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  BAJANDO AL INFIERNO
  Volcanes de Indonesia
  Fotografías: Rafael Bastante
Bajando al infierno   
   Indonesia es uno de los países del mundo con mayor número de volcanes en actividad. Y, entre ellos, algunos de los más destructivos y peligrosos. Aún están recientes en nuestras retinas las pavorosas imágenes de la erupción del Merapi, en mayo de 2006, que cubrió de escorias y cenizas un vasto territorio, sepultando pueblos y haciendo huir a sus habitantes a otras tierras.
   Desde allí nos han llegado fotografías del viajero Rafael Bastante Casado, que desde julio de 2005 está dando la vuelta al mundo, dentro del proyecto Aunmaslejos. Rafael Bastante ha bajado al infierno del volcán Kawah Ijen, en la isla de Java, para ver y mostrarnos las extremas condiciones de trabajo de los mineros que extraen azufre del fondo de su cráter.
   La exposición se complementa con fotos de otros volcanes de Indonesia, seleccionadas del fondo fotoAleph.
Indices de fotos
Indice 1  Volcán Kawah Ijen (Java)
Indice 2  Volcán Merapi (Java)
Indice 3  Volcanes de Bali
Indice de textos
Las minas de azufre de Kawah Ijen
Un archipiélago de volcanes
Merapi. La montaña de fuego
Bajo el volcán Batur
Gunung Agung. El ombligo del mundo
Otras exposiciones de Rafael Bastante en fotoAleph
LADAKH. El pequeño Tibet  (en colaboración con Silvia Sánchez Carretón)
RECUERDOS DEL PASADO. La herencia colonial en Asia
EL SULTANATO DE OMAN
  


 
  
   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...

                                                                             (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)




   Vi a jóvenes y ancianos, nativos de la isla de Java, que arriesgaban su salud y sus vidas para descender al cráter de un volcán.
   Su propósito no era otro que el de ganarse un pequeño sustento a cambio del azufre que arrancaban de aquellas profundidades.
   Vi montañas de fuego, de entrañas incandescentes, vomitando lavas, escupiendo gases mortíferos por sus cráteres y fumarolas.
   Eran los volcanes de Indonesia, cuya impresionante belleza apenas deja intuir su terrible poder destructor.
   Y supe que el Infierno existe, pero que está en esta Tierra.
  
  

 
  
