Exposiciones fotográficas

El holocausto camboyano

Prisión secreta S-21 (Tuol Sleng)


   
'S-21'
es el número de código de la prisión y centro de interrogatorios principal del régimen de Pol Pot, un lugar en el centro-sur de la capital Phnom Penh, hoy reabierto como Museo de los Crímenes del Genocidio, y rebautizado como Tuol Sleng (fotos 001-035).
   S-21, que fue la más grande, pero ni mucho menos la única, prisión secreta de Kampuchea Democrática dedicada al encarcelamiento, interrogatorio y tortura de los camboyanos acusados de contrarrevolucionarios o disidentes (y de sus respectivas familias), constituye el puro símbolo de lo que los jemeres rojos entendían como 'Revolución Cultural'. Las aulas de una escuela superior, transformadas en las celdas de una cárcel de exterminio. Un colegio convertido en un calabozo de torturas.
El holocausto camboyano   
    Se calcula que entre 14.000 y 15.000 camboyanos (hombres y mujeres, niños y niñas, jóvenes y adolescentes, ancianos y ancianas) fueron encarcelados en esta prisión a lo largo del periodo jemer rojo. Todos ellos fueron repetidamente torturados, forzados a confesar crímenes falsos, y posteriormente trasladados al campo de exterminio de Choeung Ek, para ser ejecutados y enterrados allí. De estas 15.000 personas, se sabe que sólo 7 salieron con vida.
   La dictadura de los jemeres rojos de Pol Pot había prohibido a la población camboyana el consumo de cualquier producto manufacturado de origen occidental. Ello no impidió que los mismos oficiales de la prisión S-21 utilizaran cámaras fotográficas para realizar fotos de los camboyanos que eran encarcelados allí, con el fin de confeccionar un archivo de fichas de los prisioneros. Este archivo se ha rescatado y se conserva hoy en una base de datos bibliográfica, biográfica y fotográfica difundida por el Cambodian Genocide Program.
  
   Después, sentí que alguien me quitaba la venda de los ojos. Al principio mis ojos estaban desenfocados, pero luego mi visión se hizo más clara. Delante de mí había una silla con una cámara colocada enfrente.
   "Siéntate en esa silla", dijo el guardián, apuntándome.
   Los otros que estaban esposados a mí fueron conmigo pero se sentaron en el suelo mientras yo era fotografiado. El guardián tomó una foto de mi cara de frente, y luego de lado. Otro guardián midió mi cabeza y luego hicieron una tarjeta de identidad. Después de mí, fotografiaron a las otras personas que estaban encadenadas a mí. Entonces volvieron a vendarnos los ojos.
   (Vann Nath. A Cambodian Prison Portrait. One Year in the Khmer Rouge S-21)
  
   Se hicieron más de 5.000 fotografías de los detenidos en la prisión S-21 que estaban en proceso de interrogatorio y ejecución. Se desconoce la identidad de la mayoría de las víctimas. Una pequeña selección de las fotos se exhibe en paneles instalados en el Museo del Genocidio de Tuol Sleng (fotos 004 y siguientes). El CGP solicita a quienes puedan aportar alguna información, faciliten nombres y otros datos biográficos de las víctimas desconocidas que hayan podido reconocer.
     
   (En junio 1976) la prisión fue otra vez trasladada a nuevos locales: la anteriormente escuela superior, ahora conocida como Tuol Sleng. Este lugar podía albergar hasta mil quinientos prisioneros al mismo tiempo. El Santebal (o Rama Especial del CPK, centro neurálgico del aparato de purgas del Partido) empezó rápidamente a florecer. A principios de 1977, Tuol Sleng tenía empleados por lo menos a 111 guardianes. (...) Estos eran mantenidos en el centro no sólo por sus orígenes geográficos, sino por ser muy jóvenes de edad. Ochenta y dos de los ciento once guardianes tenían de 17 a 21 años. Sólo media docena se había unido a la revolución antes de 1973, y sólo otros dos habían trabajado para el Santebal antes de abril 1975. Estas personas iban a encarcelar y matar a la gran mayoría de los cuadros veteranos del CPK.
   (Ben Kiernan, The Pol Pot regime)
  
   La prisión S-21 estaba oficialmente organizada bajo la responsabilidad de Son Sen, el ministro de defensa, encargado del ejército y de la seguridad interna, o sea, de la represión.
  
   Ser ministro de defensa significaba que, bajo el régimen de Kampuchea Democrática, él estaba encargado también de la represión, porque su puesto incorporaba las dos funciones del ejército: proteger al país de los enemigos tanto del extranjero como del interior. Las purgas en China son el modelo de sus propias purgas.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   S-21 tuvo como director de 1975 a 1979 a Kaing Guek Eav aka Kiev, más conocido por su sobrenombre: Duch. Nacido en Kompog Thom en 1945, era profesor de matemáticas. En 1970 se alistó en el Partido Comunista de Kampuchea. Se le considera el responsable directo de las torturas y ejecuciones de más de 14.000 camboyanos que pasaron por esta prisión.
  
