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 GENTES DEL YEMEN
  Retratos de la 'Arabia Feliz'
Gentes del Yemen   
   Yemen, el legendario país del incienso y de la mirra, conocido desde la antigüedad como la Arabia Felix, va abriendo sus fronteras al mundo. Y gracias a ello tenemos hoy el privilegio de descubrir una sociedad que, con un pie en el siglo XXI, preserva todavía sus modos de vida inmersos en los usos medievales. A la incomparable belleza de sus paisajes y aldeas, a la fantástica arquitectura de sus casas-torre y sus mezquitas, se une algo aún más valioso: el calor humano de sus gentes.
   Ellos, los yemeníes, sus rostros, sus figuras, sus ambientes, son el motivo de esta exposición de retratos, con la que queremos rendir un modesto pero sentido homenaje a este pueblo admirable.
  
76 fotografías on line
Indice de textos
Rostros del Yemen
Yemen. Breve historia
    El país del incienso y la mirra
    El reino de Saba
    El Yemen medieval islámico
    Las colonizaciones
    Yemen hasta nuestros días
El pueblo yemení

Indices de fotos
Indice 1
Indice 2
Indice 3
Indice 4
Indice 5

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YEMEN DE NORTE A SUR
LA CARNE Y EL CORAN. Carnicerías de los países islámicos
  
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EL SULTANATO DE OMAN
      

  
  
   Dedicamos esta exposición a la memoria de nuestro amigo Mikel Essery Arruti, que falleció en Yemen el 2 de julio de 2007, junto a otras diez personas, víctima de un atentado suicida indiscriminado inducido por el fanatismo político-religioso. Mikel era un ciudadano del mundo, y amaba este país.
  
  
  

  
  
   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...

                                                                             (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)




   Vi a los nativos del legendario país del incienso y de la mirra, la tierra que gobernaron la reina de Saba hace tres mil años y la reina Arwa hace casi mil.
   Era el país que los antiguos llamaron Arabia Felix, porque el verdor de sus montañas y la feracidad de sus valles contrastaban como feliz excepción entre los despiadados desiertos de la Península Arábiga.
   Vi de cerca los hermosos rostros de sus habitantes, y al verlos sentí el reflejo de la simpatía y hospitalidad de sus corazones.
   Y vi que sus sonrisas ofrecían también un poderoso contraste con la austeridad extrema de su medios de vida, y parecían haber dejado atrás y hasta olvidado las convulsiones de la reciente historia de su nación.
   Vi los rostros de las gentes del Yemen, espejos del alma colectiva de este bellísimo país que va abriéndose poco a poco al mundo.
  
  

 

  
1.  Rostros del Yemen
 
   En pocos lugares de la Tierra existe la oportunidad de realizar retratos fotográficos con tanta soltura como en el Yemen. País recientemente abierto al mundo, sus hospitalarios habitantes ven con una mezcla de curiosidad y sentido del humor la creciente invasión de visitantes foráneos que, cámara en ristre, recorren este bellísimo rincón de la Península Arábiga, antaño llamado Arabia Felix (epíteto que pondera el verdor de sus montañas por contraposición a los rigores de los desiertos de Arabia). 
Gentes del Yemen   No es tarea fácil hacer retratos. Será ésta de hecho una de las disciplinas más difíciles y delicadas de la fotografía. Puesto que la cara es el espejo del alma, un buen retrato sería, por definición, aquél que lograra no sólo captar las facciones físicas externas de un ser humano, sino también algún rasgo de su psicología interna, que permitiera al espectador intuir en alguna medida el carácter o personalidad del retratado. En un instante que dura menos que una fracción de segundo, en la película quedan plasmados gráficamente un gesto, una mirada, una postura irrepetible de una persona que ya de por sí es única e irrepetible. ¿Cómo conseguirlo de una forma natural? ¿Cómo evitar la impostación del modelo, la pérdida de espontaneidad que en cualquier sujeto provoca el hecho de ser apuntado por el objetivo de una máquina? Que el observador condiciona lo observado no sólo es una constatación de la estética sino una ley fundamental incluso en física cuántica. 
   Si dejamos aparte el retrato de estudio, que posee su lenguaje específico, creemos que el retrato fotográfico del natural –por ejemplo, el que escoge por tema los rostros nativos con que el viajero se topa por las calles, ciudades, aldeas o campos de un país– tiene también sus propias normas. 
   La primera, intentar hacerse invisible. ¿Y cómo logra esto el fotógrafo? Mezclándose con la población. Dejando pasar un tiempo antes de sacar la cámara, para observar con calma el entorno, para ir empapándose del ambiente, para charlar con las gentes y que las gentes se acostumbren a uno, hasta el punto de que nadie se sienta avasallado por el aparato fotográfico y se le deje de prestar atención. A partir de ese momento mágico empiezan a surgir las mejores fotos, los más genuinos retratos. Trabajadores pillados manos a la obra, ajenos a todo lo que no sea su faena. Mercaderes que reclaman la atención de los viandantes hacia los artículos expuestos en sus tenderetes. Hombres y mujeres que regatean en los zocos. Niños y niñas que corretean por los callejones y juegan a la comba, a la rayuela, a las canicas y, cómo no, al fútbol, aunque sea con un balón desinflado y en una empinada cuesta. Ancianos de rostro barbudo, paseando su serena dignidad por calles y plazas. 

