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 LISBOA
 desde el tranvía 28

Lisboa
 
   Súbase a bordo. El tranvía número 28 va a iniciar su recorrido. Y nos va a transportar a los rincones más bellos de la capital de Portugal.
   Atravesaremos un laberinto llamado barrio de Alfama, que fue medina árabe. Nos pasearemos por callejas en cuesta, con olor a puerto de mar y entre ropas tendidas. Ascenderemos por el monte hasta el castillo San Jorge y contemplaremos, cual diablos cojuelos, Lisboa entera por encima de los tejados.
   Haremos luego un transbordo a otro tranvía, que por la ribera del Tajo nos llevará hasta Belem, el punto del que zarparon los navegantes portugueses para dar la vuelta al mundo. Esta será nuestra última parada, donde podremos admirar dos joyas arquitectónicas, calificadas con justicia de patrimonio de la Humanidad.
  
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Indices de fotos
Lisboa 
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Indice de textos
Una introducción sobre raíles
Lisboa, un poco de historia
Ultima parada, Belem
   Monasterio de los Jerónimos
   Torre de Belem
  

 

   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...

                                                                             (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)




   Vi un vehículo propulsado por electricidad que, deslizándose sobre rieles, recorría plácidamente las calles de Lisboa. Era un tranvía.
   De entre todos los tranvías de esta capital, el número 28 era el que se internaba en lo más profundo de sus barriadas. Escalaba sin esfuerzo las colinas, y Lisboa entera, en toda su hermosura, se extendía a mis pies.
   Penetraba por un laberinto de estrechas rúas y callejas que se bifurcaban y se ramificaban y se entrelazaban sin fin, entre prendas que colgaban de los tendederos y balcones rebosantes de flores.
   Vi allá a lo lejos, a orillas del río Tajo, la Torre de Belem, en la playa de la que zarparon Vasco de Gama para ir a la India y Magallanes para dar la vuelta al mundo.
 
  

  
Una introducción sobre raíles
   
   Lo primero que hago cada vez que vuelvo a Lisboa es montarme en el tranvía nº 28, que tiene la virtud de zambullirme de golpe en el meollo de la capital de Portugal.
   Es la Lisboa que más me gusta, la que recorre este tranvía. Lejos de rascacielos y macdonalds. Penetrando en viejos barrios de vetustas calles donde huele a sardina a la brasa y a bacalao, y en cuyas tascas se bebe vinho verde.
Lisboa   Un medio de transporte público movido por la electricidad y que se desliza sobre raíles es mi alfombra mágica, la que me introduce en los rincones más evocadores de la Lisboa más auténtica. Entre todos los tranvías de Lisboa, el 28 tiene vocación de montañero. Me lleva trepando y serpeando por entre empinadas calles llenas de quiebros y eses, cuesta arriba y cuesta abajo, "como por um labirinto, alegre na sua triste loucura" (Pessoa), al barrio de Alfama, ese abigarrado albaicín que se asoma al Atlántico (fotos 25-35).
   Las calles se bifurcan en callejas que se ramifican en callejuelas, que suben o bajan, o tuercen a derecha e izquierda, o se conectan por pasajes abovedados, o por escalinatas, o mueren en callejones sin salida.
   Las paredes descascarilladas exhiben de vez en cuando artísticos azulejos, dibujando santos y vírgenes, pero también paisajes urbanos de una Lisboa que desapareció tras el terremoto. Nos cuentan así, como sin querer, la historia de la ciudad. Las prendas colgando de los balcones y los tendederos de ropa añaden, cual pendones medievales, aún más color a las calles. Alguna palmera da un toque africano.
   Y el tranvía escala infatigable las siete colinas sobre las que, al igual que Roma, dizque se asienta Lisboa, como si más que tranvía fuera funicular. Cuando llega a un collado lo bastante alto, me bajo en una parada para disfrutar desde estos miradouros de fantásticas vistas panorámicas sobre la urbe, sobre su inextricable amalgama de tejados, buhardillas y mansardas (fotos 04-11).
   Allá al fondo, más al sur, se divisan el río Tajo y el mar de Palha, llamado así por el color pajizo de sus aguas. Los colosales soportes de acero del puente 25 de Abril emergen entre las brumas. El paraje invita a la ensoñación.
  
