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India rupestre

Prehistoria y primera arquitectura rupestre

 

Cuevas de Bhimbetka. Prehistoria del arte en la India

   El descubrimiento hace pocas décadas de las pinturas rupestres de Bhimbetka ha trastocado las nociones que se tenían de la historia del arte en la India, retrotrayendo sus orígenes a miles de años antes de lo que estimaban los estudiosos.
India rupestre   Las cuevas de Bhimbetka abren sus bocas entre las rocas y peñascos de una colina que sobresale en la llanura de Madhya Pradesh, una estribación de los montes Vindhya en la zona sur de la gran meseta central de la India. Entre masivos afloramientos de arenisca que la naturaleza ha moldeado con las más caprichosas formas, se esconden cinco conjuntos de cuevas y de abrigos roqueros (refugios naturales bajo las rocas), que exhiben en sus paredes pinturas rupestres cuyas fechas de ejecución han sido datadas desde el paleolítico hasta el medievo. El complejo es considerado como el mayor tesoro de arte prehistórico de la India.
   Los peñascos de arenisca de Bhimbetka han evolucionado geológicamente a lo largo de los milenios hasta convertirse en excelentes refugios o abrigos naturales, espacios cubiertos por grandes techos y bóvedas de roca, muy propicios para el desarrollo de asentamientos humanos. Sus cuevas, covachas y paredes en extraplomo protegen a sus ocupantes de las lluvias, que pueden ser torrenciales en la estación monzónica. Las rocas han sido modeladas por la erosión para crear formas extrañas, atormentadas, de sorprendentes colores y texturas. Aglomeraciones de riscos horadados por profundas cavidades se agolpan y entremezclan en apretada sucesión, dejando calles, salas, galerías, túneles y grietas entre ellos para componer una suerte de caótico y sumamente accidentado laberinto de piedra.
   Además de su importancia en el arte rupestre prehistórico, estas cuevas ofrecen en sí relevantes materiales para el estudio de la historia de la Humanidad. En los refugios de Bhimbetka se han detectado las más antiguas trazas de vida humana en la India. Los análisis sugieren que al menos algunos de los refugios fueron habitados por el hombre hace 100.000 años. Esto remonta la fecha de las actividades culturales en Bhimbetka a miles de años antes que la de otros sitios análogos del mundo, demostrando que este enclave constituye uno de los más antiguos focos de la evolución cognitiva del ser humano.
  
   De los 750 refugios roqueros y cuevas de Bhimbetka, 500 están ornamentados con pinturas. Sus motivos iconográficos describen la vida y tiempos de las poblaciones que habitaron las cavernas –incluyendo escenas de parto, danzas y libaciones comunales, India rupestreceremonias y enterramientos religiosos–, así como representaciones de animales y plantas observados del natural entre las especies del entorno.
   La iconografía del arte rupestre de Bhimbetka refleja una larga interacción entre los humanos y el paisaje, y está claramente asociada a una economía de caza y recolección, de tipo muy parecido al sistema de vida de las actuales poblaciones adivasi (aborígenes) de los alrededores. Las tradiciones culturales de los habitantes de las veintiún aldeas adyacentes al sitio guardan una gran semejanza con las representadas en las pinturas.
   Entre los variopintos temas de las pinturas de Bhimbetka se pueden distinguir múltiples representaciones lineales de figuras humanas, como cazadores, jinetes, danzantes, guerreros... y escenas que muestran detalles de las actividades cotidianas de los hombres antiguos. Danza, música, monta de caballos y elefantes, combates, cacerías, peleas de animales, recolección de miel, decoración de cuerpos, disfraces, máscaras, escenas domésticas... Entre los animales que pululan por los roquedos pintados de Bhimbetka podemos ver búfalos salvajes, tigres, leones, jabalíes, elefantes, caballos, ciervos, antílopes, perros, lagartos, cocodrilos, etc.
   El sitio de Bhimbetka funcionó como un centro de actividad humana desde la Edad de Piedra hasta la Edad Media. Los estudios arqueológicos han revelado una secuencia continua de culturas que va del acheliense tardío (paleolítico inferior) al mesolítico tardío. La cronología de las pinturas rupestres abarca varias eras. Las más antiguas datan del paleolítico final y tienen aproximadamente 12.000 años. Las hay del mesolítico, neolítico, calcolítico y de la Edad Antigua. Las más recientes son medievales y tienen unos 1.000 años de edad.
   Las cuevas y pinturas rupestres de Bhimbetka fueron redescubiertas en 1957-58 por el Dr. Vishnu Shridhar Wakankar, un eminente arqueólogo de la India. Hasta entonces los historiadores creían que los más antiguos registros artístico-culturales del subcontinente indio correspondían a la llamada civilización del Valle del Indo (aprox. 2350-1750 a C).
   Los refugios roqueros de Bhimbetka, con sus pinturas rupestres, fueron declarados por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 2003, siendo el más antiguo bien cultural de los 24 sitios de la India clasificados en esta categoría.
  