Las minas de azufre de Kawah Ijen
 
   La isla de Java representa el centro político, cultural y económico de la joven república de Indonesia, un desmembrado archipiélago de más de trece mil islas y con la cuarta población más grande del planeta. La mitad de esa población (unos 110 millones de personas) vive en Java. Paradójicamente Java, y más concretamente Yakarta, la capital, simbolizan el sueño de prosperidad para muchos habitantes de otras islas, lo que se traduce en radicales contrastes: riqueza y opulencia viven vecinas a la más absoluta miseria. 
Bajando al infierno   Java es una isla muy fértil, con unas tierras ricas en nutrientes y muy productivas. Una larga cadena montañosa volcánica atraviesa la isla de este a oeste. De los ciento diez conos existentes, treinta y cinco mantienen una actividad pródiga. En este sentido los volcanes, además de su potencial destructor, también son una fuente de riqueza, proporcionando elementos muy propicios para la agricultura, principal sustento económico de la población, al igual que numerosos y lucrativos recursos.
   Entre estos recursos se encuentra el azufre, muy utilizado en diversas aplicaciones, como los tintes, los fósforos y la medicina, donde su uso tiene una gran relevancia. En Java numerosos hombres trabajan en las minas de azufre distribuidas en los distintos cráteres o lagos sulfurosos que existen en la isla. Estos mineros bajan a diario al infierno, al pie mismo de los cráteres, a recoger el azufre solidificado en grandes piedras amarillas, para después cargar con él hasta alguna nave junto a la carretera. Desde ahí el azufre comenzará un largo viaje hasta las fábricas de procesamiento, donde, una vez manufacturado, servirá como elemento esencial en la fabricación de numerosos productos que generarán rentables beneficios a las grandes empresas. Pero antes de toda esta larga cadena, los primeros que recogerán los frutos de la tierra serán estos hombres, que no se ven beneficiados por tal negocio.
   En Kawah Ijen, al este de Java, el mayor lago sulfuroso del mundo proporciona gran cantidad de este elemento. La jornada laboral comienza al amanecer, los trabajadores ascienden el extenuante camino durante una hora hasta llegar al anillo del cráter, que en caprichosas y frecuentes sacudidas desprende las espesas y pestilentes fumarolas de sulfuro, cargando el ambiente con su densidad. 
Bajando al infierno    El guardia de un puesto de control nos pone en cautela, avisándonos del potencial peligro que conlleva inhalar los gases sulfurosos. Nos recomienda no bajar hasta el pie del lago si no disponemos de una máscara. Pero los mineros no llevan máscara. Su única protección consiste en un trapo o una camiseta mojada con la que se tapan boca o nariz (foto01). Pronto empezamos a ver a los que más han madrugado: ya están casi al final de su primer viaje con el azufre a sus espaldas, cargado en dos cestas de mimbre unidas por una vara. Los más fuertes podrán hacer dos viajes de ochenta kilos cada uno, con lo que tendrán doble paga. Muchos van descalzos y sin camiseta, marcando unos músculos ganados a base de sufrimiento (fotos 02 y 03); cobrarán el azufre a razón de cuatrocientas rupias el kilo, algo más de dos euros y medio para los que consigan acarrear ochenta kilos. Aunque parezca una miseria, es una paga aceptable para este pobre país. Pero el valor del azufre es mucho mayor y, por supuesto, no resulta equitativo, viendo el precio en salud que pagan estos hombres.