   Mar de Palha, de opacas aguas.
Un triste fado de Amália Rodrigues,
Vierte al mar otro mar de lágrimas.
Pero sale el sol porque ahora canta
Madrugada de Alfama.
  
   Pasa un nuevo vagón del tranvía 28 y me monto en él de un salto. Surcando las calles sobre rieles incrustados en el asfalto y los adoquines, conectado a cables flotando en lo alto que siguen la misma trayectoria en paralelo, avanzando a una velocidad uniforme, la señal de alarma del tranvía no hace mec-mec sino clang-clang-clang, con un campaneo metálico que no deja lugar a dudas: "¡Apártate que paso!"
Lisboa   Y a veces la rúa es tan estrecha que a los viandantes no les queda otro remedio que refugiarse rápidamente en un portal para dejar paso, si no quieren ser llevados por delante, al vehículo avasallador, que roza con su carrocería las esquinas y las fachadas de las casas.
   El conductor, o el revisor de tickets, es a veces de raza negra, pero tan portugués como cualquier portugués. Imaginamos a sus antepasados procedentes de Angola, Mozambique o Cabo Verde.
   El tranvía en sí es un anuncio andante. Su carcasa está completamente tuneada con una publicidad de chillones colores pintados a mano que contrastan como fogonazos con el gris oscuro del asfalto y el gris plomizo del cielo a punto de chuva, y que lo mismo alaban el yogur Longa Vida ("o que é bom da natureza") que la pasta medicinal Couto (que "evita doenças da boca"). Los más coloridos son los anuncios de espectáculos y revistas, como el del Teatro Maria Vitória, donde hoy ponen la obra titulada 'O bem (tr)amado!!' ("uma nova revista no teatro dos grandes éxitos").
   Xabregas, Camoes, Prazeres, Graça... son los nombres de algunos de los barrios que el tranvía 28 visita en su sinuoso recorrido. Y las calles, que si no son en cuesta son en escalera (escadinhas las llaman), pueden tener sugestivas toponimias como Rua do Museu de Artilharia, Rua do Castelo Picao... Si es domingo el carricoche nos acerca a mercadillos donde cualquier persona puede vender o comprar todo tipo de trastos, artefactos y cachivaches (fotos 21-24).
   Me divierte leer los rótulos y letreros de los distintos establecimientos y tiendas ante los que pasa de largo el tranvía en su tranquilo discurrir, que me dan muchas pistas sobre el pulso económico de la ciudad:
   Cabeleireiro de homens. Laureado internacional
   Totobola. Totoloto
   Adega do Atum. Cervejaria
   Fios para tricotar

   Cuando el tranvía 28 desciende por fin a la parte baja de la ciudad (la Baixa), sorprende el súbito dominio de la línea recta que lo invade todo. Las calles dejan de ser laberínticas para convertirse en cartesianas, cortadas en ángulos de 90º, las manzanas de casas adquieren un aire palaciego dieciochesco. La fachada neo-jónica del teatro Dona Maria II impregna de un ambiente griego clásico la Praça do Rossio (fotos 15, 16 , 17).
   En la fachada art nouveau del Animatógrafo do Rossio, de cuando el cine era un recién nacido, se anuncia un programa doble, que no parece hacer honor a la solera del local: 'A perseguiçao do anjo de fogo' y 'Joao Broncas, o eterno repetente!' (foto 19).
   En la concurrida Rua Augusta que conecta el Rossio con la Plaza del Comercio abundan los mimos callejeros ganándose la vida con las monedas que les dan los peatones.
   Hemos completado el circuito. Nuestro viaje virtual por Lisboa en el tranvía 28 ha terminado. Pero no podemos dejar de prolongarlo con una extensión. Tomaremos otro tranvía, el que lleva a Belem, en los arrabales de Lisboa, a orillas del Tajo, y haremos allí una última parada. Nos queda mucho aún por ver.
  
