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  TURQUIA RUPESTRE
  El arte de los acantilados
Turquía rupestre. El arte de los acantilados.   
   Cuando los acantilados, los riscos y los peñascos se esculpen para crear templos, tumbas y estatuas de dioses, surgen la arquitectura y la escultura rupestres, el arte de las rocas.
   Turquía, además de puente oriente-occidente, y cuna de civilizaciones, es uno de los países más ricos en tesoros arqueológicos del mundo pre-clásico y clásico, entre los que se da una de las mayores concentraciones de obras de arte rupestre, de distintas épocas y culturas. Hititas, frigios, licios, cilicios y capadocios fueron algunos de los pueblos que cincelaron las montañas turcas para hacer inmortal su memoria.
  

Indices de fotos
Indice general
Indice 1  Hititas
Indice 2  Frigia
Indice 3  Licia
Indice 4  Cilicia
Indice 5  Capadocia
Indice de textos 
1   La arquitectura y escultura rupestres en la antigua Anatolia
2   HITITAS. El imperio que desafió a Egipto
     Alaca Höyük
     Hattusa
     Yazilikaya
3   FRIGIA. El reino de Midas
     Arslankaya
     La Ciudad de Midas
     Kümbet
4   LICIA. Ciudades de los muertos
     Telmessos
     Pinara
     Xanthos
     Myra
  
5   CILICIA, la olvidada
     Adamkayalar
     Korykos
     Kanytele
     Ura
6   CAPADOCIA. El paisaje del que están hechos los sueños
7   Bibliografía
  
Otras colecciones de fotos de Turquía en fotoAleph
  
Otros parajes con arquitectura rupestre en fotoAleph
  


  
1.  La arquitectura y escultura rupestres en la antigua Anatolia
 

   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...
    (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)




   Vi las montañas de la antigua Anatolia, atormentadas por la erosión hasta crear extraños paisajes más propios de los sueños que de la realidad.
   Sus paredones rocosos estaban esculpidos por el cincel del hombre para edificar templos, tumbas y ciudades troglodíticas.
   Vi, plasmadas en roca viva, las efigies de los dioses y los reyes hititas.
   Vi los santuarios de la remota Frigia, el país del rey Midas, que transmutaba en oro lo que sus manos tocaban.
   Vi las necrópolis de Licia, ciudades de los muertos poblando la región donde tenía su guarida la monstruosa Quimera. Vi, convertidas en iglesias, las fantásticas chimeneas de las hadas de Capadocia.
   Vi la arquitectura y escultura rupestres de Turquía, señeras manifestaciones del arte de los acantilados.


  
Cuando el arte moldea la naturaleza
  
   El arte rupestre, el arte de las rocas, es un fenómeno que se da en todo el mundo antiguo, con múltiples manifestaciones en Europa, Asia y África y que perdura hasta la Edad Media, siendo la Anatolia, en la hoy Turquía, abundante en magníficos ejemplos de este espacio ambivalente donde la arquitectura y la escultura se imbrican entre sí y a la vez se hacen una con la naturaleza. 
   Conviene ante todo precisar que en los textos que siguen utilizaremos la expresión 'arte rupestre' en un sentido que no es el más habitual en castellano. Aunque cuando hablamos de arte rupestre hacemos por lo común referencia a las pinturas y dibujos realizados en la Prehistoria en algunas rocas y cavernas, nos vamos a remitir a la acepción más genérica de la palabra 'rupestre' –perteneciente o relativo a las rocas y peñascos (del latín 'rupes': roca)–, para ampliar su significado a otros ámbitos y otras épocas. ¿Arte de las rocas? ¿Arte de los peñascos? Así podríamos describir en pocas palabras este campo, a falta de una terminología más ajustada –en inglés se emplea 'rock-cut', 'tallado en roca', que matiza el concepto–, si nos atenemos a la mera contemplación de los innumerables ejemplos que nos han legado sus antiguos artífices. Acantilados tallados en forma de santuarios. Paredes de montaña acribilladas de tumbas, lujosas como mansiones. Estatuas de dioses, de reyes, de nobles, de animales, esculpidas en peñas vertiginosas y riscos inaccesibles. Chimeneas de las hadas transformadas en iglesias. Ciudades subterráneas horadando peñones hasta convertirlos en gigantescas termiteras. 
   De los templos de Abu Simbel en el Nilo a los budas gigantes cincelados en montañas del lejano oriente, pasando por Petra, Bamiyan, Ajanta o Lalibela, el arte rupestre abarca muchos países y épocas, combina varias disciplinas (arquitectura, escultura y pintura, amén de las técnicas de cantería) y posee las más diversas funciones y estilos. Lejos de oponerse o sustituir a la arquitectura tradicional de madera, ladrillo o sillar, la complementa y le da otra dimensión. A menudo inusitada, pues no es lo mismo tallar un edificio que construirlo. 
   No hay aquí una frontera entre el arte arquitectónico y el escultórico. Ni entre lo artificial y lo natural. La arquitectura es escultura. Y la escultura se funde con la orografía. Los acantilados son templos. Los peñascos son santuarios. Las paredes de los precipicios, necrópolis. O galerías de estatuas. 

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Una arquitectura con sus propias leyes
Turquia rupestre  
   El hombre se enfrenta al más gigantesco sillar que puede labrar: la montaña. Y con sus modestas herramientas de cantero, con su cincel y su mazo, sus escoplos y gubias, desollándose los nudillos contra la piedra, desbasta la montaña, la pica, la trepana, la ahueca, la esculpe literalmente como una estatua colosal, pero la estatua adquiere el porte de una majestuosa fachada de templo jónico con sus delicados capiteles de volutas, mientras que el interior del santuario está vaciado de la masa rocosa del monte. 
   Aquí las casas se empiezan por el tejado, la fachada del templo rupestre se esculpe de arriba abajo: comenzando por el frontón y terminando por la base. Si una de las columnas del pórtico se derrumba, por la acción del tiempo o la mano del hombre, el capitel quedará colgando en lo alto, etéreo, sin que la gravedad le afecte, ya que forma una sola pieza con el arquitrabe y éste a su vez con el templo monolítico, que se expande por los lados, hacia dentro y hacia las alturas. Pues el monolito es la misma montaña. 
   Y esta suspensión de las leyes de la gravedad es aprovechada por los canteros y arquitectos rupestres para ir más lejos, para trascender los logros que la arquitectura tradicional puede alcanzar, y así las iglesias bizantinas talladas en el interior de las chimeneas de las hadas de Capadocia explorarán sin complejos fantasiosas soluciones constructivas imposibles de llevar a cabo en un edificio normal de sillares de piedra o de ladrillo. No hay, sin embargo, una verdadera separación estilística entre los monumentos rupestres y el resto: la arquitectura y la escultura rupestres adoptan las mismas tipologías que las de las artes preponderantes en cada época y lugar. Su estilo sigue siendo griego, romano, bizantino... Sólo varía la técnica constructiva. 
   Pero el resultado de conjunto es muy otro. El efecto visual es de una inigualable fuerza plástica, de una grandiosidad y una belleza salvajes, como si cada monumento estuviera impregnado de las corrientes telúricas enviadas por la diosa Gea para dotarlo de energía y vitalidad. 

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Turquia rupestre
Eternas artes, vida breve
   
   La arquitectura rupestre, al mimetizar las formas de la arquitectura normal, nos permite paradójicamente hacernos una idea muy exacta de cómo serían las casas y construcciones de madera de la época correspondiente, de las que no suelen quedar rastros arqueológicos por lo efímero de los materiales empleados. Las mismas vigas de madera, los mismos dinteles y jambas, las mismas puertas de cuarterones con sus claveteados de hierro, son reproducidos al detalle –pero traducidos al lenguaje de la piedra– en el edificio rupestre, pese a tratarse de elementos completamente innecesarios, pues no hay techos que sostener, no hay empujes de bóveda que contrarrestar, no hay puertas que abrir o cerrar. Donde eran menos necesarios, es donde más han durado. Blanda madera convertida en indeleble piedra, como si experimentara una especie de fosilización. Fósiles de casas, fósiles de templos y mausoleos, que nos permiten vislumbrar cómo sería un modo de vida extinguido hace siglos. 
   Y es que el arte rupestre tiene vocación de eternidad. El tiempo barre las realizaciones de los hombres como si fueran castillos de naipes, pero lo tiene más arduo con los montes. Frente a la brevedad de la vida humana, la duración de una montaña se acerca a lo eterno. Sufre ésta los embates de la erosión, terremotos, fallas, avalanchas, derrumbes, y los resiste casi incólume. El hombre sería para los griegos la medida de todas las cosas, pero el calendario de las eras geológicas no está sincronizado con el calendario de las horas del hombre, del mismo modo que el tamaño de un Himalaya no es parangonable con las insignificantes dimensiones de los hormigueros humanos. Por eso la montaña simboliza  lo inabarcable, lo inaccesible, lo sagrado, lo imperecedero. Por eso el monte Kailasha es hogar de Siva, y el Olimpo, sede de los dioses helenos. Montañas: moradas de los inmortales. 
   Es así como el arte rupestre, el arte de los acantilados, recibe de las eternas montañas su cuota de inmortalidad, y tiende a sobrevivir cuando las ciudades ya no son sino ruinas, o cimientos irreconocibles, o simples montones de tierra y cascotes comidos por la maleza. A menudo es lo único que queda en lugares donde todas las demás construcciones han desaparecido por completo, escamoteadas por el tiempo, y a consecuencia de ello los monumentos tallados en roca se convierten en valiosos y raros testimonios, muchas veces únicos, de lo que allá hubo. 

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Turquía, caleidoscopio de culturas
  
   Turquía será una de las naciones con mayor concentración de obras de arquitectura y escultura rupestres del mundo. País montañoso, con un suelo rico en granitos, calizas y mármoles, con abundantes minas de hierro y metales, la antigua Anatolia fue lugar de origen de algunas de las primeras civilizaciones del planeta, y zona de paso y destino de un sinfín de migraciones de pueblos foráneos, generando a lo largo de los siglos una concatenación de reinos e imperios que fueron dejando su impronta en diferentes regiones de la península. 
Turquia rupestre   La fama la acapara Capadocia, con sus fantasmagóricos paisajes volcánicos taladrados de habitáculos trogloditas, pero Turquía esconde otros enclaves rupestres de sumo interés, pertenecientes a culturas anteriores a la monacal de los cristianos bizantinos. Ya los romanos, y antes los griegos y licios habían cavado sus necrópolis extramuros, en los farallones rocosos de los montes cercanos a sus urbes. Y antes aún, los frigios habían erigido santuarios monolíticos a su diosa Cibeles, esculpiendo grandes peñascos –la estatua de la diosa formando una unidad con la misma piedra donde se tallaba el templete que la albergaba; continente y contenido amalgamados en una sola pieza. 
   Si osamos dar un salto atrás de más de tres mil años en la historia, nos toparemos con un precedente fundamental: el Imperio Hitita, coetáneo del Imperio Nuevo egipcio y de la Troya de Homero, cuya hegemonía  desbordó la Anatolia y llegó hasta Siria. Sólo sobreviven aisladas muestras de sus realizaciones artísticas en algunos parajes de la meseta turca, escasos y alejados entre sí, y en su capital, Hattusa. Allí marcaron constancia de su poderío levantando imponentes megalitos en las puertas de sus murallas ciclópeas y labrándolos para crear parejas de leones o de esfinges que, flanqueando los portalones, protegerían las entradas a la ciudad, anticipándose así en cinco siglos a las esculturas guardianas a la usanza en los edificios asirios tardíos. 
   Los hititas dejaron también plasmadas en roca las efigies de sus dioses y sus reyes, como pueden descubrir quienes se adentran por los desfiladeros del recinto sacro de Yazilikaya, un santuario mitad natural y mitad artificial. Al desmoronarse el poder hitita, el territorio bajo sus dominios se disgregó en multitud de pequeños estados independientes, llamados 'neo-hititas', que asimilaron el legado artístico de sus predecesores y lo mezclaron con influencias orientales, sobre todo de Asiria, la potencia entonces emergente. Los bajorrelieves rupestres neo-hititas dan fe de esta continuidad de motivos y formas. 
Turquia rupestre   Indice de textos 

