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 LA ALJAFERÍA
 Un palacio de los reinos de taifas
Aljaferia
  
   Uno de los más brillantes ejemplos de arquitectura islámica en España está fuera de Andalucía: concretamente en Zaragoza.
   Esta ciudad fue en el siglo XI capital de un efímero reino de taifas. Su soberano se hizo construir un fabuloso palacio-fortaleza, de una suntuosidad que aún hoy sorprende a sus visitantes, muchos de los cuales no esperan encontrar tan al norte de la península ibérica un edificio de un estilo que rivaliza en fantasía y belleza con el arte califal cordobés y el arte nazarí de la Alhambra.
  
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En la frontera norte del mundo islámico
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   Caminemos a la sombra de las parras
con deseos de ver rostros radiantes
en ese palacio más alto que cuanto lo rodea,
construido con valiosas piedras.
   (...)
   Las dependencias están construidas y adornadas
con atauriques calados y enmarcados,
pavimentadas con losas esmeraldinas y mármol,
con tantas puertas que contar no puedo.
  
   Al-Abbadiyya (siglo XI)

  

  
En la frontera norte del mundo islámico
 
   Como si los malos presagios que en la cristiandad se anunciaban para el año 1000 después de Cristo hubieran de cumplirse en España, el cambio de milenio marcó el comienzo de un periodo de calamidades, pero no para los cristianos, sino para los musulmanes de Al-Andalus, que paradójicamente se regían por otro calendario.
Aljaferia   Almanzor, el último gran caudillo del glorioso califato omeya de Córdoba, murió en 1002. La autoridad central del califa cordobés empezó a disolverse tras la dictadura de Al-Muzaffar (1002-1008). Con la muerte de su hermano Abderrahman Sanchuelo se desencadenaron las hostilidades entre los tres partidos mayores o facciones (ta'ifahs) del estado musulmán: los hispano-árabes, los bereberes y los mercenarios. Al-Andalus entera se sumió en la anarquía. Las guerras civiles de 1009-31 redujeron el califato a una institución títere, lo que permitió a las diversas ta'ifahs cortar sus lazos con el poder central y constituirse en pequeños reinos independientes que luchaban los unos contra los otros. La España musulmana quedó completamente fragmentada. Dispersos por toda la península, los reinos de taifas (en árabe muluk at-tawa'if) tuvieron una vida muy corta: apenas 60 años, desde 1031 hasta la conquista de Al-Andalus por los almorávides en 1091.
   Hubo en España al menos 23 reinos de taifas, que podrían encuadrarse en tres grandes grupos:
   1) Hispano-árabes en los valles del Guadalquivir y Ebro. Algunos de sus soberanos pertenecían a prominentes dinastías andalusíes: los abadíes de Sevilla, los jahwaríes de Córdoba y los hudíes de Zaragoza.
   2) Bereberes en la Meseta Central, en el Aragón estepario, en Granada y en centros dispersos de Andalucía occidental. Entre las dinastías bereberes se contaban los aftasíes de Badajoz, los dhuinuníes de Toledo y los hammudíes de Málaga, que apoyaron por un breve tiempo al califato cordobés.
   3) Grupos de mercenarios y esclavos (saqalibah). Los saqalibah no fundaron dinastías pero crearon sus propios reinos en Tortosa, Denia y Valencia.
   La historia política de esta época es una serie ininterrumpida de guerras intestinas, pues los conflictos bélicos entre los distintos reinos de taifas eran incesantes. Fue especialmente enconada la confrontación entre los reyes árabes de Sevilla y los bereberes de Granada. Ocasionalmente algunos reinos no tenían reparos en aliarse con los cristianos para combatir un reino musulmán rival, ni tampoco en pedir ayuda a los reinos del norte de África para luchar contra los reyes cristianos.
   La desunión de los reinos de taifas los convirtió en objetivos fáciles para las crecientes fuerzas cristianas de la llamada Reconquista, y pronto Badajoz, Toledo, Zaragoza y Sevilla tuvieron que pagar tributos al rey cristiano Alfonso VI de León y Castilla.
  
