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 PAISAJES DE LAS CAVERNAS (2)
  Exposición colectiva de fotografía espeleológica
Paisajes de las cavernas 2   
   He aquí una nueva selección de fotografías espeleológicas que, realizadas en las profundidades de diversas cuevas y simas por varios exploradores, armados de cámaras y grandes dosis de curiosidad y entusiasmo, salen aquí a la luz del día bajo el título de 'Paisajes de las Cavernas (2)', en una segunda entrega que fotoAleph tiene el placer de exhibir en su galería virtual, encuadrable en la temática de fotografía de la Naturaleza.
   Las fotos que aquí mostramos han sido escogidas con el criterio de que los internautas puedan disfrutar contemplando en estas imágenes la belleza visual intrínseca de los paisajes del mundo subterráneo, independientemente de que sean o no aficionados a la espeleología.
   Fotografías: Luis Moreno, Fidel Moreno y Agustín Gil
  
48 fotografías on line

Indice de textos
El mundo de la fotografía espeleológica
Anécdotas y peripecias subterráneas
Don Quijote, pionero de la espeleología
       De cómo bajó Don Quijote a la sima de Montesinos
       De lo que vio Don Quijote allí dentro
       Sancho Panza, espeleólogo por accidente
Una exposición colectiva y abierta
 
Enlaces a webs de espeleología
Bibliografía
Indices de fotos
Indice 1   Cueva de Arrarats
Indice 2   Cuevas de Arrarats, Basaura, Los Cristinos
Indice 3   Cuevas de Arleze, Astiz
Indice 4   Cuevas de la Galiana Baja, Orillares
  

1.  El mundo de la fotografía espeleológica
  

   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...

                                                                             (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)




   Vi los paisajes de los insólitos mundos que se esconden bajo la superficie de la Tierra. Parajes extraños y fantasmagóricos, jamás acariciados por el sol, sólo a medias entrevistos al rasgar con luces el espeso manto de aquellas tinieblas perpetuas; escenarios irreales, soterrados en profundos laberintos que nadie podrá nunca explorar en su totalidad.
   Vi una red de túneles y galerías sin fin, vi suntuosas salas, altísimas columnas y gigantescas bóvedas, mayores que las de cualquier catedral, pero esta maravillosa arquitectura no estaba hecha por las manos de los hombres.
   Vi otros mundos que están en éste: los paisajes de las cavernas.

  
   Aquí seguimos. Poniendo en práctica simultánea dos de nuestras actividades favoritas: la exploración de cuevas y la fotografía. El resultado es esta nueva exposición virtual de 'Paisajes de las Cavernas 2', que viene a sumarse a la anterior, exhibida en fotoAleph, y que seguirá teniendo nuevas entregas en el futuro. 
   A base de experimentar, equivocarnos, corregir, vamos aprendiendo nuevas técnicas de fotografía espeleológica, y en verdad que si las cuevas son un mundo dentro de éste, esta especialidad es otro mundo dentro de la fotografía. Requiere una dedicación que pocos están dispuestos a prestar cuando se hallan enfrascados en lo que por lógica es más perentorio: poner toda la atención en el dificultoso avance por los tortuosos y accidentados senderos de las profundidades de la Tierra. No está uno para fotos cuando anda remontando con cuerdas una sima, salvando un caos de derrubios, reptando por una gatera o atravesando una charca con el agua hasta la cintura. 
Cueva de Arleze (Urbasa, Navarra)   Y, sin embargo, algunos nos animamos, en cuanto la ocasión lo permite, a sacar la cámara de la mochila, el trípode, los focos, y a disparar. En un lapso de treinta o cuarenta segundos de exposición, hacemos barridos con los focos, 'pintando' con luz las paredes, las concreciones estalactíticas, las salas, los túneles. Jugamos con las luces laterales y los contraluces, para crear sombras y claroscuros que ayuden a dibujar, contrastar y realzar los espeleotemas. Combinamos la fría luz del flash con las luces cálidas de los focos de mano, con lo que salen unas mezclas de iluminación inverosímiles que nos sorprenden a nosotros mismos. Las combinaciones se van así multiplicando hasta el infinito. Los claros interactúan con las tinieblas, modelando a cada instante nuevas y caprichosas figuras, que se metamorfosean adoptando siluetas variopintas según los ángulos de incidencia de los rayos lumínicos. Aunque lo intentáramos, aunque mantuviéramos inalterados encuadre, enfoque, velocidad y diafragma, no podríamos pese a ello sacar dos fotos iguales, ya que las condiciones de cada foto varían aleatoriamente según las distintas trayectorias de los barridos de luz, creando sombras donde antes había luces y luces donde antes había sombras (pueden verse ejemplos de este fenómeno comparando pares de fotos en las que sólo varía la iluminación, en Paisajes de las Cavernas (3): fotos 06 y 15). 
   Cuando vemos reveladas las fotos, nos da muchas veces la sensación de que vemos las cuevas primera vez. Apreciamos sutiles gamas de colores que no habíamos captado al natural, bajo la mortecina y sesgada luz de los frontales. Nos cuesta incluso reconocer los parajes que hemos contemplado pocos días antes, transfigurados como están por la magia del arte fotográfico: '¿De verdad que hemos estado aquí?', nos solemos preguntar. 
   Se trata de un proceso permanente de experimentación, de exploración de técnicas fotográficas paralelo a la exploración de la cueva, un proceso creativo que va penetrando en las áreas de lo desconocido para desembocar en nuevos e inesperados descubrimientos. 
  
