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 EL EMBRUJO DE LA ALHAMBRA
El embrujo de la Alhambra   
   La Alhambra de Granada es el único palacio islámico de la Edad Media que ha llegado prácticamente intacto hasta nuestros días, y constituye sin duda una de las maravillas arquitectónicas de todos los tiempos.
   Mandada construir por los sultanes del reino de Granada para residencia y lugar de recreo, la Alhambra era una auténtica ciudad, aislada del mundo, donde los soberanos nazaríes disfrutaban de una vida de lujo y placeres, un anticipo en la Tierra del Paraíso prometido a los buenos musulmanes.
   El visitante que se pasea por sus patios y jardines, que contempla la asombrosa decoración de sus salones, un prodigio de delicadeza y fantasía, aún puede palpar el hechizo de este escenario de ensueño, de este palacio encantado, lleno de leyendas, que custodia en su seno toda la magia y la poesía de Oriente.
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Indices de fotos
Indice 1
Indice 2
Indice 3
Indice 4
Indice 5
Indice 6
Indice de textos
Una réplica del paraíso
   El agua, don divino
Moradas áulicas
   Patio de los Arrayanes
   Salón de Embajadores
   Patio de los Leones
   Sala de las Dos Hermanas
   Mirador de Lindaraja
   Sala de los Abencerrajes
   El Partal

  
Jardines del Generalife

La embriaguez de los sentidos
   Alicatado: el arte del azulejo
   Caligrafía: la belleza de las palabras
   Cúpulas celestiales
   Pervivencia del arte arábigo-andaluz
Palacio de Carlos V: el contrapunto

  
Breve historia de la Alhambra
Otros vestigios musulmanes en Granada
   Barrio del Albaicín
   Casa del Carbón
   Puente del Cadí
Cuentos de la Alhambra
Bibliografía
  
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   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...

                                                                             (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)




   Vi el palacio de la Alhambra, ese maravilloso alcázar donde los sultanes de Granada aspiraban a disfrutar en la Tierra de los goces del Paraíso.
   Paseé los ojos por sus salas engalanadas con mil filigranas y arabescos, y sus patios refrescados por fuentes y albercas de aguas cristalinas.
   Vi poemas inscritos en sus muros, de hermosa caligrafía árabe, ensalzando la belleza de tan singulares estancias.
   Vi sus increíbles cúpulas de estalactitas, que rivalizaban en esplendor con el firmamento en una noche de estrellas.
   Y comprendí aquel dicho popular que afirma que "no hay mayor desgracia que ser ciego en Granada".
  
  

  
Una réplica del paraíso
  
  
  
"¡Cuánto recreo para los ojos! Mírame, visitante. Conocerás mi ser si miras mi hermosura".
   (Ibn Zamrak)
  
   
   La Alhambra, palacio y ciudadela de los antiguos sultanes musulmanes de Granada, en Andalucía (la región que entonces era conocida como Al-Andalus), es quizá el monumento más visitado de España.
   El nombre de 'Alhambra' deriva del árabe al-hamra, que significa 'rojo' (Qalat al-Hamra = 'Castillo Rojo'), en probable referencia al color rojizo de sus muros exteriores, construidos en ladrillo de arcilla y grava muy finos, extraídos de la misma colina donde se asientan. Las llamadas Torres Bermejas, que se elevan en una colina próxima, parecen confirmar con su nombre esta etimología.
El embrujo de la Alhambra   Además de por sus extraordinarios méritos artísticos, la Alhambra es especialmente valiosa por ser uno de los escasos palacios islámicos que han sobrevivido de los tiempos medievales. Y el monumento que mejor permite entrever el esplendor y suntuosidad con que vivían los monarcas musulmanes del reino de Granada. El palacio de la Alhambra y los jardines del Generalife sirven para ilustrar sobre la arquitectura de otros países del mundo islámico, donde a menudo han desaparecido edificios importantes, como ocurre en el Iraq abbasí, el Egipto tuluní y fatimí, y la Sicilia islámico-normanda.
   Aislada del resto de la ciudad, prácticamente inaccesible, la Alhambra nunca fue conquistada por ejércitos: cuando en 1492 se rindió a las tropas de los Reyes Católicos, fue entregada pacíficamente mediante un acuerdo firmado de capitulación.
   Elevada en la cima de un promontorio sobre el cauce del río Darro que domina la ciudad de Granada (la colina de al-Sabika), desde donde se divisa la Vega, la Alhambra fue construida principalmente entre 1238 y 1358, durante el reinado de la dinastía nazarí. Más que un palacio, se trata de un complejo palaciego formado por diversos edificios y jardines englobados dentro de una larga muralla reforzada por recios torreones rectangulares, que recorre todo el perímetro de lo alto de la colina. Era una ciudad dentro de la ciudad, con viviendas, mezquita, baños y demás servicios inherentes a todo sistema urbano.
   Las blancas cumbres de Sierra Nevada se recortan en el horizonte norte y constituyen el telón de fondo del soberbio escenario.
   El complejo no fue planificado con una visión de conjunto, sino que en sucesivas etapas se iban añadiendo construcciones adyacentes entre sí, según las necesidades, condicionada su distribución por los accidentes topográficos del terreno. La incorporación de las nuevas realizaciones arquitectónicas se articulaba armoniosamente con las precedentes, manteniendo siempre las proporciones y simetrías, para lograr como resultado una sensación visual de unidad.
   Un palacio real islámico era un lugar de ceremonias y de solaz, de pública ostentación y de placer privado. Aunque la Alhambra sea un palacio real, carece, no obstante, de un centro o foco que sirva para magnificar el poder de la realeza. Su distribución tiene más bien algo de laberíntica: estancias, corredores, patios, estanques y canales que conectan los espacios cubiertos con las zonas al aire libre sin que haya una clara separación entre unos y otras. Su decoración interna, o lo que ha quedado de ella, constituye un alarde técnico y estético difícilmente superable, y se puede calificar como de las más complejas y deslumbrantes de todo el arte islámico.
   Llama la atención el fuerte contraste entre la desnuda austeridad de los muros exteriores del conjunto palaciego y la fastuosa exuberancia decorativa de los espacios internos, característica ésta común a la vivienda tradicional de las poblaciones musulmanas –también hoy en día–, donde ninguna fachada deja entrever las riquezas del interior y todo lujo queda recluido al ámbito de la intimidad familiar.
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El agua, don divino
  
   Otro rasgo muy propio del concepto árabe de arquitectura es el papel protagonista que desempeña el agua en la urbanización de sus ciudades y palacios, donde se cuida del suministro y distribución del preciado elemento por medio de acueductos, norias, canalizaciones y aljibes, para regar huertos y jardines y para que no falten fuentes cantarinas que refresquen el ambiente de los patios, o albercas que reflejen en el espejo de las aguas la belleza de sus arquerías. Para un mahometano, el agua es un don divino, un regalo de Alá a los hombres, y el paraíso es como un jardín surcado por arroyos de agua pura. Habría que ponerse en la piel de los muchos musulmanes que habitan en los inclementes desiertos arábigos o africanos para calibrar el impacto emocional que les produce oír hablar de vergeles verdes y umbríos, henchidos de frutas, por cuyas praderas corren manantiales de agua pura: el esplendoroso Paraíso de Alá.
   "He aquí la descripción del Paraíso prometido a quienes temen a Dios; es un jardín bajo el cual corren los ríos; sus frutos son inagotables, así como sus sombras."
  (El Corán. Sura XIII, de Arra'ad o del Trueno, 35)
El embrujo de la Alhambra  
   Los patios ajardinados, sombreados por arcadas, donde corría el agua en abundancia para refrescar el ambiente, creaban la sensación de hallarse uno recluido en un precioso mundo privado, aislado del mundanal ruido. Las superficies espejeantes de las aguas reflejaban el cielo ampliando la sensación de espacio y aportaban luminosidad, brillo y un aire de irrealidad al palacio. "Mi Elíseo musulmán" llamaba Washington Irving, autor de Cuentos de la Alhambra, al regio recinto, donde tuvo la fortuna de alojarse durante unos meses a principios del siglo XIX.
  
   Un abundante suministro de agua, traída de las montañas por viejos acueductos moriscos, circula por todo el palacio, abasteciendo sus baños y estanques de peces, destellando en surtidores dentro de las salas o murmurando en canales a lo largo de los pavimentos de mármol. Cuando ha pagado tributo a la sede real y visitado sus jardines y pastizales, fluye hacia abajo por la avenida que lleva a la ciudad, tintineando en riachuelos, brotando en fuentes y manteniendo un perpetuo verdor en esas arboledas que cubren y embellecen la entera colina de la Alhambra.
   Solo aquéllos que han residido en los ardientes climas del Sur pueden apreciar las delicias de una morada combinando las frescas brisas de la montaña con la lozanía y verdor del valle.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)

   Los estanques o piscinas han sido elementos consustanciales a los jardines islámicos, desde Cachemira o Persia hasta Al-Andalus. Se estima que durante el califato de Córdoba había 50.000 villas en el valle del Guadalquivir, y todas tenían probablemente patios con jardines, provistos de abundante agua. Sin embargo la tipología de villa con patio porticado de piscina central (impluvium) puede remontarse también a los tiempos romano-helenísticos. Pero es que la Alhambra no está desprovista de componentes clásicos. No olvidemos que los árabes fueron en el Medievo los herederos y transmisores de la cultura grecorromana.
   Cuenta Irving que Mohamed I, el fundador de la Alhambra, pasaba mucho tiempo en los jardines  del palacio, que había provisto con las plantas más raras y las más bellas flores aromáticas. En los muros y fuentes de la Alhambra hay inscripciones con versos que cantan a los jardines y a la naturaleza. En el Patio de los Leones y la Sala de las Dos Hermanas, unos versos del poeta Ibn Zamrak elogian la vegetación de los jardines, el fluir de las corrientes de agua y el paisaje de la vega.
  