   Hablamos de culturas distintas y distantes, pero parece como si hubiera un hilo conductor que atravesando los milenios las uniera en lo que respecta a la transmisión, de generación en generación, de las técnicas, pero más que nada del concepto, del arte rupestre. Frigia, Cilicia y Capadocia fueron algunos de los muchos estados independientes que se sucedieron en la historia de Anatolia, y siendo regiones pródigas en restos rupestres, resulta significativo el hecho de que todas ellas hubieran vivido en su tiempo bajo la férula de los hititas. 
   En los acantilados verticales que circundan la meseta donde se asentaba la ciudadela frigia apodada hoy Midas Sehri, junto a fastuosos monumentos funerarios frigios incrustados en los paredones, como la llamada Tumba de Midas, conviven bajorrelieves neo-hititas de seres humanos y animales, labrados en épocas anteriores. Los frigios del siglo VI a C conocían las artes de sus antepasados, aunque las desarrollaron según su propia iconografía. 
   Algo similar se puede decir de la Capadocia, abierta a todos los vientos invasores, cuyos más antiguos asentamientos se remontan al paleolítico, y donde subsisten vestigios hititas, neo-hititas, griegos y romanos, aunque la mayor parte de los monumentos rupestres que podemos admirar allí hoy en día daten de la época cristiana. Cada cultura dejó impresas sus propias señas de identidad, y así podemos constatar que no toda la Capadocia es bizantina, cuando vemos cerca de Göreme suspendido a media altura de un descomunal pitón rocoso un inconfundible templo romano excavado en la piedra, con su umbral de perfectas formas rectilíneas, con sus dos columnas toscanas de fachada que no sustentan entablamento alguno, sino que cuelgan como encoladas al dintel, al faltarles la mitad inferior de sus fustes (ver foto049 en la colección Capadocia. La tierra de los prodigios, de fotoAleph). Una vez más, el arte bizantino –muestras no faltaban alrededor– iba a aprender de las técnicas constructivas de sus predecesores romanos, esta vez en su aplicación a la arquitectura rupestre. 

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Un recorrido visual por la Turquía rupestre
  
   Siguiendo ese hilo conductor que es el arte tallado en roca, hemos escogido cinco regiones de Turquía para proponer un muestrario ilustrativo de la amplia e imaginativa variedad de soluciones que desplegaron arquitectos, escultores y maestros canteros al enfrentarse con los abruptos roquedales del Asia Menor. En tiempos pretéritos eran conocidas como Hattusa, Frigia, Licia, Cilicia y Capadocia. 
   Estas cinco comarcas no sólo son abundantísimas en ruinas de poblaciones de la Antigüedad y la Edad Media, caso que sería extensible a toda la península turca, sino también –y a menudo es lo mejor preservado de las ruinas– en obras de arte rupestre, fenómeno atribuible a las favorables condiciones geológicas y orográficas que se dan en estos territorios para el desarrollo de tal disciplina. No es casual que la palabra 'kaya', que en turco significa 'roca', aparezca con frecuencia en los topónimos de estos lugares rupestres (ej: Arslankaya, Yazilikaya, Adamkayalar...). Las obras seleccionadas son representativas no sólo de zonas diferentes, sino de épocas y culturas diferentes entre las que se sucedieron en Asia Menor. Varían también grandemente en estilo, desde la rudeza primigenia de los megalitos hititas hasta el refinado clasicismo de los relieves licios, del canon jónico de los templos funerarios griegos al arco de herradura capadocio. Varía por último su función: dioses, templos, tumbas, cenotafios, retratos de reyes, de nobles, iglesias, monasterios, viviendas... son algunos de los componentes de este insólito y variopinto mundo troglodita. 
   Si los célebres parajes rupestres de la Capadocia son de inclusión obligada, hemos elegido también otros lugares poco conocidos y apenas visitados por los viajeros en Turquía: la zona frigia, por ejemplo, o la Cilicia, donde pueden encontrarse ruinas perdidas, de difícil acceso a veces, que no han sido jamás objeto de excavaciones arqueológicas. Mostraremos, por último, el estado de abandono y progresivo deterioro que sufren estas obras de arte, olvidadas en medio de agrestes páramos o gargantas, donde el destrozo deliberado a manos del hombre es más depredador que la erosión y las inclemencias del tiempo. 
 
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2.  Hititas. El imperio que desafió a Egipto
 
    Conocemos con el nombre de 'hititas' al antiguo pueblo indoeuropeo originario de la península anatólica que en el segundo milenio antes de Cristo creó un poderoso imperio, el primero de los que iban a sucederse sobre las tierras de la actual Turquía. El reino hitita alcanzó su cénit hacia el siglo XIV a C y fue un serio rival de Mesopotamia y del imperio faraónico egipcio, llegando a entablar confrontaciones bélicas con el mismísimo Ramses II. 
HITITAS   Venidos quizá del norte, de zonas próximas a las costas del Mar Negro, los hititas se instalaron en las regiones centrales del altiplano anatolio, al principio confinados en una provincia rodeada por una curva del río Halys, absorbiendo la cultura y modos de vida de sus antecesores en estos territorios: el pueblo autóctono conocido como los 'hatti'. A tal grado llegó la asimilación, que los hititas (y los mesopotamios) llamaban a la Anatolia la 'Tierra de los hatti', y el nombre de su capital, Hattusa (originariamente un asentamiento hatti), recalca dicha identificación. El término 'hititas', usado de habitual para referirse a ellos, proviene del Antiguo Testamento. 
   Los hititas hablaban una lengua indoeuropea, escrita en signos cuneiformes, como lo pueden atestiguar las incontables tablillas de arcilla halladas en Hattusa, fechables entre 1400 y 1200 a C, entre las que se hallan copias de escritos del Viejo Reino Hitita que serían los más antiguos textos indoeuropeos conocidos. Posteriormente desarrollaron también un sistema jeroglífico de escritura. 
   Las tablillas de Hattusa han proporcionado gran cantidad de información sobre las costumbres y ritos religiosos de los hititas. Sabemos por ellas que practicaban una religión politeísta, tolerante con otros cultos, que contaba con deidades tanto anatolias, como sirias y hurritas. Cuando el rey moría, se convertía en divinidad, en una especie de delegado terrestre del dios del cielo y de las tempestades. 
   La de los hititas era una sociedad de tipo feudal, de economía básicamente agraria, compuesta por hombres libres, artesanos y esclavos. Siendo la Anatolia un país rico en metales, el hierro, el cobre y el bronce fueron materias primas con las que fabricaron armas y artefactos, que contribuyeron a incrementar su poderío militar. Usaron también los metales como base para sus transacciones mercantiles. 

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Los hititas. Breve historia
  
   La supremacía de los hititas sobre la Anatolia abarcó casi todo el segundo milenio antes de nuestra era, y se puede dividir en tres fases (las fechas son aproximadas): 
   - Periodo hitita temprano (2000 - 1750 a C). 
   - Antiguo Reino Hitita (1750 - 1450 a C). 
   - Imperio Hitita (1450 - 1200 a C). 
   La cultura hitita no surgió de la nada, sino que tuvo sus antecedentes en la cultura de los ya mencionados hatti, nativos de la Anatolia central, que empezaron a despuntar en los albores de la Edad de Bronce, a mediados del III milenio a C. Los hatti transmitieron a los hititas su sistema de ritos y ceremoniales de corte, así como su mitología. 
   El cruce fecundo entre los hatti y los indoeuropeos dio paso a una era formativa de la civilización hitita: el periodo hitita temprano. El rey de los hititas Anitta conquista Hattusa y Kanesh, estableciendo la capital en esta última ciudad, conocida también como Kultepe, en la Capadocia. De esta etapa histórica se han desenterrado vasijas, jarras y ritones de cerámica de muy original perfil y fino acabado, testimonios del nivel de sofisticación ya alcanzado por la alfarería del periodo proto-hitita, nivel que se mantuvo en los siglos imperiales sin mayores innovaciones. 
   El Antiguo Reino Hitita comienza su expansión sobre Anatolia y Siria septentrional con el rey Hattusilis I (ca 1650-1620 a C) y toma gran impulso bajo su nieto Mursilis I (ca 1620-1590 a C), que conquista Alepo y Babilonia, provocando la caída de la dinastía de Hammurabi. Su descendiente Telipinus promulga un código legislativo en forma de edicto. Aparecen por primera vez en Anatolia los sistemas de amurallamiento de mampostería ciclópea, con sus pasos abovedados subyacentes. 
   El Imperio Hitita hereda las conquistas del Reino Antiguo y las lleva a su culminación. Los hititas alcanzan la cúspide de su poder y su máxima expansión hacia el siglo XIV a C. La capital se traslada a Hattusa. Suppiluliumas I (ca 1375-1335 a C) entabla hostilidades con el vecino reino de Mitanni, estado colchón entre los imperios hitita y egipcio. 
   (Mitanni, en el norte de Mesopotamia, fue el más poderoso de los reinos de origen hurrita, sobre todo entre 1650 y 1450 a C. Sus súbditos hablaban una lengua extraña, el hurrita, distinta a todas las de Oriente Próximo, que no era indoeuropea, ni semítica, ni hatti. Los hurritas, regidos por una aristocracia indoaria, fueron responsables de la expansión del uso del carro de guerra por toda la zona, y ejercieron a la larga una fuerte influencia sobre los hititas, sobre todo en los campos de la religión y la literatura). 
   Muwattalis (1306-1282 a C) disputa el control de Siria a Ramses II. La frontera entre las dos potencias se demarca en el río Orontes, donde tiene lugar en 1288 a C la célebre batalla de Kadesh, de victoria indecisa para ambos bandos. Hattusilis III (ca 1275-1250 a C) firma tratados de paz con los faraones egipcios y los refuerza con bodas dinásticas. 

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El arte hitita
  
   El arte de la época del imperio se caracteriza por su arquitectura monumental y el uso abundante de la escultura en piedra, de un estilo sobrio y potente, realizada a veces en parajes rupestres. Sus temas iconográficos provienen de la mitología hurrita, como puede apreciarse en los relieves del santuario rupestre de Yazilikaya. Los hititas desarrollaron también, con fines defensivos, la más avanzada arquitectura militar del Cercano Oriente, todo un alarde de ingeniería para su tiempo, con fortalezas, bastiones y recintos amurallados de una robustez sobrehumana, como lo prueba el que, transcurridos más de tres milenios, gran parte de las fortificaciones hititas sigan en pie. 
   Si bien la arquitectura de los hititas se fundamenta en aportaciones básicamente orientales, no deja de sorprender su afinidad con la arquitectura micénica y la de Troya (en su nivel VI, 1325-1275 a C, época de la guerra narrada en la Iliada), que, siendo contemporáneas del Imperio Hitita, comparten con éste ciertas características en común. En Micenas o Tirinto toparemos con el mismo tipo de construcción a base de descomunales bloques de aparejo ciclópeo, los mismos pasadizos y casamatas de falsa bóveda, las mismas colosales murallas con sus portales custodiados por pares de leones. Sin embargo, no hay evidencia de que hubiera contactos entre los hititas y los troyanos; no se ha hallado en las excavaciones de Troya ni el más pequeño fragmento de la inconfundible cerámica hitita, ni el menor rastro de objetos manufacturados que apunten a que hubiera  intercambios comerciales entre ambas potencias. Se deduce de ello que Troya estaba más conectada con el exterior por vía marítima (con Chipre, Creta, Micenas...) que con el interior de la península anatólica, con sus azarosas rutas por las montañas. 

