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  VERRACOS
  Arte escultórico de los celtas
Verracos
  
   ¿Q
ué sabemos de los celtas que habitaron en España? ¿Qué conocemos de su cultura? Apenas unas vagas referencias, unas ruinas perdidas aquí y allá. Y, sin embargo, a poco que indaguemos en el tema, descubriremos que existe al alcance de nuestros ojos un abundante e insustituible muestrario del arte escultórico céltico: los llamados 'verracos', esos animales de piedra que desde hace más de dos mil años aguardan nuestra visita en remotos parajes de la meseta castellana, obras únicas que, debido a su estado actual de dispersión, se hallan insuficientemente valoradas por parte del gran público.
   Para ayudar al interesado a formarse una visión de conjunto, presentamos aquí una antología fotográfica de esculturas de verracos vettones de Ávila y Salamanca, incluidos algunos soberbios ejemplares muy poco conocidos.
   50 fotografías on line
Indice de textos
Introducción
Emplazamiento
Breve historia
La cultura de los castros y los verracos
    Los castros. Ciudades amuralladas
    Los verracos. Un zoo de granito
    Valoración de su calidad artística
  
Una selección de verracos
    Toros de Guisando
    Verraco gigante de Villanueva del Campillo
    Verraco del Lazarillo de Tormes
Bibliografía
  
Indices de fotos
Indice 1   Ávila. Narrillos de San Leonardo. Tornadizos. Mingorría. Las Cogotas. El Oso
Indice 2   Sta María del Arroyo. Solosancho. Villaviciosa. Chamartín. Mesa de Miranda. Riofrío
Indice 3   Toros de Guisando. Villatoro. Villanueva del Campillo
Indice 4   Villanueva del Campillo. El Raso. Salamanca. Ávila. Vicolozano. Aldea del Rey Niño
Indice 5   San Miguel de Serrezuela. Ciudad Rodrigo. Sotalvo


  
  
   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...

                                                                             (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)




   Vi grandes animales de piedra, esculpidos en duro granito por anónimos artistas que habitaron en la Península Ibérica siglos antes de Cristo.
   Los animales representaban toros y cerdos, pero su significado y función habían llegado a olvidarse con el paso de los milenios. Se decía que tenían poderes mágicos y se erigían para proteger los ganados.
   Vi decenas de estas estatuas desperdigadas por remotos pueblos y aldeas distantes entre sí, algunas perdidas por los campos, de la meseta castellana.
   Eran los raros vestigios de tribus de pastores y guerreros de origen céltico que vivieron en castros fortificados en lo alto de colinas: los vettones. Obras llenas de fuerza y belleza, realizadas por unos pueblos que no conocían la escritura.
   Vi los llamados ‘verracos’, la más genuina expresión del arte escultórico de los celtas de la Hispania antigua.
  
  

 
 
1.  Introducción
 
   'Verracos' es la palabra comúnmente adoptada para designar las esculturas zoomorfas de origen céltico que, realizadas siglos antes de Cristo, se hallan dispersas por distintos puntos de la Península Ibérica, con especial densidad en la Meseta castellana. Estas estatuas de piedra representan en general a toros y cerdos, y fueron esculpidas por consumados aunque anónimos artistas de los pueblos que habitaban la zona, en particular de los conocidos como 'vettones'. 
   Los vettones eran uno de los pueblos de procedencia celta, contemporáneos de los iberos, que habitaron la Península en la época prerromana. Ocuparon principalmente los territorios en torno al Sistema Central, coincidentes con las actuales provincias españolas de Ávila y buena parte de Salamanca, Zamora, Cáceres, así como con el Portugal septentrional. Toros de Guisando 
   De los escasos restos que han llegado hasta nuestros días de esta pequeña civilización autóctona, a medio salir de las nieblas de la prehistoria, en el día de hoy podemos admirar aún las desoladas ruinas de los castros o ciudades fortificadas con murallas en lo alto de lomas, rodeados de agrestes paisajes no muy diferentes de los que habría en la antigüedad, y, en el terreno de la escultura, las hermosas estatuas monolíticas de los verracos vettones, asociados a los castros, aleatoriamente esparcidas por distintas y distantes localidades de la meseta castellano-leonesa. Animales en piedra de finalidad controvertida y cronología imprecisa, que –al haber sido objeto de múltiples traslados en el transcurso de los siglos– carecen en su mayoría de un contexto arqueológico que permita su datación. 
   La presente exposición de fotografías quiere ser una modesta aportación que contribuya a paliar de algún modo la visión fragmentaria e incompleta que aún se tiene sobre el arte celta mesetario, a nuestro juicio insuficientemente valorado, pese a constituir un relevante capítulo de la historia del arte en España. Poder contemplar en conjunto estas obras físicamente alejadas entre sí ayudará a captar con más nitidez su singularidad, belleza y variedad de formas. Mostraremos también imágenes de los castros de donde provienen gran número de los verracos, a fin de que el espectador pueda situar mentalmente estas esculturas en el contexto de sus escenarios originales. 
   Exhibiremos por último algunas fotografías de verracos que, pese a los pasos que se están dando por parte de las instituciones hacia la revalorización de la cultura vettona, son todavía muy poco conocidos, al hallarse ubicados en apartadas aldeas. 
  
   Indice de textos 

 
 
2.  Emplazamiento
 
   Las fotografías de verracos mostradas en esta exposición no constituyen sino una pequeña selección, sin ánimo exhaustivo, de imágenes de los casi cuatrocientos verracos de piedra conocidos que se hallan diseminados por distintas ciudades, aldeas y pueblos de las antiguas tierras de los vettones, principalmente en la provincia de Ávila, y en concreto en las siguientes poblaciones: 
   Ávila capital 
   Narrillos de San Leonardo 
   Tornadizos de Ávila 
   Mingorría 
   El Oso 
   Santa María del Arroyo 
   Solosancho 
   Villaviciosa 
   Chamartín de la Sierra 
   Riofrío 
   Toros de Guisando 
   Villatoro 
   Villanueva del Campillo 
   Vicolozano 
   Aldea del Rey Niño
   San Miguel de Serrezuela
  
   Con el fin de contextualizar mejor la cultura de los verracos en sus paisajes naturales, se exhiben también fotografías de las ruinas de los oppida o castros célticos donde habitaban los vettones y de donde provienen gran número de estos animales en piedra: 
   Castro de Las Cogotas 
   Castro de Ulaca 
   Castro de la Mesa de Miranda 
   Castro de El Raso de Candeleda 
 
   Finalmente, la colección de fotos se completa con una pequeña muestra de los verracos conservados en Salamanca capital, entre ellos el famoso toro de piedra del Lazarillo de Tormes. 
 
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3.  Breve historia
 
   En el transcurso de varios siglos, entre el 950 y el 600 a C, se produjeron migraciones graduales y pacíficas de grupos humanos protoceltas hacia la Península Ibérica, y después de indoeuropeos aglutinados bajo el nombre de 'celtas'. No se sabe con certeza los motivos que impulsaron estos desplazamientos de población, pero se ha aventurado que buscaban los yacimientos salinos del valle del Ebro. En la Península se toparon con pueblos indígenas a los que pronto dominaron, en razón a su preponderancia militar, pero a su vez fueron absorbidos con posterioridad por la población autóctona, muy superior en número de habitantes. 
   Los celtas son el primer pueblo prehistórico que salió del anonimato en los territorios europeos al norte de los Alpes. Predominaron en gran parte de Europa, desde Irlanda hasta los Balcanes e incluso hasta Anatolia. Aunque nunca formaron un grupo étnico unificado, ni crearon un gran imperio, pues siempre estuvieron divididos en un sinfín de tribus con diferentes dialectos, adquirieron gran potencia política y militar, y se convirtieron en un decisivo motor de desarrollo en las civilizaciones europeas. 
   La mayor parte de los grupos protoceltas e indoeuropeos practicaban la incineración. La llamada cultura de los Campos de Urnas se difundió hacia el año 1000 a C por toda la Galia y penetró poco a poco en la Península Ibérica entre el 950 y 700 a C, probablemente por los puertos de montaña del Pirineo central. Eran grupos poco numerosos, que construyeron poblados de cabañas de madera y paja en pequeñas alturas cercanas a manantiales y ríos, sobre todo en Cataluña, Levante y el valle del Ebro. Conocían la técnica de fundición del hierro. Cultivaban trigo y cebada, e introdujeron el mijo. Fabricaban cerveza y vino. Practicaban el pastoreo y la cría de ganado vacuno, caballar y porcino, así como el comercio. La posesión de caballos y de armas de metal otorgó a los celtas una superioridad militar sobre las poblaciones autóctonas, constituyéndose en una fuerza hegemónica. 
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Cultura de Hallstatt
  
