Colecciones fotográficas

Los incas

La colisión de dos mundos

 

   No hay mas que un mundo, y aunque llamamos Mundo Viejo y Mundo Nuevo es por haberse descubierto éste nuevamente para nosotros, y no porque sean dos, sino todo uno.
   Garcilaso de la Vega el Inca

 

   Cuando los conquistadores españoles llegaron en 1532 a las tierras de América del Sur que conocemos como el Perú, la dinastía indígena gobernante era la de los incas. 
   Inca en la lengua local (quechua) significaba literalmente 'rey' y hacía referencia exclusivamente a los soberanos del lugar, aunque más tarde el vocablo se aplicó por extensión para designar a todos los nativos que vivían bajo su potestad. Los reyes incas controlaban en aquel momento un vasto imperio que abarcaba la costa del Pacífico y las montañas y altiplanos de la cordillera de los Andes desde el norte de Ecuador hasta el río Maule en el Chile central, incluyendo partes sustanciales de los actuales Perú, Bolivia y Argentina. Este imperio era llamado en quechua Tahuantinsuyo, que significa 'reino de las cuatro partes' (o suyos).
Los incas   Los incas ya habían establecido su capital en Cuzco en el siglo XII, si bien su expansión territorial se produjo gradualmente a partir del siglo XIII, en una sucesión de conquistas y anexiones de los reinos circundantes que terminó proporcionándoles el control sobre toda la zona, logrando someter a más de cien grupos étnicos diferentes que hablaban al menos veinte lenguas. El imperio llegó a su cénit a principios del siglo XV, con la ascensión al trono de Pachacútec Yupanqui, el más poderoso de los soberanos incas. Durante su reinado los dominios imperiales abarcaban una población andina de unos doce millones de personas. Tal hegemonía fue efímera: duró apenas cien años. Fue entonces cuando llegaron los conquistadores.
   Todos asociamos al Perú con los incas, pero hay que tener en cuenta que éstos no fueron sino uno de los muchos pueblos que habitaban ese país desde tiempos prehistóricos, y su cultura derivaba de otras culturas autóctonas anteriores (como la de los chimúes, los huaris y la de Tiahuanaco), que habían sido predominantes en la zona siglos antes. Coincidió que los incas eran los que estaban en el poder en el momento en que los españoles pisaron por primera vez sus tierras y descubrieron su avanzada civilización, que les asombró tanto como a Hernán Cortés dejó deslumbrado la civilización azteca de México. 
   Por vía de los cronistas, testigos directos de este Nuevo Mundo, en poco tiempo en el Viejo Mundo se supo y se habló de los incas, habitantes de un país de legendarias riquezas llamado Birú. La asociación incas-Perú quedó indeleblemente grabada en el imaginario colectivo y se obviaron por desconocimiento las muchas y poderosas culturas precedentes –alguna de las cuales (como la de Caral) es coetánea de las pirámides de Egipto– que hicieron de esta tierra una de las cunas de la civilización. La cultura incaica era solo la última de ellas, heredera de todas ellas, pero fue la única que, por estar viva, conocieron y dieron a conocer los recién llegados.

