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 MARRAKESH
 La puerta al corazón del Magreb
Marrakesh
  
   Marrakesh es una ciudad que no se parece a ninguna otra de Marruecos y que, sin embargo, podría ser considerada como la más marroquí (o la más magrebí) de sus poblaciones.
   Inextricable entramado de callejuelas, pasajes cubiertos, zocos, tiendas, talleres de actividades artesanales, mezquitas, madrasas, palacios, murallas, jardines..., la medina de Marrakesh es un incomparable ejemplo de urbanismo medieval islámico y es también una ciudad histórica que no tiene nada de museo y sigue tan viva como cuando ostentaba el rango de capital del imperio almorávide. El modo de vida de sus habitantes, en el siglo XXI, síntesis de la interacción entre nomadismo y sedentarismo, evoca todavía en muchos aspectos al de las sociedades tardomedievales europeas.
   Sirva esta exposición de fotografías como puerta de acceso a una de las ciudades más fascinantes del occidente musulmán.
   100 fotografías on line
Indices de fotos
Indice 1
Indice 2
Indice 3
Indice 4
Indice 5
Indice 6
Indice de textos
La ciudad roja
Un espectáculo perpetuo
Inmersión en la medina
Secretos del laberinto
Marrakesh. Breve historia
Tesoros artísticos de Marrakesh
Pervivencia del arte arábigo-andalusí
Alicatado: el arte del azulejo
Caligrafía: la belleza de las palabras
Mezquita Kutubia
Puerta Agnau
Madrasa Ben Yussef
Tumbas saadianas
La Menara
Bibliografía

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   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...

                                                                             (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)




   Vi una ciudad roja encerrada en una muralla roja rodeada del verde oscuro de un palmeral. Las nieves del Atlas levantaban otra muralla, allá en el horizonte.
   Mis ojos se adentraron en sus calles, que eran mercados, a veces oscuros, a veces de un sol cegador, y vagaron en un laberinto de luces y colores que parecía no tener salida ni principio ni fin. Que se desdoblaba y ramificaba en pasadizos entre tinajas de barro y calderos de cobre, entre alfombras voladoras y joyas bereberes, artículos de brujería e instrumentos musicales, talleres de carpinteros y fábricas de antigüedades.
   Vi Marrakesh, la fabulosa Marrakesh, medina viva del medievo islámico, puerta a las rutas del Sahara, exótica joya del oriente engarzada en el occidente.
  
  
  

  
La ciudad roja
  
   Marrakesh es la mayor ciudad del sur de Marruecos y la tercera más poblada del país, después de Casablanca y Rabat.   Cronológicamente es la segunda ciudad imperial de Marruecos (siendo Fez la primera, y las posteriores Rabat y Mequínez), al haber sido sede central de un reino que, en el siglo XI, dominó gran parte del Magreb y el sur de España.
   Del término 'Marrakesh' (también escrito Marrakech) derivan los topónimos con que se conoce al país (cuyo nombre oficial es 'Al-Magreb') en los distintos idiomas europeos: Marruecos, Maroc, Morocco...
   La ciudad de Marrakesh se asienta en la zona media de la fértil llanura de Hauz, al sur del ued Tensift. Encrucijada de caminos, comunica el norte y la costa con las montañas del Atlas y el Sahara. De Marrakesh parte la única carretera que atraviesa el Alto Atlas para conectar con el valle del Draa. Otra ruta lleva directa al valle del Sus y al Anti Atlas. Essaouira, la antigua Mogador, en la costa atlántica, está a solo 170 km.
Marrakesh   A Marrakesh acuden con regularidad los habitantes de todo el sur de Marruecos. Los campesinos llevan sus verduras, frutas y hierbas raras a vender en los zocos. Los artesanos traen tejidos hechos a mano y cacharros de alfarería para la venta ambulante. Con los residentes se mezcla una población flotante de gentes venidas del Atlas, del Anti Atlas, del valle del Sus, del Sahara, convirtiendo a Marrakesh en un activo nudo de intercambios comerciales.
   Los primeros aromas del Sahara nos llegan cuando avistamos el tupido palmeral que ciñe con su verde cinturón la muralla que rodea la medina antigua de Marrakesh. Sus cien mil palmeras no son autóctonas: las plantaron los almorávides cuando hicieron de Marrakesh su capital. En el horizonte se yergue el murallón de la cordillera del Alto Atlas, con sus montañas de 3.000 y 4.000 m de altura, la mayor parte del año nevadas. Resulta sumamente sugestivo el contraste entre las palmeras que vemos en primer término y la nieve de los escarpados picos que se dibujan en el telón de fondo. Los dromedarios que merodean por Bab Jdid, una de las puertas de la muralla, acentúan la discordancia.
   Las murallas almenadas de Marrakesh, construidas en 1126, reforzadas cada cierto tramo con robustos torreones cuadrados y perforadas por diecinueve puertas monumentales, rodean por completo la medina antigua, alcanzando los 10 kilómetros de perímetro. Con una extensión de 700 hectáreas, la medina de Marrakesh es llamada la 'ciudad roja' por el color predominante con que están enlucidos sus edificios y murallas de adobe (foto02). Quienes contemplen esta exposición de fotos podrán confirmar con sus propios ojos lo apropiado del epíteto.
  
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   El corazón de Marrakesh es la célebre plaza de Jmaa el-Fna, un pintoresco mercado al aire libre que va cambiando de fisonomía conforme transcurren las horas del día (foto01). A su lado este se levanta la mezquita Kutubia, del siglo XII, cuyo minarete de 69 m de alto (foto61), construido por cautivos españoles capturados por los almohades, rivaliza en majestuosidad con la Giralda de Sevilla.
   Desde la plaza se penetra en los zocos de la ciudad (entrar), un abigarrado mundo de extraños olores y vivos colores, un dédalo de pasadizos llenos de quiebros, revueltas y oscuros recovecos, donde se exponen 'pour le plaisir des yeux' todos los artículos que una persona puede necesitar en su vida cotidiana, más algunos que ni se imagina.
   La medina de Marrakesh esconde también en lo profundo de su laberinto verdaderas obras maestras de la arquitectura arábigo-andalusí. Citemos la magnífica madrasa de Ben Yussef, que aunque de época saadiana (siglo XVI) se inspira para su decoración en los inigualables logros que alcanzaron las madrasas meriníes de Fez. Citemos también las tumbas saadianas, auténticas obras maestras de la ornamentación hispano-morisca.
   Las ruinas del gran palacio del Bedi son hoy el marco del Festival Nacional de las Artes Populares de Marrakesh, que se celebra todos los años durante dos semanas de julio. Las danzas y cánticos representados, los instrumentos musicales que se tocan, los atuendos, joyas y maquillajes de los participantes, son los mismos que se utilizan en las festividades religiosas o familiares de los pueblos rurales del Magreb.
   El mausoleo Sa'di (siglo XVI), el palacio Dar el-Beida (s. XVIII), la residencia real Bahia (s. XIX) son otros testimonios arquitectónicos que reflejan el crecimiento histórico de la ciudad en las últimas centurias. El Palacio Real es un extenso complejo de edificios con jardines interiores y un mechuar o gran patio de audiencias, que sigue siendo hoy residencia privada de la Casa Real alauita (foto58). La ciudad de Marrakesh está amenizada con extensos parques, situados extramuros, especialmente el olivar de la Menara y los jardines amurallados del Agdal, de 400 hectáreas.
   La medina de Marrakesh fue incorporada al Catálogo del Patrimonio de la Humanidad en 1985.
  
