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 CÓRDOBA
 Encrucijada de culturas
Cordoba
  
   Trozo de Oriente incrustado en Occidente, Córdoba ha sido a lo largo de los siglos un punto de encuentro de las civilizaciones romana, musulmana, judía y cristiana. En tiempos del califato omeya era la ciudad más grande de Europa, y la más influyente culturalmente junto a Constantinopla. Fue cuna de personajes tan destacados en la historia, la filosofía y las artes como Séneca, Maimónides, Averroes, el Gran Capitán y Góngora.
   El poso de ese rico legado se deja sentir hoy día en las calles y plazas de Córdoba, en sus floridos patios y jardines, en su ambiente de paz y alegría de vivir, en la calidad humana de sus gentes.
  
105 fotografías on line
Indice de textos
La flor de Andalucía
Córdoba. Breve historia
La Gran Mezquita de Córdoba
La ciudad-palacio de Medina Azahara
Indices de fotos
Indice general
Rincones de la ciudad
La Gran Mezquita
Medina Azahara
  


 
  
   Pensé que tal vez Córdoba es en sí misma un zahir, y también un aleph, pues hay lugares en ella que parecen contener, escondida e intacta, la integridad del Universo.
  
   (
Antonio Muñoz Molina)

  

  
La flor de Andalucía
 
   Probablemente la ciudad española que mejor conserva las esencias de la antigua Al-Andalus –ese país que para los musulmanes fue primero tierra de promisión y luego paraíso perdido– es Córdoba. La que hoy es una capital de provincia en la Comunidad Autónoma de Andalucía, entre los siglos VIII y XI fue una inmensa y floreciente metrópolis, corazón y cabeza de la España musulmana.
Cordoba   La situación geográfica contribuyó a la prosperidad de Córdoba, asentada a orillas del Guadalquivir, en medio de una fértil región agrícola de trigales y olivares, al pie de la Sierra de Córdoba, con sus recursos ganaderos, y en las estribaciones de Sierra Morena, una zona de gran riqueza minera.
   El carácter morisco de Córdoba, sus viejos barrios de sabor árabe y judío, sus bellos palacios e iglesias, con mención especial a la Mezquita-Catedral, hacen de esta ciudad uno de los lugares más atractivos y visitados de Andalucía. El centro histórico de Córdoba comprende los barrios que rodean a la Gran Mezquita, incluyendo la judería, que preserva muy bien el trazado urbano original y nos recuerda que aquí habitó una nutrida población hebrea, manifestación muy ilustrativa de la pluralidad de las culturas que convivieron en esta ciudad.
Cordoba   El laberinto a modo de medina árabe de su casco antiguo responde en su mayor parte al prototipo de urbanismo musulmán medieval, con sus calles estrechas y serpenteantes, callejones sin salida, plazuelas y casas con patio interior, formando en conjunto un núcleo histórico de extraordinario interés y deslumbrante belleza. Las blancas calles con sobrias fachadas de casas enjalbegadas de cal son embellecidas con flores y plantas trepadoras en ventanas, balcones y muros. Uno de los más sugestivos rincones es la Calleja de las Flores, una especie de jardín vertical desde donde se divisa entre floridos tiestos de geranios y petunias la torre de la catedral (foto10). Todos los meses de mayo se celebran en Córdoba concursos de patios, ventanas y plazas decorados con flores; a finales de ese mes se celebra la feria.
   Las puertas abiertas dejan entrever a través de rejas andaluzas patios umbríos
(foto13) resguardados del intenso calor del exterior, exuberantes de geranios, helechos y buganvillas, refrescados por fuentes que arrullan el oído con el murmullo de sus aguas. Es el modelo de vivienda árabe, sobria por fuera, lujosa por dentro, un pequeño paraíso doméstico donde el agua y la vegetación protegen a sus moradores de los rigores del clima.
  
  
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   Además de la Gran Mezquita, que merece un capítulo aparte, entre los edificios de la época musulmana de Córdoba destaca el Alcázar, del que quedan sus magníficos jardines, diseñados al gusto árabe (foto43), cuyas terrazas están animadas con una sucesión de surtidores, fuentes y albercas (foto44) que mantienen todo el año el verdor de sus parterres y arbolado (cipreses, palmeras, naranjos, limoneros). Los andalusíes idearon un complejo sistema de conducción de las aguas del Guadalquivir para el riego de los 55.000 m2 de los jardines: el molino de harina llamado Albolafia, a orillas del río, formaba el asiento para una gran noria (foto46), que tenía como misión elevar el agua a los jardines del Alcázar. La huerta no ha dejado de cultivarse desde la época musulmana.
Cordoba   Córdoba es una flor de incontables pétalos que atesora en su seno un sinfín de edificios históricos y rincones pintorescos. Mencionaremos unos pocos. La torre de Calahorra, conectada al centro de la ciudad por el antiguo puente romano de 16 ojos (foto46), fue originariamente construida por los árabes, y defendía la entrada al Alcázar. Se componía primitivamente de dos torres conectadas por un arco, pero la fortificación fue ampliada y reformada en tiempos de Enrique IV por necesidades de sus luchas con los Trastamara. 
   La plaza del Potro debe su nombre a la estatua de un potrillo que corona una fuente (o tal vez a que aquí se celebraba una feria de ganado,
foto04). A su lado todavía existe una posada donde se hospedó Cervantes en su juventud y que se menciona en el Quijote. En la recoleta y tranquila plaza de los Capuchinos podemos ver el Cristo de los Faroles, que se asemeja a un paso procesional de Semana Santa (foto06). En la plaza del Conde de Priego se levanta el monumento a Manolete (foto07), un testimonio de la arraigada tradición taurina de Córdoba.
   La plaza de la Corredera, originaria de fines del siglo XVII, es una de las más populares de la ciudad. De planta rectangular, los edificios que la rodean están construidos en estilo más castellano que andaluz. En su tiempo se celebraban en esta plaza corridas de toros: en su lado oriental desemboca una estrecha calleja, la del Toril, por la que entraban los toros en la plaza. La Corredera era también escenario de fiestas religiosas y actos públicos, donde se llevaban a cabo ejecuciones y se festejaban victorias militares. Hoy este céntrico espacio se utiliza como un mercado al aire libre
(foto38 y siguientes).
   Además de estar orgullosa de la herencia de su glorioso pasado, Córdoba es hoy una ciudad moderna, plenamente inmersa en las dinámicas industriales y post-industriales de la sociedad del siglo XXI. Afamada por sus manufacturas textiles y por sus industrias vinícolas y destileras, se mantienen intactas las tradiciones artesanas de cerámica, brocados y cuero repujado.
  
