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Los incas

Las ciudades de los incas

   
Cuzco, la capital del imperio
  
   La principal ciudad de los Andes del Perú es la antigua ciudad de Cuzco, que antaño fue la capital política y religiosa del imperio inca, el mayor imperio americano en el momento del descubrimiento del continente.
   Está situada a 3.416 m de altitud, en un fértil valle aluvial encajonado entre altas montañas y regado por el Huatanay y otros dos ríos andinos.
   Cuzco (también escrito Cusco) significa en lengua quechua 'ombligo'. Los primeros vestigios de asentamientos humanos hallados por la arqueología en el lugar datan del siglo XI, por lo que se puede aseverar que ésta es la ciudad más antigua habitada de forma ininterrumpida de todo el continente americano. Fue en el siglo XV, bajo el reinado del Inca Pachacútec Yupanqui (1438-71), cuando alcanzó su máximo esplendor, siendo reconstruida con la monumentalidad característica de la arquitectura inca, obedeciendo a un trazado urbano de estructura ortogonal, con las calles cruzándose en ángulo recto, y edificios de sólidos muros de piedras sillares de granito o andesita, a veces de aparejo ciclópeo. El centro de la ciudad quedó reservado a los edificios con funciones administrativas y religiosas, y estaba rodeado por áreas claramente delimitadas para la producción agrícola, artesanal e industrial. La reconstrucción duró veinte años y en las obras supuestamente se emplearon 50.000 trabajadores. Los ciudadanos fueron temporalmente desalojados para que no obstaculizaran la nueva planificación urbanística.
Los incas   Pachacútec (a quien también se atribuye la construcción de Machu Picchu) y su hijo y sucesor Túpac Yupanqui (1471-93) pusieron en marcha un ambicioso proyecto de remodelación de todo el valle de Cuzco para el incremento y mejora de la producción agrícola. Se crearon presas y embalses, los ríos fueron canalizados, el suelo del valle fue nivelado y se aterrazaron las laderas de las colinas circundantes. El Estado inca promovió parecidas obras públicas en otros muchos lugares del imperio.
   La observación de la planta general de la ciudad incaica de Cuzco revela que está conformada como si fuese la figura de un puma tendido: la cabeza del puma coincide con la fortaleza de Sacsahuamán y la cola del felino se corresponde con la confluencia de los ríos Huatanay y Tullumayo, en una zona conocida como Pumac Chupan ('cola del puma'). El puma era un animal de marcado carácter simbólico para los incas. Encarnaba las nociones de fuerza, poder y dominio sobre la tierra, y no es improbable que Pachacútec ordenara la peculiar disposición urbanística del Cuzco para dotar de tales atributos al centro neurálgico y principal sede de poder del imperio.
   Pero el puma fue abatido por arcabuces. Las fuerzas de Francisco Pizarro ocuparon y saquearon el Cuzco en 1533, extirpando las estructuras de poder del Inca e implantando un gobierno municipal propio. Los ocupantes y sus sucesores respetaron en gran parte el trazado urbano ortogonal de Cuzco, tan curiosamente próximo a las ideas del urbanismo renacentista, y se limitaron a destruir los edificios cargados de simbolismo político y religioso, levantando sobre sus restos iglesias y palacios, a la mayor gloria de España y del catolicismo.
   El Huacaypata, corazón del imperio inca, bordeado por los palacios de Pachacútec, Viracocha y Huayna Cápac, fue transformado en lo que es hoy la Plaza de Armas (que siglos más tarde iba a ser escenario de la ejecución del líder precursor de la independencia Túpac Amaru II). El Acllahuasi (o Casa de las Mujeres Escogidas) fue demolido para construir en su lugar el convento de Santa Catalina. El Coricancha o Templo del Sol, emplazamiento de la primera piedra de la fundación mítica de Cuzco, fue también parcialmente derribado, sus tesoros expoliados, y su plataforma de base, que en tiempo de los incas estaba parcialmente revestida de placas de oro, fue utilizada como cimentación para el convento de Santo Domingo (foto003).
  
   Antes de que Francisco Pizarro degollara al inca Atahualpa, le arrancó un rescate en "andas de oro y plata que pesaban más de veinte mil marcos de plata, fina, un millón y trescientos veintiséis mil escudos de oro finísimo...". Después se lanzó sobre el Cuzco. Sus soldados creían que estaban entrando en la Ciudad de los Césares, tan deslumbrante era la capital del imperio incaico, pero no demoraron en salir del estupor y se pusieron a saquear el Templo del Sol.
   "Forcejeando, luchando entre ellos, cada cual procurando llevarse del tesoro la parte del león, los soldados, con cota de malla, pisoteaban joyas e imágenes, golpeaban los utensilios de oro o les daban martillazos para reducirlos a un formato más fácil y manuable... Arrojaban al crisol, para convertir el metal en barras, todo el tesoro del templo: las placas que habían cubierto los muros, los asombrosos árboles forjados, pájaros y otros objetos del jardín".
   (Miguel León-Portilla. El reverso de la conquista. Citado en Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina)
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   Pero no se perdieron todas las esquirlas de aquellas culturas rotas. La esperanza del renacimiento de la dignidad perdida alumbraría numerosas sublevaciones indígenas. En 1781 Túpac Amaru puso sitio al Cuzco.
   Este cacique mestizo, directo descendiente de los emperadores incas, encabezó el movimiento mesiánico y revolucionario de mayor envergadura. (...) Los indígenas se sumaban, por millares y millares, a las fuerzas del "padre de todos los pobres y de todos los miserables y desvalidos". Al frente de sus guerrilleros, el caudillo se lanzó sobre el Cuzco. (...) Se sucedieron victorias y derrotas; por fin, traicionado y capturado por uno de sus jefes, Túpac Amaru fue entregado, cargado de cadenas, a los realistas. (...)
   Túpac fue sometido a suplicio, junto con su esposa, sus hijos y sus principales partidarios, en la plaza de Wacaypata, en el Cuzco. Le cortaron la lengua. Ataron sus brazos y sus piernas a cuatro caballos, para descuartizarlo, pero el cuerpo no se partió. Lo decapitaron al pie de la horca. Enviaron la cabeza a Tinta. Uno de sus brazos fue a Tungasuca y el otro a Carabaya. Mandaron una pierna a Santa Rosa y la otra a Livitaca. Le quemaron el torso y arrojaron las cenizas al río Watanay. Se recomendó que fuera extinguida toda su descendencia, hasta el cuarto grado.
   (Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina)
  