   Carteles en el Museo del Genocidio:
  
Cartel (foto001):
Introducción al Museo del Genocidio de Tuol Sleng
   El Museo de 'Tuol Sleng' fue en el pasado una de las escuelas de enseñanza secundaria de la capital, llamada Escuela Superior 'Tuol svay Prey'.
   Tras el 17 de abril de 1975 el clan de Pol Pot la transformó en una prisión, llamada S-21 (Oficina de Seguridad 21), que fue la mayor de Kampuchea Democrática. Estaba rodeada de un doble muro de hierro ondulado, rematado con espesos alambres de espino.
   Las aulas de la planta baja y los primeros pisos fueron divididas en celdas individuales, mientras que las del segundo piso fueron usadas como calabozos masivos.
   Varios millares de víctimas (campesinos, obreros, técnicos, ingenieros, doctores, maestros, estudiantes, monjes budistas, ministros, cuadros de Pol Pot, soldados de todas las graduaciones, los cuerpos diplomáticos de Camboya, extranjeros, etc.) fueron hechos prisioneros y exterminados, con sus mujeres y sus hijos.
   Hay aquí muchas evidencias que prueban las atrocidades del clan de Pol Pot: celdas, instrumentos de tortura, informes y documentos, listados de nombres de prisioneros, fotografías de víctimas, sus ropas y pertenencias.
   Descubrimos fosas comunes en los alrededores, y en particular las más numerosas, situadas a 15 km al sudoeste de Pnom Penh, en el pueblo de Choeung Ek, Distrito de Dangkor, Provincia de Kandal.
  
Cartel (foto028):
Reglamento de los agentes de seguridad
1.  Responde de acuerdo a las preguntas que te hago. No intentes desviarlas.
2.  No intentes esconder los hechos inventando pretextos según tus ideas hipócritas. Está estrictamente prohibido contestarme.
3.  No hagas el imbécil, porque tú eres el hombre que se opone a la revolución.
4.  Responde inmediatamente a mis preguntas sin tomarte tiempo para reflexionar.
5.  No me hables de tus inmoralidades ni de la esencia de la revolución.
6.  Durante las palizas o los electrochoques está prohibido gritar.
7.  Siéntate y espera a mis órdenes. Si no hay órdenes, no hagas nada. Si te pido que hagas algo, hazlo inmediatamente sin protestar.
8.  No tomes como pretexto Kampuchea Krom para esconder tus intenciones de traidor.
9.  Si no sigues todas estas órdenes, recibirás incontables bastonazos, descargas eléctricas y electrochoques.
10. Si desobedeces cualquier punto de mis reglamentos, recibirás diez latigazos o cinco electrochoques.
   

El holocausto camboyanoCartel (foto029):
Edificio 'C'
   - Planta baja: celdas individuales hechas de ladrillo.
   - Primer piso: celdas individuales hechas de madera.
   - Segundo piso: calabozo colectivo.
   El trenzado de alambre de espino que cerraba los balcones impedía a las víctimas desesperadas suicidarse.
  
   En la planta baja del Edificio 'C', las aulas de la escuela fueron compartimentadas mediante muros de ladrillo para convertirlas en calabozos de celdas individuales (foto030).
   Cada prisionero era encadenado con grilletes a una pared de su celda, y debía dormir sobre el suelo, sin cama ni mantas.
   En el segundo piso estaban las celdas colectivas. En una de las salas se exhiben, acumuladas, las barras y grilletes de hierro que se usaban para encadenar a los prisioneros en las distintas celdas de la prisión (foto031).
   Las barras de hierro se colocaban en mitad del suelo de una celda colectiva. Los prisioneros eran tumbados en el suelo a uno y otro lado de la barra, boca arriba y adyacentes entre sí, y encadenados por los tobillos a la barra.
   Los prisioneros debían permanecer en la misma posición, inmóviles, sin mantas, todas las noches y todo el tiempo que sus guardianes creyeran conveniente. Si deseaban cambiar de postura o hacer sus necesidades, debían pedir previamente permiso al carcelero de guardia.
   Sus necesidades corporales las hacían en pequeñas cajas metálicas de municiones usadas a modo de bacinillas, aprovechándose las heces como abono fertilizante para las huertas de las proximidades.
  
Cartel (foto032):
Edificio 'A'
   Se compone de tres pisos divididos en 20 celdas:
   El primero tiene 10 celdas, usadas para encarcelar, interrogar y torturar a prisioneros que habían sido oficiales de alto rango.
   El segundo y tercero tienen 5 celdas cada uno, usadas con el mismo propósito que el primer piso.
   Quedan actualmente abundantes evidencias en todas las celdas que prueban las atrocidades del clan de Pol Pot.
  
Celdas de torturas (fotos 033 y 034):
   Las aulas del Edificio 'A' fueron habilitadas por los dirigentes de la prisión como celdas de interrogatorios (= torturas), sobre todo para oficiales y mandos de los mismos jemeres rojos que eran acusados de traición o de actitudes contrarrevolucionarias, o simplemente habían caído en desgracia.
   Se encadenaba a los detenidos a un jergón de hierro en mitad de la sala, donde se les apaleaba para arrancarles falsas confesiones, o se les aplicaba electrochoques, a veces arrojándoles simultáneamente un balde de agua sobre la cabeza para aumentar la intensidad de la sacudida eléctrica.
   Cuando las tropas vietnamitas tomaron Phnom Penh el 7 enero 1979 y derrocaron a los jemeres rojos, los cuerpos de las últimas víctimas estaban todavía encadenados con grilletes a estos jergones (según el Ministerio de Información y Cultura de Phnom Penh).
  
Cartel junto a un larguero sobre postes que se usaba en la ex-escuela de Tuol Sleng para hacer gimnasia (foto035):
El cadalso
   Estos postes provistos de cuerdas habían sido utilizados por los estudiantes para hacer ejercicios físicos. Los jemeres rojos utilizaron este tinglado para llevar a cabo interrogatorios. Los verdugos ataban las manos de los prisioneros a sus espaldas con una cuerda y los izaban cabeza abajo, hasta que perdían la conciencia. Entonces sumergían la cabeza del prisionero en una tinaja con agua sucia y pestilente, que usaban normalmente como fertilizante para los cultivos de la terraza exterior. Conseguían así que las víctimas recobraran la conciencia, y los interrogadores podían continuar con su tarea.
  