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   El corazón del imperio va siendo progresivamente invadido por pueblos frigios iletrados. La caída del Imperio Hitita coincide con una época de fuertes migraciones en todo el Mediterráneo oriental, como las de los tracios, los dorios y los llamados, y aún no bien identificados, 'Pueblos del Mar'. Los anales de Ramses III mencionan la destrucción de Carchemish y otras ciudades por estas fuerzas invasoras, que arrasan sin compasión las civilizaciones anatólicas. Los documentos escritos de Hattusa cesan de existir hacia 1180. 
   Sobreviene un periodo oscuro de unos 200 años, en el que los dominios imperiales se fragmentan en mil pedazos, dando lugar a un buen número de pequeños principados independientes y ciudades-estado, que mantienen la identidad hitita durante cinco siglos más, sobre todo en Cilicia y el norte de Siria. Sus realizaciones artísticas, calificadas como de estilo 'neo-hitita', bebieron de las fuentes de sus antepasados, enriqueciéndolas con aportaciones sirias, asirias, y a veces fenicias y egipcias, y en definitiva constituyeron la prolongación del arte hitita y su canto de cisne. Poco a poco estos estados fueron siendo anexionados al Imperio Asirio, hasta desaparecer por completo hacia 710 a C. 

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Alaca Höyük  
  
   En las ruinas de Alaca Höyük, arqueólogos turcos han sacado a la luz gran cantidad de utensilios de oro, plata y bronce, de gran belleza, de la época de los hatti, los antepasados de los hititas (tercer milenio a C). Entre ellos, los extraños estandartes de culto en bronce cuyo curioso diseño sería una representación del cosmos (custodiados hoy en el Museo de las Civilizaciones Anatólicas, de Ankara), y que demuestran el avanzado estado de la metalurgia y el alto grado de refinamiento en las artes plásticas a que habían llegado estas gentes. 
   Pero lo que hoy puede verse en Alaca Höyük, un pequeño poblado a 36 km de Hattusa, son las fascinantes ruinas de la que fue una potente ciudad hitita, engrandecida en la época de mayor auge del imperio. Se discute aún si pudo ser Kushara (una de las primeras capitales de los hititas) o Arinna (una ciudad célebre por su templo a la diosa del Sol). 
   Sólo un tercio del höyük (cerro) de Alaca ha sido excavado. Durante su etapa hitita (1450-1200 a C), la ciudad fue fortificada con una poderosa muralla de tierra y grandes bloques de piedra, atravesada, como la de Hattusa, por grandes portalones. 
   La Puerta de las Esfinges (siglo XIV a C) era la puerta principal de la ciudad, orientada al sur (foto01). Estaba flanqueada por dos grandes esfinges monolíticas a modo de guardianes o centinelas que impedían la entrada a seres y espíritus malignos. En la jamba que forma el lateral de la esfinge de la derecha, un bajorrelieve representa a un dios hitita descansando sobre un águila de dos cabezas que aferra conejos con sus garras. 
   Son famosos también los ortostatos de Alaca Höyük, grandes losas de piedra fijadas a modo de zócalo en las partes bajas de los muros de los edificios importantes, y que están talladas con relieves describiendo las más variopintas escenas. Los ortostatos que se pueden ver in situ, adosados a diversos puntos de la muralla, son facsímiles, estando los originales expuestos en el Museo de Ankara. La costumbre de ornar los monumentos con ortostatos continuó con los neo-hititas y se transmitió a Asiria.
  
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Hattusa (Bogazköy) 
  
   En el corazón de la meseta anatolia, provincia de Corum, junto a Bogazköy, un pequeño pueblo de campesinos que sobrevive en una región perdida entre cerros y páramos salpicados de roquedos, yacen las dispersas ruinas de la que antaño fue capital del Imperio Hitita: Hattusa. 
   Primitivo núcleo de población hatti (de donde toma su nombre), Hattusa es uno de los más antiguos asentamientos humanos del mundo, tras los de Mesopotamia. El sitio ha sido sistemáticamente excavado durante años por arqueólogos alemanes. 
   La ciudad ocupaba una accidentada llanura en pendiente, estratégicamente bien situada a efectos de defensa, con una extensión en su momento de esplendor de 2,1 km de norte a sur y 1,3 km de este a oeste. Hacia el siglo XIII a C la ciudad fue fortificada en todo su contorno con una doble muralla de aparejo ciclópeo de unos 7 km de perímetro, perforada por ocho puertas monumentales. 
   Dentro del recinto, la ciudad se distribuía a dos niveles. En la ciudad baja todavía pueden verse los impresionantes cimientos del gran templo del dios de la tempestad Hatti y de la diosa solar Arinna (de 150 x 135 m de planta), que estaba rodeado de un complejo de tiendas, almacenes, talleres y escuelas. Algunas enormes tinajas de cerámica usadas para almacén de grano se mantienen in situ, y también se ha hallado aquí toda una biblioteca de tablillas de arcilla con escritura cuneiforme, que ha proporcionado el mayor caudal de información sobre los ritos y costumbres de este remoto pueblo sepultado bajo el polvo del tiempo. Otros cuatro recintos han sido clasificados también como templos, aunque no unánimemente, ya que de estos presuntos santuarios religiosos sólo queda un conjunto  apenas reconocible de instalaciones rituales, tan rudamente edificadas que muchos especialistas consideran que no son sino meras viviendas privadas. Sea como fuere, estas estructuras se caracterizan por la total asimetría de su planta y la ausencia de columnas o capiteles. Tampoco se ha encontrado un solo ejemplar de estatuas de culto exentas. La mayoría de las imágenes religiosas que han sobrevivido de los hititas consisten en relieves rupestres. 
   En la ciudad alta, destaca coronando un gran peñón la ciudad-fortaleza de Büyükkale, que era la residencia real y ya fue sede del poder durante el periodo pre-hitita. Hay también otros promontorios fortificados, como los de Sarikale y Yenicekale. 
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   Los lienzos septentrionales de la gran muralla son los mejor conservados, destacando la Puerta Real al este y la Puerta de los Leones al oeste, así como la poterna de Yerkapi al norte, un túnel bajo la muralla de 70 m de largo con una falsa bóveda de bloques ciclópeos. La doble muralla, con sus torres defensivas se alza sobre un talud de tierra recubierto de piedra, protegido, a su vez, por un parapeto de piedra. Sostenía una superestructura en adobe, de la que apenas quedan trazas. 
   Las grandes puertas de entrada estaban encuadradas por pares de grandes monolitos de andesita con forma curva, que mutuamente apoyados en su parte superior, hoy desaparecida, creaban falsos arcos apuntados de perfil parabólico, marcando la entrada y salida de los largos pasajes abovedados que atravesaban el murallón. 
   En 1907 se despejó la Puerta del Rey, al este de la muralla, descubriéndose en su jamba norte un altorrelieve con una figura humana de tamaño mayor que el natural. Se trataría de un dios guerrero allí dispuesto como centinela protector de la urbe, inmortalizado en una de las más notables y mejor conservadas esculturas que nos han llegado de los hititas. En 1968 el relieve fue desgajado del monolito y sustituido por una réplica de cemento, el original trasladado al Museo de Ankara. 
   La Puerta de los Leones, al oeste de la muralla, está mejor conservada, y se suele fechar hacia los siglos XIV-XIII a C (foto02). Traspasar sus umbrales produce una impresión imborrable en el visitante, por la sensación de arcaísmo que desprende su descomunal estructura de rocas irregulares, diríase que construida por gigantes. Llegamos a sentir el efecto intimidatorio que suscitaban los dos fieros leones guardianes en todo aquel que accedía a las puertas de la ciudad. 
   La cabeza y parte delantera de cada león sobresale de su bloque de piedra, sin dejar de formar una unidad con el conjunto de su masa. Las fauces abiertas sugieren el bronco rugido de la fiera y confieren al rostro una expresión de hostilidad. Como los perros apotropaicos mencionados en algunos textos hititas, se supone que estos amenazantes leones, estas imperturbables esfinges, ahuyentaban a los espíritus maléficos y les prohibían la entrada. 
   Si bien no pueden considerarse estrictamente como esculturas rupestres, lo cierto es que estos leones, así como las esfinges de Alaca, son indicativos de la tendencia de los hititas a la escultura monumental a gran escala realizada en enormes monolitos. De aquí a esculpir peñas no había más que un paso. La técnica era la misma. El estilo se mantuvo. 
   Extramuros, al norte, existe una necrópolis rupestre en Osmankayasi y, a dos kilómetros de Hattusa, un apretado conjunto de peñascos marca el emplazamiento del gran santuario rupestre de Yazilikaya. 
   Las ruinas de Hattusa figuran desde el año 1986 en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. 

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Santuario rupestre de Yazilikaya 
  
   El santuario hitita de Yazilikaya (1275-1220 a C) se compone de un conjunto de grandes peñascos naturales de forma irregular, cuya disposición interna forma un laberinto de estrechos pasillos entre altas paredes más o menos verticales (foto03). Muchas de estas paredes están esculpidas con bajorrelieves representando dioses y reyes, y el conjunto está considerado como la obra maestra del arte hitita. 
   Yazilikaya (nombre moderno turco que significa 'roca inscrita') era un lugar sacro para los hititas. Consagrado por Hattusilis III (1275-1250 a C), su construcción fue continuada por Tudhaliya IV (1250-1220 a C). La parte natural del santuario estaba complementada con otra parte construida en sillares, que eran los propileos de acceso al recinto, erigidos en tres periodos diferentes, y de los que no quedan sino cimientos. En cambio la zona rupestre ha resistido mejor el paso del tiempo, y conserva en las verticales de sus peñascos una colección única de relieves al aire libre, como si fuera una galería de retratos que nos proporcionara, pese a los estragos de la erosión, la más vívida pintura de las divinidades masculinas y femeninas del panteón hitita, así como de los altos personajes que rigieron aquella civilización. 
   A cierta altura de las paredes de los desfiladeros de Yazilikaya corren frisos en los que se inscriben teorías ordenadas de dioses y diosas, en bajorrelieve de cuerpo entero y de perfil, que parecen marchar en fila india hacia las partes más recónditas del santuario (foto04). Se puede contar un total de sesenta  y tres divinidades, una reducida muestra de los 'mil dioses' del Imperio Hitita. La disposición de todos los personajes sigue un programa premeditado. 
   En las paredes del lateral oeste del desfiladero principal se distinguen en sucesión las deidades masculinas representadas de perfil y mirando hacia su izquierda, mientras que el lateral opuesto exhibe las deidades femeninas encaradas hacia la derecha, como si fueran dos procesiones que terminaran por converger en la capilla natural del fondo del desfiladero, donde Hatti y Arinna, dios y diosa supremos del panteón, y que encabezan sus respectivos cortejos, se encontrarían cara a cara. 
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   Hay estudiosos que discrepan de esta interpretación. Dado que no era habitual entre los hititas representar la figura humana de frente (con la excepción del monumento de Eflatunpinar), los dioses de Yazilikaya no marcharían en procesiones, sino que estarían dispuestos uno a continuación de otro, posando ceremonialmente ante el espectador. La división en grupos de deidades masculinas y femeninas no es rígida: tres diosas se intercalan en el lado de los dioses, y un dios en la fila de las diosas. 
   Pequeñas banquetas al pie de las paredes permitían depositar ofrendas ante las distintas deidades. Cada fiesta de Año Nuevo, el rey y la reina acudían al santuario a celebrar las bodas místicas que favorecían la renovación de la fecundidad de la tierra. El templo se usaba también para ritos funerarios, en los que el rey se ponía en contacto con sus antepasados con el fin de reforzar su poder y legitimidad. 
   El panteón de Yazilikaya se caracteriza por el sincretismo entre las creencias anatolias más antiguas y las de Mesopotamia, transmitidas éstas por los hurritas. Hattusilis III se había desposado con una princesa de Kizzuwatna (Cilicia), una región muy orientalizada en sus tradiciones. Se ven así, por ejemplo, divinidades atmosféricas representadas en asociación con animales, según una remotísima tradición. La condición divina de los personajes está simbolizada por los cuernos que adornan sus respectivas tiaras. Muchas de las figuras ostentan encima de su mano un ideograma en jeroglíficos hititas que consigna el nombre de la deidad o del rey correspondientes, a la manera de los 'cartuchos' faraónicos. Gracias a ello han podido ser identificadas algunas, entre las que podemos enumerar la siguiente relación: 
   - Un rey deificado portando los símbolos del dios solar del Cielo. 
   - Kusuh, dios de la Luna. 
   - Kulita y Ninatta, servidores de Shaushga, que es a la vez la mesopotámica Ishtar; Kulita encarna también la guerra. 
   - Shaushga, nombre hurrita de Ishtar, diosa estelar de la ley y de la guerra. Hermana de Teshub (foto08). 
   - Ea, diosa mesopotámica de las aguas, importante también en la cosmogonía hurrita. 
   - El dios del Grano y de la Fecundidad, que porta en su mano una espiga. 
   - El dios de la Lluvia y de los fenómenos atmosféricos. 
   - Teshub, o Hatti, dios del Cielo y de la Tempestad, de pie sobre dos personajes (Nanni y Hazzi) que encarnan dos montañas sagradas. El número de cuernos de su tiara (seis pares) indica su posición suprema en la jerarquía de los dioses. 
   - Hepatu, o Arinna, diosa solar, esposa de Hatti, de pie sobre una pantera, cuyas patas se apoyan a su vez en montañas. Estas dos últimas deidades consortes están enfrentadas cara a cara en el gran panel del fondo de la galería (foto09). Sus cuerpos ocultan parcialmente dos toros-dioses, Serri y Hurri, que representan el Día y la Noche. 
   - Sharruma, hijo de los dos dioses principales, también de pie sobre una pantera. 
   - Mezulla y Zintuhi, hija y nieta de la diosa Arinna, situadas sobre un águila bicéfala (foto10). 
   - Hutena, Hutellura, Alatu, etc. 
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   Entre las divinidades no identificadas, destaca por su buen estado de conservación un desfile de doce dioses armados que progresan en apretada fila (fotos 05, 06 y 07). Todos ellos van tocados con un gorro cónico y blanden una espada de lámina curva. El friso está cubierto de una pátina ocre que le confiere un acabado como pulido, al igual que ocurre con las figuras de Kulita y Ninatta, y la del rey Tudhaliya. 
   En un escogido emplazamiento dentro de estas galerías naturales está ubicado el bajorrelieve del rey hitita Tudhaliya IV (1250-1220 a C), el más grande de la galería principal (foto11). El soberano está deificado, sus pies posados sobre sendos picos montañosos, armado, tocado con un casco liso y portando en su mano izquierda el kalmush, báculo de mando rematado en curva que era un símbolo de soberanía. 
   En otros recovecos del santuario, aparecen más figuras. En la cella rupestre del fondo de otro pasillo natural entre peñones, destacan dos: 
   - Un bajorrelieve del rey Tudhaliya IV, abrazado por el dios Sharruma, que le protege (foto12). Llama la atención la desproporción de tamaños entre la figura del rey y la del dios, que le sobrepasa en una cabeza. Por su armonioso juego de líneas horizontales, verticales y curvas, este relieve está considerado como uno de los más bellos ejemplares del arte escultórico hitita. 
   - Un bajorrelieve del llamado 'dios Espada'. Consiste en una especie de gran puñal, cuyo complicado mango está compuesto por cuatro leones y una cabeza humana coronada con una tiara divina. Hasta el presente no ha habido explicaciones satisfactorias sobre el significado de esta extraña figura. Se ha apuntado que podría simbolizar un trofeo en recuerdo de alguna campaña victoriosa del rey en Siria. 

