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  MÁS ALLÁ DEL ATLAS
  Arquitectura de adobe en Marruecos
MAS ALLA DEL ATLAS. Arquitectura de adobe en Marruecos
  
   El viajero que se aventura más allá de la gigantesca barrera natural de las montañas del Atlas, que divide por la mitad el Magreb, descubre con ojos asombrados un mundo nuevo y maravilloso: el de los oasis presaharianos del sur de Marruecos. Los escasos cursos de agua que se abren paso por estos desolados secarrales que se extienden hasta el infinito explotan de verdor y vida en sus riberas, y junto a las tierras cultivadas crecen pequeños poblados caracterizados por una arquitectura de gran originalidad y remota tradición, que hace uso del barro como principal materia prima para sus edificios y fortificaciones.
Indice de textos 
La kasba y el ksar
Las artes del barro
Oasis marroquíes al sur del Atlas. Breve historia
  
Emplazamientos 
El Atlas y más allá 
Rissani y el valle del Tafilalt 
Tinerhir y el valle del Todra 
Valle del Dades
Valle del Mgun 
El Kelaa Mguna 
  
Skura 
Ait Ben-Haddu 
Uarzazat 
Valle del Draa 
Tata 
Tafraut
Bibliografía 
Indices de fotos
Indice 1  Valle del Tafilalt. Rissani. Tirnheras. Valle del Todra
Indice 2  Valle del Dades. Bumaln del Dades. Valle del Mgun
Indice 3  Valle del Mgun. El Kelaa Mguna
Indice 4  Skura. Ait Ben-Haddu. Uarzazat
Indice 5  Valle del Draa. Tata. Tafraut
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1.  La kasba y el ksar
 

   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...

                                                                             (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)




   Vi la descomunal cordillera del Atlas, que, como una gran muralla levantada por titanes, partía en dos el Magreb.
   Y al atravesarla, vi que más allá de sus cumbres las nieves se fundían en fragorosos ríos y torrentes que, tras socavar profundos cañones, iban a morir a las dunas del desierto.
   A orillas de los ríos, vi palmerales y huertos cultivados, en medio de cuyo verdor surgía un sinfín de pequeñas aldeas construidas en barro, habitadas por tribus bereberes.
   Y allí, al otro lado del Atlas, pude contemplar la singular belleza de unos edificios creados en un estilo autóctono, al margen del tiempo y de toda influencia foránea. La extraordinaria arquitectura de las kasbas y pueblos de adobe de los oasis presaharianos al sur de Marruecos.


  
   Las edificaciones de adobe o tierra batida del sur de Marruecos suponen una familia especial de la arquitectura presahariana que tiene lugar en los países del Gran Magreb, así como en Mauritania y Libia. 
   Dos son sus manifestaciones más características: la kasba y el ksar. La kasba consiste en un edificio de patio central rodeado de cuatro alas fortificadas, dominadas por torres en los ángulos (ejemplo en foto 15), perteneciente por lo general a una célula familiar de clase media alta. El ksar (en plural: ksur) Mas alla del Atlases una agrupación de edificios, a modo de pequeña aldea protegida por un recinto amurallado y reforzada con torres (ejemplo en foto 46), dentro de la cual aparecen distintas viviendas, unas modestas y otras con categoría de pequeños castillos urbanos, además de almacenes y espacios comunitarios como establos colectivos, graneros, eras y silos, plaza de mercado, sala de reuniones de la 'jemaa' (asamblea de jefes de familia), mezquita, escuela coránica o medersa, cementerio, y otros servicios comunes como el 'hammam' o baño público, los pozos de abastecimiento de agua, el lavadero, el molino, etc. El número de habitantes de un ksar característico del sur del Atlas marroquí puede variar entre 200 y 3.000, si bien hay que mencionar la gran diversidad de etnias que se da, no sólo en esta región, sino dentro incluso de un mismo ksar, predominando las tribus de origen 'sanhaya', que hablan el dialecto bereber mayoritario, el 'tamazight'. Cada ksar tiene un 'sheij' o caíd como máxima autoridad del poblado, que a su vez depende del gobernador de la provincia. 
   Los términos españoles 'alcazaba' y 'alcázar' tienen su origen etimológico respectivamente en las palabras árabes 'al-kasba' y 'al-ksar'. Pero ello no debe llevarnos a confusión en este caso, pues en las regiones que hemos delimitado para nuestro estudio sobre la arquitectura de adobe marroquí (los oasis presaharianos al sur del Atlas, del Anti Atlas y de Tafraut) estos vocablos hacen referencia a otro tipo de construcciones, que son las anteriormente descritas. Tal vez sería más preciso, o al menos más esclarecedor, referirnos a ellas con los términos bereberes empleados por los habitantes de la región para designarlas: 'igrem' (en plural: 'iguermán') para las poblaciones fortificadas, y 'tigremt' (en plural: 'tigrematín') para los grandes edificios palaciegos exentos que se elevan en sus recintos o cerca. La palabra 'igrem' significa también granero. Se refiere a los grandes graneros comunitarios fortificados que se construían en la parte más alta y mejor defendible de los pueblos, para almacenar las cosechas pero también para guardar armas y otros bienes de valor (foto 39). Con el tiempo estos silos-fortaleza fueron ampliando sus funciones y ganando en complejidad, ensamblándose con el resto de viviendas del pueblo hasta formar un conjunto urbano compacto y amurallado, que por extensión será llamado también 'igrem'. A su vez, el vocablo 'tigremt' es el diminutivo de 'igrem', y, de hecho, una kasba es como un ksar en miniatura: el mismo recinto fortificado, las mismas torres cuadradas de vigía en las esquinas, pero a una escala más pequeña, digamos unifamiliar; una fortaleza dentro de la fortaleza. 
Mas alla del Atlas20   Aclaradas estas cuestiones semánticas, hemos de precisar que, a efectos de este estudio, hemos creído conveniente seguir empleando los términos árabes 'kasba' y 'ksar' para referirnos a los dos modelos de edificación descritos, puesto que son, aunque inexactos, de uso más general. 
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   La estructura urbanística de los ksur y la arquitectónica de las kasbas revelan que las necesidades defensivas eran prioritarias en el transcurrir de la vida de estos oasis presaharianos. Todo está enfocado a la seguridad y a la defensa. Los poblados se asientan sobre puntos estratégicos, como lomas, escarpes y colinas dominando el valle y siempre cerca de los ríos. Las viviendas se agrupan en un prieto conglomerado dentro del recinto de las murallas, que, construidas en piedra y jalonadas de masivos bastiones, suelen constituir la parte más recia del conjunto urbano. Están perforadas con grandes puertas, entre dos y cinco, una de ellas dando acceso a los huertos y jardines de las riberas del río, y otra, abierta en la parte alta del pueblo, a la montaña. Todo responde a la imperiosa necesidad de defender los muy escasos recursos agrícolas y ganaderos de los oasis frente a las incursiones foráneas, en una zona de encrucijada de caravanas que padecía frecuentes periodos de inestabilidad e inseguridad. 
   Tanto las kasbas como los ksur del otro lado del Atlas marroquí poseen como rasgo propio la decoración de las torres esquineras y las partes superiores de los edificios con diferentes motivos geométricos realizados con ladrillo crudo (foto 17), que recuerdan vagamente la labor de tracería de los monumentos mudéjares españoles, aunque en realidad nada tienen que ver con ellos. Al contrario, revelan un modo de entender el arte de la arquitectura totalmente autóctono, podríamos decir de raigambre bereber, con marcado carácter rural, familiar y defensivo, que ha permanecido intocado y al margen de las influencias occidentales. 
   Subsisten todavía al paso del tiempo unas doscientas cincuenta kasbas de adobe en estas regiones. Las más antiguas están en el valle del Draa y se remontan al siglo XVII, erigidas para proteger la ruta comercial a Marrakesh. La mayoría están fechadas entre los siglos XVIII y XX. El aspecto sumamente arcaico de estas construcciones es engañoso, pues a pesar de su relativa modernidad las kasbas han sido edificadas siguiendo las ancestrales técnicas constructivas en adobe propias de los bereberes, transmitidas de padres a hijos desde un remoto pasado. 
   En esta colección de fotografías de los pueblos de 'más allá del Atlas' marroquí, mostraremos una pequeña selección, en absoluto exhaustiva, de la prolija variedad de soluciones arquitectónicas que los artífices de la región han aplicado a sus viviendas privadas y a sus edificios públicos, usando el barro como materia prima. Intentaremos ilustrar con ejemplos no sólo la rara belleza de la arquitectura bereber de adobe, sino también el entorno de sus poblados y aldeas, los paisajes en los que se encuadran y de los que emanan, su perfecta integración con la naturaleza, donde los materiales constructivos no son sino una prolongación de las tierras circundantes. 