   La poesía del cordobés Luis de Góngora (1561-1627) revivió efímeramente el prestigio poético de la Córdoba musulmana en el Siglo de Oro español. En su Soneto a Córdoba alude al Guadalquivir como 'gran río', recordándonos que en árabe Uadi al-Kebir significa 'Río Grande':
  
¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
De honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
De arenas nobles, ya que no doradas!
   Luis de Góngora. Soneto a Córdoba
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Córdoba. Breve historia
 
Cordoba
Córdoba romana

  
   Fundada probablemente por los cartagineses a orillas del río Guadalquivir, Córdoba creció en la antigüedad hasta convertirse en una floreciente ciudad portuaria fluvial. En 206 a C fue capturada por los romanos, que eran conscientes de su importancia geoestratégica. El Guadalquivir era entonces navegable desde su desembocadura en el Atlántico hasta la misma ciudad. Posteriormente la sedimentación de su cauce hizo acortar el tramo navegable hasta Sevilla.
   Córdoba (conocida entonces como Corduba) fue uno de los cuatro centros judiciales de la provincia romana de Bética. Pasó a ser colonia romana en 152 a C, cuando el pretor Claudio Marcelo instaló allí los cuarteles de invierno para una de sus campañas bélicas. Los seguidores de Pompeyo la utilizaron como base de operaciones durante su guerra civil contra Julio César, que saqueó la ciudad en 45 a C y ejecutó a 20.000 de sus habitantes. Al final de la república recibió el título de colonia patricia, y bajo el imperio se convirtió en un importante centro cultural y comercial, con hermosos edificios públicos y privados, rodeada de imponentes fortificaciones. Estaba conectada por la Via Augusta con Tarraco y otras ciudades del norte de la Península Ibérica. Y por otras calzadas con Gades (Cádiz), Malaca (Málaga) y Carthago Nova (Cartagena).
   Aunque quedan pocos vestigios de la Córdoba romana como para situar sus principales edificios con certeza, se sabe que la Gran Mezquita fue construida en el anterior emplazamiento del templo de Jano. Subsisten también, encajonados entre los edificios modernos de la ciudad, los restos reconstruidos de un templo de la época imperial (llamado de Marcelo, comenzado en tiempos de Claudio y terminado bajo Domiciano, en el siglo I d C), que quizá sería el santuario más importante de la Córdoba romana. Es un templo pseudoperíptero de orden corintio, de 6 columnas a lo ancho por 10 columnas a lo largo, levantadas sobre un gran podio de 16 x 32 m.
   Por las calles, plazas y patios de Córdoba se puede detectar un gran número de columnas de la época romana, de fustes monolíticos y capiteles corintios, recolocadas en diversos emplazamientos con fines decorativos
(foto11). Muchas viviendas lucen en una de sus esquinas una columna romana adosada.
   Córdoba fue el lugar de nacimiento de Séneca el Retórico y de su hijo el filósofo estoico Séneca (4 a C - 65 d C), que fue preceptor de Nerón; del poeta Lucano (39 - 65 d C), sobrino de Séneca y autor de La Farsalia; y del obispo Osio (257 - 359 d C), que llegó a ser consejero del emperador Constantino e influyó en su conversión al cristianismo.
   A consecuencia de las invasiones bárbaras de los siglos V y VI, la sociedad romana de la Península Ibérica se desintegró, y Córdoba fue tomada por los visigodos, que gobernaron la ciudad hasta principios del VIII. Durante el reinado de los visigodos, con sus centros de poder asentados en la Meseta, la ciudad entró en un periodo de decadencia. En esa época Córdoba fue base de una revuelta política contra el rey Agila y escenario de una guerra religiosa en el marco de los conflictos entre católicos y arrianos.
  
  
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Córdoba musulmana
Cordoba 
    Córdoba fue una de las primeras ciudades que fueron conquistadas por los musulmanes en su invasión de la Península Ibérica en 711 d C bajo el mando de Tariq ibn Zayid, tras su gran victoria en la batalla de Guadalete. La ciudad fue ampliamente destruida y su recuperación fue en un principio dificultada por las rivalidades tribales entre las fuerzas ocupantes. En 719 se instalaron en Córdoba los emires de Al-Andalus bajo la autoridad del califa de Damasco. El Alcázar de Córdoba fue levantado sobre ruinas romanas y visigodas para servir de residencia a los soberanos musulmanes.
   Abderramán I, emir (príncipe) de la dinastía omeya de Damasco, y único superviviente de la familia reinante que escapó a la matanza de los omeyas por los abasíes en 750, se refugió en el norte de África y luego se trasladó a Al-Andalus, donde tomó contacto con sus parientes y aliados. Reclutó un pequeño ejército con el que derrotó al emir entonces reinante (Yusef) y, tras su victoria, entró triunfalmente en Córdoba, asumiendo el liderazgo de los musulmanes españoles. En 756 instauró el Emirato de Córdoba, independizándose política y administrativamente del califato abasí, aunque mantuvo con el mismo una unidad cultural y religiosa, reconociendo al califa como líder espiritual. El poderío de la civilización omeya de Damasco resucitó así en Córdoba, al otro extremo del Mediterráneo.
   Este cambio político marca el comienzo del periodo de máximo esplendor de Córdoba. Bajo los omeyas, Córdoba continuó siendo un centro cultural tan prestigioso como en tiempos de los romanos y fue creciendo considerablemente en población. Abderramán I fue el fundador de la Gran Mezquita, que a lo largo de los siglos iba a ser ampliada por sus sucesores, hasta ser completada en 988 por Almanzor.
   En 929, los príncipes omeyas de España lograron satisfacer una vieja ambición cuando, ante la amenaza de los fatimíes (una nueva dinastía emergente adscrita a la rama chií del islam, que, fundada en lo que hoy es Tunicia, había establecido su capital en El Cairo, y que reivindicaba para su soberano el rango de califa), los líderes religiosos suníes españoles acordaron reconocer a los omeyas como califas por derecho propio.
  