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   En lo que respecta al Yemen se da una circunstancia añadida, y es el hecho de que muchos de sus nativos no sólo no tienen inconveniente, sino que piden expresamente al viajero el ser retratados. "¡Sura, sura!", exclaman los muchachos a todas horas por las calles, y no pocos adultos también, demandando que se les haga una foto. Para qué hacerse de rogar. Antes de que se lo piensen dos veces, se saca la cámara y un rápido clic deja inmortalizados sus fotogénicos rostros, su elegante porte, sus medievales atuendos, con sus galabeyas y sus chadores, con sus turbantes y sus yambías. No se crea que nos pedirán algo a cambio. Todo lo más, algunos nativos, muy pocos, solicitarán amablemente que se les envíe una copia de la fotografía. Así lo hacemos en estos casos, por sistema, como detalle obligado de agradecimiento. Invitamos a la persona retratada a que nos escriba en su propia grafía árabe su dirección postal en un papel, que una vez vueltos a casa fotocopiaremos y pegaremos en el sobre donde remitiremos al interesado la sura solicitada. 
Gentes del Yemen   Otras veces seremos nosotros quienes requiramos permiso al sujeto para hacerle el retrato. Es de gran utilidad para ello chapurrear algunas palabras en árabe. La fórmula "monken sura?" (que se podría traducir por "¿me permite hacerle una foto?") obra milagros. Casi todos los yemeníes nos lo concederán de mil amores, y con un cordial ademán de complicidad se prestarán a participar en el consabido rito fotográfico, un tanto sorprendidos y bastante regocijados porque su persona sea motivo de atención para un forastero. 
   Ciertamente, el nativo en estas ocasiones posa, adopta una postura convencional, contemplando hierático el objetivo y perdiendo naturalidad. Pero tampoco ello importa demasiado. Es como si se entablara un pequeño duelo cara a cara. El fotógrafo hace frente al modelo y el modelo sostiene la mirada. Por lo general es una mirada franca, sin dobleces, que no rehúye la nuestra, que escruta al viajero con gesto entre curioso y expectante, que parece taladrarle con esos ojos negros, brillantes y profundos como azabaches para adivinar sus pensamientos más recónditos, hasta el punto de que uno se pregunta quién está fotografiando a quién. 
   Y es así como a la inimitada y frágil belleza de los pueblos y paisajes de este extraordinario país –al que no es un tópico calificar como el perfecto escenario para los cuentos de las Mil y Una Noches, tal y como lo supo ver Pasolini–, se antepone el placer de poder contemplar la belleza de su paisanaje: la áspera hermosura de los rostros de las gentes del Yemen, rostros curtidos por el sol, por el desierto y por la montaña. Semblantes cuarteados de los viejos, despellejados por los embates de la intemperie a dos mil metros de altitud, cincelados de arrugas que nos hablan del duro transcurrir de sus vidas y nos cuentan historias de su pasado. Semblantes alegres e inocentes de los infinitos niños que como una turbamulta nos rodean allá donde vayamos, reclamándonos cada uno la atención, con una algarabía de voces y risas que no ceja. Semblantes apenas intuidos de las mujeres, que se ocultan a nuestro objetivo cubiertos por el velo de sus chadores. Miradas atentas y penetrantes de los campesinos, con sus turbantes o sus kuffiyas palestinas anudadas a la cabeza, la omnipresente yambía o puñal curvo colgando del cinto, y un bulto en la mejilla que delata cuando están masticando qat. 