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Lisboa, un poco de historia
  
  
   "Estas coisas sao coisas que nao voltarao a ser."

                      (Fernando Pessoa, Antinoo)
Belem. Monasterio de los Jeronimos  
   Se dice, aunque no existan pruebas arqueológicas, que Lisboa fue fundada hacia 1200 a C, en un valle rodeado de colinas cerca de la desembocadura del río Tajo, por navegantes fenicios. Su nombre antiguo es Olisipo, que parece hacer referencia a Ulises como fundador mítico de Lisboa.
   Durante la ocupación romana de la Península Ibérica (que duró desde 250 a C hasta 409 d C), Julio César elevó este asentamiento de la Lusitania al rango de municipium, y lo bautizó como Felicitas Julia.
   Más tarde fue invadida por pueblos migratorios como los alanos, suevos y visigodos.
   Los musulmanes del norte de Africa tomaron Lisboa cuando irrumpieron en la Península en el siglo VIII. Se mantuvieron aquí durante más de cuatro siglos, a pesar de las incursiones de los normandos en 844 y de Alfonso VI de León en 1093.
   Los moros, protegidos por las murallas de la ciudad, pudieron resistir los asaltos de los ejércitos de las Cruzadas (ingleses, flamencos, normandos y portugueses, bajo el mando de Afonso Henriques, rey de Portugal). La ciudad cayó por fin en 1147. La mezquita fue reconvertida en una iglesia (la actual catedral, principalmente románica pero reconstruida en otros muchos estilos tras sufrir incendios y terremotos), y el alcázar fue transformado en un palacio real portugués.
   La herencia magrebí de Lisboa se puede detectar aún en algunos paños de murallas, pero sobre todo en la urbanización del barrio Alfama, con el típico trazado laberíntico de sus calles y callejas encaramándose por una ladera de la colina coronada por el castillo de San Jorge.
   Tras la conquista de Lisboa, el rey Afonso estableció la capital de su reino en Coimbra. Lisboa no iba a convertirse en la capital hasta más de un siglo después, en 1256.
   El rey Dinis I (1279-1325) impuso por decreto el portugués, dialecto de la región de Porto (Oporto) como lengua nacional, y en 1290 fundó la universidad.
   Lisboa fue asediada e incendiada en 1375 por los castellanos, por lo que el rey Fernando I mandó fortificar la ciudad con unas nuevas murallas de 5 km de perímetro y 77 torreones de defensa, que permitieron resistir un nuevo ataque de los castellanos en 1384.
   Durante el siglo XV, en que comienza para Portugal su era de los Descubrimientos, un buen número de ciudadanos lisboetas se había enriquecido, y la urbe fue dotada de nuevos edificios más grandes y lujosos. Empezaban a proliferar en Lisboa los esclavos africanos, producto del comercio de 'ébano', en el que pronto iban a hacer la competencia a los portugueses otras potencias europeas (más información en fotoAleph en la exposición 'Portal a Senegal': 'Isla de Gorée. La puerta a un viaje sin retorno' y 'Crónica negra de la trata de esclavos').
   El gran explorador portugués Vasco de Gama pilota en 1498 una expedición naval hasta la India, rompiendo así el monopolio de los venecianos en el tráfico con Oriente.
   Se instalan en Lisboa colonias de comerciantes alemanes, flamencos, holandeses, ingleses y franceses. Y también griegos, lombardos y genoveses provenientes de Constantinopla, que habían perdido sus negocios de tráfico de esclavos cuando esta ciudad fue conquistada por los turcos en 1453.
   La figura del rey portugués Manuel I (1495-1521) domina esta época. Bajo su mandato y en su nombre, navegantes portugueses descubrieron Brasil, Vasco de Gama llegó por mar a la India rodeando Africa, y Albuquerque tomó Goa.
Lisboa   La gran contribución portuguesa a la arquitectura europea es el llamado estilo manuelino, por el nombre de este monarca, donde el gótico tardío alcanza su máximo grado de virtuosismo y se funde armoniosamente con las incipientes formas neopaganas del Renacimiento. Ejemplos magníficos del primer manuelino son el Monasterio de los Jerónimos y la Torre de Belem, afueras de Lisboa, cuyo estilo resulta austero en comparación a los recargados edificios manuelinos posteriores de Batalha y Tomar.
    Manuel I urbanizó también el valle donde se asienta entre colinas el centro de Lisboa, con dos focos principales, la plaza del Rossio, que sigue siendo hoy el corazón de Lisboa, y a orillas del Tajo un nuevo palacio, el Paços da Ribeira, con una amplia plaza adosada a su lado oriental, el Terreiro do Paço (o Terraza del Palacio), que hoy es la plaza del Comercio. La ciudad prosperó, aunque efímeramente.
   La expedición de Magallanes-Elcano, primera en circunnavegar el mundo, regresó a Portugal en 1522. En los años siguientes, media población portuguesa se lanzó a la búsqueda de riquezas en las nuevas colonias, y con las granjas desertizadas hubo de importar alimentos de otros países de Europa a precios cada vez más altos.
   En 1578 el rey Sebastián de Portugal pereció junto a su ejército en una fallida invasión de Marruecos; dos años más tarde Felipe II era rey de España y Portugal. En 1588 partió de Lisboa la Armada Invencible contra Inglaterra, anterior aliado de Portugal. En 1640, una conspiración de nobles de Lisboa dio un golpe y consiguió expulsar a los españoles. A aquéllos debe su nombre la plaza al norte del Rossio, la Praça dos Restauradores.
  
