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  EL HOLOCAUSTO CAMBOYANO (2)
  
El holocauso camboyano    Entre el 17 de abril de 1975 y el 7 de enero de 1979, los habitantes de Camboya sufrieron la más despiadada dictadura que haya nunca registrado la historia.
   Un pequeño grupo de revolucionarios trató de imponer a toda una sociedad su visión utópica del paraíso en la Tierra. Con un resultado: convirtieron el país en un infierno.
   Más de dos millones de camboyanos murieron de hambre, enfermedades, torturados o ejecutados en las interminables purgas que perpetró sobre su propio pueblo el régimen de terror de los jemeres rojos, bajo el mando de Pol Pot.
   Hoy los camboyanos han despertado de la pesadilla, pero insisten en recordar al mundo el genocidio que padecieron sus padres, madres, hermanos y hermanas en aquellos aciagos días, con la esperanza de que no pueda repetirse tamaño error y tanto horror, ni en su país ni en ningún otro país.
   fotoAleph quiere contribuir con esta exposición de fotografías al conocimiento y difusión de ese terrible episodio de la historia de Camboya, aún insuficientemente conocido en el resto del mundo. Se advierte que estas imágenes, por la crudeza de sus contenidos, pueden herir la sensibilidad de algunas personas.
   La muestra se complementa con una exposición de retratos de los habitantes de Camboya en la actualidad, titulada El pueblo camboyano.
Indice de textos
Un viaje al corazón de las tinieblas
Algunos hitos en la historia de Camboya
La intervención de Estados Unidos
La evacuación de las ciudades
La conexión con China
El conflicto con Vietnam
¿Quién era Pol Pot?
El socialismo según los jemeres rojos
La Constitución de Kampuchea Democrática
El himno nacional
  
La propaganda como arma
Prisión secreta S-21 (Tuol Sleng)
The Killing Fields
La sima de la muerte
Las minas antipersona
La precaria economía de Camboya
La autosuficiencia y el ahorro
El sistema sanitario
La educación y la reeducación
La utilización de jóvenes y niños
  
La destrucción de la familia
La abolición de la propiedad y del dinero
La anulación de la individualidad
La depuración de los enemigos
El opio del pueblo
El rey Sihanuk
La dictadura después de la dictadura
1984 llegó en 1975
Diccionario de neolengua de los jemeres rojos
Bibliografía
  

Indices de fotos
EL HOLOCAUSTO CAMBOYANO

Indice general
Indice 01     Prisión secreta S-21
Indice 02     Prisión secreta S-21
Indice 03     Prisión secreta S-21. Un testimonio pictórico
Indice 04     Un testimonio pictórico. Los campos de exterminio
Indice 05     Los campos de exterminio
Indice 06     Las minas antipersona
  
EL PUEBLO CAMBOYANO
Una extensa galería de retratos de los habitantes de Camboya en la actualidad.
  
Prisión secreta S-21 (Tuol Sleng)
    
   'S-21' es el número de código de la prisión y centro de interrogatorios principal del régimen de Pol Pot, un lugar en el centro-sur de la capital Phnom Penh, hoy reabierto como Museo de los Crímenes del Genocidio, y rebautizado como Tuol Sleng (fotos 001-032).
   S-21, que fue la más grande, pero ni mucho menos la única, prisión secreta de Kampuchea Democrática dedicada al encarcelamiento, interrogatorio y tortura de los camboyanos acusados de contrarrevolucionarios o disidentes (y de sus respectivas familias), constituye el puro símbolo de lo que los jemeres rojos entendían como 'Revolución Cultural'. Las aulas de una escuela superior, transformadas en las celdas de una cárcel de exterminio. Un colegio convertido en un calabozo de torturas.
El holocausto camboyano  
    Se calcula que entre 14.000 y 15.000 camboyanos (hombres y mujeres, niños y niñas, jóvenes y adolescentes, ancianos y ancianas) fueron encarcelados en esta prisión a lo largo del periodo jemer rojo. Todos ellos fueron repetidamente torturados, forzados a confesar crímenes falsos, y posteriormente trasladados al campo de exterminio de Choeung Ek, para ser ejecutados y enterrados allí. De estas 15.000 personas, se sabe que sólo 7 salieron con vida.
   La dictadura de los jemeres rojos de Pol Pot había prohibido a la población camboyana el consumo de cualquier producto manufacturado de origen occidental. Ello no impidió que los mismos oficiales de la prisión S-21 utilizaran cámaras fotográficas para realizar fotos de los camboyanos que eran encarcelados allí, con el fin de confeccionar un archivo de fichas de los prisioneros. Este archivo se ha rescatado y se conserva hoy en una base de datos bibliográfica, biográfica y fotográfica difundida por el Cambodian Genocide Program.
  
   Después, sentí que alguien me quitaba la venda de los ojos. Al principio mis ojos estaban desenfocados, pero luego mi visión se hizo más clara. Delante de mí había una silla con una cámara colocada enfrente.
   "Siéntate en esa silla", dijo el guardián, apuntándome.
   Los otros que estaban esposados a mí fueron conmigo pero se sentaron en el suelo mientras yo era fotografiado. El guardián tomó una foto de mi cara de frente, y luego de lado. Otro guardián midió mi cabeza y luego hicieron una tarjeta de identidad. Después de mí, fotografiaron a las otras personas que estaban encadenadas a mí. Entonces volvieron a vendarnos los ojos.
  
(Vann Nath. A Cambodian Prison Portrait. One Year in the Khmer Rouge S-21)
  
   Se hicieron más de 5.000 fotografías de los detenidos en la prisión S-21 que estaban en proceso de interrogatorio y ejecución. Se desconoce la identidad de la mayoría de las víctimas. Una pequeña selección de las fotos se exhibe en paneles instalados en el Museo del Genocidio de Tuol Sleng (fotos 004-024). El CGP solicita a quienes puedan aportar alguna información, faciliten nombres y otros datos biográficos de las víctimas desconocidas que hayan podido reconocer.
     
   (En junio 1976) la prisión fue otra vez trasladada a nuevos locales: la anteriormente escuela superior, ahora conocida como Tuol Sleng. Este lugar podía albergar hasta mil quinientos prisioneros al mismo tiempo. El Santebal (o Rama Especial del CPK, centro neurálgico del aparato de purgas del Partido) empezó rápidamente a florecer. A principios de 1977, Tuol Sleng tenía empleados por lo menos a 111 guardianes. (...) Estos eran mantenidos en el centro no sólo por sus orígenes geográficos, sino por ser muy jóvenes de edad. Ochenta y dos de los ciento once guardianes tenían de 17 a 21 años. Sólo media docena se había unido a la revolución antes de 1973, y sólo otros dos habían trabajado para el Santebal antes de abril 1975. Estas personas iban a encarcelar y matar a la gran mayoría de los cuadros veteranos del CPK.
   (Ben Kiernan, The Pol Pot regime)
  
   La prisión S-21 estaba oficialmente organizada bajo la responsabilidad de Son Sen, el ministro de defensa, encargado del ejército y de la seguridad interna, o sea, de la represión.
  
   Ser ministro de defensa significaba que, bajo el régimen de Kampuchea Democrática, él estaba encargado también de la represión, porque su puesto incorporaba las dos funciones del ejército: proteger al país de los enemigos tanto del extranjero como del interior. Las purgas en China son el modelo de sus propias purgas.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   S-21 tuvo como director de 1975 a 1979 a Kaing Guek Eav aka Kiev, más conocido por su sobrenombre: Duch. Nacido en Kompog Thom en 1945, era profesor de matemáticas. En 1970 se alistó en el Partido Comunista de Kampuchea. Se le considera el responsable directo de las torturas y ejecuciones de más de 14.000 camboyanos que pasaron por esta prisión.
  
   Carteles en el Museo del Genocidio:
  
Cartel (foto001):
Introducción al Museo del Genocidio de Tuol Sleng
   El Museo de 'Tuol Sleng' fue en el pasado una de las escuelas de enseñanza secundaria de la capital, llamada Escuela Superior 'Tuol svay Prey'.
   Tras el 17 de abril de 1975 el clan de Pol Pot la transformó en una prisión, llamada S-21 (Oficina de Seguridad 21), que fue la mayor de Kampuchea Democrática. Estaba rodeada de un doble muro de hierro ondulado, rematado con espesos alambres de espino.
   Las aulas de la planta baja y los primeros pisos fueron divididas en celdas individuales, mientras que las del segundo piso fueron usadas como calabozos masivos.
   Varios millares de víctimas (campesinos, obreros, técnicos, ingenieros, doctores, maestros, estudiantes, monjes budistas, ministros, cuadros de Pol Pot, soldados de todas las graduaciones, los cuerpos diplomáticos de Camboya, extranjeros, etc.) fueron hechos prisioneros y exterminados, con sus mujeres y sus hijos.
   Hay aquí muchas evidencias que prueban las atrocidades del clan de Pol Pot: celdas, instrumentos de tortura, informes y documentos, listados de nombres de prisioneros, fotografías de víctimas, sus ropas y pertenencias.
   Descubrimos fosas comunes en los alrededores, y en particular las más numerosas, situadas a 15 km al sudoeste de Pnom Penh, en el pueblo de Choeung Ek, Distrito de Dangkor, Provincia de Kandal.
  
Cartel (foto025):
Reglamento de los agentes de seguridad
1.  Responde de acuerdo a las preguntas que te hago. No intentes desviarlas.
2.  No intentes esconder los hechos inventando pretextos según tus ideas hipócritas. Está estrictamente prohibido contestarme.
3.  No hagas el imbécil, porque tú eres el hombre que se opone a la revolución.
4.  Responde inmediatamente a mis preguntas sin tomarte tiempo para reflexionar.
5.  No me hables de tus inmoralidades ni de la esencia de la revolución.
6.  Durante las palizas o los electrochoques está prohibido gritar.
7.  Siéntate y espera a mis órdenes. Si no hay órdenes, no hagas nada. Si te pido que hagas algo, hazlo inmediatamente sin protestar.
8.  No tomes como pretexto Kampuchea Krom para esconder tus intenciones de traidor.
9.  Si no sigues todas estas órdenes, recibirás incontables bastonazos, descargas eléctricas y electrochoques.
10. Si desobedeces cualquier punto de mis reglamentos, recibirás diez latigazos o cinco electrochoques.
   
El holocausto camboyanoCartel (foto026):
Edificio 'C'
   - Planta baja: celdas individuales hechas de ladrillo.
   - Primer piso: celdas individuales hechas de madera.
   - Segundo piso: calabozo colectivo.
   El trenzado de alambre de espino que cerraba los balcones impedía a las víctimas desesperadas suicidarse.
  
   En la planta baja del Edificio 'C', las aulas de la escuela fueron compartimentadas mediante muros de ladrillo para convertirlas en calabozos de celdas individuales (foto027).
   Cada prisionero era encadenado con grilletes a una pared de su celda, y debía dormir sobre el suelo, sin cama ni mantas.
   En el segundo piso estaban las celdas colectivas. En una de las salas se exhiben, acumuladas, las barras y grilletes de hierro que se usaban para encadenar a los prisioneros en las distintas celdas de la prisión (foto028).
   Las barras de hierro se colocaban en mitad del suelo de una celda colectiva. Los prisioneros eran tumbados en el suelo a uno y otro lado de la barra, boca arriba y adyacentes entre sí, y encadenados por los tobillos a la barra.
   Los prisioneros debían permanecer en la misma posición, inmóviles, sin mantas, todas las noches y todo el tiempo que sus guardianes creyeran conveniente. Si deseaban cambiar de postura o hacer sus necesidades, debían pedir previamente permiso al carcelero de guardia.
   Sus necesidades corporales las hacían en pequeñas cajas metálicas de municiones usadas a modo de bacinillas, aprovechándose las heces como abono fertilizante para las huertas de las proximidades.
  
Cartel (foto029):
Edificio 'A'
   Se compone de tres pisos divididos en 20 celdas:
   El primero tiene 10 celdas, usadas para encarcelar, interrogar y torturar a prisioneros que habían sido oficiales de alto rango.
   El segundo y tercero tienen 5 celdas cada uno, usadas con el mismo propósito que el primer piso.
   Quedan actualmente abundantes evidencias en todas las celdas que prueban las atrocidades del clan de Pol Pot.
  
Celdas de torturas (fotos 030 y 031):
   Las aulas del Edificio 'A' fueron habilitadas por los dirigentes de la prisión como celdas de interrogatorios (= torturas), sobre todo para oficiales y mandos de los mismos jemeres rojos que eran acusados de traición o de actitudes contrarrevolucionarias, o simplemente habían caído en desgracia.
   Se encadenaba a los detenidos a un jergón de hierro en mitad de la sala, donde se les apaleaba para arrancarles falsas confesiones, o se les aplicaba electrochoques, a veces arrojándoles simultáneamente un balde de agua sobre la cabeza para aumentar la intensidad de la sacudida eléctrica.
   Cuando las tropas vietnamitas tomaron Phnom Penh el 7 enero 1979 y derrocaron a los jemeres rojos, los cuerpos de las últimas víctimas estaban todavía encadenados con grilletes a estos jergones (según el Ministerio de Información y Cultura de Phnom Penh).
  
Cartel junto a un larguero sobre postes que se usaba en la ex-escuela de Tuol Sleng para hacer gimnasia (foto032):
El cadalso
   Estos postes provistos de cuerdas habían sido utilizados por los estudiantes para hacer ejercicios físicos. Los jemeres rojos utilizaron este tinglado para llevar a cabo interrogatorios. Los verdugos ataban las manos de los prisioneros a sus espaldas con una cuerda y los izaban cabeza abajo, hasta que perdían la conciencia. Entonces sumergían la cabeza del prisionero en una tinaja con agua sucia y pestilente, que usaban normalmente como fertilizante para los cultivos de la terraza exterior. Conseguían así que las víctimas recobraran la conciencia, y los interrogadores podían continuar con su tarea.
  

