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 LOS INCAS
 El eclipse de una civilización
Los incas

   El encuentro del 'Viejo Mundo' con el 'Nuevo Mundo' supuso el principio del fin de algunas de las más avanzadas civilizaciones indígenas que habían florecido en la América precolombina. Una de ellas fue la de los incas del Perú, que los conquistadores españoles conocieron en el momento de su máximo esplendor, y que en pocos años sometieron a una total destrucción.
   Su memoria perduró a pesar de todo, y no hay más que contemplar los grandiosos restos que los incas dejaron en tierras peruanas –no solo en Machu Picchu– para percatarse del inmenso poderío y asombroso nivel de progreso que llegó a alcanzar esta cultura andina, sobre todo en aspectos como la arquitectura, el urbanismo y la ingeniería agrícola.
   235 fotografías on line de Agustín Gil y Eneko Pastor
Indice de textos
La colisión de dos mundos
Con la cruz y con la espada
Las ciudades de los incas
Ingeniería agrícola
Necrópolis
Las nieblas de Machu Picchu
Bibliografía
Indices de fotos
Indice general
Ciudades incas
Machu Picchu
Entorno humano
Ingeniería agrícola
Perú rupestre
Necrópolis
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   No hay mas que un mundo, y aunque llamamos Mundo Viejo y Mundo Nuevo es por haberse descubierto éste nuevamente para nosotros, y no porque sean dos, sino todo uno.
  
   Garcilaso de la Vega el Inca

   
  

   
La colisión de dos mundos
 
   Cuando los conquistadores españoles llegaron en 1532 a las tierras de América del Sur que conocemos como el Perú, la dinastía indígena gobernante era la de los incas.
   Inca en la lengua local (quechua) significaba literalmente 'rey' y hacía referencia exclusivamente a los soberanos del lugar, aunque más tarde el vocablo se aplicó por extensión para designar a todos los nativos que vivían bajo su potestad. Los reyes incas controlaban en aquel momento un vasto imperio que abarcaba la costa del Pacífico y las montañas y altiplanos de la cordillera de los Andes desde el norte de Ecuador hasta el río Maule en el Chile central, incluyendo partes sustanciales de los actuales Perú, Bolivia y Argentina. Este imperio era llamado en quechua Tahuantinsuyo, que significa 'reino de las cuatro partes' (o suyos).
Los incas   Los incas ya habían establecido su capital en Cuzco en el siglo XII, si bien su expansión territorial se produjo gradualmente a partir del siglo XIII, en una sucesión de conquistas y anexiones de los reinos circundantes que terminó proporcionándoles el control sobre toda la zona, logrando someter a más de cien grupos étnicos diferentes que hablaban al menos veinte lenguas. El imperio llegó a su cénit a principios del siglo XV, con la ascensión al trono de Pachacútec Yupanqui, el más poderoso de los soberanos incas. Durante su reinado los dominios imperiales abarcaban una población andina de unos doce millones de personas. Tal hegemonía fue efímera: duró apenas cien años. Fue entonces cuando llegaron los conquistadores.
   Todos asociamos al Perú con los incas, pero hay que tener en cuenta que éstos no fueron sino uno de los muchos pueblos que habitaban ese país desde tiempos prehistóricos, y su cultura derivaba de otras culturas autóctonas anteriores (como la de los chimúes, los huaris y la de Tiahuanaco), que habían sido predominantes en la zona siglos antes. Coincidió que los incas eran los que estaban en el poder en el momento en que los españoles pisaron por primera vez sus tierras y descubrieron su avanzada civilización, que les asombró tanto como a Hernán Cortés dejó deslumbrado la civilización azteca de México.
   Por vía de los cronistas, testigos directos de este Nuevo Mundo, en poco tiempo en el Viejo Mundo se supo y se habló de los incas, habitantes de un país de legendarias riquezas llamado Birú. La asociación incas-Perú quedó indeleblemente grabada en el imaginario colectivo y se obviaron por desconocimiento las muchas y poderosas culturas precedentes –alguna de las cuales (como la de Caral) es coetánea de las pirámides de Egipto– que hicieron de esta tierra una de las cunas de la civilización. La cultura incaica era solo la última de ellas, heredera de todas ellas, pero fue la única que, por estar viva, conocieron y dieron a conocer los recién llegados.
  
   Indice de textos
  
Los incas  
   La sociedad inca estaba fuertemente jerarquizada. En la cúspide de la pirámide, el emperador, que ejercía el poder civil y el poder religioso, no solo gobernaba 'por derecho divino' sino que se le consideraba descendiente directo del dios-sol, y como a tal se le rendía culto a lo largo de su vida. Regía el imperio con la colaboración de una élite de nobles, e imponía su autoridad con mano dura, recurriendo si era necesario a drásticas medidas de represión.
   Casi todos sus súbditos eran campesinos agricultores, que producían su propia comida y tejían sus propios vestidos, siendo cada familia autosuficiente. Existían también terrenos de cultivo comunales para el suministro del gobierno central y las autoridades regionales, así como para el mantenimiento de los centros ceremoniales. Los campesinos trabajaban estos terrenos como una forma de tributo, y mantenían intactas las cosechas de sus propios campos.
   La economía del Estado inca estaba basada fundamentalmente en la agricultura. Se calcula que los incas cultivaron cerca de setenta especies vegetales: numerosas variedades de patatas –se considera al Perú como el país de origen de la patata–, maíz, coca, ají, algodón, tomates, calabazas, cacahuetes, camotes (una especie de batata), quinúa (una especie de cereal), etc.
   Debido a la escasa fauna andina, la ganadería tuvo menos desarrollo. El pastoreo y la cría de animales domésticos complementaban los recursos de la población. Sus rebaños eran de llamas y alpacas; utilizaban las llamas como bestias de carga y las alpacas como fuente de alimentos y lana. La vicuña era también muy apreciada. En sus hogares se criaban patos y cuyes (o conejillos de Indias, considerados un manjar), y se domesticaban perros. Sus vestidos eran tejidos con algodón o lana de llama y alpaca.
   Disciplinas como la tecnología agrícola y la arquitectura alcanzaron un extraordinario nivel entre los incas. Sus ciudades, templos, fortalezas, calzadas y sistemas de regadío dejaron abundantes vestigios por todo el Perú, que hoy podemos seguir admirando, muchos de ellos en tan buen estado de conservación que sería impropio calificarlos de ruinas. De hecho, algunas ciudades construidas por los incas aún están habitadas (véase Ollantaytambo), y algunas de sus infraestructuras para la irrigación de los campos, con su complejo sistema de fuentes, canalizaciones y bancales aterrazados, están todavía en funcionamiento (véase Tipón). Si constatamos que los incas desconocían el hierro, la rueda, el arado y la tracción animal, hay que reconocerles doble mérito en sus realizaciones.
   Desde su capital en Cuzco irradiaba en todas direcciones una red de calzadas bien pavimentadas que conectaba los más distantes puntos del imperio atravesando valles y montañas, trazadas con frecuencia al borde de vertiginosos precipicios y salvando los abismos por medio de puentes colgantes. Un sistema de postas situadas a intervalos regulares, con relevos de corredores, posibilitaba que cualquier mensaje u objeto a enviar recorriera grandes distancias en muy pocos días.
  
   Aunque las gigantescas obras públicas de los incas fueron, en su mayor parte, borradas por el tiempo o por la mano de los usurpadores, restan aún, dibujadas en la cordillera de los Andes, las interminables terrazas que permitían y todavía permiten cultivar las laderas de las montañas. Un técnico norteamericano estimaba, en 1936, que si en ese año se hubieran construido, con métodos modernos, esas terrazas, hubieran costado unos treinta mil dólares por acre. Las terrazas y los acueductos de irrigación fueron posibles, en aquel imperio que no conocía la rueda, el caballo ni el hierro, merced a la prodigiosa organización y a la perfección técnica lograda a través de una sabia división del trabajo, pero también gracias a la fuerza religiosa que regía la relación del hombre con la tierra –que era sagrada y estaba, por lo tanto, siempre viva.
   (Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina)
  
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Los incas  
   Esas fortalezas y centros ceremoniales, esas gigantescas construcciones de sillares ciclópeos que nos hacen sentir a su lado como liliputienses, no fueron erigidas por cíclopes ni por gigantes, sino por hombres que ni siquiera disponían de herramientas de hierro. A la sensación de esfuerzo sobrehumano que nos suscita la contemplación de tales moles se suma el asombro al comprobar la pericia técnica con que están ensambladas entre sí las piezas de ese descomunal puzzle, todas distintas, todas moldeadas en formas poligonales irregulares, pero que se acoplan unas a otras al milímetro. Entrantes y salientes, ángulos cóncavos y convexos, quedan perfectamente machihembrados, no dejando ni la menor rendija entre piedra y piedra. Por las juntas, como se suele decir, "no cabe ni un alfiler". Las piedras están encajadas en seco, sin utilizar ningún tipo de mortero o argamasa. Algunos de estos sillares, como ocurre en la calle Hatum Rumiyoc de Cuzco, pueden llegar a tener hasta doce ángulos en el perímetro de su cara externa (foto005). 
   No cabe duda de que muros aparejados en tan compacta trabazón tienen que contarse entre las construcciones más sólidas que el ser humano haya levantado en el planeta. Y ahí los vemos en pie, prácticamente incólumes, habiendo resistido los embates de devastadores terremotos y sobrevivido incluso a los desmanes de los conquistadores españoles.
   Siendo los Andes del Perú una zona de gran actividad sísmica, se comprende la utilización sistemática por parte de los arquitectos incas de la técnica constructiva descrita, y de otras como la inclinación en talud de la mayoría de los muros, concebidas todas ellas con el fin de dotar de mayor solidez y estabilidad a los edificios, haciéndolos más resistentes a los seísmos. A menudo las hiladas de sillares se imbrican en grandes peñascos naturales, como si fueran su prolongación, acoplándose al perfil irregular de la roca (foto107). Estas fórmulas constructivas llegan a convertirse en rasgos de estilo de la arquitectura inca: vemos así que casi todos los vanos, puertas, ventanas y hornacinas adoptan una forma trapezoidal, con las jambas inclinadas formando ángulo y con los dinteles (monolíticos) más cortos que los umbrales (foto046).
   Las viviendas estaban hechas con basamentos de piedra y paredes de adobe. Los tejados eran de vigas de madera (foto118) y cubierta de paja, sujeta con cuerdas a los solivos. A veces las casas están construidas en pronunciadas pendientes de las laderas montañosas, y en tales casos se aprovechaba el contraterreno en que estaban apoyadas para levantar dos alturas, cada piso con entrada independiente a distintos niveles de la ladera (foto064).
Los incas   Las obras de escultura que nos han llegado de los incas son más bien escasas, lo cual resulta extraño si tenemos presente la extraordinaria destreza técnica de que hicieron alarde en el tallado de sillares para sus realizaciones arquitectónicas. Y no es que no hubiera precedentes en esta materia. Comparados con la riqueza escultórica de otras culturas antiguas de Mesoamérica como la de los olmecas, los mayas, los toltecas o los aztecas, o de culturas preincaicas como la de Chavín de Huántar o Tiahuanaco en los territorios del imperio inca en Sudamérica, los templos, palacios y fortalezas incas contrastan por su extrema austeridad de líneas y su desnudez iconográfica. Se sabe que el arte de la orfebrería estaba muy avanzado, pero, saqueadas como fueron, primero por los conquistadores españoles y más tarde por los expoliadores de ruinas, son contadas las estatuillas incas de oro y plata que han llegado hasta nuestros días.
   La temática de las esculturas suele limitarse a representaciones zoomorfas, generalmente en bajorrelieve, de camélidos (como llamas, alpacas y vicuñas), aves (foto116), felinos (foto191), ofidios (foto186) y simios (foto192). Estos iconos tenían un sentido simbólico. Hacían referencia a los tres mundos de la cosmovisión inca: el cielo, la tierra y el inframundo. Los cóndores y otras aves que surcaban el cielo eran los mensajeros entre los dioses y los hombres. Los pumas dominaban la superficie de la tierra. Las serpientes eran seres que se comunicaban con el mundo subterráneo. Son muy infrecuentes las figuras humanas, que sí aparecen algunas veces en la cerámica y en la manufactura textil. Entre los pocos ejemplares de esculturas incas que se pueden ver in situ mencionaremos los animales en relieve de las chullpas (torres-tumba) que se levantan cerca del lago Titicaca.
   En general el arte inca recogía y sintetizaba diversas aportaciones de las culturas andinas precedentes, imprimiéndoles un estilo propio que se caracterizaba por la sobriedad y simplificación de los motivos iconográficos, con una concepción estética muy lineal y esquemática, que daba prioridad a lo funcional sobre lo decorativo.
   Hemos de comentar otro aspecto curioso relacionado con la arquitectura y la escultura, como es la gran cantidad de vestigios –que pudiéramos calificar de 'arquitectura rupestre'– que se detectan diseminados por los territorios andinos de los incas (índices de fotos 14 y 15). En enclaves como Sacsahuamán, Qenqo o Chinchero, entre los restos de edificios incas construidos con sillares, abundan las rocas y peñascos naturales de caliza, y muchos de ellos han sido parcialmente cincelados para crear escaleras, túneles, nichos, bancadas, repisas, plataformas, cisternas... de las más variadas formas y tamaños. Habiendo desaparecido otros elementos constructivos, probablemente de madera, que las complementarían y que podrían aportar pistas, es difícil interpretar para qué servían estas tallas rupestres. Se habla de tronos y de altares para ceremonias, pero nada hay probado, y la función que en realidad tenían permanece de momento envuelta en el misterio.
  