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   Al seleccionar las imágenes para nuestra exposición de Gentes del Yemen, hemos procurado alternar los retratos frontales de los nativos con otras fotos que reflejen también a la figura humana inmersa en sus ambientes y actividades, aunque puedan éstas no ser consideradas 'retratos' en un sentido estricto. Hemos intentado también proponer un sucinto muestrario de la inabarcable pluralidad de tipos y gentes que caracteriza a la población yemení, con fotos capturadas tanto en ciudades como en pueblos y diminutas aldeas de montaña, alguna en la costa, de toda la geografía del Yemen, incluyendo el remoto valle de Hadramaut, que, pese a las trabas burocráticas y tras innumerables controles de policía y ejército, ya puede ser visitado en el hasta hace poco cerrado a los extranjeros Yemen del Sur. 
Gentes del Yemen   Veremos así, por ejemplo, a los expendedores de qat en los mercados (foto 38). Conviene saber que el qat es, estando prohibido el alcohol, la droga nacional de los yemeníes, consumida todos los días y por casi todas las capas sociales. Se trata de un narcótico ligeramente estimulante que se activa al masticar de forma prolongada las hojas del árbol del qat (Catha edulis), cuyo cultivo masivo en bosques en las tierras altas va desplazando al histórico cultivo del café, al ser más rentable por su alto consumo interno (un tercio de la economía del ex-Yemen del Norte). Veremos también a las vendedoras de qat del mercado de Ta'izz (foto 42), que llevan fama de astutas regateadoras, pues este oficio no está sólo reservado a los hombres. 
   Dentro de los abigarrados zocos de los pueblos y ciudades del Yemen, podremos contemplar –ya que no aspirar sus aromas– las tiendas de especias, que aún venden hoy, como hace treinta siglos, el incienso y la mirra, a peso, sobre balanzas de platillos. Husmearemos entre los tenderetes de frutos secos (fotos 09 y 10) o entre los cacharros de cerámica de las tiendas de alfarería (foto 11). Entraremos en las carnicerías (foto 14), pollerías (foto 35), pescaderías (fotos 49 y 59) y puestos de verduras (foto 34). Observaremos a las gentes en pleno ramadán, mientras esperan en el restaurante la hora de la puesta de sol, para la ruptura del ayuno diurno (foto 15). O bien bailando por las calles en los festejos propios de este mes sagrado para los mahometanos (fotos 55 y 56). 
   Pese a que el acceso a las mezquitas está en principio vedado a los forasteros no-musulmanes, si demostramos suficiente interés y respeto, los mismos nativos e incluso los imanes (foto 43) nos invitarán a penetrar, descalzándonos, en estos recintos sacros, donde observaremos a los fieles rezar, leer versículos del Corán, o simplemente reposar, o echar una siesta en el suelo, en medio de una atmósfera de calma y recogimiento que contrasta vívidamente con el ruidoso trajín del exterior. 
   Aquí y allá sorprenderemos a niños de menos de doce años trabajando como adultos, vendiendo en los mercados (fotos 10, 13 y 49), limpiando las calles, acarreando barro para fabricar ladrillos de adobe, recogiendo las redes de pescar (foto 46), o haciendo de lazarillos para guiar a los ciegos (foto 31). 
Gentes del Yemen   Veremos también a los vendedores de yambías (foto 12 y 13). La yambía (o jambiya) es el puñal curvo envainado en una trabajada funda y colgado de un cinto a juego que no puede faltar en el atuendo tradicional yemení, como la corbata en un traje occidental. Lo portan casi todos los varones, desde los niños hasta los ancianos, y no tiene otra utilidad que la puramente decorativa. La fabricación de yambías supone una auténtica industria artesanal, pues las hay de todas las formas y materiales, desde las más sencillas a las más lujosas, algunas verdaderas joyas del repujado y la filigrana en plata. 
   Choca aún más que las yambías, a quien visita por primera vez el Yemen, la elevada proliferación de armas de fuego que se ofrece a sus ojos por las calles, en los transportes públicos, en las tiendas o en las mismas viviendas. Su venta es legal. Es normal ver a un padre de familia paseando tranquilamente junto a su consorte e hijos con una escopeta colgada al hombro. Y tampoco es raro que el padre ceda su fusil a un hijo pequeño para que se lo sostenga un rato (foto 27) mientras realiza una compra o una tarea cualquiera. O viajar en un taxi colectivo apretujándose con otros pasajeros que transportan entre sus piernas un pequeño arsenal de cuatro o cinco escopetones; a la pregunta de si llevan puesto el seguro, contestan que sí, que "no problem", pero uno no deja de sentirse inquieto durante todo el trayecto. Y, sin embargo, no hay motivos de preocupación: el ambiente es tranquilo, la agresividad está ausente, los casos de violencia son muy infrecuentes. 
   Esto es lo habitual en casi todo el Yemen. No así en ciertas zonas, como Marib, en el desierto del norte. Los extranjeros que se aventuren en esta atormentada región se verán obligados a pedir un permiso a la policía para visitarla, y se les organizará el viaje en una caravana de jeeps custodiada por una tanqueta del ejército erizada de cañones de metralletas; a cada viajero se le asignará un escolta armado (foto 23) que no le quitará ojos el resto de su excursión, haciendo bastante incómodo cualquier intento de contemplar al libre albedrío las ruinas de la legendaria presa y de los Gentes del Yementemplos sabeos, o los restos del pueblo viejo de Marib, cuyas esbeltas casas-torre de adobe continúan arrasadas tras los bombardeos de la última guerra civil. En esta zona se producen cada cierto tiempo, por parte de elementos incontrolados de las tribus locales, secuestros de turistas o personalidades, que luego son utilizados como rehenes para exigir al gobierno de la nación, más que rescates pecuniarios, la concesión de determinadas reivindicaciones sociales. 
   Este estado de cosas tiende a cambiar en los últimos años, y la realidad actual del Yemen es la de un país relativamente seguro para viajar, con una población nativa acogedora y deseosa de entablar contacto con el extranjero, de intercambiar impresiones y de hacerle la estancia agradable. Lo cual no ha impedido, desgraciadamente, que en julio de 2007 un atentado suicida con coche-bomba se cobrara la vida de once viajeros (ocho de ellos vascos y catalanes) que volvían de una excursión a Marib. Masacre, la primera de este tipo en el Yemen, que fue enérgicamente repudiada por la población yemení, en multitudinarias manifestaciones de condena.
   La simpatía desbordante de los yemeníes contrasta con sus duros medios de vida, en los que los recursos económicos de la mayor parte de la población son de mera supervivencia. En aldeas remotas de las montañas –racimos compactos de casas-torre que yerguen sus sillares encaramados en los más abruptos riscos y sobre borrascosas cumbres a 2.500 metros de altura– los campesinos trabajan de sol a sol en huertas aterrazadas y escalonadas en pendientes de extremado desnivel, mientras sus mujeres cuidan del hogar y los hijos, acarrean leña, y se abastecen de agua por el sistema de bajar todos los días por la falda del monte hasta llegar al río, llenar unos bidones, colocárselos en equilibrio sobre la cabeza, y volver a ascender la montaña por senderos precarios que bordean vertiginosos barrancos. Pero todo este faenar no les impedirá, cuando se crucen en nuestro camino, saludarnos con el "salam alaekum" y darnos la bienvenida con la más sincera de las sonrisas. 
   Sonrisas que nos acompañarán durante todo nuestro viaje por el Yemen y que brillarán en los rostros de sus gentes en toda ocasión y lugar. Cuando nos inviten a tomar un té o a compartir un manojo de qat o a participar en una tertulia vespertina en el mafraj (salón de los invitados, situado en el último piso de cada casa-torre). Sonrisas de camaradería, cuando al poco rato de entablar conversación, ya se dirijan a nosotros cariñosamente con el apelativo de sadiq (amigo). Sonrisas ubicuas de los incontables niños con los que nos toparemos y parlotearemos por todos los rincones del país, y en cuyos alegres ojos queremos entrever esperanzados el futuro del Yemen, un futuro con el que este sufrido pueblo por fin pueda hacer honor a su sobrenombre de 'Arabia Feliz'. 
   Sonrisas de las gentes del Yemen, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, a los que recordamos con nostalgia, y que ocuparán un lugar en nuestro corazón por el resto de nuestras vidas. 