   Aunque las políticas económicas y sociales de Kampuceha Democrática no encajan con un marco fascista, son sorprendentes los parecidos entre S-21 y los campos de exterminio nazis (...)
   La diferencia más destacada entre los casos camboyano y alemán reside en la extensión de la documentación elaborada en S-21. Los prisioneros tanto bajo los nazis como bajo la Kampuchea Democrática fueron desprovistos de cualquier cosa parecida a una protección legal; pero mientras los de los campos de exterminio nazis eran simplemente explotados con trabajos físicos a la espera de su ejecución, los de S-21 fueron tratados casi como si estuvieran sujetos a un sistema judicial y sus confesiones fueran a aportar pruebas ante un tribunal. A este respecto, recuerdan a los supuestos contrarrevolucionarios que fueron a 'juicio' en la Unión Soviética, en grandes números, en los años 30. En la Alemania nazi, los prisioneros políticos eran recluidos en campos separados de los que estaban destinados a ejecución y fueron de alguna manera mejor tratados. En S-21, todos fueron acusados de delitos políticos, y fueron todos asesinados.
   (David Chandler, Voices of S-21)

   De entre los prisioneros que pasaron por la cárcel S-21, un buen porcentaje estaba compuesto por cuadros y mandos de los mismos jemeres rojos, que, por un motivo u otro, habían caído en desgracia, y eran acusados de traición a la causa revolucionaria. El mismo monstruo que habían contribuido a engendrar, se volvió contra ellos y los devoró.
  
   Grande fue la consternación y el desconcierto de algunos militantes, cuya devoción no tenía tacha, cuando se encontraron frente a sus torturadores en S-21 u otras prisiones, y fueron obligados a confesar traiciones que nunca habían cometido. ¿Cómo podía el Partido al que habían servido con toda su alma y corazón, y por el cual habían sacrificado toda felicidad humana, volverse contra ellos y acusarles de traición?
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
    Camaradas, el Angkar ya conoce vuestras enteras biografías.
    (Admonición del Angkar)
  
   El pravoatterup (traducible como 'biografía', 'historia personal' o 'confesión') era un instrumento esencial para el control de la población. Aunque era común en todos los países comunistas escribir tu propia historia personal, se convirtió en una herramienta esencial de 'reforma del pensamiento' en la China de Mao. Los jemeres rojos radicalizaron más aún esta práctica, haciéndola más represiva y absurda. (...) Para los cuadros, este ejercicio era de extrema importancia, y en cada nuevo puesto, se les exigía hacer un nuevo pravoatterup, usando sus verdaderos nombres, no el nom de guerre que utilizaban en su vida diaria. La burocracia y papeleo de S-21 no eran más que la punta del iceberg. En todas las cárceles y centros administrativos del país se amontonaron páginas y más páginas, cuadernos y más cuadernos, con las historias personales de los cuadros o las personas consideradas como potencialmente desviacionistas. Estas eran copiadas o transcritas por un ejército de empleados y luego circulaban de comuna en comuna, o acompañaban a los cautivos tras los arrestos.
   Cada ciudadano que no fuera un simple campesino, tenía, en un momento u otro, que escribir su autobiografía, y luego reescribirla de nuevo, de forma que, si había mentido, se descubriera y condenara a sí mismo. Por lo tanto, tenía que tener muy buena memoria si pertenecía, o había sido cercano, a aquellas categorías de personas destinadas al exterminio, de forma que si ocultaba algo sobre sí mismo, tenía que hacerlo con lógica y consistencia. A los interrogadores, que probablemente seguían cursos de entrenamiento por todo el país, se les pedía que usaran la tortura para obtener información meticulosa y documentada. (...) Tenían que desbaratar a toda costa los complots o detectar a aquéllos que, en el futuro, podrían conspirar contra el régimen. (...)
   El individuo, muy a menudo un '17 de abril', era considerado como irredimible a ojos de los jemeres rojos. Para los cautivos en las prisiones, estas confesiones les llevaban a una completa autodegradación y a la autotraición, previas a la muerte: a confesar, en medio de atroces sufrimientos, que uno era un traidor a sueldo de una potencia extranjera, y a dar nombres. (...)
   Para hacer que los acusados hablaran más fácilmente –y esto era parte de la tortura psicológica– el Angkar pretendía conocer ya todas sus fechorías.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   "El Angkar ya lo sabe; pero, si el Angkar te hace preguntas, es porque está deseoso de saber si todos y cada uno de vosotros, hermanos y hermanas, sois o no leales al Angkar".
    (Admonición del Angkar)
  
   Los jemeres rojos hacían preguntas, pretendiendo saber ya las respuestas. Esto no era completamente inexacto, ya que cada acusado era llevado ante su interrogador con documentación sobre su persona, suministrada voluntaria o forzosamente.
   Indiquemos también que se daba por garantizado que los individuos asiáticos no podían sino formar parte de una familia o un clan. Los investigadores no podían imaginar que los miembros de una familia pudieran adoptar posturas políticas divergentes, o que cualquiera pudiera actuar según su propio e individual libre albedrío. Ello puede explicar porqué los jemeres rojos ejecutaban a familias enteras, incluyendo a los niños muy pequeños.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   "El Angkar nunca repite la misma pregunta dos veces".
  
   "Cuando el Angkar te pregunte, responde con lealtad".
  
   "¡Pregunta rápida, respuesta rápida! ¡Cuando se te haga una pregunta, responde rápidamente!"
  
   "¡Responde directamente! ¡No desvíes el tema!"
   (Advertencias y órdenes de los torturadores jemeres rojos a sus víctimas)
     
   En un periodo posterior del régimen, tras las purgas de aquellos que estaban relacionados con el anterior gobierno republicano, y confrontados con el creciente desorden causado por las aberrantes decisiones tomadas en Phnom Penh, el Angkar, en lugar de corregir su política, persistió tozudamente en llevarla hasta límites radicales, en un insensato salto hacia el abismo. Con cada vez más fracasos y contratiempos, los miembros del Comité Ejecutivo del CPK, en vez de sentir alguna responsabilidad, se vieron a sí mismos, en su paranoia colectiva, como rodeados por hordas de enemigos del exterior (especialmente los vietnamitas cuyos pueblos habían atacado salvajemente en las regiones fronterizas) y del interior (supuestamente "a sueldo de la CIA y del KGB"). (...)
   El Angkar se movía por la verdadera necesidad de rastrear sin piedad a los así llamados agentes de los servicios secretos extranjeros, y exterminarlos tras torturarlos y hacerles confesar sus 'infames crímenes' y 'entregar' a sus 'cómplices' –si es que había alguno en el país–. ¡Poca diferencia había! Compartiendo la misma psicosis colectiva que los chinos durante la Revolución Cultural –que veían por todas partes espías a sueldo del extranjero– los jemeres rojos hacían sospechosos de traición a muchos ciudadanos inocentes. El KGB estaba extrañamente conectado con la CIA, en la fantasmagoría de los jemeres rojos, a causa de su odio visceral hacia sus anteriores aliados, los revolucionarios vietnamitas. Ya se sabe que la Unión Soviética era el principal aliado del régimen de Hanoi. (En enero 1977, un oficial de alto rango, Koy Thuon) fue acusado de ser un agente de la 'CIA soviética', y se conserva su confesión.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book) 
 
   Los archivos crecían; más y más sospechosos eran arrestados, procesados, interrogados, y 'destruidos' (komtec). En las zonas, tres acusaciones independientes de que alguien era miembro de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) –o sea, que era contrarrevolucionario a los ojos de otro miembro del partido– eran suficientes para un arresto, y si el interrogatorio levantaba más dudas, el prisionero era llevado a Tuol Sleng. Los obreros de las fábricas de las cercanías, que tenían una vaga idea de lo que estaba ocurriendo, describían el centro de interrogatorios como "el lugar donde se entraba y nunca se salía" (konlaenh choul min dael chenh).
   (David Chandler, Brother Number One. A political biography of Pol Pot)
El holocausto camboyano  
   Extractos de una entrevista con Duch (sobrenombre de Kaing Guek Eav aka Kiev), el director de la prisión S-21 durante el régimen de Pol Pot. En los años 80 desertó de los jemeres rojos y se convirtió al cristianismo. Fue arrestado en mayo de 1999. Duch fue condenado en julio 2010 por 'crímenes de guerra y contra la Humanidad' por las Cámaras Extraordinarias de los Tribunales de Camboya a 34 años de prisión, como responsable de la tortura de más de 15.000 camboyanos.
   Pregunta.  ¿Usted fue responsable desde el principio?
   Respuesta.  Me encargaron que creara el centro, que lo pusiera en funcionamiento, aunque nunca supe por qué me eligieron a mí precisamente. Es verdad que antes de 1975, cuando los jemeres rojos vivían en la clandestinidad, en la jungla, en las zonas liberadas, yo era el jefe de la Oficina 13 y el responsable de la policía en la zona especial que limitaba con Phnom Penh.
   (...)
   P.  ¿Cómo era su jornada en ese lugar?
   R.  Todos los días tenía que leer y controlar las confesiones. Realizaba esa lectura desde las siete de la mañana hasta la medianoche. Y todos los días, hacia las tres de la tarde, me llamaba el profesor Son Sen, ministro de Defensa. Le conocía desde que enseñaba en el instituto. Fue él quien me pidió que me uniera a la guerrilla. Me preguntaba cómo iba el trabajo. (...)
   Llegaba un mensajero, un emisario, que recogía las confesiones y las llevaba a Son Sen. Usted sabe que los jemeres rojos habían vaciado la capital. No había población urbana. Las escuelas estaban cerradas; los hospitales, cerrados; las pagodas, vacías. Sólo podían moverse poquísimas personas. Estos mensajeros eran el único nexo entre una oficina y otra. Por la noche no dormía en Tuol Sleng. Tenía varias casas y, por razones de seguridad, dormía cada noche en un sitio diferente. (...)
   En Tuol Sleng había una convicción difundida y tácita, y no se necesitaban indicaciones por escrito. Yo y todos los demás que trabajaban en ese lugar sabíamos que quien entraba allí debía ser destruido psicológicamente, eliminado de una forma progresiva; no había escapatoria posible. Ninguna respuesta servía para evitar la muerte. (...)
   Veíamos enemigos y más enemigos por todas partes. Cuando descubrí que en la lista de las personas a las que había que eliminar estaba incluso el ministro de Economía, Von Vet, sufrí un choque, una verdadera conmoción.
   (...)
   P.  ¿Qué sentía ante ese número creciente de víctimas que usted contribuía a aumentar?
   R.  Me sentía empujado hacia un rincón, como todos en ese engranaje; no tenía opción. En la confesión de Hu Nim, ministro de Información y uno de los dirigentes jemeres más importantes, también arrestado ahora, estaba escrito que la seguridad en una cierta zona estaba garantizada, asegurada. Pero Pol Pot, el hermano número 1, el jefe de todo, no estaba satisfecho con esa información; era demasiado normal, había que sospechar siempre, temer algo, y llegaba la petición: "Interrogadlo otra vez, interrogadlo mejor".
   P.  Lo que significaba sólo una cosa: nuevas torturas.
   R.  Pasaba siempre eso. Por ejemplo, en el caso de mi cuñado. Le conocía muy bien, se había creado una relación auténtica de parentesco, pero tenía que eliminarlo de todas formas; sabía que era una persona estupenda, pero, sin embargo, tenía que fingir que creía en esa confesión conseguida con violencia. Así que para protegerlo no analicé con demasiado rigor esas declaraciones. Y en esa ocasión mis superiores empezaron a dejar de tener plena confianza en mí. Al mismo tiempo, yo ya no me sentía seguro.
   (...)
   P.  Usted está ahora arrepentido, pero ¿qué pasa con todos esos miles de víctimas, esa violencia practicada con métodos primitivos, esas mentiras transformadas en verdad?
   R.  Si alguien busca la responsabilidad, y los diferentes grados de responsabilidad, lo único que puedo decir es que no había vía de escape para quien entraba en la máquina de poder ideada por Pol Pot. Sólo los dirigentes conocían la verdadera situación, pero los cuadros intermedios la ignoraban. Y además había esa obsesión por el secretismo. Está claro que usted me pregunta si no podía rebelarme, o por lo menos huir.
   P.  Eso es.
   R.  Si intentaba huir, ellos tenían como rehén a mi familia, que habría corrido la misma suerte que los otros prisioneros de Tuol Sleng. Mi fuga, mi rebelión no habría ayudado a nadie.
   (Entrevista realizada por Valerio Pellizzari, publicada en El País, Madrid, 10 febrero 2008)
  

  
Vann Nath: un testimonio pictórico
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   Presentamos a continuación varios extractos de la autobiografía de Vann Nath, prisionero de los jemeres rojos, uno de los poquísimos camboyanos (fueron siete u ocho) que consiguieron salir con vida de la prisión secreta S-21. Vann Nath tuvo la suerte de poder escapar en medio del caos provocado por el ataque a Phnom Penh del ejército de Vietnam a comienzos de 1979.
   Vann Nath fue encarcelado en S-21 en 1977, aunque al día de hoy todavía desconoce los motivos de su arresto. Fue apaleado y torturado, y casi murió de hambre. Pero debido a sus habilidades como artista, y a pesar de figurar su nombre en la lista negra de ajusticiables, no fue asesinado: en lugar de ello fue obligado a pintar retratos de Pol Pot a partir de fotografías del 'Gran Hermano'.
   En el año que pasó en prisión, Vann Nath no pudo tener el menor contacto con su familia. Sus dos hijos (uno de cinco años, el otro de seis meses de edad) murieron de enfermedades.
   Cuando a finales de 1979 fue creado el Museo del Genocidio de Phnom Penh en lo que antes había sido la prisión, Vann Nath regresó a Tuol Sleng, y trabajó allí varios años. Volvió a poner en práctica sus dotes como artesano para pintar escenas de la vida en la cárcel, a fin de que los visitantes pudieran tener un testimonio pictórico de las atrocidades que se cometieron allí. Sus pinturas se exhiben hoy en el museo.
  
