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En la ruta terrestre hacia las Indias es forzoso atravesar el río Indo, cuya cuenca es columna vertebral del actual Pakistán. Así ha sido durante siglos, por lo que no es de extrañar que a lo largo de esta vía hayan florecido prósperas ciudades de gran ímpetu económico, como Peshawar, Rawalpindi o Lahore, siendo sus bazares y mercados callejeros la manifestación más representativa de su intensa actividad comercial, así como un fiel reflejo de las formas de vida de sus habitantes. Todos los colores, aromas y sonidos de Oriente se dan cita en estos bazares para ejercer su hechizo sobre nuestros sentidos. 32 fotografías on line |
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Indices
de fotos Indice 1 Rawalpindi. Shalimar Indice 2 Peshawar |
Indice de textos Pakistán en sus bazares Rawalpindi, encrucijada de caminos Shalimar. La mansión de la alegría Peshawar, ciudad fronteriza Bibliografía |
Vi una
pequeña esfera tornasolada, de casi
intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego
comprendí que ese movimiento era una ilusión producida
por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El
diámetro del Aleph
sería de dos o tres centímetros, pero el espacio
cósmico estaba ahí, sin disminución de
tamaño. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto... (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph) Vi tres bulliciosas ciudades por las que había pasado el ejército de Alejandro el Grande en su ruta hacia las Indias. Las ciudades rebosaban de vida y sus mercados ofrecían con generosidad al viandante todos los frutos de la tierra y del trabajo del hombre. Vi mercaderes de especias y verduras que voceaban a los cuatro vientos sus mercancías en el laberinto de las calles. Vi a artesanos manufacturar sus productos poniendo en juego todo su saber, su pericia y su sensibilidad estética. Vi en abigarrado desorden vendedores de alheña, de perfumes, de tejidos, de animales y aves, de pescados y carnes, de ropas y zapatos. Vi quiromantes que, sentados en el suelo, leían a la gente su porvenir en las rayas de la mano. |
La República Islámica de Pakistán nació como consecuencia de la partición de la India británica en el momento de su descolonización y declaración de independencia a fin de crear un país separado para los musulmanes de la India, en respuesta a las demandas de los nacionalistas islámicos. Desde su constitución en 1947, hasta 1971, Pakistán estuvo compuesto de hecho por dos territorios separados miles de kilómetros entre sí: Pakistán Occidental, en la depresión del río Indo, y Pakistán Oriental, en el delta del río Ganges, convirtiéndose este último, tras la guerra de liberación de 1971, en el Estado independiente de Bangladesh. El Pakistán de hoy, que abarca la cuenca del Indo y hace frontera con Irán, Afganistán, China y la India, concentra su desarrollo económico en dos de sus cuatro provincias: el Punjab y el Sind, las cuales, con el 75% de población rural, producen más del 90% del trigo, el 95% del arroz y el 100% del algodón consumido en el país, siendo también prominente su desarrollo industrial. Por su situación geográfica, el actual territorio de Pakistán se ubica en medio de la antigua ruta que unía Asia Central con la península indostánica y ha sido siempre por ello lugar de paso obligado tanto para invasores procedentes de Occidente (desde Alejandro Magno hasta las incursiones islámicas en el subcontinente indio que desembocaron en la creación del sultanato de Delhi) como para las rutas comerciales por tierra hacia la India y la China. El legendario Paso de Khyber conduce por una tortuosa carretera que salva las montañas del Hindu-Kush (siempre bajo la amenaza de asaltos por parte de las indómitas tribus pashtunes de la zona) desde Kabul al valle de Peshawar. En esta ruta, importante tramo de la Grand Trunk Road, la arteria de tránsito entre Pakistán y la India descrita por Kipling en su magistral novela Kim, que atraviesa el Punjab y recorre más adelante la llanura gangética, se elevan como jalones tres ciudades emblemáticas, punteras en el desarrollo industrial y económico pakistaní, Peshawar, Rawalpindi y Lahore, cuyos extensos y pintorescos bazares son muy representativos de la intensa actividad comercial que tiene lugar a diario en sus calles, y que hemos seleccionado para ilustrar esta colección. Todos los aromas de las especias y los perfumes orientales están concentrados aquí, en medio del bullicio de los reclamos de los vendedores, del toma y daca del regateo, del martillear de las herramientas de los artesanos. Los colores, los sabores y las texturas de Oriente se dan cita en estos zocos para embriagar con su encanto al viajero que se aventura por sus rincones. Los bazares de las ciudades de Pakistán dan testimonio de las riquezas naturales del país y de la pericia de sus artesanos y trabajadores. Constituyen un fiel reflejo de las peculiaridades culturales de la población pakistaní y un significativo muestrario de sus recursos, productos y potencial económico. Indice de textos
A una treintena de
kilómetros
de Taxila, la antigua capital del reino greco-búdico de
Ghandara (ver en fotoAleph la
colección Vislumbres
de Pakistán),
se extienden las ciudades de Rawalpindi e Islamabad, respectivamente la
vieja y la nueva capital del actual Estado de Pakistán. Si