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2.  Yemen. Breve historia
 
El país del incienso y la mirra 
  
   Yemen es una de las regiones del mundo habitadas desde los tiempos más remotos. Sus orígenes míticos hacen referencia a personajes de las sagradas escrituras: sería el hijo del patriarca Noé, Sem, quien fundó la ciudad de Sana'a, y de ahí procedería su sobrenombre de 'Sam City'. Los arqueólogos, en base a utensilios prehistóricos de piedra hallados a ambos lados del estrecho de Bab el-Mandeb, han sugerido que hace 40.000 años tuvieron lugar las primeras migraciones humanas al Yemen desde África oriental. 
Gentes del Yemen   Las más antiguas civilizaciones conocidas de Arabia meridional se remontan a un milenio antes de Cristo, si bien han sido menos estudiadas que las civilizaciones europeas. Los mismos yemeníes están orgullosos de sus ancestrales orígenes, aunque en la actualidad la investigación histórica local se centra en el periodo islámico, descuidando la era preislámica. 
   Los antiguos reinos que se establecieron en la región hoy ocupada por Yemen, y que era conocida antaño como Arabia Felix, basaban su economía en la agricultura y el comercio, teniendo como consecuencia que los asentamientos enclavados en las grandes rutas comerciales adquirieran mayor prosperidad y poder que sus vecinos. Los principales productos cultivados al sur de la península arábiga eran la mirra y el incienso (resinas de los árboles Commiphora y Boswellia, que sólo crecen en las costas del sur de Arabia y en la costa septentrional del Cuerno de África; hoy día se siguen cultivando en Yemen, así como en Omán y Somalia). Estas resinas aromáticas eran muy apreciadas por la sociedad de entonces, debido a su fragancia y al significado ritual que le era atribuido por culturas dispares, como la egipcia, la griega y la romana. El incienso se usaba en casi todos los ritos y ceremonias practicados por los faraones y el clero egipcios; la mirra se utilizaba en cosmética, y en el proceso de embalsamamiento de momias, como detalló Herodoto en su testimonio sobre las costumbres de los egipcios: 
 
   Después hacen un tajo con piedra afilada de Etiopía a lo largo de la ijada, sacan todos los intestinos, los limpian, lavan con vino de palma y después con aromas molidos. Luego llenan el vientre de mirra pura molida, canela, y otros aromas, salvo incienso, y cosen de nuevo la abertura. (Herodoto, 'Los nueve libros de la historia', Libro II, 86). 
 
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Gentes del Yemen 
   Se supone que los judíos valoraban el incienso y la mirra al mismo nivel que el oro, según se deduce del conocido episodio de la visita de los magos de Oriente al recién nacido Jesús en Betlehem de Judea, descrito en el Evangelio de Mateo: 
 
   Entraron en la casa y vieron al niño con María su madre. Entonces, prosternándose lo adoraron; luego abrieron sus tesoros y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra. (Mateo, 2, 11). 
 
   Los cargamentos de incienso y mirra eran transportados por vías marítimas y terrestres que conectaban países muy alejados entre sí. Poco a poco fue estableciéndose una extensa red de rutas comerciales, donde las caravanas desempeñaron un papel decisivo en la implantación de vías protegidas de tráfico de mercancías, en la creación de prósperos emporios, en el encuentro e interacción entre diferentes culturas. 
   Del mulo y el asno se pasó al dromedario como medio de transporte, animal mejor adaptado a las extremas condiciones de los desiertos arábigos. Desde el puerto costero de Qana, en la costa del Mar Arábigo y en plena zona de cultivo del árbol del incienso, partían rutas que, atravesando la Península Arábiga o el Mar Rojo, arribaban a Gaza, en la costa mediterránea, o a Egipto. La travesía podía durar dos meses. Además de incienso y mirra, los convoys solían transportar otros tipos de mercancías, como oro y piedras preciosas procedentes de la India. Las caravanas solían ser de enormes dimensiones y se componían a veces de más de mil dromedarios, por lo que era obligado el paso por determinados enclaves y oasis donde poder repostar grandes cantidades de agua y alimentos, pagando a cambio los correspondientes tributos. Gracias a este tráfico, muchas de estas etapas caravaneras se convirtieron en poderosas y ricas ciudades, llegando algunas de ellas a expandirse y crear pequeños imperios. Ejemplo notorio sería el de Petra, capital del potente reino de los nabateos, en la Arabia Pétrea (ver en fotoAleph colección de fotografías PETRA. El tesoro oculto en el desierto).
  
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El reino de Saba 
  
   (Los sabeos) se desviaron. Entonces desencadenamos sobre ellos la inundación de las presas, y les cambiamos sus jardines por otros con tamariscos, lotos y frutos amargos. 
   (El Corán, Sura XXXIV, de Saba o de la ciudad de Saba, 16)
  

   Uno de los territorios que alcanzaron mayor prosperidad favorecidos por el comercio caravanero fue el legendario reino de Saba, que empezó a florecer hacia el año 1000 a C. 
   Saba es mencionado por primera vez en el Antiguo Testamento, relatando la visita de la reina sabea Bilqis al rey Salomón de Israel: 
 