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Los incas  
   Los incas no conocían la escritura. Llama la atención esta carencia, dado que la escritura (por el sistemas de glifos) era ampliamente utilizada desde siglos atrás por otras civilizaciones de la América precolombina, como la de los olmecas o los mayas, que florecieron en Centroamérica y México. No fue así en América del Sur. Su literatura era de tradición oral. La historia de sus antepasados, sus leyendas y mitos, eran memorizados y transmitidos de generación en generación por los llamados 'recordadores'. Ni entre los incas ni en las culturas preincaicas del Perú se han hallado códices de ningún tipo, y los muros de los edificios incas están desnudos de inscripciones que puedan arrojar la más pequeña luz sobre su historia. Algunos estudiosos sostienen que los complicados dibujos de los tejidos prehispánicos encierran alguna clase de código semántico que los acerca a cierta forma de escritura gráfica; pero, de ser así, nadie hasta ahora ha descifrado ese lenguaje.  
   Sin embargo, los incas sí tenían un método de registro para los números, con un sistema de base decimal en que las cifras eran representadas con puntos marcados en un casillero. Tenían también un original sistema de contabilidad, que llevaban a cabo con un artilugio llamado quipu. El quipu consistía esencialmente en un cordón a lo largo del cual iban atados por sus extremos unos hilos que colgaban paralelos, algunos de colores. Mediante una intrincada combinación de nudos a distintas alturas de los hilos, y de entrelazamientos entre los distintos hilos, se podían registrar eventos y transmitir mensajes muy precisos de temas económicos, fechas de calendario y otras cuestiones. Los colores poseían también distintos significados: por ejemplo el amarillo hacía referencia al oro. No obstante, esos mensajes solo podían ser codificados y decodificados por especialistas que poseían los secretos del código: los llamados quipu-camayoc. Este conocimiento se extinguió tras la conquista de los españoles, y hoy no sabemos leer los secretos que encierran los quipus encontrados en las excavaciones.
   La ausencia de fuentes epigráficas ha dado como resultado que no se conozca con exactitud la cronología de las civilizaciones prehispánicas de América del Sur (a diferencia de lo que ocurre con los mayas, de los que se sabe, fechados como están según su calendario, hasta el año, el mes y el día de inauguración de sus distintos monumentos). Solo las investigaciones arqueológicas han permitido fijar con cierto grado de aproximación la secuencia cronológica de las distintas culturas que precedieron en Perú a la de los incas: las llamadas culturas Caral, Chavín, Cupisnique, Paracas, Huaraz, Salinar, Pucará, Vicús, Virú, Moche, Casma, Lima, Nazca, Cajamarca, Recuay, Tiahuanaco, Huarpa, Huari, Sicán, Chimú, Chancay, Chincha, Churajón, Chiribaya, Arica, Chachapoya... (La enumeración no es exhaustiva).
   De los incas sabemos mucho más gracias a los informes de los cronistas que conocieron de primera mano su civilización, aunque hay que dejar constancia de que su versión fue muy sesgada en la mayoría de los casos, ya que, obviamente, reflejaban el punto de vista de los conquistadores y no el de los conquistados. Una excepción notable es la personalidad de fray Bartolomé de las Casas (1484-1566), que se atrevió a redactar un escrito dirigido al rey de España para denunciar las barbaridades cometidas por los españoles en 'las Indias'.
   Algunos relatos de transmisión oral de los incas fueron recogidos en libros por los cronistas 'cholos' –mestizos de incas y españoles–, como el escritor Felipe Guamán Poma de Ayala (autor también de 400 dibujos que constituyen una valiosa documentación gráfica sobre la vida de los incas), y sobre todo el escritor Garcilaso de la Vega el Inca, natural de Cuzco, hijo de un español y una princesa inca, contemporáneo de Cervantes y Shakespeare (los tres escritores murieron en 1616), que, en sus Comentarios reales, dejó escrita en un español de excelente calidad literaria una historia de los incas basada en fuentes orales quechuas.
  
   Siendo ya yo de diez y seis o diez y siete años, acaeció que estando mis parientes un día en esta su conversación, hablando de sus reyes y antiguallas, al más anciano dellos, que era el que me daba cuenta dellas, le dije: "Inca, tío, pues no hay escritura entre vosotros, que es la que guarda la memoria de las cosas pasadas, ¿qué noticias tenéis del origen y principio de nuestros reyes? Porque allá los españoles, y las otras naciones sus comarcanas, como tienen historias divinas y humanas, saben por ellas cuándo empezaron a reinar sus reyes y los ajenos, y el trocarse unos imperios en otros, hasta saber cuántos mil años ha que Dios crió el cielo y la tierra, que todo esto y mucho más saben por sus libros. Empero vosotros, que carecéis dellos, ¿qué memoria tenéis de vuestras antiguallas? ¿Quién fue el primero de nuestros Incas? ¿Cómo se llamó? ¿Qué origen tuvo su linaje? ¿De qué manera empezó a reinar? ¿Con qué gente y armas conquistó este gran imperio? ¿Qué origen tuvieron nuestras hazañas?".
   El Inca, como que holgándose de haber oído las preguntas, por el gusto que recibía de dar cuenta dellas, se volvió a mí (que ya otras muchas veces le había oído, mas ninguna con la atención que entonces), y me dijo: "Sobrino, yo te las diré de muy buena gana; a ti te conviene oírlas y guardarlas en el corazón" (es frase dellos por decir en la memoria).
   (Garcilaso de la Vega el Inca. Comentarios reales)
  
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Los incas  
   La religión de los incas consistía en una combinación de creencias animistas, rituales fetichistas y culto a las potencias de la naturaleza, escenificada en complejas ceremonias y muy influida por las prácticas religiosas de los pueblos preincaicos. Tenían oráculos, y estaba extendida la práctica de la adivinación como requisito previo para emprender cualquier proyecto. La astronomía desempeñaba un papel importante en su cosmovisión. Los incas estudiaban los movimientos de los astros por medio de observatorios construidos al efecto. Se regían por un calendario dividido en meses lunares de 30 días.
   El dios supremo era Inti (el Sol), pero los incas rendían culto también a otras divinidades, como Viracocha, el dios creador, Apu Illapu, el dios de la lluvia, Mama-Killa, la madre luna (consorte del dios-sol), o Pacha-Mama, la madre tierra. La religión del dios-sol era impuesta como oficial en todos los territorios anexionados por los incas en su expansión.
   Los templos y centros ceremoniales, en los que en ocasiones señaladas se celebraban sacrificios animales y humanos (a veces de niños), eran atendidos por una casta de sacerdotes (llamados umu), asistidos por ayudantes, y por las llamadas aclla cuna, Mujeres Escogidas. En la cúspide de la escala jerárquica había un sumo sacerdote (Villac umu), procedente de la nobleza, que ejercía sus funciones de forma vitalicia desde el Cuzco y rivalizaba en poder con el Inca.
   Una vez al mes se celebraban festivales religiosos, coincidentes con los ciclos agrícolas, con música, cánticos y danzas, donde los participantes llegaban a entrar en trance y bebían ritualmente (chicha, ayahuasca y otras sustancias) hasta caer en estados de embriaguez.
   Los incas creían en un más allá. Quienes habían vivido en esta tierra conforme al precepto ama sua, ama llulla, ama chela ("no robar, no mentir, no ser holgazán") tenían asegurada una vida eterna al calor del dios-sol. Los incas y otros pueblos prehispánicos cuidaban de sus difuntos, que eran momificados, ataviados con lujosas telas e inhumados con sus armas, joyas y otras pertenencias, la momia embutida a veces en un gran cántaro de cerámica policromada, en estancias subterráneas o (en la región del lago Titicaca) en tumbas en forma de torre (chullpas), lugares adonde periódicamente se les llevaba maíz, coca y otros alimentos, pues no se les consideraba muertos. Un cronista español escribió: "Estas grandes tumbas son tan numerosas que ocupan más espacio que las casas de los vivos".
  
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Con la cruz y con la espada
  
   La llegada al Perú de los conquistadores españoles bajo el mando de Francisco Pizarro marcó el comienzo del eclipse de la floreciente civilización inca, que en pocos años quedó truncada para siempre. Pizarro se encontró con que aquel vasto imperio se hallaba dividido por una reciente guerra civil entre las tropas del rey inca Huáscar y las de su hermano Atahualpa, que llegó a arrebatarle el trono y darle muerte. Como había hecho Cortés en México, Pizarro aprovechó en beneficio suyo las disensiones internas de los incas, aliándose tácticamente con uno u otro bando para derrotar al bando rival, y a la postre someterlos a todos. Así se explica que un contingente relativamente escaso de hombres pudiera vencer a los ejércitos incas, cuantitativamente muy superiores a los españoles.
Los incas   A ello ayudó también el uso de espadas y lanzas de hierro, así como armas de fuego, frente a las que poco podían hacer las rudimentarias armas de los incas. Y el empleo de caballos, animal hasta entonces desconocido en aquellas tierras.
    Las masacres, torturas y ejecuciones arbitrarias perpetradas por los invasores cristianos sobre los indígenas 'paganos' se sucedieron sin interrupción. El rey y otros personajes de la nobleza fueron destituidos. Los campesinos fueron desposeídos de sus tierras y forzados a trabajar en minas a la búsqueda de los metales preciosos que el subsuelo del país atesoraba. Las instituciones religiosas incas fueron destruidas, sus tesoros expoliados, sus ídolos de oro o plata fundidos para hacer lingotes, sus esculturas de piedra martilleadas, todo ello con la excusa de la evangelización de los 'indios' y la extirpación de la idolatría.
   Existen testimonios de primera mano de aquellas atrocidades, algunos recogidos por fray Bartolomé de las Casas, el histórico defensor de los indígenas americanos, en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552, capítulo De los Grandes Reynos y Grandes provincias del Peru). He aquí algunos extractos:
 
   En el año de mil e quinientos e treynta y uno fue otro tirano grande con cierta gente a los reynos del Peru: donde entrando (...) crescio en crueldades y matanças y robos sin fee ni verdad: destruyendo pueblos, apocando, matando las gentes dellos, e siendo causa de tan grandes males que han sucedido en aquellas tierras: que bien somos ciertos que nadie bastara a referillos y encarecellos.
  
   De infinitas hazañas señaladas en maldad y crueldad, en estirpacion de aquellas gentes cometidas por los que se llaman Christianos: quiero aqui referir algunas pocas que un frayle de sant Francisco a los principios vido.
  
   Primeramente yo soy testigo de vista y por experiencia cierta conosci y alcance: que aquellos yndios del Peru, es la gente mas benivola que entre los yndios se ha visto: y allegada e amiga a los christianos. Y vi que ellos davan a los españoles en abundancia oro y plata e piedras preciosas y todo quanto les pedian, que ellos tenian: e todo buen servicio: e nunca los yndios salieron de guerra sino de paz: mientras no les dieron ocasion con los malos tractamientos e crueldades: antes los rescebien con toda benivolencia y honor en los pueblos a los españoles: y dandoles comidas e quantos esclavos y esclavas pedian para servicio.
 
   Ytem que los españoles recogieron mucho numero de yndios y los encerraron en tres casas grandes, quantos en ellas cupieron: e pegaronles fuego y quemaronlos a todos sin hazer la menor cosa contra español ni dar la menor causa. Y acaescio alli que un clerigo que se llama ocaña: saco a un muchacho del fuego en que se quemava: y vino alli otro español y tomoselo de las manos: y lo echo en medio de las llamas: donde se hizo ceniza con los de mas.
Los incas 
   Ytem yo afirmo que yo mesmo vi ante mis ojos a los españoles cortar manos, narizes y orejas a yndios e yndias sin proposito: sino porque se les antojava hazerlo: y en tantos lugares y partes que seria largo de contar. E yo vi que los españoles les echavan perros a los yndios para que los hiziessen pedaços: e los vi assi aperrear a muy muchos. Assi mesmo vi yo quemar tantas casas e pueblos: que no sabria dezir el numero segun eran muchos. Assi mesmo es verdad que tomavan niños de teta por los braços y los echavan arrojadizos quanto podian, e otros desafueros y crueldades sin proposito: que me ponian espanto con otras innumerables que vi que serian largas de contar.
  
   E segun dios e mi conciencia en quanto yo puedo alcançar no por otra causa: sino por estos malos tractamientos como claro parece a todos: se alçaron y levantaron los yndios del Peru y con mucha causa que se les ha dado. Porque ninguna verdad les han tractado, ni palabra guardado: sino que contra toda razon e injusticia tiranamente los han destruydo con toda la tierra: haziendoles tales obras que han determinado antes de morir que semejantes obras sufrir.
   (Bartolomé de las Casas. Brevísima relación de la destrucción de las Indias)
  
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   Es muy conocido el episodio del encuentro en Cajamarca del rey inca Atahualpa con Francisco Pizarro. Los españoles atacaron a las tropas del Inca, que, por haber acudido en misión diplomática, iban desarmadas, dando muerte a 20.000 soldados. Según la versión tradicional, Atahualpa fue hecho prisionero y Pizarro le acusó de ocultar un tesoro, asesinar a su hermano Huáscar y conspirar contra la corona española. Atahualpa ofreció pagar, a cambio de su liberación, un rescate consistente en llenar dos estancias de plata y una de oro "hasta donde alcanzara su mano". El prisionero cumplió su palabra enviando una orden a todo el imperio de que se trasladase la mayor cantidad posible de oro y plata a Cajamarca. De nada le sirvió, pues los españoles, tras apropiarse del rescate, incumplieron su parte del trato y no solo no lo liberaron sino que lo sentenciaron a muerte. Los cargos: idolatría, fratricidio, poligamia e incesto. Atahualpa fue ejecutado el 26 de julio de 1533.
  