Islamabad
es un ejemplo de moderna planificación urbana y arquitectura
vanguardista,
Rawalpindi responde más al modelo de vieja ciudad superpoblada,
de crecimiento incontrolado, cuyos barrios han ido sumándose
espontáneamente
hasta crear una conurbación de trazo laberíntico rodeada
de arrabales degradados. Rajah Bazaar es el más grande de los muchos bazares de Rawalpindi. Incluye varios bazares en uno, con multitud de tenderetes de toda clase de mercancías que van invadiendo calles y bocacalles, siempre transitadas por una abigarrada muchedumbre. Al barrio viejo le queda muy poco de viejo (destartalado en todo caso), con muy pocas casas supervivientes, y estas pocas, que lucían tradicionales balconadas de madera tallada, se hallan en un estado de total abandono, semiocultas tras pancartas, carteles, cables y generadores eléctricos conectados en el más caótico de los revoltijos. Pintorescos vehículos de fantasioso y polícromo diseño reclaman a los peatones que suban, pues no salen hasta que se llenan, y se abren paso a duras penas por las callejas colmadas de transeúntes, formando largas filas que terminan por obstruir completamente las carreteras. Puestos de mandarinas, de almendras, de zanahorias, de guindillas vendidas a peso en grandes balanzas, dan fe de la abundante producción agrícola de la zona. Las verduras están a veces expuestas en plásticos colocados sobre los barrizales del suelo. Especias de todos los tipos (foto 05), jengibre, cebollas, tomates, ajos, patatas, coliflores (fotos 01, 02 y 06). Pescados. Jaulas con gallinas. Patas de cordero o de cabra (foto 03). Criadillas y vísceras de ternera colgando de ganchos. Todo se mezcla en un maremágnum de colores y de olores que desborda las calles en todas las direcciones. Los tenderos vocean las mercancías y los precios. Casi todos los vendedores son varones, así como la mayoría de los compradores. Se ven pocas mujeres por los mercados de comestibles: se las ve más por los bazares de ropa, tejidos, calzado, juguetes, joyas y abalorios. Hay tiendas dedicadas a la venta de guirnaldas de plástico o papel de aluminio de colores brillantes, para decoración de fiestas de cumpleaños. Tiendas de maletas y baúles de aluminio y de chapa. De vetustos aparatos de radio y televisores en blanco y negro. En las aceras, palmistas sentados en el suelo leen el porvenir en las rayas de la mano (fotos 07 y 08).
Emplazamiento: a l0 km al noroeste del centro de Lahore (provincia del Punjab, norte de Pakistán). Shalimar, cuya traducción literal es la mansión de la alegría, es el nombre que recibieron unos célebres jardines creados en el extrarradio de la ciudad de Lahore en el año 1642, por orden del emperador mogol Shah Jahan, el constructor del Taj Mahal. Los emperadores mogoles crearon otros dos jardines que llevaban este nombre, uno en Delhi, totalmente desaparecido, y otro existente todavía en Srinagar, la capital de Cachemira, a orillas del lago Dal, construído por Jahangir en 1619-1620 y que sirvió de fuente de inspiración para los otros. Los jardines de Shalimar en Lahore constituyen un magnífico ejemplo del grado de lujo, refinamiento y suntuosidad que llegaron a alcanzar la arquitectura y el urbanismo en tiempos del imperio mogol (ver en fotoAleph la colección Vislumbres de Pakistán). Conformados a tres niveles, con tres lagos y 400 fuentes y canales, son quizá uno de los raros espacios ajardinados que existen en el mundo en los que el hombre ha logrado captar en su plenitud diversos aspectos de la naturaleza, propiciando una atmósfera llena de elegancia y encanto, cuya calma serena contrasta con el tradicional bullicio de la vida pakistaní. Los jardines, cuyos planos fueron diseñados por el arquitecto Ali Mardan, ocupan una superficie de veinte hectáreas y están rodeados de un alto muro coronado de almenas que encierra el recinto. Concebidos como lugar de esparcimiento de la corte real, estos jardines estaban también destinados a acoger al emperador y su séquito cuando éste llegaba a Lahore. Por este motivo se edificaron un cierto número de pabellones y residencias de verano en mármol y arenisca roja. Desgraciadamente estos jardines mogoles, de un interés excepcional, han sufrido de forma considerable los ultrajes del tiempo, así como la indiferencia y el expolio de los hombres, que han despojado de sus revestimientos de mármol y arenisca a parte de los edificios. En el exterior del recinto de Shalimar es frecuente encontrar toda clase de tenderetes, puestos de comida y vendedores ambulantes (foto 11), que prolongan hacia los suburbios la dinámica vida comercial de la ciudad de Lahore. Un fotógrafo callejero usa una tela pintada como fondo para sus retratos (foto 09). Hay carteles de bandas musicales (foto 10). Carros y coches tirados por caballos esperan a sus pasajeros. Los autobuses y los vehículos a motor van decorados con pinturas naif de alegres colores, que representan animales, paisajes y motivos florales o caligráficos. Hay también pasquines que advierten contra posibles atentados terroristas; los textos están en urdu, pero los dibujos son explícitos y no dejan lugar a dudas: una cabeza encapuchada con un pasamontañas negro y paquetes abandonados en asientos de autobuses que pueden estallar; se exhorta a llamar a la policía en caso de detectar un bulto sospechoso (foto 12).