   La reina de Saba tuvo noticia de la fama que Salomón se había adquirido para la gloria de Yahvé, y vino a probarle con enigmas. Llegó, pues, a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos que traían especias aromáticas, muchísimo oro y piedras preciosas. Y fué a ver a Salomón, con el cual habló de todo lo que había en su corazón. Salomón le respondió a todas sus preguntas; no hubo cosa que fuese escondida al rey y de la cual no pudiese dar solución (...)  
   Luego regaló al rey ciento veinte talentos de oro, grandísima cantidad de especias aromáticas y piedras preciosas. Nunca más vino tanta cantidad de especias aromáticas como la que la reina de Saba dio al rey Salomón. (Reyes III, 10, 1-10. Paralipómenos II, 9, 1-10). 
Presa de Marib (Yemen) 
   La capital del reino fue Sirwah y luego Marib, dos poblaciones que, aunque venidas a menos, todavía existen en el actual Yemen, y que se aprovecharon de su situación estratégica en una región atravesada por la ruta natural que partiendo de Qana y a través del valle de Hadramaut se dirigía hacia el norte. La riqueza agrícola de Saba fue además potenciada por la famosa presa de Marib, construida en el siglo VIII a C, una de las grandes obras de ingeniería de la antigüedad. Antepasado remoto de las actuales presas, estuvo en funcionamiento durante más de mil años, y aún subsisten de ella impresionantes ruinas. 
   El reino de Saba combatió contra otros pequeños reinos rivales vecinos, hasta absorberlos, pero fue a su vez sustituido por otro reino emergente en el siglo II a C: Himyar. Los himyaritas estaban asentados algo a desmano de las principales rutas del incienso, pero cerca del estrecho de Bab el-Mandeb, en la esquina suroccidental de la península. Hacia el 50 d C habían alcanzado cierta hegemonía regional y controlaban los principales puertos marítimos de la zona, mientras los sabeos se resentían del declive del tránsito terrestre. 
   Unos pocos siglos más tarde, los antiguos dioses sabeos habían sido olvidados, y los reyes de Himyar se habían convertido al cristianismo o al judaismo, religiones que ejercían una intensa actividad misionera al sur de Arabia. Los cambios culturales sobrevenidos afectaron a la economía, pues los cristianos repudiaban las viejas prácticas paganas, como los ritos con incienso. El tráfico caravanero de incienso fue decayendo gradualmente, hasta que el emperador Teodosio le dio el golpe de gracia en el 395 d C, al declarar el cristianismo religión oficial del Imperio Romano. Otro factor que contribuyó en gran medida al declive de las caravanas fue la apertura –propiciada por los nuevos conocimientos sobre la periodicidad de los vientos monzónicos– de rutas de navegación de ida y vuelta entre la India y el Mar Rojo, que hicieron que el tráfico terrestre fuera siendo desplazado y sustituido por el marítimo en el comercio de especias.
   Con la decadencia económica, se descuidó el mantenimiento de la gran presa de Marib, que sufrió sucesivos desperfectos hasta que se desplomó definitivamente en el 570 d C, provocando el éxodo de sus habitantes y la desertización de la antaño próspera comarca.
   El soberano himyarita Dhu Nuwas instituyó el judaísmo como religión de estado. La subsiguiente persecución del cristianismo desencadenó una guerra con el reino cristiano de Axum (actual Etiopía). Himyar fue invadido y conquistado por Axum en el año 533.
   Unas décadas más tarde fue a su vez invadido por el imperio persa sasánida. Hacia el 575, los persas tenían ya la región sometida a su poder, así como el resto de la península arábiga.

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El Yemen medieval islámico 
  
   En el 628 d C, el gobernador persa del Yemen se convirtió al islam, y la nueva religión se propagó con rapidez por la Arabia Felix, dándose conversiones masivas de tribus, y alcanzando a todas las capas de la sociedad. Ya durante la vida del profeta Mahoma se construyeron las primeras mezquitas en Yemen (en Sana'a, al-Janad y Wadi Zabid), que todavía hoy existen. Los yemeníes participaron muy activamente en la propagación de la nueva fe, incluso más allá de sus fronteras, como en Siria e Iraq. Bajo los omeyas, con su capital en Damasco, Yemen quedó relegado a una provincia del imperio, y lo mismo ocurrió con la llegada al poder de los abbasíes, con su capital en Bagdad. La Arabia Felix quedó disgregada en diversos estados y reinos semi-independientes de corta duración, situación que se prolongó a lo largo de la Edad Media, como puede apreciarse con una somera enumeración: 
Gentes del Yemen   Los ziyadíes. Tras una revuelta de las tribus del sur de la Tihama (819 d C), llega al poder Mohamed ibn Ziyad, creando un reino independiente. Su dinastía dura unos doscientos años. Fundación de Zabid. Transformación de la mezquita al-Asha'ir en una prestigiosa universidad, centro de enseñanza del islam sunní, que permanece en funcionamiento hasta el siglo XVIII. 
   Los zaydíes. Yahya bin Husayn, un descendiente del Profeta, funda (897 d C) la dinastía zaydí de Sa'da, de credo chií, que implanta su hegemonía en el norte del actual Yemen, y llega a pervivir más de mil años, hasta la revolución de 1962. 
   Los najahidas y sulayhidas. Una guerra de sucesión tras la muerte del último regente ziyadí de Zabid (1012) catapulta al trono a un esclavo etíope llamado Najah, que funda la dinastía de su nombre. Paralelamente, Ali as-Sulayhi congrega a seguidores en las montañas de Haraz y llega a fundar en 1046 otra dinastía de corte fatimí (facción de la secta ismailí, dentro del credo chií), que extiende su influencia por el país. Ambas dinastías se disputan la hegemonía del sur del Yemen durante cien años. En 1067 una mujer sube al poder tras la muerte de su consorte el rey Mukarram: la célebre reina Arwa, ponderada por su sabiduría, que traslada la capital a Jibla, población donde aún se conserva la mezquita de su nombre. 
   Los ayyubíes y rasúlidas. Desde 1173, tras el breve periodo de desorden que sigue al declive de las anteriores dinastías, los ayubbíes (dinastía fundada por Saladino) egipcios gobiernan unos 50 años casi todo el Yemen (con excepción del norte zaydí). La dificultad de controlar una zona tan alejada les hace perder el poder a manos de al-Mansur Ali ibn Rasul, fundador de la dinastía rasúlida, de origen turcomano. Su capital se traslada a Taizz, y permanecen en el trono desde 1216 hasta 1429.
   Los tahiridas y kathiríes. A los rasúlidas les sucede la dinastía fundada por at-Tahir de Lahej, que rige el sudoeste del Yemen de 1454 a 1526. Otra dinastía, los kathiríes, aparece en el valle de Hadramaut en el siglo XV y dura hasta la revolución de 1967. Ésta, junto a la de los zaydíes, fueron las últimas casas reales que gobernaron en el Yemen. 

