Exposiciones fotográficas

El holocausto camboyano

The killing fields


Campo de exterminio de Choeung Ek

  
   Aunque hubo muchos más campos de exterminio (o Killing Fields: de ahí el título del film rodado en 1984 por Roland Joffé) habilitados por los jemeres rojos a todo lo largo y ancho de Camboya, el campo de Choeung Ek es hoy uno de los más conocidos y visitados, al hallarse a sólo 15 km de la capital, Phnom Penh (fotos 047-064).
   Es a este campo adonde trasladaban a los prisioneros tras ser torturados en los calabozos de S-21, para ser ejecutados y enterrados en las fosas comunes que ellos mismos se veían obligados a cavar. Se han detectado aquí 129 fosas comunes, aunque sólo 86 han sido excavadas. De ellas se han exhumado los restos de casi nueve mil personas.
El holocausto camboyano
   Cartel a la entrada del monumento funerario en memoria de las víctimas, situado en el centro del campo de exterminio. Tiene forma de stupa (o relicario) budista, con una torre de gran altura en cuyo interior se exhiben los cráneos de 8.000 víctimas de los jemeres rojos, desenterrados en este campo.
  
   Le rogamos sea tan amable de mostrar respeto a los muchos millones de personas que fueron asesinados por el régimen genocida de Pol Pot.
  
Cartel (foto048):
  
Lo más trágico
   En nuestro siglo XX, en el suelo de Kampuchea, el clan de criminales de Pol Pot cometió un execrable acto de genocidio. Masacraron a la población con atrocidad y a gran escala. Fue más cruel que el genocidio cometido por los fascistas de Hitler. (El mayor) que el mundo ha conocido.
   Con el stupa conmemorativo que tenemos delante, imaginamos que estamos oyendo la voz dolorosa de las víctimas que fueron golpeadas por los hombres de Pol Pot con cañas, estacas de bambú y azadones. Que fueron apuñalados con cuchillos o machetes. Nos parece estar viendo las horrorosas escenas y los rostros afligidos por el pánico de gente que estaba muriendo de hambre, trabajos forzados o despiadada tortura en sus delgados cuerpos. Murieron sin poder dirigir sus últimas palabras a sus parientes y amigos. ¡Qué dolor sintieron aquellas víctimas cuando eran golpeadas con cañas o azadones y apuñaladas con cuchillos o espadas, antes de exhalar su último suspiro! ¡Qué amargura sintieron cuando veían que sus amados hijos, esposas, maridos, hermanos y hermanas eran arrestados y fuertemente atados antes de ser llevados a la fosa común!
   Mientras estaban esperando su turno y compartiendo el mismo destino trágico.
   El método de masacre que el clan de criminales de Pol Pot llevó a cabo sobre gente inocente de Kampuchea no puede ser descrito total y claramente con palabras porque la invención de este método homicida era extrañamente cruel, por lo que nos es difícil determinar qué clase de gente era: tenían forma humana pero sus corazones eran corazones de demonio. Tenían rostros jemeres pero sus actividades eran puramente reaccionarias. Querían transfomar al pueblo camboyano en un grupo de personas sin uso de razón o en un grupo que no supiera ni entendiera nada. Que siempre agachara la cabeza para cumplir ciegamente las órdenes del Angkar. Educaron y transformaron a los jóvenes y adolescentes, cuyos corazones eran puros, gentiles y modestos en odiosos verdugos que se atrevían a asesinar a inocentes, e incluso a sus propios padres, familiares o amigos.
   Incendiaron el mercado, abolieron el sistema monetario, eliminaron libros de leyes y principios de la cultura nacional, destruyeron escuelas, hospitales, pagodas y bellos monumentos como el templo de Angkor Wat, que es la fuente pura del orgullo nacional y representa el genio, conocimiento e inteligencia de nuestra nación.
   Intentaron a toda costa suprimir el carácter jemer y transformar el suelo y agua de Kampuchea en un mar de sangre y lágrimas, privado de infraestructura cultural, civilización y carácter nacional. Se convirtió en un desierto de gran destrucción que trastornó la sociedad de Kampuchea y la devolvió a la Edad de Piedra.

El holocausto camboyano   Uno de los rótulos junto a los cráneos humanos exhibidos en el monumento (foto051):
   Mujeres camboyanas jóvenes, de 15 a 20 años.
  
   En los primeros meses del régimen, los jemeres rojos ejecutaban a sus víctimas mediante disparos de fusil. Más tarde, cuando, forzados por la necesidad, e inspirándose en las doctrinas de Mao, se fueron implantando las políticas económicas de ahorro a toda costa, los verdugos ejecutaban a sus víctimas, situadas al borde de las fosas, mediante un golpe de pico, machete o azadón en la nuca, con el fin de ahorrar proyectiles. Los cuerpos se desplomaban en el interior de las fosas, a veces todavía moribundos. Los moribundos iban quedando sepultados bajo los nuevos cadáveres que se les amontonaban encima.
  
   "Esta vez parece que la raza jemer va a desaparecer. ¿Sabes adónde están llevando a los prisioneros con las manos esposadas y los ojos vendados?", dije.
   "Creo que se los llevan para matarlos", respondió.
   "¡Matarlos! ¿Adónde podrían llevarse a tanta gente para matarla?"
   "Ya te dije que Peng nos hizo afilar ocho machetes. El otro día vi a uno de los hombres llevando un montón de esposas ensangrentadas para limpiarlas en una jarra de agua. Era increíble."
   "¡Dios mío! Por qué están haciendo esto? Han matado a miles, decenas de miles de personas."
   Yo había oído que durante la Segunda Guerra Mundial los alemanes mataron a millones de personas. Pero los alemanes no mataron sólo a alemanes. ¿Por qué los jemeres estaban eliminando a su propia raza?
   (Vann Nath. A Cambodian Prison Portrait. One Year in the Khmer Rouge S-21)
  
Carteles (foto 059 y 060):
  
Estacionamiento de camiones
   Aquí estaba el lugar donde estacionaban los camiones que transportaban víctimas para ser exterminadas, desde la prisión de Tuol Sleng y otros lugares del país. Los camiones llegaban dos o tres veces al mes, o cada tres semanas. Cada camión traía de 20 a 30 prisioneros, asustados, con los ojos vendados, y silenciosos.
   Cuando llegaban los camiones, las víctimas eran llevadas directamente, para ser ejecutadas, a los diques y pozos, o se las enviaba detenidas a una prisión oscura y tenebrosa en las proximidades.
   Tras el 7 enero 1979 (fecha del derrocamiento de los jemeres rojos por los vietnamitas) quedaba aquí un camión, pero después se lo llevaron a otra parte.
  