   Por el camino hay muchas cestas de mimbre aparcadas y mineros que descansan (foto04) y me piden tabaco. Irónicamente les digo que el tabaco es malo para la salud. Ellos pillan la ironía. A lo lejos vislumbramos otros dos volcanes (foto05), mientras seguimos subiendo y vamos viendo pasar a mineros que bajan con la carga o suben ligeros a por ella (foto06). Un humo blanco y un fuerte olor a azufre nos avisa de la proximidad. El paisaje inerte resulta espectacular, las grietas de lava solidificada se elevan formando el enorme cráter en el que descansa el lago sulfuroso (foto07), que cambia de color debido a distintas reacciones químicas.
Bajando al infierno   Pero esta vez el paisaje no es el protagonista, los mineros le quitan la importancia. Enseguida veo salir a una pareja a través de la cortina de humo, en el pasillo que pocos metros después bajará directamente hasta el infierno. Me dirijo hasta allí y pronto comienzo a notar los efectos de los gases; el viento ha cambiado de repente y ha movido una nube hasta mi posición. Picor de ojos y garganta, más una desagradable sensación de falta de oxígeno, son los principales síntomas; a la larga, tras continuas exposiciones, comenzarán los más graves: problemas respiratorios de todo tipo que, sin duda, padecerán la mayoría de estos trabajadores. Desde una posición de privilegio veo salir del humo a algunos mineros renqueantes (fotos 08 y 09) y mi sorpresa se torna en absoluta perplejidad cuando, en un momento de sosiego del volcán, la atmósfera se libera de gases y observo al pie de la mina las enormes pitas de azufre y unos hombres desmembrándolas con varas. El desnivel es brutal. La visión dura unos segundos ya que de nuevo una enorme fumarola surge sin avisar, cubriéndolo todo, incluyéndome a mí. Esta vez es mucho más espesa. Me pongo a correr hasta salir de su influencia. Después me sentiré un poco ridículo al compararme con los trabajadores. 
   Algunos suben más fuertes que otros, que llegan al final de la cuesta tosiendo compulsivamente y dejando la carga en cualquier sitio para tomar una ansiada bocanada de aire limpio (foto10) antes de continuar (foto11). Todos me sonríen y me piden un cigarro o una foto. Al cabo de un rato decido regresar, mis intenciones de bajar al pie mismo de la mina se han oscurecido por el miedo. Un centenar de metros más abajo se pesará la carga en un chamizo (foto 12). La nimia recompensa llegará al final del trayecto. Me voy del lugar sintiendo una gran admiración y respeto por estos hombres, al igual que un gran número de dudas muy sencillas, pero que me resultan primordiales, como ¿por qué no llevarán máscara? Es indudable que he aprendido una gran lección humana sobre el coraje y la resignación.
  