Los incas   
   La sociedad inca estaba fuertemente jerarquizada. En la cúspide de la pirámide, el emperador, que ejercía el poder civil y el poder religioso, no solo gobernaba 'por derecho divino' sino que se le consideraba descendiente directo del dios-sol, y como a tal se le rendía culto a lo largo de su vida. Regía el imperio con la colaboración de una élite de nobles, e imponía su autoridad con mano dura, recurriendo si era necesario a drásticas medidas de represión.
   Casi todos sus súbditos eran campesinos agricultores, que producían su propia comida y tejían sus propios vestidos, siendo cada familia autosuficiente. Existían también terrenos de cultivo comunales para el suministro del gobierno central y las autoridades regionales, así como para el mantenimiento de los centros ceremoniales. Los campesinos trabajaban estos terrenos como una forma de tributo, y mantenían intactas las cosechas de sus propios campos.
   La economía del Estado inca estaba basada fundamentalmente en la agricultura. Se calcula que los incas cultivaron cerca de setenta especies vegetales: numerosas variedades de patatas –se considera al Perú como el país de origen de la patata–, maíz, coca, ají, algodón, tomates, calabazas, cacahuetes, camotes (una especie de batata), quinúa (una especie de cereal), etc. 
   Debido a la escasa fauna andina, la ganadería tuvo menos desarrollo. El pastoreo y la cría de animales domésticos complementaban los recursos de la población. Sus rebaños eran de llamas y alpacas; utilizaban las llamas como bestias de carga y las alpacas como fuente de alimentos y lana. La vicuña era también muy apreciada. En sus hogares se criaban patos y cuyes (o conejillos de Indias, considerados un manjar), y se domesticaban perros. Sus vestidos eran tejidos con algodón o lana de llama y alpaca.
   Disciplinas como la tecnología agrícola y la arquitectura alcanzaron un extraordinario nivel entre los incas. Sus ciudades, templos, fortalezas, calzadas y sistemas de regadío dejaron abundantes vestigios por todo el Perú, que hoy podemos seguir admirando, muchos de ellos en tan buen estado de conservación que sería impropio calificarlos de ruinas. De hecho, algunas ciudades construidas por los incas aún están habitadas (véase Ollantaytambo), y algunas de sus infraestructuras para la irrigación de los campos, con su complejo sistema de fuentes, canalizaciones y bancales aterrazados, están todavía en funcionamiento (véase Tipón). Si constatamos que los incas desconocían el hierro, la rueda, el arado y la tracción animal, hay que reconocerles doble mérito en sus realizaciones. 
   Desde su capital en Cuzco irradiaba en todas direcciones una red de calzadas bien pavimentadas que conectaba los más distantes puntos del imperio atravesando valles y montañas, trazadas con frecuencia al borde de vertiginosos precipicios y salvando los abismos por medio de puentes colgantes. Un sistema de postas situadas a intervalos regulares, con relevos de corredores, posibilitaba que cualquier mensaje u objeto a enviar recorriera grandes distancias en muy pocos días.
   Aunque las gigantescas obras públicas de los incas fueron, en su mayor parte, borradas por el tiempo o por la mano de los usurpadores, restan aún, dibujadas en la cordillera de los Andes, las interminables terrazas que permitían y todavía permiten cultivar las laderas de las montañas. Un técnico norteamericano estimaba, en 1936, que si en ese año se hubieran construido, con métodos modernos, esas terrazas, hubieran costado unos treinta mil dólares por acre. Las terrazas y los acueductos de irrigación fueron posibles, en aquel imperio que no conocía la rueda, el caballo ni el hierro, merced a la prodigiosa organización y a la perfección técnica lograda a través de una sabia división del trabajo, pero también gracias a la fuerza religiosa que regía la relación del hombre con la tierra –que era sagrada y estaba, por lo tanto, siempre viva.
   (Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina)
   