   Extractos de su libro 'Un año en el S-21 de los jemeres rojos':

   "De pie", ordenó el guardián. Todos los prisioneros nos levantamos y nos volvieron a atar a todos juntos con una cuerda alrededor de nuestros cuellos. Caminamos en la oscuridad. Me era muy difícil mantenerme en pie y andar –débil y con los ojos vendados–, así que me concentré en seguir el sonido de los pasos de las personas que iban delante de mí. Nos estaban conduciendo escaleras arriba. Había que subir muchos escalones.
   Cuando llegamos arriba los guardianes nos ordenaron que nos sentáramos. Mis piernas estaban rígidas y me temblaban. Nos quitaron las vendas. Estaba en una amplia habitación con una pizarra cerca de la puerta. Cerca de la pizarra había unos 12 prisioneros que estaban encadenados con grilletes (...) Sus cuerpos estaban muy delgados y pálidos. No podría decir si eran hombres o mujeres. Los guardianes nos encadenaron a los 20 recién llegados con grilletes de hierro para piernas. Debíamos deslizar nuestros tobillos dentro de argollas de metal que estaban enganchadas a una larga barra de metal, con más de una docena de prisioneros encadenados a una barra.
   "Si hay alguien que sepa leer, que lea este reglamento en voz alta para que lo oigan los demás", dijo el guardián, un chico de unos 15 años. Tras escuchar el reglamento interno, me senté.
   "¡Quién te permite hacer eso!", gritó el guardián. "¡En pie! ¡Levántate! ¡Tú no eres libre! ¡No puedes hacer lo que quieras!"
   "Quítate tu ropa negra", dijo. Desgraciadamente yo no llevaba ropa interior. Dije a los guardianes, "Hermanos, no tengo ropa interior".
   "No importa", dijo el guardián. "Quítate la ropa".
   Me di cuenta de que en este lugar eran más estrictos que en Battambang. Supe que no podía persuadirles de no quitarme la ropa, así que me la quité. Veinte de los 32 prisioneros estaban también desnudos.
   Un viento fresco entraba por la ventana y sentí mucho frío. Me senté con los brazos alrededor de las rodillas tratando de calentarme. Después de un rato, un guardián trajo un montón de prendas y las arrojó al suelo. Conseguí un par de pantalones amarillos y una camisa de manga larga sin botones. Traté de imaginar cómo podría ponerme los pantalones con una de mis piernas sujeta por un grillete. Me puse primero la camisa y entonces se me ocurrió una manera. Introduje los pantalones a través de la argolla de una pierna, haciéndolos avanzar poco a poco hasta que pasaron del todo. Entonces introduje el otro pie en los pantalones. Después me tumbé exhausto en el suelo, sin un solo grano de arroz en mi estómago. Me dormí sin saber nada.
   Me desperté temprano al día siguiente, con el cuerpo dolorido. Estaba hambriento y me pregunté qué clase de comida me darían cuando me permitieran comer. Quería sentarme, pero no me atrevía porque el reglamento decía que si queríamos sentarnos, teníamos que pedir permiso a los guardianes (...)
   Entonces un hombre que traía papilla en un cubo colgando de un palo sobre su hombro entró en la habitación. Yo estaba muy excitado porque me daba cuenta de que había llegado la comida. Se nos dio a cada uno cuatro pequeñas cucharadas de papilla y un poco de sopa aguada con hojas de banana flotando en ella. Me supo delicioso porque estaba muy hambriento.
   Pero tras un par de cucharadas, toda la comida había desaparecido, y los guardianes nos ordenaron dormir. Me tumbé en el suelo y me di cuenta de que no me iban a dar agua (...)
   Constreñido por las argollas, traté de cambiar un poco la postura de mi cuerpo dolorido (...) Pensé en los prisioneros que estaban allí antes que yo, y me pregunté cuánto tiempo habrían estado en aquella habitación. Finalmente, me quedé dormido.
   Cuando me desperté, necesitaba imperiosamente sentarme y beber agua. No había bebido agua desde el día anterior (...) Empezaba a sentir hambre y quería pedir agua, pero no me atrevía.
   Otro prisionero reclamó, "Hermano, quiero sentarme un poco". El guardián accedió. Entonces el mismo hombre pidió un poco de agua.
   "¿Por qué me pides beber agua?" vociferó el guardián (...)
   Me tumbé y miré a una pequeña salamanquesa (gecko) en el techo que estaba cazando insectos alrededor de la luz eléctrica. La salamanquesa es más afortunada que yo, pensé, porque tiene un montón de insectos para comer. Sentía que mi estómago casi tocaba mi espalda. ¿Cuándo nos darán otro plato de papilla de arroz? Quizás sólo dan una comida al día. Si es así, nos moriremos de hambre en menos de medio mes (...)
   Esta era mi segunda noche allí. No me podía dormir, porque los guardianes estaban constantemente entrando para comprobar los grilletes, porque temían que nos fugáramos. Dios mío, la barra de hierro era tan gruesa como nuestros pulgares. ¿Cómo íbamos a poder liberar nuestros pies?
   Entonces oímos una voz de mando, "Levantaos todos". Tras sentarme, vi a un muchachito, de unos 13 años, de pie con una vara de un metro de largo hecha con cables eléctricos trenzados.
   "¿Por qué estáis durmiendo todavía? Ya casi ha amanecido", dijo el chico, "No seáis vagos. A hacer gimnasia".
   "¿Cómo podemos hacer gimnasia?", preguntó un prisionero.
   "Qué estúpido eres, viejo chocho", dijo el chico, "Coged los cubos de mierda y ponerlos bajo las barras de argollas y saltad todos juntos".
   Todos los prisioneros seguimos las instrucciones. El ruido metálico de las argollas y los cubos sonaba por toda la habitación. Intenté brincar unas pocas veces junto a los demás prisioneros. Pero ¿cómo podíamos hacerlo con un tobillo encadenado a la argolla y el otro pie saltando? Y no teníamos la menor energía.
   Tras unos dos minutos el ruido de las argollas se tornó en silencio. Miré alrededor y vi a algunas personas de pie, mientras otras se habían sentado.
   "¡Quién os ha dicho que os sentéis!" gritó el guardián. "Esperad hasta que os diga de hacerlo".
   Como tenía miedo a la vara de cables eléctricos, intenté saltar de nuevo. Si no obedecíamos las órdenes, nos golpearía. Un rato más tarde nos dijo que paráramos.
   "¡Muy bien, alto! ¿Os sentís bien?"
   "Sí, bien", respondimos al unísono.
   "¡Muy bien! Podéis dormir de nuevo", dijo.
(...)
  
      Mientras uno de los hombres escribía, me preguntaron sobre mi entorno: qué había hecho desde que tenía 10 años, durante la época de Sihanuk, la época de Lon Nol, etcétera. Les dije que había sido estudiante, y luego pintor –lo cual era, al fin y al cabo, la verdad.
   "¿Cuál fue el problema por el que te arrestaron?", preguntó el interrogador. Dije que no lo sabía.
   "El Angkar no es estúpido", dijo. "Nunca detiene a gente que no sea culpable. Ahora piénsatelo otra vez – ¿qué hiciste mal?"
   "No lo sé", dije otra vez. "Yo estaba trabajando en la base. El Angkar me encargó salir a buscar cañas y entonces me arrestaron."
   El interrogador me dijo que confesara, o de lo contrario me haría daño. Yo no tenía ninguna respuesta. Ató  fuertemente un cable eléctrico a mis esposas y conectó el otro extremo a mis pantalones con un imperdible. Se sentó de nuevo.
   "Se nos ha informado que has ido por ahí instigando a la gente a oponerse al Angkar", dijo, "¿Quién está en tu organización?"
   "No sé de qué me hablas, hermano", dije. No sabía qué pensaban que había hecho yo. (...)
   El hombre que tenía una pistola la dejó en la mesa y caminó hacia mí. Conectó el cable a la corriente eléctrica y conectó el otro extremo a los bajos de mis pantalones.
   "¿Te acuerdas ahora? ¿Quiénes colaboraron contigo para traicionar al Angkar?", preguntó.
   No se me ocurría con qué palabras responderle cuando me dio una descarga eléctrica. Mi cuerpo entero tuvo un espasmo y me desmayé.
(...)
  
   Duch me preguntó cuántos años había yo sido pintor, y deduje que había leído mi biografía. Trajeron una gran fotografía de Pol Pot y me la pusieron delante.
   "¿Conoces a esta persona?", preguntó Duch.
   "No, no la conozco", dije.
   "Intenta adivinarlo. Di quién es".
   "No, no me atrevo, porque no le conozco".
   "No tengas miedo. Te estamos diciendo que lo adivines."
   "Bueno, es... el Hermano... el Hermano... Khieu Samphan", aventuré.
   Prorrumpieron en carcajadas.
   "No, no es el Hermano Hem", dijo Duch, refiriéndose a Khieu Samphan por su nombre revolucionario, Hem. "¿Sabes por qué has sido traído aquí abajo?"
   Dije que no lo sabía.
   Bueno, escucha atentamente. Quiero una reproducción de esta fotografía realista, clara, correcta y noble. ¿Puedes hacerlo?"
(...)
  
   En los nueve días en que estuve en la planta baja pintando, comprobé que la prisión estaba muy activa y ocupada. Los prisioneros eran traídos en camiones día y noche, a veces hasta las dos de la madrugada. Oh, jemeres, tanto yo como los demás, ¿por qué éramos un pueblo tan miserable? ¿De qué éramos culpables? No se me ocurría en qué podía haberme equivocado. Cuando iba escaleras arriba, les oía gritando a los prisioneros: "¡Tú eres CIA!" o "¡Tú eres KGB!"
   Las palabras "CIA" y "KGB" eran la principal causa de muerte de la gente. De hecho, ninguno de nosotros sabía lo que eran la CIA o el KGB. Justo sabía que CIA eran los agentes secretos de Estados Unidos y KGB eran los agentes de la Unión Soviética. Pero más allá de eso, yo no sabía ni entendía nada.
(...)
  
   ¿Pensaban que los nuestros eran trabajos fáciles? Habíamos invertido años en aprender estas habilidades para tener de por vida una carrera que fuera pacífica y limpia, mientras las únicas habilidades de los guardianes eran apretar el gatillo para matar gente y destruir cosas obedeciendo a los eslogans que emitían por la radio todos los días: "Todas las cosas del anterior régimen deben ser destruidas... Construid una nueva Kampuchea próspera y progresista con grandes avances."
(...)
  
   Pasaron tres días, y volvimos al trabajo como de costumbre. Cuatro de nosotros, incluyendo a Meng, estábamos preparando los moldes para una estatua del Hermano Número Uno: Pol Pot. Trabajábamos cuidadosamente, esperando buenos resultados cuando abriéramos los moldes a los pocos días. Tuvimos la suerte cuando los abrimos de encontrar la estatua sin rayaduras y en buen estado. Duch y sus colegas mostraban grandes sonrisas en sus caras.
   Más tarde el Angkar ideó un plan para fabricar estatuas de plata. Duch mandó a sus hombres ir a recolectar miles de kilos de objetos de plata para hacer estatuas de plata maciza. Primero teníamos que ajustar todos los moldes de forma que se asemejaran exactamente a Pol Pot.
   Luego se nos confió a todos un nuevo trabajo: hacer una estatua de cemento de ocho metros de alto de Pol Pot, de pie entre campesinos portando banderas y demás –con intención de mostrar la historia de la lucha de clases. Iba a ser construida en la cima de Wat Phnom (principal pagoda de Phnom Penh, elevada sobre una colina) y los stupas y pagodas budistas sería derribados. Primero hicimos un pequeño modelo de la estatua para enviarla a Pol Pot para su aprobación.
(...)
  
Retorno a Tuol Sleng
   En noviembre (de 1979, tras el derrocamiento del régimen jemer rojo) el gobierno nos pidió, a mí y a otros varios supervivientes, que ayudáramos a organizar un Museo del Genocidio en los terrenos de la prisión. La idea de volver a ese lugar terrorífico me produjo pavor, pero decidí volver. Trabajé allí como pintor, componiendo escenas de la vida en S-21 con el fin de que los camboyanos y los visitantes de otros países pudieran saber lo que había ocurrido.
(...)
   Al segundo día ya no me sentía tan angustiado de estar en los terrenos de la vieja prisión. Lo que me sorprendió fue descubrir las tumbas frente al Edificio A. ¿Cuándo habían sido cavadas estas tumbas? El último día que había estado allí era el 7 de enero. Entonces no había tumbas. Pregunté a algunos de los otros que trabajaban allí y me dijeron que una semana después del 7 de enero, los soldados de liberación jemeres y vietnamitas lanzaron allí un ataque de limpieza y encontraron estos cuerpos en las camas de Edificio A. Los cadáveres estaban hinchados y corrompidos, y fueron enterrados en el patio. Los militares tomaron también fotografías para dejar todo registrado.
(...)
   Tras discutir la distribución de tareas, se me asignó la responsabilidad de pintar cuadros, y encontré una habitación tranquila en el segundo piso de uno de los edificios, donde podía trabajar.   
(...)
   Dos meses más tarde, el 7 de enero de 1980, el Museo del Genocidio de Tuol Sleng fue abierto al público. Los visitantes, tanto jemeres como extranjeros, quedaron conmocionados por la brutalidad que mostraban las fotografías, las pinturas y los instrumentos de tortura expuestos. En algunos casos, oímos los gritos de visitantes horrorizados que vieron las fotos de sus maridos, esposas o hijos que habían sido asesinados allí.
(...)
   El tiempo pasó, y poco a poco reconstruí mi vida. Me siento mucho más distendido, capaz de revelar el misterio de esta prisión a los forasteros, de forma que puedan conocer lo horrible que fue. Creo que los espíritus de los que murieron habrán aplaudido nuestro trabajo. Contribuir al establecimiento de este Museo del Genocidio es la cosa más significativa que he hecho en mi vida. Sólo un puñado de personas que probaron el sabor de esta prisión ha sobrevivido. Fue una gran suerte para mí haber nacido con temperamento y amor por el dibujo y la pintura. Si no, mi nombre no habría sido subrayado en rojo –significando que se me iba a perdonar la vida– en aquella lista 'negra' del 16 de febrero de 1978.
(...)
  
