bajo Justiniano. Contaba por entonces con la mayor iglesia de la cristiandad: la basílica de Hagia Sophia o Santa Sofía.
   Asediada durante siglos, primero por los turcos selyúcidas, luego por los turcos otomanos, Constantinopla resistió como un último bastión del cristianismo en las tierras islamizadas de Oriente, hasta que en 1453 fue capturada por el sultán Mehmet II Fatih ('fatih' en turco = conquistador), y pasó desde entonces a llamarse Estambul. Así se extinguió la postrera y vacilante llama de lo que había sido el imperio bizantino, absorbido desde entonces por el imperio otomano.
  
   Poco se puede ver del Bizancio de la época grecorromana en la actual Estambul: lienzos de las murallas, la monumental columna de Constantino, el acueducto de Valente, y las colecciones recopiladas en el Museo Arqueológico. Para encontrar más hay que buscar en el subsuelo de la ciudad, y precisamente allá descubriremos algunas de las piezas escultóricas más fascinantes que esconde la antigua Constantinopla.
   El Yerebatan Sarayi o Cisterna-Basílica era una de las grandes cisternas subterráneas que fueron excavadas en Constantinopla tras su refundación, con el fin de almacenar agua potable para la ciudad. Este depósito en concreto se acondicionó en tiempos de Constantino para proveer de agua a su grandioso complejo palaciego. El líquido elemento llegaba hasta aquí por los acueductos de Adriano y Valente.
   El Yerebatan es una amplísima sala hipóstila abovedada, sumida en las tinieblas, a la que se puede descender penetrando por una discreta puerta no lejos de Santa Sofía. Totalmente inundada, de las negras aguas de la cisterna emerge un bosque de 336 columnas de capiteles corintios del siglo V d C, distribuidas en 12 filas de 28 columnas, que, con sus ocho metros de altura, soportan las bóvedas del techo. Antaño había que recorrer este estanque soterrado navegando en una barca; hoy se han habilitado unas plataformas para su visita.
  
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Constantinopla 
   "Baudolino vio el vientre mismo de Constantinopla, allá donde, casi debajo de la iglesia más grande del mundo, se extendía oculta a la vista otra basílica, una selva de columnas que se perdían en la oscuridad como árboles de una floresta lacustre que surgían de las aguas. Basílica o iglesia colegial completamente invertida, porque incluso la luz, que acariciaba apenas los capiteles que se desvanecían en la sombra de las bóvedas altísimas, no procedía de rosetones o vidrieras, sino del acuátil suelo, que reflejaba la llama movida por los visitantes.
   –La ciudad está horadada de cisternas –dijo Nicetas–. Los jardines de Constantinopla no son un don de la naturaleza sino efecto del arte. Pero mira, ahora el agua nos llega solo a media pierna porque la han usado casi toda para apagar los incendios. Si los conquistadores destruyen también los acueductos, todos morirán de sed. Normalmente no se puede ir a pie, se necesita una barca."
   (Umberto Eco, Baudolino, cap. 2)
  
   Al haber descendido el nivel de las aguas, del fondo de la cisterna asoman inesperadamente unas grandes cabezas con rostro de mujer y mirada amenazadora. Son las gorgonas de Constantinopla. Grandes bloques prismáticos esculpidos con testas de gorgonas, expoliados de antiguos templos clásicos, que fueron reaprovechados por los bizantinos como pedestales para algunas columnas de la cisterna-basílica (fotos 002 y 003).
   Las cabezas se colocaron intencionadamente invertidas, o tumbadas de costado, los labios esbozando una sonrisa vertical, y antes no podían ser vistas al estar ocultas sumergidas bajo el agua. Parece evidente que la finalidad, más que práctica, era simbólica: he aquí toda una metáfora del triunfo del cristianismo sobre el paganismo, que era así devuelto al inframundo, y condenado a morir ahogado en una suerte de laguna Estigia. Pero hoy las gorgonas han vuelto de su tumba subacuática para perturbarnos con sus penetrantes ojos marmóreos.
  
   "Y dio un salto hacia atrás salpicando por doquier, porque en el agua la antorcha había iluminado de repente una cabeza de piedra, del tamaño de diez cabezas humanas, que se dedicaba a sujetar una columna, y también esa cabeza estaba acostada, la boca, aún más vulva, entreabierta, muchas serpientes en la cabeza como si de rizos se tratara y una palidez mortífera de viejo marfil.
   Nicetas sonrió:
   –Esta lleva aquí siglos, son cabezas de medusa que vienen no se sabe de dónde y las usaron los constructores como zócalos. Te asustas por poco..."
   (Umberto Eco, Baudolino, cap. 2)

   Una gorgona era en la mitología griega un ser monstruoso, representado como una temible mujer con cabellera de serpientes. Sus ojos poseían la propiedad de transformar en piedra todo lo que miraban. Un gorgoneion o cabeza de gorgona tenía poderes atropopaicos: protegía del mal de ojo y ahuyentaba los malos espíritus, por lo que se utilizaba como motivo escultórico en los entablamentos de algunos templos, como se puede ver en el Didimaion, cerca de Mileto.
   Homero menciona una sola gorgona, monstruo del inframundo, pero Hesiodo habla de tres: Stheno, Euriale y Medusa, hijas del dios marino Phorcis y de su esposa-hermana Ceto. En Atenas se las consideraba descendientes de Gea, la diosa de la Tierra. De las tres, Medusa era la única mortal, por eso Perseo pudo darle muerte cortándole la cabeza.
   (Ver otra representación de gorgona en la colección de fotoAleph Mosaicos de Tunicia, con una decoración radial de escamas que recrea el magnetismo de su mirada, provocando un efecto hipnótico).
  