   "¡Qué hermoso es este jardín, donde las flores de la tierra rivalizan con las estrellas del cielo! ¿Qué puede compararse con la vasija de aquella fuente de alabastro, llena de agua cristalina? ¡Nada sino la luna en su plenitud, brillando en medio de un cielo sin nubes!"
   (De una inscripción árabe en la Alhambra citada por Washington Irving en Cuentos de la Alhambra)
   

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Moradas áulicas
  
   Los edificios islámicos de la Alhambra incluyen la Alcazaba (o al-qasba = ciudadela), que es –junto con las Torres Bermejas– la parte más antigua, situada en la zona más elevada de la colina, y de la que quedan en pie las macizas murallas y torres, estando el resto de las dependencias (el barrio castrense) casi a nivel de cimientos (fotos 41, 42 y 43). La Alcazaba era un edificio independiente del resto del recinto, que tenía su propia entrada, destinado a albergar las guarniciones militares de defensa. La Torre del Homenaje ocupa el lugar más elevado, con los mejores panoramas sobre el entorno, y servía de puesto de mando y de residencia para el jefe de la guardia. Aquí vivió alojado probablemente Mohamed I, el fundador de la Alhambra.
   Más allá de la Alcazaba está el palacio de la Alhambra propiamente dicho, y más allá de este palacio, otro recinto llamado la Alhambra Alta, que estaba originariamente reservado a oficiales y cortesanos. Existen además en el complejo varias puertas construidas en la vieja tradición de los almohades a modo de arcos triunfales (la Puerta del Vino, la Puerta de las Armas, la Puerta del Arrabal, etc.) y varios antepatios en estado de ruina. Extramuros, pero integradas a un ramal de las murallas, se levantan las Torres Bermejas, dos recios torreones que dominaban el barrio judío de Mauror.
   La ciudad palatina de la Alhambra se compone en realidad de siete palacios. Los dos principales, o al menos los que nos han llegado en mejor estado, estaban separados por un muro de partición, con entradas independientes: el Palacio de Comares y el Palacio de los Leones. Cada uno de ellos está distribuido con trazado ortogonal en torno a un patio rectangular. El palacio de Comares, que es el más antiguo, alberga el Patio de los Arrayanes (así llamado por los setos de mirtos que enmarcan un amplio estanque) y el palacio de los Leones circunda el Patio de los Leones, con su célebre fuente con leones que da nombre a este lugar. Ambos patios están orientados perpendicularmente entre sí.
   Las estancias más notables de la Alhambra son el Salón de Embajadores, una amplia sala de recepciones bajo la gran Torre de Comares, cuya puerta se abre al Patio de los Arrayanes; la Sala de los Abencerrajes (cuyo nombre deriva de una leyenda, según la cual Boabdil, el último sultán de Granada, invitó a los jefes del clan de los abencerrajes a un banquete en esta sala para luego masacrarlos); y la Sala de las Dos Hermanas, cuya cúpula es un ejemplo soberbio de decoración de estalactitas. Cerca de esta última el Mirador de Lindaraja se asoma a un jardín. Son de destacar también el mexuar o sala del Consejo y el hammam o zona de baños privados del monarca. Los otros palacios eran El Partal, el Palacio de Ismail I, el de Yusuf III, el del Convento de San Francisco y el de los Abencerrajes, los cuales han experimentado múltiples transformaciones a lo largo de los siglos. Existen asimismo, integrados en los edificios principales, varios pequeños oratorios, donde los gobernantes podían celebrar en privado sus ceremonias religiosas.
   Además de los palacios existía intramuros una medina, una ciudad residencial de artesanos, al servicio exclusivo de la corte.
   
   Se accede actualmente al palacio de la Alhambra por la monumental Puerta de la Justicia, que abre su inmenso arco de herradura en una torre de la muralla sur (foto44). Fue construida por Yusuf I en 1348, tal como consta en la inscripción fundacional esculpida en el arco interior. Es una puerta de doble recodo, para impedir, con fines defensivos, que fuera franqueada fácilmente. En la clave del gran arco de herradura del pórtico se ve tallada una mano alzada, probablemente un símbolo de la protección divina. Se llama Puerta de la Justicia porque se erigió para servir de tribunal, conforme a la práctica de los antiguos musulmanes que, como los judíos, ubicaban las cortes de justicia a las puertas de las ciudades.
   De allí se llega al mexuar, antigua sala del Consejo de Ministros, remodelada después de la Reconquista en una capilla con un oratorio adosado. Adyacente está el patio del mexuar o del Cuarto Dorado (foto13), en cuyo lado norte, tras una fachada de galería ricamente decorada (foto14), está el conocido como Cuarto Dorado, una sala que era en realidad un Palacio de Justicia, situado en la zona de transición entre la parte administrativa y el área residencial del complejo. A través del patio del mexuar se entra por fin en los edificios principales del palacio llamado de Comares.
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Patio de los Arrayanes
Fotos 04-12
El embrujo de la Alhambra  
   Entramos por un sencillo y nada ostentoso portal, que se abría al interior del palacio moro.
   La transición fue casi mágica; parecía como si fuéramos de pronto transportados a otros tiempos y otro ámbito, y que estábamos pisando los escenarios de la historia árabe. Nos encontramos en un gran patio, pavimentado de mármol blanco y decorado a cada extremo con ligeros peristilos moriscos; se le llama el Patio de la Alberca (Patio de los Arrayanes o de Comares). En el centro había una inmensa cisterna o estanque de peces, de ciento treinta pies de largo por treinta de ancho, provisto de peces dorados y bordeado por setos de rosas. En el extremo superior de este patio se levantaba la gran Torre de Comares.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
  
   Dos fuentes surten de agua a una gran alberca rectangular, bordeada de setos de arrayanes. El agua ilumina con sus reflejos las galerías columnadas de los dos lados opuestos, e invierten como en un espejo la mole de la Torre de Comares (de Qumaris, topónimo árabe de la población de donde se supone provenían los artesanos que trabajaron en la torre).
   Las arcadas de las fachadas norte y sur se componen de siete arcos, con el arco central más alto para dejar ver los grandes portalones centrales de entrada a otras dependencias. En los lados este y oeste se encontraban los aposentos de las esposas del sultán, divididos en cuatro grupos, compuesto cada uno de viviendas de dos pisos, uno de verano y otro de invierno, provistos de sus correspondientes alcobas.
   Al nordeste del Patio de los Arrayanes, ocupando unas estancias subterráneas adyacentes, están los baños de vapor (muy reconstruidos), con una sala templada y dos salas calientes, una de ellas con hipocausto debajo.
   El salón del extremo sur del patio fue sustituido por el palacio de Carlos V, pero se conserva su galería con celosías. Aquí se ubicaba la zona reservada al servicio y las concubinas. En el lado norte estaba la Sala de la Barca (deformación de baraka = 'bendición', vocablo que aparece repetidamente en los muros), una cámara privada del soberano provista de alcobas para divanes, con techos artesonados. La decoración de yesería se compone de motivos florales y geométricos, con bandas caligráficas reproduciendo versos épicos. Aparece el lema de los nazaríes en caracteres cúficos. El alicatado del zócalo dibuja una trama en ajedrezado con estrellas de colores inscritas en sus ángulos.
   Estas dependencias constituyen la antesala al Salón de Embajadores.
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Salón de Embajadores
Fotos 15, 16 y 17
  