   Rafael Bastante
  
  
 
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Rafael Bastante Casado 

E-mail de contacto:
aunmaslejos@yahoo.es
rafabca@yahoo.es 

   En julio del año 2001 se sembró el proyecto Aunmaslejos, un viaje en furgoneta alrededor del mundo. Cuatro años más tarde el proyecto germinó, llevándonos a nuestro actual destino, Indonesia, después de haber recorrido parte de Europa, Turquía, Siria, Jordania, Israel, Irán, Pakistán, India y Nepal, recopilando experiencias humanas inolvidables, visitando ciudades mágicas como Estambul, Damasco, Jerusalén, Isfahán, Yazd, Kathmandu, y paisajes únicos en el mundo, como la cima del Olimpo, los monasterios de Meteora, las arenas rojas del desierto de Wadi Rum, la cordillera del Karakorum o la región himaláyica de Ladakh.
  
   Rafael Bastante Casado: "Mi interés por la fotografía comenzó en España y se ha materializado en este viaje, donde he ido desarrollando mi sensibilidad y conocimientos, mostrando especial devoción por los retratos humanos y las actividades de la vida cotidiana de los distintos lugares por los que hemos pasado".


Web propia:
www.aunmaslejos.com
  
 
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Un archipiélago de volcanes
  
   Nunca podré olvidar la visión que tuve por la ventanilla del avión de Garuda Indonesia cuando sobrevolamos la isla de Java, en el trayecto de Yogyakarta a Yakarta. Un espeso y algodonoso mar de nubes cubría la totalidad de la isla hasta más allá del horizonte, como un inmenso sudario blanco que envolviera la tierra. Y de ese mar de nubes emergía todo un archipiélago, pero no de islas, sino de conos. Conos volcánicos, oscuros y amenazadores, con sus cráteres a modo de negras fauces abiertas como si quisieran morder el cielo.
   Hay en el archipiélago de Indonesia 130 volcanes activos y varios centenares extinguidos, que se extienden en cadena por una franja que va desde Sumatra y Java hasta la isla de Flores, conectando luego con las islas Célebes (o Sulawesi). Muchos de ellos superan los 3.000 metros de altura.
   Estos volcanes desempeñan una importante función en el enriquecimiento del suelo cultivable, y en Indonesia se puede observar una clara interdependencia entre la ubicación de los volcanes, el desarrollo agrícola y la densidad poblacional del archipiélago. De los setenta volcanes que han tenido erupciones recientes en su historia, el mayor número (17) se concentra en la isla de Java. Las más altas densidades de población aparecen al sur y al este del volcán Merapi, en el centro de la isla, cuyos terrenos son fertilizados por las lavas y cenizas volcánicas.
   Parecido fenómeno ocurre en Bali y en el norte de Sumatra, donde la fertilidad de los suelos está directamente relacionada con las erupciones de los volcanes próximos. La destrucción y la regeneración, la muerte y la vida, caminan por Indonesia agarradas de la mano.
   El origen de la mayor parte de los volcanes indonesios se debe, según el geólogo Van Bemmelen, a la existencia en el archipiélago de fallas tectónicas que se cortan entre sí. De acuerdo con la teoría de las placas, el vulcanismo de la isla de Java estaría causado por la subducción de una placa oceánica del Indico bajo una placa continental que comprende Java y Malasia.
   Entre los volcanes activos de Java es célebre el volcán Bromo (2.392 m), al este de la isla, cerca de Surabaya. La gigantesca caldera del macizo de Bromo-Semeru, un anfiteatro natural de 10 km de diámetro rodeado de muros de 350 m de vertical, contiene tres lagos y tres cráteres en su interior. El cráter central expulsa constantemente vapor y cenizas, y en ocasiones explota, sin llegar a arrojar lava. Dice la leyenda que esta gran caldera fue excavada por un ogro en una sola noche, usando media cáscara de coco, con el fin de ganar la mano de una princesa. Una vez al año se celebra en este lugar, a medianoche, el Festival Kasada. Miles de javaneses provistos de antorchas suben de noche al volcán, a pie o a caballo, portando ofrendas. Apostados al borde del precipicio, llega un momento en que los peregrinos arrojan al humeante cráter sus ofrendas (flores, frutas, verduras, cabras, pollos), con el propósito de pedir favores y buenos auspicios al dios del fuego.
   El volcán Kelud (1.731 m), cerca de Kediri, también en Java oriental, tiene un ciclo eruptivo de unos 15 años; sus erupciones pueden ser particularmente devastadoras, ya que el vasto lago que ocupa su cráter es expulsado, provocando grandes avalanchas de barro que se precipitan en las llanuras, atrapando todo lo que encuentran a su paso.
   El volcán más conocido de Indonesia es el Krakatoa, en el estrecho de Sonda, entre Java y Sumatra, la violencia de cuya erupción de 1883 generó olas gigantes en todo Asia suroriental y nubes de ceniza que circundaron todo el planeta, dificultando la penetración de los rayos solares en la atmósfera.
  
   Eneko Pastor
  
  
   Para esta exposición, hemos seleccionado imágenes de algunos de los volcanes más emblemáticos de Indonesia. Además del Kawah Ijen (fotos 01-12), en Java, cuyas fotos debemos a la gentileza del viajero Rafael Bastante, podemos ver fotografías de los volcanes –no por peligrosos menos bellos– Merapi (fotos 13-26), en Java, Batur (fotos 27-33) y Gunung Agung (fotos 27-33), en Bali, procedentes del fondo fotoAleph.
  
 