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2.  Anécdotas y peripecias subterráneas
 
   No hay nada como visitar una cueva sin guía, abriendo camino, explorando. Sí, es cierto: daremos palos de ciego, entraremos en callejones sin salida, en pasillos obstruidos por sifones o por simas. Nos internaremos por angostos agujeros por los que apenas cabe una persona y que conducen a ninguna parte. Cada cierto tiempo se impondrá retroceder y tantear nuevas vías. Una cueva que podría ser recorrida en tres horas por alguien que la conociera, nos llevará quizá tres días de intentonas en su exploración. Pero es así como, paso a paso, iremos conociendo la caverna a fondo, en Cueva de La Galiana Baja (Soria)profundidad, hasta sus últimos recovecos, haciéndola nuestra, sintiéndola nuestra, como el pionero que pisa por primera vez tierras ignotas o continentes inexplorados. Y el esfuerzo a la postre habrá merecido la pena, pues enriquecerá nuestra percepción del mundo al añadir a éste los otros mundos maravillosos que se esconden bajo la superficie de las cosas. Paisajes nunca vistos, escenarios oníricos, universos raros y fantasmagóricos que nunca terminamos de escudriñar al completo y que nada tienen que ver con el de todos los días. ¿Quién dijo aquello de que 'el mundo no sólo es extraño sino que es infinitamente más extraño de lo que los seres humanos serán nunca capaces de imaginar'? 
   Conforme vamos visitando más y más cuevas, vamos sumando a nuestro currículo espeleológico -además de experiencia- nuevas aventurillas y divertidas anécdotas, algunas dignas de ser relatadas. Entre todas las cuevas, la de Basaura (en la sierra de Lokiz, Navarra) es la que hasta ahora nos ha deparado más sobresaltos, quizá por la inmensa variedad de accidentes geológicos que alberga su kilométrico desarrollo (más de seis kilómetros de galerías, y todavía sin terminar de explorar), incluida la existencia de ríos y lagos aptos para la navegación subterránea y el espeleobuceo. 
   Cierta mañana en que habíamos organizado una expedición a la cueva, nada más llegar a la entrada, escondida en un barranco tras un bosque, algunos compañeros que la veían por primera vez no pudieron menos que prorrumpir en exclamaciones de admiración ante la belleza e inmensidad de la boca de acceso, que se abría como unas enormes fauces a punto de tragarnos y deglutirnos hasta las tripas de la tierra. En ese momento, de las tenebrosas negruras del interior de la caverna surgió una voz no menos cavernosa: '¡Silencio! ¡Que hay gente durmiendo!' Con lo que todos enmudecimos de golpe por la sorpresa. Efectivamente, había gente durmiendo: dos parejas de jóvenes espeleólogos (acompañados de un perro) que habían pasado la noche en el interior del túnel de entrada, con la intención de visitar la cueva a la mañana siguiente. Y es que es grande la afición a la espeleología en Tierra Estella, zona abundante en cavidades y simas. 
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PaisajCavCueva de Basaura (Lokiz, Navarra)   Tras una hora larga de aproximación por interminables túneles socavados por corrientes de agua, tras arrastrarnos por largas gateras y franquear balsas de agua helada (como la llamada 'Lago de los Cocodrilos'), se llega en la cueva de Basaura a un caudaloso río subterráneo que, saliendo de una galería, penetra en otra, grande y oscura como un túnel de ferrocarril, de cuyas profundidades surge un terrible estruendo, similar al de una catarata cayendo en un abismo. Llegados a este punto, ¿qué menos que entrar en el túnel para averiguar el origen de semejante ruido? Hay que precisar que todo sonido en el interior de una cueva retumba en las bóvedas y se magnifica en su reverberante acústica hasta el punto de convertir un simple rumor de salto de agua en un atronador rugido que provoca escalofríos en el espíritu más templado. Como el río no tiene orillas, sino que corre entre las paredes verticales del túnel, inundando la mitad de su altura, no queda otro remedio que penetrar en él navegando, para lo que a la siguiente ocasión nos agenciamos una barca de plástico hinchable. Resultó que la cuerda con la que asegurábamos la barca no era lo suficientemente larga para salvar la cincuentena de metros que nos separaba del fragor de la cascada, por lo que dos de nosotros decidimos con una buena dosis de inconsciencia embarcar (la barquichuela era para una sola persona) y lanzarnos sin cuerdas hacia la oscuridad del túnel. No llevábamos en aquella ocasión remos, pero avanzábamos impulsados con las manos, a brazadas, procurando dominar la corriente. Uno remaba a manotazos tumbado de bruces y el otro, sentado sobre su espalda, iluminaba la escena (con un foco a prueba de agua). Cuando estábamos a punto de llegar a la catarata con intenciones de hacernos una idea de su magnitud, decidimos arrimarnos por estribor a un lateral del túnel con el fin de sujetarnos a algún saliente de la pared para que la corriente no nos pudiera arrastrar hacia el intuido abismo, que no terminábamos de ver debido a la oscuridad. Fue en ese momento cuando al bramido de la catarata se superpuso otro sonido aún más estremecedor: 'Pssssssssssssss...' 
   Habíamos pinchado. La pared estaba erizada de rocas afiladas como pinchos. En menos de una fracción de segundo nos percatamos de lo desesperado de nuestra situación: nos hundíamos en el agua helada, al borde de una supuesta catarata que se abismaba en una fosa, al final de un negrísimo túnel y a más de cuarenta metros del único punto desde donde se podía embarcar o desembarcar en aquel tramo del río. 
   La reacción fue fulminante: '¡Media vuelta!'. Y creemos que aquí batimos un récord de velocidad en navegación a mano sobre piraucho, si tal modalidad deportiva existe, pues retrocedimos por el túnel como si lleváramos un motor fueraborda a toda potencia, hasta alcanzar el embarcadero con la barca desinflada, arrugada como una pasa y a un segundo de zozobrar. Desde entonces llamamos a este enclave de la cueva 'Playa Naufragio'. Cuando al verano siguiente preparamos otra expedición más equipada a Basaura para intentar llegar un poco más allá en la navegación, pudimos comprobar con asombro que el río había desaparecido por completo a consecuencia del estiaje. La suerte había querido que no hubiéramos podido adentrarnos la vez anterior en barca por el río, pues en tal caso hubiéramos tenido que enfrentarnos no con una sino con varias caídas de agua consecutivas, a cada cual más profunda, que nos esperaban en la ruta, y podemos dar fe de ello porque no tuvimos más remedio que trepar y destrepar por los altibajos de los sucesivos caos de rocas que entorpecían el curso del río, bajando hasta el fondo de las fosas, ahora secas, y escalando a duras Cueva de Arrarats (Navarra)penas los correspondientes desniveles, altos como colinas. Todo ello al tiempo que acarreábamos en las mochilas tres barcas hinchables con sus remos, ya que el objetivo de nuestro periplo era llegar al lago subterráneo Itxako, que al cabo de varios kilómetros de túneles conseguimos alcanzar, y que cruzamos remando.
  