   La Torre de Comares, así llamada por el nombre del arquitecto árabe, es de una fuerza masiva y elevada altura, dominando sobre el resto del edificio y sobresaliendo en la empinada ladera de la colina que desciende abruptamente a los bancos del Darro. Una arcada morisca nos admitió en una sala vasta y alta que ocupa el interior de la torre y era la gran sala de audiencias de los monarcas musulmanes, llamada por ello la Sala de los Embajadores. Todavía lleva las trazas de su pasada magnificencia. Los muros están ricamente estucados y decorados con arabescos; el techo abovedado de madera de cedro, casi perdido en la oscuridad por su altura, todavía reluce con los ricos oros y brillantes tintes del pincel árabe. En tres lados del salón hay profundas ventanas recortadas en el inmenso grosor de los muros, cuyos balcones miran sobre el verdeante valle del Darro, las calles y conventos del Albaicín, y disponen de una perspectiva sobre la distante vega.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
El embrujo de la Alhambra  
   La planta baja de la masiva torre de Comares está ocupada por un amplio y alto (18 m de altura) salón cubierto por una inmensa cúpula en madera de cedro: la Sala de la Audiencia o Salón de Embajadores. Tres de sus paredes están perforadas con tres ventanas cada una que, dado el gran grosor de los muros, quedan rehundidas formando pequeñas cámaras a modo de alcobas, asomando al precipicio que cae a la cuenca del Darro a través de arcos simples o geminados, y ventanucos con celosías (foto15).
   El suelo estaba originalmente embaldosado con un mosaico de piezas de azulejo azules, blancas y doradas (hoy desaparecido, aunque quedan muestras en el museo de la Alhambra), y las paredes están totalmente recubiertas con una decoración de azulejo y yeso al estilo andalusí, aunque se ha marchitado la antaño viva policromía de oro, plata, azul y púrpura. En simbiosis con los motivos vegetales y las intrincadas lacerías geométricas, conviven las bandas caligráficas, inscritas en marcos y cenefas con versículos coránicos y versos poéticos en torno a la felicidad del hombre (foto16).
   Leamos, como ejemplo, la inscripción que figura sobre la puerta principal, inspirada en unos versículos del Corán: "¡Por el sol y su matinal esplendor; por la luna, cuando lo sigue; por el día, cuando lo esclarece; por la noche, cuando lo cubre; por el firmamento y quien lo construyó; por la tierra y quien la dilató; por el alma y quien la formó, no hay más dios que Dios!" (Sura de Axxams o del Sol, 91, 1-7).
   Las franjas inferiores de los muros están recubiertas, como es habitual, por un zócalo continuo de paneles de alicatado de gran variedad, belleza y colorido (foto17). Unas pequeñas hornacinas a cada lado de la puerta principal servían para que los visitantes dejaran allí sus calzados antes de entrar a la sala.
   La gran cúpula que corona la estancia es una obra maestra del artesonado de madera. Está formada por grandes piezas talladas en madera de cedro, bien conservadas y admirablemente ensambladas, que componen en tres dimensiones una representación estilizada de las siete esferas celestes con sus estrellas, con el trono de Dios en el centro, ilustrando un versículo del Corán referente al Creador: "Quien creó siete cielos, sobrepuestos: tú no hallarás imperfección alguna en la creación del Graciabilísimo! ¡Vuelve, pues, a mirar! ¿Ves, acaso, alguna fisura?" (Sura LXVII de Almulk o del Reino, 3).
   Esta impresionante estancia era el salón de trono del sultán y hacía también las veces de sala de audiencias, el lugar del palacio donde se celebraban con pompa y boato las grandes recepciones. Se sabe por una inscripción que el trono del monarca estaba situado en el centro del lado norte del salón. La cúpula equivalía a un dosel sobre el trono, simbolizando el poder de la realeza.
   Desde el Patio de los Arrayanes, a través de la Sala de los Mocárabes, se penetra en el Patio de los Leones.
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Patio de los Leones
Fotos 18-34
  
   Por el extremo inferior pasamos a través de una arcada morisca al célebre Patio de los Leones. No hay ninguna parte del edificio que nos dé una idea más completa de su belleza y magnificencia originales que ésta, pues ninguna ha sufrido tan poco los estragos del tiempo. En el centro se yergue la fuente, famosa en la canción y la historia. Las cisternas de alabastro todavía derramaban sus gotas de diamante, y los doce leones que las sostienen escupen sus chorros de cristal como en los días de Boabdil. El patio está amortajado con lechos de flores y rodeado por ligeras arquerías árabes de labor de filigrana, sostenidas por esbeltos pilares de mármol blanco.
El embrujo de la Alhambra 
   Cuando uno contempla la feérica tracería de los peristilos y la aparentemente frágil labor de calado de los muros, cuesta creer que tanto haya sobrevivido al vaivén de los siglos, al embate de los terremotos, a la violencia de la guerra y a los callados, aunque no menos nocivos, expolios del viajero de buen gusto, y es casi suficiente para excusar la tradición popular de que el conjunto está protegido por un encantamiento mágico.
  
   El encanto peculiar de este viejo palacio de ensueño es su poder para despertar vagas ensoñaciones y visualizar el pasado, vistiendo así las desnudas realidades con las ilusiones de la memoria y la imaginación. Como me encanta caminar por estas 'vanas sombras', soy propenso a buscar esas partes de la Alhambra que son más favorables a esta fantasmagoría de la mente, y ninguna lo es más que el Patio de los Leones y sus salas circundantes. Aquí es donde la mano del tiempo ha caído más livianamente y las trazas de la elegancia y el esplendor moriscos existen con casi su brillo original. Los terremotos han sacudido los cimientos de este edificio y resquebrajado sus más robustas torres, pero ved, ninguna de esas esbeltas columnas ha sido desplazada, ni un arco de esa ligera y frágil columnata ha cedido, y toda la feérica labor de calado de esas cúpulas, aparentemente tan inmateriales como los cristales de una escarcha matinal, existe todavía tras un lapso de siglos, tan fresca como recién salida de la mano del artista musulmán.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)

   De planta rectangular, como el de los Arrayanes, su orientación es, sin embargo, perpendicular con respecto a éste. Su estructura sigue unas pautas de simetría axial en torno a dos ejes, uno trazado de norte a sur y otro de este a oeste, que se cruzan en la fuente central formando una cruz griega.
   Se trata de un amplio patio (30 x 15 m) con peristilo, es decir, rodeado de arquerías columnadas (foto18). Las galerías este y oeste se adentran en el patio formando dos edículos a modo de quioscos o pabellones, con los tejados respectivos sostenidos por dos bosquecillos de delgadas columnas cilíndricas de mármol de color tostado (foto20). Estos dos pabellones albergan sendos surtidores de agua, que corre por canalillos hasta la fuente central. Los capiteles de las columnas son de variados e imaginativos diseños. Arcadas y bóvedas son un prodigio de decoración de estalactitas, haciendo juegos de luces, sombras y penumbras, con una riquísima variedad de motivos florales, geométricos y caligráficos embelleciendo arcos y paredes (foto23 y siguientes).
El embrujo de la Alhambra   En el centro del patio, se levanta una fuente constituida por una gran taza dodecagonal de alabastro sostenida por las estatuas de doce leones de mármol blanco, símbolos de fuerza y valor, colocados en disposición radial y vertiendo chorros de agua por sus bocas (foto19). La fuente está colocada sobre una alberca en la intersección de los canalillos que, partiendo de las fuentes de la Sala de las Dos Hermanas y la de los Abencerrajes, y de los surtidores de los pabellones este y oeste, recorren los ejes del patio, dividiéndolo en un jardín cuatripartito, en la tradición del char bagh persa, que simboliza el jardín del Paraíso.
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   El Patio de los Leones tiene también su parte de leyendas sobrenaturales.
   Había un soldado inválido, encargado de enseñar la Alhambra a los extranjeros. Cuando estaba una tarde hacia el crepúsculo pasando a través del Patio de los Leones, oyó pasos en la sala de los Abencerrajes. Suponiendo que algunos visitantes se habían rezagado allí, avanzó para atenderles, cuando para su asombro vio cuatro moros ricamente vestidos con corazas doradas y cimitarras y puñales destellantes de piedras preciosas. Estaban caminando de un lado a otro con paso solemne, pero se detuvieron un momento y le hicieron señas de que se acercara. El viejo soldado, no obstante, se dio a la fuga y jamás pudo luego ser convencido de entrar a la Alhambra. Así es como los hombres a veces dan la espalda a la fortuna, pues es la firme opinión de Mateo que los moros intentaban revelar el lugar donde yacen enterrados sus tesoros.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
  
   El Patio de los Leones y sus cuatro salas circundantes componían el área de recreo y esparcimiento de los habitantes del palacio, separada de la zona del palacio de Comares, donde se llevaban a cabo las tareas de administración, y donde tenían lugar los actos de protocolo y las recepciones oficiales.
   La galería del lado oeste del patio conecta con la que se conoce como Sala de los Mocárabes, dedicada a banquetes y festejos (al igual que la Sala de los Reyes), con su decoración muy deteriorada a causa de un incendio acaecido en el siglo XVI. La galería del lado este comunica por amplios portales con la Sala de los Reyes, dividida en compartimentos por medio de abarrocados arcos de estalactitas. En tres de los compartimentos se conservan bóvedas pintadas con motivos figurativos, inspirados en relatos de caballerías, o reproduciendo escenas de caza, donde se ve claramente cómo los artistas musulmanes no tenían inconveniente en reproducir también seres humanos y animales. Los zoomorfos de la fuente del Patio de los Leones serían otro ejemplo de lo dicho.
   En el lado norte del patio se abre la Sala de las Dos Hermanas, y el lado opuesto, al sur, da acceso la Sala de los Abencerrajes.
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Sala de las Dos Hermanas
Fotos 35 y 36
   
   Así llamada por dos grandes losas de mármol idénticas que forman parte del pavimento. La sala conserva sus puertas originales y el azulejado primitivo.
  