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Museo Arqueológico de Turquía
  
   El Museo Arqueológico de Turquía, en Estambul, alberga las mejores colecciones de escultura pre-clásica y clásica de Turquía. Entre la infinidad de obras de arte que se exhiben en sus salas, destacan los sepulcros procedentes de Licia y de la necrópolis de Sidón (Líbano), como el llamado 'Sarcófago de Alejandro', del siglo IV a C, que por la exquisitez y delicadeza de su decoración escultórica hubiera podido muy bien ser una tumba digna del conquistador macedonio.
  
   "Alejandro creía que el modelo de ciudad griega merecía ser diseminado por toda Asia (...) y esta creencia fue su contribución más duradera a la historia."
   (Robin Lane Fox, Alejandro Magno, conquistador del mundo)
  
   Nuestra selección fotográfica incluye un retrato de Alejandro Magno, personaje que tan decisivo papel desempeñó en la historia de Anatolia (foto 004). Se trata de una cabeza tallada en mármol, la mejor conservada entre las que se conocen de Alejandro y, al decir de algunos estudiosos, la que guarda el mayor parecido físico. Fue esculpida en Pérgamo durante el reinado de Eumenes II (197-156 a C), influenciada en su estilo por otros retratos de Lisipo, y formaba parte de una estatua de cuerpo entero instalada en una casa que dominaba el ágora baja de esa ciudad.
   Presentamos también:
   Estatua de león procedente del Mausoleo de Halicarnaso, una de las Siete Maravillas del mundo antiguo (siglo IV a C, foto 077).
   Dos lápidas funerarias con bajorrelieves, de época griega (siglo IV a C, foto 005).
   Una estatua de la diosa Afrodita (foto 181), ejemplo ilustrativo del abarrocado estilo de la Escuela de Escultura de Aphrodisias.
   Frisos con relieves de la Gigantomaquia, o combate mítico de los griegos contra los gigantes (personajes dotados, en lugar de piernas, de extrañas extremidades con apéndices serpentiformes), de época romana (fotos 183 y 184).
  
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Las murallas de Nicea
  
Fotos 006 y 007
Nicea  
   La actual ciudad de Iznik en Turquía, renombrada por su cerámica de azulejos, que sestea a orillas de un hermoso lago en un apacible ambiente rural, es en realidad la antigua Nicea. Aquí se celebraron dos decisivos concilios ecuménicos cristianos. El I Concilio de Nicea (325 d C), convocado por Constantino para combatir el arrianismo. El II Concilio (787 d C), convocado por la emperatriz Irene para combatir a los iconoclastas.
   De lo populosa que fue Nicea da fe el hecho de que el perímetro de sus antiguas murallas abarca un área mucho mayor que el del núcleo urbano actual. Intramuros, las casas modernas se mezclan con una amalgama de edificios otomanos, construcciones bizantinas y ruinas romanas esparcidas entre las huertas y labrantíos. Son de destacar los vestigios del teatro y de las termas, que fueron utilizados como cantera para obtener material de relleno en la edificación de las murallas bizantinas.
  
   Nicea estaba defendida por una doble muralla de perímetro poligonal irregular, de la que subsisten largos paños muy bien conservados. La muralla interior, reconstruida en el siglo III d C por el emperador Claudio, recorre un circuito de casi 5 km y estaba perforada por cuatro puertas monumentales, de las que sobreviven tres, atribuidas al procónsul Varus (s. I d C, foto 007). Este recinto interior conserva todavía 110 torreones de defensa, de diversa altura, construidos con buenos sillares de piedra. La muralla fue restaurada en el siglo VI por el emperador Justiniano, tras haber sido la ciudad destruida por un terremoto.
   La muralla exterior se debe a los bizantinos, y es paralela a la interior, aunque construida en ladrillo, y reforzada por un profundo foso. Se erigió en el siglo XIII, cuando ya Nicea se había convertido en capital de los emperadores bizantinos expulsados de Constantinopla por los cruzados. Disponía de casi 100 torres.
  
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Las murallas de Assos
  
Fotos 008 y 009
  
   Assos, antaño una ciudad griega de la Tróada, no es hoy más que una pequeña población pesquera que dormita encajonada entre abruptos acantilados bañados por el mar Egeo. La silueta oscura de la cercana isla griega de Lesbos se yergue en lontananza.
Assos   Assos fue fundada en el primer milenio a C por colonos eolios procedentes de Lesbos, y fue urbanizada en forma de terrazas superpuestas, alcanzando los 200 m sobre el nivel del mar. En aquel tiempo era el único puerto seguro de la zona, por lo que logró controlar el tráfico marítimo de este tramo de la costa.
   Aunque todas las tierras circundantes cayeron en manos de los persas, Assos pudo mantener su independencia dentro del Imperio Persa, hasta que fue conquistada por Alejandro Magno. Desde entonces fue gobernada por el general macedonio Lisímaco, luego por los reyes de Pérgamo, y finalmente por Roma. El tirano persa Hermieas fundó aquí una escuela platónica, a la que asistió Aristóteles en 347-344 a C. También nació aquí, hacia 330 a C, el filósofo estoico Cleantes.
  
   Los restos de la antigua Assos se esparcen por doquier, devorados por hierbas y arbustos, en los escarpados promontorios de sus aledaños, e incluso en los mismos muelles del puerto actual pueden verse tambores de columnas dóricas utilizados como amarraderos de barcos. El antiguo puerto yace sumergido bajo las aguas.
   A pesar de haber sido utilizadas como canteras en el siglo XIX, las ruinas de Assos todavía exhiben los restos de un templo dórico dedicado a Atenea, la calzada pavimentada de acceso a la ciudad, y sobre todo largos lienzos de sus murallas griegas, con las fortificaciones anexas.
   Las murallas datan del siglo IV a C y exhiben en los altibajos de su recorrido por prados y colinas un cuidado aparejo de sillares regulares que llega a veces a sobrepasar los 14 m de altura. Están reforzadas a intervalos por potentes torreones cuadrangulares, y perforadas por puertas, la principal flanqueada de bastiones defensivos, y otra con un insólito adintelamiento en forma de trapecio (foto 009). Extramuros yace un extenso y caótico amontonamiento de sarcófagos (foto 008), pertenecientes a una necrópolis de hacia el siglo I d C.
  