   Aunque las políticas económicas y sociales de Kampuceha Democrática no encajan con un marco fascista, son sorprendentes los parecidos entre S-21 y los campos de exterminio nazis (...)
   La diferencia más destacada entre los casos camboyano y alemán reside en la extensión de la documentación elaborada en S-21. Los prisioneros tanto bajo los nazis como bajo la Kampuchea Democrática fueron desprovistos de cualquier cosa parecida a una protección legal; pero mientras los de los campos de exterminio nazis eran simplemente explotados con trabajos físicos a la espera de su ejecución, los de S-21 fueron tratados casi como si estuvieran sujetos a un sistema judicial y sus confesiones fueran a aportar pruebas ante un tribunal. A este respecto, recuerdan a los supuestos contrarrevolucionarios que fueron a 'juicio' en la Unión Soviética, en grandes números, en los años 30. En la Alemania nazi, los prisioneros políticos eran recluidos en campos separados de los que estaban destinados a ejecución y fueron de alguna manera mejor tratados. En S-21, todos fueron acusados de delitos políticos, y fueron todos asesinados.
   (David Chandler, Voices of S-21)

   De entre los prisioneros que pasaron por la cárcel S-21, un buen porcentaje estaba compuesto por cuadros y mandos de los mismos jemeres rojos, que, por un motivo u otro, habían caído en desgracia, y eran acusados de traición a la causa revolucionaria. El mismo monstruo que habían contribuido a engendrar, se volvió contra ellos y los devoró.
  
   Grande fue la consternación y el desconcierto de algunos militantes, cuya devoción no tenía tacha, cuando se encontraron frente a sus torturadores en S-21 u otras prisiones, y fueron obligados a confesar traiciones que nunca habían cometido. ¿Cómo podía el Partido al que habían servido con toda su alma y corazón, y por el cual habían sacrificado toda felicidad humana, volverse contra ellos y acusarles de traición?
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
    Camaradas, el Angkar ya conoce vuestras enteras biografías.
    (Admonición del Angkar)
  
   El pravoatterup (traducible como 'biografía', 'historia personal' o 'confesión') era un instrumento esencial para el control de la población. Aunque era común en todos los países comunistas escribir tu propia historia personal, se convirtió en una herramienta esencial de 'reforma del pensamiento' en la China de Mao. Los jemeres rojos radicalizaron más aún esta práctica, haciéndola más represiva y absurda. (...) Para los cuadros, este ejercicio era de extrema importancia, y en cada nuevo puesto, se les exigía hacer un nuevo pravoatterup, usando sus verdaderos nombres, no el nom de guerre que utilizaban en su vida diaria. La burocracia y papeleo de S-21 no eran más que la punta del iceberg. En todas las cárceles y centros administrativos del país se amontonaron páginas y más páginas, cuadernos y más cuadernos, con las historias personales de los cuadros o las personas consideradas como potencialmente desviacionistas. Estas eran copiadas o transcritas por un ejército de empleados y luego circulaban de comuna en comuna, o acompañaban a los cautivos tras los arrestos.
   Cada ciudadano que no fuera un simple campesino, tenía, en un momento u otro, que escribir su autobiografía, y luego reescribirla de nuevo, de forma que, si había mentido, se descubriera y condenara a sí mismo. Por lo tanto, tenía que tener muy buena memoria si pertenecía, o había sido cercano, a aquellas categorías de personas destinadas al exterminio, de forma que si ocultaba algo sobre sí mismo, tenía que hacerlo con lógica y consistencia. A los interrogadores, que probablemente seguían cursos de entrenamiento por todo el país, se les pedía que usaran la tortura para obtener información meticulosa y documentada. (...) Tenían que desbaratar a toda costa los complots o detectar a aquéllos que, en el futuro, podrían conspirar contra el régimen. (...)
   El individuo, muy a menudo un '17 de abril', era considerado como irredimible a ojos de los jemeres rojos. Para los cautivos en las prisiones, estas confesiones les llevaban a una completa autodegradación y a la autotraición, previas a la muerte: a confesar, en medio de atroces sufrimientos, que uno era un traidor a sueldo de una potencia extranjera, y a dar nombres. (...)
   Para hacer que los acusados hablaran más fácilmente –y esto era parte de la tortura psicológica– el Angkar pretendía conocer ya todas sus fechorías.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   "El Angkar ya lo sabe; pero, si el Angkar te hace preguntas, es porque está deseoso de saber si todos y cada uno de vosotros, hermanos y hermanas, sois o no leales al Angkar".
    (Admonición del Angkar)
  
   Los jemeres rojos hacían preguntas, pretendiendo saber ya las respuestas. Esto no era completamente inexacto, ya que cada acusado era llevado ante su interrogador con documentación sobre su persona, suministrada voluntaria o forzosamente.
   Indiquemos también que se daba por garantizado que los individuos asiáticos no podían sino formar parte de una familia o un clan. Los investigadores no podían imaginar que los miembros de una familia pudieran adoptar posturas políticas divergentes, o que cualquiera pudiera actuar según su propio e individual libre albedrío. Ello puede explicar porqué los jemeres rojos ejecutaban a familias enteras, incluyendo a los niños muy pequeños.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book)
  
   "El Angkar nunca repite la misma pregunta dos veces".
  