   La presión ejercida por los escitas en el siglo VIII a C obligó a los pueblos tracio-cimerios del sur de Rusia y Ucrania a emigrar remontando el Danubio, hasta llegar a Hungría y Baviera, desplazando a las poblaciones 'celtas' de la zona. Estos emigrantes, en contacto con los orientales, dieron origen a la cultura de Hallstatt, así llamada por el nombre de un poblado de Austria representativo de esta época. Eran de lengua indoeuropea. Introdujeron el uso intensivo del hierro y técnicas de doma y monta de caballos. La casta de los guerreros adquirió poder, y se han hallado enterramientos de jefes y miembros de la oligarquía dominante con ricos ajuares funerarios, que hacia el 600 a C incluyen lujosos carros de combate de dos y cuatro ruedas. Tuvieron intercambios comerciales con etruscos y griegos. 
   Hacia el 600 a C la práctica de la incineración se había generalizado y había penetrado con cierta rapidez en sucesivas oleadas entre los pueblos de cultura neolítica tardía del oeste, centro y norte de la Península Ibérica. Los poblados de esta época se componían, como los protoceltas, de cabañas de madera de forma circular con una sola cámara y una puerta de acceso. El techo era una cúpula de ramaje y paja. Esta tipología constructiva fue pronto sustituida por cabañas de piedra de planta rectangular, con una sola puerta y techo de ramaje plano, a semejanza de las ya existentes en el país. La ubicación de los asentamientos en lugares planos o de poca altura permite deducir la inexistencia de necesidades defensivas en esta época. Pese a la progresiva introducción de la técnica de fundido de hierro, las armas (espadas, hachas) y utensilios eran aún mayoritariamente de bronce. Además de diestros jinetes, los celtas eran aficionados a la caza y a la monta como diversión, a la música, a la danza, y a diversas formas de literatura de transmisión oral. 
   Entre las heterogéneas poblaciones celtas asentadas en la Península Ibérica podemos citar a los berones y pelendones (establecidos hacia el 700 a C), los sefes, lugones y vettones (llegados hacia el 600 a C), y los belgas o galos (hacia el 500 a C). La última oleada de emigrantes celtas del periodo hallstáttico se trasladó hacia la Meseta Castellana, Galicia, León y Asturias. La mayor parte de la población autóctona neolítica se mezcló con los celtas o bien se asimiló a ellos culturalmente (no siempre lingüísticamente), produciéndose la fusión entre ambos grupos étnicos. 
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Cultura de La Tène
  
  
La segunda fase de la Edad del Hierro comprende entre el 500 y el 200 a C, y es conocida como cultura de La Tène (nombre de un sitio arqueológico en Suiza), que se caracteriza por una mayor unidad racial, cultural y religiosa, con hegemonía en la Europa central. La civilización celta alcanzó su cénit en este periodo. La casta de los druidas o sacerdotes ganó cada vez mayor poder y mantuvo viva una religión de marcado carácter panteísta, entroncada con la naturaleza y basada en ritos mágicos y adivinatorios. Las artes aplicadas y la artesanía alcanzaron niveles de virtuosismo, con la incorporación de figuras zoomorfas, vegetales y máscaras en la decoración de calderos, recipientes, espejos y otros artefactos. 
   Nuevos pueblos indoeuropeos, los galos, entraron en la Península hacia el 500 a C, y trajeron con ellos la más avanzada cultura de La Tène, aunque no llegaron a desplazar totalmente la cultura hallstáttica. Atravesaron una vez más los pasos pirenaicos y se establecieron en las comarcas no ocupadas por los iberos, aunque en contacto con ellos. Cabe distinguir tres grupos principales en los asentamientos celtas en España: 
   1) los célticos, en torno a la Cordillera Ibérica; su centro más representativo sería Numancia, en la actual provincia de Soria, ciudad de la que proviene casi toda la información de que disponemos sobre el periodo; 
   2) los celtas de la Meseta, en Ávila, Salamanca, Zamora, Burgos, Palencia, Valladolid, etc; 
   3) los grupos del norte del valle del Duero, en Coaña (Asturias), Santa Tecla (Pontevedra) y Briteiros (Portugal). 
   Los celtas galos del periodo La Tène elaboraban carne en salazón, sobre todo de cerdo. Tejían lana, curtían pieles y trabajaban el cuero. Hacían tapices, bordados, esmaltes. Fabricaban herramientas de metal y piezas de alfarería (ya con uso de torno). Empleaban un arado de dos ruedas en las faenas agrícolas. Bebían vino, hidromiel, cerveza y sidra, y el pan era alimento básico. Dado el predominio de bosques de robles, conectados con la religión druídica, tomó impulso la crianza de cerdos, y la caza de jabalíes o verracos como diversión popular. 
   Usaban espadas largas, escudos de cuero, arcos, flechas, hondas y lanzas con puntas de hierro, así como carros de combate. También portaban cuchillos, cascos, rodilleras y cotas de malla. Disponían de unidades de infantería y caballería perfectamente adiestradas para la guerra. 
   Las distintas poblaciones competían entre sí por el dominio, y algunas estaban regidas por un soberano. Algunos reyes, sin embargo, eran electos, y el poder de la aristocracia tendió a incrementarse. 
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   Los rituales religiosos se fueron haciendo más complejos: se adoraba a los animales cobrados en cacerías, y también a los domésticos y de pastoreo (caballo, toro, asno, carnero...), a árboles, bosques y frutos, a divinidades femeninas campestres, a la fertilidad de las plantas, a los dioses del comercio, la música, la guerra, el mar, los ríos y las fuentes. Rendían culto a las armas. Creían en otra vida después de la muerte. Se afirma que algunos de sus ritos incluían sacrificios humanos. 
   Los druidas eran reclutados entre los clanes guerreros, pero tenían un rango más elevado. Se encargaban de los rituales y ceremonias religiosas, de los sacrificios, y de la educación de los jóvenes de la nobleza. El druidismo resistió con fuerza a la romanización, y fue por ello especialmente perseguido. Julio César, en De bello Gallico, describe los sitios sagrados celtas, las arboledas y bosques de árboles sagrados. Habla también de los dioses celtas, entre los que destaca a Mercurio como el principal, siguiendo la costumbre romana de asimilar los dioses bárbaros asignándoles los nombres y atributos propios de los dioses clásicos grecolatinos. 
   Por otras fuentes clásicas se sabe que los celtas adoraban a una multitud de dioses (se han registrado más de cuatrocientos), siendo la mayoría pequeñas deidades de carácter local, con culto limitado a una pequeña región, y de las que no quedan sino referencias sueltas. Hay que admitir de todos modos que el conocimiento actual de la religión druídica de los celtas sigue estando sumido, a falta de testimonios literarios o epigráficos, en las brumas del misterio.  
   La vivienda típica de los celtas de esta época se hizo más sofisticada, llegando a disponer de tres habitaciones: vestíbulo, cocina y dormitorio, con un almacén bajo el suelo a modo de despensa. La sociedad se basaba en la familia patriarcal, reunidos los diferentes clanes familiares en estamentos superiores. 
   Coincidiendo con las migraciones celtas, se había desarrollado paralelamente una avanzada cultura de orígenes orientales en el Levante y sur de España: la de los iberos, que convivió en vecindad con los pobladores celtas hasta terminar por fusionarse parcialmente dando lugar a los celtíberos. 
   Desde mediados del siglo I a C el mundo celta quedó atrapado entre dos fuerzas hostiles: el Imperio Romano, que extendía sus fronteras al Rin y al Danubio, y las tribus germánicas, que empujaban hacia el sur, por lo que fue perdiendo su hegemonía en la zona. La tradición céltica sobrevivió con cierta fuerza en Bretaña e Irlanda, y también en la Península Ibérica, donde no llegó a diluirse del todo con la romanización, manteniendo su influencia cultural en ciertos ámbitos hasta bien entrada la Edad Media. 
  
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4.  La cultura de los castros y los verracos
 
   En general, la cultura celta era mucho más primitiva que la de los iberos y restantes pueblos mediterráneos, aunque pudieron dominar a las poblaciones indígenas peninsulares, por estar éstas aún más atrasadas, inmersas en una fase cultural que podríamos calificar como del neolítico tardío (Edades del Cobre y del Bronce). 
   Los celtas (llamados así por los escritores griegos –keltoi– y romanos) eran pueblos de agricultores y ganaderos que dominaban las técnicas de fundición del hierro. Su economía era básicamente pastoril, que completaban con el cultivo de cereales y productos hortícolas. No hay evidencia de que conocieran la escritura. La acuñación de moneda era muy escasa. La arquitectura, urbanismo y artes industriales eran todavía rudimentarias, pero los celtas alcanzaron grados de excelencia en la forja de armas metálicas, en la cerámica, y en la fabricación de adornos y joyería de metal, caracterizados por sus elaborados motivos geométricos. Sus armas y joyas estaban excepcionalmente bien realizadas, y destacan sus brazaletes y torques de oro, siendo maestros en técnicas tan complejas como el damasquinado. 
   Como todos los pueblos celtas, los vettones eran afamados como valientes guerreros. Lucharon contra los cartagineses comandados por Aníbal, y luego contra los romanos. Los escritores clásicos han relatado anécdotas significativas sobre su aguerrido carácter, como, por ejemplo, el considerar que un hombre debería estar siempre combatiendo, salvo las horas que necesitaba para dormir. Una vez dominados por Roma, los vettones formaron escuadrones de caballería en los ejércitos romanos. 
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Los castros. Ciudades amuralladas

