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 EL OASIS DE KHARGA
Oasis Kharga
  
   Lejos del valle del Nilo, fuera de los caminos trillados, existe otro Egipto casi desconocido, que hasta hace pocas décadas estaba vedado a los viajeros: los oasis del desierto occidental.
   Es éste un mundo aparte, islas perdidas en un océano de arena donde el tiempo se ha detenido y cuya forma de vida apenas difiere de la de los beduinos de la época de los faraones.
   De los cinco oasis de Egipto –todos distintos–, el de Kharga custodia entre sus palmerales insólitos vestigios artísticos que legaron a la posteridad los persas aqueménidas y una comunidad cristiana herética que vivió en este remoto paraje.

  
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Indice de textos
Los oasis de Egipto
La 'Isla de los Bienaventurados'
Templo de Hibis
Necrópolis de Bagwat
Indices de fotos
Indice 1
Indice 2
Indice 3
Otras exposiciones de Egipto en fotoAleph
  


 
  
   Un oasis es un milagro.
  
   Jordi Esteva

  

  
Los oasis de Egipto
 
   Hace unos 10.000 años la mitad norte del continente africano, ese inmenso océano de arena conocido como el Desierto del Sahara, disfrutaba de unas características geoclimáticas muy distintas a las que tiene hoy. No es fácil hacerse a la idea de que, lejos de ser árido e inhabitable, este territorio era uno de los más fértiles y poblados del planeta.
Oasis Kharga   Lo que hoy es el Sahara (de as-sahra, vocablo árabe que significa 'el desierto') era entonces una extensísima sabana, salpicada de grandes lagos, marismas y humedales, y surcada por numerosos ríos, algunos más caudalosos que el mismo Nilo. Toda clase de plantas y animales proliferaban en un terreno bien irrigado y feraz. Grupos numerosos de seres humanos, descendientes de los pobladores del paleolítico, se asentaron en estos lugares, abandonando poco a poco el nomadismo, y conformando las primeras sociedades estables.
   Fue aquí, y no en el Creciente Fértil –como era tradicional sostener–, donde la llamada 'revolución' del neolítico dio sus primeros pasos. Donde el hombre pasó de cazador-recolector a productor de alimentos. Donde tuvieron lugar los primeros experimentos en la agricultura, la domesticación de animales, la ganadería, el pastoreo. Aquí se inventó la cerámica. Aquí empezó la navegación a remo y vela.
   Entre el 8.000 y el 4.000 a C se fue produciendo una lenta, pero progresiva e imparable, desertización de este vasto territorio. Las causas se atribuyen al cambio climático que a nivel planetario sobrevino con la retirada de la última glaciación. Los ríos se fueron desecando, los lagos fueron quedando reducidos a su mínima expresión (el actual lago Chad sería el remanente de un extenso mar interior). La creciente sequía, la esterilidad cada vez mayor de las tierras, fueron expulsando de este antaño verde paraíso a las poblaciones aborígenes, que, a lo largo de varios milenios, se vieron obligadas a emigrar hacia los cuatro puntos cardinales, en busca de condiciones de vida más favorables.
Oasis Kharga   Algunas de estas poblaciones recalaron en el valle del Nilo y sus aledaños, pues el río Nilo era poco afectado por la desertización, al depender su caudal de un régimen pluviométrico diferente: el de las selvas tropicales del centro y sur de Africa, donde tiene sus fuentes. Pero las migraciones avanzaron aún más lejos hacia oriente, llegando a las tierras regadas por el Eufrates y el Tigris, y luego hasta el río Indo. Consigo llevaban sus artefactos y su cultura neolítica, que sentaron las bases para el nacimiento de las primeras civilizaciones en Sumeria, Egipto y el valle del Indo (Harappa y Mohenjo Daro).
   Este proceso histórico aún no ha parado. Hoy en día la desertización continúa avanzando inexorable. Al sur, el Sahel (la franja de transición entre el desierto y la estepa) se va transformando en Sahara y desalojando a los habitantes de sus tierras. Al norte, los efectos de la desertización se empiezan a hacer notar hasta en la Península Ibérica (Almería, Murcia).
  
