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  RECUERDOS DEL PARAÍSO
  Pescadores de Sri Lanka
Pescadores de Sri Lanka
  
   La presente exposición fotográfica es una selección de retratos de los habitantes de un pequeño pueblo de pescadores en Sri Lanka llamado Passekudah.
   Con esta muestra queremos rendir un sentido homenaje a aquellas gentes: hombres y mujeres de vida sencilla pero de admirable calidad humana, muchos de los cuales murieron en la guerra civil que durante 26 años padeció la isla y en el devastador tsunami que en 2004 arrasó las costas del Índico. Hombres y mujeres que, sin embargo, siguen vivos en nuestros recuerdos.
   150 fotografías on line
Indice de textos
Una lágrima en el océano
Aquel pueblo de pescadores
La pérdida del paraíso
Indices de fotos
Indice01
Indice02
Indice03
Indice04
Indice05
Indice06
Indice07
Indice08
Indice09
Indice10
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    El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados.
   Jean Paul
  
  
  

Una lágrima en el océano
  
   Sri Lanka es el nombre de esa isla en forma de lágrima que emerge en el océano Índico no lejos de la punta sur de la India, casi tocando al ecuador, y que durante muchos siglos fue llamada Ceylán. Los antiguos griegos ya la conocían, al menos de oídas. La llamaban Taprobana. La menciona Megasthenes hacia el año 290 a C y aparece en un mapa de Ptolomeo.
Pescadores de Sri Lanka   Siglos más tarde su nombre es citado en la primera estrofa del poema épico Los Lusiadas de Camoens, escrita pocos años después de la llegada de los portugueses a la isla:
    Las armas y varones distinguidos,
Que de Occidente y playa Lusitana
Por mares hasta allí desconocidos,
Pasaron más allá de Taprobana...
   Los navegantes árabes la conocían como Serendib (o Serendip), nombre que dio origen a la palabra inglesa 'serendipity', que ha sido recientemente traducida por la Academia Española de la Lengua como 'serendipia'. Inventada por el escritor inglés Horace Walpole inspirándose en el cuento persa 'Los tres príncipes de Serendip', serendipity hace referencia a la cualidad mágica que provoca que cuando una persona busca una cosa, encuentre por azar otra cosa mucho más valiosa de la que buscaba.
   Y en verdad que algo de eso sienten los viajeros que visitan Sri Lanka.
   Los musulmanes decían que Serendib era el elíseo al que Dios había desterrado a Adán y Eva para consolarles de su expulsión del Paraíso. La isla aparece en Las Mil y Una Noches, como uno de los escenarios de los viajes de Simbad el Marino.
   Marco Polo desembarcó en la isla a la vuelta de su viaje a China, y afirmó que Ceylán es "indudablemente la más bella isla de su tamaño en el mundo entero".
   Estamos hablando de la que fue una isla mítica, situada muy lejos de las rutas marítimas convencionales. Un reino remoto y legendario, más cercano a la fantasía que a la realidad, habitado por pescadores de perlas, renombrado por la magnificencia de sus reyes y por sus fabulosas riquezas naturales, entre las que abundaban el marfil, las esmeraldas, los zafiros, y cuyas frondosas selvas tropicales cobijaban las más exóticas especies de flora y fauna.
   "Debe usted saber que los rubíes se encuentran en esta isla y en ningún otro país del mundo sino en éste. Se encuentran también zafiros y topacios y amatistas, y otras muchas piedras preciosas. Y el Rey de esta Isla posee un rubí que es el más bello y más grande del mundo" (Marco Polo).
  
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Pescadores de Sri Lanka   El científico y escritor estadounidense Arthur C. Clarke (autor de 2001: Una odisea del espacio), que residió la mayor parte de su vida en Sri Lanka, describió así el país: "La isla de Ceylán es un pequeño universo; contiene tantas variaciones culturales, paisajísticas y climáticas como otros países de doce veces su tamaño. (...) Si le interesan la gente, la historia, la naturaleza y el arte –las cosas que realmente importan– puede descubrir, como yo, que toda una vida no es suficiente". (Arthur C. Clarke, The View from Serendip).
   Los oriundos la llamaban Lanka, que significa 'resplandeciente', y en 1972 este nombre se recuperó como topónimo oficial de la isla, precedido de la palabra Sri, un epíteto honorífico que se podría traducir como 'sagrado' o 'santo'.
   Según una tradición local, de Sri Lanka al cielo hay solo 40 millas; desde allí puede oírse el sonido de las fuentes del paraíso.
   Imágenes edénicas de Sri Lanka que contrastan vivamente con la trágica realidad que han vivido sus habitantes en las últimas décadas, en las que, además de sufrir catástrofes naturales como el tsunami de 2004, que arrasó sus costas orientales y provocó la muerte de miles de personas, les ha tocado padecer desde su independencia en 1948 una sucesión concatenada de crisis políticas que desembocaron en el estallido de una cruenta guerra civil (1983-2009) entre el ejército gubernamental cingalés y los guerrilleros revolucionarios tamiles que propugnaban la partición de la isla para crear el nuevo estado independiente de Tamil Elam. Esta guerra se saldó con una cifra estimada de entre ochenta y cien mil muertos, en su mayoría civiles, amén de provocar un gravísimo deterioro de la economía de la isla, del que tardará años en recuperarse.
   Sri Lanka, isla de lágrimas. Lágrimas que van a caer en el océano.
  