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Las colonizaciones 
  
   El periodo que en Europa conocemos como Renacimiento coincidió con las primeras colonizaciones europeas de los países de Oriente Próximo, que tomaron ventaja de la debilidad y divisiones internas de la región tras siglos de luchas fratricidas. En 1507 los portugueses se anexionan la isla de Socotora (Suqutra), en el Mar Arábigo, como preludio a la creciente presencia occidental en el sur de Arabia, e intentan conquistar, sin éxito, Adén. Los mamelucos Gentes del Yemenegipcios reaccionan para proteger sus intereses en el Mar Rojo, y son a su vez destronados por los otomanos, que entre 1545 y 1548 se hacen dueños de la mayor parte del país, dando lugar a la primera ocupación otomana del Yemen. Su desarrollo económico se intensifica gracias al cultivo del café, con el importante centro de exportación en el puerto de Moca (al-Mokha), en el Mar Rojo, donde ingleses y holandeses fundaron factorías cuya fama trascendió las fronteras locales y dio su nombre al café de moca. En 1636 las tribus zaydíes derrotan a los ocupantes otomanos y liberan al Yemen de la opresión turca. 
    El régimen zaydí se expande, abarcando el valle de Hadramaut, y la explotación cafetera continúa creciendo, mientras belgas, franceses y daneses operan en el puerto de Moca. Hacia 1720, el Yemen disfruta de una situación de virtual monopolio mundial en el comercio del café, hasta que surgen países competidores como Brasil o Indonesia, que en pocos años hacen caer en picado la demanda del prestigioso café yemení. 
   En 1728, el sultán de Lahej, al sur, acaba con el dominio zaydí sobre Adén, en lo que se considera el germen de la posterior división del país en Yemen del Norte y Yemen del Sur. Los británicos incrementan su hegemonía en la zona, conquistan Adén, y hacia 1843 esta capital fortificada pasa a formar parte del Raj (dominio imperial británico de la India), transformándose en una importante etapa marítima de la principal ruta hacia las Indias orientales. La dominación británica se afianza por medio de pactos con las tribus locales y se prolonga hasta el siglo XX, llegando a constituir un protectorado británico en Arabia del Sur. La línea fronteriza que separaba el Yemen británico del Yemen otomano (la 'Línea Violeta') es virtualmente la misma que marcará en el siglo XX la frontera entre Yemen del Norte y Yemen del Sur. 
   Una segunda ocupación otomana del Yemen tiene progresivamente lugar a partir de 1849, reforzada tras la apertura del Canal de Suez en 1869, y rematada con el derrocamiento de la casa real zaydí, si bien se verá permanentemente enfrentada a la resistencia de los imanes y de las tribus locales. Este conflictivo estado de cosas dura hasta el final de la I Guerra Mundial y la subsiguiente liquidación del imperio otomano. El imán Yahya es proclamado rey del Yemen, hasta su muerte violenta en 1948, a manos de un grupo de insurgentes que a su vez es neutralizado por el primogénito del imán, Ahmad, que le sucede en el poder y emprende un proceso de apertura del país hacia el mundo. 

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Yemen hasta nuestros días 
  
   Poco después de la muerte del imán Ahmad, un grupo de militares de inspiración nasserita, apoyados por la RAU (República Árabe Unida) y bajo el mando del coronel Abdullah Sallal, perpetra en 1962 un golpe de estado revolucionario y proclama la República Árabe del Yemen. Se inicia una guerra civil de ocho años entre realistas y republicanos, instigada por el príncipe sucesor derrocado, con respaldo de Gran Bretaña y Arabia Saudí. Las hostilidades concluyen tras una intensa política de acuerdos con las tribus locales, y en 1970 Arabia Saudí reconoce la República del Yemen o Yemen del Norte. 
Gentes del Yemen   En el sur del país se dan simultáneamente, a lo largo de los años cincuenta y sesenta, violentas revueltas contra el protectorado británico con base en Adén. Ganan peso los movimientos nacionalistas radicales, siendo el más importante entre ellos el FLN (Frente de Liberación Nacional), de corte marxista y nacionalista. Tras años de lucha guerrillera, el FLN fuerza a los ingleses a retirarse de Adén en noviembre de 1967, creando la República Popular Democrática del Yemen, o Yemen del Sur, el primer y único estado árabe con un régimen marxista. 
   Además de a las dificultades económicas, los dos países recientemente independizados se han de enfrentar a dos guerras fronterizas en 1972 y 1974. Dos de los presidentes de Yemen del Norte son sucesivamente asesinados, y el presidente Salem Rubaya Ali del Yemen del Sur es acusado de instigador del segundo magnicidio, y es a su vez destituido y ejecutado en 1978, lo que desencadena otra guerra entre los dos Yemen. Los años ochenta parecían prometer un periodo de estabilidad, hasta que otra sangrienta guerra civil estalla en Adén en enero de 1986. 
   Con el desmoronamiento del imperio soviético y el fin de la Guerra Fría, cerrado el grifo del apoyo económico de la URSS a sus aliados del Tercer Mundo, Yemen del Sur se encuentra en una situación de completa bancarrota y vuelve sus ojos a sus vecinos del norte en busca de ayuda. A mediados de los ochenta se descubren yacimientos de petróleo en la zona fronteriza entre los dos países. Ambos gobiernos declaran neutral dicha zona en 1988, dando el primer paso hacia la reunificación del país. La nueva República Unida del Yemen nacería el 30 de enero de 1991. 
   Este proceso no se da sin dificultades, pues las tribus de Sa'da, al norte, con respaldo de los saudíes, continuarán promoviendo una oposición violenta contra el sur 'secularizado'. Irrumpen diversos movimientos contra la unificación. Los respectivos gobiernos contraatacan desmilitarizando la frontera. Se disuelven las fuerzas de seguridad, se homologan los sistemas monetarios, se legalizan la libre empresa en el sur y los partidos políticos en el norte. El presidente del antiguo Yemen del Norte, Ali Abdullah Saleh, continúa como presidente del país unificado, mientras que el vicepresidente y el primer ministro provienen del Yemen del Sur. Sana'a será la capital política y Adén la económica. Se celebran las primeras elecciones multipartidistas. 