   Ver exposición completa de las cuevas de Bhimbetka en fotoAleph:  Cuevas de Bhimbetka. Prehistoria del arte en la India

 

 

Barabar Hills. La primera arquitectura rupestre

   Desde la época de las pinturas rupestres prehistóricas hasta la aparición de los primeros ejemplos de arquitectura rupestre en la India transcurre un paréntesis de muchos siglos, lapso en el que tiene lugar, en la región del río Indo, el auge y declive de una cultura que, aunque nada tiene que ver con estas manifestaciones artísticas, creemos obligado mencionar por su gran relevancia en la historia de las civilizaciones.
   Mohenjo-Daro y Harappa (dos sitios arqueológicos en el actual Pakistán) son las mayores ciudades desenterradas hasta hoy entre las pertenecientes a la que se conoce como Cultura del Valle del Indo. Junto a las de Mesopotamia y Egipto, y coetánea de ambas (aprox. 2350-1750 a C), es considerada por los historiadores como una de las cunas de la civilización, muy anterior a los tiempos de Buda (que era lo más lejos que se había llegado en las investigaciones de la India del pasado). La aparición de sellos muy similares a los mesopotámicos permitió datar aproximadamente los descubrimientos hacia mediados del III milenio a C, en tiempos de Sargón de Accad y del Imperio Antiguo del Egipto de los faraones. Recíprocamente, en Mesopotamia han sido hallados sellos y estatuillas de la Cultura del Indo que demuestran, sin lugar a dudas, la existencia de relaciones comerciales entre los dos países.
   Las ciudades de la Cultura del Indo se caracterizan por poseer una excelente planificación urbana, sin parangón con otras poblaciones contemporáneas. Las edificaciones se integran perfectamente en una red urbana de casas, de trazado ortogonal, con calles principales, secundarias y bocacalles. Causa admiración el avanzado sentido urbanístico del conjunto, con sus bien alineados bloques de viviendas particulares, que disponen en gran parte de pozos y cuartos de baño. En el pavimento de las calles se abren canalizaciones, que forman todo un sistema de evacuación de aguas residuales. Estamos ante uno de los ejemplos de planificación urbana más antiguos del mundo, dotado de un servicio de abastecimiento y drenaje de aguas absolutamente excepcional, único para su época.
   El material omnipresente en la construcción de estas ciudades era el ladrillo cocido.
   Los sellos han sido una importante fuente de información sobre la Cultura del Indo. Se han recolectado más de 4.200 ejemplares, todos con representaciones humanas y animales, y la mayoría con inscripciones epigráficas (aún no descifradas). Las figuras humanas portan en general coronas con cuernos. Una de ellas está sentada frontalmente en la postura del loto y rodeada de animales, lo que ha llevado a identificarla como un 'proto-Siva' en su aspecto de Pasupati o 'señor de los animales', aunque esta interpretación sea muy dudosa, dado que las invasiones del subcontinente indio por los pueblos de cultura védica tuvieron lugar siglos después de haberse extinguido la Cultura del Indo.
   El declive y muerte de la civilización del Indo se sitúan hacia el 1800-1750 a C, supuestamente provocados por las invasiones de grupos de población venidos de la zona del actual Irán, y la progresiva sustitución de la economía sedentaria por el pastoreo seminómada. La agricultura se diversifica, introduce nuevos cultivos y adopta modos de producción que parecen precedentes del sistema agrario de la India actual.
   Para más información sobre la Cultura del Valle del Indo, ver fotos y textos en fotoAleph, colección Vislumbres de Pakistán.
  
