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¿Qué sabemos de los celtas que habitaron en España? ¿Qué conocemos de su cultura? Apenas unas vagas referencias, unas ruinas perdidas aquí y allá. Y, sin embargo, a poco que indaguemos en el tema, descubriremos que existe al alcance de nuestros ojos un abundante e insustituible muestrario del arte escultórico céltico: los llamados 'verracos', esos animales de piedra que desde hace más de dos mil años aguardan nuestra visita en remotos parajes de la meseta castellana, obras únicas que, debido a su estado actual de dispersión, se hallan insuficientemente valoradas por parte del gran público. Para ayudar al interesado a formarse una visión de conjunto, presentamos aquí una antología fotográfica de esculturas de verracos vettones de Ávila y Salamanca, incluidos algunos soberbios ejemplares muy poco conocidos. 50 fotografías on line |
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Indice de textos 1 Introducción 2 Emplazamiento 3 Breve historia 4 La cultura de los castros y los verracos Los castros. Ciudades amuralladas Los verracos. Un zoo de granito Valoración de su calidad artística |
5 Una selección de verracos Toros de Guisando Verraco gigante de Villanueva del Campillo Verraco del Lazarillo de Tormes 6 Bibliografía |
Indices de fotos Indice 1 Ávila. Narrillos de San Leonardo. Tornadizos. Mingorría. Las Cogotas. El Oso Indice 2 Sta María del Arroyo. Solosancho. Villaviciosa. Chamartín. Mesa de Miranda. Riofrío Indice 3 Toros de Guisando. Villatoro. Villanueva del Campillo Indice 4 Villanueva del Campillo. El Raso. Salamanca. Ávila. Vicolozano. Aldea del Rey Niño Indice 5 San Miguel de Serrezuela. Ciudad Rodrigo. Sotalvo |
Vi una
pequeña esfera tornasolada, de casi
intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego
comprendí que ese movimiento era una ilusión producida
por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El
diámetro del Aleph
sería de dos o tres centímetros, pero el espacio
cósmico estaba ahí, sin disminución de
tamaño. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto... (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph) Vi grandes animales de piedra, esculpidos en duro granito por anónimos artistas que habitaron en la Península Ibérica siglos antes de Cristo. Los animales representaban toros y cerdos, pero su significado y función habían llegado a olvidarse con el paso de los milenios. Se decía que tenían poderes mágicos y se erigían para proteger los ganados. Vi decenas de estas estatuas desperdigadas por remotos pueblos y aldeas distantes entre sí, algunas perdidas por los campos, de la meseta castellana. Eran los raros vestigios de tribus de pastores y guerreros de origen céltico que vivieron en castros fortificados en lo alto de colinas: los vettones. Obras llenas de fuerza y belleza, realizadas por unos pueblos que no conocían la escritura. Vi los llamados ‘verracos’, la más genuina expresión del arte escultórico de los celtas de la Hispania antigua. |
1. Introducción |
'Verracos' es la
palabra comúnmente
adoptada para designar las esculturas zoomorfas de origen
céltico
que, realizadas siglos antes de Cristo, se hallan dispersas por
distintos
puntos de la Península Ibérica, con especial densidad en
la Meseta castellana. Estas estatuas de piedra representan en general a
toros y cerdos, y fueron esculpidas por consumados aunque
anónimos
artistas de los pueblos que habitaban la zona, en particular de los
conocidos
como 'vettones'. Los vettones eran uno de los pueblos de procedencia celta, contemporáneos de los iberos, que habitaron la Península en la época prerromana. Ocuparon principalmente los territorios en torno al Sistema Central, coincidentes con las actuales provincias españolas de Ávila y buena parte de Salamanca, Zamora, Cáceres, así como con el Portugal septentrional. ![]() De los escasos restos que han llegado hasta nuestros días de esta pequeña civilización autóctona, a medio salir de las nieblas de la prehistoria, en el día de hoy podemos admirar aún las desoladas ruinas de los castros o ciudades fortificadas con murallas en lo alto de lomas, rodeados de agrestes paisajes no muy diferentes de los que habría en la antigüedad, y, en el terreno de la escultura, las hermosas estatuas monolíticas de los verracos vettones, asociados a los castros, aleatoriamente esparcidas por distintas y distantes localidades de la meseta castellano-leonesa. Animales en piedra de finalidad controvertida y cronología imprecisa, que –al haber sido objeto de múltiples traslados en el transcurso de los siglos– carecen en su mayoría de un contexto arqueológico que permita su datación. La presente exposición de fotografías quiere ser una modesta aportación que contribuya a paliar de algún modo la visión fragmentaria e incompleta que aún se tiene sobre el arte celta mesetario, a nuestro juicio insuficientemente valorado, pese a constituir un relevante capítulo de la historia del arte en España. Poder contemplar en conjunto estas obras físicamente alejadas entre sí ayudará a captar con más nitidez su singularidad, belleza y variedad de formas. Mostraremos también imágenes de los castros de donde provienen gran número de los verracos, a fin de que el espectador pueda situar mentalmente estas esculturas en el contexto de sus escenarios originales. Exhibiremos por último algunas fotografías de verracos que, pese a los pasos que se están dando por parte de las instituciones hacia la revalorización de la cultura vettona, son todavía muy poco conocidos, al hallarse ubicados en apartadas aldeas. Indice de textos |
2. Emplazamiento |
Las
fotografías de
verracos mostradas en esta exposición no constituyen sino una
pequeña
selección, sin ánimo exhaustivo, de imágenes de
los
casi cuatrocientos verracos de piedra conocidos que se hallan
diseminados
por distintas ciudades, aldeas y pueblos de las antiguas tierras de los
vettones, principalmente en la provincia de Ávila, y en concreto
en las siguientes poblaciones:
Con el fin de contextualizar mejor la cultura de los verracos en sus paisajes naturales, se exhiben también fotografías de las ruinas de los oppida o castros célticos donde habitaban los vettones y de donde provienen gran número de estos animales en piedra: Castro de Las Cogotas Castro de Ulaca Castro de la Mesa de Miranda Castro de El Raso de Candeleda Finalmente, la colección de fotos se completa con una pequeña muestra de los verracos conservados en Salamanca capital, entre ellos el famoso toro de piedra del Lazarillo de Tormes. Indice de textos |
3. Breve historia |
En el transcurso
de varios
siglos, entre el 950 y el 600 a C, se produjeron migraciones graduales
y pacíficas de grupos humanos protoceltas hacia la
Península
Ibérica, y después de indoeuropeos aglutinados bajo el
nombre
de 'celtas'. No se sabe con certeza los motivos que impulsaron estos
desplazamientos
de población, pero se ha aventurado que buscaban los yacimientos
salinos del valle del Ebro. En la Península se toparon con
pueblos
indígenas a los que pronto dominaron, en razón a su
preponderancia
militar, pero a su vez fueron absorbidos con posterioridad por la
población