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2.  Las artes del barro
 
    La arquitectura de adobe es universal. Ejemplos señeros abundan en casi todos los países, desde la arquitectura popular de adobe y entramados propia de las tierras de Castilla y León, hasta las ciudades de barro del Yemen, como Sa'da o Shibam del Hadramaut, famosa esta última por sus 'rascacielos' de adobe de hasta ocho pisos, pasando por las medinas de ladrillo del sur de Tunicia, como Tozeur o Nefta. 
    Por adobe entendemos la masa formada por ladrillos o bloques de barro mezclado con paja o heno y secado al aire, que se utiliza sobre todo en la arquitectura popular de ciertas regiones y países. Los muros de adobe de los edificios se levantan por medio de la superposición de capas hechas a base de masas de barro o arcilla apelmazadas a golpes. El ladrillo crudo se fabrica con tierra extraída de la obra misma o de un lugar cercano, a la que se le añade agua para crear el barro, al cual se le mezcla paja y barcia (los restos que quedan al aventar el grano), pisándolo con los pies descalzos. Los ladrillos adquieren su forma gracias a una especie de molde prismático de madera, y se van apilando en hileras puestas a secar al aire durante medio día y, una vez haberles dado la vuelta, durante un día más. Por lo general son utilizados inmediatamente tras su fabricación. Una vez colocados, se les añade un revoque a base de barro y paja para su mayor consistencia, recubrimiento que puede restaurarse tras los deterioros provocados por las lluvias. 
Mas alla del Atlas   Los ladrillos de barro, crudo o cocido, han tenido fines decorativos además de los propiamente constructivos desde los primeros tiempos del islam. La pobreza intrínseca del material es compensada por la pericia técnica con que son empleados en la decoración. Los bloques son dispuestos en distintos planos, formando dibujos como dameros, triángulos, cruces o rombos, alternando los entrantes y salientes para producir efectos de claroscuro en las fachadas de los edificios. Este tipo de ornamentos excluye deliberadamente cualquier representación icónica de vida, humana, animal o incluso vegetal, siguiendo al pie de la letra las interpretaciones más estrictas de la doctrina islámica, pues sólo Alá posee la facultad de crear vida. No es casualidad que los mismos o parecidos diseños geométricos puedan hallarse también en otras manifestaciones artesanales de los bereberes, como las joyas, la cerámica o las alfombras. 
   El uso del ladrillo cocido por parte de los primeros constructores islámicos fue heredado de los romanos y de los persas sasánidas, que lo empleaban con profusión y maestría en multitud de edificaciones. Los efectos decorativos producidos por la yuxtaposición y entrelazado de ladrillos aparecen ya desde los primeros tiempos del islam, en el palacio abasí de Ujaydir, en el desierto iraquí, y en la puerta de la ciudad siria de Raqqa (722 d C). Esta técnica llegó a su culminación en Bujara (Uzbekistán), en la tumba de los soberanos samaníes, y continuó propagándose por todo el mundo islámico hasta los tiempos modernos. 
   Los ladrillos cocidos se utilizaban principalmente en zonas urbanas del mundo islámico, con el fin de construir edificios duraderos, mientras que en las zonas rurales y pequeñas poblaciones estuvo más extendido el uso del ladrillo crudo o secado al sol. En las ciudades existían varios gremios especializados en la fabricación de ladrillos, en su talla y en su colocación con fines ornamentales en construcciones, mientras que en aldeas y pueblos la fabricación y colocación del ladrillo crudo era efectuada por las mismas personas, con la materia prima local y con ladrillos de dimensiones no uniformes (de unos 24 x 10 x 7 cm, o mayores), adoptando en cada caso el tamaño más adecuado para las necesidades de cada construcción. 
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   En los ksur y kasbas de los oasis presaharianos al sur del Atlas marroquí, el ladrillo de adobe es usado en abundancia tanto con fines estructurales como decorativos en portadas, ventanas, columnas, arcos, escaleras, muretes superiores de las fachadas y almenas. No obstante, la base constructiva de la mayoría de estos edificios es el tapial, es decir, la yuxtaposición de grandes bloques prismáticos de tierra prensada para formar la estructura y los muros de las edificaciones. El módulo básico del tapial se fabrica rellenando con tierra húmeda un encofrado de tablas de madera con travesaños, sujeto por cuerdas y colocado sobre dos andas que permitan su posterior traslado. La tierra va a veces mezclada con guijarros para aumentar su consistencia, y se apelmaza golpeándola con un mazo de madera característico. Cuanto más prensado esté el barro, más resistente será la construcción. 
Mas alla del Atlas   Los bloques de tapial varían de grosor en función de su emplazamiento dentro de la estructura del edificio. Los utilizados en los cimientos y la planta baja serán los más gruesos (entre 60 cm y un metro), mientras que los de los pisos superiores irán disminuyendo de grosor con la altura, con el fin de rebajar el peso del conjunto del muro y evitar los desplomes. El uso de tracerías, arcos ciegos y vanos en las partes superiores tiene también este objetivo funcional, no sólo meramente embellecedor. El escalonamiento de los muros resultante de la progresiva reducción de los grosores de los bloques de tapial suele ser disimulado con un revestimiento externo de tierra, confiriendo a muros y torres un perfil en talud ligeramente curvo, que es sólo aparente. 
   Añadamos finalmente que la madera es también usada en la arquitectura del sur de Marruecos como materia prima complementaria en elementos constructivos como los techos, las vigas y los dinteles de puertas y ventanas. Por lo general se echa mano de troncos de árboles que crecen en las cercanías, como pueden ser las palmeras, los álamos blancos o los tamarindos. Hasta hace poco las contraventanas eran también de madera, decoradas con labores de celosía y ventanillos (foto 33). 
   La versatilidad del barro como material de construcción ha dado lugar a una extraordinaria diversidad de soluciones arquitectónicas en todo el mundo, llegando en el Marruecos presahariano a variar las tipologías arquitectónicas de comarca a comarca, de valle a valle e incluso de pueblo a pueblo. 
   Las nuevas generaciones de marroquíes van optando poco a poco por nuevos tipos de vivienda, siguiendo los usos occidentales. El gran aumento demográfico experimentado en la zona –y en Marruecos en general–, que ha triplicado la población en los últimos cuarenta años (con una media de ocho hijos por matrimonio), unido a la influencia cultural producida por la emigración a países europeos, están contribuyendo a este desplazamiento de hábitat de los jóvenes. 
   La arquitectura de barro acarrea consigo una perenne labor de mantenimiento que requiere un esfuerzo continuado por parte de sus habitantes para la restauración, sobre todo tras sobrevenir lluvias torrenciales que pueden derrumbar porciones grandes de las construcciones. Esta es una de las causas de su progresiva sustitución por viviendas hechas de hormigón y materiales más modernos –tendencia importada por los emigrantes que regresan de Europa–, y que son menos adecuados al clima de la zona. 
   Se da la paradoja de que mientras en el resto del mundo se revaloriza y vuelve a la arquitectura de barro, dentro de las tendencias marcadas por las nuevas arquitecturas bioclimáticas, en Marruecos, donde a lo largo de su historia se ha aplicado el barro en la construcción con resultados excelentes en cuanto a aislamiento del clima extremado del desierto, y en la perfecta integración al paisaje y ecosistemas, se está abandonando esta tradición y desterrando el adobe, a costa de otros materiales menos acordes a su entorno. 