  
   Los principales restos de los vettones se hallan en sus 'castros', auténticas ciudadelas fortificadas con murallas y fosos, en cada una de las cuales vivían entre 500 y 2.000 personas como máximo. Los castros o poblados celtas de la Meseta estaban erigidos en cerros, colinas y altozanos de fácil defensa, y resguardados por grandes recintos amurallados con fortificaciones dobles e incluso triples, que aprovechaban los obstáculos del terreno y las defensas naturales creadas por acantilados y riscos verticales para reforzar la protección de sus ciudades. Añadían también a este fin torres defensivas, fosos y 'campos de piedras hincadas', es decir, terrenos obstruidos por rocas deliberadamente clavadas en el suelo para dificultar los ataques de carros o caballería. Por su posición estratégica, desde los castros se controlaban los territorios circundantes. 
   Siempre elevados en las cercanías de manantiales o arroyos para surtir de agua a la población, la economía de los castros estaba orientada hacia el aprovechamiento de los recursos ganaderos. El modelo de ocupación de los poblados revela una jerarquía de los asentamientos determinada por el control de los pastizales. La trashumancia local predominaba, en detrimento de la agricultura, que era de mera subsistencia. 
   Las viviendas intramuros, por lo general de planta rectangular y en ocasiones (como en el castro de El Raso) distribuidas por calles, estaban construidas a base de tabiques de adobe sobre muros de basamento de mampuesto, el conjunto cubierto por un tejado de ramajes y tierra, y sostenido a veces por postes de madera. Tenían una o varias habitaciones, pero siempre disponían de un hogar central en la cámara principal. No obstante, en el noroeste (Galicia, Asturias, norte de Portugal), la civilización céltica permaneció virtualmente inalterada por parte de las culturas nativas a las que se impuso, y las casas continuaron siendo de planta circular, como puede observarse en las ruinas de los castros de Coaña y Santa Tecla. Aquí los difuntos seguían siendo enterrados bajo el suelo de las mismas viviendas, en una reminiscencia de las culturas prehistóricas de Los Millares y El Argar. Este tipo de habitaciones redondas y con cúpula cónica de paja entrelazada con retamas se mantuvo en la época medieval e incluso ha sobrevivido hasta nuestros días bajo el nombre de 'pallozas', si bien sólo en zonas remotas (como la sierra de Ancares, o el Cebreiro, en la provincia de Lugo). 
   Hacia finales del siglo II a C se inicia un proceso de abandono de los castros, que, a juzgar por la escasez de restos romanos encontrados en sus recintos, no llegaron a ser absorbidos plenamente por la romanización. Este fenómeno explicaría el desarrollo a mediados del siglo I a C de la zona que hoy ocupa Ávila, en un promontorio a orillas del río Adaja, área en la que se detecta un incremento de la población, sobre todo de los núcleos rurales en zonas llanas y próximas a la vega. Estos asentamientos dependerían de la ciudad romana, lo que denota un cambio en el modelo de poblamiento con respecto a los viejos castros indígenas. 
   Las necrópolis son yacimientos clave para la investigación de la sociedad celta de la época. Los difuntos eran incinerados, y las cenizas de los cadáveres guardadas en urnas, por lo general de cerámica. Éstas eran enterradas junto con ajuares funerarios a base de armas y adornos en un campo extramuros del pueblo, alineadas en calles rectilíneas, marcando con una estela de piedra cada sepultura. La disposición general de las necrópolis revela la existencia de grupos sociales diferenciados y jerarquizados, en cuya cúspide se situaría una élite de guerreros. A veces las tumbas se agrupaban por familias y se coronaban con túmulos circulares de mampostería, como es el caso de La Osera (en el castro de la Mesa de Miranda, Ávila). 
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Los verracos. Un zoo de granito

  
   En cuanto a la escultura, las realizaciones más conocidas de los celtas de la Meseta son las grandes estatuas que representan animales, como toros y cerdos, esculpidas en la dura piedra de granito gris abundante en toda la región. Aunque de formas algo toscas y estilizadas, el agudo sentido de la observación de sus autores logró reflejar con bastante fidelidad las formas anatómicas de los distintos cuadrúpedos en diversas posturas, de modo que hoy en día, a pesar de los graves daños ocasionados por la erosión y el maltrato de siglos, aún es fácil identificar en la mayoría de los casos la especie animal retratada por las particularidades de su morfología. 
Verraco de Chamartín de la Sierra  
  Aunque 'verraco' en el diccionario designa literalmente a un 'cerdo padre que se echa a la puerca para la generación', se ha convenido otra acepción más específica en el campo de la arqueología para la palabra verracos: hace referencia a todas las estatuas zoomorfas en piedra de la Edad de Hierro, que se encuentran en la Península Ibérica desde los Montes de Toledo hasta Vizcaya y desde el Guadarrama hasta Portugal, independientemente de que representen animales porcinos o bovinos. En este estudio usaremos también el término 'verracos' de forma indistinta para referirnos a estas esculturas celtas, tanto si son cerdos como si son toros. 
   Los verracos se hallan irregularmente diseminados por un área que se corresponde con los antiguos territorios de las poblaciones célticas de los vettones, vacceos y carpetanos, en las actuales provincias de Ávila, Segovia, Salamanca, Zamora, Cáceres y Toledo, llegando hasta las comarcas portuguesas de Trás os Montes y Beira Alta.
    
   Los arqueólogos no se han puesto aún de acuerdo sobre la función y significado de estas estatuas, habiendo apuntado varias teorías: 
   1) Las estatuas eran elementos atropopaicos (según J. Cabré), es decir, tenían carácter mágico-protector y velaban por la suerte de los ganados. Se levantaban en los campos como guardianes y defensores de las reses y rebaños, para preservarlos de los influjos maléficos. 
   2) Dada la envergadura de algunos ejemplares, que los hace visibles desde lejos, es posible que sirviesen para delimitar los pastizales, para marcar las rutas trashumantes, o como mojones fronterizos entre territorios. Álvarez Sanchís ha relacionado los verracos del valle Amblés con el control social de las áreas de explotación ganadera, al localizarse en terrenos de pastos de invierno, de exclusivo aprovechamiento estacional y críticos en términos de subsistencia. Los verracos de esta zona estarían estratégicamente ubicados para señalar y sacralizar zonas susceptibles de explotación. 
   3) La presencia de verracos de tipo bóvido dentro o cerca de las necrópolis parece conferirles un carácter funerario. Se han localizado en la provincia de Ávila verracos tardíos, de época celtibérica o romana, que son de pequeño tamaño y se componen de dos piezas: una cista o urna cuadrangular de piedra para depositar cenizas, y el verraco propiamente dicho que forma la tapadera de la cista. Algunos de estos verracos portan sobre el cuerpo inscripciones incisas en latín. Se cree se trata de manifestaciones de la pervivencia en época romana de tradiciones y usos celtas. 
   4) Otros autores rechazan la hipótesis del carácter funerario de los verracos, y reivindican la idea de que se trataría de símbolos de fecundidad, o esculturas propiciatorias de la fertilidad en animales y hombres (Bosch Gimpera). Esto podría explicar el que en algunas ocasiones aparezcan juntos machos y hembras, o que sean encontrados en corrales o espacios para el ganado. 
   5) No puede descartarse la posibilidad de la zoolatría, teniendo en cuenta el marcado trasfondo panteísta de las creencias célticas. Los verracos serían imágenes de culto, instaladas en espacios adecuados, en las que se adoraba a animales sagrados o a divinidades indígenas (López Monteagudo, Blázquez, Fernando Fernández). Tal podría ser el caso del verraco del castro de Castelar, instalado en el centro de un círculo de piedra de 3 m de diámetro, o de los verraquillos del castro de Santa Lucía (ambos castros situados en Portugal), y también el caso del grupo escultórico de los Toros de Guisando.
   6) Los verracos, finalmente, podrían ser exvotos ofrecidos a divinidades. Antonio Blanco Freijeiro apunta que estos zoomorfos nunca alcanzaron la categoría de deidades. Serían más bien animales de sacrificio destinados a aplacar a los dioses de los difuntos.
   Es probable que las funciones de los verracos cambiaran con el tiempo, habiendo de distinguirse los esculpidos en la época prerromana de los de la época bajo dominación romana.
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Verracos   Sea como fuere, hay que admitir que la gran mayoría de las estatuas zoomorfas de los vettones halladas en Ávila representan cuadrúpedos de la familia bóvida, en concreto toros y novillos. Las representaciones claras de cerdos son más escasas, aunque por extensión hayan terminado por designar a todos los 'verracos'. Las actividades agropecuarias de los vettones incluían la crianza de ganado porcino y bovino, por lo que no es de extrañar la importancia que tenían estas bestias en la vida de los antiguos pobladores de esta región, cuya riqueza en pastos hace que incluso hoy en día la ganadería siga siendo un sector esencial de la economía de la provincia, hecho que se hace evidente a simple vista con sólo recorrer las vegas y sierras abulenses y comprobar la nutrida cabaña de toros, bueyes y vacas que pastan a sus anchas por los campos. 
   Por otro lado hay que recordar la fuerte carga simbólica que tenía la iconografía del toro en la antigüedad europea, sobre todo en el ámbito del Mediterráneo. Bastará para corroborarlo una somera enumeración de ejemplos: los uros prehistóricos pintados en las cuevas, o tallados en huesos; los 'santuarios' decorados con cabezas de toros del poblado neolítico de Çatal Hüyük, en la Anatolia; las tiaras con cornamentas simbolizando las deidades mesopotámicas y pérsicas; el buey Apis de la teogonía egipcia; el mito de Teseo y el Minotauro, así como los juegos taurinos de la Creta minoica; el rapto de Europa por Zeus metamorfoseado en un toro blanco; el sacrificio del toro por el dios Mitra... Los faraones egipcios revalidaban en la fiesta 'sed' su condición de soberanos, mediante una ceremonia en la que el monarca corría junto a un toro Apis, en un ritual de regeneración por el que recobraba la energía y el vigor necesarios para seguir gobernando el país del Nilo. En el mundo preclásico y clásico, el toro era símbolo de poder, de fuerza, de fecundidad. 
   Los celtas de la Meseta no fueron excepción en esta fascinación general por la figura del toro. Es significativo que su estatuaria carezca por completo de esculturas antropomorfas (a diferencia de sus coetáneos los iberos), y se centre exclusivamente en motivos zoológicos. 
   Si bien las formas de los verracos son algo esquemáticas, en la mayoría de los casos se pueden discernir con seguridad los distintos detalles anatómicos del animal: la testa y cuello, el lomo protuberante, la gran papada con sus pliegues, las pezuñas y articulaciones de las extremidades, los testículos, la cola recogida en curva sobre un cuarto trasero. Por lo común son representados de pie sobre un pedestal prismático que sirve de plataforma base para la estatua y con la que forma un todo monolítico. En el espacio comprendido entre el vientre, las patas delanteras, las traseras, y la losa de base se circunscribe un hueco rectangular característico. Las dos extremidades delanteras van unidas formando un solo bloque, e igual sucede con el par de patas traseras; estos dos bloques suelen a su vez estar reforzados por sendos prismas suplementarios adosados para hacerlos más resistentes al peso de la masa pétrea del animal. El pellejo que cuelga en la parte central del vientre del toro suele servir a veces como tercer punto de apoyo sobre el pedestal.
   En la cabeza del verraco se abren en ocasiones dos orificios que suelen malinterpretarse como 'los ojos' del animal. En realidad, se trataría de agujeros destinados a acoplar en ellos los cuernos del toro. Estos cuernos podrían ser naturales, extirpados de animales astados de carne y hueso, lo que explicaría el que no se hayan encontrado rastros de cornamentas en ningún verraco, a causa de la descomposición de su materia orgánica. No cuesta mucho imaginarse el majestuoso porte que mostrarían estos cornúpetas de piedra, luciendo hermosas astas, recortándose en pie contra el cielo, vigilantes, sobre altillos dominando los feraces pastizales. 
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Valoración de su calidad artística