El calabozo oscuro y tenebroso
   Aquí estaba el lugar donde eran retenidas las víctimas trasladadas desde Tuol Sleng y otros lugares del país. Habitualmente, cuando llegaba el camión, las víctimas eran inmediatamente ejecutadas. Sin embargo, como el número de víctimas a ser ejecutadas se fue incrementando hasta más de 300 al día, los verdugos no conseguían ejecutarlas en un solo día. Por eso eran detenidas hasta el día siguiente para su ejecución. El calabozo estaba construido de madera y un techo de hierro galvanizado. Los muros estaban construidos con dos capas de tablas de madera para dejar en la oscuridad e impedir a los prisioneros verse entre sí. Desgraciadamente, el calabozo oscuro y tenebroso fue desmantelado en 1979.
  
Despacho de trabajo de los verdugos
   Aquí estaba el lugar donde trabajaban los verdugos instalados permanentemente en Choeung Ek. Las oficinas, así como los campos de exterminio, estaban equipadas con electricidad, lo que permitía llevar a cabo las ejecuciones en horas nocturnas, y leer y firmar los informes que acompañaban a las víctimas al sitio.
El holocausto camboyano

   Fosa común. 86 fosas comunes. 8.985 víctimas (foto054).
  
   Fosa común de más de 100 víctimas, niños y mujeres, la mayoría de las cuales estaban desnudas (foto055).
  
   Fosa común con 450 víctimas (foto056).
  
   Fosa común de 166 víctimas decapitadas.
  
Cartel al pie de un árbol (foto057):
   Arbol mágico. Este árbol era utilizado como soporte para colgar de él un altavoz, que aumentaba el volumen del sonido para tapar los gemidos de las víctimas mientras eran ejecutadas.
  
Cartel al pie de un árbol (foto058):
   Arbol de la muerte contra el que los verdugos golpeaban a los niños.
  
   Entre los crímenes de los jemeres rojos, los más inolvidables, para mí, son los que cometieron contra niños. Por un lado, un gran número de niños, e incluso bebés, fueron salvajemente asesinados delante de sus padres, o enviados a las cárceles con ellos. Desgraciadamente, los carteles de propaganda política dibujados por el régimen de Heng Samrin (la dictadura vietnamita que sustituyó a la dictadura de Pol Pot) y expuestos en sitios estratégicos por todo el país, que describían gráficamente los excesos de los jemeres rojos con los niños y bebés, representaban con fidelidad relatos de testigos oculares. Todas estas pinturas fueron desapareciendo gradualmente tras el regreso de Norodom Sihanuk en noviembre 1991. Pero aún peor, si fuera posible, fue la manipulación de niños pequeños, especialmente de los muchachos.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book

 

 

La sima de la muerte

   A 18 km al sudoeste de Battambang, un pequeño pero escarpado monte despunta sobre la llanura, circundado de verticales farallones rocosos, en la cima de los cuales, asomándose a veces al abismo, se elevan los distintos templos y dependencias de un wat o monasterio budista, erizado de pináculos que enfilan hacia el cielo. El monte es de naturaleza kárstica, y está todo él horadado de cuevas, simas y túneles naturales, utilizados también por los bonzos como partes de su monasterio, habiendo instalado capillas y coloridas estatuas de budas y bodhisattvas por todas las oquedades, y escalinatas con balaustradas en forma de serpiente para descender a las simas.
El holocausto camboyano   
   El monte se llama Phnom Sampeu (phnom = 'monte'), y el monasterio en su cumbre sigue siendo hoy lugar de residencia y centro de ceremonias de un buen número de monjes y monjas budistas, que viven de los donativos de los lugareños.
   Este feérico paraje fue ocupado en 1975 por las tropas de Pol Pot, para transformarlo en un bastión de los jemeres rojos. Desalojaron e hicieron prisioneros a los monjes, convirtieron los prasat (templos) en cárceles, arsenales de armas y establos, y alojaron a los soldados en los distintos edificios. El lugar era estratégico como punto de vigilancia, por el extensísimo panorama que se divisa desde lo alto. Hasta hace muy pocos años, no se podía visitar este lugar, cuyos alrededores estaban (y están) plagados de minas antipersona. Aún pueden verse cañones instalados por los guerrilleros en algunos miradores, abandonados, pero todavía apuntando a la llanura (foto063). No están en muy mal estado: pudimos comprobar que sus engranajes todavía funcionan.
   El monte esconde algunas fosas comunes, en las que se han desenterrado cadáveres de víctimas de los revolucionarios. Destaca una caverna llamada Lang La'Coun (= 'Cueva de los Castigos'), que era utilizada por los jemeres rojos como centro de torturas, donde los prisioneros eran golpeados con palos, apuñalados o electrocutados.
  