  
  
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Aquel pueblo de pescadores
  
   La presente exposición de fotografías se compone de una selección de retratos de los habitantes de una pequeña aldea de pescadores en la costa oriental de Sri Lanka, situada entre las ciudades de Batticaloa y Trincomalee. La aldea se llama Passekudah, y sus pobladores son en su mayoría de la etnia tamil, aunque conviven en armonía con pequeños grupos de cingaleses, musulmanes y cristianos de ascendencia portuguesa.
Pescadores de Sri Lanka   Las familias de pescadores de Passekudah habitan en cabañas construidas a base de troncos y hojas trenzadas de palmera, que se levantan entre árboles frutales a orillas de una hermosa playa bordeada de cocoteros. De arenas blancas y aguas templadas de transparente color turquesa, la playa está protegida de los embates de las olas por una barrera natural de arrecifes coralinos, sumergida a poca profundidad, que no solo remansa las aguas sino que impide merodear por la costa a los tiburones del Índico. Aquí y allá emergen pequeños islotes formados por rocas (foto001), bautizados con pintorescos nombres: 'Crocodile Rock', 'Elephant Rock'...
   Los peces y crustáceos que pululan por la bahía y los arrecifes aledaños proveen a las familias de Passekudah de la mayor parte de sus recursos alimenticios. La pesca es siempre a pequeña escala, de mera supervivencia, realizada en muchas ocasiones con redes de uso individual. Los pescados son consumidos en el mismo día. Nadie se preocupa por el día siguiente: los dioses proveerán. No existen manufacturas de envasado, ni de salazón, ni el más mínimo vestigio de industria pesquera. Si hay pescado de sobra, se venden los excedentes al mejor postor en subastas improvisadas en la misma playa. Las langostas, cangrejos y calamares son vendidos a restaurantes para turistas, donde son más cotizados. Con estas transacciones ocasionales, los pescadores obtienen algunas ganancias en metálico que les posibilitan adquirir otros bienes necesarios para la vida hogareña, e incluso permitirse pequeños lujos como comprar cigarrillos o beber ron de coco en la taberna.
   Los pescadores navegan por las tranquilas aguas de la bahía en catamaranes, someras canoas fabricadas artesanalmente con troncos vaciados de árbol de mango y provistas de un balancín lateral para evitar los vuelcos (foto028). La palabra 'catamarán' con que se conoce en el mundo a la barca con balancín es precisamente de lengua tamil, por lo que no es aventurado suponer que fueron los tamiles quienes inventaron este práctico tipo de embarcación.
   Con las piernas encajonadas en el estrecho hueco del tronco, los pescadores reman en grupos de dos, de tres o de cuatro. A veces les acompañan sus hijos varones, que van aprendiendo así desde temprana edad las artes de la pesca. Al remar, con cada palada deben efectuar una determinada torsión de muñeca, con el fin de contrarrestar la tendencia a virar que provoca el balancín, y mantener de esta forma derecho el rumbo. Cuando avistan un banco de peces, aceleran el ritmo, y llegados al objetivo lanzan rápidamente las redes, no atrapando cada vez más que unos pocos pececillos. Pero van atentos también al fondo del mar, que en estas aguas transparentes y poco profundas se distingue con claridad. De vez en cuando un par de antenas blancas asoma por debajo de una roca. Entonces uno de los tripulantes se lanza de cabeza al agua, bucea hasta el fondo y sin pensárselo dos veces introduce el brazo hasta el hombro por un orificio de la roca para atrapar la langosta cuyas antenas han delatado allí su presencia. Remonta a la superficie y echa la langosta al fondo del catamarán, donde se queda tamborileando con un enérgico coleteo. Las de la zona de Passekudah son unas hermosas langostas de una especie de color verdirrojo que carecen de pinzas (foto041).
Pescadores de Sri Lanka 
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   Muchas veces faenan a últimas horas de la noche para arribar a la playa con la pesca al punto del amanecer y evitar así el achicharrante calor del sol. Estamos en el trópico, un mundo sin albas ni crepúsculos, donde desde primera hora de la mañana el sol ya alcanza una gran altura y al atardecer parece zambullirse en el horizonte, haciendo que la oscuridad sobrevenga de repente como si se hubiera dado al off en un interruptor.
    Hemos acompañado a los pescadores en sus navegaciones nocturnas por los arrecifes de coral a la búsqueda de langostas, que son fáciles de avizorar a la luz de la luna. Evitan salir en las noches de luna llena, pues debido al exceso de luz las langostas tienden a retraerse en lo profundo de sus refugios submarinos. Cuando los pescadores nadan y bucean por la noche entre los corales, se produce un curioso efecto lumínico: las aguas agitadas por sus brazos y piernas centellean alrededor de sus cuerpos con un tenue chisporroteo de destellos fosforescentes. Contemplando el irreal espectáculo, nos viene a la memoria que Ceylán fue un país famoso por sus pescadores de perlas, legendarios personajes capaces de sumergirse a grandes profundidades y mantenerse bajo el agua sin respirar durante intervalos de tiempo inauditos. Y nos resuenan en la mente los ecos de un aria de Los pescadores de perlas, la ópera de Bizet ambientada en Sri Lanka: O nuit enchanteresse!... O souvenir charmant!...
Pescadores de Sri Lanka   En ocasiones faenan en alta mar, más allá de la barrera de coral, allá donde las aguas se vuelven oscuras por su gran profundidad, y llegan a capturar enormes peces-manta e incluso tiburones (foto043). La carne de ambas especies es muy cotizada en la gastronomía local.
   Otras veces pescan sin usar el catamarán, que dejan atracado en la arena, simplemente paseándose por la orilla de la playa, sumergidos los pies en el agua, con un cesto de mimbre colgando de la cintura. Llevan enrollada al torso una pequeña red individual de forma circular, con la circunferencia festoneada de plomos (foto036). Con un hábil movimiento de brazos la lanzan sobre los peces, procurando que en el vuelo el círculo se despliegue en toda su extensión (foto039). Los peces quedan atrapados bajo la red contra el fondo de arena, formando los plomos una barrera circular que les impide escapar. El pescador tira del centro de la red creando un cono que va reduciendo su diámetro y constriñe a los peces en un espacio reducido (foto040). Así puede fácilmente cogerlos con la mano para depositarlos en el cesto.
  