    A un lado del patio (de los Leones), un portal, ricamente adornado, se abre a una alta sala pavimentada de mármol blanco y llamada Sala de las Dos Hermanas. Una cúpula o linterna admite la luz tamizada desde lo alto y la circulación libre del aire. La parte baja de los muros está cubierta con bellos azulejos moriscos, algunos de los cuales están blasonados con los escudos de los monarcas moriscos; la parte superior está revestida con la fina labor de estuco inventada en Damasco, consistente en amplios paneles, fabricados con moldes y artísticamente ensamblados, como para dar la apariencia de haber sido laboriosamente esculpidos a mano en ligeros relieves e imaginativos arabescos, entremezclados con textos del Corán e inscripciones poéticas en caracteres cúficos y arábigos. Estas decoraciones de los muros y cúpula están ricamente doradas y los intersicios pintados con lapislázuli, y otros colores brillantes y resistentes. En cada lado de la sala hay alcobas para otomanas y divanes. Sobre un porche interior hay una balconada que comunicaba con el apartamento de las mujeres. Las celosías perforadas todavía se conservan, desde donde las bellezas de ojos oscuros del harén podían contemplar sin ser vistas los entretenimientos de la sala de abajo.
El embrujo de la Alhambra   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
  
   La Sala de las Dos Hermanas es de planta cuadrada, abierta por sus cuatro costados a otras tantas salas adyacentes, con un aljibe en el centro del suelo que comunica por un canalillo con la fuente del Patio de los Leones. En el primer piso, el cuadrado se convierte en octógono con ayuda de pechinas de estalactitas. Cuatro ventanales dan a los aposentos de invierno. En el segundo piso el octógono multiplica sus lados hasta convertirse en una increíble cúpula de estalactitas en disposición estrellada, iluminada suavemente por la luz que se filtra por 16 ventanas de celosías, un verdadero prodigio de la arquitectura andalusí (foto36).
   Los muros de la Sala de las Dos Hermanas están ornados con zócalos de azulejos alicatados y yesería que combina motivos florales, geométricos y caligráficos, siempre con nuevas combinaciones y diseños. La bandas caligráficas recogen hermosos versos en honor de la circuncisón del hijo de Mohamed V. Aunque mantengan una unidad de concepto, no hay dos salas en la Alhambra con la misma decoración.
   Adosada a esta sala está la larga y estrecha Sala de los Ajimeces, de la que se accede al Mirador de Lindaraja.
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Mirador de Lindaraja
Foto37
  
   El Mirador de Lindaraja o de Daraxa (de al-'Ayn Dar Aisha, 'el ojo del cuarto de Aisha', siendo quizá Aisha el nombre de una de las favoritas del sultán) es una preciosa estancia embellecida con arcos de estalactitas que se adentra en el jardín de Lindaraja, y cuyos tres ventanales se abren por tres lados al jardín. La ornamentación alcanza aquí el cénit de complejidad y de delicadeza de manufactura en el programa decorativo de la Alhambra, hasta el punto de haber sido calificado su estilo como 'barroco nazarí'.
   Un poema inscrito en el Mirador de Lindaraja dice lo siguiente: "En este jardín soy un ojo lleno de gozo y la pupila de este ojo no es otra que nuestro Señor".
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Sala de los Abencerrajes
Foto38
  
   En las torres del Alhambra
sonaba gran vocería
y en la ciudad de Granada
grande llanto se hacía
porque sin razón el Rey
hizo degollar un día
treinta y seis Abencerrajes
nobles y de gran valía,
a quien Cegrís y Gomeles
acusan de alevosía.
   (Anónimo. Romance sobre la desgracia de la familia de los Abencerrajes)
  
   En la cúpula de la Sala de los Abencerrajes, la planta cuadrada de la base pasa a ser un octógono que se transforma a su vez en una estrella de 16 puntas con ventanas, sobre la cual la muqarna o cúpula de mocárabes acopla la estrella a una semiesfera. El ornamento carece de función estructural, pero el efecto visual es caleidoscópico. La bóveda celeste parece flotar en la tenue luz tamizada por las celosías y se descuelga en cascadas de estalactitas con una verdadera explosión de formas y colores.
El embrujo de la Alhambra    Toda posible variedad de combinaciones que pueda ser ideada por la inventiva se emplean para revestir las paredes, pechinas y semibóvedas que sostienen esta cúpula. Las líneas se entrecruzan regularmente en todas direcciones. Sigamos una de las líneas con la mirada: después de muchos quiebros y vaivenes regresa al punto de partida para volver a enlazarse en nuevas tracerías, dibujando en su camino un trasfondo de figuras poligonales entrelazadas que rellenan toda la superficie. La ciencia de la geometría al servicio de las bellas artes.
   También esta sala dispone de una fuente central, que desagua en una canaleta que surca el suelo hasta la fuente de los leones.
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   El nombre de la sala deriva del hecho de que aquí se localiza el escenario del degollamiento de 36 hombres del clan de los abencerrajes, supuestamente instigado por Boabdil para abortar una conspiración contra el trono. Las cabezas de los abencerrajes asesinados se habrían amontonado en la fuente, tiñendo de sangre sus aguas.
   Se trata en realidad de una fábula sin ningún respaldo histórico que, no obstante, arraigó en la imaginación popular. He aquí cómo se relata en una novela anónima del siglo XVI (Novela del Abencerraje y Jarifa):
  
   Hubo en Granada un linaje de caballeros que llamaban los Abencerrajes, que eran flor de todo aquel reino, porque en gentileza de sus personas, buena gracia, disposición y gran esfuerzo hacían ventaja a todos los demás; eran muy estimados del rey y de todos los caballeros, y muy amados y quistos de la gente común.
   (...)
   Quiso la fortuna, enemiga de su bien, que de esta excelencia cayesen de la manera que oirás. El Rey de Granada hizo a dos de estos caballeros, los que más valían, un notable e injusto agravio, movido de falsa información que contra ellos tuvo. Y quísose decir, aunque yo no lo creo, que estos dos, y a su instancia otros diez, se conjuraron de matar al rey y dividir el Reino entre sí, vengando su injuria. Esta conjuración, siendo verdadera o falsa, fue descubierta, y por no escandalizar el Rey el Reino, que tanto los amaba, los hizo a todos una noche degollar porque a dilatar la injusticia, no fuera poderoso de hacella.
   (Anónimo. Historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa)
  
   Leamos también los comentarios de W. Irving sobre la leyenda que acompaña a la Sala de los Abencerrajes (el vocablo abencerraje viene de abindarráez = 'el hijo del capitán'):
  
   En el lado opuesto del Patio de los Leones está la Sala de los Abencerrajes, así llamada por los gallardos caballeros de tan ilustre linaje, que fueron pérfidamente masacrados aquí. Hay quienes dudan de la verdad de esta historia, pero nuestro humilde asistente Mateo señaló (...) la fuente de mármol blanco en el centro de la sala donde habían sido decapitados. Nos mostró también ciertas amplias manchas rojizas en el pavimento, trazas de la sangre que, según la creencia popular, no pueden ser borradas nunca. (...) Añadió que a menudo se oía por la noche en el Patio de los Leones un sonido tenue y confuso que se asemejaba al murmullo de una multitud, con un suave tintineo de vez en cuando, como un lejano ruido de cadenas. Estos ruidos estaban probablemente producidos por las burbujeantes corrientes y rumorosos saltos de agua, conducida bajo el pavimento a través de cañerías y canales para abastecer las fuentes; pero, de acuerdo con la leyenda (...), están hechos por los espíritus de los abencerrajes asesinados que cada noche rondan por el escenario de su sufrimiento e invocan la venganza del Cielo sobre su destructor.
   ¡Qué difícil reconciliar el antiguo cuento de sangre y violencia con el amable y pacífico escenario que nos rodea!
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
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El Partal
Foto39
El embrujo de la Alhambra 
   Situado un poco a desmano de las principales dependencias del palacio, este edificio a modo de mirador se asoma por un lado a los barrancos que caen al Darro, y posee por el otro lado una galería porticada que se abre a un jardín moderno refrescado por una alberca con dos antiguos leones de piedra de los que mana el agua. Dispone también de una torre de elegantes proporciones. Es el único lado que se conserva de los cuatro originales; no se trata, pues, de un pabellón junto a un jardín. El jardín actual no existía: estaba ocupado por el edificio del palacio.
   El Partal, aunque muy restaurado, es la residencia de recreo más antigua de la Casa Real de la Alhambra, obra de Mohamed III (1302-1309), ampliada por Yusuf I.
   Más allá continúa la muralla subiendo y bajando por las escarpaduras de la colina, y periódicamente ritmada por masivos torreones cuadrangulares, como la Torre de los Picos, la Torre de la Cautiva (un palacio en miniatura ricamente ornamentado en su interior), la Torre de las Infantas (también de interior decorado y con un pequeño patio) y la Torre-Puerta de los Siete Suelos. Cada una de estas edificaciones tiene su leyenda asociada, muchas de ellas recogidas en los Cuentos de la Alhambra. En la Torre de las Infantas vivieron recluidas las tres hijas del sultán hasta que fueron rescatadas por caballeros cristianos. Bajo la Torre de los Siete Suelos habría escondido un gran tesoro enterrado por los moros y guardado por un monstruoso trasgo. Etc.
  
   Bajo la Torre de los Siete Suelos (se halla) el mismo lugar desde donde el Belludo o caballo fantasma sin cabeza se dice que sale a medianoche y que recorre las calles de Granada, perseguido por una jauría de perros infernales.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
 

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Jardines del Generalife
  
   En las cercanías de la Alhambra descuellan entre las arboledas los blancos edificios del Generalife (nombre que deriva del árabe Jennat al-Arif = 'Jardín del Constructor'). Se trata de una villa de recreo o residencia de verano (villa rustica), construida en 1319 por Aben Walid Ismail a media ladera de la colina de Santa Elena, hermana de la de la Alhambra, situada al noroeste (foto45).
  