autóctona, muy superior en número de habitantes. Los celtas son el primer pueblo prehistórico que salió del anonimato en los territorios europeos al norte de los Alpes. Predominaron en gran parte de Europa, desde Irlanda hasta los Balcanes e incluso hasta Anatolia. Aunque nunca formaron un grupo étnico unificado, ni crearon un gran imperio, pues siempre estuvieron divididos en un sinfín de tribus con diferentes dialectos, adquirieron gran potencia política y militar, y se convirtieron en un decisivo motor de desarrollo en las civilizaciones europeas. La mayor parte de los grupos protoceltas e indoeuropeos practicaban la incineración. La llamada cultura de los Campos de Urnas se difundió hacia el año 1000 a C por toda la Galia y penetró poco a poco en la Península Ibérica entre el 950 y 700 a C, probablemente por los puertos de montaña del Pirineo central. Eran grupos poco numerosos, que construyeron poblados de cabañas de madera y paja en pequeñas alturas cercanas a manantiales y ríos, sobre todo en Cataluña, Levante y el valle del Ebro. Conocían la técnica de fundición del hierro. Cultivaban trigo y cebada, e introdujeron el mijo. Fabricaban cerveza y vino. Practicaban el pastoreo y la cría de ganado vacuno, caballar y porcino, así como el comercio. La posesión de caballos y de armas de metal otorgó a los celtas una superioridad militar sobre las poblaciones autóctonas, constituyéndose en una fuerza hegemónica. Indice de textos Cultura de Hallstatt La segunda fase de la Edad del Hierro comprende entre el 500 y el 200 a C, y es conocida como cultura de La Tène (nombre de un sitio arqueológico en Suiza), que se caracteriza por una mayor unidad racial, cultural y religiosa, con hegemonía en la Europa central. La civilización celta alcanzó su cénit en este periodo. La casta de los druidas o sacerdotes ganó cada vez mayor poder y mantuvo viva una religión de marcado carácter panteísta, entroncada con la naturaleza y basada en ritos mágicos y adivinatorios. Las artes aplicadas y la artesanía alcanzaron niveles de virtuosismo, con la incorporación de figuras zoomorfas, vegetales y máscaras en la decoración de calderos, recipientes, espejos y otros artefactos. Nuevos pueblos indoeuropeos, los galos, entraron en la Península hacia el 500 a C, y trajeron con ellos la más avanzada cultura de La Tène, aunque no llegaron a desplazar totalmente la cultura hallstáttica. Atravesaron una vez más los pasos pirenaicos y se establecieron en las comarcas no ocupadas por los iberos, aunque en contacto con ellos. Cabe distinguir tres grupos principales en los asentamientos celtas en España: 1) los célticos, en torno a la Cordillera Ibérica; su centro más representativo sería Numancia, en la actual provincia de Soria, ciudad de la que proviene casi toda la información de que disponemos sobre el periodo; 2) los celtas de la Meseta, en Ávila, Salamanca, Zamora, Burgos, Palencia, Valladolid, etc; 3) los grupos del norte del valle del Duero, en Coaña (Asturias), Santa Tecla (Pontevedra) y Briteiros (Portugal). Los celtas galos del periodo La Tène elaboraban carne en salazón, sobre todo de cerdo. Tejían lana, curtían pieles y trabajaban el cuero. Hacían tapices, bordados, esmaltes. Fabricaban herramientas de metal y piezas de alfarería (ya con uso de torno). Empleaban un arado de dos ruedas en las faenas agrícolas. Bebían vino, hidromiel, cerveza y sidra, y el pan era alimento básico. Dado el predominio de bosques de robles, conectados con la religión druídica, tomó impulso la crianza de cerdos, y la caza de jabalíes o verracos como diversión popular. Usaban espadas largas, escudos de cuero, arcos, flechas, hondas y lanzas con puntas de hierro, así como carros de combate. También portaban cuchillos, cascos, rodilleras y cotas de malla. Disponían de unidades de infantería y caballería perfectamente adiestradas para la guerra. Las distintas poblaciones competían entre sí por el dominio, y algunas estaban regidas por un soberano. Algunos reyes, sin embargo, eran electos, y el poder de la aristocracia tendió a incrementarse. Indice de textos Los rituales religiosos se fueron haciendo más complejos: se adoraba a los animales cobrados en cacerías, y también a los domésticos y de pastoreo (caballo, toro, asno, carnero...), a árboles, bosques y frutos, a divinidades femeninas campestres, a la fertilidad de las plantas, a los dioses del comercio, la música, la guerra, el mar, los ríos y las fuentes. Rendían culto a las armas. Creían en otra vida después de la muerte. Se afirma que algunos de sus ritos incluían sacrificios humanos. Los druidas eran reclutados entre los clanes guerreros, pero tenían un rango más elevado. Se encargaban de los rituales y ceremonias religiosas, de los sacrificios, y de la educación de los jóvenes de la nobleza. El druidismo resistió con fuerza a la romanización, y fue por ello especialmente perseguido. Julio César, en De bello Gallico, describe los sitios sagrados celtas, las arboledas y bosques de árboles sagrados. Habla también de los dioses celtas, entre los que destaca a Mercurio como el principal, siguiendo la costumbre romana de asimilar los dioses bárbaros asignándoles los nombres y atributos propios de los dioses clásicos grecolatinos. Por otras fuentes clásicas se sabe que los celtas adoraban a una multitud de dioses (se han registrado más de cuatrocientos), siendo la mayoría pequeñas deidades de carácter local, con culto limitado a una pequeña región, y de las que no quedan sino referencias sueltas. Hay que admitir de todos modos que el conocimiento actual de la religión druídica de los celtas sigue estando sumido, a falta de testimonios literarios o epigráficos, en las brumas del misterio. La vivienda típica de los celtas de esta época se hizo más sofisticada, llegando a disponer de tres habitaciones: vestíbulo, cocina y dormitorio, con un almacén bajo el suelo a modo de despensa. La sociedad se basaba en la familia patriarcal, reunidos los diferentes clanes familiares en estamentos superiores. Coincidiendo con las migraciones celtas, se había desarrollado paralelamente una avanzada cultura de orígenes orientales en el Levante y sur de España: la de los iberos, que convivió en vecindad con los pobladores celtas hasta terminar por fusionarse parcialmente dando lugar a los celtíberos. Desde mediados del siglo I a C el mundo celta quedó atrapado entre dos fuerzas hostiles: el Imperio Romano, que extendía sus fronteras al Rin y al Danubio, y las tribus germánicas, que empujaban hacia el sur, por lo que fue perdiendo su hegemonía en la zona. La tradición céltica sobrevivió con cierta fuerza en Bretaña e Irlanda, y también en la Península Ibérica, donde no llegó a diluirse del todo con la romanización, manteniendo su influencia cultural en ciertos ámbitos hasta bien entrada la Edad Media. Indice de textos |
4. La cultura de los castros y los verracos |
En general, la
cultura celta
era mucho más primitiva que la de los iberos y restantes pueblos
mediterráneos, aunque pudieron dominar a las poblaciones
indígenas
peninsulares, por estar éstas aún más atrasadas,
inmersas
en una fase cultural que podríamos calificar como del
neolítico