   Vann Nath se reencontró hacia 1995 con Huy, uno de los verdugos de S-21, que se había entregado a las autoridades gubernamentales, admitiendo que había matado a más de 2.000 personas ("demasiado pocas", pensó Vann Nath, "sólo una fracción del número total").
   Le pregunté si había visto las pinturas que había yo colgado en el museo. Dijo que sí.
   "¿Qué opinas de las pinturas? ¿Son demasiado exageradas?", pregunté.
   "No, no son exageradas", dijo. "Hubo escenas más brutales que ésas".
   "Lo he preguntado porque quiero saber la verdad. He pintado estos cuadros en parte basándome en lo que vi y oí yo mismo, y también en lo que las víctimas directas me contaron. Quiero que me digas la verdad".
   "Te estoy diciendo la verdad: no son exageradas", dijo.
   Me quedé un momento parado pensando en sus palabras. Algunas de las escenas que yo había pintado eran lo que había visto con mis propios ojos. Otras pinturas estaban basadas en descripciones de las víctimas. Un cuadro –de soldados arrancando un bebé que llora de los brazos de una madre angustiada– estaba basada en los gritos y gemidos de mujeres y niños que oía desde mi habitación cada par de días.
   "¿Viste la pintura de los guardianes de la prisión arrancando un bebé a su madre, mientras otro tipo golpea a la madre con una estaca? ¿Qué hacíais tú y tus hombres con los bebés?"
   "Uh... nos los llevábamos para matarlos."
   "¡Qué!", grité conmocionado.
   "Teníamos órdenes de llevárnoslos para matarlos".
   "¿Matásteis a esos pequeños bebés? ¡Dios mío!"
(...)
   La palabra 'brutal' es demasiado suave para describir su crueldad. No tuve el valor de preguntarle cómo mataban a aquellos niños y cuántos niños habían matado. Miré la habitación del piso superior del Edificio C, sintiendo que el horror todavía continuaba ante mí. Los gritos de dolor de las madres se mezclaban con los sollozos de los bebés, creando un sonido terrorífico.
(...)
  
   Actualmente, de cuando en cuando se habla de cerrar el Museo del Genocidio de Tuol Sleng. Hay quienes argumentan que eso ayudaría a curar las heridas y a recuperar juntos nuestra fracturada nación. Sin embargo, creo firmemente que el museo debería permanecer abierto. Más de 14.000 prisioneros fueron ejecutados en S-21. Si el Museo de Tuol Sleng es abandonado o reconvertido a otros fines, eso significaría que aquellos hombres, mujeres y niños que murieron habrían sido simplemente eliminados; que sus muertes fueron absurdas. Quiero mantener la memoria viva, de forma que los visitantes extranjeros y la nueva generación de camboyanos puedan conocer qué sucedió en aquel tiempo. Nuestros hijos deben aprender a no tratar nunca a los seres humanos como animales, o peor que animales.
(...)
  
   Pol Pot murió impune, sin haber tenido nunca que responder de sus actos. Y quizá tampoco los dirigentes jemeres rojos supervivientes serán nunca castigados. Pero de una manera u otra, creo que habrá justicia. Una persona cosecha lo que ha sembrado. Según la religión budista, las buenas acciones producen buenos resultados, las malas acciones producen malos resultados. El campesino cosecha el arroz, el pescador atrapa el pescado. Pol Pot y sus secuaces recogerán las acciones que han cometido. Cosecharán lo que han sembrado.

   (Vann Nath. A Cambodian Prison Portrait. One Year in the Khmer Rouge S-21)
  
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The Killing Fields
 
Campo de exterminio de Choeung Ek
  
   Aunque hubo muchos más campos de exterminio (o Killing Fields: de ahí el título del film rodado en 1984 por Roland Joffé) habilitados por los jemeres rojos a todo lo largo y ancho de Camboya, el campo de Choeung Ek es hoy uno de los más conocidos y visitados, al hallarse a sólo 15 km de la capital, Phnom Penh (fotos 044-056).
   Es a este campo adonde trasladaban a los prisioneros tras ser torturados en los calabozos de S-21, para ser ejecutados y enterrados en las fosas comunes que ellos mismos se veían obligados a cavar. Se han detectado aquí 129 fosas comunes, aunque sólo 86 han sido excavadas. De ellas se han exhumado los restos de casi nueve mil personas.
El holocausto camboyano
   Cartel a la entrada del monumento funerario en memoria de las víctimas, situado en el centro del campo de exterminio. Tiene forma de stupa (o relicario) budista, con una torre de gran altura en cuyo interior se exhiben los cráneos de 8.000 víctimas de los jemeres rojos, desenterrados en este campo.
  
   Le rogamos sea tan amable de mostrar respeto a los muchos millones de personas que fueron asesinados por el régimen genocida de Pol Pot.
  
Cartel (foto045):
  
Lo más trágico
   En nuestro siglo XX, en el suelo de Kampuchea, el clan de criminales de Pol Pot cometió un execrable acto de genocidio. Masacraron a la población con atrocidad y a gran escala. Fue más cruel que el genocidio cometido por los fascistas de Hitler. (El mayor) que el mundo ha conocido.
   Con el stupa conmemorativo que tenemos delante, imaginamos que estamos oyendo la voz dolorosa de las víctimas que fueron golpeadas por los hombres de Pol Pot con cañas, estacas de bambú y azadones. Que fueron apuñalados con cuchillos o machetes. Nos parece estar viendo las horrorosas escenas y los rostros afligidos por el pánico de gente que estaba muriendo de hambre, trabajos forzados o despiadada tortura en sus delgados cuerpos. Murieron sin poder dirigir sus últimas palabras a sus parientes y amigos. ¡Qué dolor sintieron aquellas víctimas cuando eran golpeadas con cañas o azadones y apuñaladas con cuchillos o espadas, antes de exhalar su último suspiro! ¡Qué amargura sintieron cuando veían que sus amados hijos, esposas, maridos, hermanos y hermanas eran arrestados y fuertemente atados antes de ser llevados a la fosa común!
   Mientras estaban esperando su turno y compartiendo el mismo destino trágico.
   El método de masacre que el clan de criminales de Pol Pot llevó a cabo sobre gente inocente de Kampuchea no puede ser descrito total y claramente con palabras porque la invención de este método homicida era extrañamente cruel, por lo que nos es difícil determinar qué clase de gente era: tenían forma humana pero sus corazones eran corazones de demonio. Tenían rostros jemeres pero sus actividades eran puramente reaccionarias. Querían transfomar al pueblo camboyano en un grupo de personas sin uso de razón o en un grupo que no supiera ni entendiera nada. Que siempre agachara la cabeza para cumplir ciegamente las órdenes del Angkar. Educaron y transformaron a los jóvenes y adolescentes, cuyos corazones eran puros, gentiles y modestos en odiosos verdugos que se atrevían a asesinar a inocentes, e incluso a sus propios padres, familiares o amigos.
   Incendiaron el mercado, abolieron el sistema monetario, eliminaron libros de leyes y principios de la cultura nacional, destruyeron escuelas, hospitales, pagodas y bellos monumentos como el templo de Angkor Wat, que es la fuente pura del orgullo nacional y representa el genio, conocimiento e inteligencia de nuestra nación.
   Intentaron a toda costa suprimir el carácter jemer y transformar el suelo y agua de Kampuchea en un mar de sangre y lágrimas, privado de infraestructura cultural, civilización y carácter nacional. Se convirtió en un desierto de gran destrucción que trastornó la sociedad de Kampuchea y la devolvió a la Edad de Piedra.
El holocausto camboyano  
Uno de los rótulos junto a los cráneos humanos exhibidos en el monumento (foto048):
   Mujeres camboyanas jóvenes, de 15 a 20 años.
  
   En los primeros meses del régimen, los jemeres rojos ejecutaban a sus víctimas mediante disparos de fusil. Más tarde, cuando, forzados por la necesidad, e inspirándose en las doctrinas de Mao, se fueron implantando las políticas económicas de ahorro a toda costa, los verdugos ejecutaban a sus víctimas, situadas al borde de las fosas, mediante un golpe de pico, machete o azadón en la nuca, con el fin de ahorrar proyectiles. Los cuerpos se desplomaban en el interior de las fosas, a veces todavía moribundos. Los moribundos iban quedando sepultados bajo los nuevos cadáveres que se les amontonaban encima.
  
   "Esta vez parece que la raza jemer va a desaparecer. ¿Sabes adónde están llevando a los prisioneros con las manos esposadas y los ojos vendados?", dije.
   "Creo que se los llevan para matarlos", respondió.
   "¡Matarlos! ¿Adónde podrían llevarse a tanta gente para matarla?"
   "Ya te dije que Peng nos hizo afilar ocho machetes. El otro día vi a uno de los hombres llevando un montón de esposas ensangrentadas para limpiarlas en una jarra de agua. Era increíble."
   "¡Dios mío! Por qué están haciendo esto? Han matado a miles, decenas de miles de personas."
   Yo había oído que durante la Segunda Guerra Mundial los alemanes mataron a millones de personas. Pero los alemanes no mataron sólo a alemanes. ¿Por qué los jemeres estaban eliminando a su propia raza?
   (Vann Nath. A Cambodian Prison Portrait. One Year in the Khmer Rouge S-21)
  
Carteles (foto056):
  
Estacionamiento de camiones
   Aquí estaba el lugar donde estacionaban los camiones que transportaban víctimas para ser exterminadas, desde la prisión de Tuol Sleng y otros lugares del país. Los camiones llegaban dos o tres veces al mes, o cada tres semanas. Cada camión traía de 20 a 30 prisioneros, asustados, con los ojos vendados, y silenciosos.
   Cuando llegaban los camiones, las víctimas eran llevadas directamente, para ser ejecutadas, a los diques y pozos, o se las enviaba detenidas a una prisión oscura y tenebrosa en las proximidades.
   Tras el 7 enero 1979 (fecha del derrocamiento de los jemeres rojos por los vietnamitas) quedaba aquí un camión, pero después se lo llevaron a otra parte.
  
El calabozo oscuro y tenebroso
   Aquí estaba el lugar donde eran retenidas las víctimas trasladadas desde Tuol Sleng y otros lugares del país. Habitualmente, cuando llegaba el camión, las víctimas eran inmediatamente ejecutadas. Sin embargo, como el número de víctimas a ser ejecutadas se fue incrementando hasta más de 300 al día, los verdugos no conseguían ejecutarlas en un solo día. Por eso eran detenidas hasta el día siguiente para su ejecución. El calabozo estaba construido de madera y un techo de hierro galvanizado. Los muros estaban construidos con dos capas de tablas de madera para dejar en la oscuridad e impedir a los prisioneros verse entre sí. Desgraciadamente, el calabozo oscuro y tenebroso fue desmantelado en 1979.
  
Despacho de trabajo de los verdugos
   Aquí estaba el lugar donde trabajaban los verdugos instalados permanentemente en Choeung Ek. Las oficinas, así como los campos de exterminio, estaban equipadas con electricidad, lo que permitía llevar a cabo las ejecuciones en horas nocturnas, y leer y firmar los informes que acompañaban a las víctimas al sitio.
El holocausto camboyano
   Fosa común. 86 fosas comunes. 8.985 víctimas (foto051).
  
   Fosa común de más de 100 víctimas, niños y mujeres, la mayoría de las cuales estaban desnudas (foto052).
  
   Fosa común con 450 víctimas (foto053).
  
   Fosa común de 166 víctimas decapitadas.
  
Cartel al pie de un árbol (foto054):
   Arbol mágico. Este árbol era utilizado como soporte para colgar de él un altavoz, que aumentaba el volumen del sonido para tapar los gemidos de las víctimas mientras eran ejecutadas.
  
Cartel al pie de un árbol (foto055):
   Arbol de la muerte contra el que los verdugos golpeaban a los niños.
  
   Entre los crímenes de los jemeres rojos, los más inolvidables, para mí, son los que cometieron contra niños. Por un lado, un gran número de niños, e incluso bebés, fueron salvajemente asesinados delante de sus padres, o enviados a las cárceles con ellos. Desgraciadamente, los carteles de propaganda política dibujados por el régimen de Heng Samrin (la dictadura vietnamita que sustituyó a la dictadura de Pol Pot) y expuestos en sitios estratégicos por todo el país, que describían gráficamente los excesos de los jemeres rojos con los niños y bebés, representaban con fidelidad relatos de testigos oculares. Todas estas pinturas fueron desapareciendo gradualmente tras el regreso de Norodom Sihanuk en noviembre 1991. Pero aún peor, si fuera posible, fue la manipulación de niños pequeños, especialmente de los muchachos.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book) 
 
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La sima de la muerte
 
   A 18 km al sudoeste de Battambang, un pequeño pero escarpado monte despunta sobre la llanura, circundado de verticales farallones rocosos, en la cima de los cuales, asomándose a veces al abismo, se elevan los distintos templos y dependencias de un wat o monasterio budista, erizado de pináculos que enfilan hacia el cielo. El monte es de naturaleza kárstica, y está todo él horadado de cuevas, simas y túneles naturales, utilizados también por los bonzos como partes de su monasterio, habiendo instalado capillas y coloridas estatuas de budas y bodhisattvas por todas las oquedades, y escalinatas con balaustradas en forma de serpiente para descender a las simas.
El holocausto camboyano  
   El monte se llama Phnom Sampeu (phnom = 'monte'), y el monasterio en su cumbre sigue siendo hoy lugar de residencia y centro de ceremonias de un buen número de monjes y monjas budistas, que viven de los donativos de los lugareños.
   Este feérico paraje fue ocupado en 1975 por las tropas de Pol Pot, para transformarlo en un bastión de los jemeres rojos. Desalojaron e hicieron prisioneros a los monjes, convirtieron los prasat (templos) en cárceles, arsenales de armas y establos, y alojaron a los soldados en los distintos edificios. El lugar era estratégico como punto de vigilancia, por el extensísimo panorama que se divisa desde lo alto. Hasta hace muy pocos años, no se podía visitar este lugar, cuyos alrededores estaban (y están) plagados de minas antipersona. Aún pueden verse cañones instalados por los guerrilleros en algunos miradores, abandonados, pero todavía apuntando a la llanura (foto059). No están en muy mal estado: pudimos comprobar que sus engranajes todavía funcionan.
   El monte esconde algunas fosas comunes, en las que se han desenterrado cadáveres de víctimas de los revolucionarios. Destaca una caverna llamada Lang La'Coun (= 'Cueva de los Castigos'), que era utilizada por los jemeres rojos como centro de torturas, donde los prisioneros eran golpeados con palos, apuñalados o electrocutados.
  