  
   Pese a las dificultades que para la correcta apreciación de estas obras escultóricas de los vettones entrañan los estragos ocasionados por más de dos mil años de erosión y descuido, sumado a la diáspora sufrida por la mayoría de las piezas, hemos de llamar la atención sobre la alta calidad estética y la gran diversidad de soluciones iconográficas desplegada por sus artífices a la hora de reproducir en piedra los animales. 
Verracos   Entre los casi cuatrocientos verracos hasta hoy conocidos, se puede asegurar que no hay dos iguales, variando los distintos ejemplares en cuanto a especie, tamaño, formas y posturas. No es fácil valorar estas cualidades con la mera contemplación de uno o varios verracos aislados, estando como están la mayoría fuera de contexto, desperdigados por museos, pueblos y aldeas, fragmentados y desgastados además por milenios de intemperie, hasta el punto de confundirse en no pocos casos con simples rocas informes. En el estado actual de cosas, se hace indispensable un esfuerzo por parte del interesado para recorrer sistemáticamente las pedregosas tierras castellano-leonesas donde habitaron los vettones, localizar los verracos, algunos perdidos en mitad de labrantíos, y poder formarse así una visión de conjunto sobre la excelencia artística y riqueza arqueológica que encierra esta faceta insuficientemente estudiada del arte prerromano hispano. La gracia de líneas y volúmenes, el movimiento, el realismo en las proporciones y detalles, la sutileza y precisión al reflejar la musculatura, la sensación de fuerza y potencia que transmiten, hacen de cada uno de estos monolitos una joya rara e irrepetible, y en su conjunto un auténtico bestiario en piedra que todavía puede darnos mucha información sobre los celtas. 
   En este sentido, contrasta el relativamente escaso interés que se presta a la escultura céltica con respecto a la escultura ibérica contemporánea, cuyas mejores piezas se custodian en museos con todos los honores. Por poner un ejemplo: en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, donde podemos admirar las Damas de Elche y de Baza, amén de un gran número de estatuillas oferentes y otras esculturas y obras de arte iberas, de los verracos celtas apenas podemos contemplar sino uno muy erosionado de tamaño pequeño (procedente de Las Cogotas), mientras que el más grande de los verracos hasta hoy conocidos yacía hasta hace poco por tierra y olvidado en un remoto paraje a la intemperie en la Sierra de Ávila. 
   Dada la descontextualización arqueológica provocada por el continuo traslado de los verracos a puntos geográficos distintos de sus lugares de origen, movilidad que se ha producido a lo largo de la historia (para reaprovechar las estatuas con propósitos suntuarios, como elementos decorativos en patios, pórticos y escalinatas de palacios), la cronología de estas esculturas se hace muy imprecisa. Las fechas aventuradas por los especialistas para su datación abarcan el dilatado lapso que va desde finales del siglo V a C hasta entrado el siglo III d C, ya en pleno Imperio Romano. Es por ello esencial la investigación arqueológica de los escasos ejemplares de verracos que aún parecen hallarse in situ, como sería el caso de los dos verracos de Villanueva del Campillo (uno de ellos de dimensiones colosales), complementada con la prospección de los terrenos circundantes, que podría arrojar nuevas luces sobre este tema. Esta labor de investigación ha sido ya puesta en marcha por la Junta de Castilla y León y la Diputación de Ávila, que ha restaurando ambos verracos y los ha relevantado en el pueblo vecino. 
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Exposicion VETTONIA 
Exposiciones sobre los vettones 
  
   Por iniciativa de la Diputación Provincial de Ávila se organizó a principios de 2002 en la capital abulense una gran exposición internacional titulada 'Celtas y Vettones', en la que, por vez primera en España, se ofreció al público una panorámica general de la cultura de los pueblos célticos, con especial atención a los de Hispania y, en concreto, a los vettones que ocupaban las actuales tierras de Ávila. La exposición describía los orígenes y extensión de estos pueblos, sus creencias y 'tesoros', su expansión y contiendas bélicas, su vida cotidiana, sus conocimientos intelectuales y su expresión artística, a través de más de 350 piezas cedidas por cerca de cincuenta museos de España y Europa. 
   Asimismo, la Diputación emprendió el programa Interreg de recuperación y acondicionamiento de los vestigios celtas y vettones repartidos por la provincia de Ávila, y que en un futuro pueden convertirse en zonas de interés para visitas arqueoturísticas.
   Del 2 de diciembre de 2005 al 8 de mayo de 2006 se celebró en Ávila, en el magnífico marco gótico-renacentista del Torreón de los Guzmanes, la exposición 'Vettonia. Cultura y Naturaleza'. A lo largo de doce salas se mostró al público una panorámica completa de la cultura vettona, examinando aspectos como la arquitectura y urbanismo de los castros, los rituales funerarios, los recursos agrícolas, ganaderos, industriales y de cantería de los vettones, y exhibiendo piezas de orfebrería, cerámica y escultura, como el soberbio toro de piedra de San Miguel de Serrezuela –el segundo más grande de los verracos conocidos (fotos 49 y 50)–, que se conserva permanentemente en este palacio. Paralelamente se organizaron rutas de visitas arqueológicas a los castros de Las Cogotas, la Mesa de Miranda, Ulaca, El Raso, y a los Toros de Guisando.

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5.  Una selección de verracos
 
   Ofrecemos a continuación una serie de breves reseñas sobre cada uno de los verracos mostrados fotográficamente en nuestra exposición:
  

Ávila
  
   En la provincia de Ávila hay más de un centenar de verracos atribuidos a los vettones, dispersos por diversos pueblos y aldeas, habiendo sido más de la mitad de ellos trasladados a la capital en distintos momentos de la historia. 
   Varios de los verracos de Ávila han sido rescatados de la Muralla de la ciudad, donde habían sido reaprovechados en época medieval como relleno para la construcción del recinto defensivo. Todavía pueden hoy verse, empotrados en la muralla, abundantes elementos de épocas anteriores, como sepulcros, cistas y lápidas romanas con inscripciones. 
   De los 58 verracos existentes en la ciudad de Ávila, 13 proceden de Tornadizos de Ávila, 3 de Bernuy Salinero (lugar donde se halla también un dolmen de corredor con túmulo de la época megalítica, en el paraje llamado Campo de las Cruces, de donde proviene un verraco), 3 del castro de Las Cogotas, 8 de la dehesa de Guterreño, y otros de Bascarrabal, Chamartín de la Sierra, San Miguel de Serrezuela, Muñogalindo y Vicolozano

- Verraco del Alcázar
   (Fotos 01 y 02
    Así como la mayoría de verracos abulenses están instalados en el interior de edificios públicos y privados (Palacio Episcopal, Escuela de Arquitectura, Parador Nacional, Agencia Tributaria, etc.) o custodiados en museos, hay uno a la vista del público en la plaza de Calvo Sotelo, Verracosdonde estuvo el Alcázar de Ávila, dentro del tramo oeste de la muralla, junto al Arco del Alcázar. 
   De tamaño bastante grande, es uno de los pocos que no dejan lugar a dudas por sus rasgos de que se trataría de una representación de cerdo macho. Procede de Cardeñosa, pueblo próximo al castro vettón de Las Cogotas. El alcalde de esta localidad intentó en 1877 vender este verraco al conde de Oñate, aduciendo que estaría mejor conservado bajo su propiedad, al tiempo que con su coste podría abonarse el jornal que se adeudaba al guardián de Las Cogotas. La venta no fue autorizada, pero el rey Alfonso XII ordenó su traslado a Ávila. 
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- Museo de Ávila
   En el Museo de Ávila, habilitado en la antigua Casa de los Deanes, se muestran en varias salas hallazgos de la cultura de los castros, procedentes de Las Cogotas, la Mesa de Miranda, El Raso y Ulaca. Se exhiben tres verracos de pequeño tamaño, uno de ellos con una inscripción conmemorativa en latín. 

- Museo-almacén de Santo Tomé
   La vecina iglesia románica de Santo Tomé el Viejo se ha acondicionado como almacén visitable, donde se van reuniendo a la vista del público piezas arqueológicas de época prerromana, romana, medieval y moderna encontradas en la zona. Entre los verracos, destacan: 
      . Verraco procedente de la Plazuela del Rollo, Ávila. 
      . Verraco hallado en el cementerio viejo, Ávila. 
      . Cinco verracos que se habían reutilizado empotrados en las murallas medievales de la ciudad y aledaños, rescatados en recientes restauraciones. 
      . Un verraco, así como piedras de molino y adobes, procedentes del castro de Las Cogotas
      . Un verraco procedente de El Fresno. 
      . Cuatro verracos con sus correspondientes cupæ o cistas de época romana, hallados en un campo en Martiherrero, en el lugar conocido como El Palomar, excavados por Martín Valls y Pérez Herrero. Una de las cistas, empotrada en una tapia, contenía restos de huesos calcinados. En la misma zona se encontró un modesto ajuar funerario, con un sestercio de bronce de tiempos del emperador Clodio Albino (acuñado en 193-195 d C), pero no se ha hallado en los alrededores ninguna población con la que relacionar el asentamiento. Uno de los verracos porta una inscripción funeraria en latín muy borrada: "Consagrado a los Manes. Titullo procuró hacer este monumento a Titillo" (Mariano Serna Martínez, 'Estudio de los verracos abulenses', en Diario de Ávila, 12 octubre 2003). 
      . Cuatro verracos más, de varias procedencias. 
   Además se almacenan otras piezas de época protohistórica: 
      . Una 'bicha' procedente de San Miguel de Serrezuela. 
      . Molinos naviformes hallados en el Cerro del Berrueco, en Medinilla. 
      . Una pieza de martinete, descubierta en El Raso

- Palacio de los Verdugo
   Toro con las patas cortadas y provisto de una gruesa papada, instalado al pie de la fachada de este palacio gótico. Descubierto en un solar de Muñogalindo. De grandes dimensiones (231 x 125 x 65 cm). 