Indice de textos
  
   En 1755 acaeció el mayor desastre sufrido por la ciudad en su historia, el terremoto de Lisboa.
La capital fue devastada por uno de los más fuertes seísmos que se hayan registrado. Hubo dos sacudidas, con un intervalo de 40 minutos. El río Tajo se salió de su cauce e inundó las calles. A continuación se produjo un incendio generalizado. Murieron unas 30.000 personas.
  
   "...se encaminaron hacia Lisboa; (...) pero apenas llegaban a la población, cuando sintieron que la tierra temblaba debajo de su pies: embravecióse el mar, y rompió los navíos que estaban anclados en el puerto: cubriéronse las calles y plazas públicas con remolinos de llama y cenizas, los edificios se desplomaron, se hundieron las techumbres, se trastornaron los cimientos: treinta mil habitantes quedaron sepultados entre las ruinas de aquella opulenta ciudad.
   (...)
   Cándido exclamaba:
   –El mundo perece; éste es sin duda su postrer día.
   (...)
   Después del temblor de tierra que había destruido las tres cuartas partes de Lisboa, no hallaron los sabios del país otro medio más eficaz para prevenir una total ruina, que el de hacer un bonito auto de fe; por cuanto la universidad de Coimbra había decidido que la fiesta de quemar a fuego lento unas cuantas personas, con las ceremonias y formalidades de estilo, era un secreto infalible para impedir que la tierra temblase."
   (Voltaire, Cándido. Traducción de Moratín)
Lisboa  
   Lisboa fue reconstruida en pocos años, y su parte baja central (la Baixa) totalmente reurbanizada con las nuevas calles y bloques de casas siguiendo un trazado ortogonal. El palacio real a orillas del río había resultado destruido, y su terraza (Terreiro do Paço) fue ampliada para conformar la actual plaza porticada del Comercio (Praça do Comércio). Se restauraron la Sé (catedral) y otras iglesias, ya en un estilo barroco desprovisto de ornamentos llamado estilo 'pombalino' (por el marqués de Pombal, ministro encargado de la reconstrucción de la ciudad). La iglesia del Carmo se dejó, sin embargo, como había quedado, y sus ruinas medievales despuntan todavía hoy sobre el centro de Lisboa (foto 18).
   Durante la Guerra Peninsular de principios del XIX, Lisboa cayó alternativamente bajo el control de los ingleses y de los franceses. Tras la derrota de Napoleón, sufrió una guerra civil que duró hasta 1834. Lisboa, no obstante, continuó creciendo y expandiéndose a lo largo del siglo XIX, y hacia 1885 alcanzaba una población de 300.000 habitantes (el doble que el siglo anterior).
   El puerto es agrandado y modernizado. El ferrocarril hace su aparición: se construye la estación del Rossio, en estilo neo-manuelino. Se inaugura la amplia Avenida da Liberdade, arteria principal de la ciudad. Lisboa se expande más y más hacia el norte.
   En 1901 aparece el tranvía eléctrico, un transporte público muy utilizado por los lisboetas, que podría considerarse una de las señas de identidad de la capital.
