Colecciones fotográficas

India rupestre

La arquitectura y escultura rupestres en la India

 

   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...
   (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)

   Vi montes en la India que habían sido esculpidos a golpe de cincel para crear templos monolíticos que están entre las maravillas del mundo.
   Vi cuevas que no eran tales. Sino santuarios que penetraban en lo profundo de las moles rocosas, y se ramificaban en salas, naves y capillas subterráneas.
   Y esos templos y esas grutas estaban poblados por miles de seres salidos de textos sagrados y mitos ancestrales.
   Vi un dios-jabalí y un diablo-búfalo. Vi un rey-serpiente. Vi ninfas celestiales, parejas amorosas. Vi a los mil budas y a Buda. Vi ascetas vestidos de aire. Vi el Gran Siva tricéfalo de la isla de Elephanta. Vi un demonio de diez cabezas zarandeando una montaña. Vi un colosal edificio sostenido sobre lomos de elefantes.
   Y no fueron los dioses –sino los hombres– quienes habían hecho tanto milagro.

 

   El Ganges, aunque procede del pie de Vishnu y atraviesa la cabellera de Siva, no es un río muy antiguo. La geología, remontándose más allá de la religión, nos habla de un tiempo en que no existían ni el río ni el Himalaya que lo alimenta, y en el que los lugares sagrados del Indostán se hallaban cubiertos por un océano. Al alzarse las montañas, los materiales sobrantes cegaron el mar. Luego los dioses ocuparon sus puestos e inventaron el río, creando esa India que llamamos inmemorial. Pero la India es realmente mucho más vieja. En los días del océano prehistórico, la parte sur de la península existía ya, y los lugares más altos de las zonas dravídicas han sido tierra firme desde que la tierra empezó a ser tierra, y han presenciado de un lado el hundimiento de un continente que las unía con Africa, y por el otro la aparición del Himalaya, surgido del mar. En el mundo no hay ninguna otra cosa tan antigua.
   (E. M. Forster, Un viaje a la India)
  
   Esta tierra tan antigua a la que llamamos India se mueve sobre una placa tectónica que empuja su masa hacia la cordillera del Himalaya. En ese choque a cámara lenta, imperceptible pero imparable, la tierra se arruga y resquebraja, y sus entrañas expulsan afloramientos de rocas que emergen como islas o avanzan como olas de piedra sobre las llanuras para terminar formando gigantescos frentes rocosos a modo de acantilados.
   Un buen número de esos murallones naturales fueron horadados y esculpidos por los antiguos habitantes de la India para crear templos que están considerados no sólo como magistrales realizaciones del arte rupestre, sino como obras cumbre de la arquitectura, escultura y pintura de todos los tiempos.
    El arte rupestre, el arte de las rocas, esa modalidad de la arquitectura y la escultura que hace de las montañas su materia de trabajo, es un fenómeno que se dio en todo el mundo antiguo, y que perduró hasta bien entrada la Edad Media, dejándonos múltiples manifestaciones en Europa, Asia y África (Abu Simbel, Petra, Lalibela, Capadocia, Bamiyan...), si bien es la India el país que se lleva la palma en número de ejemplos y en excelencia artística.
India rupestre   Los numerosos complejos de edificios rupestres de la India, la mayoría esculpidos en los acantilados roqueros de los Ghats Occidentales, constituyen los principales especímenes que se han conservado prácticamente intactos de la arquitectura india de la antigüedad. Cuando contemplamos estos templos arrancados por el cincel a la roca, estamos asistiendo a los albores de la historia del arte de la India y a los primeros balbuceos de la iconografía budista en el mundo.
   Aclaremos desde el principio que al hablar de 'arte rupestre' no nos ceñimos sólo a la acepción restringida a las pinturas prehistóricas de las cavernas, sino que nos remitimos al significado amplio del término 'rupestre' –perteneciente o relativo a las rocas (del latín 'rupes' = roca)–, para extender el concepto a las creaciones arquitectónicas y escultóricas que el hombre ha engendrado desde la antigüedad por el arduo procedimiento de moldear la naturaleza, horadar los acantilados, esculpir las montañas.
   A falta de una terminología más precisa, estas cavidades artificiales con frecuencia son denominadas 'cuevas' o 'grutas', y en este texto también se nos escaparán estas palabras, aunque no quisiéramos que dieran lugar a equívocos. Las 'cuevas' de que aquí hablamos nada tienen que ver con las cavernas naturales que agujerean la corteza terrestre; son cavidades artificiales cinceladas por la mano del hombre en la mole rocosa de los peñascos para erigir, con vocación de eternidad, santuarios a la medida de su fe. Las únicas cuevas naturales que aparecen en nuestra exposición son las de Bhimbetka, por las pinturas rupestres prehistóricas que custodian en sus salas y galerías.
  