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3.  Oasis marroquíes al sur del Atlas. Breve historia
 
   El norte de África fue uno de los escenarios de la fulgurante expansión del islam en las primeras décadas a partir de su nacimiento. El caudillo Sidi Oqba, tras ocupar la región hoy conocida como Tunicia y fundar la ciudad santa de Kairuán en el 670 d C, emprendió una expedición más al oeste, hacia los territorios bereberes de la entonces conocida como Mauritania Tingitana, llegando hasta el valle del Draa. Con el pretexto de propagar la nueva religión mahometana, estas incursiones iban acompañadas de saqueos de las fértiles tierras y poblados presaharianos. 
Mas alla del Atlas   En esa época había en el Magreb dos ciudades que mantenían desde hacía siglos relaciones comerciales con el África negra, a través de una red de tráfico de caravanas: Todra y Ziz. Ésta última se ubicaba quizá en el valle del mismo nombre, aunque fue posteriormente relegada en su hegemonía por otra ciudad más al sur, en pleno valle del Tafilalt: la legendaria Sijilmassa, cuyas precarias ruinas a duras penas subsisten hoy en las afueras de la moderna población de Rissani, y evidencian que ya desde entonces el adobe era un componente esencial entre los materiales de construcción de la zona. 
   En el 710, el nuevo gobernador de Kairuán, Musa Ibn Nosair, lanza una nueva campaña islamizadora entre los bereberes del Magreb. Un caudillo de esta etnia, Tariq, atraviesa con sus huestes en el 711 el estrecho de Gibraltar (Gebel Tariq), dando inicio a la conquista de Al-Andalus. En el 740 empiezan las primeras revueltas bereberes contra la presión fiscal del califato de Damasco, instigadas por el 'jareyismo', cuyos representantes habían llegado huyendo de Arabia, donde eran perseguidos. Esta corriente del islam fue sofocada rápidamente en Kairuán, pero no así en el Magreb occidental, donde triunfó, escapando desde entonces esta zona al control de Oriente. En el 750 se produce el derrocamiento de la dinastía omeya de Damasco y su sustitución por la nueva dinastía de los abbasíes, que implanta su capital en Bagdad. En el 756 Abderrahman I funda el emirato omeya de Córdoba, que proclama su independencia respecto a los califas orientales. Al año siguiente se funda el emirato jareyita de Sijilmassa, abarcando los antiguos reinos de Todra y Ziz, así como los valles presaharianos hasta el Draa, y unificando políticamente la zona, con su capital en el Tafilalt. De esta forma, Sijilmassa constituye el primer estado islámico de la historia de Marruecos, anterior a la dinastía idrisí de Fez, y su prosperidad va a durar más de dos siglos. Dentro de la general islamización de la zona, perduraron pequeñas islas de población de cristianos, animistas y hebreos, llegando estos últimos hasta nuestros días. 
   La región se convirtió en una de las más prósperas del Magreb, codiciada por los califas del norte y del este. Se cultivaban dátiles para el propio consumo y la exportación, además de otros productos frutales y hortícolas que crecían en las feraces vegas de los ríos y uadis, regadas por las crecidas estacionales. Con el dromedario fue posible organizar caravanas transaharianas para exportar la riqueza agrícola de los oasis a los países al sur del desierto. La tribu de los 'zenetas' de Sijilmassa reclutaban cada invierno enormes caravanas compuestas por millares de dromedarios para viajar a un oasis en medio del Sahara, Teghaza, donde se hallaban las mayores minas de sal del continente. Intercambiaban allí sus mercancías (dátiles, tejidos, metales) por sal, y proseguían más hacia el sur, hasta llegar al imperio de Ghana y a Tombuctú. En Ghana volvían a cambiar los cargamentos de sal por su peso en oro, pues la sal era imprescindible para sobrevivir en los rigores climáticos de la región. 
   Además de oro en polvo, los mercaderes zenetas compraban también esclavos negros, hechos prisioneros en las diferentes reyertas tribales. Finalizadas las transacciones (que incluían también productos como el marfil y las plumas de avestruz), las caravanas regresaban con su nuevo cargamento de mercancías surcando rumbo norte las interminables dunas del Sahara, en una travesía que podría rondar los dos meses. Ya en el Tafilalt, el oro y los esclavos eran trasladados a Fez o a Tremecén (en la actual Argelia). 
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   En el siglo XI Sijilmassa, el Draa y el Sus caen bajo el poder de los almorávides, dinastía con orígenes en una tribu bereber de la familia de los 'sanhaya', procedente del Adrar de Mauritania, y convertida al islam desde el siglo IX, que disponía de un ejército de monjes-guerreros y seguían ritos de inspiración sufí. La expansión de su imperio comprendió la invasión y conquista de Al-Andalus, disgregada entonces en reinos de Taifas, y absorbió todo el comercio transahariano, aunque en menos de un siglo fue sustituido por un nuevo imperio: el almohade. El movimiento almohade, o 'unificador', nació precisamente en las montañas del Atlas, en concreto en la 'zauia' de Tinmal (enclave en la falda norte del Atlas occidental donde puede admirarse una de las más bellas mezquitas de Marruecos –ver foto– muy representativa de la arquitectura almohade, construida en ladrillo y yeso en el siglo XII), fundado por los seguidores de Ibn Tumert, un discípulo de al-Ghazali. Tras la conquista de Marrakesh se convirtió en una potente dinastía que expandió aún más los límites del predecesor imperio almorávide. 
   Tras la disgregación del poder almohade, Sijilmassa y el Tafilalt entraron en un periodo de continuas luchas internas y sucesivas invasiones exteriores, hasta que una tribu de origen bereber, la de los Beni Merín, procedente de las estepas orientales, se impuso al resto y adquirió el poder suficiente para llegar a fundar la gloriosa dinastía merínida o de los benimerines, cuyo poderío irradió desde Fez. Esta dinastía propició la entrada en sus territorios de diversas tribus árabes, que extendieron la lengua clásica del Profeta por todo el país. El habla bereber fue quedando paulatinamente relegada a los macizos montañosos y a los territorios al sur del Atlas, estando caracterizada por la multitud de dialectos en que se divide, que pueden llegar a variar sustancialmente de un valle a otro. 