   "Granada es la novia y la Alhambra, la corona que ciñe su frente. Su aderezo y sus vestidos, las flores; su trono, el Generalife; su espejo, los estanques; sus joyas, las gotas de rocío..."
   (Ibn Zamrak)
El embrujo de la Alhambra  
   Embellecido con suntuosos jardines y fuentes, sombreado con pabellones y galerías porticadas, el Generalife era un enclave paradisíaco adonde se retiraban los monarcas en el calor del verano. El Patio de la Acequia (foto46) es un jardín rectangular con una alargada alberca central rodeada de macizos de plantas y flores, y alimentada por fuentes de surtidor situadas a ambos lados, cuyas aguas provienen de los arroyos que bajan de las montañas cercanas circulando por el mismo acueducto que abastece de agua a la Alhambra.
   En los extremos norte y sur se levantan sendos pabellones longitudinales de dos pisos ricamente decorados en estuco con motivos semejantes a los de la Alhambra (foto47). Sólo la arcada del extremo norte es original de la época. Desde allí se disfruta de un magnífico panorama sobre la Alhambra y sus campos aledaños. Los aposentos reales estaban en un largo salón, y disponía de una torre que albergaría el trono. El resto del edificio está muy adulterado y transformado a través de los siglos, habiendo sufrido también un incendio en 1958.
  
   "Sobre este palacio de peregrina belleza,
brilla la grandeza del Sultán.
Brilla su belleza y sus flores,
la lluvia de las nubes la cubre generosamente.
Las manos de sus creadores bordaron en sus lados
bordados que parecen flores de jardín.
Su salón parece una desposada que ofrece a la comitiva
nupcial su belleza tentadora."
   (De un poema de Ibn al-Yayyab grabado en la entrada del pórtico del Generalife)
  
   El Generalife poseía también en su tiempo cuatro fértiles huertas, dispuestas en terrazas rectangulares, con dehesas para animales, para asegurar al avituallamiento de la Casa Real.
   Más arriba, en la ladera norte del Cerro del Sol, se divisan las ruinas del castillo de Santa Elena, también conocido como 'Silla del Moro', que vigilaba la entrada a la Acequia Real y protegía militarmente la retaguardia de la Alhambra.
  
   El palacio de la Alhambra y los jardines del Generalife son la obra maestra de la arquitectura de los nazaríes y el canto de cisne del arte andalusí en la Península Ibérica. El conjunto fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1984, rango que se amplió posteriormente incluyendo al barrio granadino del Albaicín.

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La embriaguez de los sentidos
  
  
   La sede de la belleza está aquí.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)

   La decoración arquitectónica de la Alhambra está concebida para revestir y enmascarar el cuerpo de ladrillos de adobe de los muros, recurriendo principalmente a tres materiales: azulejo, yeso y madera. Materiales frágiles, y algunos perecederos, pues estos edificios no estaban concebidos para durar eternamente: para un musulmán todo en este mundo es transitorio; sólo es eterna la vida del Más Allá. Estos materiales se combinan entre sí y se aplican a muros, arcos, frisos, puertas y ventanas siguiendo marcados patrones geométricos y cuidando siempre las simetrías, con un exquisito sentido de la proporción. El mármol se reserva para los suelos, columnas y cisternas.
   Los mármoles provienen en parte de las canteras de Macael (Almería), cuya calidad goza de tanta reputación como los de Carrara. Los muros están revestidos en las partes bajas de zócalos de azulejos en labor de alicatado. La parte superior de las paredes y los techos están modelados en relieve plano de estuco, con arabescos dorados y coloreados. Estos relieves eran ejecutados en parte a mano y en parte con moldes. Tanto los azulejos como la yesería trazan intrincados dibujos geométricos y florales, lacerías que forman estrellas, ajedrezados y polígonos, o inscripciones caligráficas con versículos coránicos y poemas.
    Los aleros y saledizos, que protegen del sol y la lluvia, están compuestos de vigas de madera primorosamente talladas. Las cubiertas eran de tejas 'árabes'.
El embrujo de la Alhambra   Como palacio de recreo de un monarca, la decoración de la Alhambra perseguía el placer de los sentidos. Y a fe que lo conseguía: todavía hoy pasearse por los corredores y salas de la Alhambra supone para el visitante un auténtico recreo para la vista. Su estética se basa en una armoniosa combinación de techos artesonados, bóvedas de mocárabes y finas columnas de elaborados capiteles sosteniendo arcos de herradura, o polilobulados, o con colgantes a modo de estalactitas.
   Los alarifes que construyeron estas egregias moradas jugaban intencionadamente con las luces. Los rayos de sol, entrando por las ventanas, se reflejan hacia arriba al incidir en los mármoles del suelo, iluminando con luz difusa los arcos y bóvedas de estalactitas, que parecen reverberar con un halo luminoso (foto37). La luz tamizada por las finas celosías inunda las salas con una atmósfera irreal de semipenumbra. Entre los espacios cerrados y los abiertos al aire libre hay zonas de transición en que las luces y sombras se conjugan para crear toda clase de efectos de claroscuro (foto24).
  
   Percibo el Patio de los Leones con una deslumbrante luz de sol brillando a lo largo de sus columnatas y destellando en sus fuentes.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
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   Los elementos decorativos de los revestimientos no son ajenos al común de los edificios de arquitectura islámica: la mayor parte reproducen motivos florales, geométricos y caligráficos. Los motivos botánicos, que evocan la frondosa vegetación del jardín del Paraíso, se encuadran siempre en un patrón subyacente estructurado en retículas ordenadas y simétricas, que no dejan sitio al azar. Plantas, hojas, flores y frutos están perfectamente observados y calcados de la naturaleza (fotos 33 y 34).
   La representación figurativa de seres humanos y animales escasea, pero no está ausente. Existe la creencia generalizada de que el arte musulmán no es figurativo, que no muestra imágenes antropomorfas o zoomorfas, porque supuestamente el Corán lo prohibe aduciendo que sólo Alá puede crear. No hay, sin embargo, ningún texto en el Corán que sustente tal aseveración, y de hecho las propias obras de arte islámico que hay por el mundo la desmienten. Si es cierto que esa regla se aplica estrictamente a la arquitectura religiosa (mezquitas, mausoleos...), no es menos cierto que no se cumple en el arte civil, como puede verificarse en los palacios omeyas del desierto sirio, con fachadas adornadas de estatuas, o en el hammam omeya de Qusayr Amra, en Jordania, donde pueden admirarse pinturas murales que representan sensuales ninfas de pechos desnudos saliendo de las aguas.
   La mayoría de los palacios islámicos estaban decorados de modo similar con pinturas figurativas, y a veces con figuras esculpidas o relieves en madera o piedra. Generalmente eran imágenes idealizadas del soberano y de la vida cortesana. Abundaban las escenas de caza. Los techos pintados de la Sala de los Reyes de la Alhambra –ya lo hemos mencionado– exhiben interesantes ejemplos de arte figurativo musulmán.
   Los animales esculpidos también se convirtieron en parte integrante de las fuentes, desempeñando la función de soportes, como en el Patio de los Leones (foto19), o como elementos decorativos, como en una pila de abluciones de mármol procedente de Al-Andalus que se encuentra en Marrakesh.
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Alicatado: el arte del azulejo
El embrujo de la Alhambra 
   El mosaico de azulejo o alicatado (zelig), del que los edificios nazaríes de Granada y meriníes de Marruecos (ver en fotoAleph exposición 'Fez. Un viaje al medievo musulmán') nos ofrecen abundantes y bellos ejemplos, alcanza en la Alhambra un inusitado nivel de maestría.
   En la España islamizada y el norte de Africa los azulejos en alicatado se reservan principalmente a las zonas inferiores de las paredes (el zócalo) y son de diseño sobre todo geométrico. Se juega con el contraste entre los colores claros y oscuros, y con los brillos, con el fin de producir coloridos dibujos y efectos ópticos de gran vistosidad.
   El alicatado es una técnica muy distinta a la del mosaico clásico grecorromano: mientras en éste los elementos básicos son las teselas (pequeños trozos prismáticos de mármol, más o menos similares en forma e intercambiables), el mosaico alicatado se compone de piezas cerámicas minuciosamente recortadas a mano en distintos perfiles y tamaños (pueden tener forma de estrella, ser hexagonales, octogonales, trapezoidales, onduladas...), que encajan entre sí como un inmenso tangram para recubrir muros y fustes de columnas, con un grado de complejidad y una visión de conjunto-detalle que revelan un profundo conocimiento matemático y geométrico por parte del artesano.
   Los artesanos tallaban sus piezas en placas de azulejo usando cincel, regla y patrones de papel. Luego las colocaban sobre un enlucido de yeso con el dibujo previamente abocetado, o bien directamente sobre el muro, o sobre grandes planchas que luego se trasladaban al muro.
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Caligrafía: la belleza de las palabras
  