   En el arte rupestre no hay disociación entre arquitectura y escultura. Los edificios no son construidos sino esculpidos en la dura roca. Sus espacios internos están excavados como si fueran cuevas. Son monolíticos. Forman una unidad con la masa del bloque pétreo donde se han perforado. Y eso incluye a todas las estatuas, relieves y elementos decorativos que adornan sus exteriores e interiores. Suelos, techos, fachadas, capillas, columnas, paredes, todo es uno. Un solo y único monolito que abarca toda la mole de la montaña donde está esculpido. ¿Es esto arquitectura, o es escultura? Las dos cosas.
   Llevados por estas reflexiones podríamos aventurar que, dado que todos los templos de un complejo rupestre forman una unidad, pues están horadados en una sola mole rocosa, de la misma manera todos los complejos rupestres esculpidos en la corteza lítica de la India, por distantes que se hallen entre sí, constituyen las partes de un conjunto único. En cierto sentido se podría afirmar que todas las creaciones arquitectónicas y escultóricas que veremos en esta exposición de fotografías no son sino vistas parciales de una sola e inmensa escultura de piedra que abarca toda la India.
   Llámesele arquitectura esculpida o escultura a escala arquitectónica, en cualquier caso se ha de tener presente que en el arte rupestre la naturaleza es también miembro del equipo artístico, y con papel protagonista. La montaña que bajo sus faldas alberga estos santuarios los arropa al mismo tiempo, los abraza por los cuatro costados, les transmite su solidez, les concede su cuota de inmortalidad. Las líneas regulares de la arquitectura nunca llegan a domar del todo las caprichosas formas de los peñascales. La naturaleza tiene siempre la última palabra, domina con su sola presencia el escenario. Dibuja con sus abruptos paisajes el grandioso telón de fondo, fabrica el armazón del que cuelgan estas obras de arte y las impregna de su fuerza telúrica. Arquitectura y naturaleza se funden en un abrazo salvaje. La montaña es el templo. El templo es la montaña.
India rupestre  
   La madera, el bambú, el adobe y la paja eran los principales materiales constructivos en la India del primer milenio antes de nuestra era. Con tales elementos los indios llegaron a crear un tipo de arquitectura que alcanzó con el tiempo un grado de sofisticación inusitado.
   Por lo perecedero de sus materiales, poco ha sobrevivido de esta arquitectura a los rigores del clima y al paso de los siglos. No obstante, podemos hacernos una idea muy precisa de la tipología arquitectónica que predominaba en aquellos tiempos gracias a dos fuentes indirectas: por las representaciones de edificios que se pueden ver en los bajorrelieves de monumentos como los de Bharut, Sanchi, Mathura y Amaravati, y por los numerosos y notables ejemplos que han llegado hasta nosotros de arquitectura rupestre, cuyas realizaciones más antiguas imitan fielmente la construcción en madera en todos los detalles. De modo que aunque los edificios originales de madera se han perdido, sus copias exactas permanecen, plasmadas en roca cual fósiles petrificados, proporcionándonos una información visual impagable sobre cómo era la antigua arquitectura de madera en la India.