  
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Un espectáculo perpetuo
  
   No hay mejor punto de partida para explorar la medina de Marrakesh que la plaza Jemaa el-Fna, una feria permanente que va transformando su aspecto según pasan las horas, como si fuera un espectáculo público dividido en actos con sus correspondientes cambios de escenografía. Antaño éste era el lugar donde los sultanes torturaban, ajusticiaban y exponían los cráneos de rebeldes y criminales.
   Por la mañana la plaza es ocupada por un centenar de tenderetes dedicados exclusivamente a vender zumos de naranja. Cada tendero reclama a voces la atención de los viandantes para atraerlos a su propio chiringo. Toma dos o tres piezas de entre los montones de naranjas que colman el mostrador, las corta por la mitad y las exprime con un par de vigorosos movimientos del brazo utilizando una exprimidora de palanca. Si el cliente es nuevo, el tendero le regalará de propina medio vaso más de zumo, y de paso intentará fidelizar el consumo mostrándole un rótulo con el número del tenderete. "Vuelve mañana, amigo. A este puesto. No a otro. Recuerda: número 63".
Marrakesh   Poco a poco se van instalando, sentados en taburetes o en el mismo suelo (foto03), protegidos del sol bajo sombrillas, vendedores y vendedoras ambulantes, muchos venidos del campo, que ofrecen a los peatones sus exiguas mercancías extendidas sobre una esterilla (foto05). Lechugas, tomates, especias, hierbas aromáticas y medicinales, cazuelas de barro o latón, cestos de mimbre, gorros y turbantes, o un simple vaso de té.
   Los aguadores venden agua fresca en cántaros de barro (foto04). Hay aguadores vestidos al modo tradicional, con vistosos sombreros y faldones festoneados de telas rojas; portan colgado del hombro un curioso recipiente de latón lleno de agua, que vierten por un pitorro a un vaso. Se anuncian con un tintineo de campanillas que llevan cosidas al traje. Sus ganancias provienen, sin embargo, más que del agua que suministran al sediento, de dejarse fotografiar luciendo sus pintorescos atuendos a cambio de unas monedas.
   Aquí y allá se van formando nutridos corrillos de mirones en torno a espectáculos circenses improvisados de saltimbanquis y malabaristas, acróbatas y tragafuegos, grupos de música y danza gnaua, contiendas de boxeo o lucha libre, timbas de naipes o dados donde se realizan apuestas, trileros, echadores de cartas, pronosticadores de la buenaventura...
  
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   A la hora de comer la plaza se ha convertido en un inmenso restaurante al aire libre, envuelto en una espesa humareda que surge de las decenas de parrillas donde se asan a la brasa carnes y pescados. Cada parrilla está rodeada por los cuatro costados de un cerco de mesas y bancos corridos donde se aprietan los comensales para dar cuenta de las viandas. A falta de agua corriente, unos pinches de cocina se afanan en enjuagar los platos usados en una palangana. En unos enormes calderos cilíndricos se calienta la harira, un potaje de legumbres, alimento básico de los menos pudientes, que se sirve en boles de barro. Un plato muy apreciado son los cuencos de caracoles hervidos, y quienes deseen un postre pueden optar entre una gran variedad de pasteles caseros, como por ejemplo los 'cuernos de gacela', un dulce con forma de cuerno relleno de una pasta de almendras y miel.
   Al caer la tarde los comederos han desaparecido como por arte de birlibirloque y la plaza se va llenando de una muchedumbre cada vez más numerosa de ciudadanos que han terminado su horario de trabajo y acuden al lugar para contemplar los espectáculos callejeros y disfrutar de un par de horas de asueto hasta que llegue la noche.
   Entre los numerosos corros podremos distinguir algún que otro encantador de serpientes. Se sienta en el suelo con unos cuantos cestos delante, cubiertos con tapas, y blandiendo en sus manos una flauta. En cuanto se acercan posibles espectadores, rompe a interpretar una chirriante melodía a la vez que quita la tapa al cesto de un manotazo. Una cobra adormilada asoma la cabeza por el borde del canasto y se yergue durante unos instantes desplegando su caparazón y balanceando el cuerpo. Los mirones, instintivamente, dan unos pasos atrás. Una vez que le han arrojado unas monedas y comienzan a alejarse, el encantador encierra de nuevo la cobra en su canasto empujándole bruscamente la cabeza con la tapa. Otra manera de sacar beneficio a estos ofidios es usar a una pacífica e inofensiva serpiente pitón como si fuera una bufanda, enrollándola alrededor del cuello del transeúnte para que se haga una foto. Hay también quienes utilizan con el mismo fin monos domesticados (macacos del Atlas), que colocan en el hombro del paseante para la pose.
   Cerca se ven otros pequeños grupos de dos, tres o cuatro personas, sentadas en el asfalto, escuchando embelesadas a los contadores de cuentos, que relatan con pasión viejas historias de tiempos de los almorávides, fábulas de princesas encantadas y amores traicionados, de héroes y magos, de genios y tesoros ocultos. El narrador pone tanto énfasis, tanto apasionamiento en lo que cuenta en su cerrado árabe coloquial marroquí, ayudado de gestos de las manos y muecas del rostro, que a los oyentes les saltan las lágrimas en los ojos.
   La UNESCO ha calificado las literaturas de transmisión oral como un patrimonio cultural inmaterial que es necesario proteger en todo el mundo, y ha señalado expresamente la tradición de los contadores de cuentos de la plaza Jemaa el-Fna de Marrakesh como ejemplo de la riqueza inventiva que pueden atesorar esos relatos y leyendas que han viajado de boca en boca, de generación en generación, sin haber sido nunca registrados por escrito.
  