   Una de las simas que perforan en vertical el macizo rocoso de Phnom Sampeu fue utilizada por los jemeres rojos como depósito de cadáveres de las víctimas que ejecutaban en esta zona. El pozo tiene unos 15 metros de caída (foto061). Los condenados eran conducidos al borde de la boca de la sima, y ejecutados con un fuerte impacto de azada en la nuca, o golpeados en la cabeza con un garrote (según se puede apreciar en un dibujo realizado por un testigo, hoy expuesto en un panel cercano a la sima, foto062), y sus cuerpos caían en el interior del abismo. Si alguien cayera moribundo, le sería imposible salir de allí.
   Hoy se puede descender por una escalera al fondo de la sima, penetrando por otra abertura lateral. En el interior de la caverna se ha acondicionado un monumento funerario en memoria de las víctimas, de las que se muestran algunos cráneos dentro de un stupa o relicario monumental budista. 

 

 

Las minas antipersona

   Camboya es hoy uno de los países del mundo con más minas antipersona enterradas en su territorio.
   La práctica de instalar minas terrestres y acuáticas con fines bélicos no se dio sólo durante el régimen de los jemeres rojos, sino también antes y después.
   Desde la guerra civil (1970-75) entre la guerrilla revolucionaria y el régimen del general golpista pro-estadounidense Lon Nol, se usaron minas antipersona por parte de ambos bandos, no sólo con fines defensivos, para proteger las respectivas posiciones de las tropas en liza, sino también con fines ofensivos, como arma para asediar ciudades enteras. Por ejemplo, la ciudad de Battambang (la segunda más grande de Camboya) fue rodeada por los asaltantes jemeres rojos con un denso y mortífero cinturón de minas, de forma que sus habitantes no podían escapar al asedio sin grave riesgo de ser muertos o heridos o mutilados por las explosiones.
El holocausto camboyano   Aunque desde hace unos años Camboya ha emprendido una intensa campaña de desminado de sus tierras, con generosa ayuda de organismos internacionales, fueron tantos los centenares de miles de minas sembradas en los anteriores conflictos, que al día de hoy Camboya es, en este aspecto, uno de los países más peligrosos del mundo, y cada cierto tiempo se producen nuevos heridos con nuevas explosiones de minas olvidadas y no detectadas. Los viajeros conscientes se cuidan mucho de salirse de los senderos trillados cuando se internan por los campos o junglas. Algo parecido sucede en los vecinos Laos y Vietnam.
   Es impresionante el gran número de camboyanos discapacitados, tullidos, lisiados o invidentes que puede verse por las calles de las ciudades y pueblos de Camboya, con piernas o brazos amputados, o cicatrices de metralla en el rostro (fotos 070 y siguientes).
   Muchas de las víctimas de las minas se ganan hoy la vida interpretando piezas musicales en solitario o en pequeñas orquestas de música tradicional jemer.
   
Paneles de advertencia aún instalados por todo Camboya, con un icono en forma de calavera significando 'peligro de muerte', sobre fondo rojo (los de la foto065), cerca del templo de Chau Srei Vibol:
   ¡¡Peligro!! ¡¡Minas!!
  
   A pocos kilómetros del templo de Banteay Srei, del complejo de Angkor, se puede visitar un muy instructivo 'Museo de las minas'. Está fundado y dirigido por Aki Ra, un camboyano que trabajó de artificiero en tiempos de los jemeres rojos, instalando minas bajo sus órdenes.
   Aki Ra, que por experiencia conoce bien el asunto, lleva años trabajando en una campaña masiva de desminado de las tierras de Camboya, y se enorgullece de haber detectado y desactivado más de 50.000 minas. Pero asegura también que ésta es sólo una pequeña parte de lo que hay. Previene a la población de que todavía hay minas, granadas y bombas por estallar en los sitios más insospechados, y que se extremen las precauciones cuando alguien detecte un objeto extraño en los campos. Hasta en el mismo solar donde se edificó el museo fueron hallados restos de proyectiles de guerra.
  
Cartel en un terreno del jardín del museo que simula ser un campo minado (foto068):
   Este es un campo de minas artificial y 100% libre de explosivos. Esta exposición muestra cuántas armas se utilizan en un campo de minas. Si usted encuentra alguna vez este tipo de objetos, por favor no los toque y contacte inmediatamente con las autoridades locales.
  
   El museo alberga no sólo muchas de las minas desmontadas, sino una ingente cantidad de artefactos bélicos de todo tipo hallados en los campos: bombas arrojadas por los B-52 estadounidenses, misiles, carcasas de proyectiles, ametralladoras, fusiles kalashnikov, granadas de mano, cananas de munición, detonadores, botas militares, uniformes de camuflaje... y toda clase de parafernalia de guerra. Pequeños rótulos informan sobre los países de procedencia de los distintos objetos, y en esto hay también para todos los gustos: made in USA, made in China, made in the USSR, made in Vietnam, made in Thailand, made in North Korea... y también made in algunos países de Europa que preferimos no nombrar.
   Aki Ra comenta que de todos los tipos de minas terrestres de distintos países, las más difíciles de desactivar son muchas de las que confeccionaban los jemeres rojos, que eran de fabricación casera. Son las más peligrosas, pues a la carga explosiva le añadían un gas venenoso para intoxicar a la posible víctima. Y son también las más difíciles de detectar: así como la mayoría de los ejércitos conservan planos de los puntos de localización de las minas, los jemeres rojos las distribuían con profusión y caóticamente, en los sitios más inverosímiles, y sin dejar registrada su situación en ningún documento.
   Un rótulo en una pared afirma que las minas antipersona no están concebidas para matar, sino sólo para herir gravemente o mutilar a las personas. La razón es muy práctica: un herido supone una mayor carga económica para el enemigo que un muerto.
   Se informa también sobre el Tratado de Ottawa, que entró en vigor el 1 marzo 1999, abogando por la prohibición a nivel mundial de las minas terrestres. Los países firmantes se comprometieron a no utilizar, fabricar o comercializar minas antipersona. El tratado fue ratificado originalmente por 122 países, a los que posteriormente se fueron añadiendo más, hasta llegar a 152. De los 42 países que no han firmado, los más poderosos son China, India, Estados Unidos y Rusia. Actualmente, 15 países siguen fabricando minas: Birmania, China, Corea del Norte, Corea del Sur, Cuba, Egipto, Estados Unidos, India, Irán, Irak, Nepal, Pakistán, Rusia, Singapur y Vietnam.
  