   Desde que la escritura del Corán –considerada como de procedencia divina, admirada por su belleza estilística y su riqueza de inflexiones– se convirtió en el canon de la lengua árabe clásica, comenzó paralelamente a desarrollarse la caligrafía, una de las artes mayores del Islam. De la ciudad de Kufa (en Iraq) surgió la caligrafía 'cúfica', de rasgos rectilíneos y angulares, que fue utilizada con mano maestra en la decoración de monumentos, como podemos ver en un sinfín de ejemplos en las fachadas y muros de mezquitas, madrasas y mausoleos, siendo la caligrafía desde entonces un elemento decorativo preferente en la arquitectura monumental islámica. A la infalibilidad de sus contenidos y a la armonía de su estilo, había que añadir la belleza visual de las mismas letras, palabras y frases del Corán, cinceladas en finos bajorrelieves, que juegan con los propios rasgos tipográficos del alfabeto árabe entrelazándolos en mil filigranas, y se conjugan e interactúan con otros diseños florales y geométricos hasta alcanzar un nivel de complejidad asombroso. Son las mismas letras las que diseñan, decoran y embellecen los espacios arquitectónicos. Los edificios se convierten así en soportes del Mensaje. La palabra de Dios se hace visible.
    La Alhambra no es una excepción, y en sus muros abundan los caracteres caligráficos, que compiten en afiligranamiento con las volutas, hojas, flores, espigas y zarcillos de los motivos vegetales, hasta confundirse la tipografía con la vegetación en un intrincado y denso diseño que sin embargo se estructura ordenadamente sobre patrones geométricos de fondo. Pero no sólo son textos coránicos los que adornan cenefas y frisos de la Alhambra: hay también poemas. Las franjas caligráficas contienen versos que ensalzan al gobernante o a la misma Alhambra o a la hermosura de la naturaleza donada por Alá a los humanos.
   O que repiten el lema de los príncipes nazaríes "Wa-la ghalib illa llah" ("No hay más conquistador que Dios"), inscrito en escudos. Este lema reaparece de forma omnipresente en todos los rincones de la Alhambra y en otros edificios de la arquitectura nazarí.
   Nos ha llegado el nombre de algunos de los excelsos poetas que formaban parte de la corte de los sultanes de la Alhambra, cuya inspirada producción lírica adorna sus muros: mencionemos a Ibn al-Yayyab (1274-1349), Ibn al-Jatib (1313-1375) y, sobre todo, Ibn Zamrak (1333-1394), poeta y místico de la corte de Mohamed V, de quien llegó a ser primer ministro. Reproducimos algunos de sus versos, referentes a la belleza de la Alhambra:
El embrujo de la Alhambra 
   "Jardín yo soy que la belleza adorna:
sabrás mi ser si mi hermosura miras.
Obra sublime, la Fortuna quiere
que a todo monumento sobrepase.
¡Cuánto recreo aquí para los ojos!"
 
   Uno de los tipos de caligrafía utilizados en la Alhambra, el ta'liq o nasta'liq, y su distribución en el programa decorativo del interior, solía repetir el ritmo de los propios versos poéticos, con su música implícita, de forma que la decoración caligráfica se percibe no sólo visualmente, sino también musicalmente. Recordemos que la música andalusí y la árabe en general carece de partituras. Pero, paradójicamente, hoy día podemos hacernos una idea bastante precisa de cómo sonaba la música que se interpretaba en la Alhambra para disfrute de los sultanes nazaríes. Ello se debe a que la enseñanza de la música arábigo-andaluza se ha transmitido de maestros a discípulos y de generación en generación, hasta nuestros días. Y es así como en ciudades del Magreb como Fez, Tetuán, Tánger, Orán o Argel, y en algunas ciudades de Andalucía existen buenas orquestas de música andalusí, que interpretan con sus laúdes, rabeles, cítaras y violines las sinuosas cadencias de los nubas y muwassahat que en su tiempo deleitaron los oídos de Yusuf I o Mohamed V. Es posible que la Sala de los Abencerrajes y la Sala de las Dos Hermanas, dada su excelente acústica, fueran las estancias dedicadas a estas veladas musicales.
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Cúpulas celestiales
  
   Las muqarnas son las cúpulas extraordinariamente complejas que coronan algunas salas de la Alhambra, como la de las Dos Hermanas (foto36) o la de los Abencerrajes (foto38), semiesferas estrelladas que generan un efecto visual caleidoscópico como si fueran enormes diamantes de mil facetas.
   Techos elaboradamente decorados con alvéolos y estalactitas reposan sobre gráciles columnas o muros perforados de ventanas con celosías por las que penetra una luz tamizada que crea un ambiente feérico.
   Todo es simbólico en la decoración de la Alhambra. Los poemas inscritos en la decoración caligráfica de los muros ponderan estas muqarnas como cúpulas celestiales que giran sobre la cabeza del soberano sentado bajo ellas, un motivo que se remonta a muchos siglos atrás en el Islam.
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Pervivencia del arte arábigo-andaluz
  
   Tras la caída de Granada en 1492, la producción de arte islámico sufrió un colapso y derivó hacia nuevas formas, en los estilos agrupados bajo la denominación de 'arte mudéjar' (arte cristiano realizado por artífices musulmanes). Sin embargo la tradición del arte andalusí tuvo su continuidad en el norte de Africa. En Marruecos, por ejemplo, podemos admirar mezquitas y madrasas de la época meriní (como las madrasas Attarin y Bu Inania, o la zauia de Mulay Idriss II, en Fez) cuya espléndida decoración de alicatado, yesería y artesonado recuerda poderosamente a la de la Alhambra. La dinastía saadí prosiguió en el siglo XVI desarrollando las formas estilísticas creadas en Al-Andalus en el siglo XIV, como puede comprobarse en la madrasa de Ben Yussef y las tumbas saadianas de Marrakesh, o en la mezquita Qarauin de Fez, en cuyo patio sobresalen dos pabellones en una disposición idéntica a los del Patio de los Leones de la Alhambra.
   Hoy en día el arte y la artesanía de estilo andalusí se mantienen vivos en Marruecos. El mismo esquema decorativo de alicatado-yesería-artesonado se aplica al interiorismo de muchas construcciones modernas, que aspiran a perpetuar la tradición de los modelos artísticos generados en la Edad Media en Al-Andalus. Un ejemplo conspicuo sería la faraónica mezquita de Hassan II en Casablanca, pero lo dicho se podría asignar también a gran cantidad de edificaciones actuales de los países musulmanes, tanto de arquitectura religiosa como civil, incluyendo hoteles, restaurantes (ver foto de uno en Fez), bancos, museos y edificios oficiales. De hecho existen países, como Egipto, que, habiendo perdido su propia tradición artesanal local, se ven abocados a contratar artesanos marroquíes para trabajar en la decoración de sus nuevas realizaciones arquitectónicas.

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Palacio de Carlos V: el contrapunto
  
   Cuando el reino de Granada pasó a manos de los Reyes Católicos, la Alhambra no fue destruida, sino que se convirtió de nuevo en una residencia real, habitada ocasionalmente por los monarcas cristianos. Al igual que ocurrió con la Mezquita de Córdoba, los reyes cristianos supieron apreciar la exótica belleza de estas lujosas construcciones islámicas, y en lugar de demolerlas, las mantuvieron prácticamente intactas. El emperador Carlos V remodeló algunas El embrujo de la Alhambradependencias, unió el palacio de Comares al de los Leones abriendo puertas intermedias, y emprendió la edificación de un suntuoso palacio dentro del recinto amurallado, el primer edificio clásico italiano de España, que pretendía supuestamente eclipsar la magnificencia de la Alhambra, y cuya inmensa mole cuadrada quedó incrustada en el complejo palaciego nazarí. La 'Casa Real Vieja' quedó así anexionada a la nueva Casa Real.
   El florido estilo plateresco de la primera mitad del siglo XVI en España convivió con otro estilo renacentista mucho más sobrio y clásico, del que sería ejemplar temprano y señero el palacio de Carlos V dentro del perímetro fortificado de la Alhambra de Granada. He aquí lo que podría considerarse la antítesis del arte andalusí. Donde en la Alhambra es todo exuberancia decorativa, en el nuevo palacio todo es sobriedad y desnudez de líneas, en consonancia con el austero estilo de vida del monarca cristiano. Hoy ya no tiene ningún sentido hacer comparaciones entre los dos edificios para decidir cuál está más logrado. Ambos son magníficos. Responden a dos conceptos antitéticos de arquitectura, pero ambos nos hacen vibrar con su dispar e inigualable belleza.
   Carlos I de España y V de Alemania, sacro emperador romano, era la figura política más poderosa de Europa. Su palacio en la Alhambra refleja el contacto creciente con Italia. Diseñado en 1526 por Pedro Machuca, que había estudiado en Italia, el palacio no fue nunca completado. La causa de la interrupción no fueron los terremotos (como escribe W. Irving), sino una revuelta de los moriscos (los musulmanes conversos que permanecieron en España), ya que éstos estaban obligados a financiar el proyecto con la 'farda', un tributo de 80.000 ducados anuales que se les impuso a cambio de ciertos privilegios.
   El edificio es de planta cuadrada con un gran patio circular central de 30 m de diámetro, supuestamente pensado para corridas de toros y torneos (fotos 50-53). La planta (un círculo inscrito en un cuadrado) es totalmente renacentista: centralizada y simétrica; está distribuida sobre los ejes cruzados de las cuatro entradas, una en el centro de cada lado del cuadrado. La fachada sigue las normas del renacimiento italiano mostrando una sucesión de órdenes superpuestos (pilastras toscanas, jónicas y corintias), con el ritmo alternante de los frontones triangulares sobre las ventanas del segundo piso (foto49). El patio circular está rodeado también por una columnata con una superposición similar de los órdenes toscano y jónico. Las fachadas externas están construidas a base de sillares almohadillados y pilastras, en cuyas bases se exhiben paneles a modo de ortostatos con excelentes bajorrelieves que ilustran temas histórico-alegóricos, esculpidos por Niccolo da Corte y Juan del Campo, con colaboración de Juan de Orea y del mismo Machuca. Numerosos relieves hacen referencia a las hazañas heroicas del emperador, sus victorias bélicas en batallas terrestres y marítimas (fotos 54, 55 y 56).
   El sobrio clasicismo del palacio de Carlos V en la Alhambra fue sucedido en España por el aún más austero estilo herreriano.
   Hay otras realizaciones de tiempos de Carlos V en la colina de la Alhambra. Mencionemos la Puerta de las Granadas (foto48), un portalón triunfal diseñado también por Pedro Machuca y erigido en 1536 para conmemorar la llegada de Carlos V a Granada tras su boda con Isabel de Portugal. Un arco de medio punto flanqueado por columnas toscanas adosadas de sillares almohadillados al estilo italiano está coronado por un frontón triangular clasicista, con el escudo del emperador en el centro, y adornado por unas grandes granadas, que dan nombre al monumento.
   Y una soberbia fuente renacentista cerca de la Puerta de Justicia, con rostros humanos en relieve de cuyas bocas manan chorros de agua (foto57).