  
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Inmersión en la medina
  
   El trazado de la plaza Jmaa el-Fna es un polígono irregular cóncavo, rodeado de cafés y restaurantes, con sus respectivas terrazas en la planta baja y el primer piso. Por uno de sus costados se abre la entrada a los zocos de la medina, los barrios donde se agolpan las tiendas y talleres de artesanía, y a partir de aquí, franqueando un portalón ornado con tracerías de estuco, nos sumergimos en otro mundo. Deslumbrados por la potente luz de la plaza, a nuestros ojos les cuesta un rato acostumbrarse a la oscuridad. Las calles están cubiertas con cañizos y emparrados para atenuar el calor. El sol se filtra por las rendijas con delgadas láminas de luz que rebanan el aire y proyectan sobre personas y objetos un enrejado de sombras como rayas de una piel de cebra (fotos21 y siguientes).
Marrakesh   ¿Qué tesoros no habrá escondidos en estas oscuras callejas, en estos recónditos cubículos? Quizá no lo sepan ni los cuenta-cuentos de la plaza. Los más variopintos productos de artesanía se suceden sin interrupción según avanzamos, invadiendo la calzada, cubriendo las fachadas de los establecimientos. Un muestrario inabarcable de objetos manufacturados se ofrece al paso del viandante, que además tiene aquí el privilegio de observar cómo son fabricados por los mismos artesanos, usando técnicas que han sido transmitidas de maestros a aprendices desde la Edad Media.
   Veamos por ejemplo cómo se confeccionan piezas torneadas en madera para juegos de ajedrez (fotos 42 y 43). El artesano utiliza como mecanismo giratorio una cuerda tensada por un arco y enlazada por un bucle a un cilindro de madera sin desbastar, sujeto por sus extremos con dos puntas de hierro a modo de pivotes. Con un enérgico vaivén de brazos, imprime un veloz movimiento rotatorio al cilindro, al tiempo que emplea los dedos del pie para sujetar con más firmeza el formón con que tornea la pieza a fin de transformarla en torre, alfil o peón (el sistema no sirve para el caballo), adelgazándola de las partes que le sobran hasta llenar el suelo de virutas.
   Los distintos gremios se distribuyen por calles o zonas, cada una especializada en una rama artesanal, tal como ocurría en los burgos bajomedievales europeos. Deambularemos así por el zoco de los caldereros, el zoco de los carpinteros, de los tintoreros, de los curtidores, de los alfareros, etc. Quien desee adquirir un determinado producto, no sólo sabrá a qué zona de la medina dirigirse para encontrarlo, sino que, dado que las tiendas y talleres se agrupan por gremios en apretada sucesión, pared contra pared, podrá comparar cómodamente precios y calidades entre la competencia.
  
   "Los zocos son aromáticos, frescos y plenos de colorido. El olor, siempre agradable varía a cada paso según la naturaleza de los productos. No existe nombre ni anuncio alguno, tampoco un solo escaparate. Todo cuanto hay a la venta está expuesto. Nunca se sabe lo que costarán las cosas, igual suben los precios que permanecen estables.
   Los puestos y tiendas en los que se vende lo mismo están apiñados en agrupaciones de veinte, treinta o más. Hay un bazar de especias y otro de artículos de piel. Los cordeleros tienen su sitio y los cesteros el suyo. Entre los vendedores de alfombras algunos poseen grandes y amplios almacenes, se pasa por delante de ellos como si constituyesen una ciudad aparte, en la cual no se nos invita enfáticamente a entrar. Los joyeros se disponen alrededor de un patio propio, en muchas de cuyas estrechas tiendas pueden verse hombres trabajando."
   (Elias Canetti, Las voces de Marrakesh)
  
   Callejeando por estos pasajes cubiertos, que es como recorrer el túnel del tiempo, tendremos ocasión de admirar, algo aturdidos por su desbordante proliferación, los más heteróclitos productos de pasamanería, marroquinería y talabartería (foto07). Objetos que parecen de otras épocas pero se fabrican en ésta. Tejidos realizados con telares manuales, brocados, cintos, turbantes, chilabas (foto41), kaftanes bordados a mano, babuchas. Antiguas puertas y ventanas de madera con tracerías policromadas (foto19). Cítaras, laúdes y tambores (foto09). Mesitas plegables para el té. Bandejas y teteras de cobre y latón. Platos y fuentes de loza vidriada decorados con una variedad infinita de dibujos y colores de raigambre popular pero de gran refinamiento en su ejecución (fotos 08, 11, 12). Tibores de porcelana repujados con filigranas de hilo de plata. Cazuelas de barro con tapas cónicas para cocinar el tayín (un guisado de carnes y verduras). Pipas de kif, con sus correspondientes cazoletitas de barro de repuesto. Joyas, gargantillas, pulseras, ajorcas, pendientes, sortijas diseñadas al estilo bereber. Fósiles (incluyendo trilobites falsificados), geodas y minerales raros. Espejos, samovares, braseros, frascos de perfumes, amuletos, quincallería varia.
  
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Marrakesh  
   No todo son productos manufacturados: también hay, dispersos por las calles, distintos profesionales que ofrecen sus servicios. Zapateros remendones que reparan hasta la más humilde chancleta de plástico. Escribientes públicos que mecanografían para los iletrados cartas o documentos oficiales. Barberos que, tras afeitarle a navaja, dan al cliente un masaje de cabeza. Sacamuelas que extraen los dientes con tenazas y sin anestesia (para aplacar el dolor aconsejan al paciente que apriete fuertemente con sus manos un volumen del Corán). Cocineros ambulantes que ofrecen salchichas, brochetas, buñuelos, fritangas. Muchachos que expenden dátiles, pistachos, altramuces.
   Por un lateral del pasadizo salimos a la luz de una plazuela triangular salpicada de olivos, la plaza de Bab Fteuh, conocida también como plaza de las Especias, que está toda ella cubierta de alfombras (fotos13 y siguientes). No en el suelo, sino en las fachadas de las casas, que hacen las funciones de escaparate. Toda clase de alfombras, kilims y tapices, de todos los diseños y tamaños, cuelgan de las paredes y tejavanas, creando un espacio multicolor alrededor de las vendedoras ambulantes que, sentadas en la calzada y con el rostro cubierto con un pañuelo, exponen al público en esterillas mandarinas, nabos, zanahorias, pimientos, jengibre, gorras y cestos.
   Una tienda de la plaza llama la atención por las pieles de animales que cuelgan del dintel de entrada (foto18). Es una de las que llaman 'farmacias bereberes': un antro donde se recopilan toda clase de despojos animales y productos vegetales destinados a elaborar pócimas, mejunjes y supuestos remedios de medicina tradicional, no muy lejanamente emparentados con la magia y la brujería. Aquí se pueden encontrar pieles de zorros, de conejos, de gacela, de puerco-espín. Patas y garras de alimañas del desierto, lagartos y serpientes disecados de diversas especies, cuernos de búfalo, pinzas de crustáceos y hasta una cabeza de tiburón que no logramos adivinar para qué servirá. Venden también animales vivos, como camaleones o tortugas, encerradas éstas en pequeñas jaulas de madera (nombre científico: tortuga mora, el animal más longevo del sur del Mediterráneo). Hay asimismo cestos repletos de yerbas, tubérculos y raíces medicinales, y tarros de vidrio con semillas, flores y plantas secas para distintas aplicaciones terapéuticas. Analgésicos, laxantes, barbitúricos. Hay elixires de amor y amuletos contra el mal de ojo con la forma de la 'mano de Fátima'. Preguntado el farmacéutico para qué se emplean las flores de opio que conserva en un frasco, nos asegura que se trata de un eficaz calmante. "Si el niño no te duerme, le das a beber una infusión de veinte flores y te dormirá toda la noche como un bendito".
   Un pasaje cubierto desemboca, a través de un portalón de arco polilobulado, en el zoco de los tintoreros (fotos28-40). Una explosión de vivos colores nos deslumbra los ojos. Telas, hilos, cordones y madejas de lana, recién teñidos con tintes naturales, se ponen a secar sujetos por ganchos o tendidos de cuerdas que van de lado a lado de la calle. Cuelgan sobre nuestras cabezas como pendones multicolores, y las luces del entorno se tiñen de amarillos y azules, de malvas y fucsias.
  