  
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   Abderramán III (Abd ar-Rahman III an-Nasir), que reinó de 912 a 961, era el octavo príncipe omeya y se convirtió en el primer califa de la dinastía árabe omeya en España. Está considerado como el más poderoso regente de la dinastía y el que más acrecentó el poder y prestigio del régimen omeya en España y en el exterior.
Cordoba   Desde 920 se dedicó a contraatacar a las fuerzas cristianas de los reinos de León y Pamplona. Capturó los fuertes de Osma y San Esteban de Gormaz, entró en Navarra en 924 y saqueó Pamplona. Restauró con energía la autoridad de Córdoba en España, que había sido cuestionada en los últimos años por una rebelión aliada de mozárabes y muladíes atrincherados en fortalezas de montaña. En sucesivas campañas combatió contra los insurrectos, sobre todo contra su principal enemigo el cristiano Omar ibn Hafsun, señor de Bobastro. Bobastro fue arrasado en 928. Las ruinas de este bastión rebelde, que incluyen una iglesia rupestre, todavía sobreviven en lo alto de una montaña de la serranía de Ronda.
   A la vista de este y otros éxitos, algunos de los poetas de corte solicitaron a Abderramán que adoptara el título de califa. Asumió este rango en 929, eligió el título honorífico de an-Nasir li-Din Allah (= 'el que lucha victoriosamente por la religión de Dios'), y en su persona quedaron aglutinados el poder político como rey y el poder religioso como comendador de los creyentes. Así quedó instituido el Califato de Córdoba, que proclamó su independencia total respecto a Damasco o Bagdad.
   En 933 Abderramán III conquistó Toledo tras un cruento asedio, y con esta caída desapareció el último centro de resistencia musulmana contra la hegemonía de Córdoba. La consolidación de su poder trajo gran prosperidad a la España musulmana. Fundó una ceca donde se acuñaban monedas de oro y plata. Fue también un gran constructor. Reformó la Gran Mezquita de Córdoba y le añadió un nuevo alminar. Mandó construir en la sierra una ciudad palaciega, Medina Azahara, para alojar a su familia y a la corte.
   Su reinado fue tolerante con las religiones, y las comunidades cristiana y judía pudieron desarrollar con normalidad sus ritos y actividades, aunque siempre con el islam como credo hegemónico. El árabe era la lengua oficial, pero en la práctica existía un bilingüismo entre el árabe y el dialecto hispano-romano, sobre todo entre las clases instruidas de ambas religiones.
Cordoba   El prestigio de Abderramán III se extendió mucho más allá de sus dominios, y al final de su reinado la ciudad de Córdoba rivalizaba en grandeza con Constantinopla, Damasco y Bagdad. En su corte recibía emisarios de reyes tan lejanos como Otón I de Germania y el emperador bizantino. En 958, Sancho, rey de León exiliado, García Sánchez I, rey de Pamplona, y su madre la reina Toda rindieron en persona homenaje a Abderramán en Córdoba. Otras personalidades cristianas que se trasladaron a Córdoba para rendir tributo a los califas fueron el rey Ramiro III de León, el rey Sancho II de Pamplona, el conde Borrell de Barcelona y el conde García Fernández de Castilla.
  
  
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   Se calcula que en su periodo de máximo esplendor (el siglo X), Córdoba albergaba 3.000 mezquitas y más de 260.000 edificios, incluyendo 80.000 tiendas, baños públicos, palacios, una afamada universidad y varias bibliotecas, una de ellas con un fondo de 400.000 volúmenes. Fue la primera ciudad del mundo con pavimentación y alumbrado público en sus calles. Según los historiadores árabes, su población alcanzaba el millón de habitantes.
   Como capital del califato occidental, Córdoba era renombrada por su avanzado urbanismo y su grandiosa arquitectura, así como por la excelencia de su literatura, sus artes y su artesanía. Sus tejidos de seda, bordados, pieles manufacturadas y piezas de orfebrería eran apreciados en toda Europa y Oriente. Sus mujeres copistas rivalizaban con los monjes cristianos en la producción de libros religiosos.
   Las refinadas costumbres de Bagdad, capital del califato abasí, fueron popularizadas en Córdoba por el cantante Ziryab (fallecido en 852), que se instaló en Córdoba con su troupe y fundó la Escuela Andalusí de música y canto.
    Los omeyas fusionaron los estilos romano y bizantino en sus obras arquitectónicas, añadiendo aportaciones propias. Expoliaron las ruinas de las anteriores civilizaciones mediterráneas para reaprovechar sus columnas y otros elementos constructivos incorporándolos a sus mezquitas y palacios. Un rasgo de estilo omnipresente es el arco de herradura, que adoptaron de los visigodos, aunque modificando sus proporciones en aras a conferirle una mayor esbeltez.
Cordoba   La educación fue activamente promovida por los omeyas y sus sucesores los amiridas. Córdoba atraía a sabios y eruditos de oriente y occidente, notables por su experiencia en interpretación coránica, ley islámica, filología, música, medicina y cirujía.
   Muchos de los fármacos que hoy usamos tienen su origen en la medicina árabe, y fue precisamente Córdoba uno de los lugares donde más a fondo se desarrolló esta materia, sobre todo en disciplinas como la investigación química (o alquimia) y la elaboración de medicamentos. Córdoba contaba con un hospital y una escuela médica equivalentes a las del Cairo o Bagdad. Un cirujano árabe, Albucasis (Abu al-Qasim, 936-1013), natural de Córdoba, escribió el primer libro ilustrado de cirujía, que fue ampliamente consultado. Contribuyó así a mejorar la reputación de la cirujía, por entonces considerada una práctica inferior a la medicina.
   Otro hijo ilustre de la Córdoba musulmana fue Ibn Hazm (994-1064), jurista, teólogo y filólogo, autor del celebrado El anillo de la paloma, un libro de reflexiones sobre la esencia del amor.
   Cuando el califato omeya se colapsó tras la guerra civil de 1009-31 y la España musulmana quedó desmembrada en reinos de taifas, Córdoba continuó siendo gobernada por diversos grupos de poder musulmanes. La ciudad fue severamente saqueada en 1013, y varios de sus más importantes edificios fueron destruidos, entre ellos el complejo palaciego de Abderramán III en Medina Azahara. La Gran Mezquita fue, sin embargo, respetada. Tras un breve interludio bajo el gobierno del emir de Toledo, Córdoba fue incorporada a los dominios de los abadíes de Sevilla durante el reinado (1069-1091) del sultán-poeta al-Mutamid.
  