   Sabemos así que en el I milenio a C la mayor parte de la población de la India vivía en pueblos y aldeas de cabañas de adobe crudo, madera y bambú levantadas en apretada aglomeración en los claros de los bosques. Sus recursos se basaban en la agricultura, la ganadería, la artesanía y el comercio.
   Para protegerse y proteger sus pertenencias, los habitantes rodeaban sus aldeas de un tipo específico de vallado o empalizada, consistente en una sucesión de postes verticales que se entrecruzaban con series de tres barras horizontales formando en conjunto un parapeto. Con el paso del tiempo este modelo particular de empalizada (llamada vedika) se convirtió en símbolo de protección, y se utilizó no sólo para cercar los pueblos, sino también para vallar los campos de cultivo, para decorar las casas con balaustradas y, en última instancia, para proteger simbólicamente cualquier cosa de naturaleza sagrada. La vedika se transformó en un elemento decorativo que aparece como leitmotiv en todas las realizaciones del arte búdico de la India, y también en las obras de arte jainistas.
   Las técnicas de carpintería y el arte de la talla de madera fueron aplicándose con cada vez mayor pericia al ámbito de la construcción, llegando a configurar un modelo de arquitectura de rasgos estilísticos muy acusados. Elaboradas residencias de varios pisos y pabellones con distintos tipos de cúpulas se mezclaban ahora con las sencillas cabañas de techo de paja. Característica sobresaliente de estas arcaicas construcciones de madera es la profusa utilización de arcos en puertas y ventanas, y de bóvedas de medio cañón en los techos, apuntaladas con vigas curvadas en forma de costillas. Los arcos eran sobrepasados, con un perfil parecido al del arco de herradura. Las ventanas tenían enrejados de madera a modo de celosías. Los balcones eran adornados con balaustradas.
   Muchas de estas formas pervivieron como ingredientes básicos en la estética de la arquitectura india de los siglos venideros. Los principios de la construcción en madera India rupestredeterminaron en gran medida los estilos arquitectónicos posteriores y afectaron al trabajo en otros materiales, como la roca, influyendo en su estilo. En los complejos rupestres de la India occidental, los edificios en madera eran copiados literalmente en piedra. Sus espacios interiores se calcaban ahuecando las masas rocosas de los acantilados y tallándolas de forma que reprodujeran hasta en sus menores detalles sus elementos constitutivos, incluyendo pilares, vigas, cabezas de viga, zapatas, ménsulas, celosías... que al ser rupestres, al estar esculpidos en el macizo de la montaña, no tenían en este caso una función estructural sino de pura mímesis de la arquitectura de madera.
    También se usaba el ladrillo cocido, no sólo en la extinta civilización del Valle del Indo, sino, a partir del siglo VI a C, en el resto de la India, particularmente en la llanura del Ganges, rica en buenas arcillas. Aunque el material es más duradero que la madera, pocos edificios de ladrillo de antes del siglo V d C han sobrevivido.
  