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   No es éste el único susto que hemos tenido en la cueva de Basaura. En otra incursión que hicimos a la misma, cuando regresábamos rumbo a la salida, tras haber pasado unas seis horas explorando sus honduras, al penetrar en una amplia sala casi colmatada por un cono de derrubios, uno de nosotros vio de pronto, en medio de la impenetrable oscuridad del antro, dos ojos brillantes, como ascuas refulgentes, que se iban acercando hacia nuestro grupo. Podemos afirmar que estamos acostumbrados a los murciélagos y a la diminuta fauna troglobia que pulula escondida -sin conocer nunca el sol e ignorada por el común de los humanos- por estas negras espeluncas, consistente por lo general en coleópteros, arácnidos o colémbolos, no mayores que un insecto. Hemos visto hasta una rana bermeja en lo más profundo de una cueva. Pero lo que nunca hubiéramos sospechado es que nos íbamos a topar con algo o alguien (¿un animal, un duende, un diablo, un orco?) que nos mirara desde la oscuridad con dos grandes ojos y que avanzara hacia nosotros con pasos decididos y con quién sabe qué propósito. A nuestro compañero, según su posterior testimonio, se le erizaron los vellos desde los dedos de los pies hasta la punta de la coronilla, y su instinto innato de cazador le hizo echar raudo mano de un pedrusco de los que tapizaban el suelo, con el fin de defenderse propinando un contundente cantazo entre ceja y ceja al espeluznante ser que se nos aproximaba. He aquí un ejemplo de los curiosos efectos ópticos que se producen con los juegos de luces de las linternas en medio del negror envolvente de las cuevas. Cuando entró en el campo visual de nuestras frontales, pudimos ver al fin que el orco no era sino un simpático perro 'husky' que se acercaba a saludarnos agitando alegremente el rabo. Iba de avanzadilla de otra expedición con la que al poco nos cruzamos: precisamente los mismos jóvenes antes mencionados que habían pernoctando a la entrada de la cueva. Debemos añadir que el pobre perro se libró de milagro, por cuestión de segundos, de recibir una buena pedrada en aquel trance. 
   Sirvan estas pocas anécdotas para ilustrar acerca del cúmulo de sobresaltos y peligros que acarrea consigo una actividad aparentemente tan inocua como la fotografía espeleológica, y es por eso por lo que pedimos al espectador tenga en cuenta estas circunstancias a la hora de juzgar la calidad de las fotos de nuestra exposición. Serán mejores o peores técnicamente, pero podemos asegurar sin ningún género de dudas que todas y cada una de ellas han sido sudadas y trajinadas, que han sido fruto de un gran esfuerzo por parte del explorador-fotógrafo, donde a veces ha puesto en riesgo hasta su integridad física para lograr los resultados deseados, en un ejercicio creativo/deportivo que tiene mucho de quijotesco. 
  
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Don Quijote, pionero de la espeleología
 
   No es por casualidad que mentemos aquí al Quijote, pues hemos de recordar que el insigne hidalgo manchego fue en época muy temprana pionero en la exploración de cuevas, tal y como se relata en los capítulos 22 y 23 de la segunda parte de la inmortal novela de Cervantes. 
   Todo un espeleólogo avant-la-lettre, Don Quijote tiene escasos predecesores en la historia de la espeleología, como podría considerarse a los integrantes de la exploración de la gruta de La Balme, realizada en 1516 (en la Cova del Salnitre, Barcelona, hay inscripciones incluso anteriores: de 1511), pues la mayoría de datos que poseemos referentes a exploraciones antiguas de cavernas son posteriores a las fechas (1605-1615) en que Cervantes publicó su obra: en 1683 se realiza la primera bajada a la sima de la Cabra, Córdoba; en 1689, Valvasor descubre el proteo (proteus anguinus, una especie de salamandra ciega) en las grutas de Carniole; en 1748, Nagel emprende la exploración de la garganta de la Macocha, al sur de Moravia, por orden del emperador de Austria; en 1770, el británico Lloyd explora Eldon Hole. No son sino casos aislados que no tuvieron mayor trascendencia, por lo que se ha dado en convenir que la verdadera espeleología, una de las ciencias más jóvenes, no comienza hasta finales del siglo XVIII o principios del XIX, al amparo de las nuevas ideas enciclopedistas que trajo la Ilustración, cuando la curiosidad de los científicos estimuló la prospección de las cuevas europeas a la búsqueda de restos fósiles. 
   Hasta entonces, las cuevas habían sido objeto de toda clase de supersticiones, tenidas como antros donde habitaban monstruos, seres fantásticos o maléficos, o como puertas de entrada a las regiones infernales, y estos temores sólo eran desafiados ocasionalmente por intrépidos mineros a la busca de metales. Es en este contexto donde hay que situar la hazaña de Don Quijote, para poder valorar en toda su dimensión la audacia y valentía desplegadas por el caballero al atreverse a descender solo por la sima de Montesinos, cueva que realmente existe en la región de la Mancha. Aunque lo sabemos ficción, no nos deja de sorprender en el relato la gran similitud, el continuo paralelismo, en todos los detalles, de las peripecias relatadas en el libro con las que habitualmente pasamos los que hoy en día exploramos cuevas, y ello nos da pie a elucubrar acerca de si el mismo don Miguel de Cervantes habría visitado en persona una gruta, o al menos hablado con alguien que lo había hecho. 
   Veamos algunos extractos: 
 