  
   Quien explore los montes y valles de los alrededores del Cuzco se encontrará por todas partes con incontables vestigios de construcciones incas: templos, torres, calzadas, terrazas agrícolas, fuentes, presas, estanques y canales de irrigación.
   En las calles del centro antiguo de Cuzco afloran por doquier las trazas de su pasado incaico. Sólidos muros de bien trabados sillares, a menudo de aparejo ciclópeo, se mantienen en pie desde tiempos de los incas (foto004), y hacen las funciones de infraestructura para las casas y palacios que edificaron los colonizadores, que los utilizaron de basamentos, sin alterar apenas el trazado urbano.
   A pesar de que la capitalidad del virreinato de Perú fue transferida a Lima en 1543, Cuzco se mantuvo durante el periodo colonial como un importante centro económico, en un punto estratégico entre las minas de Potosí y las de Huancavelica. Cuzco y su región suministraban alimentos y ropa a los centros mineros, con lo que la ciudad acumuló grandes riquezas que favorecieron su desarrollo urbanístico.
   En 1650, una serie de fuertes terremotos destruyó por completo la urbe, que fue reconstruida en estilo barroco. Más tarde Cuzco se convirtió en un renombrado centro de producción artística, principalmente en pintura, escultura, joyería y ebanistería ornamental. Es muy reconocible el estilo pictórico barroco-colonial denominado de 'la escuela de Cuzco', que expandió su influencia por todo el Perú. Y son típicos los balcones de abarrocadas balaustradas y celosías de madera, finamente trabajados por los artesanos cuzqueños.
   Cuzco ha preservado con pocos cambios la mayor parte de sus monumentos de época colonial, entre los que se cuentan un buen número de iglesias barrocas construidas por los españoles, a menudo consideradas como las más bellas del continente americano. La más imponente es la catedral, fundada hacia 1550 sobre el emplazamiento del palacio del Inca Viracocha, y que fue el único edificio que sobrevivió a los seísmos de 1650. Otras iglesias son notables por sus vistosas fachadas barrocas del llamado 'estilo mestizo', una exuberante amalgama de motivos indígenas y europeos. Del periodo colonial datan también numerosos conventos, monasterios, palacios, museos y la Universidad Nacional de San Antonio Abad (1692).
   En 1983 la ciudad de Cuzco fue declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad.

 