   Una de las simas que perforan en vertical el macizo rocoso de Phnom Sampeu fue utilizada por los jemeres rojos como depósito de cadáveres de las víctimas que ejecutaban en esta zona. El pozo tiene unos 15 metros de caída (foto057). Los condenados eran conducidos al borde de la boca de la sima, y ejecutados con un fuerte impacto de azada en la nuca, o golpeados en la cabeza con un garrote (según se puede apreciar en un dibujo realizado por un testigo, hoy expuesto en un panel cercano a la sima, foto058), y sus cuerpos caían en el interior del abismo. Si alguien cayera moribundo, le sería imposible salir de allí.
   Hoy se puede descender por una escalera al fondo de la sima, penetrando por otra abertura lateral. En el interior de la caverna se ha acondicionado un monumento funerario en memoria de las víctimas, de las que se muestran algunos cráneos dentro de un stupa o relicario monumental budista. 

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Las minas antipersona
 
   Camboya es hoy uno de los países del mundo con más minas antipersona enterradas en su territorio.
   La práctica de instalar minas terrestres y acuáticas con fines bélicos no se dio sólo durante el régimen de los jemeres rojos, sino también antes y después.
   Desde la guerra civil (1970-75) entre la guerrilla revolucionaria y el régimen del general golpista pro-estadounidense Lon Nol, se usaron minas antipersona por parte de ambos bandos, no sólo con fines defensivos, para proteger las respectivas posiciones de las tropas en liza, sino también con fines ofensivos, como arma para asediar ciudades enteras. Por ejemplo, la ciudad de Battambang (la segunda más grande de Camboya) fue rodeada por los asaltantes jemeres rojos con un denso y mortífero cinturón de minas, de forma que sus habitantes no podían escapar al asedio sin grave riesgo de ser muertos o heridos o mutilados por las explosiones.
El holocausto camboyano   Aunque desde hace unos años Camboya ha emprendido una intensa campaña de desminado de sus tierras, con generosa ayuda de organismos internacionales, fueron tantos los centenares de miles de minas sembradas en los anteriores conflictos, que al día de hoy Camboya es, en este aspecto, uno de los países más peligrosos del mundo, y cada cierto tiempo se producen nuevos heridos con nuevas explosiones de minas olvidadas y no detectadas. Los viajeros conscientes se cuidan mucho de salirse de los senderos trillados cuando se internan por los campos o junglas. Algo parecido sucede en los vecinos Laos y Vietnam.
   Es impresionante el gran número de camboyanos discapacitados, tullidos, lisiados o invidentes que puede verse por las calles de las ciudades y pueblos de Camboya, con piernas o brazos amputados, o cicatrices de metralla en el rostro (fotos 066, 067, 068, 069, 070, 071 y 072).
   Muchas de las víctimas de las minas se ganan hoy la vida interpretando piezas musicales en solitario o en pequeñas orquestas de música tradicional jemer.
   
Paneles de advertencia aún instalados por todo Camboya, con un icono en forma de calavera significando 'peligro de muerte', sobre fondo rojo (los de la foto061), cerca del templo de Chau Srei Vibol:
   ¡¡Peligro!! ¡¡Minas!!
  
   A pocos kilómetros del templo de Banteay Srei, del complejo de Angkor, se puede visitar un muy instructivo 'Museo de las minas'. Está fundado y dirigido por Aki Ra, un camboyano que trabajó de artificiero en tiempos de los jemeres rojos, instalando minas bajo sus órdenes.
   Aki Ra, que por experiencia conoce bien el asunto, lleva años trabajando en una campaña masiva de desminado de las tierras de Camboya, y se enorgullece de haber detectado y desactivado más de 50.000 minas. Pero asegura también que ésta es sólo una pequeña parte de lo que hay. Previene a la población de que todavía hay minas, granadas y bombas por estallar en los sitios más insospechados, y que se extremen las precauciones cuando alguien detecte un objeto extraño en los campos. Hasta en el mismo solar donde se edificó el museo fueron hallados restos de proyectiles de guerra.
  
Cartel en un terreno del jardín del museo que simula ser un campo minado (foto064):
   Este es un campo de minas artificial y 100% libre de explosivos. Esta exposición muestra cuántas armas se utilizan en un campo de minas. Si usted encuentra alguna vez este tipo de objetos, por favor no los toque y contacte inmediatamente con las autoridades locales.
  
   El museo alberga no sólo muchas de las minas desmontadas, sino una ingente cantidad de artefactos bélicos de todo tipo hallados en los campos: bombas arrojadas por los B-52 estadounidenses, misiles, carcasas de proyectiles, ametralladoras, fusiles kalashnikov, granadas de mano, cananas de munición, detonadores, botas militares, uniformes de camuflaje... y toda clase de parafernalia de guerra. Pequeños rótulos informan sobre los países de procedencia de los distintos objetos, y en esto hay también para todos los gustos: made in USA, made in China, made in the USSR, made in Vietnam, made in Thailand, made in North Korea... y también made in algunos países de Europa que preferimos no nombrar.
   Aki Ra comenta que de todos los tipos de minas terrestres de distintos países, las más difíciles de desactivar son muchas de las que confeccionaban los jemeres rojos, que eran de fabricación casera. Son las más peligrosas, pues a la carga explosiva le añadían un gas venenoso para intoxicar a la posible víctima. Y son también las más difíciles de detectar: así como la mayoría de los ejércitos conservan planos de los puntos de localización de las minas, los jemeres rojos las distribuían con profusión y caóticamente, en los sitios más inverosímiles, y sin dejar registrada su situación en ningún documento.
   Un rótulo en una pared afirma que las minas antipersona no están concebidas para matar, sino sólo para herir gravemente o mutilar a las personas. La razón es muy práctica: un herido supone una mayor carga económica para el enemigo que un muerto.
   Se informa también sobre el Tratado de Ottawa, que entró en vigor el 1 marzo 1999, abogando por la prohibición a nivel mundial de las minas terrestres. Los países firmantes se comprometieron a no utilizar, fabricar o comercializar minas antipersona. El tratado fue ratificado originalmente por 122 países, a los que posteriormente se fueron añadiendo más, hasta llegar a 152. De los 42 países que no han firmado, los más poderosos son China, India, Estados Unidos y Rusia. Actualmente, 15 países siguen fabricando minas: Birmania, China, Corea del Norte, Corea del Sur, Cuba, Egipto, Estados Unidos, India, Irán, Irak, Nepal, Pakistán, Rusia, Singapur y Vietnam.
  
Cartel en el museo (foto063):
   Todas las fotos exhibidas ilustran sobre los viejos métodos usados por Aki Ra en el pasado para limpiar los terrenos de minas y misiles. Estos métodos no reflejan las modernas normas de desminado del CMAA. El desminado moderno debe emplear equipos de protección personal y los procedimientos operativos fijados por el CMAA.
  
Cartel en Beng Mealea:
   Campo de minas limpiado por el CMAC (Cambodian Mine Action Centre), con fondos de la República Federal de Alemania.
   Localizado en Beng Mealea
   Empezado el 3 marzo 2007
   Terminado el 7 junio 2007
   101.368 m2

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La precaria economía de Camboya
 
   Corazón de la península de Indochina, Camboya hace frontera al noroeste con Tailandia, al norte con Laos, al este con Vietnam, y está bañada en su costa sudoeste por el océano Indico (Golfo de Tailandia).
   Hace tan sólo 5.000 años Camboya no existía. Su actual territorio yacía entonces sumergido bajo el mar, en una bahía encajonada entre dos penínsulas.
Mapa de Camboya   El río Mekong, la principal arteria fluvial de Indochina, tenía su desembocadura cerca de lo que hoy es el norte de Camboya, y por ella vertía gran cantidad de sedimentos en el océano. Los depósitos aluviales rellenaron gradualmente la bahía, y Camboya emergió de las aguas: un país tan llano que lo que antaño habían sido islas todavía sobresalen como colinas aisladas en un vasto terreno horizontal. Debido al enorme volumen de sedimentos, y a la gran velocidad que adquiere el Mekong cuando su caudal crece con las nieves derretidas del Tibet sumadas a las copiosas lluvias tropicales en el Asia continental del sudeste, la bahía se colmató con relativa rapidez.
   La tierra ganó terreno al mar. Un entrante de la bahía quedó cortado por las tierras para convertirse en lo que hoy es un lago interior, atravesado por un río. Tanto el lago como el río se llaman Tonlé Sap (= Río de Agua Dulce). Los peces de agua salada, algunos de gran tamaño, se adaptaron poco a poco al nuevo ecosistema de aguas dulces. Se trata del caladero más abundante del mundo: su riqueza piscícola por kilómetro cuadrado supera en 30 veces al Atlántico norte.
   En el mes de septiembre, el lago Tonlé Sap triplica su tamaño, inundando la mayor parte de la llanura de Camboya. Las cabañas de sus orillas están preparadas para la inundación: son construidas, a modo de palafitos, sobre estilizados pilotes de madera, de modo que el nivel de las aguas en el momento de máxima crecida no las llega a alcanzar. Otras cabañas, con paredes de madera o de hojas de palma trenzadas, están asentadas sobre embarcaciones o gabarras, formando auténticos 'pueblos flotantes' (ver fotos en El pueblo camboyano) que se desplazan de lugar conforme suben y bajan las aguas.
   "Se puede navegar a través de Camboya", escribió un viajero chino del siglo XIII. Grandes bancos de peces nadan a través del país de septiembre a noviembre, desovando en las zonas poco profundas.
   Cuando las aguas se retiran tras la temporada de lluvias, los campesinos atrapan los peces en las charcas y entre los arbustos. Los pescadores instalan enormes redes en el Tonlé Sap a intervalos de un kilómetro, con pingües resultados. Los elefantes pescan en el agua. El avance y retirada de las aguas, determinados por la alternancia de las estaciones húmeda y seca, marca el pulso de vida de la sociedad camboyana.
   De ahí la importancia vital que tiene la gestión del agua en Camboya. El arroz es el alimento básico de la población. Los arrozales necesitan irrigación en abundancia, y por ello los campos de arroz son delimitados por muretes de barro para empantanar el agua en su interior, siendo sus niveles cuidadosamente regulados para obtener un óptimo rendimiento en la cosecha.
   Pero durante más de la mitad del año no cae una gota de lluvia, y el país entero se va secando poco a poco. Ríos y lagos merman drásticamente de nivel, los estanques desaparecen, los campos amarillean, el agua escasea, y los arrozales se convierten en meros secarrales, a la espera de la próxima temporada de lluvias, que irrumpe hacia julio, y es cuando todo vuelve a verdecer.
  
  
La quimera del agua
  
   ¿Qué pasaría si durante la estación pluvial se almacenara agua suficiente para prolongar el regadío de los campos durante la estación seca? ¿Se podría duplicar o triplicar la cosecha anual de Camboya?
   Durante mucho tiempo se creyó que este sistema fue la clave de la prosperidad del antiguo reino jemer de Angkor –el esplendor de cuyos monumentos medievales todavía causa asombro a todo aquel que los visita (ver en fotoAleph colección de fotografías Angkor. Una civilización devorada por la jungla)–, un periodo culminante en la economía de Camboya, tras el cual el país no habría hecho sino sumirse en una larga decadencia. Esta teoría fue propagada por los primeros arqueólogos franceses que exploraron las ruinas de aquella civilización perdida.
El holocausto camboyano   Pero la teoría de la 'irrigación intensiva', aceptada hasta fechas tan tardías como los años ochenta del siglo XX, resultó ser falsa, una mera hipótesis propiciada por la visión romántica de los exploradores del siglo XIX. Las nuevas investigaciones científicas en la historia de aquella edad de oro han demostrado que los regadíos en la estación seca no eran posibles en Angkor. El grandioso complejo de estanques, pantanos, redes de canales, fosos rodeando templos... que construyó el imperio jemer, y que aún puede admirarse entre las vastas ruinas de Angkor (uno de los estanques, el Baray occidental, mide 8 x 2,5 km de lado y todavía está en funcionamiento, ver foto096), parece ser que tenía dos propósitos principales: el transporte naval y el control de las crecidas para una mejor irrigación en la misma temporada de lluvias.
   El regadío intensivo y permanente de amplios territorios de Camboya en la estación seca, aprovechando las aguas almacenadas en la estación de lluvias, no era sino un mito.
   Y este mito terminó indirectamente por acarrear grandes sufrimientos al pueblo camboyano, ya que el régimen de los jemeres rojos de Pol Pot se propuso como principal objetivo el 'retorno' de Camboya a los tiempos del florecimiento económico de Angkor, basándose en tales y tan falaces premisas.
   La dictadura de Pol Pot condenó a trabajos forzados a decenas de miles de ciudadanos para construir por todo Camboya mastodónticas presas y excavar faraónicos canales... que no sirvieron para nada. No sólo por las deficiencias constructivas derivadas de la impericia técnica causada porque la mayoría de los ingenieros agrónomos camboyanos habían sido ejecutados en un proceso de 'limpieza ideológica', sino porque todas las energías invertidas perseguían un sueño imposible. 
   Los planes económicos redactados en los despachos de la organización gubernamental pretendían alcanzar 'tres cosechas de arroz anuales' en Camboya (o 'tres toneladas por hectárea'), y esos quiméricos planes se imponían por la viva fuerza, sin previos estudios de viabilidad, entre la población camboyana, exigiendo de los campesinos esfuerzos sobrehumanos para su logro.
   Esfuerzos que lógicamente acababan en fracaso y hambrunas. Pero entonces la organización culpaba del fracaso a los mismos trabajadores, acusándoles de holgazanería y de estar contaminados por actitudes contrarrevolucionarias. Un nuevo pretexto para aumentar la represión y exigirles aún mayores esfuerzos, en un círculo vicioso que no tenía fin.
  