Cartel en el museo (foto067):
   Todas las fotos exhibidas ilustran sobre los viejos métodos usados por Aki Ra en el pasado para limpiar los terrenos de minas y misiles. Estos métodos no reflejan las modernas normas de desminado del CMAA. El desminado moderno debe emplear equipos de protección personal y los procedimientos operativos fijados por el CMAA.
  
Cartel en Beng Mealea:
   Campo de minas limpiado por el CMAC (Cambodian Mine Action Centre), con fondos de la República Federal de Alemania.
   Localizado en Beng Mealea
   Empezado el 3 marzo 2007
   Terminado el 7 junio 2007
   101.368 m2       

 

La precaria economía de Camboya

   Corazón de la península de Indochina, Camboya hace frontera al noroeste con Tailandia, al norte con Laos, al este con Vietnam, y está bañada en su costa sudoeste por el océano Indico (Golfo de Tailandia).
   Hace tan sólo 5.000 años Camboya no existía. Su actual territorio yacía entonces sumergido bajo el mar, en una bahía encajonada entre dos penínsulas.
Mapa de Camboya   El río Mekong, la principal arteria fluvial de Indochina, tenía su desembocadura cerca de lo que hoy es el norte de Camboya, y por ella vertía gran cantidad de sedimentos en el océano. Los depósitos aluviales rellenaron gradualmente la bahía, y Camboya emergió de las aguas: un país tan llano que lo que antaño habían sido islas todavía sobresalen como colinas aisladas en un vasto terreno horizontal. Debido al enorme volumen de sedimentos, y a la gran velocidad que adquiere el Mekong cuando su caudal crece con las nieves derretidas del Tibet sumadas a las copiosas lluvias tropicales en el Asia continental del sudeste, la bahía se colmató con relativa rapidez.
   La tierra ganó terreno al mar. Un entrante de la bahía quedó cortado por las tierras para convertirse en lo que hoy es un lago interior, atravesado por un río. Tanto el lago como el río se llaman Tonlé Sap (= Río de Agua Dulce). Los peces de agua salada, algunos de gran tamaño, se adaptaron poco a poco al nuevo ecosistema de aguas dulces. Se trata del caladero más abundante del mundo: su riqueza piscícola por kilómetro cuadrado supera en 30 veces al Atlántico norte.
   En el mes de septiembre, el lago Tonlé Sap triplica su tamaño, inundando la mayor parte de la llanura de Camboya. Las cabañas de sus orillas están preparadas para la inundación: son construidas, a modo de palafitos, sobre estilizados pilotes de madera, de modo que el nivel de las aguas en el momento de máxima crecida no las llega a alcanzar. Otras cabañas, con paredes de madera o de hojas de palma trenzadas, están asentadas sobre embarcaciones o gabarras, formando auténticos 'pueblos flotantes' (ver fotos en El pueblo camboyano) que se desplazan de lugar conforme suben y bajan las aguas.
   "Se puede navegar a través de Camboya", escribió un viajero chino del siglo XIII. Grandes bancos de peces nadan a través del país de septiembre a noviembre, desovando en las zonas poco profundas.
   Cuando las aguas se retiran tras la temporada de lluvias, los campesinos atrapan los peces en las charcas y entre los arbustos. Los pescadores instalan enormes redes en el Tonlé Sap a intervalos de un kilómetro, con pingües resultados. Los elefantes pescan en el agua. El avance y retirada de las aguas, determinados por la alternancia de las estaciones húmeda y seca, marca el pulso de vida de la sociedad camboyana.
   De ahí la importancia vital que tiene la gestión del agua en Camboya. El arroz es el alimento básico de la población. Los arrozales necesitan irrigación en abundancia, y por ello los campos de arroz son delimitados por muretes de barro para empantanar el agua en su interior, siendo sus niveles cuidadosamente regulados para obtener un óptimo rendimiento en la cosecha.
   Pero durante más de la mitad del año no cae una gota de lluvia, y el país entero se va secando poco a poco. Ríos y lagos merman drásticamente de nivel, los estanques desaparecen, los campos amarillean, el agua escasea, y los arrozales se convierten en meros secarrales, a la espera de la próxima temporada de lluvias, que irrumpe hacia julio, y es cuando todo vuelve a verdecer.
  