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   A pesar de su incompetencia política, la época de los reyes de taifas fue un periodo de revitalización cultural y florecimiento artístico de la España musulmana. A la manera de las cortes califales, los reyes eran mecenas de poetas, y fomentaban el estudio de la filosofía, las ciencias naturales y las matemáticas. Personajes notables de esa época fueron el rey-poeta Al-Mutamid de Sevilla y su visir Ibn Ammar, el poeta Ibn Zaydun y las poetisas Wallada de Córdoba y Al-Abbadiyya de Denia, el teólogo Abu al-Walid al-Baji, y el jurista y filólogo Ibn Hazm, autor del celebrado El anillo de la paloma, un libro de reflexiones sobre la esencia del amor.
    Uno de los más ilustres reyes de taifas fue Abu Yafar Ahmad ibn Sulayman, conocido con el sobrenombre de Al-Muqtadir (1046-1081), de la dinastía de los Banu Hud, soberano de la taifa de Zaragoza. Los hudíes o Banu Hud eran miembros de un linaje árabe de origen yemení que habían entrado en la península en 711 con la invasión de Tariq, que tomaron Zaragoza (la romana Caesaraugusta, del que derivó el nombre árabe de Saraqusta) en 714, rompieron enseguida sus vínculos con Andalucía y con el tiempo llegaron a ser reyes de las taifas de Zaragoza, Lérida y otros lugares de 1039 a 1131.
Aljaferia   Hijo de Sulayman ibn Hud al-Musta'in, emir de Zaragoza y Lérida –cuyos dominios abarcaban gran parte del nordeste de la Península Ibérica–, Al-Muqtadir había conseguido reunir bajo su mandato las tierras disgregadas tras el reparto hereditario de los territorios aragoneses entre sus hermanos. Al-Muqtadir conquistó Barbastro, expandió sus dominios con la captura de Tortosa y Denia, e hizo vasallo suyo al rey taifa de Valencia.
   Además de destacar por su talento político y militar, Al-Muqtadir se caracterizó por ser un rey ilustrado, con amplias inquietudes culturales, promotor de las artes, las ciencias y la filosofía. Fue el suyo el periodo de máximo esplendor de la taifa zaragozana, que en la segunda mitad del siglo XI solo tenía rival en la Sevilla de Al-Mutamid.
   Al-Muqtadir es un personaje memorable sobre todo porque nos dejó como legado uno de los más espléndidos logros arquitectónicos del arte hispano-musulmán: el palacio de la Aljafería de Zaragoza, objeto de esta exposición de fotografías. Entre los ejemplares de arquitectura civil islámica que han sobrevivido en España es el que se halla más al norte de la península, y por consiguiente el más septentrional del mundo islámico en el momento de su máxima expansión.
  
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   La Aljafería (o al-yafariya, vocablo que deriva de Al-Yafar, uno de los nombres del rey) era un palacio-fortaleza utilizado como residencia real y sede de la corte de Zaragoza. Fue erigido en la Almozara, una explanada al oeste de la ciudad donde se celebraban desfiles militares y festejos, y donde ya existía un antiguo palacio de recreo mandado construir por Aben Alfage en 864. El nuevo palacio amplió el preexistente y lo dotó de recias murallas defensivas.
   Su estructura general es propia de una fortificación militar. De planta trapezoidal casi cuadrada, sus murallas de ladrillo están ritmadas con una sucesión de imponentes torreones semicirculares –cilíndricos los de las esquinas– de sillares de color rosáceo, coronados de almenas de ladrillo. En su tiempo estaba rodeado de un foso conectado con el río Ebro, que se salvaba por un puente levadizo. El sobrio exterior de carácter defensivo no dejaba entrever que en su interior se escondía un mundo de lujo y refinamiento, un espacio de ensueño para recreo del emir, que, como otros palacios árabes, pretendía ser una réplica en la tierra del paraíso de Alá.
   La Aljafería, además de sede del gobierno era un centro de cultura adonde acudían sabios y artistas de todos los puntos de Al-Andalus, buscando un refugio de tolerancia y mecenazgo. Allí eran convocados poetas, músicos, historiadores, místicos, y allí se fundó la mejor escuela de filosofía del islam, con la incorporación plena de Aristóteles a la filosofía árabe.
   Una única puerta de entrada entre dos torres muy próximas se enmarca en un arco de herradura inscrito dentro de otro arco mayor. Sobre la puerta hay un friso de arcos de medio punto ciegos que se entrecruzan dibujando intersecciones que parecen ojivales.
   Todas las dependencias palaciegas internas del edificio eran de yeso y ladrillo. Los elementos decorativos derivaban del arte califal cordobés, que en la Aljafería fueron desarrollados hasta alcanzar un grado de abarrocamiento inusitado para la época, que contrasta fuertemente con el sobrio estilo románico de los edificios cristianos coetáneos (siglo XI).
   En la parte norte del complejo está la musallah, el oratorio privado de los emires
(foto06), embellecido con una afiligranada decoración de arabescos. Los arcos superpuestos bajo la cúpula tienen sus precedentes en Córdoba. El mihrab es un nicho tras un arco de herradura, orientado en dirección a La Meca, con una cúpula nervada en forma de concha venera, una disposición muy parecida al mihrab de la Gran Mezquita de Córdoba, que deriva a su vez del arte romano. Otros dos arcos a cada lado de la estancia son de cinco lóbulos, precursores de la mezquita almohade de Tinmal, en Marruecos (ver foto).
Aljaferia   Entre el oratorio y el gran patio central se levanta el fastuoso salón de recepciones (foto02), cuyas intrincadas arquerías de estuco rodeaban una alberca y se reflejaban en sus aguas, perpetuando los feéricos ambientes del palacio de Medina Azahara, construido por el califa de Córdoba en el siglo IX. Las arquerías se apoyan en finas columnas de fustes cilíndricos de mármol, dispuestas a veces por parejas. Todos los capiteles son de motivos vegetales (foto05).
   El patio central (hoy llamado de Santa Isabel) es el más amplio del palacio, ajardinado y rodeado de arcadas, con un florido entrecruzamiento de arcos polilobulados, sustentados por columnas y pilares. Como ocurre en la mezquita de Córdoba, los alarifes reaprovechaban columnas antiguas. Al ser éstas demasiado cortas en relación a los grandes espacios a techar, se compensaba la diferencia a base de arcos superpuestos intrincadamente entrelazados que hacían ganar altura a la estancia. La elaborada lacería se desborda sobre otra franja de arcos más altos, saltándose las más elementales normas de estructura constructiva
(foto11). Otros lados del patio lucen arcadas de arcos polilobulados de gran amplitud y ligereza, sostenidos por esbeltos pilares de ladrillo (foto07).
   La sala del trono estaba en el piso superior, cubierta de un rico artesonado de madera. Todas las dovelas de arcos, puertas y ventanas están finamente labradas y la decoración floral de los muros muestra infinidad de detalles observados de la naturaleza.
   Se puede asegurar que las labores de albañilería y yesería del palacio de la Aljafería compiten en lujo y delicadeza con los más suntuosos logros artísticos del califato cordobés, y prefiguran el embrujo arquitectónico de la Alhambra de Granada, 300 años más tarde.
  