  
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   A occidente de Egipto, cerca de la frontera con Libia –esa recta arbitraria trazada con tiralíneas en un despacho– subyacen los residuos de lo que fue un caudaloso río que corría paralelo al Nilo. Se trata de un rosario de pequeñas islas de vegetación rodeadas de un mar de arena llamado Desierto Líbico. Esta sucesión de islas constituye la parte visible de un ancestral curso de agua que discurre ahora bajo las dunas, pero cuya capa freática aflora aún en ciertos puntos de su antiguo recorrido, en forma de pozos, manantiales y lagunas de aguas a veces frescas, a veces calientes, unas veces saladas, otras dulces. En torno a estos puntos, pugnando por sobrevivir en el hábitat más inhóspito que quepa imaginar, eclosiona el verdor. En medio del reino de la muerte, en la mitad de la nada, surge la vida. Son los oasis de Egipto.
   No le faltaba razón a Herodoto cuando escribió que Egipto es un don del Nilo. Pero no es menos cierto que ni todo el Nilo es Egipto, ni todo Egipto es el Nilo. Porque además del río con su delta –donde se concentra la inmensa mayoría de la población egipcia– están también, allá lejos, escondidos entre las dunas, aislados del resto del país y del mundo, los oasis.
Oasis Kharga   Cinco son los oasis que, en territorio egipcio, pero muy separados del Nilo, puntean de lunares verdes el infinito ocre del desierto. De norte a sur son: Siwa, Bahriya, Farafra, Dakhla y Kharga. A éstos cabría añadir un sexto oasis, el del Fayum, a un centenar de kilómetros al oeste de El Cairo, que es un caso aparte al no estar originado por aguas subterráneas, sino por la aportación de un ramal del Nilo: el Bahr Yusuf.
   No hay en Egipto un oasis igual a otro. Cada uno tiene su encanto especial. El que le dan sus variados accidentes geológicos, sus atormentadas montañas y roquedos, sus lagos y palmerales, pero sobre todo el espíritu de sus habitantes, los uahatíes, que en su aislamiento han sabido preservar, frente a los embates de la globalización, los modos de vida pre-industriales del fellah o campesino tradicional egipcio.
   La mayoría de los oasis albergan además sugestivas ruinas faraónicas, romanas y paleocristianas –muy poco conocidas, al caer totalmente a desmano de los habituales circuitos turísticos–, recuerdos de su contacto con el esplendor del antiguo Egipto. En el oasis del Fayum, sede de faraones del Imperio Medio, despuntan entre sus innumerables ruinas las de las pirámides de adobe de Lahun y Hawara (ver en fotoAleph colección El tiempo teme a las pirámides). En el oasis de Siwa subsisten los restos de un templo que antaño fue sede del influyente oráculo de Zeus-Amón, el que confirmó a Alejandro Magno como hijo del dios y faraón de Egipto (ver en fotoAleph colección El oasis de Siwa). En el de Bahriya, un burro que metió la pata en un agujero permitió recientemente descubrir la mayor necrópolis grecorromana de Egipto, todavía en fase de excavación, en cuyo laberinto subterráneo de hipogeos se están exhumando miles de momias enterradas dentro de sarcófagos antropomorfos de cartonaje policromado con láminas doradas, que han terminado por dar sobrenombre al lugar: el 'Valle de las Momias de Oro'. El oasis de Dakhla posee desde mastabas de fines del Imperio Antiguo hasta tumbas romanas. En el oasis de Kharga, objeto de la presente exposición, podemos admirar el templo de Hibis, un curioso edificio de tiempos de la dominación persa pero construido según todos los cánones egipcios (columnas palmiformes, el nombre de Darío en un cartucho jeroglífico), además de una sorprendente necrópolis paleocristiana.
   Desde los años 60, el gobierno egipcio está fomentando entre los nativos de las orillas del Nilo la emigración a los oasis del oeste de Egipto, en particular al de Kharga, apellidado al-Wadi al-Jadid ('El Valle Nuevo'), donde se han construido viviendas, carreteras, cooperativas agrícolas e infraestructuras agropecuarias, con el propósito de intentar descongestionar el valle del Nilo y paliar su tremenda superpoblación (téngase en cuenta que el 98% de los 80 millones de habitantes de Egipto viven encajonados en la estrecha franja fértil de las orillas del río Nilo y su delta, que abarca sólo el 3,5% de la superficie del país: una de las mayores densidades de población del mundo). Se han hecho esfuerzos para crear sistemas de irrigación excavando pozos profundos con el fin de fertilizar los terrenos desérticos, y se ha introducido a la vez ganado híbrido y fauna avícola capaces de resistir el extremado clima del desierto. El proyecto ha obtenido escasos resultados en sus objetivos demográficos, al tiempo que ha acarreado efectos secundarios nocivos, con la alteración del ecosistema y modos de vida del oasis
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La 'Isla de los Bienaventurados'
 