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Breve historia de la Alhambra
  
   "¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!"
   "El Alhambra era, señor,
y la otra la mezquita;
los otros los Alijares,
labrados a maravilla.
   El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día
y el día que no los labra
otras tantas se perdía.
   El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía."
   (Romance de Abenámar)

   El lugar donde se levanta la Alhambra, en la cima de un montículo que domina la ciudad de Granada (al-Sabika), habría sido el emplazamiento de una fortaleza o palacio ya en el siglo XI, época de la dominación de los ziríes bereberes, que tenía como fin proteger el barrio judío ubicado en la ladera de la colina. Pero muy poco queda de estos primitivos edificios.
   La ciudadela fortificada de la Alhambra comenzó a construirse en el periodo en que se estaba extinguiendo la dominación islámica en España, desmembrada en un conglomerado de estados independientes o reinos de taifas, tras la derrota de los almohades y su retirada al norte de Africa.
El embrujo de la Alhambra   Mohamed I ben Yusuf ben Nasr ben al-Ahmar (apodado El Ghalib = "El Conquistador", 1230-1272), descendiente de un noble linaje árabe de Arjona, tras apoderarse de Jaén, Guadix, Baza y Córdoba, fundó en Granada la dinastía nazarí (nasrí), un sultanato que iba a durar hasta convertirse en el último de los estados islámicos en la Península Ibérica.
   En 1238 Mohamed I inició la construcción de la Alhambra, proyectada como una residencia real fortificada. Reconstruyó la Acequia Real que transportaba las aguas del río Darro a la cima de la colina, y levantó en el recinto de la Alcazaba dos potentes torreones: la Torre de la Vela y la Torre del Homenaje. Las obras de amurallamiento y de ampliación de la fortaleza continuaron con sus sucesores Mohamed II (1273-1302), Mohamed III (1302-1309) e Ismail I (1279-1325), que fueron transformando paulatinamente la fortificación en una auténtica ciudad palatina. Existían precedentes de ello en Al-Andalus, como el lujoso palacio de Madinat al-Zahra, en Córdoba, residencia del califa Abderrahman III.
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   En el siglo XIV, dos soberanos sucesivos, Yusuf I (1333-1354) y Mohamed V (1354-1391), hijo y nieto de Ismail I, transformaron las edificaciones de la colina al-Sabika para convertirlas en su residencia oficial. Ellos son los verdaderos artífices del palacio de la Alhambra tal como hoy lo conocemos. La mayor parte de las magníficas decoraciones del interior del palacio son atribuidas a Yusuf I, el rey sabio de la dinastía nazarí, así considerado por su amplia cultura, abierto talante y refinada educación. Este sultán murió asesinado por un esclavo en la mezquita que ocupaba el emplazamiento donde después se levantó la iglesia de Santa María de la Alhambra.
   Las edificaciones más importantes de la Alhambra, incluido el Patio de los Leones y sus salas circundantes, fueron concluidas bajo el reinado de Mohamed V hacia 1380. Este sultán granadino vivió durante años un periodo de paz y alianza con el rey don Pedro de Castilla, condiciones propicias para permitirle dedicarse de lleno a la construcción y embellecimiento de su palacio en la Alhambra.
   Los sucesores de Mohamed V, con recursos económicos cada vez más exiguos, y enzarzados en luchas intestinas, coinciden con el periodo de declive del sultanato nazarí, decadencia que se acentúa en el siglo XV, donde llegan a reinar en Granada hasta doce sultanes.
   El asedio emprendido por los Reyes Católicos en 1491 contra el reino de Granada, último bastión de los musulmanes en España, concluye con la capitulación de Granada, entregada a los cristianos por Mohamed XII (Boabdil) el 2 de enero de 1492.
   El 31 de marzo de ese mismo año es promulgado el edicto de expulsión de los judíos de España, a los que se da plazo hasta el 31 de julio para aceptar el bautismo o abandonar el país. En octubre, Colón descubre América.
   Tras la expulsión de los musulmanes de la Península, parte de la decoración interior de la Alhambra fue arrasada y el mobiliario destruido o expoliado. Sin embargo, el complejo palaciego pasó a ser posesión de la Corona, y los reyes cristianos la declararon Casa Real, procediendo a su restauración y la remodelación de algunas de sus dependencias.
   El emperador Carlos V, que reinó en España de 1516 a 1556, reconstruyó algunas salas en estilo renacentista y demolió sectores de la Alhambra para erigir un palacio italianizante diseñado en 1526 por Pedro Machuca, que quedó inacabado.
   A principios del siglo XVIII, la Alhambra fue residencia temporal del rey borbón Felipe V y de su consorte Isabel de Farnesio, que, con colaboración de artistas italianos, hicieron remodelar un ala del palacio al gusto dieciochesco. Estos monarcas fueron los últimos residentes reales de la Alhambra, y tras su partida el palacio cayó una vez más en el abandono, aunque el lugar se mantuvo bajo jurisdicción militar, y llegó a albergar una nutrida guarnición de soldados.
   En 1812, durante la invasión napoleónica de la Península, algunas de las torres fueron dinamitadas por los franceses, al tener que abandonar la ciudad. En 1821 un terremoto causó aún más daños al edificio. La reconstrucción de la Alhambra fue emprendida en 1828 y continúa en nuestros días.

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Otros vestigios musulmanes en Granada
  
Barrio del Albaicín
Fotos 58 y siguientes
   
   Muchas de las casas están construidas en estilo morisco alrededor de patios, refrescados por fuentes y abiertos al cielo, y los habitantes pasan mucho tiempo en estos patios y en las azoteas durante la estación veraniega.
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)
El embrujo de la Alhambra 
   Desde los balcones del la Alhambra se disfruta de un magnífico panorama del barrio granadino del Albaicín (Ribad al-Bayyazin = 'Compañía de Halconeros'). Su abigarrado conglomerado de casas encaramadas en la colina frente a la Alhambra recuerda poderosamente a una medina magrebí. Y de hecho lo es. Su laberíntico trazado de calles y callejas que trepan por escaleras y se cruzan y se bifurcan y serpentean formando recodos, plazuelas y callejones sin salida es típico del urbanismo árabe. También lo es la tipología de muchas viviendas, desnudas y sobrias en su exterior, y dotadas de lujuriantes jardines (o 'cármenes') en su interior, de los que a veces no se ven más que las palmeras y los cipreses asomando por encima de los muros encalados. Muchas iglesias son antiguas mezquitas; sus campanarios, antiguos alminares; los subterráneos esconden numerosos aljibes para depósito de agua de tiempos de los nazaríes. Existe también un antiguo hammam o casa de baños públicos (el Bañuelo), que contrasta por su austeridad con la exquisita decoración de los baños privados reales de la Alhambra. El Bañuelo conserva aún la típica distribución de los baños árabes, consistente en tres estancias (de agua fría, templada y caliente) con las bóvedas perforadas de tragaluces en forma de octógonos y estrellas, que evocan el firmamento nocturno (foto68).
   Recíprocamente, las vistas desde el Albaicín sobre la colina y palacio de la Alhambra, allá enfrente, son esplendorosas (foto67).
   Subiendo más al oeste está la barriada aledaña del Camino del Sacromonte, con sus cuevas y sus viviendas semi-troglodíticas, albergue de gitanos ya en tiempos de Irving y hoy de tablaos flamencos para turistas.
   La iglesia de San Salvador es la más importante del barrio del Albaicín y está construida reaprovechando una antigua mezquita, quizá del siglo X (foto69). Del santuario musulmán se conserva el patio de abluciones, rodeado de arquerías de ladrillo con arcos de herradura. El campanario exhibe diseños árabes de lacería de ladrillo. Subsisten también los aljibes o cisternas.
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Casa del Carbón
Foto70
  
   La Casa del Carbón pudo haber sido un almacén o mercado de carbón, como su nombre actual indica, pero el nombre árabe original (Fonduk al-Yadida = 'Posada Nueva') sugiere que fue más bien una fonda o albergue de mercaderes, como parece confirmarlo su distribución interna constituida por tres pisos de habitaciones en torno a un patio. El portalón, en arco de herradura enmarcado por un alfiz, permite acceder a un somero vestíbulo con una puerta más pequeña bajo unas ventanas geminadas. La decoración ha sufrido alteraciones con el paso del tiempo.
   Está situada en el núcleo urbano de Granada y es una buena muestra de la arquitectura de los edificios privados árabes.
  