tardío (Edades del Cobre y del Bronce). Los celtas (llamados así por los escritores griegos –keltoi– y romanos) eran pueblos de agricultores y ganaderos que dominaban las técnicas de fundición del hierro. Su economía era básicamente pastoril, que completaban con el cultivo de cereales y productos hortícolas. No hay evidencia de que conocieran la escritura. La acuñación de moneda era muy escasa. La arquitectura, urbanismo y artes industriales eran todavía rudimentarias, pero los celtas alcanzaron grados de excelencia en la forja de armas metálicas, en la cerámica, y en la fabricación de adornos y joyería de metal, caracterizados por sus elaborados motivos geométricos. Sus armas y joyas estaban excepcionalmente bien realizadas, y destacan sus brazaletes y torques de oro, siendo maestros en técnicas tan complejas como el damasquinado. Como todos los pueblos celtas, los vettones eran afamados como valientes guerreros. Lucharon contra los cartagineses comandados por Aníbal, y luego contra los romanos. Los escritores clásicos han relatado anécdotas significativas sobre su aguerrido carácter, como, por ejemplo, el considerar que un hombre debería estar siempre combatiendo, salvo las horas que necesitaba para dormir. Una vez dominados por Roma, los vettones formaron escuadrones de caballería en los ejércitos romanos. Indice de textos Los castros. Ciudades amuralladas Los principales restos de los vettones se hallan en sus 'castros', auténticas ciudadelas fortificadas con murallas y fosos, en cada una de las cuales vivían entre 500 y 2.000 personas como máximo. Los castros o poblados celtas de la Meseta estaban erigidos en cerros, colinas y altozanos de fácil defensa, y resguardados por grandes recintos amurallados con fortificaciones dobles e incluso triples, que aprovechaban los obstáculos del terreno y las defensas naturales creadas por acantilados y riscos verticales para reforzar la protección de sus ciudades. Añadían también a este fin torres defensivas, fosos y 'campos de piedras hincadas', es decir, terrenos obstruidos por rocas deliberadamente clavadas en el suelo para dificultar los ataques de carros o caballería. Por su posición estratégica, desde los castros se controlaban los territorios circundantes. Siempre elevados en las cercanías de manantiales o arroyos para surtir de agua a la población, la economía de los castros estaba orientada hacia el aprovechamiento de los recursos ganaderos. El modelo de ocupación de los poblados revela una jerarquía de los asentamientos determinada por el control de los pastizales. La trashumancia local predominaba, en detrimento de la agricultura, que era de mera subsistencia. Las viviendas intramuros, por lo general de planta rectangular y en ocasiones (como en el castro de El Raso) distribuidas por calles, estaban construidas a base de tabiques de adobe sobre muros de basamento de mampuesto, el conjunto cubierto por un tejado de ramajes y tierra, y sostenido a veces por postes de madera. Tenían una o varias habitaciones, pero siempre disponían de un hogar central en la cámara principal. No obstante, en el noroeste (Galicia, Asturias, norte de Portugal), la civilización céltica permaneció virtualmente inalterada por parte de las culturas nativas a las que se impuso, y las casas continuaron siendo de planta circular, como puede observarse en las ruinas de los castros de Coaña y Santa Tecla. Aquí los difuntos seguían siendo enterrados bajo el suelo de las mismas viviendas, en una reminiscencia de las culturas prehistóricas de Los Millares y El Argar. Este tipo de habitaciones redondas y con cúpula cónica de paja entrelazada con retamas se mantuvo en la época medieval e incluso ha sobrevivido hasta nuestros días bajo el nombre de 'pallozas', si bien sólo en zonas remotas (como la sierra de Ancares, o el Cebreiro, en la provincia de Lugo). Hacia finales del siglo II a C se inicia un proceso de abandono de los castros, que, a juzgar por la escasez de restos romanos encontrados en sus recintos, no llegaron a ser absorbidos plenamente por la romanización. Este fenómeno explicaría el desarrollo a mediados del siglo I a C de la zona que hoy ocupa Ávila, en un promontorio a orillas del río Adaja, área en la que se detecta un incremento de la población, sobre todo de los núcleos rurales en zonas llanas y próximas a la vega. Estos asentamientos dependerían de la ciudad romana, lo que denota un cambio en el modelo de poblamiento con respecto a los viejos castros indígenas. Las necrópolis son yacimientos clave para la investigación de la sociedad celta de la época. Los difuntos eran incinerados, y las cenizas de los cadáveres guardadas en urnas, por lo general de cerámica. Éstas eran enterradas junto con ajuares funerarios a base de armas y adornos en un campo extramuros del pueblo, alineadas en calles rectilíneas, marcando con una estela de piedra cada sepultura. La disposición general de las necrópolis revela la existencia de grupos sociales diferenciados y jerarquizados, en cuya cúspide se situaría una élite de guerreros. A veces las tumbas se agrupaban por familias y se coronaban con túmulos circulares de mampostería, como es el caso de La Osera (en el castro de la Mesa de Miranda, Ávila). Indice de textos Los verracos. Un zoo de granito En cuanto a la escultura, las realizaciones más conocidas de los celtas de la Meseta son las grandes estatuas que representan animales, como toros y cerdos, esculpidas en la dura piedra de granito gris abundante en toda la región. Aunque de formas algo toscas y estilizadas, el agudo sentido de la observación de sus autores logró reflejar con bastante fidelidad las formas anatómicas de los distintos cuadrúpedos en diversas posturas, de modo que hoy en día, a pesar de los graves daños ocasionados por la erosión y el maltrato de siglos, aún es fácil identificar en la mayoría de los casos la especie animal retratada por las particularidades de su morfología. ![]() Aunque 'verraco' en el diccionario designa literalmente a un 'cerdo padre que se echa a la puerca para la generación', se ha convenido otra acepción más específica en el campo de la arqueología para la palabra verracos: hace referencia a todas las estatuas zoomorfas en piedra de la Edad de Hierro, que se encuentran en la Península Ibérica desde los Montes de Toledo hasta Vizcaya y desde el Guadarrama hasta Portugal, independientemente de que representen animales porcinos o bovinos. En este estudio usaremos también el término 'verracos' de forma indistinta para referirnos a estas esculturas celtas, tanto si son cerdos como si son toros. Los verracos se hallan irregularmente diseminados por un área que se corresponde con los antiguos territorios de las poblaciones célticas de los vettones, vacceos y carpetanos, en las actuales provincias de Ávila, Segovia, Salamanca, Zamora, Cáceres y Toledo, llegando hasta las comarcas portuguesas de Trás os Montes y Beira Alta. Los arqueólogos no se han puesto aún de acuerdo sobre la función y significado de estas estatuas, habiendo apuntado varias teorías: 1) Las estatuas eran elementos atropopaicos (según J. Cabré), es decir, tenían carácter mágico-protector y velaban por la suerte de los ganados. Se levantaban en los campos como guardianes y defensores de las reses y rebaños, para preservarlos de los influjos maléficos. 