   Pocos dias despues viniendo el rey universal y emperador de aquellos reynos que se llamo Atabaliba con mucha gente desnuda y con sus armas de burla, no sabiendo como cortavan las espadas y herian las lanças y como corrian los cavallos, e quien eran los españoles (que si los demonios tuvieren oro los acometeran para se lo robar) llego al lugar donde ellos estavan diziendo: donde estan essos españoles salgan aca que no me mudare de aqui: hasta que me satisfagan de mis vassallos que me han muerto y pueblos que me han despoblado: e riquezas que me han robado. Salieron a el, mataronle infinitas gentes, prendieronle su persona que venia en unas andas: y despues de preso tractan con el que se rescatasse: promete de dar quatro millones de castellanos y de quinze: y ellos prometenle de soltalle: pero al fin no guardandole la fee ni verdad (como nunca en las yndias con los yndios por los españoles se ha guardado) (...) lo condenaron a quemar bivo: aunque despues rogaron algunos al capitan que lo ahogassen, y ahogado lo quemaron. Sabido por el, dixo: porque me quemays que os he hecho? No me prometistes de soltar dandoos el oro? no os di mas de lo que os prometi? (...) e otras muchas cosas que dixo para gran confusion y detestacion de la gran injusticia de los españoles: y en fin lo quemaron.
   (Bartolomé de las Casas. Brevísima relación de la destrucción de las Indias)
Los incas 
Diez mil peruanos caen
bajo cruces y espadas, la sangre
moja las vestiduras de Atahualpa.
Pizarro, el cerdo cruel de Extremadura,
hace amarrar los delicados brazos
del Inca. La noche ha descendido
sobre el Perú como una brasa negra.
(Pablo Neruda. Canto general. Los conquistadores)
  
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   Fue así como en poco menos de cuarenta años, no sin tener que aplastar en el intervalo una formidable insurrección de los indígenas, los españoles convirtieron el imperio inca en una colonia de España, bajo la forma de virreinato. El dios del sol de la civilización inca experimentó un eclipse total: su culto fue abolido.
   El rey de España, a la sazón el emperador Carlos V, fue declarado rey de los incas, sucesor del último Inca, con el propósito de hacer creer que no se había producido ninguna ruptura en la dinastía y el trono había sido legítimamente heredado. En consecuencia, los sucesivos reyes españoles, tanto los Austrias como los Borbones, fueron también considerados emperadores Incas. En el Museo Larco de Lima se exhibe un significativo lienzo de estilo colonial que representa la Cápac Cuna Inca o Genealogía de los Incas: el cuadro muestra una sucesión cronológicamente ordenada de retratos de los reyes Incas, desde Manco Cápac hasta Atahualpa, seguida sin interrupción por una sucesión de retratos de los reyes españoles, desde Carlos I de España y V de Alemania, que aparece como el inmediato sucesor de Atahualpa, hasta Carlos IV de Borbón, que figura como el 25º emperador Inca del Perú.
   Hacia 1569, bajo la administración del virrey Francisco de Toledo, la situación del Perú se había estabilizado, y la paz y el orden restablecidos. La inveterada estructura jerárquica del imperio inca había sido desarticulada y sustituida por pequeñas jerarquías locales.
   La sed de oro de los colonizadores hizo mutar la economía agrícola en una economía basada sobre todo en la minería, redistribuyéndose la población en centros urbanos de nuevo cuño, donde se reclutó por la fuerza a millares de indígenas para trabajar en las minas. El ejemplo más emblemático es Potosí, en la actual Bolivia (ver foto en la exposición de fotoAleph 'Bolivia. Entre la tierra y el cielo'). Muchos nativos emigraron hacia el este para evitar ser deportados a las minas o para escapar del régimen colonial.
  
   La conquista rompió las bases de aquellas civilizaciones. Peores consecuencias que la sangre y el fuego de la guerra tuvo la implantación de una economía minera. Las minas exigían grandes desplazamientos de población y desarticulaban las unidades agrícolas comunitarias; no sólo extinguían vidas innumerables a través del trabajo forzado, sino que además, indirectamente, abatían el sistema colectivo de cultivos. Los indios eran conducidos a los socavones, sometidos a la servidumbre de los encomenderos y obligados a entregar por nada las tierras que obligatoriamente dejaban o descuidaban. En la costa del Pacífico los españoles destruyeron o dejaron extinguir los enormes cultivos de maíz, yuca, frijoles, pallares, maní, papa dulce; el desierto devoró rápidamente grandes extensiones de tierra que habían recibido vida de la red incaica de irrigación. Cuatro siglos y medio después de la conquista sólo quedan rocas y matorrales en el lugar de la mayoría de los caminos que unían el imperio.
   (Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina)

   Por si no fueran suficientes sus males, todavía les tocó a los nativos sufrir otra calamidad, aún más catastrófica. Los ocupantes españoles habían portado consigo gérmenes del Viejo Mundo que no existían en la América precolombina. Las plagas de viruela y otras enfermedades infecciosas se propagaron como la pólvora, causando estragos entre los indígenas y diezmando su población en un número aún mayor de lo que habían hecho las armas de los conquistadores.
  
   Según el marqués de Barinas, entre Lima y Paita, donde habían vivido más de dos millones de indios, no quedaban más que cuatro mil familias indígenas en 1685. El arzobispo Liñán y Cisneros negaba el aniquilamiento de los indios: "Es que se ocultan –decía– para no pagar tributos, abusan de de la libertad de que gozan y que no tenían en la época de los incas".
   (Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina)
  
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Los incas 
   Los descendientes de los incas son los actuales campesinos de las montañas de los Andes, más o menos mestizados, generalmente llamados cholos, que hablan sobre todo las lenguas quechua y aimara, y que comprenden casi la mitad de la población del Perú. Conservan muchas de sus antiguas tradiciones, pero su cultura va asimilando poco a poco las costumbres occidentalizadas de los costeños. Su religión mayoritaria es una especie de catolicismo sincretizado con creencias y ritos de la época prehispánica. Por ejemplo, Dios sigue siendo identificado con el Sol y la Virgen María es identificada con Pacha-Mama, la madre tierra.
   Se les distingue por sus rasgos físicos: corta estatura, cabello negro y lacio, rostro barbilampiño, nariz aguileña, amplia caja torácica. Las mujeres suelen lucir multicolores vestidos de corte tradicional, que perpetúan las antiquísimas y sofisticadas técnicas textiles de los pueblos prehispánicos, adaptándolas a diseños venidos de España.
  
   Los turistas adoran fotografiar a los indígenas del altiplano vestidos con sus ropas típicas. Pero ignoran que la actual vestimenta indígena fue impuesta por Carlos III a fines del siglo XVIII. Los trajes femeninos que los españoles obligaron a usar a las indígenas eran calcados de los vestidos regionales de las labradoras extremeñas, andaluzas y vascas, y otro tanto ocurre con el peinado de las indias, raya al medio, impuesto por el virrey Toledo.
   No sucede lo mismo con el consumo de coca, que no nació con los españoles; ya existía en tiempos de los incas. La coca se distribuía, sin embargo, con mesura; el gobierno incaico la monopolizaba y sólo permitía su uso con fines rituales o para el duro trabajo en las minas. Los españoles estimularon agudamente el consumo de coca. Era un espléndido negocio. (...) Cuatrocientos mercaderes españoles vivían, en el Cuzco, del tráfico de coca; en las minas de plata de Potosí entraban anualmente cien mil cestos, con un millón de kilos de hojas de coca. La iglesia extraía impuestos de la droga. El inca Garcilaso de la Vega nos dice, en sus "comentarios reales", que la mayor parte de la renta del obispo y de los canónigos y demás ministros de la iglesia del Cuzco provenía de los diezmos sobre la coca, y que el transporte y venta de este producto enriquecían a muchos españoles. Con las escasas monedas que obtenían a cambio de su trabajo, los indios compraban hojas de coca en lugar de comida: masticándolas, podían soportar mejor, al precio de abreviar la propia vida, las mortales tareas impuestas.
   (Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina)
  
   ¡Coca! Epopeya del Araucano
que al indio triste torna espartano.
   Mordió Pizarro tu fibra dura
y se hizo uno con su armadura.
   (Ramón del Valle-Inclán. La pipa de kif)
  
   Desterrados en su propia tierra, condenados al éxodo eterno, los indígenas de América Latina fueron empujados hacia las zonas más pobres, las montañas áridas o el fondo de los desiertos, a medida que se extendía la frontera de la civilización dominante. Los indios han padecido y padecen –síntesis del drama de toda América Latina– la maldición de su propia riqueza.
   (Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina)
  
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Las ciudades de los incas
  
  
C
uzco, la capital del imperio
  
   La principal ciudad de los Andes del Perú es la antigua ciudad de Cuzco, que antaño fue la capital política y religiosa del imperio inca, el mayor imperio americano en el momento del descubrimiento del continente.
   Está situada a 3.416 m de altitud, en un fértil valle aluvial encajonado entre altas montañas y regado por el Huatanay y otros dos ríos andinos.
   Cuzco (también escrito Cusco) significa en lengua quechua 'ombligo'. Los primeros vestigios de asentamientos humanos hallados por la arqueología en el lugar datan del siglo XI, por lo que se puede aseverar que ésta es la ciudad más antigua habitada de forma ininterrumpida de todo el continente americano. Fue en el siglo XV, bajo el reinado del Inca Pachacútec Yupanqui (1438-71), cuando alcanzó su máximo esplendor, siendo reconstruida con la monumentalidad característica de la arquitectura inca, obedeciendo a un trazado urbano de estructura ortogonal, con las calles cruzándose en ángulo recto, y edificios de sólidos muros de piedras sillares de granito o andesita, a veces de aparejo ciclópeo. El centro de la ciudad quedó reservado a los edificios con funciones administrativas y religiosas, y estaba rodeado por áreas claramente delimitadas para la producción agrícola, artesanal e industrial. La reconstrucción duró veinte años y en las obras supuestamente se emplearon 50.000 trabajadores. Los ciudadanos fueron temporalmente desalojados para que no obstaculizaran la nueva planificación urbanística.
Los incas   Pachacútec (a quien también se atribuye la construcción de Machu Picchu) y su hijo y sucesor Túpac Yupanqui (1471-93) pusieron en marcha un ambicioso proyecto de remodelación de todo el valle de Cuzco para el incremento y mejora de la producción agrícola. Se crearon presas y embalses, los ríos fueron canalizados, el suelo del valle fue nivelado y se aterrazaron las laderas de las colinas circundantes. El Estado inca promovió parecidas obras públicas en otros muchos lugares del imperio.
   La observación de la planta general de la ciudad incaica de Cuzco revela que está conformada como si fuese la figura de un puma tendido: la cabeza del puma coincide con la fortaleza de Sacsahuamán y la cola del felino se corresponde con la confluencia de los ríos Huatanay y Tullumayo, en una zona conocida como Pumac Chupan ('cola del puma'). El puma era un animal de marcado carácter simbólico para los incas. Encarnaba las nociones de fuerza, poder y dominio sobre la tierra, y no es improbable que Pachacútec ordenara la peculiar disposición urbanística del Cuzco para dotar de tales atributos al centro neurálgico y principal sede de poder del imperio.
   Pero el puma fue abatido por arcabuces. Las fuerzas de Francisco Pizarro ocuparon y saquearon el Cuzco en 1533, extirpando las estructuras de poder del Inca e implantando un gobierno municipal propio. Los ocupantes y sus sucesores respetaron en gran parte el trazado urbano ortogonal de Cuzco, tan curiosamente próximo a las ideas del urbanismo renacentista, y se limitaron a destruir los edificios cargados de simbolismo político y religioso, levantando sobre sus restos iglesias y palacios, a la mayor gloria de España y del catolicismo.
   El Huacaypata, corazón del imperio inca, bordeado por los palacios de Pachacútec, Viracocha y Huayna Cápac, fue transformado en lo que es hoy la Plaza de Armas (que siglos más tarde iba a ser escenario de la ejecución del líder precursor de la independencia Túpac Amaru II). El Acllahuasi (o Casa de las Mujeres Escogidas) fue demolido para construir en su lugar el convento de Santa Catalina. El Coricancha o Templo del Sol, emplazamiento de la primera piedra de la fundación mítica de Cuzco, fue también parcialmente derribado, sus tesoros expoliados, y su plataforma de base, que en tiempo de los incas estaba parcialmente revestida de placas de oro, fue utilizada como cimentación para el convento de Santo Domingo (foto003).
  