Fundación mítica del Cuzco

   La mitología inca atribuye la fundación de Cuzco al Inca Manco Cápac. Tal como relata Garcilaso el Inca, "en los siglos antiguos toda esta región de tierra que ves eran unos grandes montes y breñales, y las gentes en aquellos tiempos vivían como fieras y animales brutos, sin religión, ni policía, sin pueblo ni casa, sin cultivar ni sembrar la tierra, sin vestir ni cubrir sus carnes, porque no sabían labrar algodón ni lana para hacer de vestir". Inti, el dios-sol, "viendo los hombres tales, como te he dicho, se apiadó, y hubo lástima dellos, y envió del cielo a la tierra un hijo y una hija de los suyos para que los doctrinasen en el conocimiento de Nuestro Padre el Sol, para que lo adorasen y tuviesen por su dios, y para que les diesen preceptos y leyes en que viviesen como hombres en razón y urbanidad. (...)
   Con esta orden y mandato puso Nuestro Padre el Sol estos dos hijos suyos en la laguna Titicaca, que está a ochenta leguas de aquí, y les dijo que fuesen por do quisiesen, doquiera que parasen a comer o a dormir, procurasen hincar en el suelo una barilla de oro, de media vara en largo y dos dedos en grueso, que les dio para señal y muestras que donde aquella barra se les hundiese, con sólo un golpe que con ella diesen en tierra, allí quedaría el Sol Nuestro Padre que parasen y hiciesen su asiento y corte.
   A lo último les dijo: 'Cuando hayáis reducido esas gentes a nuestro servicio, los mantendréis en razón y justicia, con piedad, clemencia y mansedumbre, haciendo en todo oficio de padre piadoso para con sus hijos tiernos y amados, a imitación y semejanza mía, que a todo el mundo hago bien, que les doy mi luz y claridad para que vean y hagan sus haciendas, y les caliento cuando han frío, y crío sus pastos y sementeras; hago fructificar sus árboles, y multiplico sus ganados; lluevo y sereno a sus tiempos, y tengo cuidado de dar una vuelta cada día al mundo por ver las necesidades que en la tierra se ofrecen, para las proveer y socorrer, como sustentador y bienechor de las gentes; quiero que vosotros imitéis este ejemplo como hijos míos, enviados a la tierra sólo para la doctrina y beneficio de esos hombres, que viven como bestias. Y desde luego os constituyo y nombro por reyes y señores de todas las gentes que así doctrináredes con vuestras buenas razones, obras y gobierno.' Habiendo declarado su voluntad Nuestro Padre el Sol a sus dos hijos, los despidió de sí. Ellos salieron de Titicaca, y caminaron al Septentrión, y por todo el camino, doquiera que paraban, tentaban hincar la barra de oro, y nunca se les hundió. Así entraron en una venta o dormitorio pequeño, que está siete u ocho leguas al Mediodía desta ciudad, que hoy llaman Pacarec Tampu, que quiere decir venta, o dormida, que amanece. Púsole este nombre el Inca porque salió de aquella dormida al tiempo que amanecía. Es uno de los pueblos que este príncipe mandó poblar después, y sus moradores se jactan hoy grandemente del nombre, porque lo impuso nuestro Inca; de allí llegaron él y su mujer, nuestra reina, a este valle de Cozco, que entonces todo él estaba hecho montaña brava.
   La primera parada que en este valle hicieron –dijo el Inca– fue en el cerro llamado Huanacauti, al Mediodía desta ciudad. Allí procuró hincar en tierra la barra de oro, la cual con mucha facilidad se les hundió al primer golpe que dieron con ella, que no la vieron más. Entonces dijo nuestro Inca a su hermana y mujer: 'En este valle manda Nuestro Padre el Sol que paremos y hagamos nuestro asiento y morada, para cumplir su voluntad. Por tanto, reina y hermana, conviene que cada uno por su parte vamos a convocar y atraer esta gente, para los doctrinar y hacer el bien que Nuestro Padre el Sol nos manda.' (...)
   De esta manera se principió a poblar nuestra imperial ciudad, dividida en dos medios que llamaron Hanan Cozco, que, como sabes, quiere decir Cozco el alto, y Hurin Cozco, que es Cozco el bajo. Los que atrajo el rey quiso que poblasen a Hanan Cozco, y por esto le llamaron el alto; y los que convocó la reina, que poblasen a Hurin Cozco, y por eso le llamaron el bajo. Esta división de ciudad no fue para que los de la una mitad aventajasen a los de la otra mitad en exenciones y preeminencias, sino que todos fuesen iguales como hermanos, hijos de un padre y de una madre."
  
   (Garcilaso de la Vega el Inca. Comentarios reales)

 

 

La fortaleza de Sacsahuamán
   
   Ya hemos comentado que la planta urbana incaica del Cuzco, a vista de pájaro, tenía la forma de un puma. La cabeza del puma sería la 'fortaleza' de Sacsahuamán.
   Sacsahuamán (o Sacsayhuamán = 'halcón satisfecho' en quechua) es un gigantesco yacimiento que concentra en su recinto las ruinas más monumentales de la antigua capital inca y sus alrededores. Como desde un nido de águilas, domina el Cuzco entero desde la cumbre de una abrupta colina que se levanta al noroeste del apretado caserío de la ciudad (foto006).
Los incas   La llamada fortaleza, con sus plazas y edificios adyacentes, era en realidad un importante centro ceremonial, que fue comenzado a construir a mediados del siglo XV por iniciativa del Inca Pachacútec, dentro de su proyecto de renovación integral del Cuzco. Cuando llegaron los españoles las obras estaban recién concluidas.
   Tras un fatigoso ascenso, en el que se deja sentir el efecto del soroche (o mal de altura: estamos a 3.600 m sobre el nivel del mar), el visitante se topa con un gigantesco amurallamiento de piedra compuesto de tres niveles escalonados de lienzos de muralla, construidos con enormes rocas talladas, algunas de las cuales pueden medir 8 metros de alto y pesar 300 toneladas (foto007). Los lienzos que delimitan la cara norte tienen un trazado en forma de zigzag, como de 'dientes de sierra', y corren paralelos más de 500 metros (foto008). En algunos tramos alcanzan los 18 m de alto, aunque en su tiempo eran aún más elevados. Los tres niveles de la fortaleza se comunican entre sí a través de escaleras y puertas de acceso, también en piedra. El interior de este inmenso recinto podría acoger hasta 10.000 personas.
   Los megalitos que componen las murallas son auténticos peñascos tallados como poliedros irregulares de distintas formas y tamaños. Y están ensamblados los unos a los otros sin utilizar argamasa, encajando sus entrantes y salientes con tal precisión que no dejan abierta la menor rendija entre ellos. Las caras que quedan a la vista están pulimentadas creando curvaturas que dan al conjunto un efecto de almohadillado (foto009). Aparejo ciclópeo se le llama a esta labor hercúlea que consigue combinar la monumentalidad con la minuciosidad, y que constituye uno de los más identificables rasgos de estilo de la arquitectura inca. Lo más parecido que puede verse en otros lugares del mundo son los muros de los altares de la época arcaica de la Isla de Pascua (ver foto).
   Para tallar y encajar las piezas de este rompecabezas de gigantes, los canteros y constructores incas solo contaban con herramientas de piedra, además de cuerdas, palancas y grúas de madera. Se utilizarían rodillos para desplazar los megalitos, y rampas provisionales de tierra para elevarlos.
   De los edificios de la plataforma superior de la 'fortaleza' de Sacsahuamán, entre los que despuntaban tres grandes torreones, solo quedan los cimientos, pues fueron desmantelados por los españoles y sus sillares reaprovechados en la erección de iglesias y palacios del Cuzco. Pero la triple muralla ciclópea de la base ha resistido el paso de los siglos, las sacudidas de los terremotos, las actividades depredadoras de los humanos, y sigue en su mayor parte en pie, provocando con su abrumadora mole el asombro de todo aquel que la contempla.
  