  
De cómo bajó Don Quijote a la sima de Montesinos 

   Cap.XXII 2ª parte   
   Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de La Mancha, a quien dió felice cima el valeroso Don Quijote  
   "Pidió Don Quijote al diestro licenciado le diese una guía que le encaminase á la cueva de Montesinos, porque tenía gran deseo de entrar en ella, y ver á ojos vistas si eran verdaderas las maravillas que de ella se decian por todos aquellos contornos. El licenciado le dijo que le daria á un primo suyo, famoso estudiante, y muy aficionado á leer libros de caballerías, el cual con mucha voluntad le pondria á la boca de la misma cueva, y le enseñaria las lagunas de Ruidera, famosas asimismo en toda la Mancha, y aun en toda España;  
   (...) Ensilló Sancho á Rocinante y aderezó al rucio, proveyó sus alforjas, á las cuales acompañaron las del primo, asimismo bien proveidas, y encomendándose á Dios y despidiéndose de todos, se pusieron en camino, tomando la derrota de la famosa cueva de Montesinos.  
   (...) á la noche se albergaron en una pequeña aldea, á donde el primo dijo á Don Quijote, que desde allí á la cueva de Montesinos no habia más de dos leguas, y que si llevaba determinado de entrar en ella, era menester proveerse de sogas para atarse y descolgarse en su profundidad. Don Quijote dijo que aunque llegase al abismo, habia de ver dónde paraba; y así, compraron casi cien brazas de soga, y otro dia, á las dos de la tarde, llegaron á la cueva, cuya boca es espaciosa y ancha, pero llena de cambroneras y cabrahigos, de zarzas y malezas, tan espesas y intricadas, que de todo en todo la ciegan y encubren.  
   En viéndola, se apearon el primo, Sancho y Don Quijote, al cual los dos le ataron luego fortísimamente con las sogas, y en tanto que le fajaban y ceñian, le dijo Sancho:  
   –Mire vuesa merced, señor mio, lo que hace; no se quiera sepultar en vida, ni se ponga adonde parezca frasco que le ponen á enfriar en algun pozo. Sí, que á vuesa merced no le toca ni atañe ser el escudriñador desta, que debe de ser peor que mazmorra.  
   –Ata y calla, respondió Don Quijote; que tal empresa como aquesta, Sancho amigo, para mí estaba guardada." 
 
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   Ya vemos aquí para empezar cómo por lo habitual es necesario el acompañamiento de un guía que ya conozca el camino, con el fin de localizar la boca de la cueva, que suele ser difícil de encontrar sin ayuda. Vemos también que los expedicionarios cuidan de proveerse de lo más fundamental: lo primero, el imprescindible aprovisionamiento de vituallas, para combatir hambres y desfallecimientos; en segundo lugar, el equipamiento con una cuerda de más de un centenar de metros, comprada en la aldea próxima a la cueva (que a partir de los datos geográficos consignados en la novela ha sido identificada como la pequeña población manchega de Ruidera), necesaria para descolgarse por la sima. No se menciona, pero es de suponer, que el yelmo de Mambrino haría las funciones de casco protector de la testa del expedicionario. Sí que se menciona el arnés, artilugio que no puede olvidar ningún espeleólogo que se precie: 

Don Quijote, pionero de la espeleologia 
   "(...) acabada la ligadura de Don Quijote (que no fue sobre el arnes, sino sobre el jubon de armar), dijo Don Quijote:  
   –Inadvertidos hemos andado en no habernos proveido de algun esquilon pequeño, que fuera atado junto á mí en esta mesma soga, con cuyo sonido se entendiera que todavía bajaba y estaba vivo; pero pues ya no es posible, á la mano de Dios, que me guie.  
   Y luego se hincó de rodillas y hizo una oracion en voz baja al cielo, pidiendo á Dios le ayudase y le diese buen suceso en aquella, al parecer, peligrosa y nueva aventura, y en voz alta dijo luego:  
   –¡Oh señora de mis acciones y movimientos, clarísima y sin par Dulcinea del Toboso! si es posible que lleguen á tus oidos las plegarias y rogaciones deste tu aventurero amante, por tu inaudita belleza te ruego las escuches, que no son otras que rogarte no me niegues tu favor y amparo, ahora que tanto le he menester. Yo voy á despeñarme, á empozarme y a hundirme en el abismo que aquí se me representa, sólo porque conozca el mundo que, si tú me favoreces, no habrá imposible á quien yo no acometa y acabe; y en diciendo esto, se acercó a la sima.  
   Vió no ser posible descolgarse ni hacer lugar á la entrada, si no era á fuerza de brazos ó á cuchilladas; y así, poniendo mano á la espada, comenzó á derribar y á cortar de aquellas malezas que á la boca de la cueva estaban, por cuyo ruido y estruendo salieron por ella una infinidad de grandísimos cuervos ó grajos, tan espesos y con tanta priesa, que dieron con Don Quijote en el suelo; y si él fuera tan agorero como católico cristiano, lo tuviera á mala señal, y excusara de encerrarse en lugar semejante.  
   Finalmente se levantó; y viendo que no salian más cuervos ni otras aves noturnas, como fueron murciélagos (que asimismo entre los cuervos salieron), dándole soga el primo y Sancho, se dejó calar al fondo de la caverna espantosa;" 
  
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   No podemos evitar, al leer este episodio, que nos venga a la mente otra sima que conocemos (aunque a diferencia de Don Quijote no nos atrevemos a bajar): la Torca de Fuencaliente, cuya boca descomunal se abre en una pedregosa loma salpicada de sabinas en un silvestre paraje de la provincia de Soria, y que tiene más de ochenta metros de caída vertical, sólo apta para expertos. Todos los días, a la puesta del sol, puede contemplarse el hermoso espectáculo de bandadas de chovas (especie de córvidos de pequeño tamaño) que se acercan a la sima volando, y tras realizar varias maniobras de aproximación, enfilan y se zambullen en picado sincronizadamente hacia el interior del gigantesco pozo, en cuyas paredes cuelgan ocultos sus nidos, en medio de una ensordecedora algarabía de graznidos que sube de las profundidades. Se da también en esta sima una nutrida presencia de murciélagos que salen revoloteando hacia el exterior a esas mismas horas. 