   Antes de que Francisco Pizarro degollara al inca Atahualpa, le arrancó un rescate en "andas de oro y plata que pesaban más de veinte mil marcos de plata, fina, un millón y trescientos veintiséis mil escudos de oro finísimo...". Después se lanzó sobre el Cuzco. Sus soldados creían que estaban entrando en la Ciudad de los Césares, tan deslumbrante era la capital del imperio incaico, pero no demoraron en salir del estupor y se pusieron a saquear el Templo del Sol.
   "Forcejeando, luchando entre ellos, cada cual procurando llevarse del tesoro la parte del león, los soldados, con cota de malla, pisoteaban joyas e imágenes, golpeaban los utensilios de oro o les daban martillazos para reducirlos a un formato más fácil y manuable... Arrojaban al crisol, para convertir el metal en barras, todo el tesoro del templo: las placas que habían cubierto los muros, los asombrosos árboles forjados, pájaros y otros objetos del jardín".
   (Miguel León-Portilla. El reverso de la conquista. Citado en Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina)
Los incas  
   Pero no se perdieron todas las esquirlas de aquellas culturas rotas. La esperanza del renacimiento de la dignidad perdida alumbraría numerosas sublevaciones indígenas. En 1781 Túpac Amaru puso sitio al Cuzco.
   Este cacique mestizo, directo descendiente de los emperadores incas, encabezó el movimiento mesiánico y revolucionario de mayor envergadura. (...) Los indígenas se sumaban, por millares y millares, a las fuerzas del "padre de todos los pobres y de todos los miserables y desvalidos". Al frente de sus guerrilleros, el caudillo se lanzó sobre el Cuzco. (...) Se sucedieron victorias y derrotas; por fin, traicionado y capturado por uno de sus jefes, Túpac Amaru fue entregado, cargado de cadenas, a los realistas. (...)
   Túpac fue sometido a suplicio, junto con su esposa, sus hijos y sus principales partidarios, en la plaza de Wacaypata, en el Cuzco. Le cortaron la lengua. Ataron sus brazos y sus piernas a cuatro caballos, para descuartizarlo, pero el cuerpo no se partió. Lo decapitaron al pie de la horca. Enviaron la cabeza a Tinta. Uno de sus brazos fue a Tungasuca y el otro a Carabaya. Mandaron una pierna a Santa Rosa y la otra a Livitaca. Le quemaron el torso y arrojaron las cenizas al río Watanay. Se recomendó que fuera extinguida toda su descendencia, hasta el cuarto grado.
   (Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina)
  
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   Quien explore los montes y valles de los alrededores del Cuzco se encontrará por todas partes con incontables vestigios de construcciones incas: templos, torres, calzadas, terrazas agrícolas, fuentes, presas, estanques y canales de irrigación.
   En las calles del centro antiguo de Cuzco afloran por doquier las trazas de su pasado incaico. Sólidos muros de bien trabados sillares, a menudo de aparejo ciclópeo, se mantienen en pie desde tiempos de los incas (foto004), y hacen las funciones de infraestructura para las casas y palacios que edificaron los colonizadores, que los utilizaron de basamentos, sin alterar apenas el trazado urbano.
   A pesar de que la capitalidad del virreinato de Perú fue transferida a Lima en 1543, Cuzco se mantuvo durante el periodo colonial como un importante centro económico, en un punto estratégico entre las minas de Potosí y las de Huancavelica. Cuzco y su región suministraban alimentos y ropa a los centros mineros, con lo que la ciudad acumuló grandes riquezas que favorecieron su desarrollo urbanístico.
   En 1650, una serie de fuertes terremotos destruyó por completo la urbe, que fue reconstruida en estilo barroco. Más tarde Cuzco se convirtió en un renombrado centro de producción artística, principalmente en pintura, escultura, joyería y ebanistería ornamental. Es muy reconocible el estilo pictórico barroco-colonial denominado de 'la escuela de Cuzco', que expandió su influencia por todo el Perú. Y son típicos los balcones de abarrocadas balaustradas y celosías de madera, finamente trabajados por los artesanos cuzqueños.
   Cuzco ha preservado con pocos cambios la mayor parte de sus monumentos de época colonial, entre los que se cuentan un buen número de iglesias barrocas construidas por los españoles, a menudo consideradas como las más bellas del continente americano. La más imponente es la catedral, fundada hacia 1550 sobre el emplazamiento del palacio del Inca Viracocha, y que fue el único edificio que sobrevivió a los seísmos de 1650. Otras iglesias son notables por sus vistosas fachadas barrocas del llamado 'estilo mestizo', una exuberante amalgama de motivos indígenas y europeos. Del periodo colonial datan también numerosos conventos, monasterios, palacios, museos y la Universidad Nacional de San Antonio Abad (1692).
   En 1983 la ciudad de Cuzco fue declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad.
  
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Fundación mítica del Cuzco
  
   La mitología inca atribuye la fundación de Cuzco al Inca Manco Cápac. Tal como relata Garcilaso el Inca, "en los siglos antiguos toda esta región de tierra que ves eran unos grandes montes y breñales, y las gentes en aquellos tiempos vivían como fieras y animales brutos, sin religión, ni policía, sin pueblo ni casa, sin cultivar ni sembrar la tierra, sin vestir ni cubrir sus carnes, porque no sabían labrar algodón ni lana para hacer de vestir". Inti, el dios-sol, "viendo los hombres tales, como te he dicho, se apiadó, y hubo lástima dellos, y envió del cielo a la tierra un hijo y una hija de los suyos para que los doctrinasen en el conocimiento de Nuestro Padre el Sol, para que lo adorasen y tuviesen por su dios, y para que les diesen preceptos y leyes en que viviesen como hombres en razón y urbanidad. (...)
   Con esta orden y mandato puso Nuestro Padre el Sol estos dos hijos suyos en la laguna Titicaca, que está a ochenta leguas de aquí, y les dijo que fuesen por do quisiesen, doquiera que parasen a comer o a dormir, procurasen hincar en el suelo una barilla de oro, de media vara en largo y dos dedos en grueso, que les dio para señal y muestras que donde aquella barra se les hundiese, con sólo un golpe que con ella diesen en tierra, allí quedaría el Sol Nuestro Padre que parasen y hiciesen su asiento y corte.
   A lo último les dijo: 'Cuando hayáis reducido esas gentes a nuestro servicio, los mantendréis en razón y justicia, con piedad, clemencia y mansedumbre, haciendo en todo oficio de padre piadoso para con sus hijos tiernos y amados, a imitación y semejanza mía, que a todo el mundo hago bien, que les doy mi luz y claridad para que vean y hagan sus haciendas, y les caliento cuando han frío, y crío sus pastos y sementeras; hago fructificar sus árboles, y multiplico sus ganados; lluevo y sereno a sus tiempos, y tengo cuidado de dar una vuelta cada día al mundo por ver las necesidades que en la tierra se ofrecen, para las proveer y socorrer, como sustentador y bienechor de las gentes; quiero que vosotros imitéis este ejemplo como hijos míos, enviados a la tierra sólo para la doctrina y beneficio de esos hombres, que viven como bestias. Y desde luego os constituyo y nombro por reyes y señores de todas las gentes que así doctrináredes con vuestras buenas razones, obras y gobierno.' Habiendo declarado su voluntad Nuestro Padre el Sol a sus dos hijos, los despidió de sí. Ellos salieron de Titicaca, y caminaron al Septentrión, y por todo el camino, doquiera que paraban, tentaban hincar la barra de oro, y nunca se les hundió. Así entraron en una venta o dormitorio pequeño, que está siete u ocho leguas al Mediodía desta ciudad, que hoy llaman Pacarec Tampu, que quiere decir venta, o dormida, que amanece. Púsole este nombre el Inca porque salió de aquella dormida al tiempo que amanecía. Es uno de los pueblos que este príncipe mandó poblar después, y sus moradores se jactan hoy grandemente del nombre, porque lo impuso nuestro Inca; de allí llegaron él y su mujer, nuestra reina, a este valle de Cozco, que entonces todo él estaba hecho montaña brava.
   La primera parada que en este valle hicieron –dijo el Inca– fue en el cerro llamado Huanacauti, al Mediodía desta ciudad. Allí procuró hincar en tierra la barra de oro, la cual con mucha facilidad se les hundió al primer golpe que dieron con ella, que no la vieron más. Entonces dijo nuestro Inca a su hermana y mujer: 'En este valle manda Nuestro Padre el Sol que paremos y hagamos nuestro asiento y morada, para cumplir su voluntad. Por tanto, reina y hermana, conviene que cada uno por su parte vamos a convocar y atraer esta gente, para los doctrinar y hacer el bien que Nuestro Padre el Sol nos manda.' (...)
   De esta manera se principió a poblar nuestra imperial ciudad, dividida en dos medios que llamaron Hanan Cozco, que, como sabes, quiere decir Cozco el alto, y Hurin Cozco, que es Cozco el bajo. Los que atrajo el rey quiso que poblasen a Hanan Cozco, y por esto le llamaron el alto; y los que convocó la reina, que poblasen a Hurin Cozco, y por eso le llamaron el bajo. Esta división de ciudad no fue para que los de la una mitad aventajasen a los de la otra mitad en exenciones y preeminencias, sino que todos fuesen iguales como hermanos, hijos de un padre y de una madre."
  
   (Garcilaso de la Vega el Inca. Comentarios reales)
  


  
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La fortaleza de Sacsahuamán
   
   Ya hemos comentado que la planta urbana incaica del Cuzco, a vista de pájaro, tenía la forma de un puma. La cabeza del puma sería la 'fortaleza' de Sacsahuamán.
   Sacsahuamán (o Sacsayhuamán = 'halcón satisfecho' en quechua) es un gigantesco yacimiento que concentra en su recinto las ruinas más monumentales de la antigua capital inca y sus alrededores. Como desde un nido de águilas, domina el Cuzco entero desde la cumbre de una abrupta colina que se levanta al noroeste del apretado caserío de la ciudad (foto006).
Los incas   La llamada fortaleza, con sus plazas y edificios adyacentes, era en realidad un importante centro ceremonial, que fue comenzado a construir a mediados del siglo XV por iniciativa del Inca Pachacútec, dentro de su proyecto de renovación integral del Cuzco. Cuando llegaron los españoles las obras estaban recién concluidas.
   Tras un fatigoso ascenso, en el que se deja sentir el efecto del soroche (o mal de altura: estamos a 3.600 m sobre el nivel del mar), el visitante se topa con un gigantesco amurallamiento de piedra compuesto de tres niveles escalonados de lienzos de muralla, construidos con enormes rocas talladas, algunas de las cuales pueden medir 8 metros de alto y pesar 300 toneladas (foto007). Los lienzos que delimitan la cara norte tienen un trazado en forma de zigzag, como de 'dientes de sierra', y corren paralelos más de 500 metros (foto008). En algunos tramos alcanzan los 18 m de alto, aunque en su tiempo eran aún más elevados. Los tres niveles de la fortaleza se comunican entre sí a través de escaleras y puertas de acceso, también en piedra. El interior de este inmenso recinto podría acoger hasta 10.000 personas.
   Los megalitos que componen las murallas son auténticos peñascos tallados como poliedros irregulares de distintas formas y tamaños. Y están ensamblados los unos a los otros sin utilizar argamasa, encajando sus entrantes y salientes con tal precisión que no dejan abierta la menor rendija entre ellos. Las caras que quedan a la vista están pulimentadas creando curvaturas que dan al conjunto un efecto de almohadillado (foto009). Aparejo ciclópeo se le llama a esta labor hercúlea que consigue combinar la monumentalidad con la minuciosidad, y que constituye uno de los más identificables rasgos de estilo de la arquitectura inca. Lo más parecido que puede verse en otros lugares del mundo son los muros de los altares de la época arcaica de la Isla de Pascua (ver foto).
   Para tallar y encajar las piezas de este rompecabezas de gigantes, los canteros y constructores incas solo contaban con herramientas de piedra, además de cuerdas, palancas y grúas de madera. Se utilizarían rodillos para desplazar los megalitos, y rampas provisionales de tierra para elevarlos.
   De los edificios de la plataforma superior de la 'fortaleza' de Sacsahuamán, entre los que despuntaban tres grandes torreones, solo quedan los cimientos, pues fueron desmantelados por los españoles y sus sillares reaprovechados en la erección de iglesias y palacios del Cuzco. Pero la triple muralla ciclópea de la base ha resistido el paso de los siglos, las sacudidas de los terremotos, las actividades depredadoras de los humanos, y sigue en su mayor parte en pie, provocando con su abrumadora mole el asombro de todo aquel que la contempla.
  
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Los incas  
   Dado que los reyes incas con sede en Cuzco no temían ataques inmediatos de enemigos exteriores, pues ellos eran los que conquistaban y sometían los reinos circundantes, y dado que las fronteras del imperio estaban adecuadamente defendidas por fortificaciones estratégicas, ¿qué sentido tiene la existencia de una fortaleza de tan colosales dimensiones, construida con sillares megalíticos, vigilando desde las alturas el bien resguardado corazón del imperio? Se cree que sus funciones tal vez no fueran solamente defensivas. Por los restos despejados en las excavaciones se deduce que Sacsahuamán sería más bien una casa real o centro consagrado al culto al dios-sol, donde se celebrarían ceremonias colectivas y se practicarían sacrificios. El gigantesco edificio desempeñaría al mismo tiempo un papel simbólico, como una demostración de la fuerza y poderío del imperio incaico.
   Sacsahuamán fue descrito por primera vez por el cronista Pedro Sancho de la Hoz, que en 1534 afirmó que ninguno de los edificios construidos por Hércules o por los romanos son tan dignos de verse como éste.
   En 1536, casi tres años después de la entrada de Pizarro en el Cuzco, Sacsahuamán fue escenario de una de las más cruentas batallas de la conquista española. El rebelde Inca Manco Yupanqui encabezó una insurrección de los aborígenes contra los invasores y reconquistó el sitio de Sacsahuamán, convirtiéndolo en base de operaciones para atacar a los españoles instalados en Cuzco. Estuvo a punto de derrotarlos, pero un contraataque dirigido por Juan Pizarro, hermano de Francisco, logró recuperar la 'fortaleza' y aniquilar la rebelión. Hubo miles de muertos, aunque el Inca Manco logró sobrevivir, refugiándose en Vilcabamba.
   El yacimiento de Sacsahuamán incluye otras áreas arqueológicas, además de la fortaleza, que van saliendo poco a poco a la luz con las excavaciones. Aunque solo se ha excavado el 20% del sitio, resulta evidente por los numerosos restos arquitectónicos desbrozados que en estas praderas y riscos se levantaba una amplia ciudad, con sus barrios de viviendas, plazas, baluartes, torreones, calzadas, depósitos de agua y acueductos. Una de las plazas tenía forma circular, con un graderío que recuerda a un anfiteatro.
   En lo alto de la peña conocida como Sunchuna o Rodadero, de curiosas formaciones geológicas, se ven esculpidas en el suelo de roca unas concavidades en forma de bancadas a las que llaman el 'Trono del Inca'. Un poco más al norte, en una zona conocida como Chincana, se detectan otras muchas tallas rupestres cinceladas en un caos de rocas (foto168). Aquí y allá se descubren cámaras, nichos, escaleras, bancadas, techos escalonados y otros elementos labrados en los peñascos, de enigmático cometido. Hay también otro trono del Inca, y tres asientos que, dicen, eran para centinelas. No lejos de allí, en la agreste zona rocosa llamada Chincana Chica, las labores rupestres llegan al punto de perforar túneles, cuevas y habitáculos que se comunican entre sí por pasadizos y pequeños desfiladeros naturales y artificiales, creando en conjunto un auténtico laberinto subterráneo (foto171).
  