   A pesar de la sofisticación alcanzada en los métodos constructivos en un periodo tan temprano, la poderosa cultura del Valle del Indo se desvaneció en el polvo del desierto sin ejercer la más mínima influencia en los estilos arquitectónicos que se dieron en la India en los siglos posteriores. Existe un bache cultural de más de un milenio hasta que aparece un nuevo arte de arquitectura en el subcontinente indio, realizado por nuevos pueblos, pero esta vez la construcción no se basa en el ladrillo, sino en la madera, bambú y paja, y en vez de seguir una planificación urbana, los núcleos de población consisten en agrupamientos rudimentarios de humildes cabañas ocultas en lo profundo de los bosques.
   Dada la natural impermanencia de estos materiales, no es de extrañar que no hayan sobrevivido rastros de estas edificaciones. Es durante la hegemonía del imperio maurya (ca. 321-185 a C) cuando se realizaron las primeras construcciones en piedra de las que quedan vestigios sustanciales, aunque las descubiertas son muy escasas en número, si se ponen en relación con el extenso territorio que llegó a dominar esta dinastía. Las más importantes son los stupas (relicarios budistas en forma de montículo), como el famoso ejemplar de Sanchi; las ruinas de una sala palaciega en Kumrahar, Patna (antigua Pataliputra, la capital del imperio maurya); y los complejos India rupestrerupestres de las colinas Barabar y Nagarjuni, cerca de Gaya (Bihar).
   El escritor inglés E. M. Forster se inspiró en los santuarios rupestres de Barabar Hills para ambientar el escenario donde transcurre el episodio central de su novela Un viaje a la India (A Passage to India, 1924):
  
   Mientras tanto, la llanura del Ganges las invade de una manera que recuerda la acción del mar. Las zonas antiguas se están hundiendo bajo las tierras más recientes. Su masa principal sigue intacta, pero en el borde, sus puestos fronterizos han quedado aislados y se les ve hundidos hasta la rodilla, o hasta el cuello, en la tierra que avanza. Hay algo indescriptible en estos puestos fronterizos. No existe nada parecido en el mundo y una simple ojeada hace que el espectador contenga el aliento. Se alzan abrupta, desatinadamente, sin la proporción que mantienen en otros sitios hasta las colinas más bravías; no guardan relación con ninguna cosa vista o soñada. Llamarlos "sobrenaturales" hace pensar en fantasmas y esas formaciones son más viejas que cualquier espíritu. El hinduismo ha arañado y enyesado unas cuantas rocas, pero los santuarios tienen muy pocos visitantes, como si los peregrinos, que normalmente buscan lo extraordinario, lo encontraran allí en exceso. Un grupo de saddhus se instaló en cierta ocasión en una cueva, pero tuvieron que marcharse, e incluso Buda, que debió haber pasado por allí de camino hacia el Arbol del Conocimiento Perfecto de Gaya, evitó un renunciamiento más completo que el suyo y no ha dejado ninguna leyenda de lucha o de victoria en las Colinas de Marabar.
   (E. M. Forster, Un viaje a la India)
     