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   Pero los problemas políticos no terminan por resolverse debido a los enfrentamientos entre los líderes de los diferentes partidos. Los ejércitos del norte y del sur no han sido plenamente fusionados y las cadenas de mando de presidente y vicepresidente continúan siendo divergentes, dándose el hecho de que cada gran ciudad posea dos cuarteles de ejércitos en constante alerta y recelo mutuo. Al final, en 1994 estallan las hostilidades en varios campamentos del país, y comienza una nueva guerra civil. El presidente Saleh, con voluntarios de las tribus y campesinos armados, marcha sobre Adén, enarbolando la bandera de la lucha contra el 'secesionismo'. Adén cae asediada en 1995 y el comandante rebelde de la ciudad huye para atrincherarse en Muqalla hasta el fin de la guerra, que se cobra 7.000 muertos y 15.000 heridos. 
Gentes del Yemen   Esta última guerra civil ha contribuido, por una de esas ironías de la historia, al fortalecimiento de los lazos de unión entre el norte y el sur del Yemen. El presidente Saleh declaró una amnistía para todos los secesionistas que abandonasen las armas. Hoy todos los partidos contribuyen a la unidad nacional, y los únicos conflictos políticos actuales del Yemen parecen provenir de grupos tribales incontrolados de las regiones de Sa’da y Marib, que emplean los secuestros y otros métodos violentos para hacer valer sus reivindicaciones frente al gobierno. 
   El país que en tiempos antiguos fue llamado Arabia Feliz ha tenido paradójicamente una historia agitada y convulsa, y en el siglo XX no se ha librado de este aciago sino. Por fortuna, a principios del siglo XXI, los habitantes del Yemen nos están dando en su comportamiento cívico y modos de participación política buenos motivos para la esperanza y el optimismo. El Yemen se va abriendo más y más al mundo, y ha emprendido un claro proceso de democratización que se anticipa al de otros países mucho más ricos de su entorno. El 27 de abril de 2003, los ciudadanos yemeníes fueron convocados por quinta vez a elecciones por sufragio universal, y alrededor de siete millones, hombres y mujeres, acudieron a las urnas. 
   En palabras de la europarlamentaria italiana Emma Bonino: "Ha habido algún incidente y probablemente el partido del Gobierno habrá utilizado más de un instrumento de presión para conservar la mayoría de votos. Pero el solo hecho que los ciudadanos de Yemen, únicos en esta zona del mundo, hayan podido escoger quién quieren que les gobierne, en el respeto al menos formal de la libertad y el secreto del voto, es un hecho de extraordinaria importancia. Esto no quiere decir que Yemen sea un paraíso y una democracia perfecta. Conozco los preocupantes informes de Amnistía Internacional sobre torturas, y desde siempre he denunciado las humillaciones y las violencias a las que son sometidas las mujeres yemeníes. Pero incluso en este contexto, en Yemen el difícil y largo proceso hacia la democracia ha comenzado, y representa un modelo incómodo para los países vecinos" (Emma Bonino, 'Yemen: crónica de una esperanza democrática', artículo publicado en El Mundo, 3 mayo 2003). 

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3.  El pueblo yemení
 
   La población del Yemen ascendía en 2005 a unos 20 millones de habitantes, desigualmente repartidos por el país, y sin contar con los yemeníes emigrantes que trabajan y residen en el extranjero. Las superpobladas provincias del norte contrastaban con el muy escasamente poblado Yemen del Sur, con sólo dos millones de súbditos. A grandes rasgos, esta población podría encuadrarse en tres grandes grupos: los agricultores sedentarios en pueblos, los Gentes del Yemenresidentes urbanos en ciudades, y los pastores nómadas que habitan en tiendas de campaña. 
   El Yemen es un país todavía eminentemente rural, cuyos principales recursos dependen de la agricultura y el pastoreo. La mayoría de sus gentes –en torno a un 85%– habita en pequeños pueblos, aldeas y caseríos de muy reducido número de vecinos. Sus principales ciudades son la capital administrativa Sana'a, con un millón escaso de habitantes, y Adén, ex-capital del antiguo Yemen del Sur y el más activo centro económico del país, que no llega al medio millón, seguidas de Ta'izz y Al-Hudayda. 
   Un pueblo típico del Yemen se compone de un apretado conglomerado de casas construidas muy juntas entre sí. Algunos pueblos constituyen de hecho auténticas reliquias de asentamientos antiguos más prósperos. En las tierras montañosas, la casa típica está construida en piedra o ladrillo, cimentada a veces de forma inverosímil sobre las más accidentadas escarpaduras, y con una altura de tres a cinco pisos; mientras que en la planicie de la Tihama o en el valle de Hadramaut las casas son de adobe, llegando a alcanzar en Shibam del Hadramaut hasta ocho pisos de altura, verdaderos rascacielos en barro. Un pequeño pueblo puede estar habitado por un solo clan familiar, siendo todos sus vecinos descendientes por línea masculina de un patriarca común. 
   La esperanza media de vida de los yemeníes era hasta hace poco de unos 45 años, y en 1990 se daba aquí una de las tasas de mortandad infantil más elevadas del planeta: de cada mil niños, 192 no llegaban Gentes del Yemena alcanzar los cinco años, aunque este índice afortunadamente tiende a disminuir, gracias a las sustanciales mejoras en sanidad e higiene que han tenido lugar en las últimas décadas. 
    Una mujer yemení tiene a lo largo de su vida como media 7,7 hijos. La tasa de crecimiento poblacional es del 3,7%, por lo que el número de habitantes del país se duplica cada veinte años. Algunos de los factores que pueden influir en esta explosión demográfica son los matrimonios precoces, la poligamia, la ausencia de medios de control de natalidad y el hecho de que los yemeníes consideran motivo de orgullo el tener gran cantidad de hijos. El rejuvenecimiento de la población general es considerable: el 52% de los yemeníes tiene menos de 15 años, fenómeno que se produce también en otros países del entorno. 
   El promedio de edad de la mujer a la hora de casarse era hasta hace poco de 18 años (22 para el varón), dándose con frecuencia casos de chicas casadas antes de los 14 años. El divorcio es también común en el Yemen, habiendo un alto porcentaje de mujeres divorciadas y vueltas a casar, sin que esto constituya un oprobio para la familia, por contraste con lo que ocurre en otros países árabes de la zona. 
   Las dos principales divisiones del islam, el sunnismo y el chiismo, están presentes en el Yemen, país de abrumadora mayoría musulmana. La mayor parte de sus habitantes son sunníes de la escuela shafi'i (una rama ortodoxa de la jurisprudencia mahometana, cuyo nombre proviene de ash-Shafi'i, notable jurista del islam que vivió entre 767 y 820), mientras que la minoría zaydí que habita en las provincias del norte, en torno a Sa'da, son chiíes. Se da también una pequeña representación de ismailitas (secta dentro del chiismo), de en torno al 1% de la población. Las diferencias entre las varias facciones religiosas se basan en distintas interpretaciones de la Shari'a o jurisdicción islámica. Existen pequeñas minorías de no-musulmanes, como los cristianos (en torno a un 4%), los hindúes y los judíos, todas ellas remanentes de las comunidades que abandonaron el país tras su independencia.
  