Los incas   
   Esas fortalezas y centros ceremoniales, esas gigantescas construcciones de sillares ciclópeos que nos hacen sentir a su lado como liliputienses, no fueron erigidas por cíclopes ni por gigantes, sino por hombres que ni siquiera disponían de herramientas de hierro. A la sensación de esfuerzo sobrehumano que nos suscita la contemplación de tales moles se suma el asombro al comprobar la pericia técnica con que están ensambladas entre sí las piezas de ese descomunal puzzle, todas distintas, todas moldeadas en formas poligonales irregulares, pero que se acoplan unas a otras al milímetro. Entrantes y salientes, ángulos cóncavos y convexos, quedan perfectamente machihembrados, no dejando ni la menor rendija entre piedra y piedra. Por las juntas, como se suele decir, "no cabe ni un alfiler". Las piedras están encajadas en seco, sin utilizar ningún tipo de mortero o argamasa. Algunos de estos sillares, como ocurre en la calle Hatum Rumiyoc de Cuzco, pueden llegar a tener hasta doce ángulos en el perímetro de su cara externa (foto005).  
   No cabe duda de que muros aparejados en tan compacta trabazón tienen que contarse entre las construcciones más sólidas que el ser humano haya levantado en el planeta. Y ahí los vemos en pie, prácticamente incólumes, habiendo resistido los embates de devastadores terremotos y sobrevivido incluso a los desmanes de los conquistadores españoles.
   Siendo los Andes del Perú una zona de gran actividad sísmica, se comprende la utilización sistemática por parte de los arquitectos incas de la técnica constructiva descrita, y de otras como la inclinación en talud de la mayoría de los muros, concebidas todas ellas con el fin de dotar de mayor solidez y estabilidad a los edificios, haciéndolos más resistentes a los seísmos. A menudo las hiladas de sillares se imbrican en grandes peñascos naturales, como si fueran su prolongación, acoplándose al perfil irregular de la roca (foto107). Estas fórmulas constructivas llegan a convertirse en rasgos de estilo de la arquitectura inca: vemos así que casi todos los vanos, puertas, ventanas y hornacinas adoptan una forma trapezoidal, con las jambas inclinadas formando ángulo y con los dinteles (monolíticos) más cortos que los umbrales (foto046). 
   Las viviendas estaban hechas con basamentos de piedra y paredes de adobe. Los tejados eran de vigas de madera (foto118) y cubierta de paja, sujeta con cuerdas a los solivos. A veces las casas están construidas en pronunciadas pendientes de las laderas montañosas, y en tales casos se aprovechaba el contraterreno en que estaban apoyadas para levantar dos alturas, cada piso con entrada independiente a distintos niveles de la ladera (foto064).
Los incas   Las obras de escultura que nos han llegado de los incas son más bien escasas, lo cual resulta extraño si tenemos presente la extraordinaria destreza técnica de que hicieron alarde en el tallado de sillares para sus realizaciones arquitectónicas. Y no es que no hubiera precedentes en esta materia. Comparados con la riqueza escultórica de otras culturas antiguas de Mesoamérica como la de los olmecas, los mayas, los toltecas o los aztecas, o de culturas preincaicas como la de Chavín de Huántar o Tiahuanaco en los territorios del imperio inca en Sudamérica, los templos, palacios y fortalezas incas contrastan por su extrema austeridad de líneas y su desnudez iconográfica. Se sabe que el arte de la orfebrería estaba muy avanzado, pero, saqueadas como fueron, primero por los conquistadores españoles y más tarde por los expoliadores de ruinas, son contadas las estatuillas incas de oro y plata que han llegado hasta nuestros días.
   La temática de las esculturas suele limitarse a representaciones zoomorfas, generalmente en bajorrelieve, de camélidos (como llamas, alpacas y vicuñas), aves (foto116), felinos (foto191), ofidios (foto186) y simios (foto192). Estos iconos tenían un sentido simbólico. Hacían referencia a los tres mundos de la cosmovisión inca: el cielo, la tierra y el inframundo. Los cóndores y otras aves que surcaban el cielo eran los mensajeros entre los dioses y los hombres. Los pumas dominaban la superficie de la tierra. Las serpientes eran seres que se comunicaban con el mundo subterráneo. Son muy infrecuentes las figuras humanas, que sí aparecen algunas veces en la cerámica y en la manufactura textil. Entre los pocos ejemplares de esculturas incas que se pueden ver in situ mencionaremos los animales en relieve de las chullpas (torres-tumba) que se levantan cerca del lago Titicaca.
   En general el arte inca recogía y sintetizaba diversas aportaciones de las culturas andinas precedentes, imprimiéndoles un estilo propio que se caracterizaba por la sobriedad y simplificación de los motivos iconográficos, con una concepción estética muy lineal y esquemática, que daba prioridad a lo funcional sobre lo decorativo.
   Hemos de comentar otro aspecto curioso relacionado con la arquitectura y la escultura, como es la gran cantidad de vestigios –que pudiéramos calificar de 'arquitectura rupestre'– que se detectan diseminados por los territorios andinos de los incas (índice de fotos). En enclaves como Sacsahuamán, Qenqo o Chinchero, entre los restos de edificios incas construidos con sillares, abundan las rocas y peñascos naturales de caliza, y muchos de ellos han sido parcialmente cincelados para crear escaleras, túneles, nichos, bancadas, repisas, plataformas, cisternas... de las más variadas formas y tamaños. Habiendo desaparecido otros elementos constructivos, probablemente de madera, que las complementarían y que podrían aportar pistas, es difícil interpretar para qué servían estas tallas rupestres. Se habla de tronos y de altares para ceremonias, pero nada hay probado, y la función que en realidad tenían permanece de momento envuelta en el misterio.
Los incas   
   Los incas no conocían la escritura. Llama la atención esta carencia, dado que la escritura (por el sistemas de glifos) era ampliamente utilizada desde siglos atrás por otras civilizaciones de la América precolombina, como la de los olmecas o los mayas, que florecieron en Centroamérica y México. No fue así en América del Sur. Su literatura era de tradición oral. La historia de sus antepasados, sus leyendas y mitos, eran memorizados y transmitidos de generación en generación por los llamados 'recordadores'. Ni entre los incas ni en las culturas preincaicas del Perú se han hallado códices de ningún tipo, y los muros de los edificios incas están desnudos de inscripciones que puedan arrojar la más pequeña luz sobre su historia. Algunos estudiosos sostienen que los complicados dibujos de los tejidos prehispánicos encierran alguna clase de código semántico que los acerca a cierta forma de escritura gráfica; pero, de ser así, nadie hasta ahora ha descifrado ese lenguaje.   
   Sin embargo, los incas sí tenían un método de registro para los números, con un sistema de base decimal en que las cifras eran representadas con puntos marcados en un casillero. Tenían también un original sistema de contabilidad, que llevaban a cabo con un artilugio llamado quipu. El quipu consistía esencialmente en un cordón a lo largo del cual iban atados por sus extremos unos hilos que colgaban paralelos, algunos de colores. Mediante una intrincada combinación de nudos a distintas alturas de los hilos, y de entrelazamientos entre los distintos hilos, se podían registrar eventos y transmitir mensajes muy precisos de temas económicos, fechas de calendario y otras cuestiones. Los colores poseían también distintos significados: por ejemplo el amarillo hacía referencia al oro. No obstante, esos mensajes solo podían ser codificados y decodificados por especialistas que poseían los secretos del código: los llamados quipu-camayoc. Este conocimiento se extinguió tras la conquista de los españoles, y hoy no sabemos leer los secretos que encierran los quipus encontrados en las excavaciones.
   La ausencia de fuentes epigráficas ha dado como resultado que no se conozca con exactitud la cronología de las civilizaciones prehispánicas de América del Sur (a diferencia de lo que ocurre con los mayas, de los que se sabe, fechados como están según su calendario, hasta el año, el mes y el día de inauguración de sus distintos monumentos). Solo las investigaciones arqueológicas han permitido fijar con cierto grado de aproximación la secuencia cronológica de las distintas culturas que precedieron en Perú a la de los incas: las llamadas culturas Caral, Chavín, Cupisnique, Paracas, Huaraz, Salinar, Pucará, Vicús, Virú, Moche, Casma, Lima, Nazca, Cajamarca, Recuay, Tiahuanaco, Huarpa, Huari, Sicán, Chimú, Chancay, Chincha, Churajón, Chiribaya, Arica, Chachapoya... (La enumeración no es exhaustiva).
   De los incas sabemos mucho más gracias a los informes de los cronistas que conocieron de primera mano su civilización, aunque hay que dejar constancia de que su versión fue muy sesgada en la mayoría de los casos, ya que, obviamente, reflejaban el punto de vista de los conquistadores y no el de los conquistados. Una excepción notable es la personalidad de fray Bartolomé de las Casas (1484-1566), que se atrevió a redactar un escrito dirigido al rey de España para denunciar las barbaridades cometidas por los españoles en 'las Indias'. 
   Algunos relatos de transmisión oral de los incas fueron recogidos en libros por los cronistas 'cholos' –mestizos de incas y españoles–, como el escritor Felipe Guamán Poma de Ayala (autor también de 400 dibujos que constituyen una valiosa documentación gráfica sobre la vida de los incas), y sobre todo el escritor Garcilaso de la Vega el Inca, natural de Cuzco, hijo de un español y una princesa inca, contemporáneo de Cervantes y Shakespeare (los tres escritores murieron en 1616), que, en sus Comentarios reales, dejó escrita en un español de excelente calidad literaria una historia de los incas basada en fuentes orales quechuas.
   