   "Cuando el Angkar te pregunte, responde con lealtad".
  
   "¡Pregunta rápida, respuesta rápida! ¡Cuando se te haga una pregunta, responde rápidamente!"
  
   "¡Responde directamente! ¡No desvíes el tema!"
   (Advertencias y órdenes de los torturadores jemeres rojos a sus víctimas)
     
   En un periodo posterior del régimen, tras las purgas de aquellos que estaban relacionados con el anterior gobierno republicano, y confrontados con el creciente desorden causado por las aberrantes decisiones tomadas en Phnom Penh, el Angkar, en lugar de corregir su política, persistió tozudamente en llevarla hasta límites radicales, en un insensato salto hacia el abismo. Con cada vez más fracasos y contratiempos, los miembros del Comité Ejecutivo del CPK, en vez de sentir alguna responsabilidad, se vieron a sí mismos, en su paranoia colectiva, como rodeados por hordas de enemigos del exterior (especialmente los vietnamitas cuyos pueblos habían atacado salvajemente en las regiones fronterizas) y del interior (supuestamente "a sueldo de la CIA y del KGB"). (...)
   El Angkar se movía por la verdadera necesidad de rastrear sin piedad a los así llamados agentes de los servicios secretos extranjeros, y exterminarlos tras torturarlos y hacerles confesar sus 'infames crímenes' y 'entregar' a sus 'cómplices' –si es que había alguno en el país–. ¡Poca diferencia había! Compartiendo la misma psicosis colectiva que los chinos durante la Revolución Cultural –que veían por todas partes espías a sueldo del extranjero– los jemeres rojos hacían sospechosos de traición a muchos ciudadanos inocentes. El KGB estaba extrañamente conectado con la CIA, en la fantasmagoría de los jemeres rojos, a causa de su odio visceral hacia sus anteriores aliados, los revolucionarios vietnamitas. Ya se sabe que la Unión Soviética era el principal aliado del régimen de Hanoi. (En enero 1977, un oficial de alto rango, Koy Thuon) fue acusado de ser un agente de la 'CIA soviética', y se conserva su confesión.
   (Henri Locard, Pol Pot's Little Red Book
 
   Los archivos crecían; más y más sospechosos eran arrestados, procesados, interrogados, y 'destruidos' (komtec). En las zonas, tres acusaciones independientes de que alguien era miembro de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) –o sea, que era contrarrevolucionario a los ojos de otro miembro del partido– eran suficientes para un arresto, y si el interrogatorio levantaba más dudas, el prisionero era llevado a Tuol Sleng. Los obreros de las fábricas de las cercanías, que tenían una vaga idea de lo que estaba ocurriendo, describían el centro de interrogatorios como "el lugar donde se entraba y nunca se salía" (konlaenh choul min dael chenh).
   (David Chandler, Brother Number One. A political biography of Pol Pot)

El holocausto camboyano    Extractos de una entrevista con Duch (sobrenombre de Kaing Guek Eav aka Kiev), el director de la prisión S-21 durante el régimen de Pol Pot. En los años 80 desertó de los jemeres rojos y se convirtió al cristianismo. Fue arrestado en mayo de 1999. Duch fue condenado en julio 2010 por 'crímenes de guerra y contra la Humanidad' por las Cámaras Extraordinarias de los Tribunales de Camboya a 34 años de prisión, como responsable de la tortura de más de 15.000 camboyanos.
   Pregunta.  ¿Usted fue responsable desde el principio?
   Respuesta.  Me encargaron que creara el centro, que lo pusiera en funcionamiento, aunque nunca supe por qué me eligieron a mí precisamente. Es verdad que antes de 1975, cuando los jemeres rojos vivían en la clandestinidad, en la jungla, en las zonas liberadas, yo era el jefe de la Oficina 13 y el responsable de la policía en la zona especial que limitaba con Phnom Penh.
   (...)
   P.  ¿Cómo era su jornada en ese lugar?
   R.  Todos los días tenía que leer y controlar las confesiones. Realizaba esa lectura desde las siete de la mañana hasta la medianoche. Y todos los días, hacia las tres de la tarde, me llamaba el profesor Son Sen, ministro de Defensa. Le conocía desde que enseñaba en el instituto. Fue él quien me pidió que me uniera a la guerrilla. Me preguntaba cómo iba el trabajo. (...)
   Llegaba un mensajero, un emisario, que recogía las confesiones y las llevaba a Son Sen. Usted sabe que los jemeres rojos habían vaciado la capital. No había población urbana. Las escuelas estaban cerradas; los hospitales, cerrados; las pagodas, vacías. Sólo podían moverse poquísimas personas. Estos mensajeros eran el único nexo entre una oficina y otra. Por la noche no dormía en Tuol Sleng. Tenía varias casas y, por razones de seguridad, dormía cada noche en un sitio diferente. (...)
   En Tuol Sleng había una convicción difundida y tácita, y no se necesitaban indicaciones por escrito. Yo y todos los demás que trabajaban en ese lugar sabíamos que quien entraba allí debía ser destruido psicológicamente, eliminado de una forma progresiva; no había escapatoria posible. Ninguna respuesta servía para evitar la muerte. (...)
   Veíamos enemigos y más enemigos por todas partes. Cuando descubrí que en la lista de las personas a las que había que eliminar estaba incluso el ministro de Economía, Von Vet, sufrí un choque, una verdadera conmoción.
   (...)
   P.  ¿Qué sentía ante ese número creciente de víctimas que usted contribuía a aumentar?
   R.  Me sentía empujado hacia un rincón, como todos en ese engranaje; no tenía opción. En la confesión de Hu Nim, ministro de Información y uno de los dirigentes jemeres más importantes, también arrestado ahora, estaba escrito que la seguridad en una cierta zona estaba garantizada, asegurada. Pero Pol Pot, el hermano número 1, el jefe de todo, no estaba satisfecho con esa información; era demasiado normal, había que sospechar siempre, temer algo, y llegaba la petición: "Interrogadlo otra vez, interrogadlo mejor".
   P.  Lo que significaba sólo una cosa: nuevas torturas.
   R.  Pasaba siempre eso. Por ejemplo, en el caso de mi cuñado. Le conocía muy bien, se había creado una relación auténtica de parentesco, pero tenía que eliminarlo de todas formas; sabía que era una persona estupenda, pero, sin embargo, tenía que fingir que creía en esa confesión conseguida con violencia. Así que para protegerlo no analicé con demasiado rigor esas declaraciones. Y en esa ocasión mis superiores empezaron a dejar de tener plena confianza en mí. Al mismo tiempo, yo ya no me sentía seguro.
   (...)
   P.  Usted está ahora arrepentido, pero ¿qué pasa con todos esos miles de víctimas, esa violencia practicada con métodos primitivos, esas mentiras transformadas en verdad?
   R.  Si alguien busca la responsabilidad, y los diferentes grados de responsabilidad, lo único que puedo decir es que no había vía de escape para quien entraba en la máquina de poder ideada por Pol Pot. Sólo los dirigentes conocían la verdadera situación, pero los cuadros intermedios la ignoraban. Y además había esa obsesión por el secretismo. Está claro que usted me pregunta si no podía rebelarme, o por lo menos huir.
   P.  Eso es.
   R.  Si intentaba huir, ellos tenían como rehén a mi familia, que habría corrido la misma suerte que los otros prisioneros de Tuol Sleng. Mi fuga, mi rebelión no habría ayudado a nadie.
   (Entrevista realizada por Valerio Pellizzari, publicada en El País, Madrid, 10 febrero 2008)
 