   Gustave Eiffel diseña el elevador de Santa Justa, un ascensor gigante que conecta la parte baja con uno de los barrios altos de la ciudad.
   En 1908 el rey de Portugal y el príncipe heredero son asesinados en la Plaza del Comercio. El nuevo rey, Manuel II, abdica dos años más tarde. Se proclama la República y siguen unos años de inestabilidad política.
   Con la economía nacional en bancarrota, Antonio de Salazar toma el poder en 1932 e implanta una dictadura (definida como 'salazarismo' y muy semejante al 'franquismo' de la vecina España) en la que la figura del presidente detenta todos los poderes, con una oligarquía controlando la administración de la capital. El sistema económico es de tipo autárquico. Se prohibe el derecho a huelga y se implanta la censura sobre prensa, radio y televisión. En 1966 se inaugura el puente de Salazar (hoy del '25 de Abril'), el más largo de Europa, uniendo las dos orillas del estuario del Tajo (foto 36). En 1968 Salazar se retira y es sucedido por Caetano, que sigue su misma línea política autoritaria y represiva.
   El 25 de abril de 1974, Lisboa se convierte en uno de los principales escenarios de la llamada 'Revolución de los Claveles' ('dos Cravos'), desencadenada por el estamento militar, que, de forma incruenta, acabó con el fascismo salazarista en Portugal (la dictadura más longeva de Europa) un año antes de la muerte de Franco en España. Caetano es derrocado y se establecen en el país el derecho a voto y las libertades democráticas. La descolonización de Angola y Mozambique es una de las consecuencias.
  
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Ultima parada, Belem
  
   Si desde el centro de Lisboa tomamos un tranvía que nos acerque a la desembocadura del río Tajo, estamos yendo en dirección al punto más occidental de la Península Ibérica y por tanto de toda Europa. Más allá la tierra se acaba y empieza el océano. Hagamos una última parada en Belem, donde una antigua torre vigila la boca del amplio estuario del río. Desde aquí zarpaban las carabelas portuguesas hacia nuevas rutas y nuevos mundos, al igual que las españolas partían de la desembocadura del Guadalquivir.
   El Monasterio de los Jerónimos y la Torre de Belem, a 6 km del centro de Lisboa, constituyen los más importantes monumentos arquitectónicos de la capital, y una de las cumbres del llamado arte manuelino, un estilo artístico a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento que se dio en Portugal bajo el reino del poderoso Manuel I, precisamente en la Era de los Descubrimientos.
   El estilo manuelino, que coincide con la época de las exploraciones de nuevos continentes y nuevas rutas marítimas por parte de los europeos (con los portugueses a la cabeza), se caracteriza por su abigarrada decoración combinatoria de productos de la naturaleza como conchas, corales, algas, flores, hojas y frutas, así como cordajes y otros objetos del mundo de la navegación. Estos elementos se entrelazan entre sí con gran fantasía cubriendo de finos relieves las columnas, balaustradas, arcos y ventanales de los edificios.
  