   En la arquitectura rupestre (de la India y de otras partes del mundo) los edificios se empiezan por el tejado. La existencia de un par de viharas (monasterios) inacabados en Ajanta permite estudiar la secuencia cronológica en el vaciado y tallado de la construcción. En primer lugar se cortaba en vertical y se alisaba la parte del acantilado donde iba a ir el edificio. Se trazaban los contornos de la fachada a modo de bosquejo y se procedía a perforar a golpe de pico galerías más o menos profundas que penetraban en las entrañas de la roca. Desde estas galerías se iba taladrando y ahuecando el interior del edificio de arriba abajo, dejando desde el principio los techos decorados y totalmente terminados. Es evidente que este sistema ahorra el uso de andamiajes. Al ir socavando la masa rocosa, se dejaban reservados los bloques correspondientes a las columnas, los stupas, las estatuas, o cualesquiera otros elementos que hubieran de quedar en relieve. Al mismo tiempo se iban desbastando las superficies y modelando, con martillo y cincel, los preciosos ornamentos escultóricos, altorrelieves, bajorrelieves y huecorrelieves que embellecen las columnas y paramentos de las estancias. Algunos investigadores sostienen que los operarios que cavaban con picos y los artistas que manejaban los cinceles eran las mismas personas, sin división de trabajo.
   A diferencia de la arquitectura convencional, que procede por acumulación, superponiendo hilada tras hilada de sillares o ladrillos, incorporando columnas, vigas y dinteles para sostener el techo y contrarrestar los empujes estructurales, en la arquitectura rupestre se procede por sustracción, quitando lo que sobra de la masa rocosa para sacar a la luz el templo que esconde dentro, para crear un vacío, el espacio vacío del interior del edificio. Aquí bóvedas y techos disfrutan del don de la ingravidez. Para que se hundan, se tiene que hundir la montaña de la que forman parte. Todas las columnas y vigas que vemos son, pues, superfluas. No sostienen nada. Si están ahí es porque sus artífices querían calcar en roca las formas de la arquitectura 'construida'.
   Es extraño el hecho de que la arquitectura rupestre en la India nazca desde un principio dotada de un evidente grado de madurez en sus técnicas y estilo, como puede apreciarse en los ejemplares más antiguos que se conocen: los de las 'cuevas' de Barabar Hills. No se han descubierto acantilados o canteras donde se hubieran ensayado tanteos o bosquejos de este tipo de construcciones. ¿Podría ser que los maestros constructores fueran procedentes de Persia? En este país la arquitectura rupestre fue practicada por aqueménidas y sasánidas. Y algunos componentes de la arquitectura rupestre india, sobre todo los capiteles, son muy parecidos a los persas aqueménidas, y se dice que tienen influencia 'persepolitana' (ver tumbas rupestres de Persepolis y Naqs-i Rustam, y capitel del Museo de Teherán, en la colección de fotoAleph 'Persepolis. El esplendor de los persas'). En unos y otros capiteles se repite un ornamento consistente en una especie de flor invertida cuyos pétalos alargados caen sobre el fuste creando un motivo campaniforme estriado.
India rupestre  
   La cualidad más sobresaliente del arte y de la arquitectura de la India –sea esculpida en roca o construida en sillar o ladrillo– es su carácter eminentemente religioso. Todas las realizaciones arquitectónicas que se conservan de la antigua India responden a este carácter y consisten principalmente en templos, stupas y monasterios, llevados a término bajo los auspicios y financiación de una u otra comunidad de creyentes. Las residencias monásticas dan cierta idea de cómo era la arquitectura civil, pero muy pocos ejemplos han sido hallados de palacios o viviendas seglares.
   Budistas y jainistas fueron las comunidades pioneras en aplicar los métodos de la construcción rupestre a la creación de espacios para el culto. Financiaban estas obras con la ayuda de las donaciones que mercaderes y creyentes acaudalados aportaban a las distintas órdenes monásticas de su devoción. Curiosa paradoja la de la arquitectura rupestre budista: siendo una de las esencias del budismo el concepto de impermanencia, los seguidores de Buda dieron por esculpir sus oratorios en la persistente y casi eterna roca de las montañas. Y resulta que esos santuarios son los únicos que quedan de aquella época, que serán admirados por las generaciones venideras, y que probablemente durarán más que lo que ha de durar la humanidad en la Tierra.