  
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   La sucesiva ocupación del sur de la península ibérica por dos sectas de origen magrebí, los almorávides en el siglo XI y los almohades en el siglo XII, para incorporar los territorios hispanos a sus respectivos imperios en expansión, restableció la estabilidad de Al-Andalus, aunque el periodo de libertad artística y religiosa de que había disfrutado Córdoba durante la soberanía de los omeyas llegó a su fin.
Cordoba   Los primeros se llamaban a sí mismos al-Murabitun, es decir, 'la gente del ribat' (ribat = fortaleza de monjes-soldados), de donde derivó la palabra española 'almorávides'. En 1086, el gran líder almorávide Ibn Tashfin, que declaraba reinar en nombre del califa abasí de Bagdad, invadió con tropas bereberes la España musulmana para apoyar a los reinos de taifas, que habían caído en la anarquía tras el hundimiento del califato de Córdoba y eran incapaces de resistir por sí mismos la ofensiva de los cristianos comandados por el rey castellano Alfonso VI. En Córdoba los almorávides descubrieron los restos de la antigua y refinada civilización de los omeyas, que les sedujo por su lujo y esplendor.
   Hacia 1117, el bereber Ibn Tumart, fundador del movimiento almohade, tras una larga estancia en Oriente, regresó al Atlas magrebí, su tierra natal. Imbuido de fervor religioso, anunciaba un doble mensaje: la estricta adhesión a la doctrina de la unicidad de Dios (de ahí su nombre de almohades o al-Muwahhidun, 'unitarios') y una escrupulosa observancia de la ley islámica. Abd al-Mumin escuchó las prédicas de Ibn Tumart y se convirtió en su más ferviente discípulo. Proclamado al-Mumin el sucesor de Ibn Tumart, emprendió la guerra contra los almorávides y a los pocos años su reino se expandió por Argelia, Tunicia, Libia y Al-Andalus. Al-Mumin llegó así a ser el califa almohade más influyente, forjador de un imperio islámico que incluía buena parte de España y del norte de África, y que constituyó el apogeo del islam bereber.
   Córdoba fue cuna de Moisés Maimónides (1135-1204), la más destacada figura intelectual del judaísmo del medievo, autor de importantes contribuciones como jurista, filósofo, médico y científico. Con la toma de poder de los almohades, que implantaron una política de rigorismo e intolerancia, la comunidad judía de Córdoba fue enfrentada a la alternativa de convertirse al islam o abandonar la ciudad. Los Maimons, la familia de Maimónides, permanecieron todavía once años en Córdoba, viéndose obligados a practicar el judaísmo en privado y disimular en público sus costumbres para parecer musulmanes. En 1159 se trasladaron a Fez, donde Maimónides prosiguió sus estudios de filosofía griega y rabínica e inició los de medicina. Más tarde se mudaron al Cairo, donde Maimónides practicó la medicina adquiriendo gran fama y convirtiéndose en físico de corte del sultán Saladino. Fue en esta capital donde redactó sus principales tratados filosóficos y científicos, entre los que destacan La Torah renovada y Guía de Perplejos. En sus escritos trató de conciliar la ciencia, la filosofía y la religión.
   Su contemporáneo musulmán, el filósofo Averroes (Abu Walid ibn Rushd, 1126-98) nació y fue educado en Córdoba, y también tuvo que sufrir el fanatismo de los almohades, que lo desterraron y censuraron sus obras. Físico, astrólogo, matemático y médico, sus Comentarios a la obra de Aristóteles se estudiaron en todas las escuelas de la Edad Media, y se puede decir que gracias a él occidente conoce a este filósofo griego. Meses antes de su muerte, sin embargo, fue rehabilitado y reclamado por la corte imperial con sede en Marrakesh, donde llegó a ejercer de físico de corte al servicio del califa almohade.
   La derrota frente a los cristianos españoles en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) marcó el principio del fin de la hegemonía almohade, que empezó a declinar hasta llegar a su desintegración. Córdoba entró también en una fase de decadencia. Aislada del suministro de seda de Granada, la ciudad perdió sus manufacturas de seda, aunque no sus industrias de cuero. Si bien su importancia político-militar menguó considerablemente, la poesía y la pedagogía continuaron floreciendo. Con la muerte del último califa almohade en 1223, Córdoba se convirtió de nuevo en un pequeño estado taifa.

  
  