   Hacia 1331 los merínidas pierden el control de las regiones al sur del Atlas y entran en un periodo de decadencia que desemboca en la desintegración del imperio. La tribu Dui Mansur se impone sobre las demás y en el siglo XIV crea un estado independiente, de nuevo con base en Sijilmassa. Las antiguas rutas comerciales devienen peligrosas por la presencia de tribus incontroladas que se dedican al saqueo de las caravanas, por lo que el comercio caravanero se desplaza a otras rutas más lejanas pero menos inseguras. Se recrudecen las luchas entre facciones por el control de las tierras y el agua. El comercio termina replegándose y limitándose al consumo interno. 
   En 1587 el Tafilalt y el resto de los oasis al sur del Atlas caen en poder de los Beni Saad. Se descubren y explotan yacimientos de hierro en toda la zona. En el siglo XVII el poder pasa de los saadianos a los alauitas, una familia 'shorfa' (es decir, de descendientes del profeta Mohamed, por vía genealógica de su hija Fátima, con el prestigio y la autoridad que tal condición conllevaba) llegada de Arabia en el siglo XIII. Enriquecidos con el comercio del oro, y preocupados por su control, someten la zona, y en 1632 Mulay Sherif El Alaui es proclamado sultán del Tafilalt. La primacía local del nuevo sultanato no logra evitar las luchas con otros reinos, que se desgasta y divide tras sucesivas guerras. Mulay Sherif abdica en su hijo Mulay Mohamed, que inicia la reunificación del Tafilalt y conquista efímeramente Fez. Su hermano Mulay Rashid llega al trono en 1666, y ocupa de nuevo Fez, además de Marrakesh y Taza. Un tercer hermano, Mulay Ismail continúa con las campañas contra las tribus insumisas, como la de los rebeldes nómadas Ait Atá, y contra las 'zauias' o cofradías religiosas (la más beligerante fue la de Dila), que constituían auténticos focos hostiles de resistencia al sultanato, hasta llegar a someter a unas y otras. Las rutas comerciales tradicionales son reabiertas. 
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   Los numerosos hijos del poderoso sultán Mulay Ismail (1672 - 1727), que contaba en su harén de Mequínez con no menos de quinientas esposas de todas las razas, y cuyo esplendor fue coetáneo y rival del de Luis XIV en Francia, entran en una lucha fratricida por la sucesión. Las agrupaciones religiosas vuelven a la carga y hasta se produce la insurrección del propio ejército del sultán. El Tafilalt vuelve a sufrir otro periodo de decadencia. Vuelven a ser peligrosos los caminos y el comercio caravanero se traslada una vez más a otras rutas. Se mantiene, sin embargo, la ruta del Draa, más segura al estar protegida por los propios caídes o jefes de tribu. Entre éstos sobresale el caid Glaui de Teluet, cuyos sucesores desempeñarán a partir de entonces un papel decisorio en la política marroquí hasta nuestros días. 
   Las luchas entre distintas facciones tribales y el estado alauita con capital en Fez será la tónica a lo largo del siglo XIX, simultánea al proceso de colonización que empezaban a llevar a cabo Francia y España. Las tribus rebeldes de los Ait Atá son derrotadas en la batalla de Tiliuín, aunque seguirán ejerciendo su dominio sobre las poblaciones del Todra, Dades y Draa. La zona vuelve a ser insegura cuando da comienzo la colonización francesa del Magreb. En 1830 Francia inicia la ocupación de Argelia, trayendo como consecuencia que el tráfico de caravanas se desplace hacia occidente, por Gulimime y el Draa. En 1893 los franceses penetran en Mauritania y paralelamente conquistan Tombuctú, poniendo punto final al comercio caravanero transahariano. España por su lado ocupa el Sahara Occidental. 
Mas alla del Atlas   El sultán alauita Hassan I se alía con el caid de los Glaui en Teluet, por lo que es concedido al Madani Glaui el rango de 'jalifa', o representante del sultán, en las regiones de los Glaua, el Todra y el Tafilalt. El poder que llega a alcanzar le permite sustituir un sultán por otro, pero la dominación francesa y española va en aumento. Mientras el Glaui facilita la ocupación y llega a pactos con las potencias extranjeras para compartir parcelas de poder, las tribus de los Ait Atá y Ait Margad continúan oponiendo una fuerte resistencia a las fuerzas invasoras. Con el Tratado de Fez, en 1912, se reconoce el protectorado francés. En 1920, el Glaui conquista el Dades y Tinerhir. De entonces datan las llamadas kasbas 'del Glaui', que aparecen en las poblaciones importantes, destinadas a sedes de gobernación local. Entre 1932 y 1934 se rinden el Tafilalt y el Draa, con lo que se da fin al proceso de colonización del sur marroquí. 
   El protectorado ejerce una fuerte influencia cultural sobre los modos de vida de Marruecos. Empieza el proceso de occidentalización del Magreb, que ha continuado tras la independencia, transformando los usos y costumbres de sus habitantes, mezclándose con su cultura, pero sin llegar a desplazar por ello sus ancestrales tradiciones. 
   Siendo ya independiente Marruecos, la antaño influyente familia de los Glaui cae en descrédito durante el reinado de Mohamed V, acusada de colaboracionismo con las fuerzas extranjeras ocupantes, y es despojada de sus prerrogativas, quedando sus imponentes fortalezas abandonadas hasta la ruina. 
   Hoy en día la zona de oasis al sur del Atlas marroquí está dividida en dos provincias regidas por sendos gobernadores: la de Uarzazat, que abarca los antiguos territorios Glaua, y la de Errachidía, que comprende el resto. Uarzazat y Errachidía son dos modernas ciudades administrativas construidas en las encrucijadas clave de las carreteras de la región, con vastos cuarteles y guarniciones militares. 
   Los núcleos importantes de población están regidos por un 'basha' o un caid, que responde ante el gobernador de su provincia. Estos dirigentes ya no son elegidos por votación popular sino directamente designados desde el gobierno de Rabat. No obstante, para cuestiones locales como problemas de regadío, terrenos o construcción, siguen funcionando las asambleas de poblado, donde los cabezas de familia debaten y toman acuerdos sobre los asuntos que les afectan a nivel de aldea. Existen también dos tipos de juntas comunales para cuestiones de ámbito mayor, y que funcionan a modo de ayuntamientos, regulando la recogida de basuras, reparto de aguas y obras públicas en general. 