2) Dada la envergadura de algunos ejemplares, que los hace visibles desde lejos, es posible que sirviesen para delimitar los pastizales, para marcar las rutas trashumantes, o como mojones fronterizos entre territorios. Álvarez Sanchís ha relacionado los verracos del valle Amblés con el control social de las áreas de explotación ganadera, al localizarse en terrenos de pastos de invierno, de exclusivo aprovechamiento estacional y críticos en términos de subsistencia. Los verracos de esta zona estarían estratégicamente ubicados para señalar y sacralizar zonas susceptibles de explotación. 3) La presencia de verracos de tipo bóvido dentro o cerca de las necrópolis parece conferirles un carácter funerario. Se han localizado en la provincia de Ávila verracos tardíos, de época celtibérica o romana, que son de pequeño tamaño y se componen de dos piezas: una cista o urna cuadrangular de piedra para depositar cenizas, y el verraco propiamente dicho que forma la tapadera de la cista. Algunos de estos verracos portan sobre el cuerpo inscripciones incisas en latín. Se cree se trata de manifestaciones de la pervivencia en época romana de tradiciones y usos celtas. 4) Otros autores rechazan la hipótesis del carácter funerario de los verracos, y reivindican la idea de que se trataría de símbolos de fecundidad, o esculturas propiciatorias de la fertilidad en animales y hombres (Bosch Gimpera). Esto podría explicar el que en algunas ocasiones aparezcan juntos machos y hembras, o que sean encontrados en corrales o espacios para el ganado. 5) No puede descartarse la posibilidad de la zoolatría, teniendo en cuenta el marcado trasfondo panteísta de las creencias célticas. Los verracos serían imágenes de culto, instaladas en espacios adecuados, en las que se adoraba a animales sagrados o a divinidades indígenas (López Monteagudo, Blázquez, Fernando Fernández). Tal podría ser el caso del verraco del castro de Castelar, instalado en el centro de un círculo de piedra de 3 m de diámetro, o de los verraquillos del castro de Santa Lucía (ambos castros situados en Portugal), y también el caso del grupo escultórico de los Toros de Guisando. 6) Los verracos, finalmente, podrían ser exvotos ofrecidos a divinidades. Antonio Blanco Freijeiro apunta que estos zoomorfos nunca alcanzaron la categoría de deidades. Serían más bien animales de sacrificio destinados a aplacar a los dioses de los difuntos. Es probable que las funciones de los verracos cambiaran con el tiempo, habiendo de distinguirse los esculpidos en la época prerromana de los de la época bajo dominación romana. Indice de textos ![]() Por otro lado hay que recordar la fuerte carga simbólica que tenía la iconografía del toro en la antigüedad europea, sobre todo en el ámbito del Mediterráneo. Bastará para corroborarlo una somera enumeración de ejemplos: los uros prehistóricos pintados en las cuevas, o tallados en huesos; los 'santuarios' decorados con cabezas de toros del poblado neolítico de Çatal Hüyük, en la Anatolia; las tiaras con cornamentas simbolizando las deidades mesopotámicas y pérsicas; el buey Apis de la teogonía egipcia; el mito de Teseo y el Minotauro, así como los juegos taurinos de la Creta minoica; el rapto de Europa por Zeus metamorfoseado en un toro blanco; el sacrificio del toro por el dios Mitra... Los faraones egipcios revalidaban en la fiesta 'sed' su condición de soberanos, mediante una ceremonia en la que el monarca corría junto a un toro Apis, en un ritual de regeneración por el que recobraba la energía y el vigor necesarios para seguir gobernando el país del Nilo. En el mundo preclásico y clásico, el toro era símbolo de poder, de fuerza, de fecundidad. Los celtas de la Meseta no fueron excepción en esta fascinación general por la figura del toro. Es significativo que su estatuaria carezca por completo de esculturas antropomorfas (a diferencia de sus coetáneos los iberos), y se centre exclusivamente en motivos zoológicos. Si bien las formas de los verracos son algo esquemáticas, en la mayoría de los casos se pueden discernir con seguridad los distintos detalles anatómicos del animal: la testa y cuello, el lomo protuberante, la gran papada con sus pliegues, las pezuñas y articulaciones de las extremidades, los testículos, la cola recogida en curva sobre un cuarto trasero. Por lo común son representados de pie sobre un pedestal prismático que sirve de plataforma base para la estatua y con la que forma un todo monolítico. En el espacio comprendido entre el vientre, las patas delanteras, las traseras, y la losa de base se circunscribe un hueco rectangular característico. Las dos extremidades delanteras van unidas formando un solo bloque, e igual sucede con el par de patas traseras; estos dos bloques suelen a su vez estar reforzados por sendos prismas suplementarios adosados para hacerlos más resistentes al peso de la masa pétrea del animal. El pellejo que cuelga en la parte central del vientre del toro suele servir a veces como tercer punto de apoyo sobre el pedestal. En la cabeza del verraco se abren en ocasiones dos orificios que suelen malinterpretarse como 'los ojos' del animal. En realidad, se trataría de agujeros destinados a acoplar en ellos los cuernos del toro. Estos cuernos podrían ser naturales, extirpados de animales astados de carne y hueso, lo que explicaría el que no se hayan encontrado rastros de cornamentas en ningún verraco, a causa de la descomposición de su materia orgánica. No cuesta mucho imaginarse el majestuoso porte que mostrarían estos cornúpetas de piedra, luciendo hermosas astas, recortándose en pie contra el cielo, vigilantes, sobre altillos dominando los feraces pastizales. Indice de textos Valoración de su calidad artística Pese a las dificultades que para la correcta apreciación de estas obras escultóricas de los vettones entrañan los estragos ocasionados por más de dos mil años de erosión y descuido, sumado a la diáspora sufrida por la mayoría de las piezas, hemos de llamar la atención sobre la alta calidad estética y la gran diversidad de soluciones iconográficas desplegada por sus artífices a la hora de reproducir en piedra los animales. ![]() En este sentido, contrasta el relativamente escaso interés que se presta a la escultura céltica con respecto a la escultura ibérica contemporánea, cuyas mejores piezas se custodian en museos con todos los honores. Por poner un ejemplo: en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, donde podemos admirar las Damas de Elche y de Baza, amén de un gran número de estatuillas oferentes y otras esculturas y obras de arte iberas, de los verracos celtas apenas podemos contemplar sino uno muy erosionado de tamaño pequeño (procedente de Las Cogotas), mientras que el más grande de los verracos hasta hoy conocidos yacía hasta hace poco por tierra y olvidado en un remoto paraje a la intemperie en la Sierra de Ávila. Dada la descontextualización arqueológica provocada por el continuo traslado de los verracos a puntos geográficos distintos de sus lugares de origen, movilidad que se ha producido a lo largo de la historia (para reaprovechar las estatuas con propósitos suntuarios, como elementos decorativos en patios, pórticos y escalinatas de palacios), la cronología de estas esculturas se hace muy imprecisa. Las fechas aventuradas por los especialistas para su datación abarcan el dilatado lapso que va desde finales del siglo V a C hasta entrado el siglo III d C, ya en pleno Imperio Romano. Es por ello esencial la investigación arqueológica de los escasos ejemplares de verracos