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Cordoba  

Córdoba cristiana
  
   Al poco tiempo (1236) iba a ser capturada por las tropas cristianas de Fernando III el Santo. Córdoba perdió todo su liderazgo político y cultural. Conservó, sin embargo, un importante papel comercial, gracias a su cercanía a las minas de cobre de Sierra Morena. La Gran Mezquita fue reconvertida en catedral. Muchas familias nobles cristianas y militares distinguidos se instalaron en palacios y casas solariegas. Mencionemos la Casa del Indiano, de estilo mudéjar e isabelino, y el palacio renacentista de los Páez de Castillejo, construido en el emplazamiento del antiguo teatro romano, con portada plateresca de Hernán Ruiz el Joven, habilitado hoy como Museo Arqueológico.
   Para protegerse de las constantes amenazas de ataque de los moros se edificaron nuevas estructuras defensivas, como el Alcázar de los Reyes Cristianos, construido por Alfonso XI sobre el antiguo alcázar de los omeyas para servirle de residencia real –con una fuerte influencia mudéjar en el estilo–, y más tarde reformado por los Reyes Católicos. Provisto de poderosos torreones en las esquinas, del primitivo alcázar solo quedan prácticamente sus jardines acondicionados al modo árabe, que formaban parte del área ajardinada que rodeaba la Mezquita.
   Con excepción de la Gran Mezquita, todos los centros de culto musulmanes fueron derruidos o transformados en iglesias y conventos. Mencionemos como ejemplo la capilla de San Bartolomé, originalmente un edificio morisco, que muestra desde entonces una estructura claramente cristiana, en estilo gótico-mudéjar.
   Durante dos siglos Córdoba fue una importante base de operaciones bélicas contra el reino nazarí de Granada, hasta que en 1492 cayó esta ciudad y se completó la reconquista cristiana de la península. La sinagoga de la Judería fue reconvertida al culto cristiano tras la expulsión de los judíos en ese mismo año. Córdoba quedó reducida a una tranquila ciudad de provincias, bien nutrida de iglesias, monasterios y casas aristocráticas, renombrada por su artesanía, sus caballos y sus buenos vinos.
   Uno de los hijos ilustres de la ciudad fue Gonzalo Fernández de Córdoba, 'El Gran Capitán' (1453-1515), general de los Reyes Católicos que conquistó el reino de Nápoles.
   En los siglos XVI y XVII Córdoba recobró parte de su antigua prosperidad gracias a sus 'cordobanes', cueros repujados polícromos de múltiples aplicaciones.
   Córdoba fue saqueada por los franceses en 1808, durante las guerras napoleónicas, por haber tomado parte en los movimientos pro-independencia.
   Fue una de las primeras ciudades en ser ocupadas por las fuerzas franquistas en la guerra civil española (1936-39)
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La Gran Mezquita de Córdoba
 
   El monumento más impresionante que los musulmanes legaron a Córdoba es la Gran Mezquita. Fue fundada en 784 por el emir Abderramán I, en el emplazamiento de una basílica visigótica dedicada a San Vicente, la cual había sustituido a un templo romano consagrado a Jano.
    Algo parecido ocurre con la Gran Mezquita de los Omeyas de Damasco, que fue erigida en 705 en el emplazamiento de la catedral bizantina de San Juan Bautista, construida ésta dentro del inmenso santuario romano de Júpiter (ver foto), que a su vez había sido levantado en un lugar sacro donde en su día hubo un templo dedicado al dios asirio Hadad.
Cordoba   Ya hemos comentado que Abderramán I era miembro de la dinastía de los omeyas, la que reinaba en Damasco a comienzos de la era islámica. No es así de extrañar que los elementos arquitectónicos y decorativos de la Mezquita de Córdoba se inspiraran en los de la Gran Mezquita Omeya de Damasco (ver fotos en la colección de fotoAleph 'Siria milenaria'), si bien fueron desarrollados hasta alcanzar cotas artísticas que superaron todos los modelos precedentes. Entre estos antecesores podemos mencionar también la mezquita de Amr en El Cairo (fundada en 642) y la Gran Mezquita de los Aglabíes en Kairuán, Tunicia (fundada en 670).
   La mezquita de Córdoba, cuya primera fase de construcción concluyó hacia 790, se componía en un principio de una sala de oración de 11 naves (la central más ancha) con arcadas perpendiculares a la alquibla (el muro donde se sitúa el mihrab, nicho en dirección al cual se orientan los fieles cuando oran), y un patio anexo con su fuente de abluciones (donde los fieles han de lavarse cabeza, brazos y pies antes de entrar en el santuario). Todas las estructuras quedaban en conjunto englobadas en una planta rectangular, obedeciendo a un esquema de distribución que había sido fijado con la mezquita de Medina, la primera que se construyó en la historia.
   El edificio experimentó a lo largo del tiempo sustanciales ampliaciones en longitud y anchura, hasta llegar a convertirse en la mayor mezquita de occidente y una de las más grandes construcciones sagradas del mundo islámico.
   La primera ampliación tuvo lugar en 832, bajo el emir Abderramán II. La segunda, en 929, bajo el califa Abderramán III, que hizo también erigir en el patio un alminar de 34 m de altura. La tercera en 961, bajo Alhakén II (Al-Hakam, hijo y sucesor de Abderramán III), fase de la que datan el mihrab y la macsura; en este periodo se construyeron también las puertas más suntuosas de la mezquita
(foto50). Finalmente en 987 Almanzor (Abu Amir al-Mansur), ministro del califa Hisham II, ordenó añadir al edificio una extensión de 8 naves por el lado oriental, que aumentó el tamaño de la mezquita en casi un tercio sin alterar su unidad estilística, aunque el mihrab quedó descentrado. El patio, llamado 'de los Naranjos', fue también recrecido en la misma proporción y se instalaron en él cuatro grandes fuentes de abluciones. Todas estas ampliaciones dan prueba de la versatilidad del sistema hipóstilo de construcción, y de su adaptabilidad a los distintos condicionamientos de espacio mediante la aplicación repetida de la fórmula inicial.
  