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Otras obras rupestres del arte hitita
  
   Las realizaciones rupestres de los hititas subsisten dispersas por alejados puntos de la península anatólica y dan fe de la amplitud que alcanzaron los dominios imperiales. 
   En la región de los montes Taurus orientales, cerca de desfiladeros y manantiales, en las llanuras de Antakya y Adana, en lugares como Cezbeli, Tasci, Imamkulu, Eflatunpinar ('Fuente de Platón'), Fasillar, Gavurkale y Alalah se pueden ver relieves en rocas, monolitos y ortostatos, que repiten el estilo iconográfico de Yazilikaya y Alaca Höyük. Podemos destacar: 
   - Bajorrelieve rupestre en Fraktin, con escenas de adoración al dios y diosa supremos, en dos registros. Las inscripciones jeroglíficas mencionan a Hattusilis III (ca 1275-1250 a C) y a la reina Puduhepa. 
   - Bajorrelieve rupestre en Sirkeli, junto al río Ceyhan Nehri, cerca de Adana, representando al rey Muwattalis (1306-1282 a C). 
   - Relieve rupestre de un rey hitita en el paso Karabel, cerca de Esmirna (s. XIII a C). 
   - Altorrelieve rupestre de una deidad femenina en Akpinar, al pie del monte Sipylos, cerca de Manisa, identificada por algunos como la diosa frigia Cibeles. 
   - El más destacable de los relieves neo-hititas es el de la Roca de Ivriz, a 18 km de Eregli, Konya (s VIII a C). Muestra al rey Warpalawas rindiendo culto al dios de la fertilidad, Tarhu, que porta racimos de uva en una mano y espigas de trigo en la otra. El bajorrelieve rupestre alcanza los 4,20 m de altura. 
 
 
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3.  Frigia. El reino de Midas
 
   En el I milenio a C y en la parte centro-oeste de Anatolia, florece un pueblo heredero y a la vez sustituto de los hititas: los frigios, cuya cultura está muy entroncada con el mundo griego, pero también con otros modelos orientales de sociedad, como las de los neo-hititas y los urartianos. 
   Los griegos les llamaban phryges, y de ahí el nombre de Frigia para la región desde cuya capital, Gordion, irradiaba su poder. Por medio de una confederación con otros pueblos de Anatolia, llegaron a dominar toda la península, en el intervalo histórico que va desde el colapso del FRIGIAImperio Hitita hasta el ascenso de Lidia como potencia hegemónica local. 
   De posible origen tracio, los frigios se fueron asentando en la meseta anatólica desde finales del II milenio a C, aunque las primeras huellas seguras encontradas en Asia Menor datan del siglo VIII a C (se han exhumado hallazgos en Alisar, Bogazköy, Alaca Höyük y Gordion). Tras la desintegración del estado hitita, los frigios se trasladan a las altiplanicies centrales y establecen su capital en Gordion (un sitio junto al río Sangarius ocupado desde principios del Bronce Antiguo y que fue también urbe hitita, como lo prueba la existencia de una importante necrópolis). En Gordion se han excavado edificios públicos frigios tipo megaron (antecedente del templo clásico grecorromano) y mausoleos reales bajo túmulos, así como viviendas con suelos ornados de incipientes y rústicos mosaicos, que podrían ser los restos más antiguos existentes de tal modalidad artística (VIII-VII a C). 
   Gordion está también asociado a la leyenda del 'nudo gordiano'. En su marcha sobre Anatolia, Alejandro Magno llegó a la capital de Frigia en el 333 a C y allí le fue presentado un carruaje del antiguo fundador de la ciudad, Gordius, cuyo yugo estaba atado al mástil con un nudo intrincadísimo que sólo podría ser desatado por aquél que conquistara Asia. Los relatos populares cuentan que Alejandro deshizo el nudo con un contundente tajazo de su espada y pudo proseguir su exitosa campaña hasta la India. 
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   Los frigios construyen por primera vez en Anatolia una red de carreteras, que será más tarde utilizada por los persas. Hacia el 730 a C, el imperio asirio se anexiona la parte oriental de la confederación, y el centro de gravedad del poder anatolio se desplaza más a occidente. El legendario rey Midas funda entonces el imperio frigio, de efímera trayectoria (725-625 a C). 
   Midas es el nombre o título de varios reyes de Frigia, de los que poco se sabe, aparte de que uno de ellos contrajo matrimonio con la hija de Agamenón, rey de Cyme, en la Eolia, y que tuvo tratos comerciales con países lejanos. Pero a partir de aquí la historia se entreteje con la leyenda, y el nombre de Midas se suele asociar más con el insensato monarca de la mitología clásica, cuyas peripecias forman parte del ciclo de las leyendas dionisiacas. Según una de las versiones del mito, Midas raptó a Sileno, el sátiro y compañero del dios Dionisos. En agradecimiento por el buen trato dispensado a Sileno, el dios concede a Midas un deseo: éste solicita el don de convertir en oro todo lo que toque con las manos. Cuando hasta la comida se le transforma en oro, y se ve abocado a morir de hambre, cae en la cuenta de su error. Dionisos le salva bañándolo en las aguas del Pactolo, y por eso el caudal de este río arrastra desde entonces gran cantidad de oro aluvial. 
   El reino del último Midas tiene un final repentino a principios del siglo VII a C, con la invasión de los cimerios (un pueblo transcaucasiano), que arrasan Gordion a sangre y fuego. La hegemonía sobre la Anatolia occidental cambia de manos ante el poder creciente de la vecina Lidia, un reino que –con su capital Sardis a orillas del aurífero Pactolo– iba a alcanzar una inusitada prosperidad de más de un siglo, hasta que fuera a su vez ocupado por los persas de Ciro el Grande. 
   Tras la invasión cimeria, los frigios experimentan una segunda edad de oro. Erigen un conjunto de centros ceremoniales en la región comprendida entre las actuales ciudades turcas de Eskisehir y Afyon, como Arslankaya (la 'Roca del León'), o como la impresionante ciudadela rocosa llamada 'Ciudad de Midas', que conserva muy originales ejemplos de arquitectura rupestre monumental. 
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   El arte frigio refleja cierta influencia de la decoración pictórica de las vasijas de las islas Cícladas. De hecho, los motivos ornamentales de los edificios parecen extraídos de la cerámica y llevados a gran escala. Los diseños repiten los que aparecen en las tejas de cerámica vidriada y en los paneles arquitectónicos de terracota hallados en otros lugares (Pazari), que exhiben también figuras humanas y de animales. 
   Buenos metalúrgicos y tallistas de madera, los artefactos de metal y productos textiles de los frigios eran muy populares en el mundo griego. En su época de sometimiento a otros regentes, los frigios eran también muy apreciados por los griegos como esclavos. De Frigia proviene el denominado 'gorro frigio', una caperuza cónica de fieltro o lana con la punta curvada hacia adelante, que en el arte griego representaba el tipo de tocado que portaban los orientales. Más tarde, en el mundo romano, el gorro frigio era llevado por los esclavos emancipados o libertos, como distintivo de su status de hombres libres. Durante la Revolución Francesa fue de nuevo adoptado como símbolo de libertad por los revolucionarios, como el 'gorro rojo de la libertad', y aún hoy sigue siendo un emblema alegórico de la república de Francia. 
   Entre las múltiples prácticas religiosas de los frigios predominaba el culto a Cibeles, gran madre de los dioses y numen de la naturaleza, que luego pasó a la cultura grecorromana. Los griegos la identificaron con Rhea. La imagen de la diosa  suele ir escoltada por dos leones. 

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Arslankaya. La 'Roca del León' 
  
   El bucólico paisaje rural de este enclave de la antigua Frigia (en los alrededores del villorrio de Ligen, a unos 40 km de Afyonkarahisar) está erizado de promontorios rocosos que la erosión ha modelado con las más caprichosas formas, habiendo sido algunos de ellos además esculpidos en Turquia rupestreépoca frigia para crear monumentos votivos rupestres. Descuella el peñón llamado Arslankaya, en turco 'Roca del León' (foto13). 
   Estamos ante un monumento votivo cincelado entre el 900 y 650 a C en una roca de toba blanda. Se compone de un nicho rupestre, de no mucha profundidad; en su pared de fondo sobresale una figura humana (probablemente la diosa Cibeles) flanqueada por dos leones en pie sobre sus patas traseras y con las delanteras sobre la cabeza de la estatua, como protegiéndola, en una composición simétrica. La fachada, de decoración de motivos geométricos, está coronada por un frontón triangular enmarcando a otros dos animales (¿leones o esfinges?: la erosión impide saberlo con certeza) a uno y otro lado de un pilar prismático (foto14). Finalmente, la pared lateral del monumento luce en casi toda su altura el magnífico relieve de un gigantesco león rampante, que produce en el ánimo del espectador una poderosa impresión de grandiosidad y agreste belleza. Como en todas las obras rupestres, estos distintos componentes forman un todo monolítico, tallado en una sola roca. 
   No muy lejos de allí, perdidos en medio de los campos, olvidados, casi desconocidos, el caminante puede descubrir otros sugerentes monumentos rupestres que legaron los frigios a la posteridad. Ofrecemos como muestra un templete votivo dedicado a la diosa Cibeles, donde se advierte claramente su proceso de deterioro (foto15). Una buena porción del peñasco se ha quebrado y yace sobre tierra, mientras el abandono y la erosión, si nadie le pone remedio, continúan con su lenta pero imparable labor destructiva. 
   En muchos campos de los alrededores se pueden ver cultivos de opio o adormidera. El mismo nombre de la ciudad de Afyonkarahisar (el 'Castillo Negro del Opio', que se abrevia como Afyon, 'Opio') pregona que esta planta ha sido desde antiguo uno de los recursos agrícolas de la comarca. 
  