  
Vann Nath: un testimonio pictórico
Fotos 036-046
  
   Presentamos a continuación varios extractos de la autobiografía de Vann Nath, prisionero de los jemeres rojos, uno de los poquísimos camboyanos (fueron siete u ocho) que consiguieron salir con vida de la prisión secreta S-21. Vann Nath tuvo la suerte de poder escapar en medio del caos provocado por el ataque a Phnom Penh del ejército de Vietnam a comienzos de 1979.
   Vann Nath fue encarcelado en S-21 en 1977, aunque al día de hoy todavía desconoce los motivos de su arresto. Fue apaleado y torturado, y casi murió de hambre. Pero debido a sus habilidades como artista, y a pesar de figurar su nombre en la lista negra de ajusticiables, no fue asesinado: en lugar de ello fue obligado a pintar retratos de Pol Pot a partir de fotografías del 'Gran Hermano'.
   En el año que pasó en prisión, Vann Nath no pudo tener el menor contacto con su familia. Sus dos hijos (uno de cinco años, el otro de seis meses de edad) murieron de enfermedades.
   Cuando a finales de 1979 fue creado el Museo del Genocidio de Phnom Penh en lo que antes había sido la prisión, Vann Nath regresó a Tuol Sleng, y trabajó allí varios años. Volvió a poner en práctica sus dotes como artesano para pintar escenas de la vida en la cárcel, a fin de que los visitantes pudieran tener un testimonio pictórico de las atrocidades que se cometieron allí. Sus pinturas se exhiben hoy en el museo.
  
   Extractos de su libro 'Un año en el S-21 de los jemeres rojos':