  
La quimera del agua
  
   ¿Qué pasaría si durante la estación pluvial se almacenara agua suficiente para prolongar el regadío de los campos durante la estación seca? ¿Se podría duplicar o triplicar la cosecha anual de Camboya?
   Durante mucho tiempo se creyó que este sistema fue la clave de la prosperidad del antiguo reino jemer de Angkor –el esplendor de cuyos monumentos medievales todavía causa asombro a todo aquel que los visita (ver en fotoAleph colección de fotografías Angkor. Una civilización devorada por la jungla)–, un periodo culminante en la economía de Camboya, tras el cual el país no habría hecho sino sumirse en una larga decadencia. Esta teoría fue propagada por los primeros arqueólogos franceses que exploraron las ruinas de aquella civilización perdida.
El holocausto camboyano   Pero la teoría de la 'irrigación intensiva', aceptada hasta fechas tan tardías como los años ochenta del siglo XX, resultó ser falsa, una mera hipótesis propiciada por la visión romántica de los exploradores del siglo XIX. Las nuevas investigaciones científicas en la historia de aquella edad de oro han demostrado que los regadíos en la estación seca no eran posibles en Angkor. El grandioso complejo de estanques, pantanos, redes de canales, fosos rodeando templos... que construyó el imperio jemer, y que aún puede admirarse entre las vastas ruinas de Angkor (uno de los estanques, el Baray occidental, mide 8 x 2,5 km de lado y todavía está en funcionamiento, ver foto), parece ser que tenía dos propósitos principales: el transporte naval y el control de las crecidas para una mejor irrigación en la misma temporada de lluvias.
   El regadío intensivo y permanente de amplios territorios de Camboya en la estación seca, aprovechando las aguas almacenadas en la estación de lluvias, no era sino un mito.
   Y este mito terminó indirectamente por acarrear grandes sufrimientos al pueblo camboyano, ya que el régimen de los jemeres rojos de Pol Pot se propuso como principal objetivo el 'retorno' de Camboya a los tiempos del florecimiento económico de Angkor, basándose en tales y tan falaces premisas.
   La dictadura de Pol Pot condenó a trabajos forzados a decenas de miles de ciudadanos para construir por todo Camboya mastodónticas presas y excavar faraónicos canales... que no sirvieron para nada. No sólo por las deficiencias constructivas derivadas de la impericia técnica causada porque la mayoría de los ingenieros agrónomos camboyanos habían sido ejecutados en un proceso de 'limpieza ideológica', sino porque todas las energías invertidas perseguían un sueño imposible. 
   Los planes económicos redactados en los despachos de la organización gubernamental pretendían alcanzar 'tres cosechas de arroz anuales' en Camboya (o 'tres toneladas por hectárea'), y esos quiméricos planes se imponían por la viva fuerza, sin previos estudios de viabilidad, entre la población camboyana, exigiendo de los campesinos esfuerzos sobrehumanos para su logro.
   Esfuerzos que lógicamente acababan en fracaso y hambrunas. Pero entonces la organización culpaba del fracaso a los mismos trabajadores, acusándoles de holgazanería y de estar contaminados por actitudes contrarrevolucionarias. Un nuevo pretexto para aumentar la represión y exigirles aún mayores esfuerzos, en un círculo vicioso que no tenía fin.
  
   Aunque la revolución de Kampuchea Democrática parece la revolución más radical del siglo XX, los comportamientos de los revolucionarios no son totalmente extraños a la cultura jemer. Muchos de estos comportamientos pueden encontrar analogías en los de sus antepasados, y en los de las gentes del bosque. La época angkoriana es la referencia consciente a la que comparan su acción los revolucionarios, como antaño hacía el príncipe Sihanuk. Evidentemente, es el modelo angkoriano el que inspiró la realización de gigantescas obras hidráulicas, con la misma megalomanía suicida.
   (François Ponchaud, Cambodge, année zéro, II parte)
  
   A través de un rápido desarrollo, nuestro país debe superar el periodo de Angkor.
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   La máxima entre los dirigentes jemeres rojos era que la gran victoria del 17 abril 1975 fue incluso más brillante que la era de Angkor, incluso más brillante que los templos de Angkor. He aquí la versión jemer del Gran Salto Adelante maoísta. Contenía toda la ilimitada ambición característica de los jemeres rojos (...). Emprendieron la construcción de presas, diques y canales por todo el país usando sólo manos humanas, como se había hecho en el periodo de Angkor, porque los jemeres rojos rechazaban utilizar maquinaria moderna para llevar a cabo su programa-mamut de obras públicas.
  
   Tras la completa colectivización de los alimentos –a principios de 1976, después de la primera cosecha, que provocó hambre generalizada, hambrunas, y restricciones de comida en casi todo el país–, los tres años siguientes fueron igual de desastrosos para las comunas populares. La política del gobierno, decidida en la cumbre por el Angkar Loeu, no varió un ápice durante los casi cuarenta y cinco meses que los jemeres rojos detentaron el poder. Ello suponía un Gran Salto Adelante en la producción (agrícola e industrial), la construcción de un sistema de regadío a lo largo y ancho del país con el fin de triplicar el rendimiento, junto con la implacable caza de brujas de los enemigos de la revolución.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   El Angkar es el amo de las aguas, el amo de la tierra.
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   ¡En todo Kampuchea Democrática, cada campesino es amo del agua, la tierra, los arrozales y las huertas!
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   "Con agua, cultivamos arroz. Con arroz hacemos la guerra".
   (De la letra de una canción revolucionaria titulada 'Levanta presas, cava canales')
  
   "Antes cultivábamos los campos con los cielos y las estrellas, y comíamos arroz.
   Ahora cultivamos los campos con presas y canales, y comemos gachas".
   (Un campesino de Siem Reap en 1978)
  
   El guardián sintonizó la emisora de radio nacional, que estaba llena de noticias sobre la producción de arroz de la nación coincidiendo con los objetivos del Angkar: la más gloriosa, la más maravillosa. Al mismo tiempo podía oír gritos de dolor que venían de cada rincón de la prisión.
   (Vann Nath. A Cambodian Prison Portrait. One Year in the Khmer Rouge S-21)
  