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   Hay que tener cuidado con la murena, ese pez con forma de serpiente y cara de pocos amigos, que acecha entre las rocas y los corales en los sitios más inesperados. La isla de Sri Lanka es renombrada por la extraordinaria biodiversidad de sus especies de flora y fauna, y esto incluye la presencia de animales potencialmente peligrosos para el ser humano. Como, por poner otros ejemplos, los cocodrilos en los ríos, y los gaviales, una especie de cocodrilo de morro estrecho y alargado que se alimenta de peces y nada en las aguas saladas de los estuarios. Leímos en un periódico local que un cocodrilo había atacado la víspera a un niño que pescaba en un río, atenazándole con sus fauces por la cadera, y fue salvado por otro niño que le acompañaba. Éste se lanzó al agua y, armando un gran alboroto de gritos, aspavientos y salpicaduras, logró espantar al reptil, que soltó su presa.
    No hay paraíso sin su serpiente, pero el caso de Sri Lanka llega en esta cuestión al extremo. Se han contabilizado 101 especies de serpientes en la isla, de las cuales 46 son endémicas. Entre ellas están la impresionante cobra de anteojos, la pitón –bicho que puede superar los diez metros de largo–, la boa, las víboras, las serpientes-coral y las culebras de mar. Algunas de ellas (las craits) están clasificadas entre las especies de ofidios más venenosas del mundo, siendo Sri Lanka uno de los países con mayor porcentaje de mortandad por picadura de serpiente. Circulando en bicicleta por las pistas de las cercanías de Passekudah hemos visto cobrar vida a lo que parecían troncos cruzados en el camino, para transformarse en gruesas serpientes que se retiran reptando a fin de dejarnos paso. Y entre el poblado y la playa, los nativos nos mostraron un nido de cobras oculto bajo un matojo al pie de un cocotero. Tomamos buena nota de la advertencia: el quinto cocotero a la izquierda.
Pescadores de Sri Lanka   De vez en cuando visitan Passekudah, en su deambular de pueblo en pueblo, los encantadores de serpientes. Llevan en sus cestas cobras y pitones, y en cuanto se forma un corrillo de vecinos, destapan las cestas y hacen sonar sus flautas con una musiquilla estridente. Las cobras yerguen la parte delantera de sus cuerpos y abren sus caperuzas como hipnotizadas, con sus anteojos dibujados al dorso (foto068). Completa el espectáculo como telonero un macaco amaestrado al que le obligan a hacer monerías (foto070). En cuanto recaudan unas pocas monedas, encierran las cobras en sus cestos y reemprenden su camino hacia el siguiente pueblo. Charlando con uno de estos encantadores, nos enseñó su antebrazo hinchado por la picadura de una de sus propias serpientes, y nos mostró una semilla de color negro que, frotándola contra la piel, servía, según él, para mitigar la hinchazón.
  