A 170 km al
noroeste de Rawalpindi,
esta populosa ciudad ha sido durante mucho tiempo punto clave en la
línea
divisoria entre Asia Central y el subcontinente indio. La provincia de
la Frontera Noroeste es una zona montañosa que se interpone
entre
Afganistán y la península indostánica y alberga a
las tribus pathan o pashtun, legendarias por su hospitalidad, sus
códigos
de honor y su hostilidad a los gobernantes extranjeros. Ni los mogoles,
ni los sijs, ni los británicos lograron controlar la zona, y
tras
la partición de 1947, Pakistán continuó con la
política
inglesa de conceder una gran autonomía administrativa y judicial
a los territorios de los pashtun. De vez en cuando, entre el abigarramiento de las tiendas y puestecillos, surgen los enormes y aparatosos carteles de un cine (foto 15). Los rostros de los actores y actrices parecen dibujados para asustar más que para atraer espectadores. Algunos apuntan al viandante con el cañón de sus pistolas. Muchos muestran sus caras y torsos llenos de heridas y con abundantes manchas de sangre, con el fin de no dejar lugar a dudas sobre el contenido extremadamente violento de la película que anuncian. Junto a las salas cinematográficas hay puestos callejeros que venden coloridas láminas de estrellas del cine y de la canción (foto 14). El bazar de las especias embriaga con sus olores a alheña (foto 23), azafrán, almizcle, pimientas, canela, curry y otros de difícil identificación. Una consulta odontológica exhibe grandes carteles con dibujos de mandíbulas, dientes y encías; en la vitrina, moldes de escayola de dentaduras: se puede elegir entre varios tipos de dentaduras postizas (foto 16). Un vendedor callejero calienta en un enorme perolo trozos de caña de azúcar (foto 24). Otros ofrecen trozos de una corteza de árbol usada por estos lares para limpiarse los dientes (foto 20). Al llegar la puesta de sol, se oye la llamada del almuédano y las tiendas empiezan a arriar las persianas al unísono, en acompasado estruendo. La gente come en los puestos callejeros naranjas ya peladas y troceadas, dátiles, samosas y pakoras. El bazar se extingue en un abrir y cerrar de ojos. Cae la noche. Las calles se quedan desiertas y oscuras. A 40 km al sur de Peshawar, en plena zona tribal, se halla la población de Darrah, donde los herreros fabrican a mano réplicas funcionales de armas de mano, rifles militares e incluso armas antiaéreas, que venden a las tribus. La calidad de fabricación ha asombrado siempre a los expertos, ya que el copiado de armas muy perfeccionadas se realiza en talleres primitivos usando un instrumental muy precario. En Landi Kotal, en la carretera del paso de Khyber, en pleno territorio tribal, se celebra otro tipo de mercado. Se trata de un bazar clandestino lleno de mercancías que no se encuentran en otros lugares: alcohol (prohibido en Pakistán), aparatos fotográficos y radiofónicos, sedas chinas, y otros artículos sobre cuyo aprovisionamiento nadie hace demasiadas preguntas. BAZARES DE PAKISTÁN La ruta de los mercaderes de Oriente Bibliografía: - Tapper, Dr. Richard. Los Pakhtun
nómadas. Afganistán
y Pakistán. En Pueblos de la Tierra. Razas, ritos y
costumbres,
tomo 8. (Salvat Editores, 1981) |
FotoCD07
BAZARES DE PAKISTÁN
La ruta de los mercaderes de
Oriente
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LA
CARNE Y EL CORAN Carnicerías de los países islámicos. |
FotoCD07
BAZARES DE PAKISTÁN
La ruta de los mercaderes de
Oriente