  
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Secretos del laberinto
  
   Pese a su aspecto marcadamente rural, Marrakesh es una ciudad cosmopolita que desde hace décadas acoge y da cordial bienvenida a los viajeros de todo el mundo. Recordemos lo que cantaban Crosby, Stills & Nash a finales de los sesenta: "¿No sabes que estamos viajando en el expreso de Marrakesh / todos a bordo de ese tren?"
   Es así como el turismo constituye hoy una de las principales fuentes de ingresos de una ciudad que, además de un potente centro de producción artesanal, es toda ella un inmerso mercado. Digamos también que los comerciantes de Marrakesh son consumados expertos en las técnicas del regateo. No necesitan ordenador: computan las cifras en su cerebro. Se saben de memoria los precios de venta al público de hasta el último chisme que se exhibe en la tienda, más el coste de origen, los precios al por mayor, los posibles márgenes comerciales y los tantos por ciento de las comisiones que han de reservar a terceros. Lo de la comisión es una regla no escrita pero de cumplimiento obligado en Marruecos: si un foráneo entra en la tienda acompañado de un marroquí, aunque sean simplemente amigos, se le cargará en el precio un porcentaje destinado a retribuir los servicios de intermediación del nativo, al que se le supone un 'guía'. En el proceso de regateo, el tendero no tiene ninguna prisa; lo habitual es que ofrezca al cliente un té a la menta mientras efectúa la transacción con total parsimonia. El comprador, por el contrario, casi siempre anda escaso de tiempo, por lo que negociará en inferioridad de condiciones.
Marrakesh   Los falsos guías son una institución, no solo en Marrakesh, sino en todas las ciudades históricas de Marruecos. Son jóvenes desempleados que se ganan la vida 'guiando' al turista-cliente potencial a la tienda de turno. El árabe coloquial marroquí les sirve para establecer una especie de código secreto con el vendedor, al que informan, sin que el cliente se entere, del país de origen de éste y de su probable nivel económico, que intuyen tras haber estado observándole un rato. Saben muy bien que los distintos ciudadanos de Europa poseen distinta capacidad adquisitiva; un griego nunca será tan acaudalado como un sueco. Es importante diferenciarlos, ya que de ello depende la cuantía de la comisión que percibirán. Si el turista es alemán, el guía le dice al tendero que es schleu, término que alude a una sub-etnia bereber que habita en el Atlas, cuyo idioma les suena tan incomprensible como el alemán. Si el turista es italiano, la palabra secreta es la que en árabe designa a los spaghetti. Si es español, lo calificará cariñosamente como un ajj, es decir, un 'hermano', alguien a quien no se le puede cobrar tanto como a un inglés. Cuando el guía ha observado que el extranjero maneja los dirhams con prodigalidad, se lo anuncia al comerciante con una frase aparentemente inocua como "me subo a la azotea", que implica que se le puede clavar un precio desorbitado. Etcétera.
  
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   A diferencia de Fez, que tiene todas sus calles en cuesta, el terreno donde se asienta Marrakesh es una llanura, lo que favorece la utilización de calesas tiradas a caballo para pasear por sus avenidas, y también es muy propicio para la circulación en bicicleta o motocicleta, únicos vehículos que, además del carro de burro, caben con cierta holgura en las estrechas callejas de la medina. Un paseo en bicicleta nos permite circunvalar la medina antigua siguiendo el trazado de las murallas, atravesando palmerales y penetrando en barrios alejados del centro por puertas poco frecuentadas.
   Al extremo norte, intramuros, nos toparemos con el zoco de alfarería (fotos 52, 53, 54). Un heterogéneo apilamiento de cántaros, tinajas, macetas, jarrones, tiestos, cuencos, tazones, braseros..., toscamente realizados en barro cocido, colma por completo los almacenes y tiendas de esta red de calles, ocupando todos los espacios disponibles, incluso las azoteas. A veces la rústica belleza de estos cacharros, de arcaicos diseños y sobria decoración lineal, no desmerece al ser comparada con la de las más sofisticadas realizaciones en loza vidriada o porcelana esmaltada. "Oficio noble y bizarro, / entre todos el primero. / Pues en las artes del barro / Dios fue el primer alfarero / y el hombre el primer cacharro".
   Sigamos recorriendo la muralla. Por una de sus diecinueve puertas, la de Bab Debbarh, situada al nordeste, penetramos en el barrio de los curtidores, que ya anunciaba de lejos su presencia con los fétidos olores que saturan el ambiente. Es un barrio un tanto aislado del resto de la ciudad y pegado a la muralla, como un reducto aparte. Sus casonas encierran patios dedicados al curtido de pieles. En los suelos se abren grandes tinas de cemento a modo de cráteres, llenas hasta la mitad de líquidos de penetrantes olores e intensos colores, donde se maceran y tintan los pellejos de corderos y cabras que serán luego convertidos en bolsos, zapatos, chaquetas, cinturones y otros mil artículos de marroquinería y confección en cuero.
  