   "De pie", ordenó el guardián. Todos los prisioneros nos levantamos y nos volvieron a atar a todos juntos con una cuerda alrededor de nuestros cuellos. Caminamos en la oscuridad. Me era muy difícil mantenerme en pie y andar –débil y con los ojos vendados–, así que me concentré en seguir el sonido de los pasos de las personas que iban delante de mí. Nos estaban conduciendo escaleras arriba. Había que subir muchos escalones.
   Cuando llegamos arriba los guardianes nos ordenaron que nos sentáramos. Mis piernas estaban rígidas y me temblaban. Nos quitaron las vendas. Estaba en una amplia habitación con una pizarra cerca de la puerta. Cerca de la pizarra había unos 12 prisioneros que estaban encadenados con grilletes (...) Sus cuerpos estaban muy delgados y pálidos. No podría decir si eran hombres o mujeres. Los guardianes nos encadenaron a los 20 recién llegados con grilletes de hierro para piernas. Debíamos deslizar nuestros tobillos dentro de argollas de metal que estaban enganchadas a una larga barra de metal, con más de una docena de prisioneros encadenados a una barra.
   "Si hay alguien que sepa leer, que lea este reglamento en voz alta para que lo oigan los demás", dijo el guardián, un chico de unos 15 años. Tras escuchar el reglamento interno, me senté.
   "¡Quién te permite hacer eso!", gritó el guardián. "¡En pie! ¡Levántate! ¡Tú no eres libre! ¡No puedes hacer lo que quieras!"
   "Quítate tu ropa negra", dijo. Desgraciadamente yo no llevaba ropa interior. Dije a los guardianes, "Hermanos, no tengo ropa interior".
   "No importa", dijo el guardián. "Quítate la ropa".
   Me di cuenta de que en este lugar eran más estrictos que en Battambang. Supe que no podía persuadirles de no quitarme la ropa, así que me la quité. Veinte de los 32 prisioneros estaban también desnudos.
   Un viento fresco entraba por la ventana y sentí mucho frío. Me senté con los brazos alrededor de las rodillas tratando de calentarme. Después de un rato, un guardián trajo un montón de prendas y las arrojó al suelo. Conseguí un par de pantalones amarillos y una camisa de manga larga sin botones. Traté de imaginar cómo podría ponerme los pantalones con una de mis piernas sujeta por un grillete. Me puse primero la camisa y entonces se me ocurrió una manera. Introduje los pantalones a través de la argolla de una pierna, haciéndolos avanzar poco a poco hasta que pasaron del todo. Entonces introduje el otro pie en los pantalones. Después me tumbé exhausto en el suelo, sin un solo grano de arroz en mi estómago. Me dormí sin saber nada.
   Me desperté temprano al día siguiente, con el cuerpo dolorido. Estaba hambriento y me pregunté qué clase de comida me darían cuando me permitieran comer. Quería sentarme, pero no me atrevía porque el reglamento decía que si queríamos sentarnos, teníamos que pedir permiso a los guardianes (...)
   Entonces un hombre que traía papilla en un cubo colgando de un palo sobre su hombro entró en la habitación. Yo estaba muy excitado porque me daba cuenta de que había llegado la comida. Se nos dio a cada uno cuatro pequeñas cucharadas de papilla y un poco de sopa aguada con hojas de banana flotando en ella. Me supo delicioso porque estaba muy hambriento.
   Pero tras un par de cucharadas, toda la comida había desaparecido, y los guardianes nos ordenaron dormir. Me tumbé en el suelo y me di cuenta de que no me iban a dar agua (...)
   Constreñido por las argollas, traté de cambiar un poco la postura de mi cuerpo dolorido (...) Pensé en los prisioneros que estaban allí antes que yo, y me pregunté cuánto tiempo habrían estado en aquella habitación. Finalmente, me quedé dormido.
   Cuando me desperté, necesitaba imperiosamente sentarme y beber agua. No había bebido agua desde el día anterior (...) Empezaba a sentir hambre y quería pedir agua, pero no me atrevía.
   Otro prisionero reclamó, "Hermano, quiero sentarme un poco". El guardián accedió. Entonces el mismo hombre pidió un poco de agua.
   "¿Por qué me pides beber agua?" vociferó el guardián (...)
   Me tumbé y miré a una pequeña salamanquesa (gecko) en el techo que estaba cazando insectos alrededor de la luz eléctrica. La salamanquesa es más afortunada que yo, pensé, porque tiene un montón de insectos para comer. Sentía que mi estómago casi tocaba mi espalda. ¿Cuándo nos darán otro plato de papilla de arroz? Quizás sólo dan una comida al día. Si es así, nos moriremos de hambre en menos de medio mes (...)
   Esta era mi segunda noche allí. No me podía dormir, porque los guardianes estaban constantemente entrando para comprobar los grilletes, porque temían que nos fugáramos. Dios mío, la barra de hierro era tan gruesa como nuestros pulgares. ¿Cómo íbamos a poder liberar nuestros pies?
   Entonces oímos una voz de mando, "Levantaos todos". Tras sentarme, vi a un muchachito, de unos 13 años, de pie con una vara de un metro de largo hecha con cables eléctricos trenzados.
   "¿Por qué estáis durmiendo todavía? Ya casi ha amanecido", dijo el chico, "No seáis vagos. A hacer gimnasia".
   "¿Cómo podemos hacer gimnasia?", preguntó un prisionero.
   "Qué estúpido eres, viejo chocho", dijo el chico, "Coged los cubos de mierda y ponerlos bajo las barras de argollas y saltad todos juntos".
   Todos los prisioneros seguimos las instrucciones. El ruido metálico de las argollas y los cubos sonaba por toda la habitación. Intenté brincar unas pocas veces junto a los demás prisioneros. Pero ¿cómo podíamos hacerlo con un tobillo encadenado a la argolla y el otro pie saltando? Y no teníamos la menor energía.
   Tras unos dos minutos el ruido de las argollas se tornó en silencio. Miré alrededor y vi a algunas personas de pie, mientras otras se habían sentado.
   "¡Quién os ha dicho que os sentéis!" gritó el guardián. "Esperad hasta que os diga de hacerlo".
   Como tenía miedo a la vara de cables eléctricos, intenté saltar de nuevo. Si no obedecíamos las órdenes, nos golpearía. Un rato más tarde nos dijo que paráramos.
   "¡Muy bien, alto! ¿Os sentís bien?"
   "Sí, bien", respondimos al unísono.
   "¡Muy bien! Podéis dormir de nuevo", dijo.
(...)
  