 
   "Iba Don Quijote dando voces, que le diesen soga y más soga, y ellos se la daban poco á poco; y cuando las voces, que acanaladas por la cueva salian, dejaron de oirse, ya ellos tenian descolgadas las cien brazas de soga. Fueron de parecer de volver á subir á Don Quijote, pues no le podian dar más cuerda; con todo eso, se detuvieron como una hora, al cabo del cual espacio, volvieron á recoger la soga con mucha facilidad y sin peso alguno, señal que les hizo imaginar que Don Quijote se quedaba dentro; y creyéndolo así Sancho, lloraba amargamente, y tiraba con mucha priesa, por desengañarse; pero llegando, á su parecer, á poco más de las ochenta brazas, sintieron peso, de que en extremo se alegraron. Finalmente, á las diez vieron distintamente a Don Quijote, á quien dió voces Sancho, diciéndole:  
   –Sea vuesa merced muy bien vuelto, señor mio; que ya pensábamos que se quedaba allá para casta.  
   Pero no respondia palabra Don Quijote; y sacándole del todo, vieron que traia cerrados los ojos, con muestras de estar dormido.  
   Tendiéronle en el suelo y desliáronle; y con todo esto, no despertaba. Pero tanto le volvieron y revolvieron, sacudieron y menearon, que al cabo de un buen espacio volvió en sí, desperezándose, bien como si de algun grave y profundo sueño despertara; y mirando á una y otra parte como espantado, dijo:  
   –Dios os lo perdone, amigos; que me habeis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningun humano ha visto ni pasado. En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño, ó se marchitan como la flor del campo.  
   (...) Con grande atencion escuchaban el primo y Sancho las palabras de Don Quijote, que las decia como si con dolor inmenso las sacara de las entrañas. Suplicáronle les diese á entender lo que decia, y les dijese lo que en aquel infierno habia visto.  
   –¿Infierno le llamais? dijo Don Quijote; pues no le llameis ansí, porque no lo merece, como luego veréis.  
   Pidió que le diesen algo de comer; que traia grandísima hambre. Tendieron la arpillera del primo sobre la verde yerba, acudieron á la despensa de sus alforjas, y sentados todos tres, en buen amor y compaña, merendaron y cenaron todo junto. Levantada la arpillera, dijo Don Quijote de la Mancha:  
   –No se levante nadie, y estadme, hijos, los dos atentos." 
  
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   De nuevo resuenan en nuestras neuronas, al leer estos párrafos, pequeñas observaciones que nos retrotraen a vivencias experimentadas en nuestras propias carnes. Cuántas veces no habremos gritado que nos den 'soga y más soga' cuando descendemos haciendo rappel a esos tenebrosos abismos, y pasada una distancia comprobamos que nuestras voces retumban y reverberan en mil ecos al chocar contra las bóvedas de la caverna, haciendo nuestras palabras ininteligibles. Qué parecido a un brusco despertar es el regreso al mundo exterior tras haber pasado varias horas en un inframundo que, lejos de revestir caracteres infernales, como los tópicos o prejuicios de los habitantes de la superficie pudieran hacer creer, encierra por el contrario 'sabrosas y agradables vistas que ningún humano ha visto ni pasado'. Cómo no identificarnos con la escena en que el explorador, agotado tras la aventura, recupera fuerzas con una copiosa merienda-cena antes de rememorar y narrar a los contertulios todo lo visto y ocurrido en el fondo de los abismos terrestres. 
 

  
De lo que vio Don Quijote allí dentro 

Capítulo XXIII   
   De las admirables cosas que el extremado Don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa   
   "Las cuatro de la tarde serían cuando el sol, entre nubes cubierto, con luz escasa y templados rayos dió lugar á Don Quijote para que sin calor y pesadumbre contase a sus dos carísimos oyentes lo que en la cueva de Montesinos había visto, y comenzó en el modo siguiente:  
   –Á obra de doce ó catorce estados de la profundidad de esta mazmorra, á la derecha mano, se hace una concavidad y espacio, capaz de poder caber en ella un gran carro con sus mulas. Éntrale una pequeña luz por unos resquicios ó agujeros, que lejos le responden, abiertos en la superficie de la tierra. Esta concavidad y espacio ví yo á tiempo cuando ya iba cansado y mohino de verme, pendiente y colgado de la soga, caminar por aquella escura región abajo, sin llevar cierto ni determinado camino; y así, determiné entrarme en ella y descansar un poco. Dí voces, pidiéndoos que no descolgásedes más soga hasta que yo os lo dijese; pero no debistes de oirme. Fui recogiendo la soga que enviábades; y haciendo de ella una rosca ó rimero, me senté sobre él pensativo ademas, considerando lo que hacer debia para calar al fondo, no teniendo quien me sustentase; y estando en este pensamiento y confusion, de repente y sin procurarlo me asaltó un sueño profundísimo, y cuando ménos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza ni imaginar la más discreta imaginación humana. Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto (...) Ofrecióseme luego á la vista un real y suntuoso palacio ó alcázar, cuyos muros y paredes parecian de transparente y claro cristal fabricados; del cual, abriéndose dos grandes puertas, ví que por ellas salia, y hacia mí se venia un venerable anciano, (...)  
   Llegóse a mí, y lo primero que hizo fue abrazarme estrechamente, y luego decirme:  
   –Luengos tiempos há, valeroso caballero Don Quijote de la Mancha, que los que estamos en estas soledades encantados esperamos verte, para que dés noticia al mundo de lo que encierra y cubre la profunda cueva por donde has entrado, llamada la cueva de Montesinos: hazaña sólo guardada para ser acometida de tu invencible corazon y de tu ánimo estupendo. Ven conmigo, señor clarísimo; que te quiero mostrar las maravillas que este transparente alcázar solapa, de quien yo soy alcaide y guarda mayor perpétua, porque soy el mismo Montesinos, de quien la cueva toma nombre.  
   (...) nos tiene aquí encantados el sabio Merlin, há muchos años; y aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de nosotros; solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasion que debió tener Merlin dellas, las convirtió en otras y tantas lagunas, que ahora en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha las llaman las lagunas de Ruidera; Guadiana (...) fue convertido en un rio llamado de su mesmo nombre, el cual, cuando llegó á la superficie de la tierra y vió el sol del otro cielo, fue tanto el pesar que sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la tierra; pero, como no es posible dejar de acudir á su natural corriente, de cuando en cuando sale y se muestra donde el sol y las gentes le vean. Vanle administrando de sus aguas las referidas lagunas, con las cuales, y con otras muchas que se le llegan, entra pomposo y grande en Portugal." 
  