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   Los tamiles de Sri Lanka constituyen una sociedad muy apegada a la tradición, con costumbres y creencias de origen ancestral, muy parecidas a las de los pobladores del actual estado de Tamil Nadu, en la punta sur de la India. Es ésta la tierra de donde provienen sus antepasados, de los que hay constancia histórica de que fueron buenos navegantes e importaron su cultura a otros países, incluida la isla de Lanka. Pero no fueron los únicos. Desde el siglo V a C habían ido creciendo en diversos lugares de Sri Lanka otros asentamientos de tribus y clanes indoarios procedentes del norte de la India, siendo el más poderoso el de los sinhalas, que, con el tiempo, terminó dando nombre (cingaleses) a los descendientes de estos grupos humanos. Hoy se conoce con el gentilicio 'cingalés' al habitante de Sri Lanka perteneciente a la etnia mayoritaria indoaria (y de religión budista), diferenciándolo del habitante de la etnia minoritaria de origen dravidiano (y de religión hinduista) conocida como 'tamil'.
   La religión predominante de Sri Lanka es el budismo, practicado principalmente por los cingaleses, pero la constitución de la república isleña garantiza la libertad de culto a otras religiones, como el hinduismo (practicado mayoritariamente por los tamiles), el mahometanismo, el cristianismo y el judaismo. Así como los budistas tienen sus propias pagodas y los musulmanes sus propias mezquitas, los tamiles tienen sus propios templos hinduistas. El de Passekudah está dedicado a Ganesh, el dios con cabeza de elefante, hijo de Siva, que quita los obstáculos del mundo y trae la buena suerte. Allí acuden esporádicamente los lugareños a depositar ofrendas a los dioses y a pedirles favores y bendiciones. A veces se celebran ceremonias colectivas, presididas por un brahmán, en las que no es raro presenciar, bajo el rítmico percutir de los tambores, determinados ritos en los que uno o varios fieles terminan entrando en estado de trance (foto108).
   Asistimos en cierta ocasión a unas fiestas religiosas que se desarrollaban de noche en un pueblo de las cercanías. Entre otros ritos estaba el de caminar descalzo sobre una alfombra de brasas, parecido al que se celebra en España en el pueblo soriano de San Pedro Manrique. Pudimos ver cómo diversos devotos pasaban sobre las ascuas sin quemarse, hincando con fuerza los pies en los ardientes rescoldos del fuego de leña. Vimos también a un brahmán que quiso hacer lo mismo y en cuanto puso los pies sobre las brasas salió escopeteado, entre las carcajadas de los concurrentes, y no paró hasta el templo más cercano, donde el frío suelo de mármol le alivió las quemaduras de las plantas. "¿No quieres probar tú?", me pregunta Ponna, un camarada que ha venido conmigo al festival. "No, gracias", contesto.
Pescadores de Sri Lanka   El pueblo entero vibra al ritmo de los flautines y tambores de la danza kaveri, que consiste en bailar con un par de garfios clavados en la espalda y atados a unas cuerdas de las que tiran otros danzantes, de forma que casi llegan a desgarrarles los músculos dorsales. Esta autopenitencia se la infligen para pedir favores a los dioses, por ejemplo la curación de la enfermedad de un familiar, o para darles gracias por los servicios prestados, por ejemplo si el familiar se ha curado. En el festival de Kataragama, en otra ocasión, vimos cómo los penitentes se colgaban de los árboles suspendidos de cuerdas terminadas en garfios clavados en sus espaldas.
   Los hombres y las mujeres de las familias tamiles se reparten las tareas cotidianas obedeciendo a una rígida división de roles. Así ocurre también en nuestro pequeño pueblo de Passekudah, objeto de esta exposición. Los varones son los encargados de proveer de recursos económicos a la familia, mientras que las mujeres hacen las faenas de la casa, preparan la comida y cuidan de la prole, que puede llegar a ser numerosa: no es infrecuente encontrar matrimonios con diez hijos o más. Los niños participan también en las labores hogareñas: cumplen sin rechistar todos los recados que les encomiendan los adultos: traer o llevar cualquier objeto o mensaje, atender a los hermanos y hermanas más pequeños, ayudar en las tareas de la casa...
Pescadores de Sri Lanka   No existiendo nada parecido a cosas como la seguridad social, planes de jubilación o asilos para la tercera edad, los ancianos, los abuelos y abuelas (appapa y ammama) son cuidados por sus propias familias, alojados en sus mismas cabañas, donde también contribuyen a los quehaceres domésticos con actividades que no requieren de gran esfuerzo físico: picar el tabaco, limpiar las legumbres, moler el grano (foto117)... Estos ancianos son tratados con un respeto que raya en la veneración. Se les pide con frecuencia consejo, y su opinión es tenida muy en cuenta. Son los patriarcas y matriarcas familiares, origen seminal de toda la rama, auténticos pozos de experiencia y sabiduría.
   Además del padre y la madre (appa y amma), también gozan de un rango y autoridad especiales dentro de la familia el hijo primogénito (anna) y la hija mayor (akka). Los restantes hermanos (tambi) y hermanas (tangaji) les deben obediencia y respeto. Cuando un hijo se casa (ellos hacia los 18 años, ellas hacia los 16), la nueva pareja se construye una cabaña no lejos de la de sus padres y se va a vivir en ella. La densidad de habitantes y viviendas va así aumentando a un ritmo sostenido, y de un año para otro se puede apreciar a simple vista que el pueblo va creciendo de forma imparable.
   Los matrimonios son concertados por los padres; los pretendientes poco tienen que decidir. Al revés de lo que ocurre en la India, la dote debe ser aportada por el marido a la esposa. Las alianzas matrimoniales se arreglan entre individuos que por lo general pertenecen a ramas más o menos cercanas de la misma familia extensa. Ocurre así que todos los habitantes del pueblo terminan estando más o menos emparentados, y sus árboles genealógicos se entrecruzan hasta formar un bosque tan frondoso como las selvas de Sri Lanka, con una inextricable profusión de primos, tíos, sobrinos, suegros, yernos, nueras y cuñados. Es significativo que la fórmula coloquial con la que se saludan entre sí los vecinos sea la frase "Enna macchan?", que en tamil literalmente significa "¿Qué tal, cuñado?".
  