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Qenqo. Un santuario rupestre
   
   Un par de kilómetros al este de Sacsahuamán, semioculto entre bosques de eucaliptos, existe otro laberinto de piedra. Se trata de un conjunto de afloramientos de roca caliza, a los que la erosión del agua de lluvia ha moldeado con las más caprichosas formas, configurando un atormentado relieve de profundas grietas y afiladas aristas: lo Los incasque en términos geológicos se conoce como un karst. A la acción escultórica del agua se sumó la de la mano del hombre, pues los incas cincelaron parcialmente estos promontorios para crear un intrincado dédalo de pasadizos, hornacinas, escaleras, oquedades y cámaras subterráneas, con una red de canales para drenar el agua, que hace de este lugar uno de los más sugestivos y enigmáticos yacimientos arqueológicos de los alrededores del Cuzco (foto013).
   Qenqo en lengua quechua significa 'zigzag'. El término parece hacer referencia a un pequeño canal horadado en la roca que, partiendo de un hoyo en la cima del promontorio principal, desciende zigzagueante para luego bifurcarse, con una rama que llega a la cámara subterránea esculpida en lo más profundo del roquedal.
   Durante el imperio inca este lugar fue un templo para ceremonias públicas. El canal mencionado pudo haber servido para conducir la chicha (bebida de maíz que se ingería en los ritos incas), o tal vez la sangre de animales (o humanos) inmolados en sacrificios, hasta la cámara subterránea, donde tendría lugar alguna clase de ritual secreto no esclarecido. Esta sala está tallada artificialmente en la roca viva, con el suelo, techo, paredes, nichos y repisas cuidadosamente alisados (foto015). Posee además andenes y canales para la evacuación del agua de lluvia. Detrás de una plataforma que pudo haber sido un altar se abre una profunda sima que se utilizó de enterramiento, pues se han exhumado de ella varios cadáveres de aborígenes y uno de un colonizador.
   En lo alto del promontorio, de la superficie allanada de la roca sobresalen dos cilindros de corta altura tallados en la misma masa de piedra. Es probable que se trate de un Intihuatana (literalmente 'lugar donde se amarra el sol'), una especie de observatorio astronómico de hechura rupestre utilizado para calcular la posición del sol, medir el tiempo y determinar los solsticios y equinoccios, siendo al mismo tiempo un adoratorio donde se rendía culto al dios-sol. Podemos ver otros ejemplares en Pisac (foto042) y Machu Picchu (foto103).
   En la misma cumbre quedan restos tallados de lo que pudo ser un cóndor, cuya cabeza fue destruida, así como la de un puma. Al pie del roquedo se yergue exento un monolito de 6 m de alto descansando sobre un pedestal.
   En los aledaños de Qenqo emergen otros dos afloramientos kársticos salpicados de tallas rupestres incaicas: Qenqo Chico, en un altozano de forma elíptica con las laderas reforzadas de murallas ciclópeas, y Cusilluchayoc, donde todavía son visibles relieves de ofidios y simios.
  
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Tambomachay. El baño del Inca
Los incas  
   Tambomachay (en quechua Tanpu Mach'ay = 'lugar de descanso'), conocido popularmente como el 'Baño del Inca', está ubicado en un boscoso valle de las cercanías del Cuzco, atravesado por un río.
   He aquí una muestra de la importancia que daban los incas a ese preciado y escaso bien que es el agua. Se trata de una fuente monumental cuyas aguas cristalinas surgen de manantiales subterráneos, edificada en piedras sillares de aparejo ciclópeo poligonal que encajan entre sí con la perfección característica de la arquitectura inca. Consta de una serie de acueductos, canales y una cascada de agua que discurre por entre las piedras y desagua en una poza por dos caños de idéntico caudal (foto017).
   La estructura se compone de tres plataformas escalonadas (foto016). En la más alta, como telón de fondo, se levanta un grueso muro (15 m de largo x 4 m de alto) perforado en su parte alta con cuatro hornacinas trapezoidales, que en su tiempo –se conjetura– pudieron albergar otras tantas estatuas antropomorfas de tamaño natural, más tarde expoliadas por los conquistadores. Otros dos muros cortan en ángulo el murallón de fondo. Uno de ellos mira al río y está ornado con dos grandes hornacinas; el segundo, casi perpendicular al primero, tiene una puerta de doble jamba, detalle arquitectónico que a menudo era empleado por los incas para resaltar la importancia de un lugar. Por esa puerta se llega a una pequeña cámara en la que es visible el agua que aflora de las entrañas de la tierra.
   Es probable que esta fontana monumental fuera una especie de santuario consagrado al culto al agua, elemento que, dentro de la concepción panteísta que los incas tenían de la naturaleza, era venerado como generador de vida.
   En Tambomachay hubo también una especie de jardín real, para descanso y recreo de los reyes incas (de ahí su topónimo), que era regado por una compleja red de canalizaciones.
   En cualquier caso, Tambomachay es un buen ejemplo de la habilidad que sabían poner de manifiesto los constructores andinos para integrar armoniosamente la arquitectura con el paisaje.
  
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Puka Pukara. La fortaleza roja
Los incas  
   Siguiendo el curso del río que pasa junto a la fuente de Tambomachay se desemboca en una de las principales vías de acceso al Cuzco, a 7 km al este de la ciudad. En este importante cruce de caminos a 3.750 m de altitud, encaramadas en una colina rodeada de escarpados paredones, se hallan las ruinas de Puka Pukara.
   El nombre significa 'la fortaleza roja', de las palabras quechuas puka (= 'rojo') y pukara (= 'fuerte' o 'fortaleza'). Efectivamente, las piedras del lugar son rojizas y así se explica el topónimo, pero el sitio no parece haber sido una fortaleza.
   Se trata de uno de los típicos promontorios rocosos de la zona de Sacsahuamán, que en este caso fue allanado y transformado mediante la construcción de muros perimétricos y de contención.       
   Algunos creen que durante el incanato fue un importante tambo (los tambos eran albergues o almacenes de alimentos, ubicados a intervalos regulares en las principales redes viarias). Pero sus restos arquitectónicos apuntan más bien a la hipótesis de que fue un centro de uso eminentemente ceremonial.
   En el interior del recinto distintos edificios de piedra de planta rectangular se distribuyen sobre tres terrazas escalonadas, entre las que se abren pasajes y escalinatas para el acceso a la plataforma superior. Las construcciones son de finos sillares encajados en aparejo celular (foto020) y rectangular almohadillado.
   En su época el lugar estaba bien abastecido de agua proveniente de manantiales y fuentes termales de las proximidades, por lo que se presume que este asentamiento estuvo relacionado con las liturgias incas de culto al agua.
  
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Las puertas de Rumicolca
Los incas  
   A unos 40 km al este del Cuzco, en el valle del río Huatanay, subsisten en bastante buen estado las ruinas de Piquillacta, una gran ciudad construida hacia 1100 d C por los huaris, el pueblo indígena dominante en la región justo antes del auge del imperio inca. El extenso yacimiento, formado por barrios residenciales distribuidos con planificación ortogonal y provistos de amplias zonas de cultivo, está cercado por los largos lienzos de una doble muralla de perímetro rectangular.
   Un kilómetro al este de Piquillacta el valle se estrecha, medio cerrado por el avance lateral de unos peñascos. En ese punto se levanta una construcción inca, conocida como Rumicolca, que consiste en una gruesa muralla de perfil escalonado, perforada por dos grandes vanos a cielo abierto que hacen las veces de puertas. La muralla se extiende de un lado al otro del valle, cortando transversalmente su cauce (foto021). De esta forma, toda persona que remontara la ribera del Huatanay en dirección al Cuzco se vería retenida por la muralla y obligada a atravesarla por uno de los dos vanos practicados en su lienzo. Otro tanto ocurriría con quienes descendieran por el valle desde el Cuzco en dirección oriente.
   Todos los indicios apuntan a que nos hallamos ante una especie de frontera de seguridad o puesto de vigilancia para controlar la circulación de personas y mercancías en la que era la principal vía de acceso a la capital del imperio (capital que, por otra parte, nunca estuvo amurallada). Nos preguntamos por qué dos puertas, si para tal función bastaba con una. ¿Sería una para el tráfico de ida y otra para el de vuelta?
   Este puesto de control existía ya en tiempo de los huaris. Los incas lo reforzaron y ampliaron haciendo gala de su proverbial esmero constructivo, y así pueden distinguirse sus bien labrados y encajados sillares contrastando con la rústica mampostería de los muros huaris. El machón de muralla que queda aislado entre las dos puertas adquiere un engañoso perfil de pirámide escalonada. Obsérvese (foto022) el sencillo e ingenioso sistema de escaleras a base de losas que sobresalen de la pared dispuestas en línea diagonal. Un procedimiento semejante para subir y bajar paredes lo vemos en los 'andenes' o bancales agrícolas aterrazados de muchos lugares incas.
  
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Chinchero. Cuna del arco iris
  
   Chinchero es uno de esos pueblos coloniales de los Andes del Perú que fueron levantados sobre los basamentos de antiguos edificios incas. Se halla a unos 30 km al noroeste de Cuzco, a 3.760 m de altitud, en un verde valle rodeado de altas montañas nevadas que acoge en sus campiñas la laguna de Piuray. Esta laguna suministra de agua al Cuzco: fueron los incas quienes llevaron sus aguas a la ciudad imperial a través de acueductos subterráneos.
Los incas   Para los incas Chinchero era la cuna del arco iris, porque aquí el k'uychi (arco iris, una deidad especial entre los incas) aparece frecuentemente en la temporada de lluvias. Fue en este lugar donde el Inca Túpac Yupanqui, hijo y sucesor de Pachacútec, se hizo construir en 1480 una hacienda real para que le sirviera de residencia de reposo. Con tal fin mandó erigir un gran complejo palaciego, con instalaciones complementarias como adoratorios, baños y bancales aterrazados para la producción agrícola. Disponía también de un sistema de evacuación de aguas de lluvia y residuales de un nivel de eficacia difícilmente superable; la perfección en el trazado de la red de canales (foto026), con un grado de pendiente muy estudiado, da testimonio de los elevados conocimientos de arquitectura y urbanismo de los incas.
   Según las crónicas, el rey Túpac Yupanqui murió en este palacio en oscuras circunstancias. Se cree que fue envenenado por su princesa favorita, Chuqui Ocllo, o por su propia esposa Mama Ocllo, irritada por el hecho de que el Inca se inclinaba a designar como sucesor al hijo de su concubina. En la consiguiente lucha por el poder fueron exterminados todos los partidarios de Chuqui Ocllo, incluyendo a la princesa. El hijo del Inca, Cápac Huari, fue recluido de por vida en la prisión del palacio.
   Hacia 1536, el rebelde Inca Manco Yupanqui, en su huida hacia Vilcabamba, incendió Chinchero para evitar que sus enemigos pudieran abastecerse.
   El actual pueblo de Chinchero está construido íntegramente sobre las infraestructuras del complejo palaciego de Túpac Yupanqui, que ocupaban una considerable extensión. Utilizando sus sólidos muros de piedra como basamentos, y respetando el trazado ortogonal de su diseño urbano, se fueron levantando con el correr de los siglos casas e iglesias de un pintoresco estilo colonial (foto027). La mayoría de sus habitantes aún visten las coloridas indumentarias tradicionales andinas (foto130), conservan prácticas religiosas de origen inca (sincretizadas con el catolicismo), y mantienen vivas antiguas costumbres como la economía de trueque.
   Las ruinas incaicas de la localidad fueron excavadas y restauradas por la Misión Arqueológica Española entre los años 1968 y 1970. Un conjunto de edificaciones, generalmente de planta rectangular, se adosan a las laderas de una colina, sobre plataformas de piedras sillares casi siempre muy elongadas y de escasa profundidad. A grandes rasgos se pueden distinguir tres sectores: civil, religioso y agrícola. El sector civil incluye una serie de estructuras arquitectónicas sobre tres plataformas escalonadas. El área religiosa está constituida por una sola estructura de forma piramidal, que se adapta a un promontorio, compuesta de tres plataformas conectadas entre sí por medio de escaleras. Ambos sectores están ordenados en torno a dos plazas: una plaza principal (la actual explanada de Capellanpampa, de 114 m de largo por 60 m de ancho) y la que hoy es plaza del pueblo, situada junto a la iglesia parroquial. Esta plaza se articula a dos niveles: el más alto corresponde al atrio de la iglesia y el inferior a la plaza propiamente dicha. El desnivel se salva por un muro de contención perforado por una hilera de doce hornacinas trapezoidales (foto030).
   Más allá de la gran plaza se encuentra el sector de las 'andenerías agrícolas', un impresionante conjunto de bancales aterrazados que se descuelgan escalonadamente por la vertiente de un barranco, bien irrigados por una red de canales, donde probablemente se cultivaban plantas de uso ritual (foto032).
   Esta zona de bancales está salpicada de grandes peñascos de roca caliza, en los que se pueden detectar numerosas tallas rupestres creando asientos, escaleras, túneles, nichos y cisternas (foto036). A duras penas se distinguen los relieves de un puma y una cría de puma, que fueron martilleados por la furia iconoclasta de los colonizadores hasta dejarlos casi irreconocibles (foto176).
  