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   En mayo de 1085 Alfonso VI de Castilla y León, tras un largo asedio, tomó Toledo, ciudad clave de la Meseta Central. Este rey cristiano, que había asumido el título de imperator totius Hispaniae, impuso costosos tributos anuales (parias) a algunos reyes de taifas como contrapartida por la protección que les ofrecía contra los reyes musulmanes rivales, y en definitiva para comprar la paz, tributos que repercutieron en gravosos impuestos para los respectivos súbditos y que despertaron la indignación popular, ocasionándose disturbios que debilitaron aún más los centros de poder islámico.
Aljaferia   La difícil situación de Zaragoza, amenazada por el reino de Aragón de Ramiro I y Sancho Ramírez, y en continuo litigio fronterizo por las tierras de la extremadura navarra y castellana (Tudela, Soria, Guadalajara), obligaban tanto a Al-Muqtadir de Zaragoza como a Yusuf de Lérida a pagar parias a Alfonso VI.
   Al-Muqtadir fue sucedido por su hijo Yusuf al-Mutamin, que reinó de 1081 a 1085, y que era una personalidad más intelectual que política. Para defenderse de los avances cristianos y de la hostilidad de otros reinos de taifas, Al-Mutamin, hubo de contratar los servicios de un mercenario castellano, Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como El Cid, sobrenombre que deriva del árabe sidi (= señor).
   En 1081 el Cid había liderado una incursión militar no autorizada contra el reino islámico de Toledo, que era tributario de Alfonso VI y no debía por ello ser atacado. Como castigo por su desobediencia, el rey exilió al Cid de sus reinos. El Cid ofreció a continuación sus servicios a la dinastía musulmana que gobernaba en el reino taifa de Zaragoza. El emir de Zaragoza, Al-Mutamin, aprovechó la oportunidad de tener a su vulnerable reino defendido por tan prestigioso guerrero, que gozaba de la fama de no haber perdido nunca una batalla. Durante casi una década, el Cid sirvió lealmente a Al-Mutamin y a su sucesor Al-Mustain II. En 1082, en nombre de Al-Mutamin, infligió una severa derrota al rey musulmán de Lérida y a sus aliados cristianos, entre ellos el conde de Barcelona. En 1084 derrotó a un gran ejército cristiano comandado por el rey Sancho Ramírez de Aragón. El Cid fue generosamente recompensado por estas victorias. La experiencia que adquirió de las complejidades de la política hispano-árabe le sirvió después para ayudarle a conquistar y mantener Valencia, instaurando allí un último reino independiente de taifas.
   A Al-Mutamin le sucedió Ahmad al-Mustain II, cuyo reinado (1085-1110) estuvo permanentemente involucrado en guerras con los cristianos, hasta que sufrió una severa derrota en Alcoraz en 1096. La misma Zaragoza fue atacada, pero la subsiguiente invasión de España por los almorávides forzó a los reyes cristianos a la retirada.
   Por requerimiento de varios reyes de taifas, principalmente por parte de Al-Mutamid de Sevilla, el emir almorávide Yusuf ibn Tashfin, señor del norte de África y de las tribus saharianas, entró en España con sus ejércitos y en 1086 derrotó a Alfonso VI en la batalla de Sagrajas (Zallaqa), cerca de Badajoz. Las recurrentes reyertas internas entre las dinastías musulmanas que quedaron en Al-Andalus forzaron a Tashfin a regresar a España en 1088, quien ordenó disolver los reinos de taifas en 1091, deponiendo a todos sus gobernantes, con la sola excepción de los Banu Hud de Zaragoza. Tras infligir una sucesión de derrotas a los reyes cristianos incorporó la España musulmana al imperio almorávide, pero, necesitando de una zona que hiciera de parachoques entre los cristianos y los almorávides, permitió a Zaragoza que continuara siendo un reino. Tras la muerte en 1110 del rey taifa luchando contra los cristianos en Valtierra, los almorávides tomaron Zaragoza y forzaron al último sucesor de la dinastía hudí, Imad ad-Dawlah, a huir a Rueda de Jalón, donde murió.
  