- Parador Nacional Raimundo de Borgoña
   (Foto 03
   En el jardín interior de este palacio renacentista rehabilitado como parador se conserva un verraco de tamaño pequeño, con aspecto de novillo. 
Verracos  
- Agencia Tributaria

   Torso de verraco sin patas, encontrado junto al Arco de San Vicente, instalado en un patio privado junto a la pared de la muralla. Se hallaba bajo los cimientos de la Muralla de Ávila y podría tener una función protectora de una de las puertas de entrada a la ciudad. 
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- Campo de Golf
   (Foto 45
   Potente toro de granito, relativamente bien conservado, que se ubica en las instalaciones del Campo de Golf. 

- Cementerio musulmán
   (Foto 46
   Verraco de granito con forma de cerdo, en buen estado de conservación, descubierto el 1 de septiembre de 2003 cerca de la iglesia de San Nicolás, en unas excavaciones en la margen derecha del río Adaja. Se hallaba soterrado en el mismo lugar donde hace unos años se encontró un cementerio musulmán, que en el siglo XIX fue a su vez heredad de los marqueses de Casa Muñoz. 

- Dehesa del Pinar
   Tres toros de granito fueron descubiertos en la finca de la Serna, cercana a la capital, y trasladados a la Dehesa del Pinar, al norte de Ávila. Un cuarto zoomorfo indeterminado fue hallado en el mismo lugar y se desconoce hoy su paradero. 

   Están registrados en Ávila varios verracos hoy desaparecidos: 

- Toro de la Romarina (246 x 161 x 64 cm). Ubicado varios años en la plaza de San Vicente, tras ser reclamado por su propietario se encuentra en la actualidad en paradero desconocido. 

- Zoomorfo que estaba a mediados del siglo XIX abandonado en la Plaza de la Feria, procedente del Palacio de los Verdugo, y perteneciente a Ramón de Campomanes, poseedor del mayorazgo de los Verdugo. Actualmente desaparecido, se especula si podría ser el mismo verraco custodiado en el almacén de Santo Tomé, procedente de la Plazuela del Rollo. (Juan Ruiz-Ayúcar, 'El verraco misterioso', Diario de Ávila, 14 septiembre 2003). 
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Guterreño
  
   En distintos emplazamientos de la dehesa de Guterreño se han hallado hasta ocho toros de piedra, con dimensiones que oscilan entre los 94 y 120 cm de longitud, y entre los 42 y 90 cm de alto. 
  

 
  
Bascarrabal
  
   Cerdo grande de granito encontrado en la dehesa de Bascarrabal, en el Valle Amblés, de similares proporciones (142 x 88 x 41 cm) al recientemente descubierto en el cementerio musulmán próximo a la iglesia de San Nicolás de Ávila. Se conserva en el mismo lugar donde fue excavado. 
  

  Verracos

Narrillos de San Leonardo
(Fotos 04 y 05
  
   Hay un verraco monolítico de tamaño mediano emplazado en un porche junto a la iglesia del pueblo. Aunque muy fragmentado y deteriorado por el paso del tiempo, conserva ciertos rasgos y el perfil general de toro. Le faltan las patas delanteras y la plataforma de base. Llaman la atención los numerosos orificios de poca profundidad que perforan un costado del cuerpo. 
   
  
 
  
Vicolozano
(Foto 47
  
   Se puede ver un verraco de pequeño tamaño, tipo bóvido, colocado sobre una tapia, en la encrucijada de la carretera Ávila-Villacastín con la carretera de Brieva. 
   
  

  Verracos

Tornadizos de Ávila
(Fotos 06 y 07)
    
   De este pueblo cercano a Ávila son originarios gran número de los verracos trasladados en distintas épocas a la capital. Instalado sobre una fuente pública en una plaza, se mantiene un torso de verraco de tamaño mediano y más bien grueso de cuerpo. Muy desgastado, sin cabeza ni patas, su grado de deterioro le hace semejar una simple roca, siendo difícil discernir si se trata de un toro o un cerdo. 
   Existen al sur, en la dehesa de La Alameda Alta, otros verracos clavados en tierra. 
  

  Verracos

Mingorría
(Fotos 08 y 09

   Verraco con perfil tirando a cerdo, instalado a media ladera de una colina coronada por una ermita, en las afueras del pueblo. De tamaño mediano, se conserva muy entero, con su plataforma de base.
   Tiene un orificio perforado en su lomo, elemento que aparece en muchos verracos. Según cierta teoría (Manuel Gómez-Moreno), esta cazoleta a modo de recipiente habría tenido como fin recoger líquidos de libaciones o depositar incienso, de modo semejante a las aras romanas. Esta hipótesis es cuestionada por Mariano Serna, quien nos notifica que este agujero sirvió para cristianizar la escultura, empotrando en él una cruz de via crucis.
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Castro de Las Cogotas
(Foto 10

   Uno de los más representativos castros vettones de la Meseta, entre los excavados, es el de Las Cogotas, cuyas ruinas a duras penas se distinguen entre la vegetación de un montículo a pocos kilómetros de Cardeñosa (Ávila). Pertenece a la Edad del Hierro, con una cronología aproximada entre los siglos VI y III a C. 
   Situado a 1.156 metros de altura, es conocido desde 1876 y fue excavado por J. Cabré en los años 1927-31, permitiendo identificar la cultura de los vettones. Se calcula que sus 15 hectáreas de superficie albergarían a unas 250 personas. 
   Mucho más reducido en dimensiones que la ciudad de Numancia, tenía varios recintos amurallados reforzados con bastiones de gran espesor. Uno de ellos estaba cercado por cuatro líneas de murallas, la superior de las cuales servía de acrópolis, con cuatro puertas flanqueadas por cubos. En el exterior se han hallado restos de una línea de 'piedras hincadas' para dificultar los ataques. Las casas se distribuían aleatoriamente en enclaves adecuados del abrupto terreno, sin formar calles. Algunas casas estaban agrupadas por medianiles comunes y apoyadas contra la muralla, creyéndose que debieron pertenecer a las élites del poblado. El recinto exterior meridional se debió dedicar a ferias de ganado y actividades artesanales, como fraguas y alfarerías. 
   En las cercanías se ha exhumado una extensa necrópolis, con más de mil seiscientos enterramientos repartidos en cuatro zonas, tal vez correspondientes con los distintos clanes del pueblo. 
   Del castro de Las Cogotas proceden diversos verracos, como el que puede verse en Mingorría, o el exhibido en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Es de destacar que en los cercanos pueblos de Mingorría y Cardeñosa se fabrican también hoy en día verracos esculpidos en granito, de moderna factura, con fines comerciales. 
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El Oso
(Fotos 11 y 12)
Verracos
   Curioso verraco instalado a modo de monumento junto a la iglesia de San Pedro, que se levanta a la entrada del pueblo. Se conserva casi entero, con sus patas en pie sobre la característica basa de piedra que suele formar parte integral del monolito, que mide 127 x 94 x 53 cm. Las extremidades están muy bien talladas, identificándose las formas de los jamones, las rodillas, los corvejones y las pezuñas. En la grupa se observan restos de una cruz incrustada. La cabeza está en parte fragmentada, habiendo adquirido sus facciones un perfil chato, que parece conferir una vaga forma de oso a lo que probablemente era otro animal. Su tipología indeterminada se ha clasificado en el tipo B; es decir, se da por seguro que no se trata de un toro. Al bicho se le denomina 'el oso' y aseguran que este animal de granito es el origen del nombre de este pueblo de la comarca abulense de la Moraña, tierra de cereales. El Oso posee además un entorno de paso de multitud de aves, gracias a sus lagunas. 
   Su lugar de origen es desconocido, pero hacia 1250 el verraco de El Oso aparece mencionado en el pueblo en la consignación de rentas del cardenal Gil Torres a la Iglesia y Obispado de Ávila. Cuenta la leyenda que una manada de osos pasaba por las cercanías, cuando uno se desvió y acabó siendo abatido por los mozos del lugar. 
   Unos vecinos de Papatrigo nos refirieron una costumbre que antaño practicaban en El Oso los jóvenes del pueblo que querían contraer matrimonio: en determinadas fiestas, los mozos y las mozas casaderos tenían que atravesar con su cuerpo el agujero rectangular que forma la tripa, las patas y la base de piedra del verraco; si lo conseguían, se consideraba un augurio favorable para las nupcias. 
   En breve, la Diputación de Ávila tiene prevista la recuperación del verraco de El Oso, propiedad del Ayuntamiento, y el acondicionamiento de su entorno, con el fin de integrarlo dentro de los circuitos arqueoturísticos por las localidades donde se custodian muestras del rico patrimonio vettón de la provincia. 
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 Verracos

Santa María del Arroyo
(Foto 13

   Verraco de pequeño tamaño instalado sobre una peana en la plaza frente a la iglesia. El hueco que habitualmente forman tronco, patas y pedestal-base está aquí sin perforar, sólo insinuado. El toro o novillo no está de pie, sino recostado sobre el suelo, con sus extremidades recogidas a la manera de los rumiantes. Se distingue también el pellejo colgante de su papada. 
  

