No vamos aquí a
"descubrir
el Mediterráneo", como ironiza el dicho popular, pero sí
a dejar constancia gráfica de que el Mare Nostrum es un
pequeño mundo con muchas maravillas todavía por descubrir.
Uno
de sus más hermosos parajes es la costa de
Dalmacia (en Croacia, antes Yugoslavia), bañada por el mar
Adriático, que no solo ha escapado a la degradación
urbanística de otras costas mediterráneas conservando su
entorno natural casi virgen, con abruptas montañas de caliza
blanca que se zambullen en un mar de agua transparente y una
sucesión de islas que se recortan contra el horizonte marino,
sino que también atesora algunas joyas señeras del
patrimonio arquitectónico mundial.
Por
ejemplo, Split, una ciudad que nació y
creció en el interior de un inmenso palacio imperial romano. Por
ejemplo, Dubrovnik, una ciudad-república que rivalizó con
Venecia por la hegemonía del Mediterráneo.
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