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4.  Emplazamientos

  
El Atlas y más allá  
  
   La gran cordillera del Atlas es una inmensa barrera natural, con varias montañas que superan los 4.000 metros de altura, que atraviesa el Magreb en toda su extensión, recorriendo todo Marruecos de norte a sur, todo el norte de Argelia y alcanzando con sus estribaciones a Tunicia.
   El nombre de 'Atlas' proviene de la mitología griega. Según algunas versiones, el titán Atlas reinaba en el noroeste de África, donde tenía un árbol que daba frutos de oro, con un dragón vigilándolo. A este reino se dirigió Perseo tras haber dado muerte a la Medusa; se presentó como hijo de Zeus y pidió hospitalidad a Atlas. Pero éste rechazó a Perseo, exigiéndole que se marchara del país. Entonces Perseo sostuvo la cabeza de Medusa –cuya sola mirada petrificaba– ante los ojos de Atlas, transformándolo en una gigantesca roca a la que se dio el nombre de cordillera del Atlas, y condenándolo a soportar eternamente sobre sus hombros la bóveda celeste. Se decía que estas montañas eran tan altas que tocaban el cielo, aunque sus bosques eran tan espesos que imposibilitaban la ascensión.
   "Atlas, el inmenso, se convirtió en una montaña; la barba y el pelo se transformaron en bosques, los hombros en acantilados, las manos en cordilleras; donde había estado su cabeza surgió una altísima cumbre; sus huesos se hicieron de piedra. Entonces cada parte creció de forma desmedida (como ordenaron los dioses) y sobre sus hombros descansó toda la bóveda del cielo con las innumerables estrellas."
   (Ovidio. Metamorfosis, 4, 627)
Mas alla del Atlas   El Atlas marroquí se compone de tres cordilleras concatenadas –el Atlas Medio, el Alto Atlas y el Anti Atlas–, la sucesión de las cuales divide diagonalmente a Marruecos en dos zonas climáticas: el noroeste fértil y el sureste seco. Más al sur comienza el desierto, pero entre la montaña y las primeras 'hamadas' del gran Sahara hay una franja intermedia semidesértica, habitada por el hombre desde tiempos inmemoriales, donde se concentran la mayor parte de las manifestaciones de la peculiar arquitectura de adobe de Marruecos. 
   En esta zona semiseca la vida surge en torno a los ríos, arroyos y uadis, cuyas orillas se convierten en auténticos oasis, con palmerales y huertos irrigados. El resto es completamente árido. Las aldeas y pueblos de viviendas de adobe se asientan siempre cerca de estas zonas cultivadas, adoptando su mayoría una urbanización en forma de ksar o pueblo fortificado. Aquí y allá dominan las kasbas, irguiendo sus esbeltas torres decoradas en los enclaves dominantes de cada pueblo. El área se caracteriza por una gran variedad étnica de la población, aunque predominan las tribus bereberes, sobre todo en las zonas montañosas. No son infrecuentes los nómadas, que habitan en 'jaimas'. La economía de muchos de estos oasis y pueblos de montaña es de mera supervivencia, no siendo los asentamientos autosuficientes, y debiendo depender para sus ingresos de las aportaciones exteriores de los emigrantes. 
   Las abundantes precipitaciones de nieve que recogen los Atlas a lo largo de casi todo el invierno, al llegar el deshielo en primavera y verano se transforman en cursos torrenciales de agua, que empujan con ímpetu hasta abrir profundos cañones en la atormentada orografía, y terminan por convertirse en ríos o uadis que bajan decididos hacia el desierto. Al llegar a la llanura, los ríos del Atlas aminoran su velocidad y rodean el monte Saghro por dos lados. Hacia occidente se dirigen los ríos Imini, Margán, Unila, Madri, Hayay, Izerki, Imasini, Mgun y Dades, que unen sus caudales en el pantano Al Mansur para formar el río Draa. El más caudaloso es con diferencia el río Mgun, que nace en las faldas del monte homónimo. Hacia oriente van los ríos Todra, Targuit, Tanguerfa, Rerís y Ziz, que terminan por confluir para formar el valle del Tafilalt. 
   Más allá las aguas se filtrarán en las arenas y los cursos se harán subterráneos prosiguiendo durante centenares de kilómetros por el subsuelo del Sahara. 
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Rissani y el valle del Tafilalt  
(Fotos 01 a 11
  
   El fértil valle del Tafilalt está situado en la confluencia de dos ríos que bajan del Alto Atlas: el Ziz y el Rerís. Siendo muy escasas las lluvias, la economía agrícola de la región depende exclusivamente de las crecidas periódicas de estos dos cursos de agua, que riegan los palmerales y huertos a lo largo de una ancha franja de terreno llano. 
   El Tafilalt ha desempeñado a lo largo de la historia un papel esencial en la política y la economía de Marruecos (ver Breve historia). Fue pasillo de tránsito en las rutas comerciales de oro y esclavos procedentes de Sudán o Guinea y por ello se convirtió en una región próspera, disputada por todas las dinastías que han reinado en el Magreb. Aquí tuvo sus orígenes la casa real alauita, última y más longeva de todas las dinastías regentes del país, fundada en el siglo XVII y que sigue actualmente en el trono encarnada en Mohamed VI, hijo primogénito de Hassan II y nieto de Mohamed V, primer monarca de Marruecos tras su independencia. 
Mas alla del Atlas   Sin embargo, hoy en día no quedan en el Tafilalt sino unos escasos restos de la que fue una populosa y ajetreada urbe comercial, que difícilmente permiten hacerse una idea del grado de prosperidad y lujo alcanzado en su tiempo por sus habitantes. La deforestación, las devastaciones provocadas por las crecidas, y el lento pero inexorable avance de las dunas de arena del desierto han ido borrando poco a poco las trazas del esplendor de antaño. 
   Las muy exiguas ruinas de la que fue capital del Tafilalt, la ciudad de Sijilmassa (fundada, según León el Africano, por un general romano, un tal Sigillum Massæ, aunque tal teoría ha sido cuestionada), yacen hoy olvidadas y en pleno proceso de desmoronamiento a las afueras de la ciudad de Rissani, la actual capital. De aquella urbe de más de 100.000 habitantes, eterna rival de los sultanes de Fez y Marrakesh, que contaba con centenares de castillos y fortalezas, los arqueólogos no han hallado en la actualidad sino unos pocos precarios muros de adobe y guijarros, medio enterrados en la arena. 
   En el valle del Tafilalt puede admirarse, no obstante, una excepcional sucesión de hermosos ksur presaharianos, construidos algunos totalmente en adobe (a excepción de las murallas, que son de piedra), en un estilo arquitectónico que sólo se da en esta zona. Desprovisto por lo general de las afiladas torres y torretas que distinguen los pueblos fortificados de más al sur, un ksar del Tafilalt nos ofrecerá un perfil más horizontal y bajo, pero atravesado el gran portal de entrada nos encontraremos con una populosa aldea escondida tras las murallas, recogida y oscura, con un dédalo de calles cubiertas como largos y negros túneles, donde las tinieblas sólo son rasgadas de vez en cuando por un rayo de sol que se filtra por una rendija. Es un urbanismo pensado para soportar los rigores del sol, la lluvia y las tormentas de arena. No en vano estamos a orillas del Sahara. 
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   En toda la franja verde del valle, y sobre todo en los alrededores de la ciudad santa de Rissani, encontraremos decenas de ksur y kasbas, perdidos entre los palmerales y las dunas, además de morabitos y mausoleos salpicados entre los campos de cultivo rodeados de muros de adobe. 
   El sultán alauita Mulay Ismail construyó en Rissani una kasba (imitada posteriormente por otros sultanes, que terminaron por dotar al Tafilalt de un notable conjunto de palacios fortificados), y un extenso y complejo ksar para residencia de la parentela regia, que todavía hoy subsisten. Entre los monumentos desparramados por las afueras, se encuentra aún en pie el mausoleo de Mulay Ali Sherif, padre de Mulay Rashid y fundador de la dinastía alauita, que fue reconstruido en 1955 tras su devastación por una crecida del río Ziz. Cerca dormitan las ruinas del ksar Abbar, recinto de adobe de cinco hectáreas de extensión, elevado en el siglo XIX para servir de morada a los familiares del sultán y para custodiar el tesoro real. 
   A dos kilómetros podemos visitar el imponente ksar de Ulad Abd el-Halim, construido a fines del siglo XIX o principios del XX como residencia del gobernador del Tafilalt, cuyo interior desmoronado queda oculto por las soberbias murallas, reforzadas con torreones decorados con delicadas tracerías de ladrillo (fotos 01, 02, 03). 
Mas alla del Atlas   Más lejos, se puede llegar caminando hasta el ksar de Tinrheras, pequeña aldea de casas de adobe que se encarama rodeada de murallas sobre un enorme espolón rocoso desde el que se dominan los palmerales hasta el horizonte, y se divisan las primeras dunas que anuncian el Sahara (fotos 09, 10, 11).
   Una jerarquía establecida y mantenida con constancia en todo el norte de África gobierna la disposición de los mercados musulmanes, y tal es el caso también del importante mercado de Rissani, que se celebra los martes, jueves y domingos, y que centraliza el comercio de todo el oasis del Tafilalt. Los alimentos se suelen vender al aire libre, en una vasta plaza de planta irregular rodeada de pórticos y con un gran quiosco central (foto 08). Además de hortalizas, cereales, frutas y toda clase de productos de la tierra, se venden también artículos de artesanía local, joyas de plata, alfombras y tapices, cestería, ferretería y carpintería. Intercalados entre los puestos, pueden verse tenderetes de farmacopea bereber, que se identifican por su copioso muestrario de animales disecados o enjaulados (tortugas, lagartos, aves rapaces...). El mercado no acaba en esta gran plaza, sino que se prolonga en dependencias anexas, consistentes en amplios patios porticados construidos en adobe (fotos 05, 06), adosados unos a otros, donde tienen lugar la compraventa de animales: corderos, ovejas, terneros, bueyes, caballos y asnos. Cada recinto suele estar dedicado a un tipo de ganado, lanar, bovino o equino, y existe también una vasta explanada destinada a 'aparcamiento' de los asnos con los que los campesinos se trasladan en ida y vuelta de su aldea al mercado, así como un espacio adyacente que se usa como depósito para las alforjas (foto 07). 
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Tinerhir y el valle del Todra  
(Foto 12
Mas alla del Atlas  
   El antiguo mercado del lunes del Todra estaba ubicado donde se levanta hoy el gran pueblo de Tinerhir, una importante encrucijada de caminos, a medio camino entre el Tafilalt y el Draa, y era compartido en el siglo XIX por las tribus de Ait Todra, Ait Atá y Ait Mergad. Hoy en día el mercado sigue funcionando los lunes. 
   Actualmente un centro administrativo, esta antigua guarnición militar despliega sus casas de adobe en forma de terrazas junto a un soberbio palmeral, uno de los más vastos de Marruecos. La aglomeración esta coronada por las ruinas de una gran kasba (del Glaui) erigida en la cumbre de una colina desde donde se divisa el verde oasis a ambas orillas del río Todra. Siguiendo este palmeral por los innumerables senderos que se abren paso entre los vergeles y pequeños campos circundados de tapias de adobe e irrigados por acequias, se llega al cabo de unos quince kilómetros a las impresionantes y bien conocidas Gargantas del Todra (ver foto). Cortadas en tajo por las aguas del río, las gargantas se abren formando un estrecho desfiladero entre unos descomunales acantilados pétreos de más de 300 m de altura en vertical, que durante un tramo sólo dejan ver una estrecha banda de cielo en lo alto. Al pie mana una fuente cuyas aguas tienen reputación de curar la esterilidad femenina. 
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Mas alla del Atlas 
Valle del Dades  
(Fotos 13 a 21
  