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   Periódicamente hay que renovar las cabañas, que se deterioran con rapidez en este clima tropical sometido a las lluvias monzónicas. Los propietarios desmantelan la vieja choza y construyen una nueva en las cercanías. Amigos, vecinos y parientes se prestan de buen grado a participar en esta labor, que se practica comunitariamente: "hoy por ti, mañana por mí". Excavan profundos agujeros en la arena donde hincan los postes de la estructura (foto114), rematada de una cubierta a dos aguas a base de vigas y solivos (foto115). Las paredes consisten en dobles planchas de hojas de palmera trenzadas y cosidas entre sí, y la techumbre está asimismo formada por ramas de cocotero. Exenta y cercana al pozo se levanta una choza más pequeña, que servirá de cocina (foto118). Los niños también ayudan, y de paso van aprendiendo las técnicas de construcción de una cabaña.
Pescadores de Sri Lanka   No existen muebles propiamente dichos: algunos cestos para guardar sus pertenencias, algunas esterillas para dormir sobre ellas. No conocen los colchones. Ni las sábanas ni las mantas, innecesarias en este clima. No tienen electricidad, pues el gobierno no permite los tendidos eléctricos en los poblados de chozas, por el riesgo de incendios que conllevan. No tienen agua corriente: el agua que utilizan para beber y lavarse ha de ser extraída del pozo. Una de las aspiraciones de su vida es ahorrar dinero para poder construirse una cabaña con paredes de ladrillo, que les permitiría disponer de luz eléctrica. Mientras tanto se conforman con quinqués de queroseno.
   La dieta básica de las familias de pescadores consiste en arroz con pescado. O también pescado con arroz. Es el plato principal de toda comida, cena o desayuno. Complementan este régimen con verduras (legumbres, berenjenas, ladyfingers...), compradas en el mercado de la cercana villa de Kiran (foto110), y frutas (piñas, papayas, bananas...), recolectadas de los árboles que cultivan junto a sus chozas. En ningún guiso puede faltar el ingrediente de las guindillas, cuanto más rabiosamente picantes, mejor. La leche la obtienen de las cabras que crían en sus propios terrenos. No hay horarios de comidas; los familiares no se reúnen para comer. El ama de casa deja preparado un gran puchero con la pitanza y conforme van apareciendo los miembros de la familia de sus correrías, a cualquier hora del día se sirven en plan self-service una ración en un plato, que comen en cuclillas sin usar cubiertos, valiéndose exclusivamente de la mano derecha. La mano izquierda la reservan para otros menesteres relacionados con la higiene corporal.
   Cocinan con fuego de leña, en una fogata encendida en el mismo suelo de la cocina. Para freír, utilizan aceite de coco, sustancia que también emplean como loción para la piel y para dar lustre a sus cabelleras, tanto las mujeres como los hombres. Dicen que es beneficioso para el pelo. No es éste el único producto con que les regala la palmera cocotera, tan abundante por estos pagos. Ya hemos comentado que sus ramas sirven de material de construcción de cabañas. Cuando tienen sed y no hay un pozo cercano, trepan con agilidad por el tronco del cocotero (foto078) hasta alcanzar un racimo de cocos, desprenden uno con el machete y lo tiran a tierra. Con el mismo machete cortan un trozo de la cáscara para hacer un agujero y el fruto se convierte en un cántaro de refrescante agua de coco. Si el líquido se deja fermentar, obtienen el toddi, una especie de vino de palma de color lechoso y sabor amargo. Si se destila, consiguen el arrack, una especie de aguardiente o ron de coco con alta graduación de alcohol, muy apreciado por los pescadores.
   Las mujeres visten con sari, a la manera de la India, los más vistosos reservados para las ocasiones especiales. Los hombres visten con sarong, que es una simple pieza de tela cosida en forma de tubo que se enrollan en torno a la cintura. Anillos, collares y pendientes completan el atavío de las mujeres. Y con frecuencia se adornan el rostro con el característico bindu (en tamil pottu), ese gran lunar que se dibujan en medio de la frente, símbolo, según dicen algunos, del 'tercer ojo'. También a los bebés y a los niños se les aplica el pottu (foto067), y además el arnacuri, un cordón atado alrededor del vientre que dicen les protege de los malos espíritus.
   Pero el adorno más bello de sus semblantes es su omnipresente sonrisa, una media luna cuya blancura reluce y se acentúa al contrastar con el fondo oscuro de su piel. Cuando cae la noche y todo se sume en la oscuridad, sus cuerpos se funden en lo negro hasta hacerse casi invisibles. Lo único que se ve de ellos son sus blancas y sonrientes dentaduras, que brillan suspendidas en medio de las tinieblas. Y nos hacen recordar la sonrisa flotante del gato de Chesire de Alicia en el país de las maravillas. "He visto muchas veces un tamil sin sonrisa" –podríamos bromear parafraseando a Lewis Carroll– "¡pero una sonrisa sin tamil! ¡Es lo más raro que me ha ocurrido en la vida!"
  