   Testimonio de Loung Ung, una niña que entre los 5 y los 9 años vivió bajo la dictadura de los jemeres rojos (evacuada junto con su familia de Phnom Penh a un campo de trabajos forzados), y considerada como la 'Ana Frank' del holocausto camboyano. Extraído de su libro 'Primero mataron a mi padre':
   Y siempre, el hambre me atenaza, sin un instante de respiro.
   Todo el día, a cada instante, mi estómago gruñe como si se devorara a sí mismo. Nuestra ración alimenticia se ha reducido progresivamente hasta el punto de que no recibimos más que un pequeño paquete de 340 gramos de arroz para diez personas. (...)
   A la hora de comer, hacemos siempre cola con los demás para recibir nuestras raciones. Antes, las cocineras servían una espesa papilla de arroz; ahora, hay tan pocos granos de arroz en el cuenco que ya no es más que sopa. (...)
   No me como nunca la sopa de un golpe (...). Sentada tranquilamente, saboreo cada cucharada, comenzando por la sopa clara. Cuando la he tragado, quedan en el fondo del cuenco unas tres cucharadas de arroz que procuro hacerlas durar. Mastico lentamente el arroz, y si un solo grano cae a tierra, lo recojo. Hay que hacer durar esta comida sólida el mayor tiempo posible, porque no recibiré otra hasta mañana. Miro en mi cuenco. Se me encoge el corazón cuando cuento los ocho granos de arroz que hay en el fondo. Ocho granos, ¡es todo lo que me queda! Los tomo uno por uno, mastico mucho tiempo cada grano, esforzándome en extraerle todo el sabor, evitando tragarlo. En mi garganta, las lágrimas se mezclan a la comida. Cuando han desaparecido los ocho granos y veo que los demás continúan comiendo, siento que se me cae el corazón.
   La población de la aldea disminuye día a día. Han muerto muchos, la mayoría de hambre, otros porque han ingerido alimentos envenenados; otros han sido también matados por los soldados. Lentamente, los miembros de mi familia mueren de hambre; cada día, sin embargo, el gobierno reduce todavía más nuestra ración. El hambre es nuestra constante compañía. Hemos comido todo lo que es comible, hojas podridas recogidas de la tierra, raíces que desenterramos. Hacemos cocer las ratas, las tortugas y las serpientes que cazamos en nuestras trampas, y nos lo comemos todo, los sesos, la cola, la piel y la sangre. Cuando las trampas están vacías, recorremos los campos a la búsqueda de saltamontes, escarabajos, grillos.
   En Phnom Penh, yo habría vomitado si alguien me hubiera dicho que podía comer cosas parecidas.
   (Loung Ung, First they killed my father)
  
   Youk Chhang, actual director (2009) del Centro de Documentación de Camboya, tenía 14 años cuando Pol Pot asumió el poder. Chhang fue enviado al campo junto a su familia, condenado a la hambruna y a contemplar la muerte diaria de alguno de los suyos.
   Un joven jemer rojo acusó a su hermana de haberse llevado a la boca un trozo de comida, ella lo negó y el militar abrió su estómago con un machete para comprobar si mentía. "Pero su estómago estaba vacío. Fue una agonía lenta y dolorosa", recuerda Chhang sobre la cuarta persona de su familia muerta durante el régimen de terror de Pol Pot.
   (David Jiménez, entrevista con Youk Chhang, El Mundo, 21 febrero 2009)

 

La autosuficiencia y el ahorro

    ¡Sed dueños de vuestro propio destino!
   (Uno de los slogans más repetidos bajo el régimen de los jemeres rojos)
  
   Esta era la máxima esencial y la justificación de todas sus políticas. Se hacían pasar por verdaderos patriotas que habían rechazado públicamente toda ayuda y, por tanto, toda interferencia extranjera en los asuntos de Camboya. Representó uno de los más grandes fraudes perpetrados por el régimen de Pol Pot, ya que a Camboya, tanto entonces como ahora, le sería difícil sobrevivir sin ayuda extranjera y asesores y expertos. Durante su mandato, el CPK, para hacer funcionar el país, dependía principalmente de Pekín en su doctrina ideológica, y en apoyo material y técnico. Sobre todo, los dirigentes necesitaban las armas para reprimir a su propio pueblo. (...)
   Los jemeres rojos, de hecho, utilizaron esta máxima admirable para hacer que cada camboyano trabajara como una bestia de campo, porque en teoría estaba trabajando para enriquecerse y en su propio beneficio. No en beneficio de ningún jefe. Una vez que se había imbuido de esta idea a los trabajadores, los supervisores, que habitualmente no hacían ningún trabajo por sí mismos, podían relajarse en su vigilancia y tomarse descansos.
   Asimismo, esta máxima permitía a los jemeres rojos echar la culpa a cualquier ciudadano por problemas y dificultades que se encontrara en su labor diaria. Se podían lavar las manos de toda responsabilidad por los catastróficos resultados de sus políticas aberrantes.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   ¡Sed dueños de vuestro propio destino! ¡Que los muertos se entierren a sí mismos!
   (Contra-eslogan de los camboyanos bajo el régimen)
  
   Esta pieza de humor negro demuestra que los pobres diablos de las comunas populares sabían muy bien que estaban siendo forzados a realizar tareas imposibles e inhumanas. En realidad, durante el triste régimen del país, ¿cuántos de ellos tuvieron que cavar sus propias tumbas?
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   El Angkar nunca usa objetos de la sociedad imperialista o feudal.
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   En relación con el sacrosanto principio de la autosuficiencia, la pequeña Camboya debía intentar producir todo por sí misma. Una cosa era que se importaran todos los bienes manufacturados (por no mencionar las armas) de la China Popular, pero se convirtió en una cuestión de honor rehusar al mismo tiempo los productos que venían de la vieja sociedad y de los 'países imperialistas'. (...)
   Los jemeres rojos afirmaban así, con mucha convicción, que los perfumes olían mal, o "apestaban a los olores de la burguesía y el imperialismo". (...)
   La mayoría de los automóviles fueron canibalizados. Las ruedas fueron usadas para carros de caballos; los neumáticos eran cortados en suelas para los calzados de todos los revolucionarios indochinos, las famosas sandalias Ho Chi Minh; las cámaras interiores fueron usadas para correas y cintas de las sandalias; el aluminio era fundido para hacer cucharas; las diferentes piezas del motor eran recicladas para reparaciones mecánicas; y el hierro era transformado en guadañas, azadas, rejas de arado, y otros instrumentos agrícolas.
   Muchos productos manufacturados (televisores, frigoríficos, lavadoras, etc., particularmente en Phnom Penh) fueron simplemente almacenados en ciertos puntos, dejando allí que se oxidaran. (...)
   Muy a menudo, especialmente durante los primeros meses del nuevo gobierno, se conminó a la 'gente nueva' (los ex-habitantes de las ciudades) a desprenderse de todas sus posesiones valiosas, como los relojes Orient o los perfumes, cadenas de oro y joyas, que eran muy codiciados por los jemeres rojos. Paradójicamente, los soldados jemeres rojos tenían gran afición a los pequeños objetos americanos que quitaban a los soldados republicanos que mataban, como encendedores, linternas, cascos de aluminio o navajas 'made in the U.S.'
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   ¡Tienes que ahorrar en todo!
   (Slogan de los jemeres rojos, inspirado en una antigua máxima de Mao: "Para la más gloriosa de las revoluciones, practica siempre el ahorro")
  