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   Dado que los reyes incas con sede en Cuzco no temían ataques inmediatos de enemigos exteriores, pues ellos eran los que conquistaban y sometían los reinos circundantes, y dado que las fronteras del imperio estaban adecuadamente defendidas por fortificaciones estratégicas, ¿qué sentido tiene la existencia de una fortaleza de tan colosales dimensiones, construida con sillares megalíticos, vigilando desde las alturas el bien resguardado corazón del imperio? Se cree que sus funciones tal vez no fueran solamente defensivas. Por los restos despejados en las excavaciones se deduce que Sacsahuamán sería más bien una casa real o centro consagrado al culto al dios-sol, donde se celebrarían ceremonias colectivas y se practicarían sacrificios. El gigantesco edificio desempeñaría al mismo tiempo un papel simbólico, como una demostración de la fuerza y poderío del imperio incaico.
   Sacsahuamán fue descrito por primera vez por el cronista Pedro Sancho de la Hoz, que en 1534 afirmó que ninguno de los edificios construidos por Hércules o por los romanos son tan dignos de verse como éste.
   En 1536, casi tres años después de la entrada de Pizarro en el Cuzco, Sacsahuamán fue escenario de una de las más cruentas batallas de la conquista española. El rebelde Inca Manco Yupanqui encabezó una insurrección de los aborígenes contra los invasores y reconquistó el sitio de Sacsahuamán, convirtiéndolo en base de operaciones para atacar a los españoles instalados en Cuzco. Estuvo a punto de derrotarlos, pero un contraataque dirigido por Juan Pizarro, hermano de Francisco, logró recuperar la 'fortaleza' y aniquilar la rebelión. Hubo miles de muertos, aunque el Inca Manco logró sobrevivir, refugiándose en Vilcabamba.
   El yacimiento de Sacsahuamán incluye otras áreas arqueológicas, además de la fortaleza, que van saliendo poco a poco a la luz con las excavaciones. Aunque solo se ha excavado el 20% del sitio, resulta evidente por los numerosos restos arquitectónicos desbrozados que en estas praderas y riscos se levantaba una amplia ciudad, con sus barrios de viviendas, plazas, baluartes, torreones, calzadas, depósitos de agua y acueductos. Una de las plazas tenía forma circular, con un graderío que recuerda a un anfiteatro.
   En lo alto de la peña conocida como Sunchuna o Rodadero, de curiosas formaciones geológicas, se ven esculpidas en el suelo de roca unas concavidades en forma de bancadas a las que llaman el 'Trono del Inca'. Un poco más al norte, en una zona conocida como Chincana, se detectan otras muchas tallas rupestres cinceladas en un caos de rocas (foto168). Aquí y allá se descubren cámaras, nichos, escaleras, bancadas, techos escalonados y otros elementos labrados en los peñascos, de enigmático cometido. Hay también otro trono del Inca, y tres asientos que, dicen, eran para centinelas. No lejos de allí, en la agreste zona rocosa llamada Chincana Chica, las labores rupestres llegan al punto de perforar túneles, cuevas y habitáculos que se comunican entre sí por pasadizos y pequeños desfiladeros naturales y artificiales, creando en conjunto un auténtico laberinto subterráneo (foto171).
 
  
  