   El segundo oasis más extenso de Egipto después del Fayum es al-Wahat al-Kharijah (en árabe: el 'oasis exterior'), también abreviado como el-Kharga o Kharga (mantenemos la ortografía habitual, pero pronúnciese el sonido 'kh' como la 'jota' española: 'Jarga').
Oasis Kharga   Es una depresión de 3.600 metros cuadrados en el desierto líbico o desierto occidental de Egipto, a solo 34 m sobre el nivel del mar. Se ubica a 180 km al sudoeste de Naj Hammadi, una ciudad en el gran meandro del Nilo, a la que está conectada por ferrocarril.
   Presenta el aspecto de una amplia mancha de verdor, sombreada por bosques de palmeras datileras, que se abre paso de norte a sur entre las arenas y rocas del desierto durante un centenar de kilómetros, con una anchura que oscila entre los 20 y 50 kilómetros.
   En realidad el Kharga está compuesto por dos grupos de oasis. El mayor alberga la capital, Al-Kharijah, la antigua Hibis de los griegos, cuyo barrio viejo, de calles estrechas a veces cubiertas, levantadas en ciertos tramos sobre la roca viva tallada, ya no constituye sino una mínima porción del casco urbano de una ciudad totalmente nueva y en continuo proceso de expansión. El grupo menor de oasis acoge el pueblo de Baris.
   La población actual es una mezcla de bereberes y beduinos (árabes), a los que se añade un porcentaje creciente de inmigrantes procedentes del valle del Nilo.
   El oasis de Kharga es renombrado desde la antigüedad por la calidad de sus dátiles. También se cultivan en sus vergeles higos, aceitunas, uvas, verduras, cítricos y algodón. Se reservan amplios terrenos para el cultivo de trigo y otros cereales, así como de pasto para alimentar al ganado.
   Hay industrias de procesamiento de dátiles, fábricas harineras, de ladrillos, de conducciones de cemento para irrigación y drenaje, talleres de artesanía y de confección de alfombras.
   Entre los oasis de Kharga y Dakhla hay yacimientos de fosfatos, los mayores de Egipto.
  