  
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   La planta definitiva de la mezquita consiste esencialmente en un extenso rectángulo de 180 m de norte a sur y 130 m de este a oeste, con una sala de oración dividida en 19 naves por 44 pilares y 544 columnas de mármol que sustentan arcos de herradura (foto49). Lo más innovador es que estos arcos son dobles, están superpuestos en dos niveles para elevar la altura del techo de madera y aligerar de tal forma la excesiva horizontalidad del vasto espacio de la sala de oración, solución arquitectónica sin precedentes en la arquitectura árabe (foto58). Para encontrar algo parecido hay que remitirse al acueducto romano de los Milagros, en Mérida (ver foto).
   El dovelaje de estos arcos es bicolor, alternándose las dovelas de color claro con las de color oscuro (rojo en este caso). Se trata de la fórmula decorativa conocida como ablaq, muy característica de la arquitectura islámica, que tiene probablemente sus orígenes en Siria. Podemos ver otros ejemplos en los edificios mamelucos de El Cairo. El ablaq se convertirá en uno de los rasgos de estilo de la arquitectura omeya cordobesa, y aparecerá en otros muchos edificios de la época (como el palacio de Medina Azahara) y posteriores.
Cordoba    La repetición y multiplicación sistemáticas de esta alternancia de colores provoca en el visitante un efecto visual caleidoscópico. Miremos hacia donde miremos, inmersos en el bosque de columnas de la sala de oración, se extenderán ante nuestros ojos largas y profundas perspectivas formadas por columnas que se alinean a lo largo, lo ancho y en diagonal, y por arcos rojiblancos que parecen disminuir de tamaño con la distancia, y que se desvanecen gradualmente en la penumbra (foto59), propiciando una sensación de infinitud.
    Las columnas pertenecientes a la primera fase de construcción de la mezquita son en su mayoría romanas con capiteles de orden corintio, reaprovechadas de antiguos yacimientos clásicos del Mediterráneo español y norteafricano. Hay unas pocas visigóticas. Algunas fueron traídas de Constantinopla. Los fustes son monolíticos, en mármol de diferentes colores y veteados.
   La altura relativamente escasa de las columnas reutilizadas fue el factor que probablemente condicionaría la adopción del sistema de dobles arcos superpuestos para dar más altura a la sala. En las ampliaciones sucesivas de la mezquita se hicieron réplicas estilizadas de los capiteles corintios, hasta que aparecieron los capiteles de 'nido de abeja', ya más propios de la arquitectura islámica.
   Además de su sistema de construcción, uno de los más destacables aspectos de la mezquita de Córdoba es su excepcional riqueza ornamental, particularmente en la amplia y profusamente decorada zona del sancta-sanctorum, donde se sitúa el mihrab, construido en tiempos del califa Alhakén II, y considerado como uno de los más eximios logros del arte islámico primitivo. Vemos aquí un ejemplo temprano del desarrollo que había adquirido el modelo de la mezquita de Medina, perpetuado con los siglos, en el que se daba el máximo énfasis al muro de la alquibla.
   Consiste el mihrab de la Mezquita de Córdoba en un nicho u hornacina poligonal de ocho lados revestido con mármoles y mosaicos dorados que se hunde en la alquibla
, flanqueado a uno y otro lado por sendos mihrabs secundarios. El principal está coronado con una cúpula en forma de concha de molusco (o venera, un motivo que aparece en el arte romano imperial y que se adoptó más tarde como símbolo del Camino de Santiago), sustentada por seis arquillos lobulados sobre pequeñas columnas. El nicho está enmarcado por un gran arco de herradura semejante a una puerta, con las dovelas revestidas de mosaicos polícromos de motivos florales sobre fondos rojos, azules y dorados (foto65), muy parecidos en estilo a los mosaicos de la Gran Mezquita de Damasco (ver foto), aunque sus motivos tienden más a la abstracción. De hecho sus artífices fueron cristianos procedentes de Constantinopla, enviados por el emperador bizantino Nicéforo II Focas (963-969). Hubo una fértil colaboración artística entre los califas omeyas y los emperadores bizantinos, a pesar de las diferencias políticas y religiosas. El arco está encuadrado por un alfiz, moldura cuadrangular característica de la arquitectura islámica, y el alfiz a su vez está enmarcado por bandas caligráficas hechas de mosaicos, que transcriben azoras del Corán en una doble línea de caracteres cúficos de color dorado sobre fondo azul. Las enjutas (la superficie entre el alfiz y el arco) están cubiertas de arabescos o atauriques en relieve tallados en mármol con motivos vegetales muy estilizados.
Cordoba   El mihrab es el espacio más sagrado de una mezquita y el punto hacia el que los fieles se orientan para la oración. Tradicionalmente está orientado en dirección a la Kaaba en La Meca. El caso del mihrab de la mezquita de Córdoba es una excepción a esta regla, pues el muro de la alquibla está orientado hacia el sudeste y no hacia el este, como sería preceptivo. Esta anomalía se debe probablemente a que, al seguir al pie de la letra la mezquita de Córdoba el modelo constructivo de la de Damasco, se le dio la misma orientación que tenía esta última, cuya alquibla sí estaba correctamente orientada hacia La Meca, ciudad de la península arábiga situada al sudeste de Damasco.
  
  
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   En la macsura (un recinto frente al mihrab reservado al califa) de la mezquita de Córdoba aparecen por primera vez bóvedas califales (foto61), que tuvieron gran influencia en la arquitectura española posterior. Se compone la macsura de una triple sala acondicionada en tres de las naves de la mezquita. Tres cúpulas gallonadas revestidas de mosaicos dorados se apoyan sobre bóvedas de nervios que se intersectan, y estas a su vez son soportadas por un original entrelazamiento de arcos polilobulados que alternan las dovelas de color oscuro con otras decoradas con filigranas de estuco (foto62). El juego de arcadas que se cruzan crea un efecto espacial parecido al de un claustro.
   La sala central de la macsura, la que da al mihrab principal, está coronada por una cúpula que es un prodigio de composición y virtuosismo ornamental. Se trata de una cúpula gallonada apoyada sobre ocho arcos con nervaduras que se entrecruzan, inscrita en una planta octogonal
(foto63). Los nervios están cruzados como si fueran dos cuadrados que se intersectan en un ángulo de 45º: se trata del mismo esquema de planta de la Cúpula de la Roca de Jerusalén, la primera mezquita monumental de la historia del islam (siglo VII). Este sistema de abovedamiento es un claro precedente de las bóvedas de crucería que se emplearían siglos más tarde en la arquitectura gótica. Las superficies interiores de la cúpula están completamente revestidas de preciosos mosaicos con motivos vegetales, caligráficos y geométricos sobre fondo dorado (foto64), de indudable estilo bizantino: sus artistas fueron también constantinopolitanos.
   La triple macsura está precedida por una antecámara con lucernario, llamada capilla de Villaviciosa, que responde a la misma estructura de arcos polilobulados que se entrelazan, y que luce una ornamentación semejante, a base de lienzos de yesería tallada, arabescos encuadrados por bandas caligráficas de caracteres cúficos, vigas policromadas y revestimientos de mosaicos de estilo bizantino.
    El recinto general de la mezquita está cercado por una masiva muralla reforzada por gruesas torres cuadradas entre las que se abren las puertas de acceso al santuario. El lado sur limita con el río Guadalquivir. En su zona norte se extiende al aire libre el Patio de los Naranjos
(foto53), rodeado de un muro almenado, tres de cuyos lados disponen de pórticos de columnas (foto56) destinados en su tiempo a acoger a las mujeres. En medio del patio, entre naranjos, se extiende el gran aljibe de Almanzor, ornado en época barroca con cuatro fuentes en las esquinas (foto55). En su lado norte se encastra el alminar o minarete, de planta cuadrada, transformado en un campanario barroco (foto52). A sus pies se abre la Puerta del Perdón, mudéjar del siglo XIV, con sus batientes y aldabones de bronce repujado (foto51).
  