      Mientras uno de los hombres escribía, me preguntaron sobre mi entorno: qué había hecho desde que tenía 10 años, durante la época de Sihanuk, la época de Lon Nol, etcétera. Les dije que había sido estudiante, y luego pintor –lo cual era, al fin y al cabo, la verdad.
   "¿Cuál fue el problema por el que te arrestaron?", preguntó el interrogador. Dije que no lo sabía.
   "El Angkar no es estúpido", dijo. "Nunca detiene a gente que no sea culpable. Ahora piénsatelo otra vez – ¿qué hiciste mal?"
   "No lo sé", dije otra vez. "Yo estaba trabajando en la base. El Angkar me encargó salir a buscar cañas y entonces me arrestaron."
   El interrogador me dijo que confesara, o de lo contrario me haría daño. Yo no tenía ninguna respuesta. Ató  fuertemente un cable eléctrico a mis esposas y conectó el otro extremo a mis pantalones con un imperdible. Se sentó de nuevo.
   "Se nos ha informado que has ido por ahí instigando a la gente a oponerse al Angkar", dijo, "¿Quién está en tu organización?"
   "No sé de qué me hablas, hermano", dije. No sabía qué pensaban que había hecho yo. (...)
   El hombre que tenía una pistola la dejó en la mesa y caminó hacia mí. Conectó el cable a la corriente eléctrica y conectó el otro extremo a los bajos de mis pantalones.
   "¿Te acuerdas ahora? ¿Quiénes colaboraron contigo para traicionar al Angkar?", preguntó.
   No se me ocurría con qué palabras responderle cuando me dio una descarga eléctrica. Mi cuerpo entero tuvo un espasmo y me desmayé.
(...)
  
   Duch me preguntó cuántos años había yo sido pintor, y deduje que había leído mi biografía. Trajeron una gran fotografía de Pol Pot y me la pusieron delante.
   "¿Conoces a esta persona?", preguntó Duch.
   "No, no la conozco", dije.
   "Intenta adivinarlo. Di quién es".
   "No, no me atrevo, porque no le conozco".
   "No tengas miedo. Te estamos diciendo que lo adivines."
   "Bueno, es... el Hermano... el Hermano... Khieu Samphan", aventuré.
   Prorrumpieron en carcajadas.
   "No, no es el Hermano Hem", dijo Duch, refiriéndose a Khieu Samphan por su nombre revolucionario, Hem. "¿Sabes por qué has sido traído aquí abajo?"
   Dije que no lo sabía.
   Bueno, escucha atentamente. Quiero una reproducción de esta fotografía realista, clara, correcta y noble. ¿Puedes hacerlo?"
(...)
  
   En los nueve días en que estuve en la planta baja pintando, comprobé que la prisión estaba muy activa y ocupada. Los prisioneros eran traídos en camiones día y noche, a veces hasta las dos de la madrugada. Oh, jemeres, tanto yo como los demás, ¿por qué éramos un pueblo tan miserable? ¿De qué éramos culpables? No se me ocurría en qué podía haberme equivocado. Cuando iba escaleras arriba, les oía gritando a los prisioneros: "¡Tú eres CIA!" o "¡Tú eres KGB!"
   Las palabras "CIA" y "KGB" eran la principal causa de muerte de la gente. De hecho, ninguno de nosotros sabía lo que eran la CIA o el KGB. Justo sabía que CIA eran los agentes secretos de Estados Unidos y KGB eran los agentes de la Unión Soviética. Pero más allá de eso, yo no sabía ni entendía nada.
(...)
  
   ¿Pensaban que los nuestros eran trabajos fáciles? Habíamos invertido años en aprender estas habilidades para tener de por vida una carrera que fuera pacífica y limpia, mientras las únicas habilidades de los guardianes eran apretar el gatillo para matar gente y destruir cosas obedeciendo a los eslogans que emitían por la radio todos los días: "Todas las cosas del anterior régimen deben ser destruidas... Construid una nueva Kampuchea próspera y progresista con grandes avances."
(...)
  
   Pasaron tres días, y volvimos al trabajo como de costumbre. Cuatro de nosotros, incluyendo a Meng, estábamos preparando los moldes para una estatua del Hermano Número Uno: Pol Pot. Trabajábamos cuidadosamente, esperando buenos resultados cuando abriéramos los moldes a los pocos días. Tuvimos la suerte cuando los abrimos de encontrar la estatua sin rayaduras y en buen estado. Duch y sus colegas mostraban grandes sonrisas en sus caras.
   Más tarde el Angkar ideó un plan para fabricar estatuas de plata. Duch mandó a sus hombres ir a recolectar miles de kilos de objetos de plata para hacer estatuas de plata maciza. Primero teníamos que ajustar todos los moldes de forma que se asemejaran exactamente a Pol Pot.
   Luego se nos confió a todos un nuevo trabajo: hacer una estatua de cemento de ocho metros de alto de Pol Pot, de pie entre campesinos portando banderas y demás –con intención de mostrar la historia de la lucha de clases. Iba a ser construida en la cima de Wat Phnom (principal pagoda de Phnom Penh, elevada sobre una colina) y los stupas y pagodas budistas sería derribados. Primero hicimos un pequeño modelo de la estatua para enviarla a Pol Pot para su aprobación.
(...)
  