   Siendo ya yo de diez y seis o diez y siete años, acaeció que estando mis parientes un día en esta su conversación, hablando de sus reyes y antiguallas, al más anciano dellos, que era el que me daba cuenta dellas, le dije: "Inca, tío, pues no hay escritura entre vosotros, que es la que guarda la memoria de las cosas pasadas, ¿qué noticias tenéis del origen y principio de nuestros reyes? Porque allá los españoles, y las otras naciones sus comarcanas, como tienen historias divinas y humanas, saben por ellas cuándo empezaron a reinar sus reyes y los ajenos, y el trocarse unos imperios en otros, hasta saber cuántos mil años ha que Dios crió el cielo y la tierra, que todo esto y mucho más saben por sus libros. Empero vosotros, que carecéis dellos, ¿qué memoria tenéis de vuestras antiguallas? ¿Quién fue el primero de nuestros Incas? ¿Cómo se llamó? ¿Qué origen tuvo su linaje? ¿De qué manera empezó a reinar? ¿Con qué gente y armas conquistó este gran imperio? ¿Qué origen tuvieron nuestras hazañas?".
   El Inca, como que holgándose de haber oído las preguntas, por el gusto que recibía de dar cuenta dellas, se volvió a mí (que ya otras muchas veces le había oído, mas ninguna con la atención que entonces), y me dijo: "Sobrino, yo te las diré de muy buena gana; a ti te conviene oírlas y guardarlas en el corazón" (es frase dellos por decir en la memoria). 
   (Garcilaso de la Vega el Inca. Comentarios reales)
Los incas   