que aún parecen hallarse in situ, como sería el caso de los dos verracos de Villanueva del Campillo (uno de ellos de dimensiones colosales), complementada con la prospección de los terrenos circundantes, que podría arrojar nuevas luces sobre este tema. Esta labor de investigación ha sido ya puesta en marcha por la Junta de Castilla y León y la Diputación de Ávila, que ha restaurando ambos verracos y los ha relevantado en el pueblo vecino. Indice de textos ![]() Exposiciones sobre los vettones Por iniciativa de la Diputación Provincial de Ávila se organizó a principios de 2002 en la capital abulense una gran exposición internacional titulada 'Celtas y Vettones', en la que, por vez primera en España, se ofreció al público una panorámica general de la cultura de los pueblos célticos, con especial atención a los de Hispania y, en concreto, a los vettones que ocupaban las actuales tierras de Ávila. La exposición describía los orígenes y extensión de estos pueblos, sus creencias y 'tesoros', su expansión y contiendas bélicas, su vida cotidiana, sus conocimientos intelectuales y su expresión artística, a través de más de 350 piezas cedidas por cerca de cincuenta museos de España y Europa. Asimismo, la Diputación emprendió el programa Interreg de recuperación y acondicionamiento de los vestigios celtas y vettones repartidos por la provincia de Ávila, y que en un futuro pueden convertirse en zonas de interés para visitas arqueoturísticas. Del 2 de diciembre de 2005 al 8 de mayo de 2006 se celebró en Ávila, en el magnífico marco gótico-renacentista del Torreón de los Guzmanes, la exposición 'Vettonia. Cultura y Naturaleza'. A lo largo de doce salas se mostró al público una panorámica completa de la cultura vettona, examinando aspectos como la arquitectura y urbanismo de los castros, los rituales funerarios, los recursos agrícolas, ganaderos, industriales y de cantería de los vettones, y exhibiendo piezas de orfebrería, cerámica y escultura, como el soberbio toro de piedra de San Miguel de Serrezuela –el segundo más grande de los verracos conocidos (fotos 49 y 50)–, que se conserva permanentemente en este palacio. Paralelamente se organizaron rutas de visitas arqueológicas a los castros de Las Cogotas, la Mesa de Miranda, Ulaca, El Raso, y a los Toros de Guisando. |
5. Una selección de verracos |
Ofrecemos a
continuación
una serie de breves reseñas sobre cada uno de los verracos
mostrados
fotográficamente en nuestra exposición: Ávila - Verraco del Alcázar - Museo de Ávila - Museo-almacén de Santo Tomé - Palacio de los Verdugo (Foto 03) En el jardín interior de este palacio renacentista rehabilitado como parador se conserva un verraco de tamaño pequeño, con aspecto de novillo. ![]() - Agencia Tributaria Torso de verraco sin patas, encontrado junto al Arco de San Vicente, instalado en un patio privado junto a la pared de la muralla. Se hallaba bajo los cimientos de la Muralla de Ávila y podría tener una función protectora de una de las puertas de entrada a la ciudad. Indice de textos - Campo de Golf - Cementerio musulmán - Dehesa del Pinar Están registrados en Ávila varios verracos hoy desaparecidos: - Toro de la Romarina (246 x 161 x 64 cm). Ubicado varios años en la plaza de San Vicente, tras ser reclamado por su propietario se encuentra en la actualidad en paradero desconocido. - Zoomorfo que estaba a mediados del siglo XIX
abandonado en
la Plaza de la Feria, procedente del Palacio de los Verdugo, y
perteneciente
a Ramón de Campomanes, poseedor del mayorazgo de los Verdugo.
Actualmente
desaparecido, se especula si podría ser el mismo verraco
custodiado
en el almacén de Santo Tomé, procedente de la Plazuela
del
Rollo. (Juan Ruiz-Ayúcar, 'El verraco misterioso', Diario de
Ávila,
14 septiembre 2003). (Fotos 04 y 05) Hay un verraco monolítico de tamaño mediano emplazado en un porche junto a la iglesia del pueblo. Aunque muy fragmentado y deteriorado por el paso del tiempo, conserva ciertos rasgos y el perfil general de toro. Le faltan las patas delanteras y la plataforma de base. Llaman la atención los numerosos orificios de poca profundidad que perforan un costado del cuerpo. Vicolozano (Foto 47) Se puede ver un verraco de pequeño tamaño, tipo bóvido, colocado sobre una tapia, en la encrucijada de la carretera Ávila-Villacastín con la carretera de Brieva. ![]() Tornadizos de Ávila Verraco
con perfil tirando a cerdo, instalado a media
ladera de una colina coronada por una ermita, en las afueras del
pueblo.
De tamaño mediano, se conserva muy entero, con su plataforma de
base.
Castro de Las Cogotas Uno de los
más representativos castros vettones
de la Meseta, entre los excavados, es el de Las Cogotas, cuyas ruinas a
duras penas se distinguen entre la vegetación de un
montículo
a pocos kilómetros de Cardeñosa (Ávila). Pertenece
a la Edad del Hierro, con una cronología aproximada entre los
siglos
VI y III a C. (Fotos 11 y 12) ![]() Curioso verraco instalado a modo de monumento junto a la iglesia de San Pedro, que se levanta a la entrada del pueblo. Se conserva casi entero, con sus patas en pie sobre la característica basa de piedra que suele formar parte integral del monolito, que mide 127 x 94 x 53 cm. Las extremidades están muy bien talladas, identificándose las formas de los jamones, las rodillas, los corvejones y las pezuñas. En la grupa se observan restos de una cruz incrustada. La cabeza está en parte fragmentada, habiendo adquirido sus facciones un perfil chato, que parece conferir una vaga forma de oso a lo que probablemente era otro animal. Su tipología indeterminada se ha clasificado en el tipo B; es decir, se da por seguro que no se trata de un toro. Al bicho se le denomina 'el oso' y aseguran que este animal de granito es el origen del nombre de este pueblo de la comarca abulense de la Moraña, tierra de cereales. El Oso posee además un entorno de paso de multitud de aves, gracias a sus lagunas. Su lugar de origen es desconocido, pero hacia 1250 el verraco de El Oso aparece mencionado en el pueblo en la consignación de rentas del cardenal Gil Torres a la Iglesia y Obispado de Ávila. Cuenta la leyenda que una manada de osos pasaba por las cercanías, cuando uno se desvió y acabó siendo abatido por los mozos del lugar. Unos vecinos de Papatrigo nos refirieron una costumbre que antaño practicaban en El Oso los jóvenes del pueblo que querían contraer matrimonio: en determinadas fiestas, los mozos y las mozas casaderos tenían que atravesar con su cuerpo el agujero rectangular que forma la tripa, las patas y la base de piedra del verraco; si lo conseguían, se consideraba un augurio favorable para las nupcias. En breve, la Diputación de Ávila tiene prevista la recuperación del verraco de El Oso, propiedad del Ayuntamiento, y el acondicionamiento de su entorno, con el fin de integrarlo dentro de los circuitos arqueoturísticos por las localidades donde se custodian muestras del rico patrimonio vettón de la provincia. Indice de textos Santa María del Arroyo Verraco de
pequeño tamaño instalado sobre
una peana en la plaza frente a la iglesia. El hueco que habitualmente
forman
tronco, patas y pedestal-base está aquí sin perforar,
sólo
insinuado. El toro o novillo no está de pie, sino recostado
sobre
el suelo, con sus extremidades recogidas a la manera de los rumiantes.