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Pisac, en el Valle Sagrado
  
   El río Urubamba fluye con sinuoso recorrido por un fértil valle encajonado entre altísimas montañas de rocas y barro. Es éste el llamado Valle Sagrado de los Incas (foto037), porque su cauce atraviesa ciudades y centros ceremoniales incaicos como Ollantaytambo, y rodea con un amplio meandro los escarpados riscos de Machu Picchu, antes de ir a perderse en la cuenca del Amazonas.
Los incas   Pisac (también escrito Pisaq, pronúnciese Písac), ubicado a 33 km al nordeste de la ciudad del Cuzco, es un pequeño pueblo de sabor colonial que levanta su caserío, cercado de huertas, en la ribera del Urubamba. Fue construido sobre basamentos incas en tiempos del virrey Francisco de Toledo (1569-1581). Las calles se cortan en ángulo recto obedeciendo al modelo de planificación urbanística que seguían no solo los colonizadores, sino los mismos pueblos prehispánicos. La Plaza de Armas sirve de recinto para un popular mercado de artesanía. Aquí se halla la iglesia, donde se celebran misas en quechua a la que asisten los indígenas y los varayocs, las autoridades regionales.
   El sitio arqueológico de Pisac, uno de los más importantes del Valle Sagrado, se encarama por los flancos de una alta montaña que domina el pueblo. Dicen que la planta urbana de la ciudad estaba diseñada, como era costumbre en la arquitectura inca, siguiendo el trazado figurativo de un animal. Pisac tendría la forma de una perdiz (pisaq, en quechua). Lo cierto es que los restos arqueológicos incas se distribuyen en varios núcleos de construcciones desperdigados sin orden aparente por los cerros y mesetas de la accidentada geografía del lugar.
   En un collado a media altura de la montaña se asienta lo que sería el centro ceremonial (foto043). Mientras las restantes viviendas y edificaciones de Pisac son de muros de mampostería, tabiques de adobe y techos de madera y paja, este sector se distingue por el cuidado aparejo de sillares de piedra pulidos y perfectamente encajados, característico del periodo inca imperial. Las puertas, ventanas y hornacinas presentan forma trapezoidal (foto046). Un muro semicircular abraza una gran roca tallada con un saliente cónico en su parte superior: protege el Intihuatana, un gnomon o reloj solar con el que los incas determinaban la posición del sol, por lo que este centro bien podría cumplir también las funciones de observatorio astronómico.
   La cumbre de la montaña está ocupada por un poblado abandonado cuyas viviendas de mampostería y adobe cuelgan en apretada aglomeración sobre las pronunciadas pendientes del promontorio.
   Al otro lado de un barranco se ve un vertical acantilado de tierra roja con la pared acribillada de agujeros que le dan un aspecto de colmena.  Es el cementerio de la ciudad: los habitantes enterraban a sus difuntos en nichos y oquedades perforados a distintas alturas del acantilado.
   Quizá lo más impresionante de Pisac sea su extraordinario conjunto de bancales o terrazas agrícolas que cubren escalonándose extensas superficies de las laderas de la montaña (foto040), asomándose a veces a vertiginosos precipicios, y que transforman el paisaje confiriéndole el aspecto de un gigantesco anfiteatro. Los lugareños restauran periódicamente estos aterrazamientos, muchos de los cuales son todavía cultivados, e incluso construyen otros nuevos, siguiendo las ancestrales técnicas que aprendieron de sus antepasados incas para hacer cultivables los terrenos en fuerte pendiente.
  
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Ollantaytambo, bastión rebelde
  
   Situado en el Valle Sagrado de los Incas, en la confluencia de los ríos Urubamba y Patakancha, a unos 60 km al noroeste de la ciudad del Cuzco, Ollantaytambo (quechua: Ullantaytampu), además de un importante yacimiento arqueológico incaico, es una de las pocas ciudades construidas por los incas que se han mantenido vivas a lo largo del tiempo, y que siguen aún habitadas (foto049).
Los incas   Según el cronista español del siglo XVI Pedro Sarmiento de Gamboa, el rey Pachacútec conquistó la región y destruyó Ollantaytambo para incorporarlo a su imperio bajo el gobierno de los incas. Luego reconstruyó la ciudad, dotándola de imponentes edificios, un centro ceremonial y los habituales aterrazamientos de bancales agrícolas destinados a proveer de recursos alimenticios a la población para hacerla autosuficiente. Estos terrenos eran trabajados por yanaconas, sirvientes del emperador, mientras en la ciudad se alojaba la nobleza inca.
   En la época de la conquista, Ollantaytambo sirvió de refugio temporal al Inca Manco Yupanqui, líder de la resistencia indígena contra los españoles, que mandó fortificar la ciudad y sus alrededores con potentes murallas para defenderse de los invasores. Pese a que Inca Manco llegó a derrotar una expedición española mediante la estratagema de inundar de agua el valle, comprendió que no era seguro permanecer en Ollantaytambo, por lo que optó por retirarse a Vilcabamba, enclave escondido en una región selvática. Los conquistadores ocuparon Ollantaytambo en 1540 y la población nativa fue asignada en encomienda a Hernando Pizarro.
   En la actualidad, Ollantaytambo es muy visitado por ser uno de los puntos de partida del más importante de los caminos incas hacia Machu Picchu.
   El pueblo bajo de Ollantaytambo, asentado en la vega del Urubamba, conserva no solo la planificación urbana original, sino numerosas viviendas construidas por los mismos incas, que han sido habitadas sin interrupción hasta nuestros días (foto050). En sus muros bajos abundan los sillares ciclópeos, de formas poliédricas irregulares que, sin embargo, casan entre sí en compacta trabazón, con una solidez a prueba de terremotos. Muchas puertas y ventanas tienen forma de trapecio, con jambas y dinteles monolíticos de enormes proporciones.
   Las casas se agrupan en manzanas cuadrangulares, bordeadas de largas y estrechas calles rectilíneas que se cruzan en ángulos de noventa grados, adoptando el conjunto una configuración urbana de damero. Corpulentos megalitos refuerzan las esquinas (foto051). Las calzadas adoquinadas mantienen un ligero grado de inclinación, y las que se orientan de norte a sur están provistas de zanjas o canaletas paralelas a las fachadas, por las que fluyen corrientes de agua limpia y abundante (foto052), que refresca el ambiente y trae a la ciudad el sonido de los arroyos de montaña.
   Rodean a este núcleo urbano por sus cuatro costados escarpadas montañas, en cuyas faldas, a distintas alturas, se divisan qolqas (depósitos para almacenamiento de alimentos) de mampostería y adobe, en diverso grado de ruina (foto063). Fueron construidas por lo incas. Un farallón rocoso de uno de estos montes parece tener un perfil de rostro humano, con sus ojos, boca, barba y una corona sobre la cabeza formada por unas casas que se asoman al abismo. Los lugareños de Ollantaytambo sugieren que es un gigantesco retrato del rey Inca esculpido en el acantilado (foto065).
   El sector más monumental de estos yacimientos arqueológicos trepa por los montes al oeste de la población, en una sucesión de bancales agrícolas aterrazados accesibles por largas y empinadas escaleras (foto056). Al pie de este colosal graderío se levanta una especie de zona ceremonial, con un Templo del Agua erigido en adobe (foto053) y diversas fuentes con canalizaciones, caños y cisternas de talla rupestre (foto054), entre ellas una llamada 'Baño de la Ñusta' (ñusta = princesa o doncella de sangre real), ornada con cenefas finamente cinceladas en la roca (foto055).
   A cierta altura del camino de ascenso, tras recorrer la terraza de las diez hornacinas, cuyo muro de fondo está aparejado con grandes sillares pulidos y perfectamente ensamblados (foto058), se llega a los restos del Templo del Sol. De este sobresaliente edificio, situado en lo que parece ser un complejo ceremonial, prácticamente solo queda la fachada, compuesta de seis enormes monolitos adosados, cuyo perfil recuerda lejanamente al pilono de un templo egipcio (foto060). Si observamos con detenimiento estas lápidas, comprobaremos que están talladas con relieves en forma de escaleras, y que presentan algunas protuberancias: dicen que son los restos martilleados por los colonizadores de unos relieves que representaban pumas. En las cercanías se pueden ver enormes bloques monolíticos esculpidos con forma de platabandas, repisas, bancadas y otros diseños geométricos (foto061).
   El conjunto de estas construcciones está circundado por unas altas y larguísimas murallas que escalan los montes serpenteando por sus pendientes y escarpaduras (foto062).
  
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Ingeniería agrícola
  
   Los cronistas que acompañaban a los conquistadores contaban que los reyes aztecas en México y los incas en Perú poseían magníficos jardines con colinas aterrazadas, arboledas, fuentes y tanques ornamentales, que eran generalmente vergeles de recreo para uso de los monarcas.
Los incas   En el caso del Perú, éste no era más que un aspecto parcial del extraordinario grado de sofisticación que habían alcanzado la agricultura y la ingeniería agrícola bajo la administración de los incas, cosa que podemos comprobar con nuestros propios ojos cuando visitamos sitios como Tipón o Moray.
 
  
Tipón
   
   Desde la misma cuenca del río Huatanay, cerca del pueblo de Oropesa, a unos 30 km del Cuzco, una empinada subida conduce a un vallejo que está totalmente urbanizado con escalonamientos de terrazas de labranza. Es el yacimiento arqueológico inca de Tipón, que poco tiene de ruinas, pues la mayoría de las construcciones agrícolas del sitio se mantienen en un excelente estado de conservación, y el sistema de regadío que idearon los incas sigue en funcionamiento.
   Amplios bancales de piedra de sillería poligonal se encaraman por los laterales y el fondo del valle formando en conjunto un grandioso anfiteatro de planta rectangular, cuya base se descuelga también escalonadamente por la ladera del monte (foto151).
   Una red de canaletas encastradas en los suelos y paredes de piedra del graderío se ramifica por los andenes o bancales aterrazados y, bajando ordenadamente de escalón en escalón, suministra agua a las sucesivas huertas. El agua proviene de manantiales subterráneos, y al poco de la surgencia atraviesa una elaborada fuente de piedra con caños y cisternas dispuestos de tal forma que hacen que la corriente de agua se divida primero en dos chorros y luego en cuatro chorros, para terminar por unificarse en una alberca de la que nacen nuevos canales (foto154). Se trata probablemente de una fuente ceremonial donde tendría lugar algún rito de culto al Agua, práctica inseparable de las labores físicas de labranza.
  
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Moray
  
   No lejos del Valle Sagrado de los Incas, a una veintena de kilómetros al sudeste de Ollantaytambo, existe en lo alto de una meseta un curioso yacimiento arqueológico que da fe de lo asombrosamente avanzadas que estaban las técnicas agrícolas entre los pueblos andinos prehispánicos.
   Estamos en Moray, un paisaje cultural sin equivalente en ningún lugar del mundo (foto066). Tres enormes cráteres perfectamente circulares se abren en el suelo y sus paredes internas descienden en escalones hacia lo hondo, creando unos espacios que se asemejan a gigantescas plazas de toros construidas en piedra (foto067). En este caso los habituales andenes agrícolas aterrazados de las ciudades incas no son rectangulares, sino que forman círculos concéntricos que se van adentrando en la tierra.
Los incas   Una sucesión de peldaños consistentes en simples lápidas que sobresalen de las paredes (foto069) permiten descender por el graderío hasta el ruedo que se abre en lo más profundo de cada hondonada, y quien lo hace comprueba que conforme baja de bancal en bancal la temperatura va subiendo, haciéndose el calor casi insoportable en el fondo.
    Totalmente resguardados de los vientos, se puede decir que cada uno de estos escalones circulares tiene su propio microclima, dependiendo de la profundidad a la que se encuentra, lo cual permite sembrar en sus suelos diferentes especies de plantas adaptadas a distintas condiciones climáticas. Características tan singulares han llevado a conjeturar sobre la posibilidad de que Moray fuera algo así como un laboratorio de agricultura que permitía a los incas estudiar las condiciones óptimas para el cultivo de cada especie.
  
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Salinas
  
   A poca distancia de Moray, un barranco baja hasta confluir con el Valle Sagrado del río Urubamba. En su parte superior surge un manantial de agua salada que se derrama por su falda occidental. Agua que ha tenido el poder de transformar por completo el paisaje, cubriéndolo de un espeso manto de sal, de un blanco tan deslumbrante que parece nevado.
   Desde hace siglos los lugareños explotan este lugar para extraer la sal mediante la construcción de salinas. Éstas consisten en un ajedrezado de pozas o depósitos más o menos rectangulares cuyas paredes están hechas con la misma sal apelmazada, donde se deja embalsar el agua para que la sal se deposite en el fondo (foto070). Periódicamente acuden jornaleros (hombres y mujeres) para recoger con palas la sal de las pozas y depositarla en pequeños montones, que dejan secar al sol por unos días y luego se llevan en sacos.
   Dicen que fueron los incas quienes pusieron en funcionamiento estas salinas. Quizá sea verdad, pero es más probable que ya hubieran sido explotadas desde más antiguo por otros pueblos preincaicos.
  