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La Ciudad de Midas (Midas Sehri, Yazilikaya) 
  
   Junto a la aislada y poco visitada aldea de Yazilikaya (a 70 km de Afyon; no confundir con la Yazilikaya de Hattusa), en medio de un paisaje estepario tachonado de coníferas y arbustos, se yergue una recortada meseta rocosa de afilados perfiles, rodeada de acantilados verticales en todo su perímetro. Se trata de la acrópolis de la que fue una importante ciudad y centro ceremonial frigio. Hoy es conocida con el sobrenombre de Midas Sehri o 'Ciudad de Midas'. 
Turquia rupestre   Su origen puede remontarse hasta el siglo VIII ó VII a C, y parece que fue abandonada en el VI, como consecuencia de la invasión de los persas aqueménidas. Gozó luego de un segundo periodo de prosperidad, del siglo V al III a C. La urbe se dividía en una ciudad baja y una ciudad alta, estando ésta última rodeada de murallas que prolongaban las ya de por sí inexpugnables escarpaduras de los barrancos que circundan el promontorio. Poderosos torreones reforzaban en algunos puntos las defensas. De este amurallamiento no quedan hoy sino exiguos vestigios. 
   En la época neo-hitita (ss VIII-VII a C) ya se habían moldeado bajorrelieves en las paredes de esta fortaleza natural, situadas sobre las escaleras que conducían a la acrópolis. A duras penas se pueden discernir, por lo borradas que están a causa de la intemperie, unas pequeñas figuras humanas de perfil, portando bastones, y la silueta de otro ser humano de pie, con cabeza de felino. 
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   Pero el monumento que más llama la atención en la Ciudad de Midas se divisa desde lejos. Es la popularmente conocida como 'Tumba de Midas'. Se trata de una fachada de templo recortada a cincel en un paredón de un acantilado que domina sobre el pueblo de Yazilikaya (foto16). El plano vertical de su frontispicio, teñido de un color rojizo tostado, contrasta vivamente con los tortuosos perfiles de los peñascales vecinos. 
   Al acercarnos, podemos apreciar que lo que parecía una fachada lisa, está por el contrario totalmente decorada en su superficie con unos motivos geométricos sumamente curiosos, en relieve poco profundo (foto17). Consisten en un juego de platabandas quebradas en ángulos rectos y entrelazadas entre sí para componer un dibujo aparentemente laberíntico que recubre toda el gran panel central, enmarcado por dos pilastras y un friso también ornados de diseños geométricos. El conjunto responde, sin embargo, a un orden global y tiene una composición simétrica (foto18). Estamos ante una falsa fachada de un falso templo, coronado por un frontón triangular que, lejos de sustentar un tejado a dos aguas como sería lo propio, se prolonga hacia lo alto en irregulares peñascos. Al pie, una puerta Turquia rupestrerectangular, enmarcada por dinteles y jambas ficticios, da paso a una cámara sin apenas profundidad. Se cree que en determinadas ceremonias se exhibía una imagen portátil de Cibeles en este nicho, como objeto de culto. La Tumba de Midas sería en realidad un monumento votivo, datado en el siglo VI a C. 
    Por encima de la fachada corre una larga inscripción en alfabeto frigio en la que se lee la palabra 'Midai', nombre de una diosa asimilada a la diosa-madre Cibeles, considerada como la madre mítica del rey Midas. A este detalle se debe el nombre que se da al enigmático monumento. 
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   No es éste el único edificio rupestre destacable en la Ciudad de Midas. Por todo el contorno de la acrópolis se abren habitáculos rupestres a distintas alturas, muchos ya de época bizantina (foto19), así como tumbas, nichos y altares. Las escaleras y rampas de ascenso a la meseta eran también talladas en roca. Hacia el centro del altozano se halla, sobre una plataforma escalonada, un curioso trono rupestre de elaborado respaldo, acompañado de otra inscripción en caracteres frigios. Servía una vez más para instalar sobre él una estatua de Cibeles. 
   Los niveles altos de la fortaleza estaban bien abastecidos de agua gracias a unos aljibes o cisternas rupestres perforados en la masa rocosa de la meseta, que por medio de unas escaleras abovedadas y muy pendientes (foto22), permitían llegar a una profunda gruta alimentada por un manantial. 
   Otra falsa fachada de templo, muy parecida a la Tumba de Midas, está colgada  a cierta altura de la pared norte de la meseta (foto20). La llaman Küçük (pequeña) Yazilikaya, y se trata de un monumento inacabado del siglo VI a C (foto21). Es de resaltar el hecho de que sólo la mitad superior de la fachada esté terminada, mientras la roca de la mitad inferior está sin tocar, como si las obras hubieran sido bruscamente interrumpidas, lo que demuestra que los edificios rupestres eran esculpidos de arriba abajo (existen ejemplos similares, pocos siglos más tarde, de tumbas rupestres inacabadas en Petra, en las que sólo se talló la parte alta). 

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Turquia rupestre 
Kümbet 
   
   Cerca de la Ciudad de Midas, pueden encontrarse olvidados por los campos o en medio de algunas aldeas, un buen número de monumentos y tumbas rupestres. En el pequeño pueblo de Kümbet, antiguamente llamado Meros, los campesinos pueden guiar al visitante hasta uno de estos templos votivos, de gran belleza y casi desconocido (foto23). Consta de una cámara doble a la que se entra por una fachada rematada con un frontón, superpuesto a un ancho friso con dos leones a uno y otro lado de un jarrón con asas, en una composición simétrica. Sobre los dos planos inclinados del frontón corre una banda de motivos vegetales, que crecen y se ramifican en los vértices, como anticipando las acróteras y remates de los templos griegos (foto24). 

   En la zona entre Eskisehir y Afyon, pueden encontrarse otros monumentos rupestres de la época frigia. Mencionaremos el monumento de culto de Arezastis, el de Maltas (ambos parecidos a la Tumba de Midas), y los relieves de una tumba rupestre en Kirik Arslantas, muy arruinados, entre los que se distinguen un león y un guerrero matando con su lanza a una gorgona. 
 

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4.  Licia. Ciudades de los muertos
 
   Los licios, citados por Homero en la Iliada como aliados de los troyanos en la guerra de Troya, se asentaron en el litoral sur de Anatolia probablemente hacia el siglo XIII a C, fijando su capital en Xanthos. Son mencionados asimismo con el nombre de lukka en textos egipcios, hititas y ugaríticos como un pueblo encajonado entre el Imperio Hitita al norte y los griegos aqueos en la costa. Poseían una lengua indoeuropea única, habiendo sido registrado un gran número de textos epigráficos licios en Xanthos y Letoon, grabados en su mayoría en rocas o sobre LICIAmonolitos funerarios. 
   Hacia el siglo VIII a C, los licios empiezan a sonar en la Historia como un pujante pueblo de gentes marineras, organizadas en una confederación de ciudades-estado llamada Liga Licia. Los licios conservaron su independencia durante las sucesivas hegemonías de Frigia y de Lidia, a la vez que mantenían intercambios comerciales y culturales con los griegos, pero cayeron bajo el poder de los persas, tras oponer una heroica resistencia a las fuerzas armadas de Hárpago, general del ejército de Ciro. Bajo la Persia aqueménida, y más tarde bajo los seléucidas y los romanos, Licia disfrutó de una cierta autonomía y pudo conservar su antiguo sistema confederal hasta tiempos de Augusto. Luego fue anexionada a Panfilia, y a partir del siglo IV d C vuelve a ser una provincia separada. 
   La antigua Licia comprendía la comarca marítima en la costa sudoeste de la Anatolia entre la Caria y la Panfilia, conocida como península de Teke, extendiéndose tierra adentro hasta la cordillera de los montes Taurus. La línea costera está hoy delimitada entre las ruinas de Caunus al oeste y la ciudad de Antalya al este. 
   Región bella y misteriosa, cuna de leyendas clásicas, Licia está volcada al mar por el empuje de sus montañas calcáreas, que caen en vertical hasta las aguas. El litoral es una sinuosa sucesión de abruptos acantilados boscosos contra los que chocan las olas del Mediterráneo, interceptado a intervalos por hermosas playas de arena o rocas, caletas, radas, puertos pesqueros y ruinas antiguas, a veces sumergidas en el mar. 
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   En la mitología griega, Licia era el país donde tenía su guarida la Quimera, monstruo con cabeza de león y cuerpo de cabra y dragón, que lanzaba llamaradas de fuego por la boca. Un recóndito yacimiento cerca de la costa se llama Chimaera, en referencia a esta bestia mítica, que devastó Caria y Licia. La leyenda narra que fue muerta por el héroe Belerofonte, hijo de Glauco y nieto de Sísifo, montado sobre el corcel alado Pegaso. Una vez más la realidad parece abonar el mito cuando en la remota Chimaera actual se alcanza un paraje desolado y sin vegetación, de cuyas grietas sale constantemente metano ardiente, cerca de los restos del templo de Hefesto, dios griego del fuego y la fragua. 
   Las ruinas de las ciudades de la antigua Licia figuran entre las más fascinantes de Turquía, país de abrumador legado arqueológico. Son ruinas griegas, romanas, paleocristianas, bizantinas... pero también ruinas licias, perfectamente distinguibles por sus rasgos estilísticos únicos. Los lugares donde duermen sus piedras son salvajes, a veces recónditos, casi inaccesibles. Pedregosas montañas, entre cuyas grietas luchan por crecer los árboles, mordidas por pequeñas bahías en las que se bañan los sillares de las urbes muertas. En Phaselis, el teatro va siendo devorado por la vegetación, las raíces revientan sus graderíos, y una gran calzada de losas atraviesa el centro de la ciudad hasta adentrarse en las aguas de la playa para conectar con otros edificios sumergidos bajo el mar. En la pequeña isla de Kekova, los sarcófagos licios inundados emergen a medias sobre la superficie del agua. En Patara, cuna de San Nicolás, obispo de Myra, las dunas de arena van trasladándose impulsadas por los vientos, hasta casi cubrir las ruinas de los edificios públicos romanos. 
   Pero son los acantilados de Licia los que nos ofrecen los más extraordinarios panoramas que nadie pueda imaginar, cuando descubrimos, horadadas en sus paredones, las necrópolis rupestres licias, auténticas ciudades de los muertos, cuyas casas trepan y se superponen a distintos niveles por los farallones hasta formar abigarradas urbes en vertical. 