   El río Dades nace entre el monte n'Tizi Mkorn (3.223 m.) y la cadena principal del Atlas, al norte de Msemrir, para dirigirse hacia el sur abriéndose camino entre las escarpadas crestas rocosas y tallando abruptos cañones y barrancos, entre los que destacan por su belleza las célebres Gargantas del Dades. Entre éstas y la ciudad de Bumaln se sucede una serie de pequeños pueblos fortificados de adobe o ksur, cada uno con un conjunto de magníficas kasbas de soberbio perfil turriforme, en medio de un espectacular paisaje de caprichosos plegamientos orogénicos de colores rojizos, que contrastan con la verde placidez de la vega cultivada del río. Aquí ya no se ven palmeras, sino otro tipo de árboles frutales más adaptados a la altitud. 
   Sobresalen por su belleza las kasbas de Ait Larbi, con sus altas y delgadas torres troncopiramidales, embellecidas con tracerías de ladrillo y rematadas por pináculos. Hoy la mayoría de las hermosas kasbas del Dades están semiabandonadas, siendo utilizadas únicamente de establo o almacén para guardar aperos de labranza. 
   Al alcanzar el río Bumaln del Dades, la corriente tuerce hacia occidente, serpenteando durante un centenar de kilómetros por la meseta que separa el Alto Atlas del monte Saghro y recogiendo las aguas de los afluentes Mgun, Imasini, Hayay, Madri e Izerki, que alimentan en conjunto el pantano Al Mansur, cerca de Uarzazat. 
   Cuando los judíos fueron expulsados de España en 1492, un buen número de familias sefardíes se instalaron en el valle del Dades, sumándose a los hebreos que ya moraban allí desde siglos antes. 
  
   Bumaln del Dades es un gran pueblo urbanizado en torno a un ksar existente en una importante encrucijada de caminos, que es actualmente centro administrativo de la región y donde tiene lugar un importante mercado que atrae a los campesinos de toda la comarca (foto 22). Dentro del antiguo ksar arruinado, o adyacentes, se elevan varias kasbas que siguen habitadas, destacando por su altura la de Ait Uzá. 
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Valle del Mgun  
(Fotos 23 a 33)
Mas alla del Atlas  
   El caudaloso río Mgun nace en las zonas más altas del Atlas Central, en la cara norte del monte Irril Mgun (4.068 m). Tras un accidentado recorrido en sus comienzos, toma la dirección este-noreste, para dar luego un quiebro repentino hacia el sur y traspasar una cadena montañosa abriendo espectaculares cañones. Avanza después lentamente hacia El Kelaa Mguna para confluir allí con el río Dades, al que aporta el caudal más abundante de todos los afluentes de la zona. 
   El ecosistema del Mgun y sus afluentes es muy similar al de las riberas del Dades, y lo mismo ocurre con la tipología arquitectónica general de sus poblados. Los campesinos que habitan los numerosos ksur dispersos entre alamedas a orillas de los cursos de agua –pertenecientes a la tribu de los Ait Imgún– siembran también trigo, cebada, maíz, patatas y nabos. La altitud no permite el cultivo de palmeras, pero sí el de almendros. 
   El relativo aislamiento de estos pueblos, a muchos de los cuales no se puede llegar sino por pedregosas pistas sólo aptas para camiones, y, a los más lejanos, tras horas a pie por senderos de monte, les ha ayudado a preservar las costumbres, atuendos y modos de vida que han sido característicos de los bereberes de las montañas desde tiempos medievales. La sensación de salto atrás en el tiempo se intensifica al contemplar el arcaísmo de las edificaciones de adobe, los ksur colgados de peñascos, las kasbas con torres ornadas de arquerías y dibujos realizados con adobes, el patio central casi inexistente, como una mera chimenea de luz. 
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El Kelaa Mguna  
 (Fotos 34, 35, 36
  
   Importante población fortificada a 1.460 m de altitud, en la orilla izquierda del río Mgun, cerca del lugar donde éste confluye con el Dades, esta localidad es afamada por sus rosales y su 'agua de rosas', muy apreciada como perfume en Marruecos. Cada año se celebra aquí el 'mussem de la rosa', pretexto para numerosas manifestaciones folclóricas. 
   Los alrededores de El Kelaa regalan la vista con bellísimos paisajes fluviales, donde entre rocas y peñascos se recortan los perfiles altivos de desafiantes kasbas dominando desde sus alturas toda la cuenca. Atravesando el río por un tronco de árbol a modo de puente, se pueden alcanzar los semiderruidos muros de adobe de varios ksur en proceso de ruina, auténticos pueblos fantasma habitados sólo por las cigüeñas que han plantado sus nidos en las puntas de las torres más afiladas. 
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Skura 
(Fotos 37, 38
Mas alla del Atlas  
   El oasis de Skura, cerca del moderno pueblo del mismo nombre, esconde en su palmeral algunas de las más bellas kasbas de Marruecos. Una de las más grandes y complejas es la de Amerhidil, pero destacan también, diseminadas entre los espesos bosques de palmeras datileras, las impresionantes kasbas de El Kebbaba, Dar Aichil, Dair Ait Sidi el Mati y Dair Ait Sus, así como el granero-morabito de Sidi Mbarek, coronado por una cúpula. 
   La ornamentación de ladrillo mitiga la severidad de muchas construcciones norteafricanas, y lo mismo ocurre en Skura. La parte baja de sus kasbas suele ser de barro estratificado, mientras que la parte alta es de ladrillo crudo dispuesto en forma de entrantes y salientes que forman arcadas, nichos y diseños geométricos. 
   Pueblan el gran palmeral de Skura –donde el cultivo predominante, aparte de los dátiles, son los rosales para fabricar la reputada agua de rosas– los bereberes arabizados, habiendo desaparecido los hebreos, que emigraron tras la creación del estado de Israel. Los pocos que se quedaron en Skura se fueron convirtiendo al islam, con el fin de evitar la discriminación. 
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Ait Ben-Haddu  
(Fotos 39 a 43
  