   La religión de los incas consistía en una combinación de creencias animistas, rituales fetichistas y culto a las potencias de la naturaleza, escenificada en complejas ceremonias y muy influida por las prácticas religiosas de los pueblos preincaicos. Tenían oráculos, y estaba extendida la práctica de la adivinación como requisito previo para emprender cualquier proyecto. La astronomía desempeñaba un papel importante en su cosmovisión. Los incas estudiaban los movimientos de los astros por medio de observatorios construidos al efecto. Se regían por un calendario dividido en meses lunares de 30 días.
   El dios supremo era Inti (el Sol), pero los incas rendían culto también a otras divinidades, como Viracocha, el dios creador, Apu Illapu, el dios de la lluvia, Mama-Killa, la madre luna (consorte del dios-sol), o Pacha-Mama, la madre tierra. La religión del dios-sol era impuesta como oficial en todos los territorios anexionados por los incas en su expansión.
   Los templos y centros ceremoniales, en los que en ocasiones señaladas se celebraban sacrificios animales y humanos (a veces de niños), eran atendidos por una casta de sacerdotes (llamados umu), asistidos por ayudantes, y por las llamadas aclla cuna, Mujeres Escogidas. En la cúspide de la escala jerárquica había un sumo sacerdote (Villac umu), procedente de la nobleza, que ejercía sus funciones de forma vitalicia desde el Cuzco y rivalizaba en poder con el Inca.
   Una vez al mes se celebraban festivales religiosos, coincidentes con los ciclos agrícolas, con música, cánticos y danzas, donde los participantes llegaban a entrar en trance y bebían ritualmente (chicha, ayahuasca y otras sustancias) hasta caer en estados de embriaguez.
   Los incas creían en un más allá. Quienes habían vivido en esta tierra conforme al precepto ama sua, ama llulla, ama chela ("no robar, no mentir, no ser holgazán") tenían asegurada una vida eterna al calor del dios-sol. Los incas y otros pueblos prehispánicos cuidaban de sus difuntos, que eran momificados, ataviados con lujosas telas e inhumados con sus armas, joyas y otras pertenencias, la momia embutida a veces en un gran cántaro de cerámica policromada, en estancias subterráneas o (en la región del lago Titicaca) en tumbas en forma de torre (chullpas), lugares adonde periódicamente se les llevaba maíz, coca y otros alimentos, pues no se les consideraba muertos. Un cronista español escribió: "Estas grandes tumbas son tan numerosas que ocupan más espacio que las casas de los vivos".