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Un arte para el Más Allá
  
   El arte licio que nos ha llegado es sobre todo arte funerario: cementerios, tumbas, sarcófagos, cenotafios, mausoleos, templos fúnebres. La arquitectura civil de madera se ha perdido, pero puede inferirse a partir de los elementos de la arquitectura rupestre, que imitan los de las construcciones normales. Por toda la región encontraremos los curiosos sarcófagos licios, exentos, con su remate en forma de carena de embarcación invertida. Este patrón se repite también en algunos mausoleos rupestres, que adquieren en estos casos un aire como ojival, si bien se diría interminable la variedad de modelos de tumbas Turquia rupestreque agujerean los acantilados licios. La mayoría reproducen en la roca viva clones de los distintos tipos de fachadas de casas o templos que eran usuales en la arquitectura 'construida'. 
   La tradición de perforar tumbas en la masa rocosa de las montañas viene de lejos. Los antiguos egipcios, con sus arraigadas creencias en la vida después de la muerte, concebían sus sepulturas como 'casas para la eternidad', y a fe que se aproximaron al ideal, pues cuatro mil años más tarde sus mastabas e hipogeos siguen ahí, en sólida piedra, mientras que la arquitectura civil prácticamente ha desaparecido, dado lo perecedero de sus materiales. Es su condición de rupestres lo que hace que muchas de estas necrópolis puedan desafiar con contumacia los estragos del tiempo y sus enterramientos se conviertan en viviendas 'eternas'. Tenemos ejemplos en el Imperio Antiguo, en los hipogeos de príncipes de Qubbat el-Hawa, al oeste de la isla Elefantina; en el Imperio Medio, con las tumbas rupestres de Beni Hassan; en el Imperio Nuevo, con las sepulturas de nobles de los acantilados de Tell el-Amarna, en la capital de Ajenaton; por no hablar del termitero de hipogeos del Valle de los Reyes, de las Reinas, de los Nobles, en la orilla occidental de Tebas. 
   También los hititas habían excavado sus moradas para el más allá en las rocas. Y los reyes persas aqueménidas del V a C, como puede comprobarse en las tumbas rupestres atribuidas a Darío I, Jerjes I y Artajerjes I y II en Naqs-i Rustam y Persepolis (actual Irán). Pero fue en la Licia donde esta práctica se llevó al extremo de convertir las necrópolis en verdaderas ciudades fuera de la ciudad, con los acantilados de los montes vecinos literalmente trepanados en todas sus paredes con un sinfín de tumbas de suntuosas fachadas. 
   Aunque salta a la vista que está muy influenciado por el arte griego, el arte licio es de muy original factura. Dominan la sencillez de líneas y el clasicismo de formas, combinados con rasgos inconfundiblemente locales. Llama la atención el constante juego de pilares verticales y vigas horizontales, que se entrecruzan y escalonan enmarcando falsas puertas y ventanas (foto31). Es un reino geométrico donde los protagonistas son la línea recta, el ángulo de noventa grados, el rectángulo, la escalera, el paralelepípedo. En épocas más helenizadas aparecen los típicos estilemas del orden jónico (foto26: Jonia no estaba lejos de Licia), y la escultura figurativa se ciñe más a los cánones clásicos. 
   Hemos seleccionado cuatro parajes representativos de Licia, en los que perduran ruinas de antiguas ciudades con sus correspondientes necrópolis rupestres, que nos permitirán visualizar las características específicas del arte funerario licio: Telmessos, Pinara, Xanthos y Myra. 

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Turquia rupestre  
Telmessos (Fethiye) 
  
   El núcleo urbano de Fethiye, la mayor población actual de la costa licia, ha crecido sobre el emplazamiento de la antigua Telmessos, a orillas de una resguardada bahía con catorce islotes, cerca de la frontera con Caria. 
   Telmessos es mencionada por primera vez como ciudad perteneciente a la Liga ático-delia, en el s V a C. En el IV está bajo el dominio de Arbinas, rey de Xanthos. Bajo Antipatrides cae en poder de Alejandro Magno. Telmessos pasa a ser administrada por los ptolomeos, luego por los seléucidas, los atálidas de Pergamo y por fin los romanos. A partir del 133 a C, la villa era una de las seis ciudades más importantes de la Liga Licia. 
   Poco queda del casco urbano de la antigua Telmessos: un solitario sarcófago licio exento rescatado del fondo del mar, uno de los más elaborados especímenes de esta modalidad de sepultura, consistente en una cámara sepulcral en forma de torre coronada por una nave invertida ornada de relieves. En cambio, la necrópolis rupestre en los acantilados de las afueras es lo mejor conservado del sitio, y una de las más características 'ciudades de los muertos' licias (foto25). 
   La monumental tumba de Amyntas se halla excavada junto a otras más pequeñas en la pared del acantilado. Reproduce la fachada de un templo griego con dos columnas jónicas y dos pilares de antis sosteniendo un frontón con acróteras sobre un friso en platabanda y una cornisa de modillones. La cámara está cerrada por una falsa puerta, con todos sus detalles (cuarterones, cabezas de clavo) copiados en piedra. Dentro, el cadáver era depositado sobre una bancada corrida. En el frontón, una inscripción proclama: 'Amyntas, hijo de Hermapios'. Está datada en el siglo IV a C. 
   No lejos se abren otras sepulturas monumentales en forma de fachada de templo, o de viviendas de dos y hasta tres pisos.  
  
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Turquia rupestre 
Pinara 
  
   Las ruinas de Pinara no han sido nunca excavadas, a pesar de pertenecer a una de las más desarrolladas urbes de la antigua Licia. Su importancia fue comentada por Estrabón y Stefanus. La ciudad existía ya en el siglo V a C, y el historiador Menecrates atribuye su nacimiento a la llegada de un grupo de población excedentaria, liderada por Grogus, hijo de Tremiles, secesionada de Xanthos, que había sido dividida en tres núcleos debido a su alta densidad demográfica. Pinara era, junto a Xanthos, Tlos, Patara, Myra y Olympos, una de las grandes ciudades de Licia, y siguió siendo próspera hasta el siglo I a C, cuando los piratas arrasaron la vecina Olympos y la ciudad fue abandonada. En tiempos romanos Pinara se recuperó en parte, sin alcanzar su pasado esplendor, hasta que los terremotos de 141 y 240 d C la destruyeron, al igual que las restantes ciudades licias. 
   Los vestigios de la antigua Pinara se reparten en tres colinas que rodean dos valles elevados a gran altura sobre el nivel del mar. Llegar allí desde Minare, el pueblo más próximo, requiere una buena caminata por pistas y empinados senderos. Sobre la colina oeste se levantaba una acrópolis a más de 700 m de altura. En la pared rocosa oriental, de 300 m de alto, en un lugar de difícil acceso, se ven esculpidas centenares de tumbas de estilo licio, semejantes a las de Telmessos y Myra (foto27). Reproducen en piedra formas arquitectónicas de madera propias de edificios religiosos y civiles de los que no quedan otros restos. Algunas ostentan relieves. Las avalanchas de rocas que caen por los barrancos destrozan y sepultan en parte buen número de sepulcros (foto29). Otros dos complejos funerarios rupestres se elevan en los flancos de las colinas del centro y del sur, como enormes columbarios. 
   El teatro, embutido en una colina en la parte opuesta del valle, data del período helenístico pero fue reacondicionado por los romanos. Sólo la cavea se conserva bien, y su hemiciclo se integra perfectamente al terreno natural circundante. Podía acoger entre 3.000 y 4.000 espectadores. Existen también en el fondo del valle trazas de un estadio, un odeón, un bouleuterion y varios templos.
  
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Xanthos 
  
   Xanthos era la capital de Licia. Las ruinas de la ciudad son indisociables de las del vecino santuario de Letoon (consagrado a la diosa griega Leto, madre de Apolo y Artemisa), con las que forma un complejo arqueológico-monumental único. 
   Arrasada por el ejército persa de Ciro II en el siglo VI a C, reconquistada por Alejandro Magno en el 333, helenizada, romanizada, vivió su epílogo bajo el imperio bizantino, hasta que las invasiones árabes del XII d C sumieron a Xanthos en las ruinas del olvido. 
Turquia rupestre   La capital fue creciendo en torno a un promontorio que domina el río Xanthos, sobre el que se había ubicado la primitiva acrópolis licia. Un colosal muro helenístico de aparejo ciclópeo poligonal reforzaba las defensas. Con la romanización aparecieron los usuales monumentos del urbanismo clásico: ágora, calzadas, templos, arco triunfal, ninfeo y un teatro, muy bien conservado. Más tarde las basílicas cristianas bizantinas. Todas estas ruinas se mezclan entre sí y mezclan sus estilos y épocas en un totum revolutum, en un irresoluble rompecabezas de cascotes sobre el que se yerguen, enhiestos, extraños monumentos funerarios en forma de altos pilares prismáticos monolíticos en pie sobre plintos escalonados macizos (foto30). 
    El Pilar de las Arpías era un monumento funerario de este tipo, constituído por un monolito de 5,43 m de alto soportando una pequeña cámara sepulcral decorada con frisos de relieves de sirenas, ejecutados por escultores milesios (hoy día exhibidos en el Museo Británico, así como el Monumento de las Nereidas, también de Xanthos). 
   En Xanthos, los monumentos funerarios y las sepulturas rupestres licias, lejos de trepar por los farallones, han quedado englobadas en la ciudad romana, y se pueden visitar a pie de calle, por las cercanías del teatro. La arquitectura licia despliega aquí su más depurado estilo en unos diseños de fachada  con sobrias composiciones a base de ventanas ciegas y prismas escalonados, que se acercan a una suerte de minimalismo geométrico (foto31). Es de observar que el cien por cien de las tumbas licias tienen un panel perforado por el que se puede penetrar a las cámaras sepulcrales, totalmente desnudas y vacías; es la huella que a lo largo de los siglos han ido dejando los violadores de tumbas, que las saquearon hasta no dejar nada en su interior. Las moradas eran eternas, pero sus habitantes no fueron sino inquilinos temporales. 
   El conjunto arqueológico de Xanthos-Letoon fue incluido en el catálogo del Patrimonio Mundial de la UNESCO en el año 1988.
  
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Myra (Demre) 
  
   La actual ciudad turca de Demre se levanta sobre el emplazamiento de la antigua Myra, una de las poblaciones con más peso en la confederación licia, que existía al menos desde el siglo V a C. Según Plinio el Viejo, había allí un templo de Apolo. Fue visitada en el año 18 d C por el emperador Germanicus y su esposa. Pablo de Tarso pasó por Myra en el 60, en su camino a Roma. La urbe alcanzó el cénit de su crecimiento en el siglo II d C, enriquecida por las donaciones de ciudadanos opulentos. 
Turquia rupestre    En la época bizantina, conoció gran fama gracias a San Nicolás, nacido en la vecina Patara, que tras viajar por Palestina, regresó a Licia para ocupar la sede del obispado de Myra a principios del IV d C, convirtiéndose a su muerte la ciudad en meta de peregrinación para gentes de toda Europa, y en el centro económico-político de Licia. Hoy se puede visitar en Demre la iglesia paleocristiana de San Nicolás, fundada en el IV, donde fue enterrado el obispo, cuya legendaria vida inspiró en la imaginación popular el personaje de San Nicolás, el Santa Claus de las navidades. (Los carteles anunciadores de la iglesia –'Baba Noel'– lo corroboran; quede, pues, constancia de que Licia, y no el Polo Norte, fue el país de origen de Papá Noel). 
   El teatro de Myra en su estado actual es de época romana. Tras el terremoto del 141 d C, fue reconstruido por Opramoas, un mecenas de Rhodiapolis. Su cavea consta de 38 rangos de gradas, y las grandes galerías abovedadas que la sostienen están muy bien conservadas, constituyendo el conjunto uno de los más completos teatros romanos entre los centenares que sobreviven en Asia Menor (foto32). 
   La necrópolis rupestre licia trepa por el escarpado monte que sirve de telón de fondo al teatro, y data del siglo V a C. Una vez más, las tumbas esculpidas en la roca retoman en piedra una tipología arquitectónica que en su origen era de madera. Reproducen frontispicios de templos y viviendas (foto33). Alguna de las sepulturas, sin dejar de ser monolítica y formar una unidad con la roca de la montaña, se asemeja a un sarcófago licio exento (foto36). Muchas de ellas están además decoradas con relieves de hombres o animales. Despunta una tumba sobre cuya arruinada cámara corre un friso con relieves de escenas protagonizadas por figuras humanas esculpidas con un extraordinario refinamiento y sentido de la proporción. Muestran episodios de la vida de un guerrero, que sería el difunto, a quien se le representa recostado asistiendo a un banquete funerario (foto34).
  