   Poco visitadas, si no es por peregrinos y romeros, es difícil llegar a las cuevas de las colinas Barabar. La accidentada pista con baches del tamaño de cráteres está periódicamente cortada por obras. Atraviesa una zona cultivada, con pueblos de cabañas circulares, con campesinos que utilizan ancestrales sistemas de cultivo, pozos de palanca con contrapeso y bombeo manual de agua. El paisaje es fabuloso: un inselberg (afloramiento rocoso aislado en una llanura) de rocas graníticas caballares en medio de una vasta planicie que llega hasta el horizonte, torretas de templos que se divisan en lontananza, un ancho cauce de un río semiseco, palmeras cocoteras.
   Taladradas en los peñascos de gneis (una roca metamórfica parecida al granito) que se amontonan en caprichosas formaciones sobre las colinas, se abren las oscuras bocas de un número indeterminado de cavidades artificiales. Estas 'cuevas' fueron excavadas en el siglo III a C, por encargo de Ashoka, el emperador que se convirtió al budismo, para uso de ciertos ascetas llamados ajivika, devotos de una secta religiosa que no era budista sino relacionada con el jainismo y que encontraron en estos remotos parajes un lugar ideal para el retiro eremítico, en un entorno natural placentero y a la vez salvaje.
   Las edificaciones talladas en los peñascales de las colinas Barabar son importantes, pese a su relativa sencillez, porque reproducen en sólida y duradera roca algunos de los tipos de edificios de madera que se construían en aquellos lejanos tiempos. Cada detalle de carpintería está minuciosamente calcado en la roca viva. Estas 'cuevas' constituyen los ejemplos más arcaicos que se conocen de arquitectura rupestre en la India, país que iba a desarrollar esta modalidad constructiva hasta niveles de increíble complejidad y virtuosismo.
India rupestre 
   Es muy sencillo describir las cuevas. Un túnel de ocho pies de largo, cinco de alto y tres de ancho conduce a una cámara circular de unos 20 pies de diámetro. Esta disposición se repite una y otra vez por todo el grupo de colinas, y eso es todo; eso es una cueva de Marabar. Después de haber visto una, o dos, o tres, o cuatro, o catorce o veinticuatro, el visitante regresa a Chandrapore sin saber si ha tenido una experiencia interesante o insulsa o si ha llegado siquiera a tener una experiencia. Le resulta difícil hablar de las cuevas, o distinguir unas de otras mentalmente, porque el esquema no se modifica nunca, y no hay nada que las diferencie entre sí: ni una escultura, ni siquiera un nido de abejas o un murciélago. No hay nada, absolutamente nada, vinculado a las cuevas, y su reputación –porque la tienen– no depende del lenguaje humano.
   (E. M. Forster, Un viaje a la India)

   El interior de la mayoría de las cuevas se divide en dos cámaras: una capilla de planta circular o elíptica con cubierta abovedada, y una antecámara adyacente, más o menos rectangular y provista de una bóveda de medio cañón.
   Las 'cuevas' de Barabar tienen una extraña acústica. Un pequeño sonido desencadena durante diez segundos un caos de ecos reverberantes que chocan y rebotan repetidamente por las paredes, hasta el punto de que una simple conversación normal puede llegar a aturdir los oídos.
   Las superficies de gneis de las paredes interiores y de las bóvedas están pulidas hasta el extremo de que se convierten en auténticos espejos (foto011). Al pasar el dedo por ellas se aprecia una textura lisa y perfectamente bruñida. El pulido es uno de los rasgos de estilo del arte maurya, una característica técnica que nunca falta en sus esculturas y que permite identificar hasta el más pequeño fragmento perteneciente a esa época. Es un pulimentado suave que confiere a las piezas un lustre parecido al del esmalte o la porcelana. Las 'cuevas' de Barabar son la prueba de que ese particular rasgo de estilo se aplicaba también a la arquitectura rupestre.
  