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   Tanto en éste como en otros barrios de Marrakesh es frecuente encontrar fonduks, es decir, antiguos caravasares o posadas caravaneras, donde antaño se alojaban mercaderes, animales de carga y mercancías. Hoy el tráfico comercial de Marruecos va por otros lados, y los fonduks se han reconvertido en almacenes, talleres artesanales y viviendas. Entremos en sus patios porticados (foto44). Veremos grandes balanzas de platillos, de altura mayor que la humana, que todavía se usan para pesar leña, grano, materiales de construcción... En el patio de un fonduk se restauran voladizos artesonados de estalactitas en madera policromada para la decoración de mezquitas, madrasas o zauias (foto45). El arte arábigo-andalusí no sólo sobrevive en Marrakesh –como también lo hace la artesanía–, sino que es objeto de una constante y tenaz labor de restauración.
   Si pensamos que asuntos como la higiene pública, baños, alcantarillados urbanos, cloacas, etc., son cosas de los tiempos modernos, estamos muy equivocados. En ciudades como Fez y Marrakesh funcionan desde la Edad Media, además de hammams o baños comunitarios (más información en Fez / Un baño en el hammam), antiguos servicios públicos de evacuación de aguas residuales, de los que aún se pueden ver ejemplos (foto46). En cada uno de sus barrios hay por lo menos una letrina de uso público al servicio de la vecindad. Consiste en un edificio con un patio porticado de pilares y arcadas, en cuyas galerías se abren cabinas provistas de tazas turcas donde los transeúntes pueden recluirse para hacer sus necesidades. En el caso de Marrakesh, con su endémica escasez de agua corriente, se utilizan recipientes de plástico llenos de agua para la limpieza y desagüe.
   Al caer la noche, algunas de las puertas del interior de la medina cierran sus grandes batientes de madera cortando calles enteras, y el paseante se ve obligado a modificar el itinerario de vuelta para salir como pueda del laberinto.
   Terminaremos la visita por donde la hemos empezado: en la gran plaza de Jemaa el-Fna, que a estas horas bulle con la algarabía de una muchedumbre perpetuamente renovada de paseantes y ociosos. Es de noche y se diría que ha caído la niebla. Pero esa niebla no es otra cosa que la espesa humareda generada por las muchas parrillas que han vuelto a instalarse en la plaza para ofrecer cenas al aire libre. Las mesas están repletas de comensales. Los focos que cuelgan de postes para iluminar los chiringuitos crean fantasmagóricos halos de luz entre las volutas de humo, como si fueran farolas rasgando la bruma con sus vacilantes resplandores. Un par de horas más tarde la plaza se ha vaciado hasta quedar casi desierta y Marrakesh entera se retira temprano a dormir, pues al día siguiente deberá levantarse con las primeras luces del alba, coincidiendo con la llamada de los almuédanos a la oración.
  
  
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Marrakesh. Breve historia
  
  
Cronología de las dinastías reales del Magreb occidental
  
Periodo idrisí:  789 - 926 d C
Periodo rustamí:  777 - 909
Periodo almorávide:  1056 - 1147
Periodo almohade:  1130 - 1269
Periodo meriní:  1196 - 1465
Periodo wattasida:  1472 - 1554
Periodo saadiano:  1511 - 1659
Periodo alauita:  1631 - presente
 
  
   En el extremo occidental del mundo islámico, las poblaciones Lamtunah de los bereberes nómadas Sanhajah –los 'hombres velados' de Mauritania y Senegal–, movidos por las predicaciones de Abdalah ibn-Yasin, un legislador sunní maliki (que se basaba en la doctrina del maestro Malik ibn Anas), se adhirieron a su reforma religiosa y lucharon por su implantación. Hacia 1058 atacaron el reino negro de Ghana, al sur del Sahara, y entre 1054 y 1059 conquistaron la parte meridional de Marruecos, donde establecieron una nueva capital, Marrakesh (Marrakush, en bereber literalmente 'márchate rápido'), como base de operaciones para su futura expansión.
   Se llamaban a sí mismos al-Murabitun, es decir, 'la gente del ribat' (ribat = fortaleza de monjes-soldados en un puesto fronterizo), de donde derivó la palabra española 'almorávides'.
   Marrakesh fue fundada en 1062 por Yusuf ibn Tashfin, un gran líder almorávide que en los treinta años siguientes se apoderó del norte de Marruecos y extendió su dominio hasta Argel. La ciudad permaneció como capital del imperio hasta 1147. Los almorávides impusieron su estricto sunnismo militante a los nativos del Magreb occidental, que habían seguido en su mayoría el kharijismo, el chiísmo, u otras herejías específicamente bereberes preexistentes en la región. El emir almorávide declaraba reinar en nombre del califa abbasí de Bagdad.
   En 1086 Ibn Tashfin invadió con tropas bereberes la España musulmana para apoyar a los reinos de taifas, que habían caído en la anarquía tras el hundimiento del califato de Córdoba y eran incapaces de resistir por sí mismos a la ofensiva de los cristianos comandados por el rey castellano Alfonso VI. En España los almorávides descubrieron los restos de una antigua y refinada civilización musulmana, heredada de los omeyas, que les sedujo por su lujo y esplendor. De allí importaron administradores, arquitectos, eruditos y músicos andalusíes a Marruecos.
  
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Marrakesh  
   Hacia 1117, el bereber Ibn Tumart, fundador del movimiento almohade, volviendo de una larga estancia en Oriente, viajó al sur de Marruecos, su país natal. Imbuido de fervor religioso, anunciaba un doble mensaje: la estricta adhesión a la doctrina de la unicidad de Dios (de ahí su nombre de almohades o al-Muwahhidun, 'unitarios') y una escrupulosa observación de la ley islámica. Abd al-Mumin escuchó las prédicas de Ibn Tumart y se convirtió en su más ferviente discípulo. Ibn Tumart y al-Mumin encontraron sus seguidores en las montañas del Alto Atlas, no lejos de Marrakesh, donde fundaron un pequeño estado almohade centrado en el pueblo de Tinmal. Todavía hoy se pueden ver en este agreste lugar las ruinas de la espléndida mezquita que construyeron los almohades en 1153, donde se halla enterrado el santo fundador.
   Proclamado al-Mumin el sucesor de Ibn Tumart, emprendió la guerra contra los almorávides. Reclutó sus tropas entre los habitantes de las montañas del Atlas y el Rif y en 1147 atacó Marrakesh, masacrando a sus habitantes almorávides. Destruyó el palacio y las mezquitas, que según el credo almohade habían sido construidas por seguidores de la herejía malikista, pero mantuvo Marrakesh como capital de su nuevo reino, que a los pocos años se expandió por Argelia, Tunicia, Libia y Al-Andalus. Abd al-Mumin llegó así a ser el califa almohade más influyente, forjador de un imperio islámico que incluía buena parte de España y del norte de Africa, y que constituyó el apogeo del islam bereber.
   Bajo sus sucesores Abu Yaqub Yusuf (1163-84) y Yaqub al-Mansur (1184-99), el imperio almohade se afianzó, logrando perdurar más de medio siglo. Marrakesh prosperó en esta época de un modo excepcional: su recinto urbano creció con nuevos barrios y la kasba fue fortificada.
   Personalidad destacada de esta época es el cordobés Averroes (Ibn Rushd, 1126-1198), que llegó a ejercer de físico de corte al servicio de los califas almohades de Marrakesh.
   La derrota frente a los cristianos españoles en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) marcó el principio del fin de la hegemonía almohade, que empezó a declinar hasta su desintegración.
  