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La pérdida del paraíso
   
   Esas sonrisas se han apagado. Lo que era un idílico rincón del edén, hoy es un paraíso perdido. La guerra civil que estalló en Sri Lanka en 1983 y duró hasta 2009 hizo estragos entre la población de la isla, incluyendo nuestra pequeña aldea de pescadores. Y por si no fueran bastantes las desgracias, el devastador tsunami que en diciembre de 2004 arrasó las costas del Índico, solo en Passekudah acabó con la vida de 208 personas y se llevó por delante todas sus viviendas y pertenencias. Incluso la geografía del lugar quedó cambiada. Podemos asegurar que nada de lo que aparece en la presente exposición de fotografías existe ya. Todas esas cabañas fueron arrastradas por las olas. Muchas de las personas aquí retratadas murieron en la guerra o perecieron ahogadas en el tsunami.
Pescadores de Sri Lanka   Entre los supervivientes, los niños que podemos ver en las fotos son ya adultos treintañeros. Y los jóvenes están en los cuarenta o los cincuenta. La infancia es otro de los paraísos que han perdido.
   Retratos como los que mostramos en esta exposición no se pueden hacer si no existe una gran confianza entre el sujeto fotografiado y el sujeto que lo fotografía. Todos ellos fueron realizados en sucesivas estancias en Passekudah a lo largo de los años 80, en los comienzos de la guerra. Durante meses tuvimos la suerte de vivir en estrecha convivencia con estas familias de pescadores tamiles y poder conocer muy de cerca su modo de vida. Al conseguir romper la barrera turista/nativo, nos hicieron sentir como si fuéramos uno más entre ellos. Nos embarcaron en sus faenas pesqueras, dormimos en sus chozas, tuvimos que desayunar arroz con pescado picante.
   Por eso al autor de estas fotografías le ha resultado especialmente doloroso preparar esta exposición y escribir estas líneas. Ha tenido que esperar treinta años para hacerlo. Y aún se le saltan las lágrimas con el recuerdo de tantos amigos perdidos.
  
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   Los tamiles de Sri Lanka siempre se han sentido discriminados con respecto a la mayoritaria población cingalesa de la isla. Se quejaban, entre otras cosas, de que a sus hijos no les dejaban entrar en la universidad, y exigían mayores cotas de autogobierno para poder vivir conforme a sus usos de raigambre hinduista. En 1983 hubo una revuelta en una cárcel donde fueron asesinados varios prisioneros tamiles y esa fue la chispa que prendió el fuego de la guerra. Los grupos insurgentes que venían operando desde hacía años contra el gobierno se radicalizaron e intensificaron sus actividades armadas. Entre estos grupos, el que terminó obteniendo mayor liderazgo fue el LTTE (Tigres de Liberación de Tamil Elam), de inspiración maoísta. Reclamaban la partición política de Sri Lanka para crear en el norte y este de la isla (de mayoría de población tamil) un estado independiente llamado Tamil Elam.
   Es significativo el nombre de 'tigres' que adoptaron. Para ellos su principal enemigo era el ejército del gobierno cingalés. El gentilicio cingalés deriva de 'sinha', en sánscrito 'león'. De hecho en la bandera de Sri Lanka figura el dibujo de un león, emblema de los cingaleses. De forma que, simbólicamente hablando, la guerra se planteó como un combate de tigres contra leones. Pero los zarpazos de esa lucha alcanzaron a toda la población civil, tanto a la cingalesa como a la tamil.
   Los atentados se sucedieron durante interminables años. Los rebeldes ponían bombas en los mercados, en los aviones, en los transportes públicos, sembrando la muerte indiscriminadamente. El ejército gubernamental reaccionaba arrasando a sangre y fuego los poblados que podían albergar rebeldes, fusilando a los tamiles en la misma puerta de sus cabañas delante de sus mujeres e hijos, practicando detenciones masivas, implantando el toque de queda, torturando, encerrando en calabozos a cualquier sospechoso de apoyar a la guerrilla. Y todos los jóvenes tamiles, de los 16 a los 30 años, eran sospechosos, por ser jóvenes y por ser tamiles.
    Por su parte la actuación de los 'tigres' no era menos brutal. Irrumpían por la fuerza en las cabañas de sus mismos paisanos tamiles para requisar todas las joyas y objetos de valor de la familia, con el fin de financiar sus actividades armadas. Si encontraban en la casa un adolescente o un joven (chico o chica), lo reclutaban en su grupo y se lo llevaban a la fuerza a sus campos de entrenamiento, sin atender a las protestas de los familiares. En Passekudah así lo hicieron con nuestro joven amigo Ganesh, que está desde entonces desaparecido y se le da por muerto.
   Extraña manera la de los 'tigres de liberación' de liberar a los tamiles, que se vieron así acorralados entre dos fuegos.
Pescadores de Sri Lanka   En 1987, a petición del gobierno cingalés, el primer ministro de la India, Rajiv Gandhi, hijo de Indira Gandhi, envió tropas indias a la isla, como 'fuerzas de pacificación'. Pero éstas pronto derivaron en fuerzas de represión, perpetrando masacres tanto entre los activistas como entre la población civil tamil. Al final tuvieron que retirarse sin haber conseguido otra cosa que empeorar la situación. Esta maniobra en falso le costó la vida a Rajiv Gandhi, que fue en 1991 víctima de un atentado suicida. En un mítin electoral que se celebraba en el estado indio de Tamil Nadu, una militante del LTTE mezclada entre los espectadores se acercó a Rajiv Gandhi para regalarle un ramo de flores. El ramo contenía en su interior una bomba. En 1993 otro atentado suicida acabó con la vida del presidente electo de Sri Lanka Ranasinghe Premadasa.
   La guerra se prolongó durante años alternando periodos de relativa calma con periodos de recrudecimiento de las hostilidades. Se organizaron conferencias de paz en Oslo y Ginebra, que no dieron resultado.
   Transcribimos un fragmento de una carta que nos envió un amigo de Passekudah en aquellos aciagos días:

   "La situación actual en nuestra área es muy mala. La guerra entre las tropas del gobierno y el LTTE continúa en algunos lugares. Muchos refugiados del distrito de Trincomalee han venido a nuestra zona y se han instalado en lugares públicos. Algunos grupos armados reclutan jóvenes y es muy difícil retener en casa a mi hijo Tamilselvam (19 años). Muchos jóvenes que tienen dinero se van a los países de Oriente Medio para buscar empleo. Algunos jóvenes que tienen parientes en Europa van a países de Europa como refugiados.
   Todos los días vivimos con miedo, dormimos con miedo."
  
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   También conocimos en Passekudah a un muchacho que se enroló voluntariamente en la guerrilla. Nunca hemos vuelto a saber nada de él.
   Retnam Alakuthurai fue hecho prisionero por la única razón de haber asistido a un mítin de los rebeldes, y encarcelado en una prisión de alta seguridad cerca de Colombo, atiborrada de presos con causas parecidas, de la que tardó años en salir.
   Su hermano Arriyathurai, de 18 años, fue detenido en la calle a cuento de nada por soldados del ejército. Encerrado en un cuartelillo, durante tres días fue sometido a torturas. Por ejemplo, le colgaban desnudo y cabeza abajo de una cuerda atada a los tobillos, con una polea con la que podían hacer que el cuerpo subiera y bajara. Cuando bajaba, la cabeza se le sumergía en un barreño de agua, provocándole asfixias. No confesó nada, porque no tenía nada que confesar. Su delito: ser un joven tamil. En la foto123 Arri nos enseña las marcas que dejaron en su espalda las torturas a que le sometieron.
    Al año siguiente su cuñado Nava fue sacado de su cabaña sin motivo justificado por soldados del ejército y tiroteado a bocajarro en la misma puerta, delante de toda su familia. Su mujer Yoga se suicidó a continuación.
Pescadores de Sri Lanka   Valgan estos pocos ejemplos para dar una idea de las atrocidades que se cometían día a día en el transcurso de la guerra, de las que eran víctimas personas completamente inocentes. Podríamos seguir interminablemente.
   En una de nuestras excursiones por la isla, nos topamos por casualidad con un pequeño grupo de guerrilleros del LTTE que estaban reunidos en un escondido paraje de la selva. Todos ellos eran muy jóvenes, casi adolescentes. Tras preguntarnos por nuestros nombres y país de procedencia, logramos entablar una conversación. Nos hablaron de sus sueños de un Elam independiente. Se referían al entonces presidente de Sri Lanka, J. R. Jayewardene, al que consideraban su principal enemigo, con el apodo de 'JR', en alusión al villano de la serie televisiva Dallas. Nos mostraron las granadas de mano que usaban, depositándolas entre sonrisas en nuestras manos para que las examináramos de cerca. Todos ellos llevaban colgando del cuello un cordón del que pendía una pequeña ampolla de vidrio. Nos explicaron que la ampolla contenía cianuro. De esta forma, si alguno de ellos caía prisionero de las tropas gubernamentales, mordiendo la ampolla se podía suicidar, para así evitar las posibles delaciones al ser torturados.
   Los males nunca vienen solos. Por aquellos días se propagó por la región de Passekudah una epidemia de sarna. Veíamos a la gente todo el día rascándose las manos y el cuerpo con desasosiego. Les recomendábamos que fueran al hospital de Valacchenai para conseguir una pomada contra la sarna, que en el mismo sanatorio promocionaban para combatir la plaga. Alguno nos contestó: "Hospital no good. No injection, no good". Al menos todavía tenían humor como para bromear llamando a la sarna savanah, que es el nombre con que allí denominan a esos boletos de 'rasque y gane', juego muy en boga por entonces en la isla.
  