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El glorioso reino de Pérgamo
  
Fotos 010 y 011
  
   La actual ciudad turca de Bergama se asienta sobre el emplazamiento de la célebre Pérgamo, capital de un poderoso reino en el siglo II a C, lugar de origen del pergamino, sede de una importante biblioteca que rivalizaba con la de Alejandría.
   Pérgamo existía por lo menos desde el siglo V a C, pero adquirió su máxima importancia en tiempos helenísticos, bajo la dinastía atálida (de Atalo), cuando se convirtió en un reino autónomo. Gobernando al principio como vasallo del reino seléucida, en 263 a C Eumenes I se declaró independiente de Antioco I. Su sobrino y sucesor Atalo I derrotó a los gálatas (celtas asentados en la Anatolia central desde el siglo III a C) y asumió el título de rey. La soberanía de los atálidas se fue ampliando a los territorios vecinos hasta abarcar hacia 180 a C el antiguo reino de Lidia, parte de Frigia, Licaonia y Pisidia. Esta expansión se produjo en gran parte gracias a su alianza con los romanos, que luchaban contra el rey seléucida Antioco III.
   Los reyes atálidas hicieron de Pérgamo una de las más prósperas y bellas ciudades de la era helenística, un modelo de urbanización y un gran centro de cultura. Coleccionaron obras de arte de Grecia, que instalaban en templos y plazas, a la vez que contrataron a arquitectos, escultores y pintores locales para el embellecimiento de la ciudad. También la dotaron de avanzadas infraestructuras hidráulicas, como acueductos para el suministro de agua y redes subterráneas de saneamiento para la evacuación de aguas residuales.
   Durante los reinados de Atalo I y Eumenes II se construyó la Biblioteca de Pérgamo, la segunda más importante de la antigüedad clásica después de la de Alejandría. Se dice que el pergamino (charta pergamena) proviene de Pérgamo, donde se elaboró este material para contrarrestar la decisión del rey Ptolomeo Filadelfo de prohibir la exportación de papiros de Egipto, y evitar así el copiado de ejemplares de su Biblioteca. Plutarco refiere el rumor de que Marco Antonio regaló a Cleopatra los 200.000 volúmenes de la Biblioteca de Pérgamo para engrosar los fondos de la de Alejandría.
   Cuando el rey pergamita Atalo III murió sin herederos en 133 a C, dejó en legado el reino de Pérgamo a Roma, en un gesto sin precedentes históricos. Los romanos aceptaron el testamento. Instauraron la provincia de Asia, que abarcaba la Jonia y el territorio de Pérgamo, y comenzaron así su implantación en Oriente. De inmediato pusieron en marcha un plan de reurbanización integral de la capital, levantando en la zona baja monumentos públicos, como un teatro, un anfiteatro, y el complejo arquitectónico conocido como Asclepieion. La urbe crecía imparable y pudo llegar en algún momento a tener 160.000 habitantes.
   Al ser el comercio con Oriente la principal fuente de recursos económicos de Pérgamo, su decadencia empezó cuando Petra, y luego Palmyra, dos fértiles oasis situados en etapas clave de las rutas caravaneras de los desiertos de Oriente Próximo, disputaron a Pérgamo su supremacía en el tráfico comercial de la región.
   Tras la caída de Roma, Pérgamo fue gobernada por los bizantinos (fue sede de un obispado), hasta que en el siglo XIV fue conquistada por los otomanos.
  
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   Las extensas ruinas de la antigua Pérgamo se encaraman por una colina que domina la llanura del río Caicus, en la región de Misia, y constituyen un buen ejemplo del alto nivel de sofisticación que habían alcanzado el arte y la ciencia del urbanismo en tiempos helenísticos. La ciudad trepaba en sucesivas terrazas, tratando de imponer la racionalidad geométrica del ángulo recto a la accidentada topografía del terreno, la geometría del cubo y el prisma imbricándose en los promontorios y vaguadas de la montaña para modelarla a su voluntad, para 'civilizarla'. La ciudad quedaba integrada en la naturaleza y la naturaleza formaba parte de la ciudad.
   Las primeras excavaciones arqueológicas en las ruinas de Pérgamo empezaron en 1878, organizadas por el Museo de Berlín. Los especialistas han podido identificar las principales áreas de la ciudad helenística, que se divide en tres niveles: la ciudad alta, la ciudad media (a una altura intermedia en la ladera del monte) y la ciudad baja, en el llano al pie del monte, con el complejo del Asclepieion.
Pergamo 
   Entre los edificios públicos de la acrópolis o ciudad alta de Pérgamo descuella el espectacular teatro, que parece colgar por una empinada ladera del monte, teniendo como escenario todo el panorama sobre la llanura, y dominando la vía ceremonial que conduce al templo de Dioniso (foto 010). Fue construido por Atalo I, siguiendo pautas arquitectónicas griegas, y constituye el centro focal de la urbanización de la ciudad alta. El resto de edificaciones se distribuía en abanico en torno al teatro. Tenía capacidad para 10.000 personas. Sus 80 filas de gradas alcanzan los 36 m de altura sobre el nivel de la orquesta.
   