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   Zaragoza terminó por caer en 1118 en manos de los ejércitos cristianos comandados por el rey Alfonso I de Aragón. Tras la reconquista de la ciudad, el fabuloso palacio de la Aljafería pasó a ser posesión de los monjes benedictinos, y en los siglos XIV y XV fue convertido en palacio de los reyes de Aragón. Con el transcurso del tiempo la Aljafería sufrió mutilaciones y añadidos sucesivos, por lo que solo han sobrevivido partes del original árabe.
   Los Reyes Católicos hicieron construir la sala de Santa Isabel, con una escalera de acceso en estilo gótico flamígero, cubierta con uno de los mejores artesonados mudéjares de España, formado por casetones de madera policromada con piñas, lacerías geométricas y el yugo y las flechas, emblema de los Reyes Católicos
(foto12). Hay obra del Renacimiento en el patio de entrada, de tiempos de Felipe II. Una capilla cristiana ocupa el supuesto emplazamiento de la mezquita de la guarnición. Más tarde el palacio fue propiedad de la Inquisición, y luego cuartel del ejército.
Aljaferia   En el lado norte de la Aljafería sobresale una maciza torre de homenaje de planta cuadrangular con cinco saeteras en cada flanco (foto01), construida por los reyes de Aragón en el siglo XIV sobre una estructura del siglo IX, que constituye el resto más antiguo del complejo islámico. Esta 'orrida torre' es uno de los escenarios de la ópera Il trovatore de Verdi, la mazmorra donde encarcelan a su protagonista Manrico, por lo que también se la conoce como la 'prisión del trovador'.
  
   "Ahí está la torre donde gimen los prisioneros de estado...
   Sobre la horrenda torre ¡ay! parece que la muerte con sus alas tenebrosas se va cerniendo."
   Il trovatore (de Giuseppe Verdi, libreto de Salvatore Camarano).
  
   A lo largo del siglo XX el edificio fue restaurado en su integridad, siendo recolocados las columnas, capiteles y demás elementos constructivos que sobrevivieron de la época árabe en sus lugares de origen, y cuidadosamente recompuestas las labores de yesería cincelada de mocárabes y arabescos.
   La Aljafería fue declarada en 1931 monumento nacional de interés histórico artístico.
   Hoy la Aljafería es la sede de las Cortes de Aragón, máximo organismo de representación política de esta comunidad autónoma.
  
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Otros restos islámicos en Aragón
  
Albarracín
   En el siglo XI, la dinastía almorávide de los Aben Razin (de donde proviene el nombre de la población) fundó aquí un pequeño reino de taifa. Para resistir a la invasión de los almohades, los almorávides construyeron unas sólidas murallas, cuyos lienzos se encaraman por las colinas circundantes. Algunos muros de la ciudadela son del siglo XI, pero la mayor parte fue reconstruida tras la salida de los musulmanes. Las murallas fueron reforzadas y ampliadas por los cristianos en el siglo XIV.
     