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   Hacia 1268 la dinastía bereber de los Banu Marin (llamados también benimerines, meriníes o merínidas) se hizo con el poder tras derrotar a los almohades, y su imperio, con capital en Fez, se extendió por gran parte del Magreb, abarcando por el este Argelia y parte de Tunicia. En 1269 tomó posesión de Marrakesh, iniciándose un periodo de luchas internas y de retroceso en el esplendor de la ciudad, que nunca llegó, sin embargo, a extinguirse. Con el fin de controlar el tráfico comercial del estrecho de Gibraltar, los meriníes declararon la guerra santa a los cristianos y ocuparon las ciudades de Rota, Algeciras, Gibraltar y Tarifa. También ejercieron a partir de 1275 una marcada influencia en la política del Reino de Granada, adonde enviaron grandes contingentes de tropas.
   De 1428 a 1459, los sultanes meriníes de Marruecos fueron cayendo bajo la protección de un linaje de visires (los Banu Wattas o wattasidas) que finalmente los reemplazaron en el poder en 1472. Esta nueva dinastía, débil desde sus comienzos, era obedecida solo en partes del Marruecos septentrional. Fue ésta la época en que se dieron las primeras incursiones de los portugueses contra las costas marroquíes.
   Posteriormente, en los siglos XVI y XVII, Marrakesh fue controlada por los saadíes o saadianos (de Bani Zaydan), un clan procedente del valle del Draa que afirmaba descender del profeta Mahoma por la línea de Alí y Fátima, bajo los cuales se produjo un renacimiento artístico y la ciudad fue continuamente restaurada y embellecida. El sultán Ahmed al-Mansur (que reinó de 1578 a 1603, apodado 'el Dorado' por sus fabulosas riquezas) se hizo construir un suntuoso palacio en la ciudad, el Bedi, donde recibía a los embajadores europeos con pomposa parafernalia. Los cronistas de la época aseguran que este palacio era la maravilla del mundo musulmán. Al-Mansur dotó también a la ciudad de nuevas mezquitas, madrasas y fuentes. Tras su muerte, el sultanato saadiano entró en decadencia.
   Una nueva dinastía sharifiana (de sharif = persona noble o ilustre) puso fin a la fragmentación anárquica de las tierras marroquíes y las sometió a una sola autoridad: la de los Alawi o alauitas, clan procedente del valle del Tafilalt. Mulay ar-Rashid doblegó a las diferentes tribus locales que se disputaban los territorios y restableció la unidad política del país. Su hermano y sucesor Mulay Ismail se impuso en el poder por la fuerza, demolió el palacio del Bedi y trasladó la capital a Mequínez (Meknes), donde mandó erigir inmensos palacios para disfrute de su corte.
   Bajo esta dinastía, Marrakesh fue dotada con nuevas mezquitas, madrasas y residencias señoriales, perfectamente integradas en el viejo trazado urbano de la ciudad. A fines del XIX, el sultán Mulay Hassan fija aquí su residencia, y bajo su reino y el de su hijo Mulay Abdelaziz se construyen lujosos palacios, como Dar Si Said (hoy Museo de las Artes Marroquíes) y la Bahia.
   Hoy en día los alauitas siguen siendo la dinastía regente en Marruecos, y su sultán ostenta el título de 'Comendador de los Creyentes', con lo que reúne en su persona el poder político y el poder religioso del país.
   La Ciudad Nueva de Marrakesh, conocida como Gueliz, se planificó durante el Protectorado francés (1912-1956). Los urbanistas franceses decidieron con acierto construirla apartada al oeste de la ciudad antigua, que quedó así prácticamente intocada.
   

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Tesoros artísticos de Marrakesh
  
   Los monumentos islámicos más antiguos del Magreb datan del siglo IX, y basan su estilo en las formas arquitectónicas y decorativas tanto del oriente abbasí como de la España musulmana (entonces bajo los omeyas). Tras las invasiones almorávide y almohade, se yuguló el intercambio con las tradiciones orientales y Marruecos quedó integrado en la órbita cultural de Al-Andalus. Las sucesivas migraciones de España a Marruecos y la dominación de parte de la Península Ibérica por los imperios norteafricanos propiciaron un estrecho contacto artístico entre ambos países. Marruecos, resguardado por las cordilleras del Atlas, nunca cayó bajo la dominación turco-otomana.
Marrakesh   Bajo los almorávides (1056-1147) y los almohades (1130-1269) la arquitectura norteafricana alcanzó su propio estilo. Los sultanes almorávides construyeron en el Magreb bellos monumentos inspirados en el arte de la España musulmana, de los que quedan pocos ejemplares. Uno de ellos sería la gran mezquita de Tremecén (Tlemcen) en Argelia. En Marrakesh, tras la destrucción de los almohades, apenas queda en pie y muy reconstruida la Qubba Ba'Adiyn, un pequeño edificio con cúpula de muy elaborada decoración, única en el Magreb y Al-Andalus, pero de cometido incierto: quizá un mausoleo, quizá el quiosco para la pila de abluciones de una mezquita anexa (hacia 1120).
   Dos tipos de estructuras definen las realizaciones del periodo almohade en Marruecos y la España musulmana. Uno comprende las mezquitas monumentales como la de Tinmal (foto contigua), la de Hassan en Rabat y la Kutubia de Marrakesh, de exteriores sobrios e interiores ricamente decorados, con extensas salas hipóstilas y altos y robustos minaretes cuadrados; la Giralda de Sevilla sería otro ejemplo de estos colosales minaretes almohades. El otro tipo es la arquitectura militar, incluyendo murallas, fortificaciones y grandes puertas triunfales de entrada a la ciudad, con arcos de herradura polilobulados y enmarcados en complicadas tracerías, como la puerta Udaia de Rabat o la puerta Agnau de Marrakesh. Desde el punto de vista estructural, estas realizaciones son herederas de una larga tradición de arquitectura militar ya completamente desarrollada en los antiguos imperios de Oriente Medio y Roma.
   Se utilizó la piedra tallada para puertas y alminares, y el ladrillo estucado para las estructuras interiores de mezquitas, madrasas y mausoleos. Se hicieron omnipresentes los característicos voladizos de mocárabes de madera, que aparecen en cúpulas, arcos y nichos. La madera preferentemente utilizada era la de cedro.
   Las siguientes dinastías (meriní y saadiana) promocionaron una arquitectura de dimensiones más modestas, si bien los revestimientos decorativos continuaron evolucionando hasta alcanzar un nivel inusitado de complejidad. En Fez y Marrakesh las principales edificaciones monumentales son de carácter religioso: mezquitas, madrasas (o escuelas de enseñanza coránica) y zauias (o mezquitas sepulcrales).
   La decoración se basa siempre en combinaciones de tres materiales: estuco, madera y cerámica, trabajado cada cual con sus propias técnicas. El estuco cincelado (foto67), la marquetería de madera de cedro (foto71) y el mosaico de loza vidriada (alicatado, foto68) desarrollan diferentes diseños florales, geométricos y caligráficos tallados en ligero bajorrelieve, a veces con una labor de trepanado que convierten los paneles de marquetería o estuco en auténticas celosías (foto65). Las diferentes superficies de los muros, vanos y arcadas, los espacios en torno a los arcos, las franjas y cenefas que sobresalen, los diseños que se entrecruzan y solapan, forman una unidad perfecta, y crean con las luces directas e indirectas bellos efectos de claroscuro (foto64). Albercas y fuentes centrales en los patios, y atractivos jardines, refrescan el ambiente.
  