   En la acrópolis sobreviven a duras penas unas ruinas, a nivel de cimientos, del que fue el renombrado Altar de Zeus, una de las obras cumbre del arte helenístico. El monumento fue erigido entre 180 y 160 a C, en conmemoración de la victoria de Atalo I sobre los gálatas. Una parte del altar, y los relieves sobrevivientes de su magnífico friso de la Gigantomaquia, se exhiben hoy día, restaurados y remontados, en el Staatliche Museum de Berlín.
   Ha sido reconstruido en la acrópolis el Templo de Trajano o Trajaneum, un templo corintio mandado erigir por Adriano (117-138 d C) en honor de su antecesor en el imperio, con 6 columnas de fachada y 9 en cada uno de los laterales. Al sur de este santuario se distinguen los muy arruinados restos de la célebre Biblioteca de Pérgamo, del siglo II a C.
   Las estructuras civiles de la ciudad media contienen un amplio mercado, un gimnasio y los templos de Hera y Deméter.
   Los restos de época romana de la ciudad baja incluyen un anfiteatro para 50.000 personas, un teatro (con un aforo –de 30.000 personas– mucho mayor que el del teatro helenístico en la acrópolis, pero que está peor conservado) y un estadio de carreras.
  
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Asclepieion
  
   En las afueras de la ciudad baja de Pérgamo se ubica el Asclepieion, un complejo arquitectónico dedicado al dios griego de la medicina Asclepios, también conocido por los latinos como Esculapio.
   El Asclepieion era lo que hoy podríamos denominar un centro sanitario, cuya desmesurada fama lo convirtió en un foco de peregrinación, adonde acudían enfermos de todos los países del entorno grecolatino en busca de una cura para sus males. Aquí practicó la medicina Galeno, el célebre anatomista, nacido en Pérgamo en 131 d C.
   Existían en la antigüedad otros complejos hospitalarios parecidos, como el de Epidauro en el Peloponeso o el de la isla egea de Cos, donde trabajó Hipócrates. El culto a Asclepios en Pérgamo podría haber sido importado de Epidauro, hacia el siglo IV a C (hay vestigios en el subsuelo de esa época e incluso anteriores, que parecen pertenecer a edificios consagrados a una diosa local). El templo y las instalaciones erigidos en la época helenística fueron destruidos por Prusias en 156 a C. El Asclepieion fue totalmente reconstruido a principios del siglo II d C, gracias a las aportaciones económicas de los césares de Roma y de algunos ciudadanos pudientes. Entre los personajes ilustres que viajaron hasta Pérgamo para visitar el santuario de Asclepios figuran los emperadores Adriano, Marco Aurelio y Caracalla.
   El Asclepieion era un lugar donde se congregaban los filósofos y sabios de Pérgamo. Había aquí una importante escuela de medicina, el más notable de cuyos profesores fue Galeno, que ejerció como médico e impartió sus enseñanzas hasta su muerte en 210 d C. Las enfermedades eran tratadas tanto fisiológica como psíquicamente. Los médicos se inspiraban para sus diagnósticos en los relatos de sueños que escuchaban de sus pacientes, y prescribían terapias diversas, como baños, masajes, ejercicios físicos, ayunos, o la ingestión de determinadas medicinas y brebajes. Las representaciones teatrales también formaban parte del tratamiento, lo que explica la existencia de un teatro adosado al complejo.
   Las edificaciones del santuario fueron severamente dañadas por el gran terremoto que asoló Asia Menor a mediados del siglo III d C. Bajo los bizantinos las viejas instalaciones fueron ocupadas y remodeladas como viviendas familiares, y el templo de Asclepios fue transformado en iglesia.
   Una vía sacra flanqueada de columnatas, llamada Vía Tecta, conducía de la ciudad baja al Asclepieion, al que se entraba por un pórtico columnado monumental o propileo. En una vasta plaza rectangular rodeada de un peristilo (foto 011) se asentaban los principales edificios, como el Templo de Asclepios, de planta circular, la biblioteca, el teatro (con capacidad para 3.500 personas, y que todavía hoy está en uso), varios nichos de culto, una cisterna, y un curioso edificio de estructura cilíndrica de dos pisos, en torno al que se abren radialmente seis ábsides, y del que no se sabe con seguridad el cometido: se cree estaba reservado para tratamientos médicos.
  
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El Templo de Roma en Ankara
  
Foto 012
  
   Ankara es la actual capital administrativa y la segunda ciudad más poblada de Turquía, tras Estambul. Su topónimo antaño solía deformarse en 'Angora', asociado con la 'lana de Angora' producida por las cabras de la región. Ankara posee a sus espaldas una larga historia que se remonta más allá de la antigüedad clásica, quizá hasta la Edad de Piedra.
Ankara   Los griegos y latinos la denominaban Ancyra, nombre que la leyenda relacionaba con el hallazgo de un ancla en el lugar de su fundación, aunque probablemente deriva de una palabra frigia que significa 'barranco'. Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo a partir del siglo XX han detectado en el lugar un asentamiento frigio de finales del II milenio a C.
   Alejandro Magno conquistó Ancyra en 334 a C. En el siglo III a C fue capital de los tectosages, una tribu de la región de Galatia. En el I a C la ciudad cayó bajo el dominio de Mitrídates VI el Grande, rey del Ponto. El año 25 a C, César Augusto incorporó Ankara al Imperio Romano, ordenando construir a continuación un gran número de edificios civiles y religiosos, entre los que todavía subsisten el Templo de Augusto, unas termas, y la Columna de Juliano. 
   En 51 d C, San Pablo, que era originario de Tarso de Cilicia, visitó Ancyra, y posteriormente, en su Epístola a los Gálatas, amonestó a los habitantes de la ciudad por su persistente adhesión a los antiguos ritos paganos. Más adelante Ancyra formó parte del Imperio Bizantino. Las murallas de la ciudadela bizantina, en lo alto de un promontorio que domina la urbe, utilizaron como sillares y material de relleno columnas, esculturas y fragmentos arquitectónicos reaprovechados de las antiguas construcciones clásicas.
   Asediada por los persas sasánidas y por los árabes, Ancyra terminó por sucumbir al ejército de los turcos selyúcidas, luego a los mongoles, para ser finalmente conquistada en 1356 por los otomanos.
  