  
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   El oasis de Kharga estuvo ocupado por asentamientos humanos desde el Paleolítico. Los antiguos egipcios, que no lo colonizaron hasta la XVIII Dinastía (1567-1320 a C), lo llamaban el oasis Kenem o Hibis, y era un enclave que por su aislamiento fue utilizado por los faraones como lugar de destierro.
Oasis Kharga   Durante la época faraónica los oasis eran muy importantes porque, a parte de su potencial agrícola, muy superior al actual, constituían bastiones para defender el valle del Nilo del hostigamiento continuo de las tribus del desierto. Kharga, por ejemplo, era famoso en aquellos tiempos por sus dátiles, vino y gran riqueza en minerales. El relativo esplendor de sus templos faraónicos nos da la medida de su importancia. (Jordi Esteva, Los oasis de Egipto)
   Se tienen noticias de que durante el periodo saíta (siglo VI a C), época en que se permitía a los griegos instaurar en Egipto factorías comerciales, algunos mercaderes procedentes de la isla de Samos fundaron en un lugar tan lejano como el oasis de Kharga uno de esos emporios. Este remoto paraje era conocido por los griegos con el nombre genérico de 'Oasis' y también como la 'Isla de los Bienaventurados'. Así lo menciona Herodoto al relatar un hecho entre histórico y legendario que tuvo allí uno de sus escenarios. Sucedió que el oráculo de Zeus-Amón en el oasis norteño de Siwa proclamó un dictamen desfavorable contra la invasión de Egipto por los persas, pronosticando que su dominio sería efímero y animando a los habitantes de Siwa a oponerles resistencia. Cambises, irritado, planeó enviar a Siwa una parte escogida de sus tropas en una expedición de castigo contra los amonios. "Cuando en su marcha llegó a Tebas, (Cambises) escogió del ejército unos cincuenta mil hombres, les encargó que redujeran a esclavitud a los ammonios y prendieran fuego al oráculo de Zeus" (Herodoto, III, 25).
   Pero la expedición, que pasó por el oasis de Kharga, acabó en desastre. Los persas no habían contado con las inclemencias del desierto.
   "Las tropas destacadas para la campaña contra los ammonios partieron de Tebas y marcharon con sus guías; consta que llegaron hasta la ciudad de Oasis (se refiere a Kharga), distante de Tebas siete jornadas de camino a través del arenal; esta región se llama en lengua griega Isla de los Bienaventurados. Hasta este paraje es fama que llegó el ejército; pero desde aquí, como no sean los mismos ammonios o quienes de ellos lo oyeron, ningún otro lo sabe; pues ni llegó a los ammonios ni regresó. Los mismos ammonios cuentan lo que sigue: una vez partidos de esa ciudad de Oasis avanzaban contra su país en el arenal; y al llegar a medio camino, más o menos, entre su tierra y Oasis, mientras tomaban el desayuno, sopló un viento Sur, fuerte y repentino, que, arrastrando remolinos de arena, los sepultó, y de ese modo desaparecieron. Así cuentan los ammonios que pasó con este ejército." (Herodoto, II, 26)
   Tanto los emperadores persas, durante sus dos periodos de dominación de Egipto, como los Ptolomeos y los emperadores romanos hicieron inscribir sus nombres en los templos del oasis de Kharga. Durante la época romana y bizantina se cavaron pozos y se construyeron acequias y molinos, por lo que el oasis llegó a alcanzar gran prosperidad, floreciendo en su seno diversas comunidades.
   En 435 d C fue desterrado al oasis de Kharga el obispo y patriarca de Constantinopla Nestorio, depuesto por el emperador Teodosio II después de que su doctrina –que defendía la separación entre las naturalezas divina y humana de Cristo– fuera condenada como herética en el concilio de Éfeso. El obispo murió allí en 451, no sin antes haber fundado una nutrida comunidad cristiana (los nestorianos) que seguían sus heterodoxas enseñanzas. De aquella época subsiste en buen estado de conservación la necrópolis paleocristiana de Bagwat.
   A partir de la islamización de Egipto, los oasis fueron perdiendo su importancia estratégica, quedando reducidos a meras etapas en las rutas de caravanas.
   En el año 950 d C el Kharga fue arrasado por un ejército nubio, que tomó gran parte de su población. Este tipo de razzias eran frecuentes para controlar las vías caravaneras hacia el oasis norteño de Bahriya y hacia el valle del Nilo.
  
  
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Oasis Kharga
Templo de Hibis
  