 
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Merapi. La montaña de fuego
  
   El Merapi es un pico volcánico de 2.911 m de altura, situado en el centro de la isla de Java (Indonesia), 25 km al norte de Yogyakarta, ciudad que fue fuertemente arrasada en una erupción de 1867.
   Gunung Merapi, cuyo nombre en indonesio significa 'Montaña de fuego', tiene fama de ser uno de los volcanes más peligrosos y destructivos del mundo.
   El Merapi erupciona una vez cada cinco años, acarreando a menudo una gran devastación de pueblos, carreteras y campos, pero a la vez aportando grandes beneficios para sus tierras. En sus laderas se hallan instaladas seis estaciones vulcanológicas con el fin de estudiar y vigilar su actividad, y dar la voz de alarma en caso de erupción. Hay un equipo de más de mil personas permanentemente contratadas para encargarse de las misiones de evacuación y salvamento. Más de cuarenta diques de contención protegen a los habitantes del lugar, y amplias áreas cercanas al volcán han sido declaradas 'zonas prohibidas'.
   Se puede explicar geológicamente la intensa actividad del Merapi por el hecho de que este volcán está situado en la intersección de dos fallas tectónicas: una longitudinal, que corre a lo largo de la isla de Java, y otra transversal, que constituye una frontera geológica entre las regiones centro y oeste de la isla. Es por estos cortes y resquebrajaduras del suelo por donde la Tierra se abre para escupir con furia su magma interior incandescente.
   El volcán Merapi emite andesitas de augita e hipersteno, y sus lavas suelen ser tan viscosas que modelan en la cumbre una sucesión de cúpulas, periódicamente destruidas por violentas explosiones, que hacen sumamente peligrosa su visita. La lava es tan espesa que se solidifica al poco de surgir del cráter, formando una corteza que frena la salida del magma. Éste, no obstante, continúa empujando hacia arriba con su candente masa, hasta romper la corteza superficial, desbordarse y crear nuevas costras, lo que confiere al final una apariencia estratificada a la cima.
   El extraordinario monumento budista en forma de stupa gigante de Borobudur (ver en fotoAleph la colección de fotografías Borobudur. La huella de Buda en Java) y el grandioso complejo de templos hinduistas de Prambanan se levantan en la llanura que se extiende al sur del Merapi, a una cincuentena de kilómetros del volcán. La erupción de 1006 cubrió por completo de cenizas Borobudur y arrasó los territorios circundantes hasta hacerlos inhabitables durante generaciones. El primer reino histórico de Java, el de Mataram, quedó aniquilado. Las fuerzas de la Naturaleza son más poderosas que las civilizaciones.
   Cuando explotó en 1006, se calcula que el viejo Merapi tendría unos 3.300 m de altura. El actual Merapi, con sus 2.900 m, es lo que quedó de la catástrofe, tras haberse hundido toda la parte occidental del antiguo cono. Erupción tras erupción, el Merapi va cambiando de perfil.
   El volcán Merapi ha entrado en erupción en 68 ocasiones desde 1548, la más grave de ellas en 1930, cuando se cobró la vida de más de 1.300 personas. La última erupción mayor tuvo lugar en mayo de 2006: una inmensa nube de gases calientes y escombros volcánicos cubrió toda la zona, enterrando casi totalmente un poblado y haciendo huir a miles de nativos que habitaban en las faldas del volcán, siendo acogidos en campamentos de refugiados.
  
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Subida al Merapi: una prueba de fuego
  
   Cuando ascendimos al volcán Merapi no teníamos ninguna información sobre su extrema peligrosidad. De todo ello habríamos de enterarnos más tarde. Nuestra afición al monte nos hizo elegir esta excursión como un buen remate para nuestro viaje por Indonesia. Al fin y al cabo, 2.900 metros de altura sobre el nivel del mar no nos parecían un reto insuperable, acostumbrados como estábamos a subir picos de los Pirineos de más de 3.000 metros. El Merapi se erguía majestuoso muy por encima de los intrincados bosques y selvas circundantes, bien visible a distancia, y ejercía sobre nosotros un atractivo irresistible con su denso penacho de humo adornando la cumbre.
   El acercamiento lo hicimos en autobús, desde Yogyakarta. Arrancamos tarde, pasado el mediodía. Tuvimos que registrar nuestros nombres en una libreta que nos tendió un guardabosques en la última cabaña antes del sendero de ascenso. Una precaución obligada para intentar controlar eventuales pérdidas o desapariciones de los visitantes del volcán. Desoyendo todos los consejos, prescindimos de guía, como tenemos por costumbre, aun a sabiendas de que subir dos personas solas a un monte desconocido era una imprudencia. No llevábamos tienda ni sacos de dormir. Como único equipo, un par de capas de plástico a modo de chubasqueros.
Volcanes de Indonesia   Más que una bajada, fue una subida al infierno. Partíamos de mil metros, por lo que debíamos superar un empinado desnivel de casi dos mil. En las cuatro o cinco horas que duró nuestro ascenso hasta que nos pilló la noche, atravesamos por todos los climas y vegetaciones de la Tierra, como quien atraviesa los círculos de la Divina Comedia, para llegar al centro mismo del 'Inferno', a un paraje lúgubre, de angustiosa desolación, donde no existe la más mínima brizna de vida, donde el suelo quema y el aire es venenoso.
  