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Pervivencia del arte arábigo-andalusí
  
   Tras la expulsión de los musulmanes en 1492, la producción de arte islámico en la Península Ibérica sufrió un colapso y derivó hacia nuevas formas, en los estilos agrupados bajo la denominación de 'arte mudéjar' (arte cristiano realizado por artífices musulmanes). Sin embargo la tradición del arte arábigo-andalusí mantuvo su continuidad en el norte de Africa.
   En todo Marruecos podemos admirar mezquitas y madrasas de la época meriní cuya espléndida decoración de alicatado, yesería y artesonado recuerda poderosamente a la andalusí. La dinastía saadiana prosiguió en el siglo XVI desarrollando las formas estilísticas creadas en Al-Andalus en el siglo XIV, como puede comprobarse en la madrasa de Ben Yussef, de inspiración meriní, y las tumbas saadianas de Marrakesh.
   Hoy en día el arte y la artesanía de estilo arábigo-andalusí se mantienen vivos en Marruecos. El mismo esquema decorativo de alicatado-yesería-marquetería se aplica al interiorismo de muchas construcciones modernas, que aspiran a perpetuar la tradición de los modelos artísticos generados en la Edad Media en el norte de Africa y en Al-Andalus. Un ejemplo conspicuo sería la faraónica mezquita de Hassan II en Casablanca, pero lo dicho se podría asignar también a gran cantidad de edificaciones actuales de los países musulmanes, tanto de arquitectura religiosa como civil, incluyendo hoteles, restaurantes (ver foto de uno en Fez), bancos, museos y edificios oficiales. De hecho existen países, como Egipto, que, habiendo perdido su propia tradición de artesanía local, se ven abocados a contratar artesanos marroquíes para trabajar en la decoración de sus nuevas realizaciones arquitectónicas.
  
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Alicatado: el arte del azulejo
Marrakesh  
   El mosaico de azulejo o alicatado (zelig), del que los edificios meriníes de Marruecos y nazaríes de Granada nos ofrecen abundantes y bellos ejemplos, constituyen un componente esencial de la decoración de la época (alcanzando su cénit en el siglo XIV).
   En el norte de Africa y la España islamizada los azulejos en alicatado se reservan principalmente a las zonas inferiores de las paredes (el zócalo) y son de diseño sobre todo geométrico. Se juega con el contraste entre los colores claros y oscuros, y con los brillos, con el fin de producir coloridos dibujos y efectos ópticos de gran vistosidad.
   El alicatado es una técnica muy distinta a la del mosaico clásico grecorromano: mientras en éste los elementos básicos son las teselas (pequeños trozos prismáticos de mármol, más o menos similares en forma e intercambiables), el mosaico alicatado se compone de piezas cerámicas minuciosamente recortadas a mano en distintos perfiles y tamaños (pueden tener forma de estrella, ser hexagonales, octogonales, trapezoidales, onduladas...), que encajan entre sí como un inmenso tangram para recubrir muros y fustes de columnas, con un grado de complejidad y una visión de conjunto-detalle que revelan un profundo conocimiento matemático y geométrico por parte del diseñador.
   Las líneas que el alicatado dibuja en los zócalos se entrecruzan regularmente en todas direcciones. Sigamos una de las líneas con la mirada: después de muchos quiebros y zigzags regresa al punto de partida para volver a enlazarse en nuevas tracerías, configurando en su camino un entramado de figuras poligonales entrelazadas con el motivo de 'telaraña' que recubren las superficies bajas de las paredes con caleidoscopios de colores. La ciencia de la geometría al servicio de las bellas artes.
   Los artesanos tallaban sus piezas en placas de azulejo usando cincel, regla y patrones de papel. Luego las colocaban sobre un enlucido de yeso con el dibujo previamente abocetado, o bien directamente sobre el muro, o sobre grandes planchas que luego se trasladaban al muro. Estas técnicas sobrevivieron transmitidas de maestros a discípulos, y todavía se practican en el Marruecos de hoy.
  
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Caligrafía: la belleza de las palabras
  
   Desde que la escritura del Corán –considerada como de procedencia divina, admirada por su belleza estilística y su riqueza de inflexiones– se convirtió en el canon de la lengua árabe clásica, comenzó paralelamente a desarrollarse la caligrafía, una de las artes mayores del Islam. En la ciudad de Kufa (en Iraq) nació la caligrafía 'cúfica', de rasgos rectilíneos y angulares, que fue utilizada con mano maestra en la decoración de monumentos, como podemos ver en un sinfín de ejemplos en las fachadas y muros de mezquitas, madrasas y mausoleos, siendo la caligrafía desde entonces un elemento decorativo preferente en la arquitectura monumental islámica.
    Al mismo tiempo se desarrollaron otros tipos de caligrafía de estilo cursivo, que idealizaban los curvilíneos trazos de la escritura manuscrita, entrelazando entre sí los propios rasgos tipográficos del alfabeto árabe para crear mil filigranas, que a su vez se conjugan e interactúan, cinceladas en finos bajorrelieves, con los restantes diseños florales y geométricos de la decoración (foto69). Los caracteres caligráficos compiten en afiligranamiento con las volutas, hojas, flores, espigas y zarcillos de los motivos vegetales, hasta confundirse la tipografía con la vegetación en un intrincado y denso diseño que, sin embargo, se estructura sobre ordenados patrones geométricos de fondo.
   A la infalibilidad de sus contenidos y a la armonía de su estilo, hay que añadir, pues, la belleza visual intrínseca de las letras, palabras y versículos del Corán. Son las mismas letras las que diseñan, decoran y embellecen los espacios arquitectónicos. Los edificios se convierten así en soportes del Mensaje. La palabra de Dios se hace visible.
  
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Marrakesh 
Mezquita Kutubia
Foto 61
   
Epoca almohade (1157-1195)
   La Mezquita Kutubia (o Koutoubia) posee uno de los más bellos minaretes del islam occidental, que sirvió de modelo para la Giralda de Sevilla y el alminar inacabado de la mezquita de Hassan en Rabat. Esta esbelta torre de inconfundible silueta, considerada una obra maestra del arte hispano-morisco, es el edificio más alto y el monumento más representativo de la ciudad; el emblema, por así decir, de Marrakesh.
   De planta cuadrada y perfil rectilíneo, alcanza con su linterna rematada de cuatro bolas doradas los 69 m de alto, y se divisa como un faro desde los más alejados puntos de Marrakesh, marcando el lugar por donde se accede a la gran plaza de Jemaa el-Fna, el centro neurálgico de la ciudad. Las ventanas de los sucesivos niveles son de distinto tipo: simples, dobles, apuntadas, de medio punto, de herradura... Además cada cara de la torre despliega una decoración diferente, a base de arcos lobulados, entrecruzados y festoneados, y tracerías florales y epigráficas con intercalaciones de cerámica verde y blanca, de las cuales, aunque muy borradas, aún se ven trazas.
   La sala de oración de esta vasta mezquita tiene diecisiete naves separadas por arcadas, con la nave central cubierta por seis cúpulas. Otras cinco cúpulas con mocárabes cubren la nave de la qibla, el muro que se orienta a la Meca. Al lado norte del bosque de columnas se abre un patio rectangular porticado, con la pila de abluciones en el centro. La entrada a la mezquita Kutubia está prohibida a los no-musulmanes.
   El nombre de Kutubia quiere decir 'La de los libros' (kitab = libro; en plural, kutub) y hace referencia a la importante biblioteca que albergó en su día la mezquita, y también al mercado de libros que se desarrollaba en sus alrededores.
  