   Aunque la revolución de Kampuchea Democrática parece la revolución más radical del siglo XX, los comportamientos de los revolucionarios no son totalmente extraños a la cultura jemer. Muchos de estos comportamientos pueden encontrar analogías en los de sus antepasados, y en los de las gentes del bosque. La época angkoriana es la referencia consciente a la que comparan su acción los revolucionarios, como antaño hacía el príncipe Sihanuk. Evidentemente, es el modelo angkoriano el que inspiró la realización de gigantescas obras hidráulicas, con la misma megalomanía suicida.
   (François Ponchaud, Cambodge, année zéro, II parte)
  
   A través de un rápido desarrollo, nuestro país debe superar el periodo de Angkor
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   La máxima entre los dirigentes jemeres rojos era que la gran victoria del 17 abril 1975 fue incluso más brillante que la era de Angkor, incluso más brillante que los templos de Angkor. He aquí la versión jemer del Gran Salto Adelante maoísta. Contenía toda la ilimitada ambición característica de los jemeres rojos (...). Emprendieron la construcción de presas, diques y canales por todo el país usando sólo manos humanas, como se había hecho en el periodo de Angkor, porque los jemeres rojos rechazaban utilizar maquinaria moderna para llevar a cabo su programa-mamut de obras públicas.
  
   Tras la completa colectivización de los alimentos –a principios de 1976, después de la primera cosecha, que provocó hambre generalizada, hambrunas, y restricciones de comida en casi todo el país–, los tres años siguientes fueron igual de desastrosos para las comunas populares. La política del gobierno, decidida en la cumbre por el Angkar Loeu, no varió un ápice durante los casi cuarenta y cinco meses que los jemeres rojos detentaron el poder. Ello suponía un Gran Salto Adelante en la producción (agrícola e industrial), la construcción de un sistema de regadío a lo largo y ancho del país con el fin de triplicar el rendimiento, junto con la implacable caza de brujas de los enemigos de la revolución.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   El Angkar es el amo de las aguas, el amo de la tierra.
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   ¡En todo Kampuchea Democrática, cada campesino es amo del agua, la tierra, los arrozales y las huertas!
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   "Con agua, cultivamos arroz. Con arroz hacemos la guerra".
   (De la letra de una canción revolucionaria titulada 'Levanta presas, cava canales')
  
   "Antes cultivábamos los campos con los cielos y las estrellas, y comíamos arroz.
   Ahora cultivamos los campos con presas y canales, y comemos gachas".
   (Un campesino de Siem Reap en 1978)
  
   El guardián sintonizó la emisora de radio nacional, que estaba llena de noticias sobre la producción de arroz de la nación coincidiendo con los objetivos del Angkar: la más gloriosa, la más maravillosa. Al mismo tiempo podía oír gritos de dolor que venían de cada rincón de la prisión.
   (Vann Nath. A Cambodian Prison Portrait. One Year in the Khmer Rouge S-21)
  
   Testimonio de Loung Ung, una niña que entre los 5 y los 9 años vivió bajo la dictadura de los jemeres rojos (evacuada junto con su familia de Phnom Penh a un campo de trabajos forzados), y considerada como la 'Ana Frank' del holocausto camboyano. Extraído de su libro 'Primero mataron a mi padre':
   Y siempre, el hambre me atenaza, sin un instante de respiro.
   Todo el día, a cada instante, mi estómago gruñe como si se devorara a sí mismo. Nuestra ración alimenticia se ha reducido progresivamente hasta el punto de que no recibimos más que un pequeño paquete de 340 gramos de arroz para diez personas. (...)
   A la hora de comer, hacemos siempre cola con los demás para recibir nuestras raciones. Antes, las cocineras servían una espesa papilla de arroz; ahora, hay tan pocos granos de arroz en el cuenco que ya no es más que sopa. (...)
   No me como nunca la sopa de un golpe (...). Sentada tranquilamente, saboreo cada cucharada, comenzando por la sopa clara. Cuando la he tragado, quedan en el fondo del cuenco unas tres cucharadas de arroz que procuro hacerlas durar. Mastico lentamente el arroz, y si un solo grano cae a tierra, lo recojo. Hay que hacer durar esta comida sólida el mayor tiempo posible, porque no recibiré otra hasta mañana. Miro en mi cuenco. Se me encoge el corazón cuando cuento los ocho granos de arroz que hay en el fondo. Ocho granos, ¡es todo lo que me queda! Los tomo uno por uno, mastico mucho tiempo cada grano, esforzándome en extraerle todo el sabor, evitando tragarlo. En mi garganta, las lágrimas se mezclan a la comida. Cuando han desaparecido los ocho granos y veo que los demás continúan comiendo, siento que se me cae el corazón.
   La población de la aldea disminuye día a día. Han muerto muchos, la mayoría de hambre, otros porque han ingerido alimentos envenenados; otros han sido también matados por los soldados. Lentamente, los miembros de mi familia mueren de hambre; cada día, sin embargo, el gobierno reduce todavía más nuestra ración. El hambre es nuestra constante compañía. Hemos comido todo lo que es comible, hojas podridas recogidas de la tierra, raíces que desenterramos. Hacemos cocer las ratas, las tortugas y las serpientes que cazamos en nuestras trampas, y nos lo comemos todo, los sesos, la cola, la piel y la sangre. Cuando las trampas están vacías, recorremos los campos a la búsqueda de saltamontes, escarabajos, grillos.
   En Phnom Penh, yo habría vomitado si alguien me hubiera dicho que podía comer cosas parecidas.
   (Loung Ung, First they killed my father)
  
   Youk Chhang, actual director (2009) del Centro de Documentación de Camboya, tenía 14 años cuando Pol Pot asumió el poder. Chhang fue enviado al campo junto a su familia, condenado a la hambruna y a contemplar la muerte diaria de alguno de los suyos.
   Un joven jemer rojo acusó a su hermana de haberse llevado a la boca un trozo de comida, ella lo negó y el militar abrió su estómago con un machete para comprobar si mentía. "Pero su estómago estaba vacío. Fue una agonía lenta y dolorosa", recuerda Chhang sobre la cuarta persona de su familia muerta durante el régimen de terror de Pol Pot.
   (David Jiménez, entrevista con Youk Chhang, El Mundo, 21 febrero 2009)
  
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La autosuficiencia y el ahorro
 
   ¡Sed dueños de vuestro propio destino!
   (Uno de los slogans más repetidos bajo el régimen de los jemeres rojos)
  
   Esta era la máxima esencial y la justificación de todas sus políticas. Se hacían pasar por verdaderos patriotas que habían rechazado públicamente toda ayuda y, por tanto, toda interferencia extranjera en los asuntos de Camboya. Representó uno de los más grandes fraudes perpetrados por el régimen de Pol Pot, ya que a Camboya, tanto entonces como ahora, le sería difícil sobrevivir sin ayuda extranjera y asesores y expertos. Durante su mandato, el CPK, para hacer funcionar el país, dependía principalmente de Pekín en su doctrina ideológica, y en apoyo material y técnico. Sobre todo, los dirigentes necesitaban las armas para reprimir a su propio pueblo. (...)
   Los jemeres rojos, de hecho, utilizaron esta máxima admirable para hacer que cada camboyano trabajara como una bestia de campo, porque en teoría estaba trabajando para enriquecerse y en su propio beneficio. No en beneficio de ningún jefe. Una vez que se había imbuido de esta idea a los trabajadores, los supervisores, que habitualmente no hacían ningún trabajo por sí mismos, podían relajarse en su vigilancia y tomarse descansos.
   Asimismo, esta máxima permitía a los jemeres rojos echar la culpa a cualquier ciudadano por problemas y dificultades que se encontrara en su labor diaria. Se podían lavar las manos de toda responsabilidad por los catastróficos resultados de sus políticas aberrantes.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   ¡Sed dueños de vuestro propio destino! ¡Que los muertos se entierren a sí mismos!
   (Contra-eslogan de los camboyanos bajo el régimen)
  
   Esta pieza de humor negro demuestra que los pobres diablos de las comunas populares sabían muy bien que estaban siendo forzados a realizar tareas imposibles e inhumanas. En realidad, durante el triste régimen del país, ¿cuántos de ellos tuvieron que cavar sus propias tumbas?
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   El Angkar nunca usa objetos de la sociedad imperialista o feudal.
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   En relación con el sacrosanto principio de la autosuficiencia, la pequeña Camboya debía intentar producir todo por sí misma. Una cosa era que se importaran todos los bienes manufacturados (por no mencionar las armas) de la China Popular, pero se convirtió en una cuestión de honor rehusar al mismo tiempo los productos que venían de la vieja sociedad y de los 'países imperialistas'. (...)
   Los jemeres rojos afirmaban así, con mucha convicción, que los perfumes olían mal, o "apestaban a los olores de la burguesía y el imperialismo". (...)
   La mayoría de los automóviles fueron canibalizados. Las ruedas fueron usadas para carros de caballos; los neumáticos eran cortados en suelas para los calzados de todos los revolucionarios indochinos, las famosas sandalias Ho Chi Minh; las cámaras interiores fueron usadas para correas y cintas de las sandalias; el aluminio era fundido para hacer cucharas; las diferentes piezas del motor eran recicladas para reparaciones mecánicas; y el hierro era transformado en guadañas, azadas, rejas de arado, y otros instrumentos agrícolas.
   Muchos productos manufacturados (televisores, frigoríficos, lavadoras, etc., particularmente en Phnom Penh) fueron simplemente almacenados en ciertos puntos, dejando allí que se oxidaran. (...)
   Muy a menudo, especialmente durante los primeros meses del nuevo gobierno, se conminó a la 'gente nueva' (los ex-habitantes de las ciudades) a desprenderse de todas sus posesiones valiosas, como los relojes Orient o los perfumes, cadenas de oro y joyas, que eran muy codiciados por los jemeres rojos. Paradójicamente, los soldados jemeres rojos tenían gran afición a los pequeños objetos americanos que quitaban a los soldados republicanos que mataban, como encendedores, linternas, cascos de aluminio o navajas 'made in the U.S.'
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   ¡Tienes que ahorrar en todo!
   (Slogan de los jemeres rojos, inspirado en una antigua máxima de Mao: "Para la más gloriosa de las revoluciones, practica siempre el ahorro")
  
   Esta era una máxima admirable, especialmente para un país pobre, víctima de la guerra. Este slogan maoísta podía ir acompañado de un ejemplo: "por cada medida de arroz, debemos apartar un puñado". (...)
   Sin embargo, para los jemeres rojos, esto podría significar que cualquiera que dejase un grano de arroz en el fondo de su cuenco era un 'enemigo' de la revolución. Del mismo modo, cuando llegaba la hora de ejecutar a uno de estos 'traidores', tenían que ahorrar el precio de una bala: por lo general, la víctima era golpeada sin compasión en la nuca con una azada.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   Asesinaban a la gente sin malgastar balas. Usaban estacas de madera o barras de metal para aplastar las cabezas de las personas. Muchos de los prisioneros que se llevaban para ser asesinados estaban ya medio muertos de hambre y demasiado débiles para caminar o luchar contra sus asesinos. Los prisioneros eran atados con cuerdas y avanzaban en filas como si fueran ganado.
   (Vann Nath. A Cambodian Prison Portrait. One Year in the Khmer Rouge S-21)
  
   ¡Cuida de no desperdiciar el fertilizante de los excrementos humanos!
   (Consigna de los jemeres rojos)
  
   Sin duda, durante sus cursos de entrenamiento en la República Popular China, los dirigentes jemeres rojos se habían quedado positivamente impresionados por la tradición china del uso intensivo de heces humanas en la agricultura, como era también costumbre en Vietnam. Podemos ver también la mano de los expertos maoístas en esta muy extendida práctica en la Camboya de los jemeres rojos. El Angkar obligaba a los niños pequeños a recoger hojas y ramitas para mezclarlas con excremento humano, y una vez madurado el compost, les obligaba a esparcirlo por los campos. Era un ingrediente esencial, a falta de fertilizantes químicos, para mejorar el suelo, muy a menudo empobrecido y agotado de nutrientes. ¡En los pronunciamientos oficiales, la recolección y almacenamiento de este abono natural ocupaba un lugar más importante que la educación o la cultura!
   Los camboyanos que no hacían sus necesidades en áreas designadas corrían el riesgo de ser etiquetados de 'enemigos' de la revolución. Tal control de los recursos naturales atentaba profundamente contra las costumbres jemer tradicionales y es recordada como repugnante por aquellos que tuvieron que manipular este compost humano.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   Los cuadros jemeres rojos utilizaban también esta consigna para castigar y humillar a ciertas personas, por ejemplo a los soldados identificados como partidarios de Sihanuk, obligándoles a realizar tales degradantes tareas.
  