   El Templo de Roma y Augusto se ha conservado casi intacto gracias a que en la Edad Media fue utilizado como iglesia cristiana, y más tarde como mezquita (foto 012).
   Edificado entre los años 25 y 20 a C sobre el emplazamiento de un anterior santuario consagrado a las divinidades anatolias Men y Cibeles, hacia el año 150 d C fue dotado de una columnata exterior de 15 x 8 pilares, hoy desaparecida.
   En las paredes interiores del pronaos aparecen inscritos en latín y griego unos significativos textos dictados por César Augusto, que ofrecen un balance financiero y militar de su imperio, dejando constancia escrita de los logros que obtuvo a lo largo de su vida.
  
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Aizanoi, la desconocida
  
Fotos 013-024
  
   A desmano de las rutas habituales de los viajeros, el pequeño pueblo rural de Çavdarhisar esconde en su caserío y en los bucólicos paisajes de sus alrededores algunas de las ruinas clásicas más fascinantes y, sin embargo, menos conocidas de Turquía: las de la antigua Aizanoi.
   Apenas se sabe nada de la historia de Aizanoi. Se cree que el lugar pudo ser el emplazamiento de un culto muy antiguo dedicado a la diosa-madre, pero las primeras noticias que lo mencionan datan del siglo I a C. En la época romana gozó de gran prosperidad, como se puede inferir por la magnitud de sus monumentos y por la calidad de sus tallas escultóricas.
   Fue sede de un obispado en la era bizantina. Tras ser destruida por un terremoto, terminó por caer en el abandono y el olvido.
Aizanoi  
   El magníficamente conservado Templo de Júpiter fue erigido en tiempos del emperador Adriano (117-138 d C). Se trata de un templo pseudodíptero de orden jónico que se levanta sobre una plataforma de 33 x 37 m (foto 017). Aunque la cella principal estaba consagrada a Júpiter (Zeus), también se veneraba aquí a la diosa frigia Cibeles, como lo demuestran las numerosas estatuillas exhumadas representando a ambas divinidades, y el hecho de que la puerta principal esté orientada al oeste, como era preceptivo en los santuarios a Cibeles. Las dos acróteras que coronaban el entablamento exhiben respectivamente los bustos de un hombre y una mujer (foto 021).
   Aunque tardío, este templo recoge en su estructura numerosos rasgos característicos de la arquitectura anatólica: la columnata pseudodíptera y el podio escalonado se inspiran en los cánones dictados por Hermógenes; la naos precedida de cuatro columnas y el opisthodomos muy estrecho recuerdan a los del templo de Zeus en Magnesia del Meandro.
   Bajo el cuerpo central del santuario se oculta una inmensa cámara subterránea, techada con una bóveda de piedra de medio cañón: un verdadero templo debajo del templo, cuyo cometido se ignora.
  
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   Al otro lado del río, perdido entre los páramos, se pueden distinguir los restos del estadio: apenas unos montículos de tierra que conforman una alargada pista, entre los que de vez en cuando sobresalen tramos del graderío de piedra (foto 022). El estadio se acopla armoniosamente por uno de sus extremos con la parte trasera del escenario del teatro, formando ambas edificaciones un conjunto unitario. Así, en el teatro, al principio desprovisto de muro de escena, se podían ofrecer al público espectáculos de atletismo.
  
   El teatro no ha sido hasta ahora objeto de excavaciones, y se puede ver, derribada por los suelos y cubierta de vegetación, la mayor parte de los elementos de su estructura original (foto 023). El proscenio se halla hundido sobre la orquesta, el hemiciclo de la cavea parece retorcerse al desmoronarse parcialmente sus gradas. Por todas partes se pueden descubrir, desparramados por el terreno, columnas, nichos y fragmentos escultóricos, representando animales y escenas de caza (foto 024).
  
   Los sondeos arqueológicos han demostrado que todas las casas del pueblo de Çavdarhisar se levantan sobre los basamentos de antiguas edificaciones romanas. En su núcleo urbano se han podido identificar dos ágoras, templos, villas... y un macellum o mercado de carne, una plaza cuadrada en cuyo centro se eleva un monumento de planta circular (foto 016) que tiene inscrito en sus muros el 'Edicto de Diocleciano': un texto legislativo promulgado por dicho emperador (244-311 d C) que fijaba los precios máximos de las mercancías y los topes salariales, con el pretendido fin de combatir la inflación. El texto comienza así:
  
   "¿Quién será tan insensible o falto de humanidad como para no haber advertido que los precios excesivos se extienden por el comercio de los mercados y la vida cotidiana de las ciudades, y que el ansia desmedida de beneficios no es aminorada ni por la abundancia de suministros ni por los años de buen fruto? (...)
   Como una situación provechosa para el género humano rara vez se acepta de modo espontáneo, y como la experiencia nos enseña que el temor es la guía más eficaz y la mejor regla para el cumplimiento del deber, nos complace que sea sometida a pena capital cualquier persona que incumpla las medidas de este estatuto."
   Diocleciano
  
   El intento de remedio resultó ser peor que la enfermedad, y el edicto disparó aún más los precios (cf. Antonio Escohotado, 'Los enemigos del comercio. Historia de las ideas sobre la propiedad privada', 2008, vol. I). Eusebio, un cronista de la época, refiere lo siguiente:
  
   "En el primer momento, la alarma fue tal que nadie salió a vender, y la carestía empeoró aún más. Tras muchas ejecuciones, la simple necesidad llevó a revocar la norma".
   (Eusebio, Historia ecclesiae, en Escohotado, op.cit.)
   