Alhama de Aragón
   El topónimo de Alhama deriva de al-hammam (= 'baños'). Las termas que existían aquí desde tiempos de los romanos se convirtieron en época musulmana en hammam, con dos pilas construidas en la roca de la que manan aguas termales, conocidas como el Baño del Moro y el Baño de la Mora.
   Aunque muy arruinado, el castillo es un alcázar de origen islámico, reconstruido tras la reconquista.
  
Ateca
   Esta villa perteneció de 1018 a 1110 a la taifa de Zaragoza.
   La iglesia parroquial de Santa María era una mezquita que fue ampliada y reconvertida en templo cristiano. De la época islámica solo conserva la estructura almohade de la parte baja de la torre mudéjar.
   El pueblo conserva restos de la muralla musulmana que lo cercaba, entre los que se encuentra el llamado Arco de San Miguel.
  
Calamocha
   El nombre de la población es de origen árabe: Qalat Musa, que significa 'castillo de Musa', por el nombre de su fundador, Musa ibn Musa.
   Los árabes permanecieron en esta villa cuatro siglos, durante los cuales desarrollaron un complejo sistema de regadío. El pequeño puente romano sobre el río Jiloca fue reformado en esta época.
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Calatayud
   El alcázar llamado Castillo de Ayud (Qalat Ayyub, de donde proviene el nombre de la ciudad) se levanta sobre el promontorio que domina la villa. Conserva kilométricos lienzos de murallas, reforzados con torreones y perforados de puertas. Fue construido en el siglo VIII para controlar la cuenca del Jalón, y posteriormente ampliado.
   Encajonados en las vaguadas al pie del alcázar, existen todavía un 'barrio moro' y un 'barrio judío'. El casco viejo de Calatayud conserva varias iglesias mudéjares de bellas torres de ladrillo, una de ellas inclinada.
   
Huesca
   En la antigüedad fue la población ibérica de Osca, y luego la ciudad romana de Urbs Victrix Osca. Tras el dominio de los visigodos, los árabes la conquistaron en 719, convirtiéndose así en una de las ciudades más septentrionales de Al-Andalus.
   De la época musulmana ha sobrevivido un lienzo de murallas y el trazado islámico de las calles del casco viejo.
  
Rueda de Jalón
   Fue plaza fuerte árabe en el siglo IX. Subsisten restos de fortificaciones musulmanas sobre un promontorio.
  
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Pervivencia del arte islámico en el estilo mudéjar
  
   Los innumerables ejemplos de arquitectura y obras de arte mudéjar que se hallan en todo Aragón y otras regiones de España demuestran que los musulmanes se adaptaron y prosperaron bajo sus nuevos gobernantes, y sus alarifes fueron contratados para poner sus conocimientos al servicio de la arquitectura cristiana.
   Este estilo apareció a partir del siglo XII, como fruto de las peculiares condiciones sociales y culturales de España tras la reconquista. En un principio, los cristianos permitieron a los moros permanecer en las tierras reconquistadas y mantener su propia cultura y religión.
   De influencia claramente islámica, el mudéjar adopta las diferentes tendencias estilísticas que se desarrollaron en Europa desde la Edad Media hasta el siglo XVII, aplicándoles las técnicas constructivas y el sentido plástico propios del arte hispano-árabe de Al-Andalus. El mudéjar es, por tanto, una fusión entre las tradiciones artísticas cristianas y las musulmanas. Existe un mudéjar románico, un mudéjar gótico, un mudéjar renacentista y un mudéjar barroco.
   Aragón fue una de las regiones donde mayormente floreció la arquitectura mudéjar, que aquí se caracteriza principalmente por un uso extremadamente refinado e inventivo del ladrillo y la cerámica vidriada, particularmente en los campanarios. Las obras de arquitectura mudéjar de Aragón fueron declaradas en 1986 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

  
  
  
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Un palacio de los reinos de taifas
  
Bibliografía consultada
  
- Goodwin, Godfrey. España islámica (Editorial Debate, Madrid, 1991)
- Stierlin, Henri. Islam. Early architecture from Baghdad to Cordoba (Vol. I. Taschen, 1996)



  
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EL EMBRUJO DE
LA ALHAMBRA
  
 
El embrujo de la Alhambra
LA GRAN MEZQUITA
DE CORDOBA
  
La Gran Mezquita de Cordoba
EL PALACIO DE
MEDINA AZAHARA
  
El palacio de Medina Azahara



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