  

Castro de Ulaca
  
   El despoblado de Ulaca esconde sus ruinas en un montículo aislado que domina la fértil llanura del valle Amblés cruzada por el Adaja, al norte de la sierra Paramera, cerca del pueblo de Solosancho, junto al castillo de los Estrada en Villaviciosa y no lejos del castillo de Aunqueospese, de Sotalvo, cuyas torres del siglo XV despuntan sobre una colina a oriente. En su tiempo, la población de este asentamiento de la cultura de los vettones pudo llegar a los 4.000 habitantes. El lugar tuvo una secuencia cronológica continuada desde la Edad de Cobre (final del III milenio a C) hasta su abandono en época romana (hacia el 72 a C, probablemente a consecuencia de las Guerras Sertorianas), dándose su apogeo en la Edad de Hierro. 
   Con sus 74 hectáreas de superficie, el castro de Ulaca es uno de los mayores oppida de Europa, y se cuenta entre los más extensos de la España prerromana. Se trataría probablemente de un santuario colectivo que, ante la presión romana, se amuralló y se convirtió en una inexpugnable ciudad fortificada. Situado a 1.500 metros de altura, su visita implica una empinada ascensión de una hora hasta la cima del monte. 
   Se han identificado en su interior más de siete recintos, zonas de terreno diferenciadas donde se instalaban las casas y los corrales de ganado. Estos recintos estaban resguardados por sus respectivos cinturones de murallas, alcanzando la suma de sus perímetros más de seis kilómetros. Al ir ascendiendo por la colina, se perciben con cierta frecuencia poderosos lienzos de muralla de aparejo casi ciclópeo luchando por sobresalir entre la vegetación, que trepan y escalan por las escarpaduras, y se acoplan a los accidentes del terreno, aprovechando de vez en cuando como bastiones las impresionantes formaciones caballares de rocas de granito que jalonan la colina y constituyen auténticas defensas naturales. Parte de la muralla norte quedó a medio ejecutar, y puede distinguirse su técnica constructiva de doble y triple muro. En puntos estratégicos de los muros se abrían hasta una decena de puertas, de acceso a la ciudad y de interconexión entre los recintos, algunas de ellas dispuestas de forma lateral para dificultar posibles ataques y flanqueadas por imponentes bastiones circulares. Ulaca constituía así un poderoso conjunto defensivo que podía ser guardado de incursiones enemigas por una población con un número relativamente pequeño de habitantes. 
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   El primero y más amplio de los recintos del castro de Ulaca consta de 46 hectáreas, más que todos los restantes juntos, y albergaba el grueso del caserío. Se han localizado en la zona noroeste, que no era residencial, diversos edificios públicos monumentales de probable carácter religioso: 
   - Un 'altar de sacrificios' tallado en una gran peña, rodeado de un recinto pétreo a modo de temenos de planta cuadrangular aterrazada. Se trata de los restos de un complejo rupestre sin equivalente en otros castros célticos de la Meseta. El altar monumental dispone de piletas y dos escalonamientos tallados, orientados hacia la Sierra Paramera, que conducen a una plataforma superior. Se relaciona su cometido con prácticas sacrificales y libatorias. 
   - 'La Fragua': una supuesta sauna ritual, también rupestre, esculpida en la pared de una gran roca, donde se distinguen tres estancias, que se han interpretado por paralelismo con las 'pedras formosas' de la cultura castreña como antecámara, cámara y horno. Este último es una pequeña cámara donde se calentaba el agua, conectada por una ventana arqueada con la cámara principal. Se supone que este edificio se utilizaba en algún tipo de ceremonia purificadora de iniciación entre la casta de los guerreros (M. Almagro Gorbea y J. Álvarez Sanchís). 
   Otros elementos de interés aparecen en diversos puntos del extenso recinto: 
   - 'El Torreón': una gran torre de sillares de piedra en ruinas, reducida a un gran montón de cascotes, pero donde puede discernirse todavía la forma rectangular de la planta. Era quizá una atalaya defensiva. 
   - Más de cien casas, algunas de grandes dimensiones. Las casas se construían por lo general con troncos, ramas y barro, por lo que apenas queda rastro de ellas. Pero algunas asentaban sus tabiques de adobe sobre unos muros base de mampostería, lo que ha permitido hallar trazas del caserío, si bien a nivel de basamento. En algunas áreas, grandes lajas planas de piedra en el terreno fueron usadas como suelo de algunas viviendas, para preservarlas a salvo de la humedad. 
   - Canteras. En diversos puntos de la colina y en su parte más alta, pueden verse hoy día las canteras de donde se nutrían los vettones para su material de construcción. Se aprecian claramente las filas de perforaciones para la introducción de cuñas, y enormes bloques cortados de granito que no llegaron a utilizarse, pues la vida del oppidum llegó a su fin y su población se trasladó a otros lugares. 
    - Manantiales para el suministro de agua al poblado, uno de ellos junto a la gran torre de piedra. 
   En el tercer recinto se encontraron diversos verracos, lo que ha llevado a la teoría (no confirmada) de que se trataba de un recinto para ganado. 
   Los ritos funerarios de los vettones entre los siglos V y II a C se basaban en la incineración, por lo que se disponían campos de urnas en las afueras, con sepulturas en forma de hoyo o de túmulo, donde se depositaba un ajuar funerario. A partir del II a C debió experimentarse un cambio hacia otro rito, con ocultación de cadáveres para evitar su profanación por invasores, lo que explicaría el hecho de que no se hayan descubierto necrópolis vettonas posteriores a esa fecha. 
   Recientemente (septiembre de 2003) ha sido descubierta la necrópolis de Ulaca, tras años de búsqueda, habiéndose iniciado las primeras catas para su excavación por los arqueólogos Gonzalo Ruiz-Zapatero y Jesús Álvarez. En una pequeña llanura amesetada, al norte del oppidum, frente a dos de las puertas de la muralla, se han hallado cerámicas (vasos y urnas), piezas de ajuar funerario (una funda de puñal, una aguja de hierro, un cuchillo y cuentas de collar de pasta de vidrio), el suelo empedrado de un túmulo de enterramiento, y restos de animales como caballos, de donde se deduce que debía ser ésta un área dedicada a actividades religiosas ligadas a ritos sacrificales dentro del ámbito funerario. Se cree que lo encontrado hasta ahora no es sino la punta del iceberg de lo todavía por hallar, vestigios que proporcionarán en un futuro gran cantidad de información sobre este poblado de la Edad de Hierro que alcanzó su esplendor en los siglos II y I a C (Diario de Ávila, 10 octubre 2003). 
   El castro vettón de Ulaca ha sido declarado Monumento Histórico-Artístico y Arqueológico por decreto de 3 junio 1981, habiéndose últimamente realizado trabajos de excavación, recuperación y señalización. 
   G. Ruiz-Zapatero y J. Álvarez Sanchís llevaron a cabo trabajos de prospección en Ulaca, que revelaron la distribución del caserío y edificios públicos. El profesor Mariano Serna Martínez ha estudiado recientemente el asentamiento de Ulaca, y publicado los datos recogidos en 'El castro de Ulaca. Una aproximación topográfica'. 
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 Verracos

Solosancho
(Fotos 14 y 15

   Un verraco de granito instalado sobre una plataforma, junto a la iglesia. De tamaño medio-grande, con las extremidades cortadas, potente cuello y larga envergadura, es un soberbio ejemplar de tipo bóvido, de gran estilización y belleza. Testuz plano, señales de orejas, presencia en lugar de ojos de dos agujeros para la colocación de cuernos (posiblementre de bronce), son algunos de sus rasgos destacables, además de una protuberancia en medio de la panza a modo de sustentador para conferir una mayor consistencia a la escultura. Proviene del vecino castro de Ulaca, en concreto de la Fuente del Oso. Según el profesor Serna Martínez, los indígenas prerromanos de tierras de Ávila y limítrofes asociaban los toros de piedra a los manantiales y cursos de agua, en torno a los cuales crecían ricos pastos: tal es el caso de la famosa 'Fuente del Oso', que toma su nombre precisamente de este verraco que se halló en su contigüidad, en la parte nororiental del castro. 


  

Villaviciosa
(Foto 16

   Verraco de pequeño tamaño y muy deteriorado, instalado en una plazuela frente al castillo de los Estrada, del siglo XV. Fue hallado accidentalmente hace siglos por un campesino en el Campo de Barbacedo de Villaviciosa, al tropezar su arado con la escultura. 
   Situada a 1.180 m de altura, y al pie de la colina donde se encaraman las ruinas del castro vettón de Ulaca, Villaviciosa (término de Solosancho) recibe su nombre de la Villaviciosa de Asturias, y aquí tenían su solar los Estrada, señores del castillo en los tiempos de la Repoblación de Ávila. 
  