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Sistema tribal 
Gentes del Yemen 
   Desde un punto de vista sociológico, el Yemen se caracteriza por poseer una estructura social de tipo tribal. El pilar básico de la sociedad yemení es la familia. Además del núcleo familiar básico ('ayla'), compuesto por unas seis personas de media, hay que tener en consideración el concepto más amplio de 'familia extensa' (o 'bayt' = casa), compuesta por varias generaciones que residen en una misma mansión, incluyendo al varón, sus esposas, sus hijos, sus hijas solteras, y las esposas y prole de sus hijos varones. Estas familias extensas forman a su vez, por genealogía, parte de unidades más grandes descendientes de un patriarca común, que a su vez se agrupan en un orden superior de la jerarquía social llamado 'qabila' o tribu. Las tribus y subtribus tienden históricamente a ocupar cada una un determinado territorio, siendo independientes unas de otras, sobre todo desde un punto de vista jurídico, y autoabasteciéndose con sus propios recursos agrícolas. Se da también al Este, como excepción a la regla, el fenómeno del nomadismo, con tribus beduinas que recorren incansables las estribaciones del desierto arábigo. 
   Ciertas costumbres y signos externos, adquiridos por las distintas tribus a lo largo de los siglos, permiten distinguir a un ojo experto la tribu a la que pertenece determinada persona, como por ejemplo el diseño de la yambía (o jambiya, puñal ceremonial curvo que los varones portan a la cintura como parte imprescindible de su atuendo) o la forma de anudarse la kuffiya o pañuelo de cabeza. Los vestidos femeninos también varían considerablemente de tribu a tribu. Las bodas y nacimientos constituyen pretexto para importantes celebraciones, teniendo cada tribu sus propios festejos folclóricos y sus tipos de música y danza. Algunas tribus de la provincia de la Tihama practican aún mutilaciones genitales femeninas, aunque esta atávica costumbre está oficialmente perseguida y tiende a ser erradicada. 
   Cada tribu elige un jeque (o sheikh), un hombre veterano, respetado, y con reputación de sabio, que media en los conflictos tribales con base a su interpretación de la shari'a o ley islámica. 
   Las tribus se agrupan a veces en una unidad superior a modo de 'confederación de tribus'. Tales unidades existen sobre todo al norte del país, como los Hashids, los Bakils o los Zaraniqs, que tienen gran influencia en la política del gobierno, y han de estar cuidadosamente representadas a la hora de formar cada nuevo parlamento. El influjo del sistema tribal disminuye hacia el sur del país, siendo casi inexistente en el antiguo Yemen del Sur, donde se combatió desde el gobierno el poder de los jeques y las tribus locales. 
Gentes del Yemen   Sujetos también los yemeníes a un sistema jerárquico de clases sociales, las élites religiosas ocupan el rango más alto de la escala, siendo la clase 'sayyid', cuyos miembros descienden directamente del profeta Mahoma, altamente respetada hasta nuestros días. Los del grupo 'qadhi', formado por 'manqads' o especialistas en cuestiones jurídicas y legales, son también muy apreciados por sus conocimientos. Están también los 'shaykhs', sucesores de familias sacerdotales de la época preislámica. En los niveles más bajos de la escala social yemení están los 'ajdam' o servidores, que pueden verse en las ciudades barriendo las calles, limpiando baños públicos y realizando todos los trabajos tenidos como de inferior categoría; incluso los 'abid', individuos de tez oscura, descendientes de esclavos, son considerados de más alto rango. 
   Este sistema tradicional de clases ha ido perdiendo peso a lo largo del siglo XX, y ha contribuido a ello el mayor grado de alfabetización y educación social, ya no restringido a las clases sayyid y qadhi; hoy en día es más fácil para cualquier yemení, sobre todo en las ciudades, obtener una emancipación social al margen del férreo sistema de tribus y clases, aunque las restricciones en materia de casamientos siguen prácticamente intactas. 
   Queda por mencionar también el fenómeno de la emigración, que en Yemen se da desde tiempos antiguos. Gran cantidad de yemeníes (entre el 20 y el 25% de la población) emigran para trabajar a distintos países, y sus ahorros son enviados a las familias que esperan en su tierra natal, siendo ésta una de las principales fuentes de ingresos del Yemen. En el remoto valle del Hadramaut, en el ex-Yemen del Sur, se dio en siglos pasados una fuerte emigración a África oriental, Malasia e Indonesia, y esto puede apreciarse a simple vista al contemplar los palacios 'indianos' de arquitectura javanesa que emigrantes con éxito hicieron construir al regresar a su madre patria. Hoy estas migraciones se han desviado en su casi totalidad a otros países árabes enriquecidos con sus recursos petrolíferos, como es el caso de Arabia Saudí. 
 
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Rostros del Yemen
Yemen. Breve historia
    El país del incienso y la mirra
    El reino de Saba
    El Yemen medieval islámico
    Las colonizaciones
    Yemen hasta nuestros días
El pueblo yemení
   
  

  
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