  
Puente del Cadí
Foto71
  
   (Cadí = juez). Construido en el siglo XI, este puente sobre el río Darro conectaba antiguamente el Albaicín con la Alhambra. Fue demolido a mediados del siglo XVII, aunque todavía sobreviven un machón y el arranque del arco de herradura.

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Cuentos de la Alhambra
  
   En la primavera de 1829 el historiador y escritor estadounidense Washington Irving viajó de Sevilla a Granada y se alojó durante unos meses en la Alhambra.
   Tres años antes había aceptado la invitación de Alexander H. Everett de incorporarse a la delegación americana en España, país donde escribió Columbus (1828), seguida de The Companions of Columbus (1831). Mientras tanto, Irving había quedado fascinado con las leyendas del pasado islámico de España, y escribió The Conquest of Granada (1829) y The Alhambra (1832), subtitulada A series of Tales and Sketches of the Moors and Spaniards, obra que en español conocemos como "Cuentos de la Alhambra".
El embrujo de la Alhambra   Como escritor romántico que era, Irving intentó transmitir en su libro el embrujo que impregna cada rincón de la Alhambra, y nos legó un relato que, además de describir el monumento con gran sensibilidad poética, recoge las leyendas de carácter sobrenatural asociadas a cada una de sus dependencias, que le fueron contadas por diversos interlocutores con los que tuvo ocasión de departir durante su estancia en Granada, leyendas algunas de las cuales siguen hoy coleando. Sabemos así que en las cuevas de la colina de la Alhambra todavía habitan, hechizados, Boabdil y su séquito, que de vez en cuando sale a medianoche con su ejército y sus caballos a deambular por las dependencias de su palacio. Que existen tesoros escondidos, enterrados por los moros en ciertos lugares de la Alhambra, guardados por monstruos, esperando a ser descubiertos por algún valiente que se aventure a buscarlos en sus subterráneos. Que el fantasma de la princesa Zorahayda, infanta que murió cautiva en una torre de la Alhambra, se aparece algunas noches en una fuente, tocando un laúd de plata a la luz de la luna llena. Etcétera.
   No es aquí lugar para enumerar todos los relatos fantásticos recogidos en los 'Cuentos de la Alhambra', por lo que nos limitaremos a reproducir unos pocos párrafos que pueden dar una idea de cómo veía un viajero norteamericano en los años del romanticismo un país tan exótico como España.
  
   ¡Qué país, España, para un viajero, donde la posada más miserable está tan llena de aventuras como un castillo encantado y cada comida es en sí misma una hazaña!
  
   Para el viajero imbuido por el sentido de lo histórico y poético, la Alhambra de Granada es tan objeto de veneración como lo es la Kaaba o sede sagrada de la Meca para los auténticos peregrinos musulmanes. ¡Cuántas leyendas y tradiciones, verdaderas y fabuladas, cuántas canciones y romances, españoles y árabes, de amor y guerra y caballería están asociados con esta romántica mole!
  
   Los moros de Granada veían la Alhambra como un milagro de arte y tenían la tradición de que el rey que la fundó trataba con magia, o al menos estaba versado en alquimia, por medio de la cual se procuraba las inmensas sumas de oro invertidas en su construcción.

   La gente corriente (de Granada) asocia a algo de misterio y magia todo lo morisco y tiene todo tipo de supersticiones relacionadas con esta vieja fortaleza musulmana.
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   Mientras descansaba hacia el crepúsculo en la fuente de la Alhambra, me encontré con un número de compadres reunidos en el lugar, y su conversación, como no es inhabitual a esa hora oscura, giró en torno a viejos cuentos y tradiciones de naturaleza sobrenatural. Siendo todos pobres como ratas, insistieron con peculiar afición en el tema popular de las riquezas encantadas dejadas por los moros en varias partes de la Alhambra. Sobre todo, coincidieron en la creencia de que había grandes tesoros enterrados profundamente en la tierra bajo la Torre de los Siete Suelos.
  
   No hay una sala o torre o bóveda de la vieja fortaleza que no haya sido convertida en el escenario de alguna tradición maravillosa. (...)
   Si algo en estas leyendas chocara con la fe del lector escrupuloso, debe recordar la naturaleza del lugar y tenerla en debida cuenta. No debe esperar aquí las mismas leyes de probabilidad que gobiernan los escenarios comunes y la vida cotidiana; debe recordar que pisa las salas de un palacio hechizado y todo es "terreno encantado".
  
   'Está escrito en el libro del destino que cuando un encantamiento sea roto, Boabdil descenderá de la montaña a la cabeza de su ejército, recuperará su trono en la Alhambra y su dominio sobre Granada, y reuniéndose los guerreros encantados de todas las partes de España, reconquistarán la Península y restaurarán la ley musulmana.'
  
   "Verás la Alhambra como era en sus días de gloria, ya que posees un talismán mágico que revela todos los encantamientos." (...)
   La luz de la luna iluminó todas las salas y patios y jardines casi tan intensamente como si fuera de día, pero reveló un escenario muy diferente al que estaba acostumbrada. Los muros de los apartamentos ya no estaban manchados y resquebrajados por el tiempo. En vez de telarañas, colgaban ahora de ellos ricas sedas de Damasco, y los dorados y pinturas de arabescos estaban restaurados con su frescura y brillo originales. Las salas, en vez de estar desnudas y desamuebladas, estaban adornadas con divanes y otomanas de los materiales más raros, bordados con perlas y tachonados de gemas preciosas, y todas las fuentes de los patios y jardines estaban funcionando. (...)
   El Patio de los Leones estaba atestado de guardias y cortesanos y alfaquíes, como en los viejos tiempos de los moros, y en el extremo superior del salón de justicia estaba Boabdil sentado en su trono, rodeado por su corte y blandiendo un oscuro cetro por la noche.
  
   "Estas discretas estatuas dirigen la mirada hacia un enorme tesoro escondido en los viejos tiempos por un rey morisco. Di a tu padre que busque el punto en donde tienen fijos sus ojos y encontrará lo que le hará más rico que cualquier hombre de Granada. Solo tus manos inocentes, sin embargo, dotada también como estás con el talismán, pueden llevarse el tesoro." 
  
   A veces he salido a medianoche, cuando todo estaba silencioso, y me he paseado por todo el edificio. ¡Quién puede hacer justicia a una noche a la luz de la luna en tal clima y tal lugar! La temperatura de una medianoche andaluza en verano es perfectamente etérea. Nos sentimos elevados en una atmósfera más pura; hay serenidad en el alma, optimismo en el espíritu, una elasticidad de ánimo que hace de la mera existencia un placer. El efecto de la luz de la luna, también, en la Alhambra, tiene algo de encantamiento. Cada hendidura y agujero del tiempo, cada tinte descolorido y mancha de intemperie desaparece, el mármol recupera su blancura original, las largas columnatas se aclaran con los rayos de luna, las salas son iluminadas con una suave radiación, hasta que el edificio entero recuerda al palacio encantado de un cuento árabe.
  
   Y además déjame decirte, amigo, que toda España es un país bajo el poder del encantamiento. No hay cueva de montaña, ni atalaya solitaria en las llanuras ni castillo arruinado en las colinas que no tenga algunos guerreros hechizados durmiendo a través de las eras dentro de sus bóvedas.
  
   (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra)

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EL EMBRUJO DE LA ALHAMBRA
  
Bibliografía consultada
  
- Anónimo. El Abencerraje (Compañía Europea de Comunicación e Información, 1992)
- Benavides-Barajas, L. La Alhambra bajo la Media Luna (Editorial Dulcinea, Granada, 1999)
- Irving, Washington. Tales of the Alhambra (Miguel Sánchez, Editor. Granada, 1987)
- Cavanah Murphy, James. Las antigüedades árabes de España. La Alhambra (Editorial Turpiana, Granada, 1987)
- Goodwin, Godfrey. España islámica (Editorial Debate, Madrid, 1991)
- Michell, George. La arquitectura del mundo islámico (Alianza Forma. Alianza Editorial, Madrid, 1985)
- UNESCO. El Patrimonio Mundial (Ediciones San Marcos)
- V.V.A.A. Al-Andalus. Las artes islámicas en España (edición al cuidado de Jerrilynn D. Dodds. The Metropolitan Museum of Art. Ediciones el Viso, 1992)
- V.V.A.A. Gran Arquitectura del Mundo (dirigido por John Julius Norwich. H. Blume Ediciones, Madrid, 1981)


 
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EL EMBRUJO DE LA ALHAMBRA
  
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Indice de textos
Una réplica del paraíso
   El agua, don divino
Moradas áulicas
   Patio de los Arrayanes
   Salón de Embajadores
   Patio de los Leones
   Sala de las Dos Hermanas
   Mirador de Lindaraja
   Sala de los Abencerrajes
   El Partal
Jardines del Generalife

  
La embriaguez de los sentidos

   Alicatado: el arte del azulejo
   Caligrafía: la belleza de las palabras
   Cúpulas celestiales
   Pervivencia del arte arábigo-andaluz
Palacio de Carlos V: el contrapunto
Breve historia de la Alhambra
Otros vestigios musulmanes en Granada
   Barrio del Albaicín
   Casa del Carbón
   Puente del Cadí
Cuentos de la Alhambra
Bibliografía
  
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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Granada (España)

   
 



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