   Ait Ben-Haddu es el ksar más importante del valle del Unila, a una treintena de kilómetros al norte de Uarzazat. Su extraordinario conjunto de edificaciones de adobe constituye un amplio muestrario y un buen resumen de las técnicas constructivas presaharianas del otro lado de la cordillera del Atlas marroquí. 
   Un llamativo granero-fortaleza corona la montaña a las faldas de la cual se asienta el ksar. Este tipo de graneros colectivos se denomina 'agadir', o 'igrem' en bereber, y es frecuente en el Marruecos meridional. Su carácter defensivo es aquí muy evidente, dado su emplazamiento dominando el pueblo y el sistema de fortificaciones que enlaza el ksar con el granero, que posibilita utilizar éste como último bastión en caso de asedio. En regiones donde no era posible un fuerte control administrativo centralizado, la fortificación de casas y edificios comunales era necesaria para la seguridad tribal. Esas formas perduraron como tipología arquitectónica regional cuando su función defensiva ya no era tan importante. 
   El ksar de Ait Ben-Haddu está constituido por seis grandes kasbas fortificadas, probablemente erigidas en el siglo XVIII con técnicas muy arcaicas. Estas técnicas consisten en la construcción de muros de adobe, murallas de varias hiladas de ladrillos o piedras, ladrillos moldeados y secados, motivos decorativos geométricos en ladrillo crudo en las partes superiores de los edificios, etc. El conjunto de fortalezas y viviendas están adosadas entre sí y tan densamente imbricadas que forman un todo compacto, un conglomerado inextricable de edificaciones por el que se circula por un laberinto de callejas y pasajes cubiertos que van trepando por la montaña, desde lo alto de la cual se divisa una extensa panorámica de la región, con las crestas nevadas del Alto Atlas como telón de fondo. No es de extrañar que el pueblo haya sido elegido varias veces, por su extraordinaria belleza, como escenario para ambientar películas históricas o de aventuras. Del rodaje de 'El hombre que pudo reinar' de John Huston, en los años setenta, data la construcción del gran portal de triple arco que, tras atravesar el río, permite la entrada al ksar. 
   El conjunto arquitectónico de Ait Ben-Haddu se halla muy bien conservado y puede calificarse como uno de los ksur más impresionantes de todo Marruecos, por lo que desde 1987 ha sido incluido como bien cultural en la Lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. 
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Uarzazat 
(Fotos 44 a 48
  
   Moderna ciudad construida a partir de 1928 a orillas del río del mismo nombre para ejercer de capital administrativa de la región del Draa y de los Glaua. El interés arquitectónico de Uarzazat no reside en su núcleo urbano, sino en los soberbios ksur y kasbas que se hallan diseminados por todos sus alrededores, entre los que destaca la gran kasba de Taurirt (foto 44). Antaño residencia del pachá de Marrakesh, este palacio de adobe de dos pisos, constituido por un conjunto de dependencias de carácter militar, ostenta una rica decoración de ladrillo en su fachada y torres almenadas. Tras caer en ruina ha sido recientemente reconstruido, y todavía pueden distinguirse en su interior las antiguas habitaciones del Glaui, el comedor, y la cámara de la favorita, con decoración de estuco pintado y techos de madera de cedro. 
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Valle del Draa 
(Fotos 49, 50
  
   El río Draa nace de los uadis Dades y Uarzazat, que a su vez tienen sus fuentes en el Alto Atlas. Se abre paso entre los montes Saghro y Siroua, en el macizo del Anti Atlas, hasta perforar el cañón de Kheneg Taghia, a la salida del cual, y tras la ciudad de Agdz, empieza el valle del Draa propiamente dicho, que durante 200 kilómetros constituye un oasis ininterrumpido de verdor, contrastando poderosamente con las resecas y rojizas montañas circundantes. Se trata de una larga y hermosísima sucesión de palmerales y de huertos cultivados, que están jalonados cada cierto tiempo por un buen número de impresionantes ksur construidos en adobe. Entre estas poblaciones destacan la moderna Zagora y la apartada Mhamid, la 'puerta del desierto'. Lo corrobora un cartel instalado donde el asfalto de la carretera se interrumpe para dar paso a las dunas: 'A Tombuctú, 52 días en camello'. 
Mas alla del Atlas   Defendidos por murallas, estos pueblos fortificados se elevan a orillas del desierto formando aglomeraciones de distinta importancia, y de muy original urbanización, con viviendas dispuestas en terrazas, decoradas con arcadas y balaustres, y punteadas por esbeltas torretas con almenas. Los ksur del Draa fueron construidos para defenderse de los invasores, pero su arquitectura alcanza cotas insuperables de belleza, en las proporciones de sus masas y vanos, la pureza de líneas y los juegos de luz y sombra de sus muros de adobe. 
   En un pasado remoto el Draa sería el río más largo de Marruecos, si bien en la actualidad sus aguas se filtran en las arenas del desierto cerca de Mhamid y prosiguen su trayectoria de forma subterránea, torciendo su rumbo y dirigiéndose durante más de 600 kilómetros hacia el Atlántico, con su desembocadura a la altura de Tan Tan. 
   Del bajo Draa provenía una tribu árabe llamada de los Beni Saad, que al intervenir en el comercio caravanero del oro, fue adquiriendo más y más poder económico, hasta llegar a fundar una dinastía imperial, los saadianos, que expandió su poder por todo Marruecos, y batalló contra los incipientes intentos de colonización de los portugueses. Las suntuosas tumbas de sus principales sultanes pueden admirarse en Marrakesh. 
   Los habitantes del valle del Draa son sedentarios pero han sentido la influencia de los nómadas del sur marroquí. La población está compuesta por árabes y bereberes de diversa procedencia, a menudo mestizados con gentes de razas de piel más oscura originarias del sur, quizá descendientes de esclavos traídos de Sudán o Etiopía, y se estima que su número llega a alcanzar los 80.000 habitantes. Existen también pequeñas comunidades de judíos en las 'mellahs' (o juderías) de algunos pueblos. 
   La vida de estas poblaciones depende totalmente de las aguas con que el Draa irriga este inmenso oasis longitudinal. El cultivo predominante en sus riberas son las palmeras, productoras de dátiles de la apreciada variedad 'boufeggous'. Se cosechan asimismo cereales, legumbres y alheña (o henna). En el palmeral crecen además diversos árboles frutales, tamarindos, laureles y los primeros ejemplares de acacias que anuncian el gran sur de África. 
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Tata 
(Foto 51
  