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   Además de instruirle sobre el origen de las lagunas de Ruidera y del intermitente Guadiana, el anciano Montesinos presenta a Don Quijote otros seres que, encantados por el mago Merlín, viven en el alcázar subterráneo, como el caballero Durandarte, su esposa Belerma, y un nutrido séquito de sirvientas, personajes todos ellos salidos de los libros de caballerías a los que tan aficionado era el hidalgo, que se lleva un gran disgusto cuando Montesinos osa comparar la belleza de Belerma con la de su señora la sin par Dulcinea del Toboso. 'Aun me maravillo yo, dijo Sancho, de cómo vuesa merced no se subió sobre el vejote, y le molió a coces todos los huesos, y le peló las barbas, sin dejarle pelo en ellas'.  
   No resultan muy de extrañar las visiones tenidas por Don Quijote en lo profundo de la caverna, dado que todo en el interior de las cuevas contribuye a crear un estado de ánimo cercano a lo alucinatorio: los oníricos y cambiantes escenarios modelados por las estalactitas, la omnipresente oscuridad, el silencio, la humedad, el frío. Existen estudios científicos realizados sobre los trastornos psicológicos que sufren los espeleólogos con estancias prolongadas en cuevas, debido al bache físico producido por la fatiga y el sueño: acumulación de tensión y cansancio, aumento de la tensión nerviosa, disputas entre los compañeros (a partir del cuarto o quinto día), aparición de alucinaciones por agotamiento físico, pérdida total del sentido del tiempo: 
 

   "Á esta sazon dijo el primo:  
   –Yo no sé, señor Don Quijote, cómo vuesa merced, en tan poco espacio de tiempo como há que entró allá bajo, haya visto tantas cosas y hablado y respondido tanto.  
   –¿Cuánto há que bajé? preguntó Don Quijote.  
   –Poco más de una hora, respondió Sancho.  
   –Eso no puede ser, replicó Don Quijote, porque allá me anocheció y amaneció, y tornó á anochecer y á amanecer otras dos veces; de modo que, á mi cuenta, tres dias he estado en aquellas partes remotas y escondidas á la vista nuestra.  
   –Verdad debe de decir mi señor, dijo Sancho; que como todas las cosas que le han sucedido son por encantamiento, quizá lo que á nosotros nos parece una hora debe de parecer allá tres dias con sus noches.  
   –Así será, respondió Don Quijote.  
   –Y ¿ha comido vuesa merced en todo este tiempo, señor mio? preguntó el primo.  
   –No me he desayunado de bocado, respondió Don Quijote, ni aun he tenido hambre, ni por pensamiento.  
   –Y los encantados ¿comen? dijo el primo.  
   –No comen, respondió Don Quijote, ni tienen excrementos mayores, aunque es opinion que les crecen las uñas, las barbas y los cabellos." 
  
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   Está también el tema de la credibilidad en entredicho de Don Quijote, que coleará a lo largo del resto de la novela. Sancho no se ha atrevido a bajar a la sima, pero tampoco puede dar crédito al relato de lo visto y oído por su señor Don Quijote en el interior de la misma, y así se lo manifiesta en repetidas ocasiones, y se lo discute en ingeniosos diálogos donde el autor juega una vez más con los planos intercambiables de lo real y de lo imaginario, con la deliberada confusión entre lo verdadero y lo ficticio que se da constantemente en el libro: 
 

   "(...) perdóneme vuesa merced, señor mio, si le digo que de todo cuanto aquí ha dicho, lléveme Dios (que iba á decir el diablo) si le creo cosa alguna (...)  
   –Si no, ¿qué crees? le preguntó Don Quijote.  
   –Creo, respondió Sancho, que aquel Merlin, ó aquellos encantadores que encantaron á toda la chusma que vuesa merced dice que ha visto y comunicado allá bajo, le encajaron en el magin ó la memoria toda esa máquina que nos ha contado, y todo aquello que por contar le queda.  
   –Todo eso pudiera ser, Sancho, replicó Don Quijote; pero no es así, porque lo que he contado, lo ví por mis propios ojos y lo toqué con mis mismas manos (...)  
   –En mala coyuntura y en peor sazon y en aciago dia bajó vuesa merced, caro patron mio, al otro mundo, y en mal punto se encontró con el señor Montesinos, que tal nos le ha vuelto. Bien se estaba vuesa merced acá arriba con su entero juicio, tal cual Dios se le habia dado, hablando sentencias y dando consejos á cada paso, y no agora, contando los mayores disparates que pueden imaginarse.  
   –Como te conozco, Sancho, respondió Don Quijote, no hago caso de tus palabras.  
   –Ni yo tampoco de las de vuesa merced, replicó Sancho, siquiera me hiera, siquiera me mate por las que le he dicho, ó por las que le pienso decir, si en las suyas no se corrige y enmienda (...)  
   –Como me quieres bien, Sancho, hablas desa manera, dijo Don Quijote; y como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado, cuya verdad ni admite réplica ni disputa." 
  
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   Creamos o no a Don Quijote, hay que dejar constancia de que nuestro valeroso caballero andante exageró un tanto el relato de sus aventuras subterráneas, pues ocurre que la célebre cueva de Montesinos existe en la vida real (o al menos como tal es identificada una cavidad cercana a las lagunas de Ruidera) y, como cualquier visitante puede comprobar, no se trata sino de una pequeña cueva de entre cinco y siete metros de profundidad. Con razón le sobraba cuerda a Don Quijote cuando descendía a la sima. No cabe reprochar, empero, intención de engaño al caballero de la Triste Figura, enderezador de tuertos, socorredor de menesterosos y espejo de espeleólogos, tenida en cuenta su desaforada imaginación, que tomaba a las ventas por castillos, los rebaños de ovejas por ejércitos guerreros, y los molinos por gigantes. 
   Más adelante, en el capítulo 41, Don Quijote vuelve a echar en cara a Sancho su escepticismo. Caballero y escudero han viajado supuestamente por los espacios siderales a lomos del caballo de madera Clavileño, en un montaje preparado para diversión de los duques, y Sancho relata su experiencia a los concurrentes, ensartando mil disparates para regocijo de todos y consternación de Don Quijote, que contraataca manifestando su incredulidad: 
 

   "(...) llegándose Don Quijote á Sancho al oido, le dijo:  
   –Sancho, pues vos quereis que se os crea lo que habeis visto en el cielo, yo quiero que vos me creais á mí lo que ví en la cueva de Montesinos, y no os digo más."  
 

   No terminan aquí las aventuras espeleológicas que la novela describe. Pero esta vez, el protagonista será muy a su pesar Sancho Panza, tal y como se relata en el capítulo 55 de la segunda parte. Sancho ha salido escaldado y descalabrado de su cargo de gobernador de la ínsula Barataria y vuelve al castillo de los duques donde está su señor alojado. 
 