   "En la mitad del camino de la vida
   me encontré en una selva oscura
   por haberme apartado de la vereda correcta."
  

   En su primera parte, la vereda serpenteaba por selvas tropicales. Pudimos admirar la exuberancia de su vegetación, desde gruesos y altísimos bambúes (foto15: muy utilizados en las islas, por su consistencia, para la fabricación de muebles y andamiajes), hasta helechos arborescentes (foto13), con recios tallos tan altos como palmeras, raros supervivientes de épocas preglaciares, plantas coetáneas de los dinosaurios. No estamos lejos de la isla de Komodo y de su famoso y 'antediluviano' dragón.
    Poco a poco el camino se hace cada vez más pendiente y vamos cambiando insensiblemente de escenario. Sin solución de continuidad, la vegetación va transformándose y se hace más propia de zonas templadas, más de bosque que de selva, con tal cantidad y variedad de especies florales y arbóreas (foto16) para nosotros desconocidas, que lamentamos no saber algo más de botánica para poder identificarlas. Nos cruzamos en el camino con unos nativos que bajan del Merapi. Llevan por todo calzado unas chancletas de plástico.
   Un par de horas más y el paisaje ha vuelto a cambiar. Crecen ahora sobre suelo de verde césped árboles propios de zonas alpinas, abundando las coníferas. Diríamos hallarnos en algún lugar del Pirineo, con tantos pinos y abetos como nos rodean.
   Y por fin llegamos a lo que llaman el 'límite de los árboles' (foto19). Es la frontera entre la vegetación y la roca desnuda. Todo árbol, arbusto, planta o hierba desaparece bruscamente a partir de cierta altura, y más allá de esta línea entramos en otro 'círculo', en un mundo extraño, de paisaje lunar, hecho de rocas cabalgando unas sobre otras, de olas de lava caprichosamente solidificadas en pliegues y sinuosidades, por las que a menudo hay que trepar usando de los pies y de las manos. De pronto sentimos que las manos se nos queman. Las rocas de la pendiente están tan calientes que casi abrasan. El infierno está cerca.
   Empezamos a ver aquí y allá fumarolas, exhalando bocanadas de humo gris por grietas y resquicios. Y también tropezamos con solfataras (foto20), humeantes oquedades entre las rocas con su interior palpitante de bloques de azufre en combustión (foto21). Una ráfaga de aire sulfuroso nos abofetea en la cara, y sentimos arder nuestras fosas nasales.
  