  
Otros lugares de Licia con necrópolis rupestres
Antiphellos 
Caunus 
Lymira 
Tlos
 
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5.  Cilicia, la olvidada
 
   Cilicia es el nombre antiguo de la región sudoriental de la península anatólica comprendida entre la Panfilia al oeste, la cadena de los montes Taurus al norte, los Antitaurus al este y el mar Mediterráneo al sur. La mitad oriental de Cilicia es una extensa llanura fértil, mientras que la occidental es silvestre y muy accidentada orográficamente. La planicie costera ha ganado terreno al mar debido a la sedimentación aluvial de varios ríos (los antiguos Calicadnos, Cydnos, Sarus y Pyramos) que, procedentes del Taurus, se abren paso por las sierras cavando CILICIAimpresionantes cañones, gargantas y foces hendidas entre vertiginosos precipicios. Los montes más altos son el Ala Dag (3.734 m) y el Bolkar Dag (3.586 m). En la costa crecen cultivos propios del benigno clima mediterráneo: naranjos, limoneros, plátanos, legumbres, y sobre todo algodón. Las principales poblaciones son Adana (la cuarta ciudad de Turquía en población), Ceyhan, Mersin y Tarsus (la antigua capital de Cilicia). 
   Se han encontrado en Cilicia vestigios de asentamientos humanos que se remontan al VII milenio a C. Pasillo de tránsito obligado entre Anatolia y los países de Oriente Próximo, la única ruta entre la península y Siria atravesaba Cilicia, que cayó dentro del área de influencia hitita con el nombre de Kizzuwatna. Hacia el año 1000 a C empiezan a llegar a su costa colonizadores de Micenas. El país es anexionado al Imperio Asirio en el 715 a C. 
   Tras la invasión y ocupación persas, en los siglos VI-IV a C Cilicia funciona como satrapía del imperio aqueménida (se ha identificado una delegación de Cilicia en los relieves de Persepolis que describen procesiones de emisarios de todos los países del imperio, portando ofrendas y rindiendo pleitesía al soberano), aunque disfruta a la vez de cierto grado de autonomía y leyes propias. Alejandro Magno conquista en 334-333 a C el Asia Menor y reparte su imperio entre los Diadocos. Cilicia pasa a los Seléucidas, dinastía heredera del fugaz imperio macedonio. Éstos fundan la ciudad de Seleucia (la actual Silifke), que alcanzaría renombre como centro de saber, y favorecen a las comunidades judías, entre las que pronto prenderá y echará raíces el cristianismo. En el I a C, Cilicia es declarada provincia romana. Pompeyo emprende una campaña para limpiar las costas de piratas y refunda la ciudad de Soles con el nombre de Pompeiopolis. Con la pax romana, Cilicia vive un periodo de prosperidad. Las innumerables ruinas de ciudades romanas diseminadas en sus tierras, acompañadas de sus necrópolis extramuros (muchas con sepulturas rupestres donde podemos escudriñar los rostros de los difuntos, gentes de elevada alcurnia, que adoptaron la costumbre de retratarse en relieve a las puertas de sus mausoleos) permiten imaginar aquel esplendor. 
   El apóstol San Pablo, o Saulo, originario de Tarsus, viajó por Cilicia, y por ello el país es abundante en iglesias cristianas primitivas, un incontable número de ellas en estado actual de total ruina y olvido. El cristianismo bajo los bizantinos se resiente de los ataques árabes a partir del VII d C. Las sucesivas guerras acarrean un empobrecimiento general de la zona. Una migración de armenios se establece allí en el 1080 d C y funda un reino llamado Cilicio o de la  Baja Armenia. Como tierra de paso entre Asia Menor y Tierra Santa, Cilicia deviene uno de los principales escenarios donde se dirimen las Cruzadas. 
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   Hoy en día, la región de Cilicia (conocida como Fukurova en turco) es muy poco visitada y casi desconocida por los viajeros de otros países, tal vez por hallarse a desmano de las principales rutas de Turquía. En una comarca por otro lado de gran densidad de población, a nada que se calce las botas y marche a explorar a pie las mesetas montañosas de tierra adentro, el visitante podrá con algo de suerte descubrir una infinidad de tesoros arqueológicos escondidos en lugares salvajes y solitarios, invadidos por la vegetación y semisepultados por el polvo. Si Turquía es ya de por sí el paraíso de la arqueología, en este histórico rincón de su geografía se llega al punto de poder hollar ruinas de ciudades helénicas o romanas jamás excavadas, tal y como podrían encontrarlas los arqueólogos románticos del siglo XIX, enteramente cubiertas por una maraña impenetrable de zarzas y rastrojos, olvidadas por los hombres desde tiempos ignotos. 
   Por toda la región se pueden divisar tumbas romanas o helenísticas en forma de altas torres prismáticas de piedra, esbeltas como faros, en pie sobre las colinas. Y si el explorador decide aventurarse más y desciende ayudado de una cuerda por ciertos escarpados barrancos, podrá contemplar asombrado auténticas galerías de retratos de personajes esculpidos en roca viva, colgadas sobre los precipicios y ocultas a todas las miradas, excepto para las águilas y buitres. 
   Hemos elegido cuatro lugares de Cilicia, poco conocidos, para ilustrar el tipo de arquitectura y escultura rupestres que se dio en tiempos griegos, romanos y bizantinos en este área: Adamkayalar, Korykos, Kanytele y Ura. Pero Cilicia tiene, como ya hemos comentado, otras muchas ruinas arqueológicas cuya importancia no se corresponde con la escasa atención que se les presta a nivel mundial: Uzuncaburç (la antigua Olba o Diocesarea, que conserva el más antiguo templo corintio de Asia Menor), Demircili (con tumbas en forma de templo de dos pisos que custodian todavía sus sarcófagos in situ decorados de relieves), Anamurium (con sus barriadas de casas romanas todavía en pie por las laderas del monte), o las más arcaicas de Karatepe (residencia de los reyes de Kizzuwatna, donde se han hallado relieves neo-hititas, y una inscripción bilingüe en hitita/fenicio que ha sido la piedra de rosetta del desciframiento de los jeroglíficos hititas), y otras muchas más. 

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Turquia rupestre  
Adamkayalar 
  
   Adamkayalar o la 'Roca de los Hombres' es un extraño lugar escondido a 5 km de Kizkalesi, población de la costa cilicia levantada cerca del emplazamiento de la antigua Korykos. 
   Ascendiendo por pistas y veredas hasta un elevado promontorio con vistas panorámicas que se extienden hasta el mar, quien no tema internarse entre espesos arbustos y pincharse con los zarzales, llegará a pisar los derrumbados muros de un poblado helenístico nunca excavado. Cerca de allí, descolgándose por la pared de un acantilado que domina el meandro de un inmenso cañón cortado por un río, en un lugar difícil de encontrar y de acceder, se puede descubrir un curioso conjunto de sepulturas rupestres de época clásica (foto37). 
   A lo largo de una terraza que asoma sobre el precipicio, se alinean a distintas alturas del paredón una serie de tumbas enriquecidas con relieves de estatuas. Muy influenciados por la tradición helenística, estos relieves exhiben elegantes guerreros pertrechados con sus armas (foto38), y escenas domésticas, enmarcadas en nichos con frontón: el difunto en su lecho, la mujer sentada junto a su marido de pie (foto40), etc. En esta necrópolis eran enterrados los príncipes que gobernaban la pequeña ciudad cuyas ruinas yacen más arriba. Cerca se abre una gruta con un ara donde se celebraban los cultos funerarios. 
   A diferencia del refinado canon clásico que respetan los relieves de las tumbas licias, estas esculturas adolecen de fallos en las proporciones corporales y de cierto hieratismo en la expresión y en el porte, que revelan la insuficiente pericia técnica de los tallistas a la hora de reproducir en roca sus modelos. Se representa a menudo al difunto medio recostado sobre un triclinio (foto41), en una postura que recuerda poderosamente en su composición a la estatuaria fúnebre de Palmyra, en Siria. En varias esculturas, sumado a la acción erosiva de la intemperie, se pueden detectar trazas de mutilaciones recientes hechas por la mano del hombre. Lo solitario y oculto del enclave favorece la impunidad de tales fechorías (fotos 41 y 42).
  
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Korykos (Kizkalesi) 
  
   Korykos o Korygos, paraje de la costa cilicia conocido por los oriundos del lugar como Cennet y Cehennem (Cielo e Infierno) en referencia a una cueva y una sima de las cercanías, esconde sus antiguas ruinas en los asalvajados pedregales que circundan la bahía de Kizkalesi, concurrida meta del veraneo local turco. Kizkalesi (el 'Castillo de la Doncella') toma su nombre del hermoso castillo que ocupa un islote en medio de la rada, con sus blancos torreones cilíndricos como chimeneas de una embarcación duplicándose reflejados en las límpidas aguas. En tierra firme alza sus murallones otro castillo no menos imponente, construido en el siglo XII por un príncipe armenio, aprovechando materiales del sitio antiguo adyacente. Korykos fue más tarde una escala comercial para genoveses y venecianos. 
   De las ruinas de Korykos, atravesadas por la carretera nacional, que corta sus murallas en su tramo oeste, quedan sobre todo las necrópolis romanas y bizantinas, desperdigadas por los campos vecinos al castillo armenio en la playa. Un gran peñasco tallado en forma de estela muestra en su parte superior el bajorrelieve de un guerrero (le falta la cabeza) en pie portando una espada. Y más allá se extiende un vasto camposanto abandonado desde la antigüedad con centenares, quizá miles, de sepulcros de época romana y bizantina, de todas las formas y modelos imaginables. Estelas discoideas, estelas prismáticas, cámaras sepulcrales de aparejo poligonal, sarcófagos con sus caras laterales esculpidas de putti, guirnaldas o máscaras, con sus masivas losas de cierre desplazadas por los saqueadores, duermen revueltos en los yermos campos, semiescondidos entre los matorrales, como tirados y amontonados en un vasto vertedero. Y están además las tumbas rupestres. Pocos peñascos habrá en el terreno que no estén socavados para conformar cámaras funerarias. En las fachadas aparecerán altares adosados y retratos de los bustos de los difuntos, según era práctica habitual en la comarca (foto43).
  
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Kanytele (Kanlidivane) 
  
   La ciudad de Kanytele, o Kanytelis, cuyas ruinas datan de las épocas helenística, romana y sobre todo bizantina, fue construida alrededor de una vasta depresión de 400 m de circunferencia y 60 m de profundidad, que cae en picado hasta una hondonada cuyo fondo no se ve por estar devorado por la selva Turquia rupestre(foto44). La leyenda cuenta que en las honduras de la fosa se criaban animales salvajes a los que se alimentaba con prisioneros lanzados desde lo alto. Esto, aunque no ha sido confirmado por excavaciones, dio a la localidad su sobrenombre: 'Ciudad de la Sangre'. En las paredes de la fosa se pueden divisar, suspendidas a media altura, tumbas rupestres con estatuas en relieve de jefes y personajes (hombres y mujeres) notables de la ciudad. En el borde superior de la gigantesca dolina todavía se sostiene en pie la iglesia Norte, uno de los muchos edificios bizantinos arruinados que jalonan el lugar. 
   Las amplias losas de lo que pudo ser un ágora, y el aparejo ciclópeo poligonal de una torre delatan que la ciudad existía ya en tiempos helenísticos. Pero la inmensa mayoría de los restos esparcidos por los campos son torres o templos funerarios romanos, y basílicas cristianas construidas a partir de Teodosio (408-450 d C). En los siglos VIII y IX, aunque dependía de la vecina Olba (Uzuncaburç), conoció gran prosperidad, salvaguardada por sus condiciones geográficas de las incursiones árabes. 
   Un acueducto romano en la ruta de aproximación tiene algunos tramos excavados en la roca. Errando por las soledades de los campos circunvecinos nos toparemos con magníficos sepulcros decorados, tirados por tierra, y al arribar al pie de unos farallones rocosos, con otro complejo de tumbas rupestres, pobladas de estatuas que parecen darnos la bienvenida con los brazos abiertos tras el largo camino. Son los únicos habitantes que encontraremos en estos desolados parajes (foto45). Representan hombres y mujeres, de pie, o reclinados en un diván, en un estilo más bien tosco y esquematizado, pero que permite distinguir armas, túnicas y objetos. Probablemente estamos ante los mandatarios de la antigua ciudad (foto46). Hay también símbolos solares y lunares, y efigies de divinidades relacionadas con el mito griego de Demeter y Coré. Las cámaras sepulcrales son simples, con una bancada donde se depositaba el cuerpo del difunto, y una cavidad para dejar las ofrendas.
  