   ¡Camaradas, recoged el fertilizante nº 1!
   (Consigna de los jemeres rojos)
  
   El fertilizante nº 1 era, por supuesto, los desechos humanos. Los camboyanos tenían que defecar en zonas especiales designadas para la recolección de heces, cerca de los campos de arroz, detrás de pequeños arbustos. Las mujeres protegían su intimidad detrás de un krâma (pañuelo a cuadros rojos y blancos, una prenda con múltiples funciones de uso muy extendido entre los campesinos camboyanos). Los hombres tenían que recoger su orina en los tubos huecos de bambú, colgados de sus espaldas o pechos, en que habitualmente almacenaban el jugo azucarado de las palmeras. ¡Nada debía ser desperdiciado con el fin de enriquecer el empobrecido suelo de Camboya!
   En el posterior y más represivo periodo del régimen, 'el fertilizante nº 1' podía también significar los cuerpos humanos muertos desparramados por los campos o en tumbas poco profundas bajo árboles frutales, para fertilizar también el suelo.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
 

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El sistema sanitario
  
   El Angkar sólo favorece a los que son infatigables.
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   Los jemeres rojos se burlaban de los '17 de abril', a los que acusaban de holgazanería y de eludir sus deberes. (...)
   Los '17 de abril' habían sido destinados desde un principio a ser eliminados, pero sólo después de que el Angkar les hubiera exprimido hasta la última gota de sudor y sangre. En este contexto, los enfermos no podían ser otra cosa que enfermos imaginarios, porque no podían o no querían trabajar, y por lo tanto estaban saboteando la revolución.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   Los enfermos son víctimas de su propia imaginación.
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   Todos los camboyanos escucharon esta reprimenda, que se les gritaba con violencia y especial aspereza cada vez que tenían fiebre o caían enfermos. Como regla general, especialmente si eran 'gente del 17 de abril' que estuvieran enfermos o cansados, eran acusados de simular. Peor era cuando estaban sufriendo de malnutrición o recrudecimientos de su enfermedad, debido a la completa ausencia de higiene y de medicina moderna. Muchos camboyanos siguieron adelante y literalmente trabajaron hasta la muerte. Habitualmente, sólo los cuadros jemeres rojos, tenían, por supuesto, acceso a la medicina occidental. (...)
   Los acusados de simular se comportaban así porque sus mentes estaban infectadas con la ideología de la vieja sociedad. La reeducación había fracasado hasta ese momento.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   Si tienes la enfermedad de la vieja sociedad, toma de medicina una dosis de Lenin.
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   Todo el mundo fue forzado a ir a los arrozales o sitios de trabajo, incluso si estaban muy enfermos o a punto de morir de hambre. Algunos, desde luego, murieron trabajando mientras los jemeres rojos les acusaban de estar fingiendo. (...)
   Para dominar a un pueblo, el principal medio no es por la fuerza o las armas, sino por el hambre. La única compensación por la labor era una comida dos veces al día, en refectorios comunales; a los que no trabajaban, incluyendo los enfermos, se les reducía su ración diaria de comidas. (...)
   Los jemeres rojos dieron con un método ingenioso y cruel de disuadir a las personas de que dijeran que estaban enfermos: simplemente reducían sus raciones de comida. (...)
   Esta directiva fue aplicada al pie de la letra en lo que los jemeres rojos llamaban 'hospitales'. Lo más a menudo, éstos eran un conjunto de cabañas de paja antihigiénicas, o anteriores edificios públicos, donde a los ingresados se les negaba la presencia de la familia, y eran dejados sin comida, medicinas o el cuidado de personal competente, en nombre de la siguiente norma:
   ¡Camarada! Es inútil visitar a los enfermos, ya que no perteneces al equipo médico, ni eres enfermera ni doctor.
   (...) Un enfermo –y había que estar muy enfermo para que el Angkar te mandara al hospital– podía tener malaria, beriberi, cólera, o cualquiera de las enfermedades tropicales que se habían extendido ampliamente a causa de la deplorable falta de condiciones sanitarias y la escasez de alimentos. Ni siquiera la madre o la abuela podían visitar a su hijo o nieto. El enfermo tenía que agonizar solo, quizá con las palabras consoladoras de otro enfermo, igualmente aislado y descuidado (...). Si un alma caritativa estaba ausente, los niños desesperados tenían que lamer sus heridas putrefactas para aguantar el hambre que roía sus entrañas, y morir solos.
   El 'cuidado' era esencialmente inyecciones con agujas usadas y sin esterilizar de un líquido rojizo guardado en botellas de cocacola, o zumo de coco –o medicamentos tradicionales en pequeñas bolitas, que tenían la forma de 'cagarrutas de conejo', como las llamaban todos los camboyanos–. Hojas y plantas eran recolectadas en el bosque por ciudadanos especialmente designados para esta tarea (una tarea muy solicitada, pues les permitía hartarse de comer y trabajar menos). Las plantas eran entonces picadas, machacadas en morteros, y se les daba finalmente forma de bolitas, que se distribuían al azar entre los enfermos, sin ningún examen médico.
   Nadie sabrá nunca cuántas víctimas fueron a estos 'hospitales'. Los cuerpos nunca eran devueltos a sus familias. Las personas eran llevadas al hospital, de la misma forma que eran mandadas a prisión, lo más a menudo para nunca salir con vida.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   Testimonio de Pin Yathay, un ingeniero que fue deportado en abril 1975 junto a su familia –dieciocho personas: tres ancianos, ocho adultos y siete niños– de la capital Phnom Penh a sucesivos campos de trabajos forzados. Extraído de su libro 'Vive, hijo mío':
   Any me confirmó que la situación en Don Ey era muy mala. Por todas partes, la gente mostraba signos de debilitamiento debido a la malnutrición y al exceso de trabajo. Pero había algo más grave. La región había sido golpeada por todas las enfermedades que conocíamos en Veal Vong, más algunas otras: cólicos, disentería, diferentes tipos de fiebres, paludismo, siempre agravadas por el agotamiento. La afección más corriente, sin embargo, era el edema, consecuencia directa del hambre, a causa de la cual la sangre se deterioraba y emitía un líquido que se acumulaba en los pies y las manos. Es una enfermedad extraña. Las extremidades se hinchan poco a poco como globos, hasta que la piel dilatada se hace lisa y translúcida. No duele, pero uno queda totalmente invadido por una debilidad discapacitante, por la sensación de que los miembros son demasiado pesados para moverlos. Al final, cada movimiento requiere tal esfuerzo que se desea no hacer nada aparte de quedarse tumbado. Se contaban ya los primeros muertos.
   A la mañana siguiente, explicaba mi situación al jefe de aldea. Viendo que no podía trabajar, me sugirió ir al hospital, pero respondí que prefería quedarme cuidándome en casa.
   (Pin Yathay, Stay alive, my son)
  
  
Testimonio de Loung Ung, una niña que entre los 5 y los 9 años vivió bajo la dictadura de los jemeres rojos, donde relata el regreso de sus padres de un hospital al que habían acudido para recuperar a una de sus hijas (Keav, 14 años), que había sido ingresada enferma. Extraído de su libro 'Primero mataron a mi padre':
   Cuando las siluetas de mis padres aparecen por fin a lo lejos, corremos a su encuentro. Se me rompe el corazón cuando veo que vuelven sin mi hermana. Sus rostros están huraños. En mi corazón sé que ella ha muerto. (...)
   "Cuando llegamos allí, Keav estaba ya muerta –papá habla con tono cansado–. Murió poco antes de nuestra llegada. La enfermera dijo que no cesaba de preguntar si estábamos allí, de repetir que su único deseo era regresar a casa. Llegamos demasiado tarde. Pregunté a la enfermera si podíamos llevarnos su cuerpo, pero ella ya no sabía dónde estaba. Lo había arrojado fuera porque necesitaban la cama para otro paciente. La buscamos entre los muertos alineados por tierra, pero no la encontramos". La enfermera dijo a continuación a papá que por lo menos una docena de chicas jóvenes habían muerto por intoxicación alimentaria ese día.
   (Loung Ung, First they killed my father)
 
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La educación y la reeducación
  
   De un documento secreto del Centro, titulado 'Examinar el control' (19 septiembre 1975):
   Los maestros deben "educarse a sí mismos primero entre el movimiento popular".
  
   Del discurso de Nuon Chea (mano derecha de Pol Pot) a setecientos oficiales en diciembre de 1975 en Phnom Penh:
   "Camboya tiene ahora dos 'universidades'. Una enseña el trabajo productivo. La otra es la lucha contra el enemigo vietnamita."
  
   El nuevo gobierno era minoritario, y difícilmente capaz por ello de ganar para la causa de la revolución a la mayoría de los cuadros, y mucho menos a la población. Los revolucionarios intentaron primero la persuasión y seducción, luego la amenaza, y finalmente el terror. Al principio, empezaron a acorralar a servidores civiles y a las clases profesionales, todos llamados 'intelectuales'. Luego gradualmente, a medida que la represión descendía, grupos sociales cada vez más amplios se convirtieron en 'intelectuales', o sea, ni granjeros ni obreros industriales. 'Intelectuales' vino así a significar personas que no trabajaban con sus manos o que habían alcanzado algún nivel de educación escolar y que por tanto eran denunciados como parásitos.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   "Los camaradas que sean maestros, estudiantes o intelectuales, que se presenten y lo notifiquen al Angkar".
    (Exhortación de los jemeres rojos a los camboyanos)
  
   La gente aprendió rápidamente el trasfondo de este requerimiento, y se mantuvo oculta el tiempo que podía sin dar información. Sin embargo, en los primeros días del régimen, algunas personas ingenuas fueron engañadas por el seductor canto de sirena, y terminaron en las fauces del lobo.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   Palabras de Pol Pot en su discurso del 27 septiembre 1977:
   "Camaradas que todavía sois jóvenes... haced un verdadero esfuerzo por reconstruiros a vosotros mismos... Los camaradas que han servido durante largo tiempo a la revolución (deben) reconstruirse a sí mismos constantemente. Nadie puede realizar bien sus tareas a menos que sea leal a la revolución, que es el deber más sublime de todos".
  
   De hecho, Pol Pot volvía a repetir que no podía tolerar nada que no fuera la perfecta obediencia a él mismo –la encarnación del Angkar– por parte de los jóvenes, que eran tan fáciles dianas como aguerridos militantes. Estos no podían sino toparse con un sinfín de dificultades en su lucha por la supervivencia en el incesante caos revolucionario. Más que a rebelarse contra unos dirigentes ineptos, se les invitaba a interiorizar, por así decir, los errores del régimen, echándose la culpa a ellos mismos, y practicar la autocrítica, en lugar de volverse en contra de un poder totalitario.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
    "El Angkar te solicita cordialmente que te presentes para una sesión de estudio / un mítin / una reconstrucción del yo".
    (Fórmulas de los jemeres rojos para convocar a los camboyanos, para a continuación detenerlos la mayoría de las veces y enviarlos a campos de 'reeducación', o a centros de torturas, o simplemente ejecutarlos)
  
   En realidad, tal solicitación hacía temblar de miedo a la gente, en los niveles altos y bajos de la jerarquía revolucionaria. Esas bien conocidas expresiones se convirtieron en un símbolo del terror que rodeaba al régimen. Las palabras usadas eran traducción literal de la idea maoísta de xuexi, 'sesión de estudio'. En la China de Mao, todos sabían lo que significaba: que la gente debía presentarse ante sus jueces y que iban a recibir malos tratos. En la sociedad jemer roja, la invitación era perfectamente ambigua: podía significar para, pongamos, un cuadro de alto rango, que era convocado a Phnom Penh para seguir un curso de entrenamiento o asistir a un mitin oficial. Pero también podía ser un eufemismo para ser enviado a S-21, el principal centro de interrogatorios-torturas para cuadros. Se le dejaba al invitado en la total ignorancia, y por tanto indefenso. Lo mismo valía para los cuadros de menor rango o para los ciudadanos: podía muy bien ser una cuestión de entrenamiento político o un mítin; pero si la persona no regresaba, resultaba obvio (aunque tardíamente) que la expresión utilizada no era más que un término figurado para una prisión de la que muy probablemente no saldría. Pocos escaparon de las jaulas de los jemeres rojos. (...)
   Los arrestados –generalmente la gente era detenida tras caer la noche– eran primero interrogados localmente, luego trasladados a la prisión del distrito acompañados de informes biográficos, encadenados con grilletes, interrogados de nuevo más a fondo, y/o torturados. La mayoría eran ejecutados, o morían de hambre o de enfermedad. En lo que a la reeducación respecta, hubo poca 'reforma del pensamiento', a diferencia de en China. Como es tradición en Camboya hasta hoy, las confesiones forzadas de 'crímenes' eran la prueba absoluta de culpabilidad. Ningún adoctrinamiento fue llevado a cabo en las mismas prisiones. Los arrestados eran automáticamente culpables (el omnisciente Angkar había ordenado los arrestos) y se les suponía incapaces de reforma. Por encima de todo, los prisioneros tenían que confesar su traición y conspiraciones y denunciar sus tramas de cómplices, antes de ser, en la mayoría de los casos, exterminados.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
  
Crítica y autocrítica
  
   Todo el mundo debe saber cómo hacer autocrítica y hacerse críticas mutuamente.
   (Consigna de los jemeres rojos)
  
   La autocrítica y la crítica mutua constituyeron los ejercicios mentales básicos en esta sociedad comunista. Fueron practicadas en la Camboya de Pol Pot durante los mítines nocturnos, la frecuencia de los cuales variaba en cada lugar y momento. Podían ser interminables, prosiguiendo día tras día, o cada dos noches, o una vez a la semana, etc. ¡Cómo tenían que luchar por mantenerse despiertos tras largos días y cortas noches en los campos! ¡Tenían que aprender a dormir con los ojos abiertos! La mejor prueba de que todos se las arreglaban para dormir despiertos es que, después de entrevistar a testigo tras testigo, casi ninguno puede recordar lo que se decía. Eran siempre los mismos viejos refranes, las mismas palabras vacías que todos habían ahora borrado de sus conciencias con disgusto. (...) El propósito de todos estos mítines regulados era asegurarse que todo el mundo se convirtiera en un ciego subordinado del Angkar y a la vez que trabajara tan duro como su cuerpo pudiera aguantar. Estos mítines nocturnos estaban también a menudo cargados de terribles advertencias. Era necesario alentar las denuncias públicas de los simuladores, como en el apogeo de las campañas masivas maoístas en China. Era también necesario descubrir a los 'enemigos' de la revolución que "conspiraban en la sombra" para "socavar los extraordinarios logros del Angkar". (...) Ante tales 'tribunales', los comportamientos desviados "que amenazaban al Estado popular" suponían ser "corregidos a través de la reeducación en el marco de la maquinaria estatal o popular". Las acusaciones, saliendo casi siempre de los líderes comunales, invariablemente llevaban al arresto, y luego a la liquidación. ¿Cuántas veces tuvo la gente que confesar en público sus errores, fallos, defectos, o denunciar los de sus vecinos, casi siempre bajo amenazas y temiendo por su propia seguridad? La gente hacía todo lo posible para ser invisible, agachar la cabeza y guardarse las opiniones. (...) Tales métodos crearon un clima de suspicacia y odio, permitiendo con ello a los jemeres rojos aplicar el viejo adagio de 'divide y vencerás'. (...) Cuando eran desafiados por el líder local, los trabajadores podían condenarse a sí mismos o a sus vecinos por falta de entusiasmo en el trabajo, o por errores que podrían haber cometido (o ver cometer) al no cumplir con las cuotas diarias impuestas por el Angkar.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   Ya no hay más diplomas, sólo los diplomas que pueda uno visualizar.
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   En otras palabras, lo importante no es el diploma que puedas enseñar, sino lo que realmente puedes hacer con tus manos. (...)
   Estamos ante uno de los slogans mayores del régimen, interminablemente repetido durante todo el periodo de su poder. Representaba el modo de pensar de los jemeres rojos y cómo veían la organización de la sociedad. Este slogan constituía la conclusión lógica de las grandes máximas de la Revolución Cultural. Consecuentemente, en aquel tiempo, se cerraron las universidades y las escuelas, para que la juventud pudiera participar en la revolución. Los diplomas habían perdido todo su valor, cuando no eran radicalmente suprimidos. Todas las escuelas –de las elementales a la universitarias– que habían sido creadas en todo el país desde los tiempos de Sihanuk, fueron clausuradas. Las labores manuales –esencialmente, el trabajo en los arrozales– se convirtieron en la única forma de educación para los jemeres rojos. Todos los que poseían alguna graduación eran sospechosos, perseguidos, y a menudo arrestados y ejecutados.
  