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Puerta Agnau
Foto 62
  
Epoca almohade (siglo XII)
   Bab Agnau es una de las diecinueve puertas que perforan las murallas que, con un perímetro de 10 kilómetros, rodean la entera medina de Marrakesh. El término Agnau viene de gnaua, que en idioma bereber designa a las gentes de raza negra.
   Su arco triunfal en herradura se expande en arquivoltas concéntricas que combinan motivos de cebra y polilobulados, todo ello enmarcado en una banda de inscripciones coránicas en caligrafía cúfica, con las enjutas ornadas de relieves de arabescos florales.
   La Puerta Agnau, contemporánea de la Kutubia, da acceso a la kasba real de la parte sur de la medina de Marrakesh, construida por el sultán almohade Yaqub al-Mansur, donde se hallan la mezquita Mansuria, el palacio del Bedi y las tumbas saadianas.
  
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Madrasa Ben Yussef
Fotos 63-69
Marrakesh  
Epoca saadiana (1570)
   Durante los siglos XIII y XIV llegó de Oriente un nuevo modelo de escuela religiosa, la madrasa (o medersa), que se prodigó por todo el norte de Africa y desempeñó un papel fundamental en el enraizamiento y propagación de la cultura islámica.
   Las madrasas del Magreb eran escuelas a modo de internados donde los estudiantes se alojaban en pequeñas celdas, distribuidas en torno a un patio central. Una de sus principales características son las galerías porticadas construidas con frisos, dinteles y voladizos de madera tallada en una primorosa labor de marquetería, con una distribución general que revela marcadas influencias orientales.
   Las enseñanzas impartidas en estos reductos de sosiego y aislamiento se basaban sobre todo en tres disciplinas: teología, derecho y retórica. Los alumnos eran preparados para trabajar en funciones públicas, judiciales y religiosas.
   La madrasa Ben Yussef de Marrakesh es, junto a la de Bu Inania en Fez (ver foto), una de las escuelas coránicas más grandes del Magreb. Mandada edificar por el sultán saadiano Mulay Abdallah, sus estilos arquitectónico y decorativo siguen muy de cerca los modelos de las madrasas meriníes: un edificio de dos pisos de ladrillo y madera de cedro con celdas para estudiantes en torno a un patio central donde se abre la sala de oración; decoración a base de revestimientos de yesería cincelada y alicatados multicolores.
   Una alberca en el centro del patio pavimentado de mármol blanco duplica en el espejo de sus aguas remansadas los yesos y mosaicos de las paredes, ampliando la sensación de espacio. Los techos sobresalen con aleros esculpidos en madera. La sala de oración está coronada de una magnífica cúpula piramidal sobre veinticuatro ventanas con celosías de estuco.
   Las ventanas de algunas de las celdas de los estudiantes asoman al patio desde el segundo piso. La madrasa Ben Yussef podía albergar hasta 900 estudiantes, y todavía conserva más de 150 dormitorios, abiertos en estrechos pasillos en torno a huecos de escalera iluminados por lucernarios y parapetados con balaustradas de madera.
   En esta madrasa se conserva una pila de abluciones de mármol proveniente de la España califal, con el nombre inscrito de Abd al-Malik, que muestra relieves figurativos con motivos animales, lo cual parece contradecir la extendida creencia de que el islam proscribe en el arte las representaciones zoomorfas.
   
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Marrakesh 
Tumbas saadianas
Fotos 70, 71, 72
 
Epoca saadiana (1558-1590)
   Esta necrópolis real se compone de dos pabellones construidos en el interior de un jardín rodeado de murallas, anexo a la mezquita Al-Mansur.
   El edificio más antiguo contiene la tumba de Mohamed al-Sayj (muerto en 1557), y fue erigido por su hijo; consiste en una cámara cuadrada, que en 1590 fue ampliada por Ahmad al-Mansur. Éste se hizo construir además otro pabellón de tres salas; la Sala del Mihrab alberga sobre todo tumbas infantiles; la Sala de las Doce Columnas, con su cúpula de estalactitas en madera de cedro sostenida por doce columnas de mármol italiano, es una magnífica realización del arte arábigo-andalusí y contiene las tumbas de los familiares del sultán; la Sala de los Tres Nichos custodia también sepulcros de niños.
   El conjunto está cubierto con artesonados de casetones y entrelazados geométricos, aleros con voladizos de mocárabes y nichos de estalactitas, y las paredes revestidas al estilo meriní con una intrincada labor de estuco cincelado en las zonas superiores, y de alicatados de azulejo en los zócalos, enmarcados de bandas caligráficas. Los capiteles de las columnas de mármol también están primorosamente tallados.
  
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La Menara
Fotos 59, 60
Marrakesh 
1886
   El olivar de la Menara estaba en su tiempo, como los jardines amurallados del Agdal, reservado para el recreo de los sultanes y su corte.
   Hoy es un parque público, cubierto de una plantación de árboles entre los que despuntan las palmeras y los cipreses, con un buen sistema de irrigación que nutre de límpidas aguas a un gran estanque de bordes pavimentados de piedra. Ben Tashfin, el fundador de Marrakesh en el siglo XI, ante la escasez de agua de la zona hizo perforar un gran número de pozos conectados por una red de conductos subterráneos (sistema de rhettaras), que aún hoy abastecen de abundante agua a los jardines de la ciudad.
   En la superficie del estanque se refleja invertida la imagen de un romántico pabellón de dos pisos con tejado a cuatro aguas y balcón-mirador, que se recorta contra el fondo nevado de las montañas del Alto Atlas.

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MARRAKESH
La puerta al corazón del Magreb
  
Bibliografía consultada
  
- Frishman, Martin. Khan, Hasan-Uddin. The Mosque. History, Architectural Development & Regional Diversity (Thames and Hudson, Londres, 1994)
- Michell, George. La arquitectura del mundo islámico (Alianza Editorial, Madrid, 1985)
- Stierlin, Henri. Islam. Vol. I. Early Architecture from Baghdad to Cordoba (Taschen, 1996)
- UNESCO. El Patrimonio Mundial (Ediciones San Marcos)


 
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La puerta al corazón del Magreb

  
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La ciudad roja
Un espectáculo perpetuo
Inmersión en la medina
Secretos del laberinto
Marrakesh. Breve historia
Tesoros artísticos de Marrakesh
Pervivencia del arte arábigo-andalusí
Alicatado: el arte del azulejo
Caligrafía: la belleza de las palabras
Mezquita Kutubia
Puerta Agnau
Madrasa Ben Yussef
Tumbas saadianas
La Menara
Bibliografía
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