   El más importante y mejor conservado monumento de época faraónica del oasis del Kharga es el templo de Amón, conocido también como templo de Hibis. Sus ruinas se levantan a 2,5 km al noroeste de la capital del Kharga.
   Fue excavado por los arqueólogos en 1908-11, y reconstruidas algunas de sus partes arruinadas, aunque sigue amenazado por las infiltraciones de agua.
   Está consagrado a Amón, el dios supremo de Tebas. Es éste el único templo que sobrevive en Egipto del periodo de la primera dominación persa. Data de los tiempos del emperador Darío I el Grande (549-486 a C), cuyo nombre está registrado en jeroglíficos dentro de cartuchos, a la tradicional usanza faraónica. Recordemos que este rey fue el fundador de Persepolis, el grandioso centro ceremonial y palaciego del imperio persa aqueménida en Irán, y es significativo que esta construcción, separada miles de kilómetros del valle de Nilo, revele en su estilo fuertes influencias de la arquitectura egipcia (ver foto).
   El templo de Hibis fue agrandado y embellecido por Nectanebo II (359-343 a C), y completado por los Ptolomeos y los romanos.
   Aunque fuera construido por los persas, su estilo, distribución y programa iconográfico responden en todo a los esquemas canónicos de la arquitectura y escultura del Egipto de los faraones.
   De planta cuadrangular de 42 x 20 m, y con una altura de 9 m, está orientado en dirección este-oeste, con la puerta en el lado oriental. Una sucesión de pilonos hacen de fachada de las distintas dependencias del templo: un pórtico monumental de entrada, un vestíbulo o pronaos, una sala hipóstila de doce columnas de capiteles palmiformes (foto21), y en lo más profundo, el santuario propiamente dicho, dividido en diversas cámaras dedicadas a los dioses. El conjunto rodeado de una muralla, y precedido por la gran puerta de Darío.
   La decoración esculpida en relieves en las paredes, a veces muy curiosa, ofrece, bajo la forma de un inventario teológico, un auténtico resumen del panteón egipcio. Podemos ver al emperador persa Darío, vestido con el atuendo típico de un faraón y tocado con la doble corona del Alto y del Bajo Egipto
(foto25), presentando ofrendas al dios Amón y a su consorte la diosa Mut (foto26). Podemos ver a ésta amamantando a un príncipe (foto27). Los techos de losas conservan la policromía y exhiben imágenes de la diosa Nejbet en forma de buitre, sobrevolando las estancias para concederles su protección. En el muro noroeste de la sala hipóstila aparece una inusual imagen de Set, representado con alas y cabeza de halcón, coronado con la doble corona real, atravesando con su lanza a la terrible serpiente Apofis, su eterno enemigo (foto30). Antes de ser considerado como un dios maléfico, el asesino de su hermano Osiris (más información en fotoAleph El zoo del faraón), Set era honrado como protector de la fertilidad de los oasis. Hay que recordar que el desierto es el feudo de Set.
  
  
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Templo de Qasr el-Ghueita
  
   A 25 km al sur de la capital del Kharga, en Qasr el-Ghueita, un pequeño poblado que dormita en una zona especialmente inhóspita del desierto, sobreviven muy arruinados los restos de otro monumento de tiempo de los faraones: el templo dedicado a Amón, Mut y Jonsu, la tríada suprema de Tebas.
   Las inscripciones descifradas en el lugar mencionan los nombres de Ptolomeo IV Philopator (221-204 a C) y Ptolomeo VIII Evergetes II (170-163 a C).
   Rodeado de un gran complejo de construcciones de adobe crudo
(foto34), el templo ha conservado la sala hipóstila con columnas de capiteles compuestos típicos de la era de los Ptolomeos, así como el vestíbulo que la precede. El santa-santórum, flanqueado de dos capillas abovedadas, estaba en su interior totalmente revestido de pinturas murales, hoy en un estado de gran deterioro.
  
  
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Templo de Qasr ez-Zayan
Oasis Kharga 
   A 30 km al sur de la ciudad de Kharga, en Qasr ez-Zayan, un lugar que en la antigüedad se conocía como Tchonemyris, resisten sobre una colina las ruinas de un templo consagrado a Amenebis (Amón de Hibis).
   Su pórtico fue reconstruido durante el tercer año de reinado del emperador romano Antonino Pío, como puede leerse en una inscripción griega grabada sobre la puerta de entrada al patio.
   Al igual que el de Qasr el-Ghueita, este santuario está englobado dentro de un complejo de dependencias de adobe crudo, que le confieren visto de lejos el aspecto de una fortaleza
(foto35). De ahí el nombre de Qsar (= alcázar), con que se les designa actualmente en la toponimia local.
  