   Esta era una máxima admirable, especialmente para un país pobre, víctima de la guerra. Este slogan maoísta podía ir acompañado de un ejemplo: "por cada medida de arroz, debemos apartar un puñado". (...)
   Sin embargo, para los jemeres rojos, esto podría significar que cualquiera que dejase un grano de arroz en el fondo de su cuenco era un 'enemigo' de la revolución. Del mismo modo, cuando llegaba la hora de ejecutar a uno de estos 'traidores', tenían que ahorrar el precio de una bala: por lo general, la víctima era golpeada sin compasión en la nuca con una azada.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   Asesinaban a la gente sin malgastar balas. Usaban estacas de madera o barras de metal para aplastar las cabezas de las personas. Muchos de los prisioneros que se llevaban para ser asesinados estaban ya medio muertos de hambre y demasiado débiles para caminar o luchar contra sus asesinos. Los prisioneros eran atados con cuerdas y avanzaban en filas como si fueran ganado.
   (Vann Nath. A Cambodian Prison Portrait. One Year in the Khmer Rouge S-21)
  
   ¡Cuida de no desperdiciar el fertilizante de los excrementos humanos!
   (Consigna de los jemeres rojos)
  
   Sin duda, durante sus cursos de entrenamiento en la República Popular China, los dirigentes jemeres rojos se habían quedado positivamente impresionados por la tradición china del uso intensivo de heces humanas en la agricultura, como era también costumbre en Vietnam. Podemos ver también la mano de los expertos maoístas en esta muy extendida práctica en la Camboya de los jemeres rojos. El Angkar obligaba a los niños pequeños a recoger hojas y ramitas para mezclarlas con excremento humano, y una vez madurado el compost, les obligaba a esparcirlo por los campos. Era un ingrediente esencial, a falta de fertilizantes químicos, para mejorar el suelo, muy a menudo empobrecido y agotado de nutrientes. ¡En los pronunciamientos oficiales, la recolección y almacenamiento de este abono natural ocupaba un lugar más importante que la educación o la cultura!
   Los camboyanos que no hacían sus necesidades en áreas designadas corrían el riesgo de ser etiquetados de 'enemigos' de la revolución. Tal control de los recursos naturales atentaba profundamente contra las costumbres jemer tradicionales y es recordada como repugnante por aquellos que tuvieron que manipular este compost humano.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   Los cuadros jemeres rojos utilizaban también esta consigna para castigar y humillar a ciertas personas, por ejemplo a los soldados identificados como partidarios de Sihanuk, obligándoles a realizar tales degradantes tareas.
  
   ¡Camaradas, recoged el fertilizante nº 1!
   (Consigna de los jemeres rojos)
  
   El fertilizante nº 1 era, por supuesto, los desechos humanos. Los camboyanos tenían que defecar en zonas especiales designadas para la recolección de heces, cerca de los campos de arroz, detrás de pequeños arbustos. Las mujeres protegían su intimidad detrás de un krâma (pañuelo a cuadros rojos y blancos, una prenda con múltiples funciones de uso muy extendido entre los campesinos camboyanos). Los hombres tenían que recoger su orina en los tubos huecos de bambú, colgados de sus espaldas o pechos, en que habitualmente almacenaban el jugo azucarado de las palmeras. ¡Nada debía ser desperdiciado con el fin de enriquecer el empobrecido suelo de Camboya!
   En el posterior y más represivo periodo del régimen, 'el fertilizante nº 1' podía también significar los cuerpos humanos muertos desparramados por los campos o en tumbas poco profundas bajo árboles frutales, para fertilizar también el suelo.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)

 

 El sistema sanitario

   El Angkar sólo favorece a los que son infatigables.
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   Los jemeres rojos se burlaban de los '17 de abril', a los que acusaban de holgazanería y de eludir sus deberes. (...)
   Los '17 de abril' habían sido destinados desde un principio a ser eliminados, pero sólo después de que el Angkar les hubiera exprimido hasta la última gota de sudor y sangre. En este contexto, los enfermos no podían ser otra cosa que enfermos imaginarios, porque no podían o no querían trabajar, y por lo tanto estaban saboteando la revolución.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   Los enfermos son víctimas de su propia imaginación.
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   Todos los camboyanos escucharon esta reprimenda, que se les gritaba con violencia y especial aspereza cada vez que tenían fiebre o caían enfermos. Como regla general, especialmente si eran 'gente del 17 de abril' que estuvieran enfermos o cansados, eran acusados de simular. Peor era cuando estaban sufriendo de malnutrición o recrudecimientos de su enfermedad, debido a la completa ausencia de higiene y de medicina moderna. Muchos camboyanos siguieron adelante y literalmente trabajaron hasta la muerte. Habitualmente, sólo los cuadros jemeres rojos, tenían, por supuesto, acceso a la medicina occidental. (...)
   Los acusados de simular se comportaban así porque sus mentes estaban infectadas con la ideología de la vieja sociedad. La reeducación había fracasado hasta ese momento.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   Si tienes la enfermedad de la vieja sociedad, toma de medicina una dosis de Lenin.
   (Slogan de los jemeres rojos)
  