  
Verraco de Chamartín de la Sierra 
Chamartín de la Sierra
(Fotos 17, 18 y 19

   En la plaza de la Inmaculada se conserva un hermoso verraco, grande y de estilizadas proporciones, al que faltan las extremidades. Su desgastado perfil deja adivinar las formas de un toro. 
   Otro verraco, esta vez de perfil porcino y muy fragmentado (le falta la cabeza y las patas), se halla depositado en un edificio cercano, al comienzo de la pista que conduce al impresionante castro vettón de la Mesa de Miranda
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Castro de la Mesa de Miranda
(Fotos 20, 21, 22 y 23)

   A unos cuatro kilómetros de pista desde Chamartín de la Sierra, en un despoblado de paisaje más agreste que bucólico tachonado de bosques de encinas y rocas de granito, se pueden visitar las ruinas de este representativo oppidum de los celtas de la Meseta. De todos los castros vettones abulenses es el que mejor conserva las murallas, de más de 2.800 m de perímetro, que encierran tres recintos yuxtapuestos de unas 30 hectáreas de superficie. Algunos lienzos de las murallas se componen de dos o tres paramentos de aparejo semiciclópeo, con rellenos de cascotes más pequeños. 
Verracos   Se penetra en los sucesivos recintos por puertas monumentales. Los dos primeros recintos se han interpretado como zonas residenciales, pese a no haberse hallado casas en su interior, y están separados por una muralla transversal perforada por dos puertas. La puerta suroriental de la muralla del primer recinto conserva el foso semienterrado y espectaculares campos de piedras hincadas frente a la puerta principal, para dificultar los ataques en este punto clave. 
   Desde el extremo norte del castro se divisa un amplio panorama, que nos permite tomar conciencia de la estratégica situación de la ciudad, protegida por dos profundos valles y grandes roquedos que ofician de defensas naturales, y controlando el paso a la sierra desde las llanuras del Duero. 
   Ante la puerta del tercer recinto se extendía una vasta necrópolis, con estelas y estructuras tumulares.
   La muralla se reforzó con torres cuadrangulares y un acceso en embudo, que fue interpretado como un encerradero de ganado a partir del hallazgo en su interior de tres verracos. 
   El tronco de un verraco muy erosionado por el tiempo, pero aún de sugerentes formas, ha sido depositado sobre una plataforma de madera en mitad de un campo. 
   Como los restantes castros vettones, el castro de la Mesa de Miranda fue abandonado antes de la romanización. Sus ruinas fueron estudiadas en los años treinta y cuarenta del siglo XX por J. Cabré y su hija. En la necrópolis de La Osera, Cabré excavó 2.230 sepulturas de incineración, algunas de ellas con estructuras tumulares, ajuares excepcionalmente ricos y ubicación privilegiada dentro del cementerio, de los siglos IV - III a C. La necrópolis se dividía en seis zonas diferenciadas, cuya orientación (según Baquedano y Esparza) respondía a complejos cálculos astronómicos. 
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La Aldea del Rey Niño
(Foto 48)
   
   Verraco de pequeñas dimensiones muy desfigurado, se hallaba hasta hace poco tendido en una calle, olvidado y desconocido. 
  

  

Riofrío
(Foto 24)
    
   Supuesto verraco (?) empotrado en un muro de mampostería en el centro del pueblo, que parece una simple piedra sillar de gran tamaño. Sin embargo, su silueta permite conjeturar que podría tratarse del torso de otro verraco de tipo bóvido, sin patas, muy semejante a los de Solosancho y Chamartín de la Sierra. La duda sólo podrá despejarse el día que se desmantele el muro y extraiga la pieza para su estudio, pero la pregunta esencial es: ¿cuántos verracos más se hallan en condiciones de abandono y olvido, dispersos en remotos lugares de las antiguas tierras de los vettones, todavía por descubrir? 
   En Riofrío se han detectado trazas de la existencia de un monumento funerario de época romana cerca de la dehesa de Gemiguel, al cual pertenecerían al menos los siete verracos y las dos cistas que se hallan empotrados en las partes bajas de las cuatro esquinas de una de las construcciones en ruinas. Excepto uno, los verracos se hallan tendidos, lo cual imposibilita saber si portan o no inscripción. 
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Toros de Guisando
(Fotos 25, 26, 27, 28 y 29)
    
   Los célebres Toros de Guisando se hallan en un descampado del lugar llamado Ventas de Guisando, al pie del cerro Guisando, cerca de El Tiemblo (Ávila). 
   Es un grupo de esculturas representando cuatro robustos toros de poderoso cuello y gruesa papada, alineados de pie sobre pedestales, con sus testas orientadas hacia poniente. Son de tamaño natural y están talladas en sendos bloques exentos de granito. Cada uno de ellos es monolítico, aunque uno de ellos había sido destrozado y posteriormente recompuesto.
Toros de Guisando   El primero de los toros (de izquierda a derecha, mirándolos de frente) ostenta en el lateral derecho del cuerpo una inscripción conmemorativa en latín, en la que se anuncia que un ciudadano llamado Longino, de la tribu celtíbera de los calaéticos, eleva el monumento a la memoria de su padre:
   "LONGINVS, PRISCO-CALA, ETIQ-PATRI-F-C"
   Que puede traducirse como: "Longino, a su padre Prisco, de los calaéticos, procuró hacerlo".
   El segundo toro tiene incisos en el cuerpo dos petroglifos, uno en forma de Y griega.
   En el tercer toro, que es el reconstruido, llaman la atención el detalle realista de las arrugas en el cuello del cuadrúpedo y los profundos hoyos destinados a acoplar los cuernos.
   La cuarta escultura presenta otra inscripción latina en su costado izquierdo: la primera línea muestra las letras "A.N.-A." y la segunda, la palabra "CALAETICOS". Los cuatro animales muestran verdugones en las nalgas derechas, como si fueran marcas de ganadería.
   Los Toros de Guisando imponen por su gran tamaño (con un promedio de 2,70 m de largo, 0,80 m de ancho y 1,50 m de alto) y poderosa constitución anatómica, de prominentes lomos y espesas papadas con pliegues, que les hace parecerse a grandes bueyes o incluso a bisontes.
   No se conoce la exacta procedencia y finalidad de este grupo escultórico, ni siquiera si los cuatro toros formaban grupo en origen, pero a juzgar por los epígrafes latinos mencionados, y por el parecido con otros de su estilo (Martiherrero, Gemiguel, la Alameda alta de Tornadizos) se conjetura que pudieran ser cuatro verracos vettones de los siglos III-II a C, originarios de este mismo lugar y reubicados en tal disposición espacial en tiempos romanos (quizá bajo Augusto) con algún fin cultual, conmemorativo o funerario.
   Los Toros de Guisando son mencionados en El Quijote:
   Vez también hubo que me mandó fuese a tomar en peso las antiguas piedras de los valientes Toros de Guisando, empresa más para encomendarse a ganapanes que a caballeros. (Cervantes, Don Quijote de la Mancha, II, 14)
   Cerca se levanta el Monasterio de Guisando, fundado por el rey Enrique IV en 1464 y protegido por el segundo marqués de Villena. Aquí se proclamó en 1468 a Isabel la Católica heredera del trono de Castilla, título que rehusó aceptar en vida de su hermano Enrique IV. El primitivo edificio sufrió un incendio del que sólo se salvó la capilla gótica de San Miguel. El actual edificio, del XVI, ostenta en su claustro los escudos del marquesado de Villena. 
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Villatoro
(Fotos 30, 31 y 32)
  
   Tres verracos, de tamaño mediano, con forma de toro instalados en la plaza Mayor, junto a la iglesia parroquial del XVI. Parece ser que el nombre del pueblo deriva de la existencia de estas piezas, como se da también el caso en otros pueblos como Navaltoro, Campo del Toro, El Oso, Barraco, o en parajes como el pico Berrueco, Berrueco Gordo, etc.
  

 

Villanueva del Campillo
(Fotos 33, 34, 35, 36 y 37)
    
   A pocos kilómetros del pueblo, en la linde entre dos campos de labranza, se hallan dos magníficos verracos poco conocidos, hasta hace poco tirados por tierra y semienterrados, que por su evidente importancia arqueológica están siendo objeto de restauración. Uno es de tamaño mediano, y el otro, de grandes proporciones (dos metros y medio de alto por dos metros de base), siendo éste último con toda probabilidad el más grande de los verracos vettones hasta hoy encontrados. Verracos de Villanueva del Campillo 
   De tamaño mayor que el natural, el gran verraco de Villanueva supera en dimensiones a los mismos Toros de Guisando. Se halla fragmentado, el cuerpo partido por la mitad, habiendo desaparecido la parte de los cuartos traseros. No obstante, se aprecian perfectamente la cabeza, el grueso cuello y papada, las patas delanteras y la losa que suele servir de plataforma base para los verracos monolíticos. El voluminoso lomo le confiere un aspecto parecido a un bisonte, y su descomunal tamaño induce a pensar en el uro, antecesor extinguido de los bovinos en Europa. 
   Ambos verracos estaban caídos de lado con la misma orientación, la cabeza mirando al oeste, lo que permite suponer que, a diferencia de la mayoría de los verracos que han sido trasladados y cambiados de sitio a lo largo de la historia, estos dos bóvidos de granito podrían encontrarse in situ, circunstancia que les otorgaría un valor añadido excepcional. Una excavación sistemática de la zona puede revelar sorpresas en el futuro, como la pedregosa colina al norte del emplazamiento de los dos verracos, que contiene numerosos indicios de que podría haber albergado un asentamiento. 
   La Junta de Castilla y León y la Diputación de Ávila se han encargado de los trabajos de restauración de estas dos piezas, que han sido completadas y relevantadas en el pueblo vecino. La finalidad es que el público pueda admirar estas obras insustituibles del arte estatuario de los vettones, entre las que se encuentra el más grande de los verracos celtas conocidos hasta hoy, que no ha recibido aún el reconocimiento que merece como una de las más impresionantes joyas escultóricas de la antigüedad hispana. 
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San Miguel de Serrezuela
(Fotos 49 y 50)
    
   Un verraco de descomunal tamaño con anatomía de toro (el segundo más grande conocido después del de Villanueva del Campillo), procedente de este pueblo, es exhibido en el Torreón de los Guzmanes de Ávila.
 