Se distingue también el pellejo colgante de su papada. El despoblado de Ulaca esconde sus ruinas en un montículo aislado que domina la fértil llanura del valle Amblés cruzada por el Adaja, al norte de la sierra Paramera, cerca del pueblo de Solosancho, junto al castillo de los Estrada en Villaviciosa y no lejos del castillo de Aunqueospese, de Sotalvo, cuyas torres del siglo XV despuntan sobre una colina a oriente. En su tiempo, la población de este asentamiento de la cultura de los vettones pudo llegar a los 4.000 habitantes. El lugar tuvo una secuencia cronológica continuada desde la Edad de Cobre (final del III milenio a C) hasta su abandono en época romana (hacia el 72 a C, probablemente a consecuencia de las Guerras Sertorianas), dándose su apogeo en la Edad de Hierro. Con sus 74 hectáreas de superficie, el castro de Ulaca es uno de los mayores oppida de Europa, y se cuenta entre los más extensos de la España prerromana. Se trataría probablemente de un santuario colectivo que, ante la presión romana, se amuralló y se convirtió en una inexpugnable ciudad fortificada. Situado a 1.500 metros de altura, su visita implica una empinada ascensión de una hora hasta la cima del monte. Se han identificado en su interior más de siete recintos, zonas de terreno diferenciadas donde se instalaban las casas y los corrales de ganado. Estos recintos estaban resguardados por sus respectivos cinturones de murallas, alcanzando la suma de sus perímetros más de seis kilómetros. Al ir ascendiendo por la colina, se perciben con cierta frecuencia poderosos lienzos de muralla de aparejo casi ciclópeo luchando por sobresalir entre la vegetación, que trepan y escalan por las escarpaduras, y se acoplan a los accidentes del terreno, aprovechando de vez en cuando como bastiones las impresionantes formaciones caballares de rocas de granito que jalonan la colina y constituyen auténticas defensas naturales. Parte de la muralla norte quedó a medio ejecutar, y puede distinguirse su técnica constructiva de doble y triple muro. En puntos estratégicos de los muros se abrían hasta una decena de puertas, de acceso a la ciudad y de interconexión entre los recintos, algunas de ellas dispuestas de forma lateral para dificultar posibles ataques y flanqueadas por imponentes bastiones circulares. Ulaca constituía así un poderoso conjunto defensivo que podía ser guardado de incursiones enemigas por una población con un número relativamente pequeño de habitantes. Indice de textos El primero y más amplio de los recintos del castro de Ulaca consta de 46 hectáreas, más que todos los restantes juntos, y albergaba el grueso del caserío. Se han localizado en la zona noroeste, que no era residencial, diversos edificios públicos monumentales de probable carácter religioso: - Un 'altar de sacrificios' tallado en una gran peña, rodeado de un recinto pétreo a modo de temenos de planta cuadrangular aterrazada. Se trata de los restos de un complejo rupestre sin equivalente en otros castros célticos de la Meseta. El altar monumental dispone de piletas y dos escalonamientos tallados, orientados hacia la Sierra Paramera, que conducen a una plataforma superior. Se relaciona su cometido con prácticas sacrificales y libatorias. - 'La Fragua': una supuesta sauna ritual, también rupestre, esculpida en la pared de una gran roca, donde se distinguen tres estancias, que se han interpretado por paralelismo con las 'pedras formosas' de la cultura castreña como antecámara, cámara y horno. Este último es una pequeña cámara donde se calentaba el agua, conectada por una ventana arqueada con la cámara principal. Se supone que este edificio se utilizaba en algún tipo de ceremonia purificadora de iniciación entre la casta de los guerreros (M. Almagro Gorbea y J. Álvarez Sanchís). Otros elementos de interés aparecen en diversos puntos del extenso recinto: - 'El Torreón': una gran torre de sillares de piedra en ruinas, reducida a un gran montón de cascotes, pero donde puede discernirse todavía la forma rectangular de la planta. Era quizá una atalaya defensiva. - Más de cien casas, algunas de grandes dimensiones. Las casas se construían por lo general con troncos, ramas y barro, por lo que apenas queda rastro de ellas. Pero algunas asentaban sus tabiques de adobe sobre unos muros base de mampostería, lo que ha permitido hallar trazas del caserío, si bien a nivel de basamento. En algunas áreas, grandes lajas planas de piedra en el terreno fueron usadas como suelo de algunas viviendas, para preservarlas a salvo de la humedad. - Canteras. En diversos puntos de la colina y en su parte más alta, pueden verse hoy día las canteras de donde se nutrían los vettones para su material de construcción. Se aprecian claramente las filas de perforaciones para la introducción de cuñas, y enormes bloques cortados de granito que no llegaron a utilizarse, pues la vida del oppidum llegó a su fin y su población se trasladó a otros lugares. - Manantiales para el suministro de agua al poblado, uno de ellos junto a la gran torre de piedra. En el tercer recinto se encontraron diversos verracos, lo que ha llevado a la teoría (no confirmada) de que se trataba de un recinto para ganado. Los ritos funerarios de los vettones entre los siglos V y II a C se basaban en la incineración, por lo que se disponían campos de urnas en las afueras, con sepulturas en forma de hoyo o de túmulo, donde se depositaba un ajuar funerario. A partir del II a C debió experimentarse un cambio hacia otro rito, con ocultación de cadáveres para evitar su profanación por invasores, lo que explicaría el hecho de que no se hayan descubierto necrópolis vettonas posteriores a esa fecha. Recientemente (septiembre de 2003) ha sido descubierta la necrópolis de Ulaca, tras años de búsqueda, habiéndose iniciado las primeras catas para su excavación por los arqueólogos Gonzalo Ruiz-Zapatero y Jesús Álvarez. En una pequeña llanura amesetada, al norte del oppidum, frente a dos de las puertas de la muralla, se han hallado cerámicas (vasos y urnas), piezas de ajuar funerario (una funda de puñal, una aguja de hierro, un cuchillo y cuentas de collar de pasta de vidrio), el suelo empedrado de un túmulo de enterramiento, y restos de animales como caballos, de donde se deduce que debía ser ésta un área dedicada a actividades religiosas ligadas a ritos sacrificales dentro del ámbito funerario. Se cree que lo encontrado hasta ahora no es sino la punta del iceberg de lo todavía por hallar, vestigios que proporcionarán en un futuro gran cantidad de información sobre este poblado de la Edad de Hierro que alcanzó su esplendor en los siglos II y I a C (Diario de Ávila, 10 octubre 2003). El castro vettón de Ulaca ha sido declarado Monumento Histórico-Artístico y Arqueológico por decreto de 3 junio 1981, habiéndose últimamente realizado trabajos de excavación, recuperación y señalización. G. Ruiz-Zapatero y J. Álvarez Sanchís llevaron a cabo trabajos de prospección en Ulaca, que revelaron la distribución del caserío y edificios públicos. El profesor Mariano Serna Martínez ha estudiado recientemente el asentamiento de Ulaca, y publicado los datos recogidos en 'El castro de Ulaca. Una aproximación topográfica'. Indice de textos Un verraco
de granito instalado sobre una plataforma,
junto a la iglesia. De tamaño medio-grande, con las extremidades
cortadas, potente cuello y larga envergadura, es un soberbio ejemplar
de
tipo bóvido, de gran estilización y belleza. Testuz
plano,
señales de orejas, presencia en lugar de ojos de dos agujeros
para
la colocación de cuernos (posiblementre de bronce), son algunos
de sus rasgos destacables, además de una protuberancia en medio
de la panza a modo de sustentador para conferir una mayor consistencia
a la escultura. Proviene del vecino castro de
Ulaca,
en concreto de la Fuente del Oso. Según el profesor Serna
Martínez,
los indígenas prerromanos de tierras de Ávila y
limítrofes
asociaban los toros de piedra a los manantiales y cursos de agua, en
torno
a los cuales crecían ricos pastos: tal es el caso de la famosa
'Fuente
del Oso', que toma su nombre precisamente de este verraco que se
halló
en su contigüidad, en la parte nororiental del castro.