  
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Cordoba 
   Tras la captura de Córdoba por las fuerzas de la reconquista, en 1236 la Mezquita fue reconvertida en catedral cristiana, aunque su estilo morisco apenas fue alterado. Se cerraron con muros las naves que daban al patio. En 1258 se habilitó una parte de la sala de oración para instalar la Capilla Real
(foto66), que fue realizada en estilo mudéjar por artistas moros al servicio de Alfonso X. Hacia 1384, al agrandar la Capilla Mayor, se hicieron desaparecer algunos arcos y columnas, que fueron reemplazados por arcos y bóvedas ojivales (foto68). En 1523 el edificio sufrió una transformación más drástica, suprimiéndose una parte importante de la zona central de la sala de oración, que fue sustituida por una estructura renacentista con un altar central elevado y un coro cruciforme (foto70), que posteriormente albergó una sillería barroca del escultor Pedro Duque Cornejo y dos púlpitos de caoba y mármol. El alminar quedó embutido dentro de un campanario de 100 metros de altura. A pesar de la excelsa calidad artística desplegada por los arquitectos de la escuela de Hernán Ruiz el Viejo en la remodelación, se dice que cuando Carlos V visitó las obras, exclamó: "Si yo tuviera noticia de lo que hacíades, no lo hiciérades; porque lo que habéis labrado hállase en muchas partes, pero lo que aquí teníades, no lo hay en el mundo".
   Vista por fuera, la catedral cristiana sobresale por encima de la cubierta de tejados a dos aguas de la mezquita
(foto67), rompiendo con sus verticales paredes la horizontalidad general del santuario musulmán, como si lo aplastara con su mole y lo aferrara con sus arbotantes: una evidente simbolización del triunfo del cristianismo sobre el islam. Titus Burkhardt escribe que "fue plantada dentro del claro bosque de pilares y arcos como una enorme araña en medio de su tela", y el símil no es desacertado si uno se imagina los arbotantes como si fueran las patas de la araña.
   Es de resaltar, sin embargo, el cuidado con que se integraron los añadidos cristianos a las estructuras islámicas previas. La sala de oración mantiene en su mayor parte los efectos de perspectiva de su bosque de columnas y sus dobles arcos rojiblancos. La transición entre los arcos árabes y las bóvedas de tracería tardogóticas se efectúa con gran delicadeza, quedando perfectamente fusionados ambos estilos en una aparente unidad estructural. La Capilla Real, del siglo XIV, se cubre con yeserías mudéjares que armonizan con el conjunto. Era una catedral, pero en esencia seguía siendo una mezquita.
   El proceso es comparable al que experimentó la Alhambra de Granada, en cuyo recinto Carlos V mandó construir un palacio renacentista, sin dejar por ello de respetar y mantener intacta la mayor parte del complejo palaciego nazarí (ver fotos en la colección de fotoAleph 'El embrujo de la Alhambra'.
   Además de la Gran Mezquita, en tiempos de los musulmanes existían en Córdoba otras muchas mezquitas. Aunque la mayoría han desaparecido, subsisten de ellas algunos alminares islámicos, transformados en campanarios, en las iglesias de Santiago y San Lorenzo y en los conventos de Santa Clara y las Esclavas del Sagrado Corazón
(foto48).
   La Gran Mezquita de Córdoba fue declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1984, categoría que en 1994 se hizo extensiva a todo el centro histórico de Córdoba
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La ciudad-palacio de Medina Azahara
 
   El palacio más suntuoso entre los construidos por los omeyas en Córdoba fue el de Abderramán III, en Medina Azahara (Madinat az-Zahra, topónimo que derivaría, según una versión popular, del nombre de la favorita del califa). Hasta entonces los soberanos omeyas habían residido en el Alcázar de Córdoba. La población de la capital había crecido tan desmesuradamente que, a los pocos años de asumir el título de califa, Abderramán III decidió por motivos de seguridad trasladar su residencia oficial fuera de Córdoba. El emplazamiento elegido estaba a 7 km de la ciudad, en la Sierra de Córdoba, en las faldas meridionales del monte de la Novia, dominando la vega del Guadalquivir (foto71). Aunque el palacio se empezó a construir en 936, las obras no fueron concluidas hasta el reinado de Alhakén II (961-976), hijo y sucesor de Abderramán.
Cordoba   El palacio no llegó a durar en pie ni un siglo, pues fue destruido y saqueado en 1013 por las tropas berberiscas que apoyaban a los sucesores de Almanzor, que se rebelaron al sentirse marginadas del poder, en el transcurso de las guerras civiles que se desencadenaron tras el colapso del califato omeya. Resulta paradójico que mientras dos monumentos emblemáticos como la Mezquita de Córdoba y la Alhambra de Granada fueron (en su mayor parte) respetados por los cristianos, el palacio de Medina Azahara fuera totalmente arrasado a manos de musulmanes.
   Las ruinas del vasto complejo palaciego de Medina Azahara están cercadas por una muralla rectangular de 750 x 1.500 m. Pese a las irregularidades y desniveles del terreno, el conjunto de estructuras arquitectónicas y áreas ajardinadas del complejo se ajusta a un trazado esencialmente ortogonal, que se descuelga por la ladera del monte en terrazas a distintos niveles
(foto72). Todos los edificios están orientados al sudeste, mirando al Guadalquivir, con la significativa excepción de la mezquita, cuya alquibla, a diferencia de lo que ocurre en la Mezquita de Córdoba, está correctamente orientada en dirección a La Meca. Por tal motivo la mezquita conforma un acusado ángulo con respecto a todas las demás estructuras del palacio.
   Varios de los edificios del nivel superior, correspondiente a la zona residencial, son cuadrangulares, con patios porticados mediante arcadas y embellecidos con albercas ornamentales. En el punto más elevado se sitúa la Casa Real, la residencia íntima del califa y su familia, suntuosamente ornamentada en sus fachadas e interiores con arcos de herradura de dovelaje bicolor y arabescos tallados en placas de piedra
(foto74). La Casa Militar es un edificio de planta basilical con cinco naves longitudinales y una transversal rematada por pequeñas salas, con una gran plaza al sur, que conserva prácticamente íntegro su pavimento original de ladrillo (foto73)
   La distribución del complejo palaciego contiene recintos específicos que se repetirán siglos más tarde en otros palacios de la Persia de los safávidas o la India de los mogoles, como la Sala de Audiencias Públicas (Diwan i-Am), la Sala de Audiencias Privadas (Diwan i-Khas), y los jardines divididos en cuatro espacios cuadrados por dos ejes que se cruzan perpendicularmente, alzándose un pabellón real en el centro rodeado de cuatro estanques. Este esquema de jardín sigue la tradición persa del Char Bagh (= 'cuatro jardines'), que pretendía ser una representación terrenal del paraíso de Alá. Podemos ver otros ejemplos en Isfahan (Irán) o Shalimar (Pakistán). En su tiempo este Char Bagh era un auténtico vergel sombreado por árboles y emparrados, donde se cuidaban aves y animales exóticos. Era refrescado por fuentes y albercas, abastecidas por aguas de manantiales de la montaña transportadas al palacio por un acueducto.
  