   Desperdigados por el oasis del Kharga se pueden encontrar numerosos aunque muy deteriorados restos arquitectónicos de la época de la dominación romana de Egipto, como por ejemplo el templo-fortaleza de Nadura, erigido cerca de la capital bajo el reinado de Adriano y Antonino Pío, o el fuerte romano de Ed-Deir, a unos 30 km de la capital, instalado en pleno desierto para controlar la ruta de caravanas que pasaba por allí hacia el valle del Nilo. A 85 km al sur, en los límites meridionales del oasis, está Tell Dush, la antigua Cysis, que desempeñó un papel importante como plaza fuerte fronteriza en la encrucijada de vías que conectaban Sudán con Egipto, y donde se pueden apreciar aún las ruinas de un templo consagrado a Isis y Osiris de la época de Domiciano y Adriano. Hay también unos escasos restos de una ciudad romana muy arruinada entre el templo de Nadura y la necrópolis cristiana de Bagwat.
  
  
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Necrópolis paleocristiana de Bagwat
 
   El ingente patrimonio arqueológico de la época faraónica que atesora el valle del Nilo ha relegado a un segundo término las manifestaciones artísticas de la época paleocristiana, de las que quedan numerosos vestigios en todo Egipto. Tal ocurre por ejemplo con la ciudad de Abu Mena, en el Delta, que, pese a haber sido declarada
Oasis KhargaPatrimonio de la Humanidad por la Unesco, es aún muy poco conocida y solo parcialmente excavada.
   Fuera del valle del Nilo también existen importantes testimonios materiales de esta época intermedia en que el antiguo paganismo había muerto y todavía no había nacido el islam. Egipto fue durante los siglos IV, V y VI d C un país cristiano, y la cristianización había asimismo penetrado en rincones tan remotos como los oasis del desierto occidental.
   En el oasis de Kharga, en un paraje al norte del templo de Hibis llamado El-Baghawat o Bagwat, se extiende una singular necrópolis del cristianismo primitivo, compuesta de varios centenares de tumbas construidas en adobe crudo, que configuran en conjunto una especie de ciudad-fantasma. Es sorprendente que, siendo su material el barro, estas sepulturas hayan llegado hasta nuestros días en tan notable estado de conservación, hecho que puede ser atribuible a la muy escasa pluviosidad del clima de la zona.
   En su tiempo hubo una iglesia en medio de la necrópolis.
   Levantadas en la época del exilio en Kharga del obispo cismático Nestorio (mediados del siglo V d C), las tumbas tienen en su mayoría una estructura de forma cúbica con un interior cupulado
(foto06). Algunas cámaras están precedidas de una antecámara (foto08), y sus muros exteriores están circundados de arcadas ciegas con pilastras adosadas y arcos de medio punto ligeramente peraltados, un tanto irregulares en el trazo. Las pilastras poseen capiteles que remedan toscamente a los corintios, y el aspecto general de las edificaciones revela marcadas influencias de la arquitectura clásica romana (foto10). Nada más lejos del estilo de las tumbas del antiguo Egipto faraónico.
   Los interiores eran a veces de planta poligonal, incorporando arquerías internas, nichos y hornacinas. Paredes y cúpulas estaban cubiertas de pinturas murales de temática bíblica y cristiana, de un estilo bastante naif que desmerece en calidad si lo comparamos con el excelso arte pictórico de la época de los faraones. La mayoría de estas pinturas se ha desvanecido con el transcurrir del tiempo, pero hay dos mausoleos que todavía las conservan. En uno de ellos
(foto16) se pueden ver representados episodios del Éxodo y otras escenas de las Sagradas Escrituras, mientras que en el otro (foto17) se distinguen personajes alegóricos de la Paz, de la Justicia y de la Plegaria, así como a Adán y Eva, el Arca de Noé, el sacrificio de Abraham, Daniel entre los leones, y también a San Pablo y Santa Tecla. Aparece a menudo la cruz (foto18), y también la cruz ansada, icono que en tiempo de los faraones era un jeroglífico que simbolizaba la vida.
  
  
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EL OASIS DE KHARGA
  
Fotografías: Eneko Pastor
  
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