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Necrópolis

  
En el lago Titicaca
  
   En la frontera entre Perú y Bolivia, a 3.800 metros sobre el nivel del mar, el vasto lago Titicaca está considerado como el lago navegable más alto del mundo (ver foto en la exposición de fotoAleph 'Bolivia. Entre la tierra y el cielo'). Para los incas, era el lugar de origen de su linaje.
   A principios del siglo XV el rey Inca Viracocha emprendió la fase de expansión de sus dominios organizando desde el Cuzco frecuentes campañas militares contra los reinos vecinos. Pronto conquistó y sometió bajo su poder el valle del río Urubamba, que era un importante corredor de paso entre el Cuzco y el lago Titicaca. Como consecuencia de esta conquista, los incas fueron reclamados para interceder en el conflicto entre dos reinos de habla aimara, los collas y los lupacas, asentados en la parte norte de la cuenca del Titicaca. Cuando los incas llegaron allí, ya se había librado la guerra, habiendo sido los collas derrotados. Los incas se aliaron temporalmente con los lupacas, para al cabo de un tiempo terminar dominando la región entera y anexionándola al imperio.
Los incas   Las numerosos vestigios arqueológicos que se hallan en las orillas y las islas del lago Titicaca dan testimonio no solo de la presencia de los incas en la región, sino también de la existencia previa de antiguas civilizaciones anteriores a la de los incas.
   El principal enclave lo constituyen las monumentales ruinas de Tiahuanaco, a 20 km de la punta sudeste del lago, en territorio de la actual Bolivia. Tiahuanaco fue el centro espiritual y político de la antigua cultura precolombina conocida como Tiwanaku, un poderoso imperio que dominó durante más de veinte siglos una extensa porción de los Andes centrales y meridionales. Poseía un puerto en el lago Titicaca. Considerada por algunos investigadores como la cuna de las culturas americanas, la civilización de Tiahuanaco tuvo sus comienzos hacia el año 1500 a C, alcanzó su apogeo entre 500 y 900 d C, y desapareció alrededor del año 1200 d C.
   En la isla del Sol, en la parte boliviana del lago, las ruinas de un templo marcan el lugar donde, de acuerdo con la tradición, los fundadores legendarios de la estirpe inca, Manco Cápac y Mama Ocllo, fueron enviados a la Tierra por Inti, el dios-sol de los incas. "Puso Nuestro Padre el Sol estos dos hijos suyos en la laguna Titicaca...", escribe Garcilaso el Inca. En la vecina isla de la Luna subsisten las ruinas de un templo denominado Iñakuyu o Palacio de las vírgenes de sol, asociado al culto de Mama-Killa, la madre luna (hermana y esposa del dios-sol).
  
   En el pequeño pueblo de Chucuito, situado en la orilla meridional del lago, podemos ver una construcción rectangular con gruesos muros de sillería trabajada a la manera inca. Las obras no estaban concluidas a la llegada de los españoles, como lo sugiere la existencia cercana de amontonamientos de sillares en fase de tallado. Es el llamado Inca Uyo (= 'morada del inca' en lengua aimara). Se cree que el recinto formó parte de un conjunto más amplio de edificaciones de carácter ceremonial y estuvo destinado a rituales de naturaleza política y religiosa. Lo singular de este edificio es que alberga en su interior (foto071) ochenta estelas cilíndricas monolíticas, algunas con una protuberancia semiesférica en el extremo que les confiere una forma como de hongo. La estela más grande, situada en lugar destacado en el centro de la pared del fondo, mide 1,20 m (foto072). Otras dos grandes estelas flanquean como guardianes la puerta de entrada.
   Algunos observadores han interpretado estos monolitos como símbolos fálicos, y ello ha dado pie a suponer que esta construcción sería un 'Templo de la Fertilidad'. A partir de ahí se han gestado historias apócrifas en torno al lugar, como que las mujeres acudían al santuario con ofrendas y practicaban el rito de sentarse sobre las estelas para ser fértiles. Esta interpretación es muy cuestionable por cuanto se constata que no se ha detectado la menor referencia o vestigio en la historia de los pueblos andinos, tanto en la época lupaca, como en la inca o en la virreinal, de nada que pueda relacionarse con algún tipo de culto al falo. La verdad es que estos monolitos fueron instalados recientemente en el 'templo' por iniciativa de algunos habitantes de Chucuito, recopilando las esculturas líticas diseminadas por el pueblo. Algunos dicen que son cipos o mojones de piedra que marcaban el camino, pues Chucuito está ubicado en una clara ruta de paso hacia el altiplano boliviano. Otros afirman que son elementos constructivos: rollos que servían para amarrar los tejados de paja a las paredes de las casas, de los que se pueden ver ejemplos in situ en Machu Picchu (foto087).
  
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   Las construcciones más peculiares que levantaron los incas en la región del lago Titicaca son las chullpas, torres funerarias de piedra donde se enterraba a difuntos de alto rango o pertenecientes a la nobleza, y que, agrupadas en lo alto de determinados cerros, forman verdaderas necrópolis. Pueden visitarse en diversas localidades del altiplano, como Sillustani, Cutimbo, Acora, Ilave o Lampa.
 
Los incas  
Cutimbo
  
   A unos 20 km al sur de Puno, un cerro de verticales paredes emerge en medio de una desolada llanura que en pasadas eras geológicas fue un lago tan vasto como el Titicaca y hoy está desecado. Lo que hoy es el cerro de Cutimbo sería entonces una isla.
   Existen trazas de que este cerro (foto182), cuya altitud supera los 4.000 metros sobre el nivel del mar, fue habitado desde épocas muy remotas: en un refugio o abrigo roquero situado a media altura del extenuante camino de ascenso se pueden ver pinturas rupestres prehistóricas dibujadas en las paredes. Su estilo esquemático y monocromo recuerda al de algunas pinturas neolíticas de Europa, así como los motivos representados: hombres pastoreando rebaños. Solo que en vez de ovejas o vacas, aquí los rebaños están compuestos de llamas.
   La amplia cima del otero está plagada de ruinosas construcciones de piedra, la mayoría en precario estado de conservación (foto183), invadidas por los matojos y frecuentadas por sabandijas. Unos pocos edificios, sin embargo, se mantienen en pie casi intactos. Son chullpas o torres funerarias pertenecientes a las culturas colla, lupaca e inca. Las hay de planta rectangular, cuadrada y circular. Las más antiguas son de sillarejo y mortero de barro, las de los incas lucen el perfecto acabado de sillería poligonal que es marca de fábrica de su arquitectura. Algunas conservan todavía la rampa provisional que se empleaba en las obras para elevar los bloques de sillería a la parte superior de la torre (foto189).
   Uno de los edificios más monumentales de Cutimbo, ubicado en la zona central de la meseta, es de planta rectangular, con una altura de más de ocho metros, y se ha identificado como un ushno o templo (foto184). En su interior de dos pisos abovedados con falsas bóvedas (foto185) se aprecian cinco nichos en las paredes y dos ménsulas a cada lado de la planta baja, donde se colocarían los fardos funerarios con fines rituales.
   Algunos de los sillares de este edificio y otras chullpas tienen labrados relieves zoomorfos representando serpientes (foto188), pumas y monos. Las figuras de puma aparecen de perfil junto a las pequeñas puertas trapezoidales de entrada a las tumbas, como si estuvieran custodiándolas (foto190). La representación de monos (foto192) es intrigante, dado que se trata de un animal que no era propio de esta zona; su hábitat es la selva, situada muy lejos de acá (algo parecido ocurre con el gran mono dibujado en los geoglifos de las llanuras de Nazca).
   En las excavaciones del lugar se ha descubierto un altar de cremación, con huesos calcinados de humanos, camélidos y aves, y restos de cerámica.
  
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Sillustani
Los incas 
   A 34 km al noroeste de la ciudad de Puno, cerca del pueblo de Atun Colla (foto143), el cerro de Sillustani se adentra en la hermosa laguna de Umayo (foto193) y queda prácticamente aislado por sus aguas, formando una península. Rebaños de alpacas pastan plácidamente por sus laderas y los patos y otras aves acuáticas se zambullen en la laguna para atrapar peces. La zona alta del cerro es una pedregosa meseta salpicada de numerosas construcciones de sillares de las más variadas formas y dimensiones, y en diverso estado de ruina. Estamos en un vasto cementerio que perteneció en un principio a la cultura colla (1200-1450), pero que con posterioridad fue también utilizado por los incas para inhumar a los personajes más ilustres entre sus fallecidos.
   Entre estas tumbas despuntan las chullpas, monumentos funerarios consistentes en altas torres de forma, más que cilíndrica, troncocónica invertida, pues la base de cada torre es de menor diámetro que la parte superior, que sobresale a modo de cornisa (foto194). La chullpa más alta mide 12 metros. Se las divisa a kilómetros a la redonda coronando el altozano.
   El interior de las chullpas suele ser de dos pisos, con sendas cámaras mortuorias cubiertas con falsas bóvedas realizadas por superposición de cascotes sin desbastar (foto195). Hay que recordar que ninguno de los pueblos americanos prehispánicos conocían la técnica de la bóveda. En contraste, el exterior está recubierto con los enormes sillares poligonales perfectamente ensamblados característicos de la arquitectura incaica, que sellan la superficie externa de la torre sin dejar el menor resquicio entre sus juntas.
   Cada torre dispone a ras de tierra de una pequeña puerta de entrada, orientada al este, o sea, al punto cardinal por donde sale el sol, que es necesario atravesar caminando a gatas. La puerta solía ser cerrada con una simple losa.
   Antes de ser introducido en la chullpa, el cadáver era momificado en posición fetal. La momia iba vestida con ricas telas y acompañada de su ajuar funerario: objetos de oro y plata, cacharros de cerámica y alimentos para su subsistencia en el más allá.
   Algunas torres poseen en su exterior relieves zoomorfos tallados en uno u otro sillar. Se ven bajorrelieves de culebras y, en la llamada 'Chullpa del Lagarto', un relieve muy deteriorado que dicen reproduce la figura de dicho reptil (foto196).
   Es interesante examinar algunas chullpas que fueron abandonadas inconclusas, pues nos permiten hacernos una idea de las técnicas constructivas que empleaban los incas en su arquitectura. Vemos así que para izar los enormes bloques de piedra a su correspondiente nivel de hilada utilizaban una rampa provisional hecha de cascajos, rampa que iba agrandándose conforme la torre ganaba en altura (foto200). Vemos que el interior de los muros estaba relleno de cascotes informes (foto199), reservándose los sillares labrados y pulidos para el revestimiento exterior. Estos sillares estaban tallados también en las caras que quedaban ocultas a la vista con entrantes y salientes, cuyo machihembrado interno dotaba al edificio de la máxima solidez.
   Paseando por esta meseta nos toparemos con otros grupos de chullpas de mampostería, de época colla, tramos de lienzos de las murallas que defendían el lugar, estructuras para el enterramiento de ofrendas, círculos de piedras que recuerdan a los cromlechs prehistóricos del Viejo Mundo, rocas talladas con extravagantes formas, áreas de canteras de donde extraían los bloques para las tumbas, y dos curiosas chullpas incas (reconstruidas) levantadas en adobe y enjalbegadas con un enlucido de yeso blanco que les da un aspecto de silos (foto201).
  
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Las nieblas de Machu Picchu
  
  
Entonces en la escala de la tierra he subido
entre la atroz maraña de las selvas perdidas
hasta ti, Machu Picchu.
Alta ciudad de piedras escalares...
(Pablo Neruda. Canto general. Alturas de Machu Picchu)