   Moderna ciudad construida en un extenso oasis irrigado por tres uadis que provienen del Anti Atlas y confluyen para sortear el monte Bani y desembocar en el Draa. La población, bereber en su mayor parte, pertenece a los grupos shleuh y haratín, que hablan el dialecto 'tamazight', además del árabe. 
   A lo largo y ancho del palmeral de Tata se elevan más de treinta ksur de adobe de tonos rosados, perfectamente integrados en el entorno del oasis, y muy representativos de la arquitectura de tierra al sur del Atlas. 
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Tafraut 
(Fotos 52 a 60
  
   Tafraut es el nombre de una pequeña población a 1.200 m de altitud, que se asienta en una verde cuenca en el corazón del macizo del Anti Atlas, al sur de Marruecos, rodeada de un colosal circo de peñas y farallones de granito rosa. Es centro administrativo de una región fértil, densamente salpicada de diminutas aldeas que trepan por las faldas de los montes o se arraciman al pie de imponentes promontorios rocosos, y cuyos habitantes viven en su mayoría de la agricultura. Un animado mercado tiene lugar aquí todos los miércoles. 
Mas alla del Atlas   Las montañas del Anti Atlas son de naturaleza muy distinta a las del Atlas central. Siendo más antiguas en su génesis, ya que se remontan a la era geológica Primaria, han sufrido desde mucho antes el proceso de desgaste y erosión ocasionado por las condiciones climáticas y el paso del tiempo. Las resecas y pedregosas aristas se han ido desmoronando con el transcurrir de los milenios, creando profundos cañones, cuyos cauces secos tapizados de cantos rodados son aún hoy, a falta de verdaderas carreteras, las principales vías de comunicación pedestre entre los distintos pueblos. Son escasos los manantiales, y al no existir pozos, el abastecimiento de agua se realiza mediante cisternas excavadas en las pistas cercanas a los mercados, los poblados y los 'agadir' o graneros comunitarios. 
   La población sedentaria es en su mayoría de etnia bereber y habla el dialecto 'shleuh', dándose un considerable grado de emigración, pues los recursos locales no son suficientes para la subsistencia de todos sus habitantes. Destaca la tribu de los 'amein', cuyos miembros tienen fama en todo Marruecos por sus buenas aptitudes mercantiles.
   Predomina en Tafraut el cultivo de almendros y otros árboles frutales, y todas las primaveras puede contemplarse el hermoso espectáculo de la eclosión de los almendros en flor, que transfiguran el valle con vivos colores y aromas, motivo para la celebración anual de la Fiesta del Almendro. Crecen también, en las zonas de regadío, las higueras y los olivos. Entre los cereales, se cosecha la cebada, que resiste mejor las duras condiciones ambientales del lugar. El pastoreo, aunque escaso, es posible gracias a los árboles de argán, a los que trepan las cabras para mordisquear sus brotes y hojas tiernas, y cuyo fruto se usa para extraer el preciado aceite de argán y como alimento para la menguada cabaña bovina de la zona. 
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   También aquí los pueblos están erigidos siguiendo las tradicionales técnicas de construcción en adobe del resto del Marruecos meridional, pero con una tipología arquitectónica y un estilo distinto, y con mayor empleo de la piedra. Por lo general, el barro es utilizado en las casas autóctonas de la región como revestimiento y decoración de fachadas, más que con fines estructurales. La vivienda típica consiste en un edificio cúbico de dos o tres pisos, con un angosto patio central y una torre de poca altura en un ángulo. La terraza desborda ligeramente la línea de muros de fachada, y es rematada en su perímetro por una serie de salientes colocados a intervalos regulares, a modo de pequeñas almenas escalonadas, que se dice contribuyen a ahuyentar los malos espíritus y otras influencias maléficas. Los muros, de piedra local, se cubren con una gruesa capa de revoque de color ocre o rojizo, mientras las ventanas van enmarcadas de blanco (fotos 56, 57, 58). 
Mas alla del Atlas   Es común divisar en el punto más alto de cada poblado el típico granero colectivo fortificado, que en lugar del término árabe 'jazen' o del bereber 'igrem', recibe aquí el nombre de 'agadir'. 
   Entre los pueblos y aldeas que gravitan en torno al centro de Tafraut, mencionaremos: 
   
   Agard Udad. Poblacho de viviendas pintadas de color granate que se apiña al pie de un espectacular risco de piedras caballares llamado 'el Dedo'. 
  
   Aday. Otro pueblo que semeja estar aplastado por una abrumadora masa de rocas graníticas, que crean caprichosas formas en un equilibrio aparentemente inestable. Las viviendas trepan y se imbrican con este caos de rocas, hasta formar un sorprendente paisaje urbano mitad natural y mitad artificial (foto 59). 
  
   Umesnat. Se trata de un conjunto más o menos disperso de poblados que se encaraman desde un fértil valle sembrado de huertos y vergeles, plantados de almendros y olivos, por las faldas del monte Lekst (2.278 m), cuyos extraños farallones graníticos crean las formas más inverosímiles. Sería ésta la zona de mayor presencia de la tribu de los amein. 
   La vivienda tradicional de los amein ofrece unas características propias y únicas en Marruecos. El rasgo más llamativo es su fachada, donde se concentra todo el virtuosismo estético de sus constructores, que contrasta con la extrema sobriedad del resto del edificio (fotos 53, 54, 55). Dos grandes salientes a modo de contrafuertes se elevan a todo lo alto del muro del frontis, para encuadrar la puerta de entrada a la mansión y la ventana de la sala de recepciones en el primer piso. Un arco cimero remata el conjunto. Esta fachada se adorna con motivos geométricos consistentes en incrustaciones de piedras planas de esquisto verdoso colocadas de canto, o de losetas de cerámica dispuestas en ajedrezado, sobre un fondo blanqueado de cal. Los amein perpetúan así una tradición suntuaria que viene de muy atrás en el tiempo, y cuyo estilo empieza a evocar los motivos decorativos propios del África negra. 
 
   Indice de textos
 

 



  
MÁS ALLÁ DEL ATLAS
Arquitectura de adobe en Marruecos 

5.  Bibliografía

   - Michell, George. La arquitectura del mundo islámico. Su historia y significado social. Textos de Ernst J. Grube, James Dickie, Oleg Grabar, Eleanor Sims, Ronald Lewcock, Dalu Jones y Guy T. Petherbridge. (Alianza Forma, Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1985) 
   - Mimó, Roger. Fortalezas de barro en el sur de Marruecos. Fotografías de Jordi Esteva (Compañía Literaria, Madrid, 1996) 
   - UNESCO. El Patrimonio Mundial (Ediciones San Marcos, 1994)
  
   Indice de textos 

 
 


 
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MÁS ALLÁ DEL ATLAS
Arquitectura de adobe en Marruecos

 
Indice de textos 
La kasba y el ksar
Las artes del barro
Oasis marroquíes al sur del Atlas. Breve historia
Emplazamientos 
El Atlas y más allá 
Rissani y el valle del Tafilalt 
Tinerhir y el valle del Todra 
Valle del Dades 
  
Valle del Mgun 
El Kelaa Mguna 
Skura 
Ait Ben-Haddu 
Uarzazat 
Valle del Draa 
Tata 
Tafraut 
Bibliografía
Indices de fotos
Indice 1  Valle del Tafilalt. Rissani. Tirnheras. Valle del Todra
Indice 2  Valle del Dades. Bumaln del Dades. Valle del Mgun
Indice 3  Valle del Mgun. El Kelaa Mguna
Indice 4  Skura. Ait Ben-Haddu. Uarzazat
Indice 5  Valle del Draa. Tata. Tafraut

   
  
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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Marruecos
   
  



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