  
 
  
Castro de El Raso
(Foto 38)
    
   A unos diez kilómetros al noroeste de Candeleda, en el fértil valle del Tiétar (Ávila), han sido excavadas las ruinas de un extenso castro vettón, distribuidas por varios montículos y laderas montañosas del lugar conocido como El Raso o El Freilo (así también llamado por el cercano arroyo del mismo nombre). 
   Junto a la actual población de El Raso, que hay que atravesar para llegar a este castro, se encontró en el llano otro poblado vettón, cuya existencia, según Fernando Fernández Gómez, que lo excavó parcialmente, se dio entre los siglos V - II a C, esto es, durante la segunda Edad del Hierro. Estaba provisto de una necrópolis de esa época, contemporánea a las de Las Cogotas y Chamartín.
   Las gentes de este poblado y de otros que debió haber por los alrededores, como consecuencia de la incursión de Ánibal en 219 a C, cuyo ejército los pudo destruir, se trasladó varios kilómetros más arriba, al lugar donde ahora se encuentra el castro de El Raso.
   Este castro alto, perteneciente a la tercera Edad del Hierro, tuvo una vida corta, pues a mediados del siglo I a C debía estar prácticamente abandonado.
    De 20 hectáreas de superficie, ocupaba una destacada posición sobre la garganta de Alardos, que le servía a modo de foso. Su parte alta estaba protegida por una fortificación, y la parte baja por una poderosa muralla de 2-3 m de espesor jalonada de torreones, de la que se conserva la puerta sur. Esta estratégica ubicación posibilitaba el control de la llanura por parte de los habitantes del castro, así como los accesos a los pastos de la Sierra de Gredos.
   En el interior de su recinto amurallado se han excavado diversos barrios, la mayoría con casas humildes, pero con algunas viviendas más amplias y mejor distribuidas, con porches al exterior y hogares en la habitación central, en torno a los cuales había bancos corridos de piedra adosados a la pared. Una pieza de la casa siempre estaba destinada a almacén o despensa. Se ha detectado entre las mansiones un horno de forja de metales.
   Los vettones dieron muestras aquí de cierto sentido de la urbanización, pues sus casas se alineaban adyacentes pared contra pared, formando calles y bloques de manzanas (lo que contrasta con la distribución aleatoria del caserío en otros castros celtas de la región), probable influencia de los usos constructivos romanos. Dos casas del centro han sido reconstruidas para facilitar su comprensión.
   Calculando en 300 ó 400 los hogares existentes, multiplicados por 5-6 personas, la población del castro, según Fernando Fernández, debió rondar entre los 2.000 y los 3.000 habitantes.
   En una de las casas del barrio bajo junto a la muralla se ha encontrado un pequeño tesoro formado por brazaletes y denarios de plata de época romana.
   No se ha descubierto todavía la necrópolis de este castro.

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Otros castros celtas de Ávila
  
   - Castro de El Berrueco, en Medinilla, sobre un destacado cerro que domina las llanuras del Tormes. 
   - Gran recinto de Los Castillejos, en Sanchorreja, dominando la Sierra de Ávila.
 

Otros lugares de procedencia de verracos en Ávila
  
   Arévalo (2) 
   Barraco (1) 
   Bernuy Salinero (3) 
   Candeleda (1) 
   Cardeñosa (5) 
   Martiherrero (4) 
   Medinilla (1) 
   Muñogalindo (2) 
   Padiernos (1) 
   Papatrigo (1) 
   San Juan de la Nava (1) 
   Santo Domingo de las Posadas (1) 
   Sotalvo (3)
  
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Salamanca

- Verraco del Lazarillo de Tormes
   (Fotos 39 y 40)
    
   Restaurado e instalado en una alta plataforma junto al puente romano sobre el río Tormes. Este gran verraco con trazas de toro, fragmentado y sin cabeza, es célebre como protagonista del episodio recogido en el capítulo primero del 'Lazarillo de Tormes', donde el aprendiz de pícaro Lázaro relata en primera persona la pesada broma que le gasta el ciego al que sirve como lazarillo, a costa de su juvenil inocencia: 

   "Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal y, allí puesto, me dijo:   
   –Lázaro: llega el oído a ese toro y oirás gran ruido dentro dél.   
   Yo simplemente llegué, creyendo ser así. Y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:   
   –Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo.   
   Y rio mucho la burla.   
   Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño dormido, estaba."   
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   No quedaría completo el episodio del verraco si no reseñáramos la venganza que Lazarillo perpetró contra el ciego, antes de abandonarle, y que se narra al final del capítulo: 
 
   "Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en todo dejarle, y como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que luego otro día salimos por la villa a pedir limosna y había llovido mucho la noche antes. Y porque el día también llovía y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel pueblo había, donde no nos mojamos; mas como la noche se venía y el llover no cesaba, díjome el ciego:   
   –Lázaro: esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más cierra, más recia. Acojámonos a la posada con tiempo.   
   Para ir allá habíamos de pasar un arroyo, que con la mucha agua iba grande.   
   Yo le dije:   
   –Tío: el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por dónde atravesemos más aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto.   
   Parecióle buen consejo, y dijo:   
   –Discreto eres; por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados.   
   Yo, que vi el aparejo de mi deseo, saquéle debajo de los portales y llevélo derecho a un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre el cual y sobre otros cabalgaban saledizos de aquellas casas, dígole:   
   –Tío: éste es el paso más angosto que en el arroyo hay.   
   Como llovía recio, y el triste se mojaba, y con la prisa que llevábamos de salir del agua, que encima se nos caía, y, lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme en él venganza), creyóse de mí y dijo:   
   –Ponme bien derecho y salta tú el arroyo.   
   Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y póngome detrás del poste, como quien espera tope del toro, y díjele:   
   –¡Sus! Saltá todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua.   
   Aun apenas lo había acabado de decir cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego para atrás medio muerto y hendida la cabeza.   
   –¿Cómo, y olistes la longaniza y no el poste? ¡Ole! ¡Ole! –le dije yo.   
   Y dejéle en poder de mucha gente que lo había ido a socorrer, y tomé la puerta de la villa en los pies de un trote, y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos. No supe más lo que Dios dél hizo, ni curé de lo saber."
   
 
   (Anónimo. 'La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades') 
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Verracos
- Museo de Salamanca
  
Fotos 41 y 42
   . Un verraco de insólitas formas que evocan a un porcino de prominente hocico, procedente de Gallegos de Argañán, villa salmantina próxima a la frontera con Portugal, fechado entre los siglos III y II a C (II Edad del Hierro).
  
Fotos 43 y 44
   . Dos verracos a nivel de simples torsos informes sin cabeza ni patas, de perfil redondeado y grueso, y de pequeño tamaño. 








  

 
Ciudad Rodrigo (Salamanca)
- Verraco vandalizado
   (Foto 51)
    
   La web Arteselección nos envía como noticia un acto vandálico realizado en julio de 2010 sobre un verraco de Ciudad Rodrigo, que fue pintarrajeado mediante sprays con pinturas de colores.
   El atentado se produjo de madrugada contra el verraco instalado junto a la muralla y el castillo de Enrique II de Trastamara. Datado en el siglo IV a C, se trata de una de las mejores piezas del patrimonio de Ciudad Rodrigo. La escultura fue descubierta hace 500 años en las inmediaciones de la localidad. La administración local lo promociona como parte de la Ruta de los Castros y los Verracos prerromanos de Castilla y León.
   Más información en Noticias Arteselección

 

Madrid
  
   Verraco expuesto en el Museo Arqueológico Nacional, sección de la Edad de Hierro (sala VIII). Procede de la necrópolis de Trasguija, junto al castro de Las Cogotas, en Ávila. De tamaño mediano-pequeño, tiene plataforma base con su correspondiente hueco entre las patas, papada, poca cabeza y torso muy redondeado.
  
   En el término de San Fernando de Henares, perteneciente al área metropolitana de Madrid, hay depositados en una finca del Ministerio de Agricultura dos verracos procedentes de Sotalvo (Ávila). Estas esculturas se trajeron a Madrid hace más de sesenta años, y al principio se instalaron a la entrada del Pabellón de Ávila en la Feria Internacional del Campo de Madrid, siendo trasladadas en 1983 a su emplazamiento actual.
   (Información y foto 52 facilitadas por José María Hernández Escorial).

   Indice de textos 
 
 
 
 




  
VERRACOS
Arte escultórico de los celtas 

6.  Bibliografía 

   - Anónimo. La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades ('Los lazarillos en la literatura'. S.A. de Promoción y Ediciones, Madrid, 1984) 
   - Bozal, Valeriano. Historia del arte en España (Colección Fundamentos, Ediciones Istmo, Madrid, 1972) 
   - Pascual, M. José. Toros, dioses y hombres (National Geographic, España, diciembre 2002) 
   - Sánchez Moreno, Eduardo. Vetones: historia y arqueología de un pueblo prerromano (Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 2000) 
   - Serna Martínez, Mariano. Ulaca. Una aproximación histórica (serie de cuatro artículos publicados en El Diario de Ávila los días 5, 12, 18 y 25 agosto 2002) 
   - Serna Martínez, Mariano. Estudio de los verracos abulenses (Diario de Ávila, 12 octubre 2003) 
   - Serna Martínez, Mariano. Los verracos. Esculturas zoomorfas vettonas
 

Enlaces a webs con temas relacionados: 

Federación de Asociaciones del Patrimonio de la Humanidad de Castilla y León 
http://www.patrimoniocastillayleon.org 

   Indice de textos 
 

 

 




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VERRACOS
Arte escultórico de los celtas

Indice de textos
Introducción
Emplazamiento
Breve historia
La cultura de los castros y los verracos
    Los castros. Ciudades amuralladas
    Los verracos. Un zoo de granito
    Valoración de su calidad artística
  
  
Una selección de verracos
    Toros de Guisando
    Verraco gigante de Villanueva del Campillo
    Verraco del Lazarillo de Tormes
Bibliografía
   
Indices de fotos
Indice 1   Ávila. Narrillos de San Leonardo. Tornadizos. Mingorría. Las Cogotas. El Oso
Indice 2   Sta María del Arroyo. Solosancho. Villaviciosa. Chamartín. Mesa de Miranda. Riofrío
Indice 3   Toros de Guisando. Villatoro. Villanueva del Campillo
Indice 4   Villanueva del Campillo. El Raso. Salamanca. Ávila. Vicolozano. Aldea del Rey Niño
Indice 5   San Miguel de Serrezuela. Ciudad Rodrigo. Sotalvo
   
  

  

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en las provincias de Ávila y Salamanca (España)
Ilustraciones: Miguel Ángel Eugui
2002-2003

 


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