   Las nieblas matutinas cubren con sus blancas sábanas los riscos y roquedales de este escondido paraje de los Andes peruanos donde la montaña se sumerge en la selva amazónica, mundialmente conocido como Machu Picchu. Estamos rodeados por todas partes de una nívea blancura, buceando en un limbo de nubes que no nos permite ver más allá de diez pasos. Ascendemos el monte por una sucesión de escaleras de piedra, bordeando los andenes de un colosal aterrazamiento de bancales agrícolas que trepan por la empinada ladera. Nos sentamos en una roca situada en un altozano, y ya no nos toca sino esperar.
    De pronto se abre el telón y da comienzo el espectáculo. La niebla se retira parcialmente en cierto punto y durante unos segundos nos deja vislumbrar allá abajo un caserío de piedras grises levantado sobre grandes rocas naturales en medio de campas de brillante césped. Un pueblo de cuento cuya visión se desvanece a los pocos instantes, cuando la niebla extiende de nuevo su blanca mortaja para velar la escena.
Los incas   Como si jugara con nosotros, la niebla levanta a su capricho sus cortinajes en otro punto del paisaje y abre un claro a través del cual divisamos como por una ventana otro pueblo encantado, con sus casas descolgándose ordenadamente por una pendiente montañosa. Baja de nuevo el telón, la ventana se cierra y la escena se oculta a nuestros ojos en un fundido en blanco. En el horizonte las nieblas se desgarran en jirones algodonosos y dejan entrever afilados peñascos que emergen del mar de nubes tapizados de bosques de un verde oscuro. Las nieblas se condensan en un profundo valle, suben arrastradas por el viento, se derraman por las laderas y se dispersan en un lánguido vaivén de oleaje chocando con las colinas.
   Tras estos tímidos preludios el viento toma la iniciativa y de un manotazo despeja el escenario de nubes y nieblas. Por fin vemos la escena al completo, en toda su grandiosidad, y no podemos menos que quedarnos inmóviles contemplándola arrobados. Es grande la fama que precede a Machu Picchu (en quechua, 'montaña vieja'), pero en verdad que su visita supera con mucho toda expectativa. Estamos ante una imagen mil veces vista, un icono que simboliza el Perú, pero la realidad le da mil vueltas.
   No solo frente a nosotros, sino a mano izquierda, a la derecha y a nuestras espaldas se extiende una inmensa ciudad fantasma encaramada en las agrestes faldas de un collado, rodeada por todas partes de abismos, y más allá de los abismos, de una laberíntica cadena de montañas andinas de tupida vegetación, acariciadas por retazos de nieblas. Un emplazamiento casi inexpugnable, inmerso en un paisaje de irreal belleza. Enfrente se levanta majestuoso el pico Huayna Picchu (en quechua, 'montaña joven'), que constituye el telón de fondo del prodigioso escenario (foto075).
   La ciudad abandonada de Machu Picchu se encuentra a 2.400 m sobre el nivel del mar, sobre un monte granítico circundado en sus tres cuartas partes por la herradura de un gran meandro del río Urubamba, donde el Valle Sagrado de los Incas se convierte en un angosto desfiladero flanqueado de altísimos farallones verticales. El paraje es tan recóndito que no ha de extrañar que los conquistadores españoles del siglo XVI nunca llegaran a conocerlo. Ningún cronista lo menciona.
   Machu Picchu fue abandonada durante la etapa de la conquista por razones que se desconocen y quedó perdida en las nieblas de la historia hasta 1911, cuando fue descubierta y dada a conocer al mundo por el antropólogo y político estadounidense Hiram Bingham, que exploraba la región en busca de Vilcabamba, último bastión del rey rebelde Inca Manco. En subsecuentes campañas de excavaciones, Bingham sustrajo del yacimiento cincuenta mil piezas arqueológicas, que hoy se guardan en la Universidad de Yale, reclamadas desde hace décadas por el gobierno peruano. Esta universidad publicó en 1915 el primer informe científico sobre Machu Picchu.
   La ciudad de Machu Picchu, trazada con una rigurosa planificación urbana de esquema rectilíneo sobre un emplazamiento topográficamente muy accidentado (foto083), es uno de los más impresionantes logros de la arquitectura y el urbanismo incas. Parece datar del periodo de los dos grandes Incas Pachacútec Yupanqui (1438-71) y Túpac Yupanqui (1471-93). La función de esta ciudad, situada a 129 km de Cuzco, la capital del imperio inca, no se conoce con exactitud, dada la ausencia de documentación escrita y de vestigios materiales que puedan arrojar alguna luz sobre el tema. Posiblemente era un puesto avanzado de una red de fortalezas incaicas, que defendía de los asaltos de los indígenas de la selva los accesos al Valle Sagrado y al Cuzco.
  
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Túnica triangular, polen de piedra.
Lámpara de granito, pan de piedra.
Serpiente mineral, rosa de piedra.
Nave enterrada, manantial de piedra.
Geometría final, libro de piedra.
(Pablo Neruda. Canto general. Alturas de Machu Picchu)
  
   Los muros, plazas, escalinatas, andenes y rampas de Machu Picchu parecen haber sido moldeados por la naturaleza en la roca madre, en total armonía con el paisaje. Los constructores y canteros incas desplegaron aquí un esfuerzo titánico para domeñar la geografía, multiplicar las plataformas, conectarlas con rampas y escaleras, nivelar las irregularidades del terreno, esculpir la montaña en definitiva.
   El conjunto cuenta con unas 200 estructuras arquitectónicas de sillares de granito erigidas sobre terrazas, consolidadas las pendientes por medio de grandes muros de contención, y con más de 100 escalinatas, a veces esculpidas en la roca viva, que suman por encima de 3.000 peldaños.
Los incas   Se puede estimar que el 90% de estas estructuras estaba en pie cuando fueron descubiertas a principios del siglo XX, y que tras las obras de desbroce, restauración y consolidación, contemplamos el 95% de lo que fue Machu Picchu en su día. Solo se echan en falta los tejados de los edificios, que, por estar hechos de materiales perecederos como madera y paja, han desaparecido con el tiempo. Eran tejados a dos aguas, de un ángulo tan puntiaguado que los gabletes triangulares de las fachadas delanteras y traseras parecen reproducir el empinado perfil del pico Huayna Picchu, que se recorta allá al fondo contra el horizonte (foto117).
   Se distinguen a primera vista distintas áreas claramente delimitadas. Dos zonas agrícolas, dos zonas de viviendas, entre las que se intercalan diversas estructuras monumentales, y varias zonas ceremoniales.
   Los sectores agrícolas oriental y occidental se hallan próximos a los colosales escalonamientos de andenes que se descuelgan por los precipicios, cuyas terrazas eran cultivadas y transformadas en jardines colgantes (foto109). Los sectores de viviendas están distribuidos en una parte alta y una parte baja, característica recurrente en el urbanismo incaico, con una gran explanada entre las dos áreas urbanas. Las zonas ceremoniales se situaban sobre plataformas elevadas, talladas en las rocas de la montaña.
   Entre los edificios y elementos urbanísticos destacan los denominados Templo del Sol, la cámara real, el barrio de las Fuentes, la plaza central, el Templo del Cóndor, la Piedra Sagrada y el Intihuatana.
   El llamado Templo del Sol es un singular edificio semirrupestre en forma de torreón, de planta en parte circular (caso único en Machu Picchu) y en parte rectangular (foto093). El torreón asienta sus muros en talud sobre una gran peña inclinada, quedando debajo un espacio a guisa de cámara (calificada sin fundamento como 'cámara real') donde se ven tallados nichos, un altar y otros elementos rupestres (foto096). Los sillares de la superestructura, de excelente aparejo, se imbrican con las irregularidades de la peña de tal modo que parecen su prolongación natural (foto095). Arquitectura y naturaleza se fusionan aquí creando un todo inseparable. Se conjetura que este edificio tenía fines astronómicos.
   Por debajo del templo del Sol se extiende el barrio de las Fuentes, con una sucesión de 16 baños ceremoniales conectados entre sí, por los que el agua desciende en cascada de cisterna en cisterna a través de canalillos acondicionados entre los muros y escaleras.
   La plaza central, una gran explanada rectangular en cuyo césped pastan las llamas, ocupa el centro de la urbanización, separando los diferentes barrios (foto111).
   El Templo del Cóndor es así llamado porque en su suelo se ve una losa triangular de piedra que tiene esculpida en uno de sus ángulos lo que parece ser la cabeza de un cóndor (foto116), y las rocas naturales a su espalda recuerdan a las alas extendidas del ave andina.
   La Piedra Sagrada es un peñasco natural cercado en su base por una repisa de enormes sillares, cuyo perfil dicen reproduce el de las montañas que, cuando se disuelven las nieblas, se ven desde este punto en la lontananza.
   El Intihuatana (en quechua, 'amarradero del sol') es un observatorio solar rupestre, tallado en la roca del suelo de la cima de una colina (foto103). Su juego de ángulos y salientes permitía medir por las sombras proyectadas la declinación del sol y el transcurso del tiempo, así como fijar las estaciones del año y los ciclos agrícolas.
   Entre las muchas estructuras arquitectónicas y urbanas de Machu Picchu, mencionaremos también el palacio de la Princesa, el templo de las Tres Ventanas, la plaza Sagrada, la mansión del Sacerdote Supremo y, en la zona más baja de la ciudad, las mazmorras, compuestas por un laberíntico complejo de celdas y pasadizos, en parte subterráneos.
   En la parte inferior de Machu Picchu se encuentran las residencias más humildes, separadas por estrechas callejuelas. Debajo de sus bancales de cultivo se ubica el cementerio, en el que en una excavación arqueológica se desenterraron 135 esqueletos, de los cuales 109 correspondían a mujeres.
  
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Aquí los pies del hombre descansaron de noche
junto a los pies del águila, en las altas guaridas
carniceras, y en la aurora
pisaron con los pies del trueno la niebla enrarecida,
y tocaron las tierras y las piedras
hasta reconocerlas en la noche o la muerte.

Hoy el aire vacío ya no llora,
ya no conoce vuestros pies de arcilla,
ya olvidó vuestros cántaros que filtraban el cielo
cuando lo derramaban los cuchillos del rayo,
y el árbol poderoso fue comido
por la niebla, y cortado por la racha.
(Pablo Neruda. Canto general. Alturas de Machu Picchu)
  
   La población de Machu Picchu rondaría en su tiempo los mil habitantes, compuesta de una elite de sacerdotes, mujeres dedicadas al culto y funcionarios civiles, así como de labradores encargados de trabajar las tierras para proveerles de sustento. Habría también soldados para garantizar la seguridad de los labradores de los valles fértiles próximos a Machu Picchu, que llevaban ya siendo cultivados desde hacía más de mil años.
    Los campesinos que habitan hoy cerca de Machu Picchu mantienen un modo de vida que recuerda al de sus antepasados incas, con unos recursos económicos basados en la patata, el maíz y las llamas.
Los incas   A Machu Picchu no se puede llegar por carretera. Solo dos vías férreas lo conectan con el resto del Perú. Los visitantes actuales han de tomar un tren para acercarse a Aguas Calientes, una población moderna que hace las funciones de 'campamento base' desde donde emprender la ascensión a la montaña en cuya cumbre yace la ciudad perdida.
   En tiempos de los incas, la principal vía de acceso a Machu Picchu viniendo desde el Cuzco era una calzada que atravesaba valles y montañas, a veces por estrechas cornisas que discurrían por las paredes de los acantilados a una vertiginosa altura por encima de la cuenca del río Urubamba. Hoy este itinerario, llamado el 'Camino del Inca', sigue siendo recorrido por algunos viajeros para llegar a Machu Picchu. En su travesía de varias jornadas, que solo puede hacerse a pie, se pasa por un rosario de yacimientos arqueológicos incas de gran belleza: Llactapata, Huayllabamba, Runkurakay, Sayacmarca, Phuyupatamarca y Hiñay Huayna. En su tramo final, el camino cruza el último cresterío por una brecha llamada Intipunku (= 'Puerta del Sol'), desde la que por fin se divisa la meta de Machu Picchu.
   Pero no era este el único camino inca de acceso a la ciudad. Desde el sur llegaba otra calzada cuyos últimos kilómetros transcurren por una angosta cornisa practicada a media altura en la pared vertical de un gigantesco farallón, con un abismo a un lado de más de mil metros de caída (foto119). Parece evidente que los incas no sabían lo que era el vértigo. Ya cerca de Machu Picchu la cornisa se corta completamente en cierto punto, abriéndose de por medio el precipicio, y para salvar el abismo hay que caminar sobre un puente colgante consistente en unos tablones de madera tendidos de un lado al otro del corte. Estos tablones se podían retirar en caso de peligro de invasiones, haciendo completamente imposible el acceso a Machu Picchu por este flanco de la montaña. La visita al puente está prohibida desde que hace algunos años se produjo en este paraje un accidente mortal.
   El Estado peruano instituyó en 1981 el Santuario Histórico de Machu Picchu, con una extensión de 32.000 hectáreas, que incluye no solamente los yacimientos arqueológicos, sino que regula también los aspectos ecológicos, protegiendo grandes extensiones de bosques de la llamada 'ceja' de la selva, que comparten en un marco montañoso la rica flora y fauna de la cuenca del Amazonas.
   El entorno natural de Machu Picchu (foto085) provee de un hábitat seguro a diversas especies de animales en peligro de extinción, sobre todo el oso de anteojos, una de las ocho especies de oso que existen en el mundo y que solo vive en la región andino-amazónica de América del Sur. Otros ejemplares autóctonos son la corzuela enana, la nutria, la comadreja de cola larga, el gato de las pampas, el ocelote, la boa, el gallito de las rocas y el cóndor. La vegetación es propia de selva de montaña tropical muy húmeda, con una exuberante flora que incluye helechos arbóreos del género Cyathea, palmeras, heliconias y orquídeas.
   El lugar fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1983, con el nombre de Santuario Histórico de Machu Picchu.
  
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Alto arrecife de la aurora humana.
Besa conmigo las piedras secretas.
La plata torrencial del Urubamba
Ven a mi propio ser, al alba mía,
hasta las soledades coronadas.
El reino muerto vive todavía.

Ventana de las nieblas, paloma endurecida.
Planta nocturna, estatua de los truenos.
Cordillera esencial, techo marino.
Arquitectura de águilas perdidas.
Cúpula del silencio, patria pura.
Novia del mar, árbol de catedrales.

Machu Picchu, pusiste
piedra en la piedra, y en la base harapo?
Carbón sobre carbón, y en el fondo lágrima?
Fuego en el oro, y en él, temblando el rojo
goterón de la sangre?
(Pablo Neruda. Canto general. Alturas de Machu Picchu)
  
  
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LOS INCAS
El eclipse de una civilización
 
Bibliografía consultada:
   
- Cáceres Macedo, Justo. Culturas prehispánicas del Perú (Grimanesa Enriquez Lovatón, Lima, 2009)
- De las Casas, Bartolomé. Brevísima relación de la destrucción de las Indias (Fontamara, México D.F., 1989)
- Galeano, Eduardo. Las venas abiertas de América Latina (Siglo XXI Editores, Madrid, 1990)
- Neruda, Pablo. Canto general (Bruguera, Barcelona, 1980)
- UNESCO. El Patrimonio Mundial (Ediciones San Marcos)
- V.V.A.A. América Antigua. Civilizaciones precolombinas (Vol. II. Folio / Ediciones del Prado, Madrid, 1992)
- V.V.A.A. Arqueología de las ciudades perdidas (Vol. 8. América precolombina. Salvat de Ediciones, Pamplona, 1989)
  
  
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