   Hacia los cinco o seis años de edad, los niños eran separados de su familia (al principio sólo durante el día, luego por periodos más largos), y criados en mondolkoma, una especie de campos de trabajo para niños. La única educación 'intelectual' general era un adoctrinamiento muy sumario, hecho de slogans basados en canciones revolucionarias. (...) El resto del día, atendían principalmente al ganado y recogían estiércol y hojas para hacer el muy necesario compost. (...)
   Al mismo tiempo, en Phnom Penh, había instituciones especiales para los hijos de los dirigentes, que recibían una educación revolucionaria mucho más formal.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book) 
 
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La utilización de jóvenes y niños
  
   Aún peor, si es posible, fue la manipulación de niños pequeños, especialmente de los muchachos. Estos niños fueron convertidos en robots, programados para cumplir ciegamente las locas órdenes del Angkar. Arrancados de sus familias a temprana edad, y sin haberse embebido de valores tradicionales, se convirtieron en monstruos sin corazón, capaces de cometer los crímenes más atroces. Les hacían creer que sus víctimas habían sido, en algún momento, los torturadores de sus padres. (...) A menudo sus padres no necesariamente habían sido liquidados por los 'capitalistas', 'feudalistas' o imperialistas', sino que podían estar vivos en otra parte de Camboya.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
El holocausto camboyano  
   "La arcilla se moldea cuando está blanda".
   (Proverbio tradicional citado por Khieu Samphan, presidente de Kampuchea Democrática y maestro de Pol Pot)
  
   En labios de Khieu Sampan, significaba que sólo los niños pequeños podían ser seleccionados para el Partido, para convertirse en dóciles servidores del Angkar.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   Siendo el Angkar 'el padre y la madre' del pueblo, a él le incumbe definir quién forma parte de la familia. Ya en 1973, se conocía el caso de niños enrolados en las tropas revolucionarias que habían ejecutado a su padre enrolado en el ejército republicano: ya no era su padre, era un 'enemigo'. (...)
   Siendo el Angkar 'el padre y la madre' del pueblo, se entiende que a él le pertenecen los niños, y no a sus progenitores. Ya desde antes de la victoria de 1975, se conocía el caso de madres que ofrecían 'espontáneamente' sus hijos al Angkar; (...) Desde 1977, con la generalización de las 'cooperativas de alto nivel' en el conjunto del país, durante las horas de trabajo, los niños de menos de seis años eran confiados a mujeres de edad avanzada, las 'abuelas', que educaban a los jóvenes espíritus "contándoles historias heroicas".
   Después de la edad de seis años, los niños vivían separados de sus padres, durmiendo en edificios aparte, llamados 'establecimientos de los niños' (monti komar): organizados por grupos de diez, recibían una educación escolar hecha sobre todo del aprendizaje del trabajo manual. Después de los doce años, los jóvenes eran enrolados en 'las tropas móviles' (Kang chalat) y no volvían a ver prácticamente nunca a sus padres. (...)
   El Angkar, personalidad parental colectiva, cuida diligentemente de los niños, "futuro del país", que "no tienen el espíritu viciado como sus mayores".
   (François Ponchaud, Cambodge, année zéro, II parte)
  
   "Nosotros los niños damos la bienvenida y felicitamos a las fuerzas armadas, que han sido vigilantes, amigos, vigilantes en aplastar al enemigo".
   (De una canción titulada 'Los niños de las regiones sudoeste', introducida en Battambang en 1978)
  
   Los niños y los adolescentes ignorantes, de las provincias periféricas y completamente manipulados por el Angkar, podían quizá encontrar consuelo y significado en los slogans. Esto convenía a los dirigentes, que se jactaban de ser los portavoces de los hombres y mujeres de este estrato de la población. De hecho, estos jóvenes se convirtieron en los sicarios de un grupo de fanáticos hambrientos de poder absoluto, totalmente ignorantes de las realidades económicas nacionales e internacionales, así como de la real y centenaria cultura de su propio país.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
     
   Palabras de Pol Pot en su discurso del 27 septiembre 1977:
   "Aquellos, entre nuestros camaradas, que son jóvenes, deben hacer un gran esfuerzo para re-educarse a sí mismos. Nunca deben permitirse perder de vista este objetivo. Tenéis que ser, y manteneros, fieles a la revolución. La gente envejece rápidamente. Siendo jóvenes, estáis en la edad más receptiva, y sois capaces de asimilar mejor que nadie lo que representa la revolución.
  
   Antes de la toma de poder, el Angkar fue capaz de persuadir a algunos jóvenes, en cursos de entrenamiento y adoctrinamiento en los bosques, de que sus padres habían muerto por los bombardeos americanos, aunque fuera una pura invención. Así, tras la victoria, los soldados jemeres rojos jóvenes ya no podían 'reconocer' a sus propios padres, ya que se habían convertido en gloriosos mártires del imperialismo. Esto puede explicar la absoluta crueldad de estos jóvenes soldados fanáticos, incluso hacia sus propias familias.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   "Jóvenes, vosotros sois los hijos e hijas del Angkar. Dadnos toda la información sobre quiénes son vuestros padres".
   (Consigna con la que los jemeres rojos manipulaba a los niños para denunciar y espiar a los adultos)
  
   Este trozo de sabiduría jemer roja permitía a las autoridades descubrir antiguos soldados republicanos que estuvieran escondidos entre la población. (...) El ejército republicano fue destruido en tres fases: primero, los oficiales de alto rango, en los días y semanas que siguieron al 17 abril 1975; luego, pequeños oficiales y soldados, que eran gradualmente arrestados y enviados a prisión o a campos de trabajos forzados, donde habitualmente morían; finalmente, sus esposas e hijos en un periodo posterior del régimen. Eran denunciados por sus propios hijos, o por jóvenes parientes cercanos o vecinos, gracias a la recomendación de este slogan.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
 
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La destrucción de la familia
  
   Se conocen varios casos de mujeres de oficiales que lloraban a su marido desaparecido. "¿Por qué lloras? Era un enemigo", les decían con reproche. Sin embargo, sabiendo hasta qué punto obligaban los lazos familiares, los revolucionarios no dudaron en varios sectores en ejecutar a las esposas e hijos de los condenados, notablemente a las mujeres y niños de oficiales, incluso cuadros jemeres rojos. Era de hecho una sanción tradicional, una aplicación atenuada del código penal camboyano de 1877 que prevé que la muerte rápida puede extenderse a la familia entera del culpable.
   (François Ponchaud, Cambodge, année zéro, II parte)
  
   El Angkar es el padre y la madre de todos los niños, y también de los y las adolescentes.
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   El afecto normal y natural que tienen los niños hacia sus propias familias tenía que ser transferido al Angkar, y a su vez los padres se convertían en unos extraños para sus hijos, si pertenecían al grupo del '17 de abril'. El Angkar interpretaba así el papel simbólico de madre y padre de una juventud dócil, que se mantenía 'impoluta' respecto a la vieja ideología.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   La sustitución del papel de los padres por el Angkar es particularmente significativa en los matrimonios. (...)
   Durante el primer año del régimen revolucionario, se señalan varios casos en que el Angkar arregló las parejas, sin pedir la opinión de los interesados, sin siquiera conocerse los esposos. Esto dio lugar incluso a escenas grotescas, una esposa manteniendo los ojos bajados durante la ceremonia, sin reconocer a aquél a quien habían unido su vida. La fecha de la boda era fijada por las autoridades que organizaban la ceremonia (...) Si las ceremonias difieren de un lugar a otro en los detalles, se reencuentran sin embargo las mismas líneas de conjunto: los esposos se casan "ante el pueblo", "prometiendo fidelidad al Angkar", "jurando no traicionar la Vía" (meakear). (...) Es significativo que "ser fiel el uno al otro" se convierte en sinónimo de "ser fieles al Angkar" (...)
   Las parejas adúlteras son condenadas a muerte por haber "traicionado al Angkar", "traicionado la constitución", "traicionado la Vía" (...)
   (François Ponchaud, Cambodge, année zéro, II parte)
  
   De todas formas la familia no fue abolida, sino fragmentada y reducida en un sentido amplio a su mínima función reproductiva. El Angkar fue situado en el pináculo de la pirámide, mientras que las clases sociales fueron reducidas a una, el proletariado, que incluía a todos, ya que todos habían sido absorbidos en grupos de obreros o campesinos.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
 
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La abolición de la propiedad y del dinero
  
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EL HOLOCAUSTO CAMBOYANO
  
Bibliografía consultada
  
- Bizot, François.  Le Portail (prefacio de John Le Carré, Editions de La Table Ronde, París, 2000)
- Chandler, David P.  Brother Number One. A political biography of Pol Pot (Silkworm Books, 1999)
- Chandler, David P.  Voices from S-21. Terror and history in Pol Pot's secret prison (Silkworm Books, Tailandia, 2000)
- Gilboa, Amit.  Off the rails in Phnom Penh (Asia Books, Bangkok, 1998)
- Kiernan, Ben.  The Pol Pot regime. Race, power and genocide in Cambodia under the Khmer Rouge, 1975-79 (Silkworm Books, Yale University, 1996)
- Kiernan, Ben.  How Pol Pot came to power. Colonialism, nationalism, and communism in Cambodia (Yale University Press, New Haven y Londres, 2004)
- Locard, Henri.  Pol Pot's Little Red Book. The sayings of Angkar (prólogo de David Chandler, Silkworm Books, 2004)
- Nath, Vann.  A Cambodian Prison Portrait. One Year in the Khmer Rouge's S-21 (White Lotus Press, Bangkok, 1998)
- Orwell, George.  1984 (introducción de Fernando Galván, Editorial Austral, Barcelona, Madrid, 2008)
- Orwell, George.  Rebelión en la granja (título original: Animal Farm. Editorial Guillermo Kraft, Barcelona, 1969)
- Ponchaud, François.  Cambodge, année zéro (Editions Kailash, 2001)
- Ung, Loung.  D'abord, ils ont tué mon père (título original: First they killed my father. Plon, 2002)
- Yathay, Pin.  Tu vivras, mon fils (título original: Stay alive, my son. Prefacio de David Chandler, L'Archipel, París, 2005)

  
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EL HOLOCAUSTO CAMBOYANO

Indice de textos
Un viaje al corazón de las tinieblas
Algunos hitos en la historia de Camboya
La intervención de Estados Unidos
La evacuación de las ciudades
La conexión con China
El conflicto con Vietnam
¿Quién era Pol Pot?
El socialismo según los jemeres rojos
La Constitución de Kampuchea Democrática
El himno nacional
  
La propaganda como arma
Prisión secreta S-21 (Tuol Sleng)
The Killing Fields
La sima de la muerte
Las minas antipersona
La precaria economía de Camboya
La autosuficiencia y el ahorro
El sistema sanitario
La educación y la reeducación
La utilización de jóvenes y niños
  
La destrucción de la familia
La abolición de la propiedad y del dinero
La anulación de la individualidad
La depuración de los enemigos
El opio del pueblo
El rey Sihanuk
La dictadura después de la dictadura
1984 llegó en 1975
Diccionario de neolengua de los jemeres rojos
Bibliografía
     
Indices de fotos
EL HOLOCAUSTO CAMBOYANO

Indice general
Indice 01     Prisión secreta S-21
Indice 02     Prisión secreta S-21
Indice 03     Prisión secreta S-21. Un testimonio pictórico
Indice 04     Un testimonio pictórico. Los campos de exterminio
Indice 05     Los campos de exterminio
Indice 06     Las minas antipersona
  
EL PUEBLO CAMBOYANO
Una extensa galería de retratos de los habitantes de Camboya en la actualidad.
  
Otras exposiciones de fotos de Camboya en fotoAleph




EL PUEBLO CAMBOYANO
  
El pueblo camboyano
ANGKOR
Una civilización devorada por la jungla
  
Angkor
ANGKOR
El corazón de Camboya
  
Angkor





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BIRMANIA SE MUEVE
  
Birmania se mueve
MYANMAR
Bienvenidos al país dorado
  
Myanmar
TAILANDIA
La llamada de Oriente
  
Tailandia
ACERCAMIENTO A TAILANDIA
  
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MIRADAS SOBRE LAOS
  
Miradas sobre Laos
RECUERDOS DEL PASADO
La herencia colonial en Asia
  
Recuerdos del pasado


  
  
   

  

  
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EL HOLOCAUSTO CAMBOYANO

  
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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Camboya
Nota.  Las fotografías (refs. 40650001 a 40650102) mostradas en nuestro sitio-web bajo el título de 'El holocausto camboyano' no están sujetas a comercialización por parte de fotoAleph.
  
  
  

  
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