   Cuatro puentes romanos cruzan el río Rhyndakos (foto 014), en cuyas orillas se pueden ver los antiguos muelles semisumergidos. Las mujeres del pueblo lavan la ropa en estos muelles, utilizando como lavaderos las antiguas estelas romanas, mientras los patos y las ocas se pasean o nadan plácidamente por los alrededores.
  
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El río de oro de Sardes
  
Fotos 025-036
  
   "Sólo el oro y la plata han prevalecido a la larga en todas partes, porque son los metales más escasos. En Asia empezaron a funcionar las primeras fábricas de monedas de esos metales, porque el Asia fue la cuna de todas las artes."
   (Voltaire. Diccionario filosófico. Dinero)
  
   Sardes, también conocida como Sardis, era hacia el siglo VII a C la capital del floreciente reino de Lidia. Sus ruinas yacen junto a la pequeña localidad rural de Sart, a 90 km al este de Esmirna, en la provincia de Manisa, Turquía.
   Estratégicamente situada en un espolón del monte Tmolo, Sardes controlaba la llanura del valle del Hermos y era el punto de partida occidental de la vía real que conectaba Asia Menor con Persia.
  
   "La Lidia no ofrece a la descripción muchas maravillas, como otros países, a no ser las pepitas de oro que bajan del Tmolo" (Herodoto, Historia, I, 93)

   Sardes era proverbial por su riqueza, en gran parte generada por la explotación de los yacimientos auríferos del legendario río Pactolo, que descendiendo del monte Tmolo, corría contiguo a la ciudad. Los historiadores creen probable que fuera aquí donde se inventó el sistema monetario y se acuñaron por primera vez monedas de oro y plata. Aún subsisten en Sardes las ruinas de un taller dedicado a cribar las arenas del Pactolo y trabajar el oro extraído.
   Quizá no sea casualidad que en esta región surgiera la leyenda del rey Midas. El reino de Lidia era vecino del antiguo reino de Frigia, al que llegó a dominar, y compartía con éste ciertos rasgos culturales, como lo evidencian las gigantescas sepulturas tumulares de la necrópolis real a orillas del lago Giges (conocida como Bin Tepe o las 'Mil Colinas'), a 10 km de Sardes, la mayor de las cuales tiene 355 m de circunferencia y fue ponderada por Herodoto (1, 93): "(La Lidia) presenta un solo monumento, el mayor de cuantos hay, aparte los egipcios y babilonios. En él está el sepulcro de Aliates, padre de Creso; (...) El ámbito del túmulo es de seis estadios y dos pletros, y la anchura de trece pletros". Estas inmensas tumbas se asemejan mucho en su estructura a los túmulos sepulcrales reales de Gordion, la capital de Frigia.
   Midas era el nombre de un linaje de reyes que gobernó la Frigia en los siglos VIII y VII a C. Sin embargo, la historia se entreteje aquí con la leyenda, y el nombre de Midas se suele asociar más con el insensato monarca de la mitología clásica, cuyas peripecias forman parte del ciclo de las leyendas dionisiacas. Una de las versiones del mito dice así: el dios Dioniso concedió al rey Midas un deseo. Éste solicitó el don de convertir en oro todo lo que tocara con las manos. Cuando hasta la comida se le transformaba en oro, y se veía abocado a morir de hambre, Midas cayó en la cuenta de su error. Mas Dioniso le salvó bañándolo en las aguas del Pactolo, y por eso el caudal de este río arrastra desde entonces gran cantidad de oro aluvial.
   Otra de las sepulturas de Bin Tepe se asigna al rey Giges (680-652 a C), el primer soberano históricamente comprobado de Lidia (antes supuestamente regida por la dinastía mítica de los Heraclii, descendientes de Hércules), y que llegó al poder tras la devastación de Sardes por los cimerios, emprendiendo su posterior reconstrucción. El nombre de Giges aparece también en los anales del rey asirio Asurbanipal. Tras Giges la Lidia fue gobernada desde Sardes por Ardis (651-625 a C), Sadiate (625-610 a C), Aliates (609-560 a C) y Creso.
  
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Sardes 
   El momento de apogeo de Sardes fue durante el reinado de Creso (560-546 a C), de cuyo nombre deriva el vocablo 'creso', según el diccionario 'hombre muy rico'.
  
   "Este Creso fue, que sepamos, el primero entre los bárbaros que sometió algunos pueblos griegos, haciéndolos tributarios, y que se ganó la amistad de otros. Sometió a los jonios, a los eolios y a los dorios del Asia, y se ganó la amistad de los lacedemonios." (Herodoto, Historia, I, 6)
   "Andando el tiempo, casi todos los pueblos que moran más acá del río Halis estaban sometidos (a Sardes); pues a excepción de los cilicios y los licios, a todos los demás había sometido Creso y los tenía bajo su mando; esto es: los lidios, frigios, misios, mariandinos, cálibes, paflagonios, tracios, tinios y bitinios, carios, jonios, eolios y panfilios.
   Cuando quedaron sometidos esos pueblos y Creso agregaba nuevos dominios a los lidios, Sardes se hallaba en la mayor opulencia. Todos los sabios de Grecia que vivían en aquel tiempo acudían a ella, cada cual por sus motivos, y entre ellos el ateniense Solón".
   (Herodoto, ibid, I, 28-29)
 
   Tomada por Ciro el Grande, la conquista de Sardes (y de Lidia) fue un hito importante en la expansión y consolidación del Imperio Persa aqueménida. La derrota de Creso, su condena a muerte y posterior perdón, y la perdurable amistad que surge entre Ciro y Creso, antaño enemigos, son relatadas con extensión y detalle por Herodoto en el Libro I de su Historia. Creso se convirtió desde entonces en el más fiel consejero de Ciro.
   Sardes cayó más tarde bajo el dominio de los atenienses, los seléucidas, y por fin los atálidas de Pérgamo, siendo entregada en herencia a los romanos tras la muerte de Atalo III (133 a C).
   Bajo el Imperio Romano Sardes fue capital administrativa y centro jurídico de la provincia de Lidia. El año 17 d C fue destruida por un terremoto. Tras su reconstrucción, y durante el Imperio Bizantino, continuó siendo una de las mayores ciudades de Anatolia.
  