   Todo el mundo fue forzado a ir a los arrozales o sitios de trabajo, incluso si estaban muy enfermos o a punto de morir de hambre. Algunos, desde luego, murieron trabajando mientras los jemeres rojos les acusaban de estar fingiendo. (...)
   Para dominar a un pueblo, el principal medio no es por la fuerza o las armas, sino por el hambre. La única compensación por la labor era una comida dos veces al día, en refectorios comunales; a los que no trabajaban, incluyendo los enfermos, se les reducía su ración diaria de comidas. (...)
   Los jemeres rojos dieron con un método ingenioso y cruel de disuadir a las personas de que dijeran que estaban enfermos: simplemente reducían sus raciones de comida. (...)
   Esta directiva fue aplicada al pie de la letra en lo que los jemeres rojos llamaban 'hospitales'. Lo más a menudo, éstos eran un conjunto de cabañas de paja antihigiénicas, o anteriores edificios públicos, donde a los ingresados se les negaba la presencia de la familia, y eran dejados sin comida, medicinas o el cuidado de personal competente, en nombre de la siguiente norma:
   ¡Camarada! Es inútil visitar a los enfermos, ya que no perteneces al equipo médico, ni eres enfermera ni doctor.
   (...) Un enfermo –y había que estar muy enfermo para que el Angkar te mandara al hospital– podía tener malaria, beriberi, cólera, o cualquiera de las enfermedades tropicales que se habían extendido ampliamente a causa de la deplorable falta de condiciones sanitarias y la escasez de alimentos. Ni siquiera la madre o la abuela podían visitar a su hijo o nieto. El enfermo tenía que agonizar solo, quizá con las palabras consoladoras de otro enfermo, igualmente aislado y descuidado (...). Si un alma caritativa estaba ausente, los niños desesperados tenían que lamer sus heridas putrefactas para aguantar el hambre que roía sus entrañas, y morir solos.
   El 'cuidado' era esencialmente inyecciones con agujas usadas y sin esterilizar de un líquido rojizo guardado en botellas de cocacola, o zumo de coco –o medicamentos tradicionales en pequeñas bolitas, que tenían la forma de 'cagarrutas de conejo', como las llamaban todos los camboyanos–. Hojas y plantas eran recolectadas en el bosque por ciudadanos especialmente designados para esta tarea (una tarea muy solicitada, pues les permitía hartarse de comer y trabajar menos). Las plantas eran entonces picadas, machacadas en morteros, y se les daba finalmente forma de bolitas, que se distribuían al azar entre los enfermos, sin ningún examen médico.
   Nadie sabrá nunca cuántas víctimas fueron a estos 'hospitales'. Los cuerpos nunca eran devueltos a sus familias. Las personas eran llevadas al hospital, de la misma forma que eran mandadas a prisión, lo más a menudo para nunca salir con vida.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   Testimonio de Pin Yathay, un ingeniero que fue deportado en abril 1975 junto a su familia –dieciocho personas: tres ancianos, ocho adultos y siete niños– de la capital Phnom Penh a sucesivos campos de trabajos forzados. Extraído de su libro 'Vive, hijo mío':
   Any me confirmó que la situación en Don Ey era muy mala. Por todas partes, la gente mostraba signos de debilitamiento debido a la malnutrición y al exceso de trabajo. Pero había algo más grave. La región había sido golpeada por todas las enfermedades que conocíamos en Veal Vong, más algunas otras: cólicos, disentería, diferentes tipos de fiebres, paludismo, siempre agravadas por el agotamiento. La afección más corriente, sin embargo, era el edema, consecuencia directa del hambre, a causa de la cual la sangre se deterioraba y emitía un líquido que se acumulaba en los pies y las manos. Es una enfermedad extraña. Las extremidades se hinchan poco a poco como globos, hasta que la piel dilatada se hace lisa y translúcida. No duele, pero uno queda totalmente invadido por una debilidad discapacitante, por la sensación de que los miembros son demasiado pesados para moverlos. Al final, cada movimiento requiere tal esfuerzo que se desea no hacer nada aparte de quedarse tumbado. Se contaban ya los primeros muertos.
   A la mañana siguiente, explicaba mi situación al jefe de aldea. Viendo que no podía trabajar, me sugirió ir al hospital, pero respondí que prefería quedarme cuidándome en casa.
   (Pin Yathay, Stay alive, my son)
  
   Testimonio de Loung Ung, una niña que entre los 5 y los 9 años vivió bajo la dictadura de los jemeres rojos, donde relata el regreso de sus padres de un hospital al que habían acudido para recuperar a una de sus hijas (Keav, 14 años), que había sido ingresada enferma. Extraído de su libro 'Primero mataron a mi padre':
   Cuando las siluetas de mis padres aparecen por fin a lo lejos, corremos a su encuentro. Se me rompe el corazón cuando veo que vuelven sin mi hermana. Sus rostros están huraños. En mi corazón sé que ella ha muerto. (...)
   "Cuando llegamos allí, Keav estaba ya muerta –papá habla con tono cansado–. Murió poco antes de nuestra llegada. La enfermera dijo que no cesaba de preguntar si estábamos allí, de repetir que su único deseo era regresar a casa. Llegamos demasiado tarde. Pregunté a la enfermera si podíamos llevarnos su cuerpo, pero ella ya no sabía dónde estaba. Lo había arrojado fuera porque necesitaban la cama para otro paciente. La buscamos entre los muertos alineados por tierra, pero no la encontramos". La enfermera dijo a continuación a papá que por lo menos una docena de chicas jóvenes habían muerto por intoxicación alimentaria ese día.
   (Loung Ung, First they killed my father)

 

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El holocausto camboyano

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Fotografías: Eneko Pastor 
Realizadas en Camboya