Qenqo. Un santuario rupestre
   
   Un par de kilómetros al este de Sacsahuamán, semioculto entre bosques de eucaliptos, existe otro laberinto de piedra. Se trata de un conjunto de afloramientos de roca caliza, a los que la erosión del agua de lluvia ha moldeado con las más caprichosas formas, configurando un atormentado relieve de profundas grietas y afiladas aristas: lo Los incasque en términos geológicos se conoce como un karst. A la acción escultórica del agua se sumó la de la mano del hombre, pues los incas cincelaron parcialmente estos promontorios para crear un intrincado dédalo de pasadizos, hornacinas, escaleras, oquedades y cámaras subterráneas, con una red de canales para drenar el agua, que hace de este lugar uno de los más sugestivos y enigmáticos yacimientos arqueológicos de los alrededores del Cuzco (foto013).
   Qenqo en lengua quechua significa 'zigzag'. El término parece hacer referencia a un pequeño canal horadado en la roca que, partiendo de un hoyo en la cima del promontorio principal, desciende zigzagueante para luego bifurcarse, con una rama que llega a la cámara subterránea esculpida en lo más profundo del roquedal.
   Durante el imperio inca este lugar fue un templo para ceremonias públicas. El canal mencionado pudo haber servido para conducir la chicha (bebida de maíz que se ingería en los ritos incas), o tal vez la sangre de animales (o humanos) inmolados en sacrificios, hasta la cámara subterránea, donde tendría lugar alguna clase de ritual secreto no esclarecido. Esta sala está tallada artificialmente en la roca viva, con el suelo, techo, paredes, nichos y repisas cuidadosamente alisados (foto015). Posee además andenes y canales para la evacuación del agua de lluvia. Detrás de una plataforma que pudo haber sido un altar se abre una profunda sima que se utilizó de enterramiento, pues se han exhumado de ella varios cadáveres de aborígenes y uno de un colonizador.
   En lo alto del promontorio, de la superficie allanada de la roca sobresalen dos cilindros de corta altura tallados en la misma masa de piedra. Es probable que se trate de un Intihuatana (literalmente 'lugar donde se amarra el sol'), una especie de observatorio astronómico de hechura rupestre utilizado para calcular la posición del sol, medir el tiempo y determinar los solsticios y equinoccios, siendo al mismo tiempo un adoratorio donde se rendía culto al dios-sol. Podemos ver otros ejemplares en Pisac (foto042) y Machu Picchu (foto103).
   En la misma cumbre quedan restos tallados de lo que pudo ser un cóndor, cuya cabeza fue destruida, así como la de un puma. Al pie del roquedo se yergue exento un monolito de 6 m de alto descansando sobre un pedestal.
   En los aledaños de Qenqo emergen otros dos afloramientos kársticos salpicados de tallas rupestres incaicas: Qenqo Chico, en un altozano de forma elíptica con las laderas reforzadas de murallas ciclópeas, y Cusilluchayoc, donde todavía son visibles relieves de ofidios y simios.
 
  
  
Tambomachay. El baño del Inca
Los incas  
   Tambomachay (en quechua Tanpu Mach'ay = 'lugar de descanso'), conocido popularmente como el 'Baño del Inca', está ubicado en un boscoso valle de las cercanías del Cuzco, atravesado por un río.
   He aquí una muestra de la importancia que daban los incas a ese preciado y escaso bien que es el agua. Se trata de una fuente monumental cuyas aguas cristalinas surgen de manantiales subterráneos, edificada en piedras sillares de aparejo ciclópeo poligonal que encajan entre sí con la perfección característica de la arquitectura inca. Consta de una serie de acueductos, canales y una cascada de agua que discurre por entre las piedras y desagua en una poza por dos caños de idéntico caudal (foto017).
   La estructura se compone de tres plataformas escalonadas (foto016). En la más alta, como telón de fondo, se levanta un grueso muro (15 m de largo x 4 m de alto) perforado en su parte alta con cuatro hornacinas trapezoidales, que en su tiempo –se conjetura– pudieron albergar otras tantas estatuas antropomorfas de tamaño natural, más tarde expoliadas por los conquistadores. Otros dos muros cortan en ángulo el murallón de fondo. Uno de ellos mira al río y está ornado con dos grandes hornacinas; el segundo, casi perpendicular al primero, tiene una puerta de doble jamba, detalle arquitectónico que a menudo era empleado por los incas para resaltar la importancia de un lugar. Por esa puerta se llega a una pequeña cámara en la que es visible el agua que aflora de las entrañas de la tierra.
   Es probable que esta fontana monumental fuera una especie de santuario consagrado al culto al agua, elemento que, dentro de la concepción panteísta que los incas tenían de la naturaleza, era venerado como generador de vida.
   En Tambomachay hubo también una especie de jardín real, para descanso y recreo de los reyes incas (de ahí su topónimo), que era regado por una compleja red de canalizaciones.
   En cualquier caso, Tambomachay es un buen ejemplo de la habilidad que sabían poner de manifiesto los constructores andinos para integrar armoniosamente la arquitectura con el paisaje.



Puka Pukara. La fortaleza roja
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   Siguiendo el curso del río que pasa junto a la fuente de Tambomachay se desemboca en una de las principales vías de acceso al Cuzco, a 7 km al este de la ciudad. En este importante cruce de caminos a 3.750 m de altitud, encaramadas en una colina rodeada de escarpados paredones, se hallan las ruinas de Puka Pukara.
   El nombre significa 'la fortaleza roja', de las palabras quechuas puka (= 'rojo') y pukara (= 'fuerte' o 'fortaleza'). Efectivamente, las piedras del lugar son rojizas y así se explica el topónimo, pero el sitio no parece haber sido una fortaleza.
   Se trata de uno de los típicos promontorios rocosos de la zona de Sacsahuamán, que en este caso fue allanado y transformado mediante la construcción de muros perimétricos y de contención.       
   Algunos creen que durante el incanato fue un importante tambo (los tambos eran albergues o almacenes de alimentos, ubicados a intervalos regulares en las principales redes viarias). Pero sus restos arquitectónicos apuntan más bien a la hipótesis de que fue un centro de uso eminentemente ceremonial.
   En el interior del recinto distintos edificios de piedra de planta rectangular se distribuyen sobre tres terrazas escalonadas, entre las que se abren pasajes y escalinatas para el acceso a la plataforma superior. Las construcciones son de finos sillares encajados en aparejo celular (foto020) y rectangular almohadillado.
   En su época el lugar estaba bien abastecido de agua proveniente de manantiales y fuentes termales de las proximidades, por lo que se presume que este asentamiento estuvo relacionado con las liturgias incas de culto al agua.
 