   Las cuevas son oscuras. Incluso en las que se abren hacia el mediodía es muy poca la luz que penetra hasta la cámara circular por el túnel de entrada. No hay mucho que ver, ni ojos para verlo, hasta que llega el visitante a consumir sus cinco minutos y enciende una cerilla. Inmediatamente surge otra llama de las profundidades de la roca y se pone en movimiento hacia la superficie como un espíritu encarcelado; las paredes de la cámara circular están maravillosamente bruñidas. Las dos llamas se aproximan y hacen esfuerzos para unirse, pero no lo consiguen, porque una de ellas respira aire y la otra piedra. Un espejo con incrustaciones de bellísimos colores separa a los amantes, delicadas estrellas de color rosa y gris se interponen, exquisitas nebulosas, sombras más tenues que la cola de un cometa o la luna de mediodía, toda la evanescente vida del granito, que sólo allí se hace visible. (...) El resplandor aumenta, las llamas se tocan, se besan y expiran. La cueva vuelve a ser oscura, como todas las cuevas.
   (E. M. Forster, Un viaje a la India)
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   La 'cueva' popularmente llamada Lomas Rishi es un caso excepcional, por ser la única que tiene una fachada con decoración escultórica (foto009). Su portal de entrada está enmarcado por un arco ligeramente apuntado, rematado con un pináculo, cuyo perfil recuerda lejanamente las formas de la hoja del árbol de Bodhi. Estamos ante el primer caso que se conoce de un elemento icónico que será para siempre recurrente en la arquitectura de la India: el llamado arco-chaitya. El arco está aparentemente sostenido por cabezas de vigas simuladas, y descansa sobre dos pilares inclinados, imitando la antigua arquitectura de madera, hoy perdida. Una especie de arquivolta muestra relieves de nueve elefantes entre stupas y otra simula un trabajo de celosía (foto010). Los elefantes están perfectamente tallados, hecho que sorprende en una época en que el arte de la India estaba en su infancia. El cincel fue manejado con tal precisión que no cabe duda de que sus artífices no eran novatos en su especialidad, que llevaban generaciones de experiencia a sus espaldas. Las formas decorativas tenían poco de indígenas y derivaban más bien del repertorio artístico de otros pueblos más avanzados: pueden calificarse como de influencia persa e incluso helénica, en lo que podría ser una especie de ramificación de la potente cultura greco-persa que tras la campaña conquistadora de Alejandro Magno floreció en Asia occidental algunos siglos antes de la era cristiana.
   Este portal se abre en el lado más largo de la cámara rectangular, condicionado como está por la poca profundidad de la roca madre, que tiene un perfil como de ballena varada, impidiendo la excavación en sentido perpendicular. Por una pared lateral de la cámara se entraría a través de una pequeña puerta a una capilla de planta circular, pero toda esta parte del edificio está inacabada. 
   En el mismo paredón rocoso, y adyacente a Lomas Rishi, se abre otra puerta trapezoidal que da acceso a la cueva llamada Sudama, con una antecámara abovedada y pulimentada de parecidas características a la anterior, sólo que ésta conecta directamente con una capilla circular de cúpula semiesférica, la curva de cuya pared no está dispuesta en sentido cóncavo, sino convexo, invadiendo la estancia.
   Otros farallones roqueros de las colinas Barabar esconden otras cuevas, como Karna Kaupar o Visvajhopri, en las que, con ligeras variantes, se repite el modelo descrito. Paseando por los alrededores se puede uno topar con multitud de estatuas, nichos y lingas tallados en las rocas caballares (foto012), ya de épocas posteriores.
     
   Pero en otros sitios, a mayor profundidad dentro del granito, ¿existen otras cámaras sin entrada? ¿Cámaras nunca abiertas desde la llegada de los dioses? Los rumores locales afirman que éstas últimas exceden en número a las que se pueden visitar, como los muertos sobrepasan a los vivos: cuatrocientas, cuatro mil o un millón. Dentro de ellas no hay nada; quedaron selladas antes de que se crearan la peste y los tesoros; si la humanidad se sintiera curiosa y realizara excavaciones, no se añadiría nada, absolutamente nada, a la suma del bien y del mal.
   (E. M. Forster, Un viaje a la India)

 

 

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