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   "La acrópolis es escarpada e inatacable" (Herodoto, Historia, I, 84)
  
   Las ruinas de Sardes incluyen la antigua ciudadela lidia, encaramada en la acrópolis, sobre el escarpado cresterío del monte Tmolo (foto 025). De difícil acceso, los escasos muros de la fortaleza van desmoronándose a medida que los montículos de tierra sobre los que se asientan son carcomidos por la erosión. Hay bastiones que parecen nidos de águila, colgados sobre las puntas de afilados riscos, inclinados y con el suelo en extraplomo, a punto de caer en el abismo (foto 026).
  
   De la época romana de Sardes queda el gimnasio, un soberbio edificio lujosamente decorado que data del tiempo de los Severos (193-235 d C). Su pórtico de dos pisos de galerías esquinadas (reconstruido hasta los 18 m de altura), con un frontón central en forma de arco, se abre a un vasto patio rectangular, que estaba pavimentado de mármol y rodeado de un peristilo de columnas de fustes lisos (foto 027). Contrasta con ellos el variado juego de estrías de los fustes jónicos y corintios del pórtico (foto 194), así como la abarrocada decoración de sus frisos y cornisas (foto 030).
  
Sardes   Adyacentes al patio del gimnasio, y paralelos a una vía principal, se pueden ver los vestigios restaurados de una sinagoga judía del siglo III ó IV d C, que revelan la presencia de comunidades de judíos en Asia Menor en la época tardorromana (foto 031). La sinagoga fue construida sobre una vieja basílica romana, de ahí que posea un ábside. Tenía el suelo pavimentado de mosaicos, y las paredes revestidas de paneles de mármol de varios colores dibujando composiciones geométricas abstractas. Existen en la sinagoga, sin embargo, elementos escultóricos figurativos, como águilas y leones, reaprovechados de edificios clásicos anteriores.
  
   El teatro romano apenas se distingue entre la maleza de una vaguada del monte, con la cavea cubierta de campos de labranza.
  
   Pero el monumento más importante de Sardes es el Gran Templo de Artemisa, en las afueras del núcleo urbano. Por sus descomunales dimensiones, su estructura arquitectónica y algunos detalles como la decoración de las basas de las columnas, recuerda poderosamente a otro santuario colosal del arte jónico que podemos admirar en Asia Menor: el Didimaion, cercano a Mileto, éste a su vez reminiscente del Artemision de Efeso.
   El templo que hoy vemos, con el telón de fondo del monte Tmolo a sus espaldas (foto 032), es el resultado de tres fases de construcción, iniciada la primera en el siglo IV a C, y concluida la última hacia 150 a C. Era de tipo períptero (rodeado de columnatas por sus cuatro lados) de 20 x 8 columnas, más 6 columnas delante del pronaos, otras 6 delante del opisthodomos, y dos filas de 8 columnas distribuyendo el interior de la cella en tres naves (foto 033). En total, 80 columnas. La cella era muy oblonga, y estaba dividida en dos cámaras por un muro central. Una de las cámaras estaba consagrada a la diosa Artemisa, y la otra al culto de Faustina I, mujer del emperador romano Antonino Pio. El rectángulo de la planta mide 98 x 45,5 m, uno de los más grandes del mundo clásico.
   Dos de las columnas jónicas de la fachada oriental quedan en pie. Con sus casi 18 m de alto, ofrecen un buen término de comparación para hacerse una idea de las colosales proporciones del edificio (foto 034). Las basas de algunas columnas están decoradas con toros de guirnaldas y paneles con relieves escultóricos de motivos florales (foto 035).
   Algunos capiteles de doble voluta y algunos tambores caídos de lado sobre el suelo permiten también apreciar la inusitada magnitud de las columnas. El corte de los tambores supera los 2 m de diámetro. Las profundas acanaladuras de sus estrías les confieren un curioso perfil estrellado (foto 036).
  
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Esmirna, cuna de Homero
  
Fotos 037-039
  
   Esmirna o Smyrna es el nombre antiguo de la actual Izmir, segundo puerto en tamaño y tercera ciudad más poblada de Turquía (tras Estambul y Ankara), bañada por el mar Egeo en la recortada costa de Anatolia occidental. La ciudad moderna yace sobre los restos helenísticos y romanos de una urbe clásica que emuló a Atenas en esplendor y refinamiento, y que, como la capital del Ática, ha permanecido viva durante más de 5000 años.
    Los yacimientos más antiguos de Esmirna son contemporáneos de los niveles más arcaicos de Troya (III milenio a C), y se hallan a unos escasos kilómetros de la actual ciudad, en Bayrakli. La presencia griega (fundada por los eolios, fue tomada por los jonios) es corroborada por los restos de cerámica de hacia el 1000 a C. En el siglo VII a C había ya crecido como ciudad-estado, con poderosas murallas y fortificaciones, y una urbanización a base de bloques de casas de dos pisos.
Esmirna   Tras la conquista de Aliates, soberano del vecino y poderoso reino de Lidia, Esmirna desapareció de la historia, para renacer tres siglos más tarde, refundada por Alejandro Magno y sus generales (s. IV a C) en su nuevo y actual emplazamiento, al pie del monte Pago. La nueva Esmirna creció hasta llegar a ser una de las principales metrópolis del Asia Menor y del mundo mediterráneo. Posteriormente fue sede de una diócesis civil de la provincia romana de Asia, disputándose con Efeso y Pérgamo el rango de 'primera ciudad de Asia'. Un fuerte terremoto destruyó su núcleo urbano en 178 d C, siendo inmediatamente reconstruido con ayuda del emperador Marco Aurelio.
   Esmirna se hizo célebre en el mundo antiguo por su riqueza y por la belleza de su arquitectura monumental. Poseía una prestigiosa biblioteca, y escuelas de medicina y retórica. La tradición dice que fue la cuna de Homero, que habría nacido a orillas del cercano arroyo Meles.
   Los restos arqueológicos que han salido a la luz entre los enterrados bajo la Esmirna moderna incluyen el ágora romana, y los acueductos de Kizilkullu.
  