Villaviciosa Verraco de
pequeño tamaño y muy deteriorado,
instalado en una plazuela frente al castillo de los Estrada, del siglo
XV. Fue hallado accidentalmente hace siglos por un campesino en el
Campo
de Barbacedo de Villaviciosa, al tropezar su arado con la
escultura. Otro verraco, esta vez de perfil porcino y muy fragmentado (le falta la cabeza y las patas), se halla depositado en un edificio cercano, al comienzo de la pista que conduce al impresionante castro vettón de la Mesa de Miranda. Indice de textos Castro de la Mesa de Miranda A unos
cuatro kilómetros de pista desde Chamartín
de la Sierra, en un despoblado de paisaje más agreste que
bucólico
tachonado de bosques de encinas y rocas de granito, se pueden visitar
las
ruinas de este representativo oppidum de los celtas de la
Meseta.
De todos los castros vettones abulenses es el que mejor conserva las
murallas,
de más de 2.800 m de perímetro, que encierran tres
recintos
yuxtapuestos de unas 30 hectáreas de superficie. Algunos lienzos
de las murallas se componen de dos o tres paramentos de aparejo
semiciclópeo,
con rellenos de cascotes más pequeños. La Aldea del Rey Niño Riofrío (Fotos 25, 26, 27, 28 y 29) Los célebres Toros de Guisando se hallan en un descampado del lugar llamado Ventas de Guisando, al pie del cerro Guisando, cerca de El Tiemblo (Ávila). Es un grupo de esculturas representando cuatro robustos toros de poderoso cuello y gruesa papada, alineados de pie sobre pedestales, con sus testas orientadas hacia poniente. Son de tamaño natural y están talladas en sendos bloques exentos de granito. Cada uno de ellos es monolítico, aunque uno de ellos había sido destrozado y posteriormente recompuesto. ![]() "LONGINVS, PRISCO-CALA, ETIQ-PATRI-F-C" Que puede traducirse como: "Longino, a su padre Prisco, de los calaéticos, procuró hacerlo". El segundo toro tiene incisos en el cuerpo dos petroglifos, uno en forma de Y griega. En el tercer toro, que es el reconstruido, llaman la atención el detalle realista de las arrugas en el cuello del cuadrúpedo y los profundos hoyos destinados a acoplar los cuernos. La cuarta escultura presenta otra inscripción latina en su costado izquierdo: la primera línea muestra las letras "A.N.-A." y la segunda, la palabra "CALAETICOS". Los cuatro animales muestran verdugones en las nalgas derechas, como si fueran marcas de ganadería. Los Toros de Guisando imponen por su gran tamaño (con un promedio de 2,70 m de largo, 0,80 m de ancho y 1,50 m de alto) y poderosa constitución anatómica, de prominentes lomos y espesas papadas con pliegues, que les hace parecerse a grandes bueyes o incluso a bisontes. No se conoce la exacta procedencia y finalidad de este grupo escultórico, ni siquiera si los cuatro toros formaban grupo en origen, pero a juzgar por los epígrafes latinos mencionados, y por el parecido con otros de su estilo (Martiherrero, Gemiguel, la Alameda alta de Tornadizos) se conjetura que pudieran ser cuatro verracos vettones de los siglos III-II a C, originarios de este mismo lugar y reubicados en tal disposición espacial en tiempos romanos (quizá bajo Augusto) con algún fin cultual, conmemorativo o funerario. Los Toros de Guisando son mencionados en El Quijote: Vez también hubo que me mandó fuese a tomar en peso las antiguas piedras de los valientes Toros de Guisando, empresa más para encomendarse a ganapanes que a caballeros. (Cervantes, Don Quijote de la Mancha, II, 14) Cerca se levanta el Monasterio de Guisando, fundado por el rey Enrique IV en 1464 y protegido por el segundo marqués de Villena. Aquí se proclamó en 1468 a Isabel la Católica heredera del trono de Castilla, título que rehusó aceptar en vida de su hermano Enrique IV. El primitivo edificio sufrió un incendio del que sólo se salvó la capilla gótica de San Miguel. El actual edificio, del XVI, ostenta en su claustro los escudos del marquesado de Villena. Indice de textos Villatoro (Fotos 33, 34, 35, 36 y 37) A pocos kilómetros del pueblo, en la linde entre dos campos de labranza, se hallan dos magníficos verracos poco conocidos, hasta hace poco tirados por tierra y semienterrados, que por su evidente importancia arqueológica están siendo objeto de restauración. Uno es de tamaño mediano, y el otro, de grandes proporciones (dos metros y medio de alto por dos metros de base), siendo éste último con toda probabilidad el más grande de los verracos vettones hasta hoy encontrados. ![]() De tamaño mayor que el natural, el gran verraco de Villanueva supera en dimensiones a los mismos Toros de Guisando. Se halla fragmentado, el cuerpo partido por la mitad, habiendo desaparecido la parte de los cuartos traseros. No obstante, se aprecian perfectamente la cabeza, el grueso cuello y papada, las patas delanteras y la losa que suele servir de plataforma base para los verracos monolíticos. El voluminoso lomo le confiere un aspecto parecido a un bisonte, y su descomunal tamaño induce a pensar en el uro, antecesor extinguido de los bovinos en Europa. Ambos verracos estaban caídos de lado con la misma orientación, la cabeza mirando al oeste, lo que permite suponer que, a diferencia de la mayoría de los verracos que han sido trasladados y cambiados de sitio a lo largo de la historia, estos dos bóvidos de granito podrían encontrarse in situ, circunstancia que les otorgaría un valor añadido excepcional. Una excavación sistemática de la zona puede revelar sorpresas en el futuro, como la pedregosa colina al norte del emplazamiento de los dos verracos, que contiene numerosos indicios de que podría haber albergado un asentamiento. La Junta de Castilla y León y la Diputación de Ávila se han encargado de los trabajos de restauración de estas dos piezas, que han sido completadas y relevantadas en el pueblo vecino. La finalidad es que el público pueda admirar estas obras insustituibles del arte estatuario de los vettones, entre las que se encuentra el más grande de los verracos celtas conocidos hasta hoy, que no ha recibido aún el reconocimiento que merece como una de las más impresionantes joyas escultóricas de la antigüedad hispana. Indice de textos San Miguel de Serrezuela (Fotos 49 y 50) Un verraco de descomunal tamaño con anatomía de toro (el segundo más grande conocido después del de Villanueva del Campillo), procedente de este pueblo, es exhibido en el Torreón de los Guzmanes de Ávila. Castro de El Raso (Foto 38) A unos diez kilómetros al noroeste de Candeleda, en el fértil valle del Tiétar (Ávila), han sido excavadas las ruinas de un extenso castro vettón, distribuidas por varios montículos y laderas montañosas del lugar conocido como El Raso o El Freilo (así también llamado por el cercano arroyo del mismo nombre). Junto a la actual población de El Raso, que hay que atravesar para llegar a este castro, se encontró en el llano otro poblado vettón, cuya existencia, según Fernando Fernández Gómez, que lo excavó parcialmente, se dio entre los siglos V - II a C, esto es, durante la segunda Edad del Hierro. Estaba provisto de una necrópolis de esa época, contemporánea a las de Las Cogotas y Chamartín. Las gentes de este poblado y de otros que debió haber por los alrededores, como consecuencia de la incursión de Ánibal en 219 a C, cuyo ejército los pudo destruir, se trasladó