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   Es allí donde nos cae la noche, con la rapidez propia del trópico. El crepúsculo es breve pero espléndido (foto22). Las nubes enrojecen de pudor cuando el sol las mira por debajo de las faldas. Aparecen por el fondo negros nubarrones que presagian tormenta. A nuestros pies, allá muy abajo, se extiende la llanura de Yogyakarta, donde se van encendiendo lejanas y tenues lucecillas conforme aumenta la oscuridad.
Volcanes de Indonesia   Estamos ya cerca de la cumbre, pero no podemos seguir avanzando. Buscamos un lugar adecuado para pernoctar. Un pequeño abrigo rocoso apenas nos servirá de refugio para la lluvia que se avecina, pues sólo nos cubre las mochilas –con sus cámaras fotográficas– y medio cuerpo. El otro medio queda a la intemperie. Se desata una tempestad de dimensiones bíblicas. Un encadenamiento ininterrumpido de rayos dispara implacable sus flashes sobre el valle de Yogya, iluminando cegadoramente las nubes del cielo y las montañas de la tierra. El fragor de los truenos, que no cesa en toda la noche, retumba por todo el volcán como el redoble de los timbales en el momento álgido de una sinfonía fantástica, y hace vibrar nuestros cuerpos, sobrecogidos ante el aterrador pero maravilloso espectáculo de las potencias naturales desencadenadas en toda su furia.
   Empieza a caer un aguacero que no amainará en horas. Improvisamos un precario vivac consistente en taparnos como buenamente podemos con una de las capas de plástico que llevamos, extendiendo la otra capa sobre las piedras, como aislante, para tumbarnos sobre ella. El suelo está muy inclinado (como en todo el volcán), y nuestros cuerpos van resbalando hacia abajo, por lo que cada cierto tiempo tenemos que remontar terreno para acurrucarnos en el abrigo. No conseguimos pegar ojo en toda la noche. No hará falta añadir que fue 'una noche inolvidable'.
   Al amanecer, nos ponemos en pie cansados, somnolientos, entumecidos por el frío y la humedad, y proseguimos el último tramo de nuestro ascenso en un estado parecido al de los zombies.
   Si una de las principales causas de que la gente se pierda en el monte es la niebla, en el Merapi fueron los humos los que nos desorientaron. A esas alturas no había el menor sendero reconocible; todo lo que podíamos hacer era trepar por las anfractuosidades y sortear los recovecos de un terreno rocoso cada vez más accidentado, siempre más y más arriba. Las espesas humaredas que expulsaban las cada vez más frecuentes fumarolas nos envolvían al vaivén de los vientos, y nos impedían toda visibilidad (foto23). El aire se hacía irrespirable. Nos colocamos ingenuamente un pañuelo alrededor del rostro con el fin de filtrar –medida infructuosa– los gases sulfúreos, que penetraban abrasadores hasta el fondo de nuestras narices y bronquios, y se pegaban a nuestra piel (foto24). Se nos puso en el cuerpo un olor a azufre de mil demonios, que no nos abandonó en semanas.
   Saltando por una serie de cortezas de lava petrificada, conseguimos acercarnos al borde del cráter principal, para asomarnos al abismo (foto25). En cualquier momento, cualquiera de estos falsos suelos podría desprenderse y desplomarse hasta el fondo de aquellas profundidades infernales. Conste que no contamos todo esto para alardear de nada, sino, por el contrario, como un ejemplo ilustrativo de lo atrevida que puede llegar a ser la ignorancia.
   Tal era la cantidad de vapores y gases despedida por el torrente de lava que fluía desbordándose por uno de los labios del cráter, que formaba una cortina de humo totalmente opaca, impenetrable, ocultando, tras brotar del abismo, todo el paisaje a nuestro derredor. No podemos afirmar que el Merapi tiene buenas vistas. No se veía nada.
   Dimos vueltas y revueltas por el laberinto de escarpados riscos, de peñascos de afiladas aristas (foto26), envueltos en humos, sin conseguir hacernos una composición cabal de cómo es la cima del Merapi. Las fotos que tomamos podrán dar una ligera y parcial idea. Decidimos emprender el descenso, antes de acabar totalmente intoxicados.
   La bajada fue más rápida que la subida, pero no por ello menos dura. Como todo montañero bien sabe, muchas veces bajar suele ser peor que subir. La extremada inclinación del pedregal nos obligaba a ir frenando la velocidad de marcha, poniendo en funcionamiento músculos inhabituales de nuestras piernas. Al día siguiente teníamos tales agujetas en pantorrillas y muslos que casi no podíamos bajarnos del autobús, o descender una simple escalera.
  
   Eneko Pastor
  
 