  
  
Las puertas de Rumicolca
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   A unos 40 km al este del Cuzco, en el valle del río Huatanay, subsisten en bastante buen estado las ruinas de Piquillacta, una gran ciudad construida hacia 1100 d C por los huaris, el pueblo indígena dominante en la región justo antes del auge del imperio inca. El extenso yacimiento, formado por barrios residenciales distribuidos con planificación ortogonal y provistos de amplias zonas de cultivo, está cercado por los largos lienzos de una doble muralla de perímetro rectangular.
   Un kilómetro al este de Piquillacta el valle se estrecha, medio cerrado por el avance lateral de unos peñascos. En ese punto se levanta una construcción inca, conocida como Rumicolca, que consiste en una gruesa muralla de perfil escalonado, perforada por dos grandes vanos a cielo abierto que hacen las veces de puertas. La muralla se extiende de un lado al otro del valle, cortando transversalmente su cauce (foto021). De esta forma, toda persona que remontara la ribera del Huatanay en dirección al Cuzco se vería retenida por la muralla y obligada a atravesarla por uno de los dos vanos practicados en su lienzo. Otro tanto ocurriría con quienes descendieran por el valle desde el Cuzco en dirección oriente.
   Todos los indicios apuntan a que nos hallamos ante una especie de frontera de seguridad o puesto de vigilancia para controlar la circulación de personas y mercancías en la que era la principal vía de acceso a la capital del imperio (capital que, por otra parte, nunca estuvo amurallada). Nos preguntamos por qué dos puertas, si para tal función bastaba con una. ¿Sería una para el tráfico de ida y otra para el de vuelta?
   Este puesto de control existía ya en tiempo de los huaris. Los incas lo reforzaron y ampliaron haciendo gala de su proverbial esmero constructivo, y así pueden distinguirse sus bien labrados y encajados sillares contrastando con la rústica mampostería de los muros huaris. El machón de muralla que queda aislado entre las dos puertas adquiere un engañoso perfil de pirámide escalonada. Obsérvese (foto022) el sencillo e ingenioso sistema de escaleras a base de losas que sobresalen de la pared dispuestas en línea diagonal. Un procedimiento semejante para subir y bajar paredes lo vemos en los 'andenes' o bancales agrícolas aterrazados de muchos lugares incas.
 


Chinchero. Cuna del arco iris
  
   Chinchero es uno de esos pueblos coloniales de los Andes del Perú que fueron levantados sobre los basamentos de antiguos edificios incas. Se halla a unos 30 km al noroeste de Cuzco, a 3.760 m de altitud, en un verde valle rodeado de altas montañas nevadas que acoge en sus campiñas la laguna de Piuray. Esta laguna suministra de agua al Cuzco: fueron los incas quienes llevaron sus aguas a la ciudad imperial a través de acueductos subterráneos.
Los incas   Para los incas Chinchero era la cuna del arco iris, porque aquí el k'uychi (arco iris, una deidad especial entre los incas) aparece frecuentemente en la temporada de lluvias. Fue en este lugar donde el Inca Túpac Yupanqui, hijo y sucesor de Pachacútec, se hizo construir en 1480 una hacienda real para que le sirviera de residencia de reposo. Con tal fin mandó erigir un gran complejo palaciego, con instalaciones complementarias como adoratorios, baños y bancales aterrazados para la producción agrícola. Disponía también de un sistema de evacuación de aguas de lluvia y residuales de un nivel de eficacia difícilmente superable; la perfección en el trazado de la red de canales (foto026), con un grado de pendiente muy estudiado, da testimonio de los elevados conocimientos de arquitectura y urbanismo de los incas.
   Según las crónicas, el rey Túpac Yupanqui murió en este palacio en oscuras circunstancias. Se cree que fue envenenado por su princesa favorita, Chuqui Ocllo, o por su propia esposa Mama Ocllo, irritada por el hecho de que el Inca se inclinaba a designar como sucesor al hijo de su concubina. En la consiguiente lucha por el poder fueron exterminados todos los partidarios de Chuqui Ocllo, incluyendo a la princesa. El hijo del Inca, Cápac Huari, fue recluido de por vida en la prisión del palacio.
   Hacia 1536, el rebelde Inca Manco Yupanqui, en su huida hacia Vilcabamba, incendió Chinchero para evitar que sus enemigos pudieran abastecerse.
   El actual pueblo de Chinchero está construido íntegramente sobre las infraestructuras del complejo palaciego de Túpac Yupanqui, que ocupaban una considerable extensión. Utilizando sus sólidos muros de piedra como basamentos, y respetando el trazado ortogonal de su diseño urbano, se fueron levantando con el correr de los siglos casas e iglesias de un pintoresco estilo colonial (foto027). La mayoría de sus habitantes aún visten las coloridas indumentarias tradicionales andinas (foto130), conservan prácticas religiosas de origen inca (sincretizadas con el catolicismo), y mantienen vivas antiguas costumbres como la economía de trueque.
   Las ruinas incaicas de la localidad fueron excavadas y restauradas por la Misión Arqueológica Española entre los años 1968 y 1970. Un conjunto de edificaciones, generalmente de planta rectangular, se adosan a las laderas de una colina, sobre plataformas de piedras sillares casi siempre muy elongadas y de escasa profundidad. A grandes rasgos se pueden distinguir tres sectores: civil, religioso y agrícola. El sector civil incluye una serie de estructuras arquitectónicas sobre tres plataformas escalonadas. El área religiosa está constituida por una sola estructura de forma piramidal, que se adapta a un promontorio, compuesta de tres plataformas conectadas entre sí por medio de escaleras. Ambos sectores están ordenados en torno a dos plazas: una plaza principal (la actual explanada de Capellanpampa, de 114 m de largo por 60 m de ancho) y la que hoy es plaza del pueblo, situada junto a la iglesia parroquial. Esta plaza se articula a dos niveles: el más alto corresponde al atrio de la iglesia y el inferior a la plaza propiamente dicha. El desnivel se salva por un muro de contención perforado por una hilera de doce hornacinas trapezoidales (foto030).
   Más allá de la gran plaza se encuentra el sector de las 'andenerías agrícolas', un impresionante conjunto de bancales aterrazados que se descuelgan escalonadamente por la vertiente de un barranco, bien irrigados por una red de canales, donde probablemente se cultivaban plantas de uso ritual (foto032).
   Esta zona de bancales está salpicada de grandes peñascos de roca caliza, en los que se pueden detectar numerosas tallas rupestres creando asientos, escaleras, túneles, nichos y cisternas (foto036). A duras penas se distinguen los relieves de un puma y una cría de puma, que fueron martilleados por la furia iconoclasta de los colonizadores hasta dejarlos casi irreconocibles (foto176).
 