  
Sancho Panza, espeleólogo por accidente 

   Capítulo LV  
   De cosas sucedidas á Sancho en el camino, y otras, que no hay más que ver  
   "El haberse detenido Sancho con Ricote no le dió lugar á que aquel día llegase al castillo del duque; puesto que llegó media legua dél, donde le tomó la noche, algo escura y cerrada; pero, como era verano, no le dió mucha pesadumbre; y así, se apartó del camino con intencion de esperar la mañana; y quiso su corta y desventurada suerte que, buscando lugar donde mejor acomodarse, cayeron él y el rucio en una honda y escurísima sima que entre unos edificios muy antiguos estaba. Y al tiempo del caer, se encomendó á Dios de todo corazon, pensando que no había de parar hasta el profundo de los abismos; y no fue así, porque, á poco más de tres estados, dió fondo el rucio, y él se halló encima dél, sin haber recebido lision ni daño alguno. Tentóse todo el cuerpo y recogió el aliento, por ver si estaba sano ó agujereado por alguna parte; y viéndose bueno, entero, y católico de salud, no se hartaba de dar gracias á Dios, nuestro Señor, de la merced que le habia hecho, porque sin duda pensó que estaba hecho mil pedazos. Tentó asimismo con las manos las paredes de la sima, por ver si seria posible salir della sin ayuda de nadie; pero todas las halló rasas y sin asidero alguno, de lo que Sancho se congojó mucho, (...)  
   –¡Ay! dijo entónces Sancho Panza, y ¡cuán no pensados sucesos suelen suceder á cada paso á los que viven en este miserable mundo! ¿Quién dijera que el que ayer se vió entronizado, gobernador de una ínsula, mandando á sus sirvientes y á sus vasallos, hoy se había de ver sepultado en una sima, sin haber persona alguna que le remedie, ni criado ni vasallo que acuda a su socorro? Aquí habrémos de perecer de hambre yo y mi jumento, si ya no nos morimos ántes, él de molido y quebrantado, y yo de pesaroso; á lo ménos no seré yo tan venturoso como lo fue mi señor Don Quijote de la Mancha cuando descendió y bajó á la cueva de aquel encantado Montesinos, donde halló quien le regalase mejor que en su casa; que no parece sino que se fué á mesa puesta y á cama hecha. Allí vió él visiones hermosas y apacibles, y yo veré aquí, á lo que creo, sapos y culebras. ¡Desdichado de mí, y en qué han parado mis locuras y fantasías! De aquí sacarán mis huesos, cuando el cielo sea servido que me descubran, mondos, blancos y raidos, y los de mi buen rucio con ellos, por donde quizá se echará de ver quién somos, á lo menos de los que tuvieren noticias que nunca Sancho Panza se apartó de su asno, ni su asno de Sancho Panza." 
  
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   Sancho Panza pasa toda la noche lamentando su desgracia, y al llegar la claridad del día comprende que es de toda suerte imposible salir de aquel pozo sin ayuda. Da voces sin que nadie pueda escucharle, recoge las alforjas, da de comer un pedazo de pan a su jumento, 'que no le supo mal'. 
 

   "En esto descubrió á un lado de la sima un agujero, capaz de caber por él una persona, si se agobiaba y encogia. Acudió á él Sancho Panza, y agazapándose, se entró por él, y vió que por de dentro era espacioso y largo; y púdolo ver porque, por lo que se podía llamar techo, entraba un rayo de sol, que lo descubria todo. Vió tambien que se dilataba y alargaba por otra concavidad espaciosa; viendo lo cual, volvió á salir adonde estaba el jumento, y con una piedra comenzó á desmoronar la tierra del agujero, de modo que en poco espacio hizo lugar donde con facilidad pudiese entrar el asno, como lo hizo; y cogiéndole del cabestro, comenzó á caminar por aquella gruta adelante, por ver si hallaba alguna salida por otra parte; á veces iba á escuras y á veces sin luz, pero ninguna vez sin miedo.  
   –¡Válame Dios Todopoderoso! decia entre sí; esta, que para mí es desventura, mejor fuera para aventura de mi amo Don Quijote. Él sí que tuviera estas profundidades y mazmorras por jardines floridos y por palacios de Galiana; y esperara salir de esta escuridad y estrecheza á algun florido prado; pero yo, sin ventura, falto de consejo y menoscabado de ánimo, á cada paso pienso que debajo de los piés, de improviso se ha de abrir otra sima más profunda que la otra, que acabe de tragarme; bien vengas, mal, si vienes solo.  
   Desta manera, y con estos pensamientos, le pareció que habria caminado poco ménos de media legua, al cabo de la cual descubrió una confusa claridad, que parecia ya que por alguna parte baja entraba, y daba indicio de tener fin abierto aquel, para él, camino de la otra vida." 
  
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   Salta ahora el narrador de punto de vista y vuelve a centrarse en Don Quijote, que está en un campo cercano al castillo de los duques, de donde es huésped de honor, entrenándose para un duelo contra el lacayo Tosilos, con el propósito de reparar la honra de la hija de doña Rodríguez. 
 