 
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Bajo el volcán Batur
 
   De 1.717 metros de altura, el Gunung Batur es uno de los más bellos volcanes de la ya de por sí bellísima isla de Bali.
   El macizo montañoso del Batur se compone en realidad de dos volcanes concéntricos. El cono del Batur propiamente dicho se ubica en el centro de un inmenso cráter volcánico de 10 km de diámetro, de modo que el volcán está a su vez rodeado de una cordillera anular de montañas, que constituyen las paredes del cráter, la más alta de las cuales (Gunung Abang) alcanza los 2.150 m sobre el nivel del mar.
Volcanes de Indonesia   Esta gran caldera está parcialmente inundada de agua, creando un extenso lago en forma de luna creciente (foto27), conocido como lago Batur, que en parte se alimenta de manantiales termales. Pequeños pueblos de agricultores se levantan dispersos en sus orillas (foto31), y sus habitantes navegan en canoa por el lago y practican la pesca (foto29). En uno de estos pueblos, Trunyan, viven aborígenes Bali Aga, los más antiguos habitantes de la isla de Bali, que ya ocupaban estos parajes antes de la invasión de la dinastía Majapahit (1343 d C).
   Otro pueblo, Toya Bungkah, es el punto de partida más habitual para el ascenso al volcán Batur. Se llega a la cima en dos horas y media, para contemplar uno de los más hermosos paisajes que pueda imaginarse. El lago Batur a nuestros pies, un círculo de imponentes montañas a nuestro alrededor, las nubes jugando a engancharse de sus crestas. Puede uno asomarse al humeante cráter del volcán (foto33), cuyo fondo se pierde en la negrura, y a la vez abarcar con la mirada la gran caldera volcánica que lo circunscribe: un volcán dentro de otro volcán.
   Aunque medio adormecido durante largas temporadas, el volcán Batur permanece activo, y cada cierto tiempo entra en erupción. Cuando lo hace, todas las tierras a su derredor retumban profundamente, y de noche se ve su cono iluminado por un brillo rojo púrpura que emana de su vértice.
  
 

 
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Gunung Agung. El ombligo del mundo
  
Volcanes de Indonesia   Los balineses califican al Gunung Agung (Monte Agung) –que es la montaña más alta (3.142 m) de la isla de Bali– como 'el ombligo del mundo'. Es para ellos algo parecido a lo que el monte Olimpo era para los antiguos griegos.
   En 1963 este volcán entró en erupción tras haber permanecido durmiente durante 120 años, causando más de 1.600 muertes y una terrible destrucción de bienes materiales que dejó a 86.000 personas sin hogar. Hoy todavía pueden verse grandes áreas de los territorios adyacentes ennegrecidas por las riadas de lava que vomitó el Gunung Agung en aquellos días. Una cuarta parte de la isla quedó cubierta por la lava. Durante una semana, una polvareda ardiente e irrespirable se esparció por todo Bali, e incluso oscureció la parte oriental de Java.
   En las laderas occidentales del Gunung Agung, a más de mil metros de altura, se levanta uno de los mayores complejos religiosos de la isla: Besakih (foto34).
   Besakih es el 'Templo Madre' de Bali, el santuario más importante de la isla. Todas las regiones de Bali mantienen sus propios templos en este complejo, con sus característicos perfiles de 'pagoda': una esbelta superposición de tejadillos de paja coronando una capilla de madera (foto35).
   El Pura Besakih existía ya antes de la llegada del hinduismo a la isla, y había sido erigido en un emplazamiento donde se celebraban ceremonias y festividades de carácter animista. Su complicada estructura arquitectónica integra tres edificios dedicados a cada uno de los tres dioses de la suprema trinidad hindú: Brahma, Vishnu y Siva. Anchas escalinatas de piedra conducen a través de siete niveles aterrazados hasta la parte más alta del complejo (foto36).
   Cuando se produjo la erupción de 1963, los templos de Besakih quedaron cubiertos de piedras, ceniza y escorias, y cayeron en la ruina. Algunos sacerdotes hindúes se auto-sacrificaron precipitándose en la lava, con la esperanza de apaciguar la ira de los dioses.

 

 
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BAJANDO AL INFIERNO
Volcanes de Indonesia

Fotografías:
Rafael Bastante Casado
+ Fondo fotoAleph

 
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Un archipiélago de volcanes
Merapi. La montaña de fuego
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BAJANDO AL INFIERNO
Volcanes de Indonesia

Fotografías:
Rafael Bastante Casado
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