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   El Museo Arqueológico, inaugurado en 1983, alberga excelentes antigüedades procedentes de las excavaciones de Esmirna y de otras ciudades de su radio de influencia.
   Entre las esculturas destaca por su calidad el grupo de Poseidón y Deméter, hallado en el ágora de Esmirna (foto 037). Esta pareja de estatuas formaba parte de un conjunto de altorrelieves representando un nutrido panteón de dioses y diosas del Olimpo, que decoraba un gran altar a Zeus, del siglo II d C (época imperial romana), instalado en el centro del ágora. Deméter, hermana de Zeus, posa de pie junto a Poseidón sentado. Deméter es la diosa de la tierra y de la agricultura; Poseidón, el soberano de los mares. No sería por azar que los esmirnios colocaran juntas a estas dos deidades en un punto clave de la ciudad, simbolizando así la supremacía de Esmirna tanto en el comercio terrestre como en el marítimo.
   En los jardines exteriores del museo han sido depositados larguísimos frisos de mármol (fotos 038 y 039), del mismo estilo que los arquitrabes de algunos edificios y vías columnadas de las ruinas de Aphrodisias, que exhiben una sucesión de retratos de ninfas y seres mitológicos, con todas las cabezas enlazadas por una interminable guirnalda de frutas.
  
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Efeso y el culto de Artemisa
  
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TURQUIA CLASICA
Arte grecorromano en Oriente
  
Bibliografía

- Akurgal, Ekrem. Ancient civilizations and ruins of Turkey (Estambul, 1985)
- Herodoto. Los nueve libros de la historia (Edición ‘Biblioteca personal Jorge Luis Borges’, Hyspamérica Ediciones-Orbis, Barcelona, 1987)
- Freely, John. Turquía clásica (Editorial Debate, Madrid, 1991)
- Tulay, A. Semih. Aphrodisias. Guide de Musée (Ankara, 1988)
- UNESCO. El Patrimonio Mundial (Incafo. Ediciones San Marcos)
- V.V.A.A. Arqueología de las ciudades perdidas. Vols. 2 y 6 (Salvat Ediciones, Pamplona, 1986)
  
  
  



 
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TURQUIA CLASICA
Arte grecorromano en Oriente
  
Indice de textos 
¿Oriente vs Occidente?
Troya. No era literatura, era historia
Las gorgonas de Constantinopla
Las murallas de Nicea
Las murallas de Assos
El glorioso reino de Pérgamo
El Templo de Roma en Ankara
Aizanoi, la desconocida
El río de oro de Sardes
Esmirna, cuna de Homero
Efeso y el culto de Artemisa
  
El Artemision
Priene, la ciudad que perdió la gracia del mar
Mileto. Modelo de urbanismo
El oráculo de Didima
Halicarnaso y el Mausoleo
El pequeño mausoleo de Milasa
El Templo de Zeus en Euromos
Heracleia en el monte Latmos
Iasos dejó de ser una isla
Labranda, oculta en las montañas
Alinda y la reina Ada
  
Hierapolis y el 'Castillo de Algodón'
Aphrodisias, bajo el signo de Venus
La Escuela de Escultura de Aphrodisias
Xanthos, capital de la Licia
Pinara trepó por los montes
Patara, ruinas bajo las dunas
Antiphellos, el mar como escenario
El teatro de Myra
Phasellis, entre dos bahías
El gran teatro de Aspendos
Sidé, puerto de la Panfilia
  
Olba. La ciudad feliz
La necrópolis de Anemurium
Adamkayalar. La Roca de los Hombres
Korykos, campo de sepulcros
Kanytele, la ciudad de la sangre
Las tumbas monumentales de Demircili
El acueducto de Ura
Romanos en la Capadocia
Urfa, en los límites del imperio
Arsameia en el río Nymphaios
Nemrut Dagi. La montaña de los gigantes
      
Indices de fotos
Indice general
Indice 01   Troya. Constantinopla. Pérgamo
Indice 02   Aizanoi
Indice 03   Sardes
Indice 04   Esmirna. Efeso
Indice 05   Priene. Mileto
Indice 06   Didima
  
  
Indice 07   Halicarnaso. Milasa. Euromos
Indice 08   Heracleia. Iasos. Labranda. Alinda
Indice 09   Hierapolis-Pamukkale
Indice 10   Aphrodisias
Indice 11   La Escuela de Escultura de Aphrodisias
Indice 12   Xanthos. Letoon. Pinara. Patara
  
  
Indice 13   Phasellis. Aspendos. Sidé. Olba
Indice 14   Cilicia. Capadocia. Urfa
Indice 15   Máscaras y hemiciclos
Indice 16   Estatuas y relieves
Indice 17   Fustes y capiteles
Indice 18   Restos y fragmentos
  
    
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Fotografías: Eneko Pastor
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