  
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   Décadas de pacientes excavaciones han permitido recuperar gran número de piezas de un puzzle descomunal compuesto por los innumerables fragmentos de relieves decorativos en mármol y estuco (foto75) que quedaron desparramados por tierra tras la destrucción y saqueo del palacio, que son poco a poco restituidos y ensamblados en sus emplazamientos originales. La parte mejor reconstruida es la lujosa sala de audiencias privadas conocida como Salón Rico (foto79), que era utilizada por el califa como salón del trono, para celebrar fiestas y ceremonias palatinas, y para la recepción de embajadores. Esta sala era el centro focal, el eje en torno al que se articulaban los principales edificios y jardines del palacio.
   Se accede al Salón Rico por un vestíbulo transversal abierto por un pórtico de arcos de herradura que da a los jardines
(foto77). De 20 m de ancho, la estancia está dividida en tres naves por dos arcadas de arcos de herradura sostenidos por columnas de fustes monolíticos en mármol de diversos colores (foto78). Como en la Mezquita de Córdoba, las dovelas son de colores rojos y claros alternados, según la técnica conocida como ablaq. Las dovelas de color claro están ornadas con afiligranados arabescos de estuco. Los muros están revestidos con paneles de mármol tallado con relieves de arabescos vegetales (foto76) idénticos a los de la macsura de la Mezquita de Córdoba.
   Se dice que en su tiempo el salón tenía tejados de oro, plata y cristal, y en medio del suelo había instalado un estanque lleno de mercurio. Así lo podemos leer en un texto del geógrafo andalusí del siglo XII al-Zuhri que describe el Salón Rico, al que denomina al-Qalbaq:

   "Su techumbre era de oro y grueso y puro cristal, lo mismo que sus muros; sus tejas eran de oro y plata. En el centro tenía un estanque lleno de mercurio y a cada lado del salón se abrían ocho puertas, formadas por arcos de marfil y ébano que reposaban en columnas de cristal coloreado, de forma que los rayos del sol, al entrar por esas puertas, se reflejaban en su techumbre y en sus paredes, produciéndose entonces una luz resplandeciente y cegadora. Cuando al-Nasir (Abderramán III) quería sorprender a los presentes o recibía la visita de algún embajador, hacía un gesto a sus esclavos y éstos removían ese mercurio, con lo que el salón se llenaba de sobrecogedores fulgores semejantes al resplandor del rayo, creando a los que allí se hallaban la impresión de que el salón giraba en el aire mientras el mercurio seguía en movimiento. Algunos dicen que el salón giraba para estar enfrentado al sol, siguiendo su curso, mientras que otros afirman que estaba fijo, sin moverse alrededor del estanque. Ningún otro soberano, ni entre los infieles ni en el Islam, había construido antes nada parecido, pero a él le fue posible hacerlo por la abundancia de mercurio que allí tenían."
   (Al-Zuhri)
  
   Otro historiador andalusí contemporáneo, Ibn Bashkuwal, abunda en el tema:
  
   "Fue la abundancia de mercurio en España lo que dio a al-Nasir la idea para este mecanismo que hacía que la habitación pareciera girar sobre sí misma, como en un eje. Parecía seguir el movimiento del sol. El califa estaba tan interesado por este mecanismo, que solo permitió a su hijo Alhakén que supervisara el mantenimiento."
   (Ibn Bashkuwal)
  
   No sabemos qué parte hay de realidad y qué parte de fantasía en estos relatos, cuyos autores no fueron testigos directos de los prodigios descritos, pero es posible que en Medina Azahara existiera alguna clase de artilugio cosmológico capaz de girar mediante un mecanismo accionado por el mercurio, que estaría destinado a observar y medir el movimiento del sol y demás astros. Hay que tener en cuenta que los soberanos de Al-Andalus concedían gran importancia a la astrología, y solo tomaban sus decisiones políticas tras auscultar los buenos o malos augurios de los astrólogos. En cualquier caso, lo que parece evidente es que la corte no reparaba en medios a la hora de exaltar la figura del califa, utilizando la arquitectura, la decoración e incluso la ingeniería para crear un deslumbrante escenario aúlico en el que el soberano pudiera impresionar a sus visitantes y mostrar su persona en todo su esplendor
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Bibliografía consultada
  
- Stierlin, Henri. Islam. Early architecture from Baghdad to Cordoba (Vol. I. Taschen, 1996)
- UNESCO. El Patrimonio Mundial (Incafo. Ediciones San Marcos)



  
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