Pisac, en el Valle Sagrado
  
   El río Urubamba fluye con sinuoso recorrido por un fértil valle encajonado entre altísimas montañas de rocas y barro. Es éste el llamado Valle Sagrado de los Incas (foto037), porque su cauce atraviesa ciudades y centros ceremoniales incaicos como Ollantaytambo, y rodea con un amplio meandro los escarpados riscos de Machu Picchu, antes de ir a perderse en la cuenca del Amazonas.
Los incas   Pisac (también escrito Pisaq, pronúnciese Písac), ubicado a 33 km al nordeste de la ciudad del Cuzco, es un pequeño pueblo de sabor colonial que levanta su caserío, cercado de huertas, en la ribera del Urubamba. Fue construido sobre basamentos incas en tiempos del virrey Francisco de Toledo (1569-1581). Las calles se cortan en ángulo recto obedeciendo al modelo de planificación urbanística que seguían no solo los colonizadores, sino los mismos pueblos prehispánicos. La Plaza de Armas sirve de recinto para un popular mercado de artesanía. Aquí se halla la iglesia, donde se celebran misas en quechua a la que asisten los indígenas y los varayocs, las autoridades regionales.
   El sitio arqueológico de Pisac, uno de los más importantes del Valle Sagrado, se encarama por los flancos de una alta montaña que domina el pueblo. Dicen que la planta urbana de la ciudad estaba diseñada, como era costumbre en la arquitectura inca, siguiendo el trazado figurativo de un animal. Pisac tendría la forma de una perdiz (pisaq, en quechua). Lo cierto es que los restos arqueológicos incas se distribuyen en varios núcleos de construcciones desperdigados sin orden aparente por los cerros y mesetas de la accidentada geografía del lugar.
   En un collado a media altura de la montaña se asienta lo que sería el centro ceremonial (foto043). Mientras las restantes viviendas y edificaciones de Pisac son de muros de mampostería, tabiques de adobe y techos de madera y paja, este sector se distingue por el cuidado aparejo de sillares de piedra pulidos y perfectamente encajados, característico del periodo inca imperial. Las puertas, ventanas y hornacinas presentan forma trapezoidal (foto046). Un muro semicircular abraza una gran roca tallada con un saliente cónico en su parte superior: protege el Intihuatana, un gnomon o reloj solar con el que los incas determinaban la posición del sol, por lo que este centro bien podría cumplir también las funciones de observatorio astronómico.
   La cumbre de la montaña está ocupada por un poblado abandonado cuyas viviendas de mampostería y adobe cuelgan en apretada aglomeración sobre las pronunciadas pendientes del promontorio.
   Al otro lado de un barranco se ve un vertical acantilado de tierra roja con la pared acribillada de agujeros que le dan un aspecto de colmena.  Es el cementerio de la ciudad: los habitantes enterraban a sus difuntos en nichos y oquedades perforados a distintas alturas del acantilado.
   Quizá lo más impresionante de Pisac sea su extraordinario conjunto de bancales o terrazas agrícolas que cubren escalonándose extensas superficies de las laderas de la montaña (foto040), asomándose a veces a vertiginosos precipicios, y que transforman el paisaje confiriéndole el aspecto de un gigantesco anfiteatro. Los lugareños restauran periódicamente estos aterrazamientos, muchos de los cuales son todavía cultivados, e incluso construyen otros nuevos, siguiendo las ancestrales técnicas que aprendieron de sus antepasados incas para hacer cultivables los terrenos en fuerte pendiente.
 