   "(...) dando un repelon ó arremetida á Rocinante, llegó á poner los piés tan junto á una cueva, que á no tirarle fuertemente las riendas, fuera imposible no caer en ella. En fin, le detuvo, y no cayó; y llegándose algo más cerca, sin apearse, miró aquella hondura, y estándola mirando, oyó grandes voces dentro, y escuchando atentamente, pudo percebir y entender que el que las daba decía:  
   –¡Ah de arriba! ¿Hay algún cristiano que me escuche, ó algun caballero caritativo que se duela de un pecador enterrado en vida? ¿de un desdichado desgobernado gobernador?  
   Parecióle a Don Quijote que oia la voz de Sancho Panza, de que quedó suspenso y asombrado, y levantando la voz todo lo que pudo, dijo:  
   –¿Quién está allá abajo? ¿Quién se queja?  
   –¿Quién puede estar aquí, ó quién se ha de quejar, respondieron, sino el asendereado Sancho Panza, gobernador, por sus pecados y por su mala andanza, de la insula Barataria, escudero que fue del famoso caballero Don Quijote de la Mancha.  
   Oyendo lo cual Don Quijote, se le dobló la admiracion y se le acrecentó el pasmo, viniéndosele al pensamiento que Sancho Panza debia de ser muerto, y que estaba allí penando su alma; y llevado desta imaginacion dijo:  
   –Conjúrote por todo aquello que puedo conjurarte como católico cristiano, que me digas quién eres; y si eres alma en pena, dime qué quieres que haga por tí, que pues es mi profesion favorecer y acorrer á los necesitados deste mundo, tambien lo será para acorrer y ayudar á los menesterosos del otro mundo, que no pueden ayudarse por sí propios.  
   –Desa manera, respondieron, vuesa merced, que me habla, debe de ser mi señor Don Quijote de la Mancha, y aun en el órgano de la voz no es otro sin duda.  
   –Don Quijote soy, replicó Don Quijote, el que profeso socorrer y ayudar en sus necesidades á los vivos y á los muertos; por eso díme quién eres, que me tienes atónito porque, si eres mi escudero Sancho Panza, y te has muerto, como no te hayan llevado los diablos, y por la misericordia de Dios estés en el purgatorio, sufragios tiene nuestra santa madre la iglesia católica romana bastantes á sacarte de las penas en que estás, y yo lo solicitaré con ella por mi parte con cuanto mi hacienda alcanzare; por eso acaba de declararte y díme quién eres.  
   –¡Voto á tal! respondieron; y por el nacimiento de quien vuesa merced quisiere, juro, señor Don Quijote de la Mancha, que yo soy su escudero Sancho Panza, y que nunca me he muerto en todos los días de mi vida; sino que habiendo dejado mi gobierno por cosas y causas, que es menester más espacio para decirlas, anoche caí en esta sima, donde yago, el rucio testigo, que no me dejará mentir, pues, por más señas, está aquí conmigo.  
   Y hay más, que no parece sino que el jumento entendió lo que Sancho dijo, porque al momento comenzó á rebuznar tan recio, que toda la cueva retumbaba.  
   –¡Famoso testigo! dijo Don Quijote; el rebuzno conozco como si le pariera, y tu voz oigo, Sancho mio. Espérame: iré al castillo del duque, que está aquí cerca, y traeré quien te saque desta sima, donde tus pecados te deben haber puesto." 
  
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   Acude Don Quijote a pedir rescate al castillo de los duques, que 'no poco se maravillaron' al escuchar el suceso. 
 
 
   "Finalmente, llevaron, como dicen, sogas y gente, y á costa de mucha y de mucho trabajo, sacaron al rucio y á Sancho Panza de aquellas tinieblas á la luz del sol.  
   Vióle el estudiante, y dijo:  
   –Desta manera habian de salir de sus gobiernos todos los malos gobernadores, como sale este pecador del profundo del abismo, muerto de hambre, descolorido y sin blanca, á lo que yo creo."  
 

    Cervantes Saavedra, Miguel de. 'El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha'  

  
  
  
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4.  Una exposición colectiva y abierta
 
   La fotografía de Naturaleza tiene un sitio en esta web. Hemos empezado por temas espeleológicos, y en un futuro próximo se irán incorporando otras secciones con temática de fotografía de montaña. 
   La pequeña muestra de fotos que exponemos virtualmente en fotoAleph no es sino una mínima selección de imágenes de cuevas en su mayor parte ubicadas en Navarra y Soria, obtenidas por varios fotógrafos. Las cuevas exhibidas no son ni las más importantes ni las más representativas de sus respectivas zonas. Algunas son más conocidas, otras menos, pero todas tienen sin duda su duende, su encanto único e intransferible. 
   Como no queremos fomentar la visita indiscriminada y masiva a las cuevas, sino sólo dar una ligera idea de los tesoros que tenemos cerca y poca gente conoce, hemos eludido conscientemente proporcionar información sobre los emplazamientos exactos de las cavidades, limitándonos a mencionar de forma genérica los macizos kársticos en que se hallan ubicadas, sin más referencias para su localización. Los verdaderos aficionados a la espeleología ya sabrán dónde preguntar para encontrarlas. 
   Como criterio de selección de las fotos primamos siempre los aspectos visuales, el intento de captar la singular belleza de los criptopaisajes, por encima de otros aspectos de tipo científico o didáctico, que serían más propios de otro lugar. 
   Se trata de una colección incipiente, pero con ánimo de crecer. Está abierta a otras colaboraciones. Nuestra intención es que esta página sea el germen de una exposición colectiva permanente, que se vaya poco a poco enriqueciendo con aportaciones de más fotógrafos, incorporando imágenes de otras cuevas de no importa qué lugares o qué países, ya que el mundo subterráneo no tiene fronteras. 
   Animamos desde aquí a todos los fotógrafos con temas semejantes (sean o no espeleólogos profesionales) que deseen exhibir sus trabajos en internet, a sumarse a la idea. Usted pone las fotos, nosotros la plataforma técnica para poder enseñarlas al mundo. Para conocer las condiciones, consulte en esta misma web nuestra Propuesta de colaboración con fotógrafos
   O infórmese directamente, enviando un e-mail a fotoAleph: info@fotoaleph.com 
 
Reconocimientos 
   Deseamos desde aquí expresar nuestro agradecimiento al Servicio de Medio Ambiente de la Delegación Territorial en Soria de la Junta de Castilla y León, por el permiso concedido a nuestro equipo para visitar la cueva de la Galiana Baja, en el Parque Natural del Cañón del Río Lobos. 
 
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Bibliografía consultada:

- Cervantes Saavedra, Miguel de. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (grabados de Gustave Doré. J. Pérez del Hoyo, Madrid, 1967)
- Martínez Hernández, José. Manual de espeleología (Ediciones Desnivel, 1997)
- V.V.A.A. Catálogo espeleológico de Navarra. Trabajos del Grupo de la 'Institución Príncipe de Viana', 1953-1979. (Diputación Foral de Navarra. Institución Príncipe de Viana. Pamplona, 1980)
- V.V.A.A. El Mundo Subterráneo en Euskal Herria. Geografía del karst. Cultura. Criptopaisajes (Editor: Txomin Ugalde, Editorial Ostoa, S.A., Lasarte-Oria, 1997)

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