varios kilómetros más arriba, al lugar donde ahora se encuentra el castro de El Raso. Este castro alto, perteneciente a la tercera Edad del Hierro, tuvo una vida corta, pues a mediados del siglo I a C debía estar prácticamente abandonado. De 20 hectáreas de superficie, ocupaba una destacada posición sobre la garganta de Alardos, que le servía a modo de foso. Su parte alta estaba protegida por una fortificación, y la parte baja por una poderosa muralla de 2-3 m de espesor jalonada de torreones, de la que se conserva la puerta sur. Esta estratégica ubicación posibilitaba el control de la llanura por parte de los habitantes del castro, así como los accesos a los pastos de la Sierra de Gredos. En el interior de su recinto amurallado se han excavado diversos barrios, la mayoría con casas humildes, pero con algunas viviendas más amplias y mejor distribuidas, con porches al exterior y hogares en la habitación central, en torno a los cuales había bancos corridos de piedra adosados a la pared. Una pieza de la casa siempre estaba destinada a almacén o despensa. Se ha detectado entre las mansiones un horno de forja de metales. Los vettones dieron muestras aquí de cierto sentido de la urbanización, pues sus casas se alineaban adyacentes pared contra pared, formando calles y bloques de manzanas (lo que contrasta con la distribución aleatoria del caserío en otros castros celtas de la región), probable influencia de los usos constructivos romanos. Dos casas del centro han sido reconstruidas para facilitar su comprensión. Calculando en 300 ó 400 los hogares existentes, multiplicados por 5-6 personas, la población del castro, según Fernando Fernández, debió rondar entre los 2.000 y los 3.000 habitantes. En una de las casas del barrio bajo junto a la muralla se ha encontrado un pequeño tesoro formado por brazaletes y denarios de plata de época romana. No se ha descubierto todavía la necrópolis de este castro. Indice de textos Otros castros celtas de Ávila Arévalo (2) Barraco (1) Bernuy Salinero (3) Candeleda (1) Cardeñosa (5) Martiherrero (4) Medinilla (1) Muñogalindo (2) Padiernos (1) Papatrigo (1) San Juan de la Nava (1) Santo Domingo de las Posadas (1) Sotalvo (3) Indice de textos - Verraco del Lazarillo de Tormes "Salimos de Salamanca, y
llegando
a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra, que
casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca
del
animal y, allí puesto, me dijo: "Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en todo dejarle, y como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que luego otro día salimos por la villa a pedir limosna y había llovido mucho la noche antes. Y porque el día también llovía y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel pueblo había, donde no nos mojamos; mas como la noche se venía y el llover no cesaba, díjome el ciego: –Lázaro: esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más cierra, más recia. Acojámonos a la posada con tiempo. Para ir allá habíamos de pasar un arroyo, que con la mucha agua iba grande. Yo le dije: –Tío: el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por dónde atravesemos más aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto. Parecióle buen consejo, y dijo: –Discreto eres; por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados. Yo, que vi el aparejo de mi deseo, saquéle debajo de los portales y llevélo derecho a un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre el cual y sobre otros cabalgaban saledizos de aquellas casas, dígole: –Tío: éste es el paso más angosto que en el arroyo hay. Como llovía recio, y el triste se mojaba, y con la prisa que llevábamos de salir del agua, que encima se nos caía, y, lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme en él venganza), creyóse de mí y dijo: –Ponme bien derecho y salta tú el arroyo. Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y póngome detrás del poste, como quien espera tope del toro, y díjele: –¡Sus! Saltá todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua. Aun apenas lo había acabado de decir cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego para atrás medio muerto y hendida la cabeza. –¿Cómo, y olistes la longaniza y no el poste? ¡Ole! ¡Ole! –le dije yo. Y dejéle en poder de mucha gente que lo había ido a socorrer, y tomé la puerta de la villa en los pies de un trote, y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos. No supe más lo que Dios dél hizo, ni curé de lo saber." (Anónimo. 'La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades') Indice de textos ![]() - Museo de Salamanca Fotos 41 y 42: . Un verraco de insólitas formas que evocan a un porcino de prominente hocico, procedente de Gallegos de Argañán, villa salmantina próxima a la frontera con Portugal, fechado entre los siglos III y II a C (II Edad del Hierro). Fotos 43 y 44: . Dos verracos a nivel de simples torsos informes sin cabeza ni patas, de perfil redondeado y grueso, y de pequeño tamaño. Ciudad Rodrigo (Salamanca) - Verraco vandalizado (Foto 51) La web Arteselección nos envía como noticia un acto vandálico realizado en julio de 2010 sobre un verraco de Ciudad Rodrigo, que fue pintarrajeado mediante sprays con pinturas de colores. El atentado se produjo de madrugada contra el verraco instalado junto a la muralla y el castillo de Enrique II de Trastamara. Datado en el siglo IV a C, se trata de una de las mejores piezas del patrimonio de Ciudad Rodrigo. La escultura fue descubierta hace 500 años en las inmediaciones de la localidad. La administración local lo promociona como parte de la Ruta de los Castros y los Verracos prerromanos de Castilla y León. Más información en Noticias Arteselección Madrid VERRACOS Arte escultórico de los celtas 6. Bibliografía - Anónimo. La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades ('Los lazarillos en la literatura'. S.A. de Promoción y Ediciones, Madrid, 1984)- Bozal, Valeriano. Historia del arte en España (Colección Fundamentos, Ediciones Istmo, Madrid, 1972) - Pascual, M. José. Toros, dioses y hombres (National Geographic, España, diciembre 2002) - Sánchez Moreno, Eduardo. Vetones: historia y arqueología de un pueblo prerromano (Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 2000) - Serna Martínez, Mariano. Ulaca. Una aproximación histórica (serie de cuatro artículos publicados en El Diario de Ávila los días 5, 12, 18 y 25 agosto 2002) - Serna Martínez, Mariano. Estudio de los verracos abulenses (Diario de Ávila, 12 octubre 2003) - Serna Martínez, Mariano. Los verracos. Esculturas zoomorfas vettonas Enlaces a webs con temas relacionados: Federación de Asociaciones del Patrimonio de la
Humanidad
de Castilla y León |
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Arte escultórico de los
celtas
Indices de fotos Indice 1 Ávila. Narrillos de San Leonardo. Tornadizos. Mingorría. Las Cogotas. El Oso Indice 2 Sta María del Arroyo. Solosancho. Villaviciosa. Chamartín. Mesa de Miranda. Riofrío Indice 3 Toros de Guisando. Villatoro. Villanueva del Campillo Indice 4 Villanueva del Campillo. El Raso. Salamanca. Ávila. Vicolozano. Aldea del Rey Niño Indice 5 San Miguel de Serrezuela. Ciudad Rodrigo. Sotalvo |
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