   El budismo y el jainismo nacieron casi al mismo tiempo en el siglo VI a C, como movimientos de reforma del hinduismo védico (el hinduismo primitivo, inspirado en los viejos textos sagrados conocidos como Vedas, con dioses de la naturaleza como Surya, Indra, Agni, Varuna... como principales deidades del panteón). Los más antiguos edificios rupestres de la India, después de los de Barabar Hills, pertenecen a la rama hinayana del budismo, una forma de budismo primitivo centrado en la búsqueda de la iluminación individual, y cuyas manifestaciones artísticas excluían la representación figurativa de Buda. La obra más impresionante entre las adscritas a esta tendencia es el chaitya de Karla.
    El budismo hinayana decayó hacia el siglo II d C, y transcurrió un lapso de dos o tres siglos en los que no se ha detectado arqueológicamente ninguna actividad relevante en el campo de la arquitectura rupestre. Sin embargo, a partir de los siglos IV-V d C el budismo resurgió en la India con nuevos ímpetus, esta vez bajo la doctrina mahayana (= 'gran vehículo'), que rechazaba el excesivo individualismo del hinayana (= 'pequeño vehículo') y propugnaba vías colectivas hacia la consecución del nirvana. Esto sucedió en tiempos de la dinastía gupta, considerados como la edad de oro del arte de la India. La figura de Buda es ya representada y la escultura prolifera más que nunca, logrando cotas insuperadas de expresividad y refinamiento. El complejo rupestre de Ajanta es el máximo exponente de la excelencia artística de esta nueva era.
   Al mismo tiempo el hinduismo, que siempre estuvo ahí, y había evolucionado despojándose de viejos ritualismos vacíos y adoptando otra teogonía –con Brahma, Vishnu y Siva como trinidad suprema–, va recuperando su antigua posición hegemónica y terminará por reabsorber al budismo. A partir del siglo V d C, el brahmanismo adopta también India rupestrepara sus templos las técnicas de construcción rupestre (que simultanea con la construcción en sillar) y las desarrolla hasta sus últimas consecuencias, dejando para la posteridad el asombroso legado monumental que podemos ver esculpido en los acantilados de la India. Su logro máximo es sin duda el increíble templo rupestre de Kailasha, en Ellora, pero no podemos dejar de mencionar los extraordinarios relieves gupta de las cuevas de Udaigiri ni otras magníficas realizaciones, de una tipología muy diferente, pero que crearon escuela en el sur de la India, como son los templos y esculturas rupestres de Mahabalipuram, llevados a cabo en el siglo VII d C bajo los reyes pallavas.
   Es entonces cuando los peñascos y acantilados de la India se pueblan de una muchedumbre de personajes salidos de la inabarcable mitología hindú. Dioses, diosas, semidioses, espíritus de la naturaleza, ninfas celestiales, enanos grotescos, demonios, sabios, monstruos, héroes, ascetas, animales reales y fantásticos... todos tienen cabida en estos templos, incluidos sus diferentes avatares y manifestaciones. Siva baila su danza cósmica. Durga ataca montada sobre un tigre al demonio-búfalo. Vishnu en forma de jabalí salva a la diosa-tierra. El malvado Ravana sacude el monte Kailasha con sus múltiples brazos. Krishna seduce a las pastoras con los trinos de su flauta. Los reyes-monos Bali y Sugriva se pelean por el trono. Rama y su hermano Lakshmana disparan sus flechas. Garuda vuela portando a Vishnu sobre sus hombros. Ganesh come su mantequilla sentado junto a las Siete Diosas-Madres. Brahma, con sus cuatro cabezas, reposa sobre un loto que brota del ombligo de Vishnu. Narasimha despedaza a un rey-demonio. Arjuna hace penitencia. Kali corta cabezas. Hanuman capitanea un ejército de monos. Elefantes soportan edificios sobre sus lomos. Ganga sobre un monstruo marino y Yamuna sobre una tortuga se encargan de vigilar las puertas. Parejas de leones amenazan con sus fauces abiertas a quien intente entrar con malas intenciones... Atrás se ha quedado el austero budismo. Estamos en otro mundo. Hemos penetrado de lleno en el intrincado y desconcertante laberinto de los mitos brahmánicos.
   Desde el año 1000 en adelante la práctica de la arquitectura rupestre decae drásticamente en la India, casi totalmente desplazada por la tradicional arquitectura de sillares de piedra o de ladrillo. Sólo se conocen unos pocos ejemplos aislados de edificaciones rupestres posteriores a esa fecha, pertenecientes al credo jainista, como los templos tardíos de Ellora (siglos X-XIII) y los santuarios monásticos, poblados de estatuas colosales de tirthankaras, de Gwalior (siglo XV).

 

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India rupestre
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