  
  
Ollantaytambo, bastión rebelde
  
   Situado en el Valle Sagrado de los Incas, en la confluencia de los ríos Urubamba y Patakancha, a unos 60 km al noroeste de la ciudad del Cuzco, Ollantaytambo (quechua: Ullantaytampu), además de un importante yacimiento arqueológico incaico, es una de las pocas ciudades construidas por los incas que se han mantenido vivas a lo largo del tiempo, y que siguen aún habitadas (foto049).
Los incas   Según el cronista español del siglo XVI Pedro Sarmiento de Gamboa, el rey Pachacútec conquistó la región y destruyó Ollantaytambo para incorporarlo a su imperio bajo el gobierno de los incas. Luego reconstruyó la ciudad, dotándola de imponentes edificios, un centro ceremonial y los habituales aterrazamientos de bancales agrícolas destinados a proveer de recursos alimenticios a la población para hacerla autosuficiente. Estos terrenos eran trabajados por yanaconas, sirvientes del emperador, mientras en la ciudad se alojaba la nobleza inca.
   En la época de la conquista, Ollantaytambo sirvió de refugio temporal al Inca Manco Yupanqui, líder de la resistencia indígena contra los españoles, que mandó fortificar la ciudad y sus alrededores con potentes murallas para defenderse de los invasores. Pese a que Inca Manco llegó a derrotar una expedición española mediante la estratagema de inundar de agua el valle, comprendió que no era seguro permanecer en Ollantaytambo, por lo que optó por retirarse a Vilcabamba, enclave escondido en una región selvática. Los conquistadores ocuparon Ollantaytambo en 1540 y la población nativa fue asignada en encomienda a Hernando Pizarro.
   En la actualidad, Ollantaytambo es muy visitado por ser uno de los puntos de partida del más importante de los caminos incas hacia Machu Picchu.
   El pueblo bajo de Ollantaytambo, asentado en la vega del Urubamba, conserva no solo la planificación urbana original, sino numerosas viviendas construidas por los mismos incas, que han sido habitadas sin interrupción hasta nuestros días (foto050). En sus muros bajos abundan los sillares ciclópeos, de formas poliédricas irregulares que, sin embargo, casan entre sí en compacta trabazón, con una solidez a prueba de terremotos. Muchas puertas y ventanas tienen forma de trapecio, con jambas y dinteles monolíticos de enormes proporciones.
   Las casas se agrupan en manzanas cuadrangulares, bordeadas de largas y estrechas calles rectilíneas que se cruzan en ángulos de noventa grados, adoptando el conjunto una configuración urbana de damero. Corpulentos megalitos refuerzan las esquinas (foto051). Las calzadas adoquinadas mantienen un ligero grado de inclinación, y las que se orientan de norte a sur están provistas de zanjas o canaletas paralelas a las fachadas, por las que fluyen corrientes de agua limpia y abundante (foto052), que refresca el ambiente y trae a la ciudad el sonido de los arroyos de montaña.
   Rodean a este núcleo urbano por sus cuatro costados escarpadas montañas, en cuyas faldas, a distintas alturas, se divisan qolqas (depósitos para almacenamiento de alimentos) de mampostería y adobe, en diverso grado de ruina (foto063). Fueron construidas por lo incas. Un farallón rocoso de uno de estos montes parece tener un perfil de rostro humano, con sus ojos, boca, barba y una corona sobre la cabeza formada por unas casas que se asoman al abismo. Los lugareños de Ollantaytambo sugieren que es un gigantesco retrato del rey Inca esculpido en el acantilado (foto065).
   El sector más monumental de estos yacimientos arqueológicos trepa por los montes al oeste de la población, en una sucesión de bancales agrícolas aterrazados accesibles por largas y empinadas escaleras (foto056). Al pie de este colosal graderío se levanta una especie de zona ceremonial, con un Templo del Agua erigido en adobe (foto053) y diversas fuentes con canalizaciones, caños y cisternas de talla rupestre (foto054), entre ellas una llamada 'Baño de la Ñusta' (ñusta = princesa o doncella de sangre real), ornada con cenefas finamente cinceladas en la roca (foto055).
   A cierta altura del camino de ascenso, tras recorrer la terraza de las diez hornacinas, cuyo muro de fondo está aparejado con grandes sillares pulidos y perfectamente ensamblados (foto058), se llega a los restos del Templo del Sol. De este sobresaliente edificio, situado en lo que parece ser un complejo ceremonial, prácticamente solo queda la fachada, compuesta de seis enormes monolitos adosados, cuyo perfil recuerda lejanamente al pilono de un templo egipcio (foto060). Si observamos con detenimiento estas lápidas, comprobaremos que están talladas con relieves en forma de escaleras, y que presentan algunas protuberancias: dicen que son los restos martilleados por los colonizadores de unos relieves que representaban pumas. En las cercanías se pueden ver enormes bloques monolíticos esculpidos con forma de platabandas, repisas, bancadas y otros diseños geométricos (foto061).
   El conjunto de estas construcciones está circundado por unas altas y larguísimas murallas que escalan los montes serpenteando por sus pendientes y escarpaduras (foto062). 

 

 

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