  
Belem. Monasterio de los Jeronimos     
Monasterio de los Jerónimos
Fotos 37-53
  
   El monasterio de Santa María de Belem, de la orden de los Jerónimos, se levanta en Belem, pequeña ciudad en los arrabales de Lisboa, cerca de la orilla del río. El edificio está considerado como la obra cumbre del arte manuelino.
   En su origen no era sino una capilla fundada por el infante Don Enrique, que estaba situada frente a la actual entrada principal de la iglesia. Las obras dieron comienzo en 1502, en tiempos de Don Manuel, rey de Portugal, y no concluyeron hasta final de siglo. El primer arquitecto, de origen francés, fue Boytac (o Boitaca), y los sucesivos arquitectos fueron pasando sin rupturas aparentes del gótico al renacimiento, y de éste al barroco.
   Tanto la iglesia como el claustro principal fueron construidos en una piedra caliza muy fina de color marfil, procedente de las canteras de Alcántara.
   La fachada sur, obra maestra de Boytac y Castilho, está abarrotada de estatuas que trepan por pináculos y contrafuertes, en una composición coronada por un dosel con la Cruz de los Caballeros de Cristo. La fachada oeste muestra un programa escultórico de gran complejidad. A uno y otro lado del arco, en medio de una profusión de detalles góticos flamígeros, destacan las estatuas del rey Don Manuel y su esposa Doña María (1517), primera obra de Chanterene en Portugal.
   La nave de la iglesia tiene una longitud de 92 m y un anchura de 25 m, y se subdivide en tres naves de igual altura, delimitadas por delgadas columnas octogonales de prolija decoración renacentista. La bóveda del crucero se sostiene a 25 m de altura sobre dos pilares: su atrevida y aérea construcción, de gran esbeltez y amplia luz, se debe a Castilho (1522).
   En el Monasterio de los Jerónimos de Belem se custodian las tumbas del rey Don Manuel (1572), del explorador Vasco de Gama y del gran hombre de letras Camoes.
   El claustro, de planta cuadrada de 55 m de lado, rodeado de dos galerías abovedadas superpuestas, reforzadas por sólidos contrafuertes, es obra de Boytac y Castilho (1517). Por la armonía de sus proporciones, y la delicadeza y profusión de su decoración escultórica, este claustro constituye una obra maestra no sólo del estilo manuelino sino de toda la arquitectura del Renacimiento.
   Junto con la vecina Torre de Belem, con la que forma conjunto, el Monasterio de los Jerónimos fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1983.
  
Fuente: Listado del Patrimonio Mundial de la UNESCO.
 
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Torre de Belem
       
Torre de Belem
Fotos 54-60
  
   La Torre de Belem, un capricho de la arquitectura renacentista portuguesa con resabios arcaizantes del gótico, fue levantada a orillas del Tajo, para proteger su desembocadura, entre 1515 y 1521.
   Está construida en el mismo estilo preciosista y exuberante, de transición del gótico tardío al Renacimiento, que se dio en Portugal en tiempos del rey Don Manuel y de las exploraciones de ultramar, y que conocemos como estilo manuelino. Y en la misma piedra caliza de color blanco tostado del vecino Monasterio de los Jerónimos.
   Compuesta de cinco pisos, el cuerpo central parece estar ceñido por una gruesa maroma esculpida en relieve sobre los sillares, que rodea la torre por el exterior y queda como amarrada por un nudo.
   El interior es de un sobrio estilo ojival, aunque con arcos renacentistas de medio punto en las ventanas. Las torretas y almenas que erizan su superestructura le confieren un aire vagamente norteafricano.
   La Torre de Belem fue edificada sobre las mismas aguas del Tajo a punto de desembocar en el océano Atlántico, para conmemorar la histórica expedición de Vasco de Gama a tierras de Oriente.
  
Fuente: Listado del Patrimonio Mundial de la UNESCO.

  
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LISBOA
desde el tranvía 28
  
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Realizadas en Lisboa (Portugal) 
  
  
  

  
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