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   En diciembre de 2004, a los veintiún años del comienzo de la guerra, les sobrevino otra desgracia añadida, esta vez en forma de cataclismo de la naturaleza. Un maremoto provocado por el deslizamiento de unas placas submarinas en la isla de Sumatra generó un gigantesco oleaje con olas de más de diez metros de altura, el fenómeno conocido como 'tsunami', que arrasó las costas del Índico desde Indonesia hasta el Golfo de Bengala, cobrándose miles de vidas. El tsunami embistió de lleno contra la costa oriental de Sri Lanka y devastó nuestra pequeña aldea de Passekudah, dejando centenares de muertos solo en esta localidad.
   No era éste el primer tsunami que habían sufrido sus habitantes: ya nos habían hablado de otro que se produjo en 1979 y que también destrozó el pueblo. Nuestro amigo Kunasegaram nos contaba que lo pilló durmiendo en casa y que su cabaña se inundó llegando enseguida el agua casi hasta el techo, y que él estaba atrapado dentro sin poder salir. "¿Y tú que hacías dentro?", le preguntamos. "Swimming", nos respondió. Kunasegaram no consiguió salvarse del tsunami de 2004. Él y sus dos hijas murieron ahogados.
   Los siguientes fragmentos de cartas de nuestro amigo Alaki de Passekudah ofrecen un testimonio en primera persona de la catástrofe. No podemos transcribirlos sin que un profundo estremecimiento nos recorra el cuerpo:
Pescadores de Sri Lanka
   "El 26.12.2004, hacia las 8,45 a.m. el mar se embraveció y las olas comenzaron a golpear la tierra. Los residentes de la playa y de un poco más lejos echaron a correr dejando todo en sus casas para salvar la vida al ver que el mar se les venía encima. Yo y mi entera familia también huimos de la casa para salvar la vida. Mientras corríamos mi familia quedó separada en dos grupos. Debido a esta separación fuimos arrastrados a diferentes áreas y nos perdimos todos. Volví solo y no pude encontrar a ningún miembro de mi familia. Cuando la situación volvió a la normalidad, empecé a buscar a mis familiares. Me encontré con que mi hija Kalaiselvi, los dos hijos de mi hermano Punniyamoorthy, su suegra, el hijo de Ponnathurai Thilakawathy, Clinton, y mi cuñado Ponnathurai y su esposa Mahesh estaban todos muertos. Recuperaron sus cuerpos, que fueron incinerados según el rito hindú. Las dos hijas de Nava, el hermano de Ally, murieron. Kunasegaram y sus dos hijas también murieron. Thurairajasingam, el marido de Punniyawathy, murió y también murieron sus dos hijas. Los dos hijos de Kavitha, la hermana de Ally, murieron. Sithravel y la familia de Nagarajah, su mujer y su hija, murieron. En total murieron 208 personas en Passekudah debido a las olas del tsunami ese desgraciado día. 62 escolares murieron también. 40 niños que iban a ser admitidos en la escuela también murieron. La familia de Mogan murió y Mogan logró escapar.

   Ahora mis familiares y yo estamos instalados en una tienda de campaña, en un campamento de refugiados en Valacchenai. No tenemos medios para salir a pescar.
  
   Perdimos todas nuestras pertenencias y no nos queda nada. No es posible para nosotros hacer ningún tipo de comercio o trabajo ya que no tenemos fondos para empezar. Dependemos totalmente de la comida que pueda proveer el gobierno."
  
   Nos llama la atención que entre los niños fallecidos se mencione un mayor número de veces a las 'hijas' que a los 'hijos'. Pensamos que esto puede ser debido al hecho de que entre los pescadores de Passekudah no es costumbre que las niñas aprendan a nadar, a diferencia de los niños varones, que lo aprenden desde muy pequeños acompañando a sus padres a pescar. A las niñas en cambio se las suele relegar a las tareas del hogar.
   Tres años después de la tragedia, en enero de 2008, el gobierno cingalés emprendió una ofensiva final contra el LTTE, que en los últimos años había ido replegando sus tropas para terminar atrincherándose en sus bastiones de la península norteña de Jaffna. El ejército avanzó sobre Jaffna, organizando una cacería de 'tigres' que degeneró en una auténtica carnicería. La ONU denunció el baño de sangre provocado por los combates entre ambos bandos, con 380 civiles muertos, entre ellos un centenar de niños. Por fin, el 18 de mayo de 2009 el ejército dio por derrotado al LTTE, asegurando que 'todos' los líderes de la guerrilla habían muerto en los últimos combates. La guerra había terminado.
   Balance: 26 años de guerra y entre 80.000 y 100.000 muertos, para no conseguir absolutamente nada, aparte del hundimiento de la economía de la isla.
  
   En tamil, 'paraíso' se traduce con la palabra paradesia. Lo sé porque la oí pronunciar para referirse a aquel lugar de Sri Lanka, lejano en el espacio y en el tiempo, donde conocí a los pescadores de Passekudah. Lo digo porque denota que ellos eran también conscientes de que vivían en un paradisíaco rincón del mundo. Aquellos días felices han desaparecido para siempre, barridos por el tiempo, la guerra y la muerte.
   Que queden al menos los recuerdos, el único paraíso del que no pueden expulsarnos. Y como las fotografías constituyen la forma más fidedigna de los recuerdos, por eso me he decidido a montar esta exposición.
  
   Eneko Pastor
  
  
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RECUERDOS DEL PARAÍSO
Pescadores de Sri Lanka

  
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Fotografías y textos: Eneko Pastor

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Aquel pueblo de pescadores
La pérdida del paraíso
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