Retorno a Tuol Sleng
   En noviembre (de 1979, tras el derrocamiento del régimen jemer rojo) el gobierno nos pidió, a mí y a otros varios supervivientes, que ayudáramos a organizar un Museo del Genocidio en los terrenos de la prisión. La idea de volver a ese lugar terrorífico me produjo pavor, pero decidí volver. Trabajé allí como pintor, componiendo escenas de la vida en S-21 con el fin de que los camboyanos y los visitantes de otros países pudieran saber lo que había ocurrido.
(...)
   Al segundo día ya no me sentía tan angustiado de estar en los terrenos de la vieja prisión. Lo que me sorprendió fue descubrir las tumbas frente al Edificio A. ¿Cuándo habían sido cavadas estas tumbas? El último día que había estado allí era el 7 de enero. Entonces no había tumbas. Pregunté a algunos de los otros que trabajaban allí y me dijeron que una semana después del 7 de enero, los soldados de liberación jemeres y vietnamitas lanzaron allí un ataque de limpieza y encontraron estos cuerpos en las camas de Edificio A. Los cadáveres estaban hinchados y corrompidos, y fueron enterrados en el patio. Los militares tomaron también fotografías para dejar todo registrado.
(...)
   Tras discutir la distribución de tareas, se me asignó la responsabilidad de pintar cuadros, y encontré una habitación tranquila en el segundo piso de uno de los edificios, donde podía trabajar.   
(...)
   Dos meses más tarde, el 7 de enero de 1980, el Museo del Genocidio de Tuol Sleng fue abierto al público. Los visitantes, tanto jemeres como extranjeros, quedaron conmocionados por la brutalidad que mostraban las fotografías, las pinturas y los instrumentos de tortura expuestos. En algunos casos, oímos los gritos de visitantes horrorizados que vieron las fotos de sus maridos, esposas o hijos que habían sido asesinados allí.
(...)
   El tiempo pasó, y poco a poco reconstruí mi vida. Me siento mucho más distendido, capaz de revelar el misterio de esta prisión a los forasteros, de forma que puedan conocer lo horrible que fue. Creo que los espíritus de los que murieron habrán aplaudido nuestro trabajo. Contribuir al establecimiento de este Museo del Genocidio es la cosa más significativa que he hecho en mi vida. Sólo un puñado de personas que probaron el sabor de esta prisión ha sobrevivido. Fue una gran suerte para mí haber nacido con temperamento y amor por el dibujo y la pintura. Si no, mi nombre no habría sido subrayado en rojo –significando que se me iba a perdonar la vida– en aquella lista 'negra' del 16 de febrero de 1978.
(...)
  
   Vann Nath se reencontró hacia 1995 con Huy, uno de los verdugos de S-21, que se había entregado a las autoridades gubernamentales, admitiendo que había matado a más de 2.000 personas ("demasiado pocas", pensó Vann Nath, "sólo una fracción del número total").
   Le pregunté si había visto las pinturas que había yo colgado en el museo. Dijo que sí.
   "¿Qué opinas de las pinturas? ¿Son demasiado exageradas?", pregunté.
   "No, no son exageradas", dijo. "Hubo escenas más brutales que ésas".
   "Lo he preguntado porque quiero saber la verdad. He pintado estos cuadros en parte basándome en lo que vi y oí yo mismo, y también en lo que las víctimas directas me contaron. Quiero que me digas la verdad".
   "Te estoy diciendo la verdad: no son exageradas", dijo.
   Me quedé un momento parado pensando en sus palabras. Algunas de las escenas que yo había pintado eran lo que había visto con mis propios ojos. Otras pinturas estaban basadas en descripciones de las víctimas. Un cuadro –de soldados arrancando un bebé que llora de los brazos de una madre angustiada– estaba basada en los gritos y gemidos de mujeres y niños que oía desde mi habitación cada par de días.
   "¿Viste la pintura de los guardianes de la prisión arrancando un bebé a su madre, mientras otro tipo golpea a la madre con una estaca? ¿Qué hacíais tú y tus hombres con los bebés?"
   "Uh... nos los llevábamos para matarlos."
   "¡Qué!", grité conmocionado.
   "Teníamos órdenes de llevárnoslos para matarlos".
   "¿Matásteis a esos pequeños bebés? ¡Dios mío!"
(...)
   La palabra 'brutal' es demasiado suave para describir su crueldad. No tuve el valor de preguntarle cómo mataban a aquellos niños y cuántos niños habían matado. Miré la habitación del piso superior del Edificio C, sintiendo que el horror todavía continuaba ante mí. Los gritos de dolor de las madres se mezclaban con los sollozos de los bebés, creando un sonido terrorífico.
(...)
  
   Actualmente, de cuando en cuando se habla de cerrar el Museo del Genocidio de Tuol Sleng. Hay quienes argumentan que eso ayudaría a curar las heridas y a recuperar juntos nuestra fracturada nación. Sin embargo, creo firmemente que el museo debería permanecer abierto. Más de 14.000 prisioneros fueron ejecutados en S-21. Si el Museo de Tuol Sleng es abandonado o reconvertido a otros fines, eso significaría que aquellos hombres, mujeres y niños que murieron habrían sido simplemente eliminados; que sus muertes fueron absurdas. Quiero mantener la memoria viva, de forma que los visitantes extranjeros y la nueva generación de camboyanos puedan conocer qué sucedió en aquel tiempo. Nuestros hijos deben aprender a no tratar nunca a los seres humanos como animales, o peor que animales.
(...)
  
   Pol Pot murió impune, sin haber tenido nunca que responder de sus actos. Y quizá tampoco los dirigentes jemeres rojos supervivientes serán nunca castigados. Pero de una manera u otra, creo que habrá justicia. Una persona cosecha lo que ha sembrado. Según la religión budista, las buenas acciones producen buenos resultados, las malas acciones producen malos resultados. El campesino cosecha el arroz, el pescador atrapa el pescado. Pol Pot y sus secuaces recogerán las acciones que han cometido. Cosecharán lo que han sembrado.

   (Vann Nath. A Cambodian Prison Portrait. One Year in the Khmer Rouge S-21)

 

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El holocausto camboyano

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Fotografías: Eneko Pastor 
Realizadas en Camboya
Nota.  Las fotografías (refs. 40650001 a 40650102) mostradas en nuestro sitio-web bajo el título de 'El holocausto camboyano' no están sujetas a comercialización por parte de fotoAleph. 
   
   


  

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