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Ura 
  
   En una desviación de la carretera a Uzuncaburç, al pie de unas escarpadas montañas rocosas, duermen el sueño de los siglos las desconocidas ruinas de Ura, una ciudad romana y bizantina pendiente todavía de excavación. Se pueden ver allí los restos de un ninfeo o fuente pública, que recibía las aguas del río Lamas, de un teatro, torres de vigía, tumbas y, atravesando el centro de la ciudad muerta, un soberbio acueducto romano, levantado en el siglo III d C, de 150 m de largo y 25 m de alto (foto47). 
   Al fondo, las paredes de la montaña están perforadas de habitáculos y cámaras rupestres, algunos con fachada en forma de templo clásico, pero de muy ruda factura (foto48). 
  
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Más allá de Cilicia
  
   Más a oriente, atravesando el Eúfrates, en el corazón del antiguo reino semi-independiente de Commagene, existe otra notable manifestación de la técnica rupestre: la monumental inscripción tallada en roca en el templo funerario de Antioco Epiphanes, en las ruinas de la capital Arsameia del Nymphaios, al pie del monte Nemrut Dagi. El texto 'el Gran Rey Antioco, Dios, el Justo, Epiphanes, el Romanófilo y Helenófilo, hijo del Rey Mitridates Kallinikos y de la Reina Laodicea, hija de Antioco Epiphanes...' declara que este sitio había sido escogido por su padre como 'hierotheseion', o lugar sagrado de último reposo. El Antioco Epiphanes mencionado es en realidad Antioco VIII Philometor, uno de los últimos soberanos seléucidas, asesinado en el 96 a C. La inscripción también afirma que la ciudad de Arsameia en el Nymphaios fue fundada por Arsames, un antepasado de Antioco, y que estaba fortificada y albergaba palacios. Este santuario habría de servir de culto para padre e hijo, y para sus ancestros. 
   Debajo de la inscripción se abre la boca de un oscuro túnel artificial que desciende en fuerte pendiente penetrando en las profundidades de la montaña. Otro elemento importante del santuario es la descomunal losa de piedra de 3,43 m de alto adosada a una pared, con su magnífico altorrelieve de Hércules chocando las manos con el rey Mitridates, en iconografía medio griega medio parta (ver colección Nemrut Dagi. La montaña de los gigantes). 

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6.  Capadocia. El paisaje del que están hechos los sueños
 
   Los fantásticos paisajes de la región de Turquía que antiguamente se llamaba Capadocia son el resultado de un capricho orogénico, en el que han tomado parte la poderosa acción de los volcanes, la lluvia y el tiempo. 
   Los sedimentos volcánicos que conforman la corteza del suelo de Capadocia han sufrido durante eras la feroz erosión de los elementos climáticos de la meseta anatolia, creando poco a poco un irreal decorado poblado de formaciones pétreas inverosímiles, más propias del mundo CAPADOCIAde los sueños que del real. A su vez, los hombres han intervenido para atormentar aún más estos paisajes, horadando sus entrañas para esculpir iglesias y monasterios, acribillando las paredes y suelos de roca para construir laberínticas ciudades subterráneas. La arquitectura rupestre alcanza en la Capadocia su apoteosis. 
   En el horizonte, como telón de fondo, se yergue la mole sombría del volcán Erciyes Dagi (Argeo en la antigüedad, de 3.917 m), todavía activo con pequeñas erupciones y responsable principal, junto al Hassan Dagi (3.268 m), de la singularidad de la geología capadocia. La blanda toba volcánica del suelo es disuelta por las aguas, interceptadas en su fluir por otras rocas más sólidas superpuestas, hasta crear bosques de agujas y chimeneas de las hadas, husos, cuernos, hongos, cúpulas, cabañas de brujas, y miles de formas tan extravagantes que sólo la imaginación de un Gaudí podría llegar a emular (fotos 49, 50, 60).
  
   "Detrás se elevaban lo que de lejos parecían dedos, picos rocosos, que tenían encima como un sombrero de roca más oscura, a veces con forma de capucha, otras de casquete casi plano, que sobresalía por delante y por detrás. Más adelante, los relieves eran menos puntiagudos, pero cada uno se veía horadado de oquedades como una colmena, hasta que se entendía que aquellas eran casas, o mejor, albergues de piedra donde habían sido excavadas unas cuevas" (Umberto Eco, Baudolino, cap. 29).

   Capadocia constituye uno de los más importantes conjuntos de habitáculos trogloditas del mundo. No sólo son viviendas, almacenes, establos y graneros los espacios que socavan el subsuelo, sino un buen número de complejos eremitorios y monásticos, de iglesias y conventos rupestres a los que a la maestría arquitectónica de sus estructuras talladas hay que unir la variedad y viveza de las pinturas murales que decoran los interiores (foto54), gran número de ellas todavía en un aceptable estado de conservación y cuyo conjunto convierte a la Capadocia en un enclave fundamental para la apreciación del arte bizantino. 
Turquia rupestre   Las iglesias rupestres remedaban también aquí los edificios religiosos construidos en sillares o ladrillos. Todos las soluciones arquitectónicas que se dan en Anatolia durante la era bizantina aparecen traducidas a la roca, con aportaciones estructurales provenientes de la Armenia y Siria cristianas, entre ellas un tipo de nave con bóveda de cañón y ábside de herradura, muy semejante al de las capillas paleocristianas perdidas en los montes de Bin Bir Kilise ('Las Mil y Una Iglesias'), en la vecina Licaonia. Las tipologías se multiplican: iglesias de una, dos y tres naves, en cruz griega, de dos y más pisos, de planta central con cúpula (como las iglesias armenias de Ani o Kars). A veces la corteza rocosa de las colinas se desploma, dejando ver en sección sus entrañas huecas, que son interiores de iglesias, naves de catedrales, vaciadas en la toba y cortadas longitudinalmente por el derrumbe. 
    Las más antiguas trazas de asentamientos monásticos en la Capadocia son del siglo IV d C. El movimiento había sido impulsado por el obispo de Cesarea (actual Kayseri) Basilio el Grande. A partir del siglo VII, a causa de las incursiones árabes, los habitantes se agruparon en poblaciones troglodíticas, más fáciles de defender. Algunas, como Kaymakli o Derinkuyu, son auténticas ciudades subterráneas de varios niveles de profundidad. 
   El monacato en Capadocia llegó a su apogeo en la época iconoclasta (725-842 d C). Se distinguen perfectamente los edificios religiosos de este periodo por la austeridad de la decoración pictórica de sus interiores, a base de símbolos abstractos y geométricos (la cruz como elemento recurrente), superficies en tablero de ajedrez o de formas lineales, utilización de pocos colores, llegando a la monocromía. No obstante, esto cambió tras la Restitución de las Imágenes (842 d C), dándose una explosión de colores y formas, y desarrollando una compleja iconografía basada en episodios y personajes de las Sagradas Escrituras. Las escenas aparecen encuadradas y distribuidas en registros, mientras que los medallones exhiben imágenes de santos venerados por los bizantinos. 
   Tras las invasiones selyúcida y otomana, los monasterios y eremitorios cristianos fueron desapareciendo y transformándose por la labor de los habitantes locales en viviendas, establos, molinos o almacenes. 
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   La Capadocia es un mundo mágico, en parte natural y en parte artificial, al mismo tiempo abierto al cielo y subterráneo. Un laberinto en el que hay que perderse para poder descubrir las joyas que esconde en sus recovecos y oquedades. Y quedar maravillado con el entorno paisajístico que arropa estos monumentos, con la extravagancia de sus formas litogénicas, la viveza de su colorido y el aura de misterio con que las envuelven las doradas luces del atardecer, pues en la Capadocia el arte de los hombres es inseparable del arte de la naturaleza.
   Estas imágenes de Capadocia han sido tomadas en los valles de Zelve y Göreme, los pueblos de Uchisar, Çavusin y Ortahisar, y en los campos y bosques de chimeneas de las hadas de los contornos. 
   A la entrada del Valle de Zelve, una señal de tráfico no deja lugar a dudas sobre el peligro de desprendimientos de rocas (foto51). Estamos en un circo montañoso plagado de concreciones de toba en forma de grandes conos, ahuecados en su masa rocosa hasta crear una metrópolis con miles de celdas y habitáculos, intercomunicados entre sí por estrechos pasadizos y escaleras ocultas (foto52). En su origen fueron comunidades monásticas las que taladraron estas colinas, pero, tras un periodo de abandono, han sido habitadas por familias griegas hasta su desalojo en tiempos recientes. 
   El pueblo de Uchisar, en el centro de la Capadocia, eleva su caserío al pie de un afilado promontorio rocoso que domina la población, y se divisa desde todos los puntos de la comarca, totalmente horadado con habitaciones troglodíticas, oscuras galerías y empinadas escaleras que conducen por su interior hasta la misma cúspide (foto55). Otro tanto ocurre con la bella aldea campesina de Ortahisar, en la que un castillo corona el peñón, accesible sólo por los negros pasadizos que escalan su interior (foto59). 
   La parte vieja de Çavusin trepa también por el interior de un circo rocoso natural totalmente horadado con cámaras trogloditas e iglesias rupestres, como la de San Juan Bautista, del siglo VIII d C, decorada con pinturas murales y en actual proceso de desmoronamiento (foto56).
  
   La región de Capadocia está clasificada como un bien cultural-natural en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO desde el año 1985, con el nombre de Parque Nacional de Göreme y enclaves rupestres de Capadocia.
  
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TURQUIA RUPESTRE 
El arte de los acantilados 

7.  Bibliografía

   - Aksit, Ilhan. Turkey (Haset Kitabevi, Istambul, 1986) 
   - Akurgal, Ekrem. Ancient civilizations and ruins of Turkey (Haset Citabevi, Estambul, 1985) 
   - Bittel, Kurt. Bogazköy (Ankara, 1972) 
   - Boz, Muzaffer. Cappadocia (Ankara) 
   - Lloyd, Seton. Müller, Wolfgang. Martin, Roland. Arquitectura Mediterránea Prerromana (Editorial Aguilar, Madrid, 1973) 
   - Mazzoni, Stefania. 'Hattusas. La capital de los hititas', en Arqueología de las ciudades perdidas Vol. 1. Próximo Oriente. (Salvat, Pamplona, 1986) 
   - Temizer, Raci. Museum of Anatolian Civilizations (Ankara, 1981) 
   - Toksöz, Cemil. Ancient cities of Lycia (Hankur Matbaacilik, Estambul, 1986) 
   - UNESCO. El Patrimonio Mundial (Ediciones San Marcos)
  
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TURQUIA RUPESTRE
El arte de los acantilados

Indice de textos 
1   La arquitectura y escultura rupestres en la antigua Anatolia
2   HITITAS. El imperio que desafió a Egipto
     Alaca Höyük
     Hattusa
     Yazilikaya
3   FRIGIA. El reino de Midas
     Arslankaya
     La Ciudad de Midas
     Kümbet
  
4   LICIA. Ciudades de los muertos
     Telmessos
     Pinara
     Xanthos
     Myra
5   CILICIA, la olvidada
     Adamkayalar
     Korykos
     Kanytele
     Ura
6   CAPADOCIA. El paisaje del que están hechos los sueños
7   Bibliografía
Indices de fotos
Indice general
Indice 1  Hititas
Indice 2  Frigia
Indice 3  Licia
Indice 4  Cilicia
Indice 5  Capadocia

   



 
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El arte de los acantilados

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Turquía

   
 



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