 

 

 

 

Con la cruz y con la espada
   
   La llegada al Perú de los conquistadores españoles bajo el mando de Francisco Pizarro marcó el comienzo del eclipse de la floreciente civilización inca, que en pocos años quedó truncada para siempre. Pizarro se encontró con que aquel vasto imperio se hallaba dividido por una reciente guerra civil entre las tropas del rey inca Huáscar y las de su hermano Atahualpa, que llegó a arrebatarle el trono y darle muerte. Como había hecho Cortés en México, Pizarro aprovechó en beneficio suyo las disensiones internas de los incas, aliándose tácticamente con uno u otro bando para derrotar al bando rival, y a la postre someterlos a todos. Así se explica que un contingente relativamente escaso de hombres pudiera vencer a los ejércitos incas, cuantitativamente muy superiores a los españoles. 
Los incas   A ello ayudó también el uso de espadas y lanzas de hierro, así como armas de fuego, frente a las que poco podían hacer las rudimentarias armas de los incas. Y el empleo de caballos, animal hasta entonces desconocido en aquellas tierras. 
    Las masacres, torturas y ejecuciones arbitrarias perpetradas por los invasores cristianos sobre los indígenas 'paganos' se sucedieron sin interrupción. El rey y otros personajes de la nobleza fueron destituidos. Los campesinos fueron desposeídos de sus tierras y forzados a trabajar en minas a la búsqueda de los metales preciosos que el subsuelo del país atesoraba. Las instituciones religiosas incas fueron destruidas, sus tesoros expoliados, sus ídolos de oro o plata fundidos para hacer lingotes, sus esculturas de piedra martilleadas, todo ello con la excusa de la evangelización de los 'indios' y la extirpación de la idolatría. 
   Existen testimonios de primera mano de aquellas atrocidades, algunos recogidos por fray Bartolomé de las Casas, el histórico defensor de los indígenas americanos, en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552, capítulo De los Grandes Reynos y Grandes provincias del Peru). He aquí algunos extractos:
  
   En el año de mil e quinientos e treynta y uno fue otro tirano grande con cierta gente a los reynos del Peru: donde entrando (...) crescio en crueldades y matanças y robos sin fee ni verdad: destruyendo pueblos, apocando, matando las gentes dellos, e siendo causa de tan grandes males que han sucedido en aquellas tierras: que bien somos ciertos que nadie bastara a referillos y encarecellos.
   
   De infinitas hazañas señaladas en maldad y crueldad, en estirpacion de aquellas gentes cometidas por los que se llaman Christianos: quiero aqui referir algunas pocas que un frayle de sant Francisco a los principios vido.
   
   Primeramente yo soy testigo de vista y por experiencia cierta conosci y alcance: que aquellos yndios del Peru, es la gente mas benivola que entre los yndios se ha visto: y allegada e amiga a los christianos. Y vi que ellos davan a los españoles en abundancia oro y plata e piedras preciosas y todo quanto les pedian, que ellos tenian: e todo buen servicio: e nunca los yndios salieron de guerra sino de paz: mientras no les dieron ocasion con los malos tractamientos e crueldades: antes los rescebien con toda benivolencia y honor en los pueblos a los españoles: y dandoles comidas e quantos esclavos y esclavas pedian para servicio.
  
   Ytem que los españoles recogieron mucho numero de yndios y los encerraron en tres casas grandes, quantos en ellas cupieron: e pegaronles fuego y quemaronlos a todos sin hazer la menor cosa contra español ni dar la menor causa. Y acaescio alli que un clerigo que se llama ocaña: saco a un muchacho del fuego en que se quemava: y vino alli otro español y tomoselo de las manos: y lo echo en medio de las llamas: donde se hizo ceniza con los de mas.
Los incas  
   Ytem yo afirmo que yo mesmo vi ante mis ojos a los españoles cortar manos, narizes y orejas a yndios e yndias sin proposito: sino porque se les antojava hazerlo: y en tantos lugares y partes que seria largo de contar. E yo vi que los españoles les echavan perros a los yndios para que los hiziessen pedaços: e los vi assi aperrear a muy muchos. Assi mesmo vi yo quemar tantas casas e pueblos: que no sabria dezir el numero segun eran muchos. Assi mesmo es verdad que tomavan niños de teta por los braços y los echavan arrojadizos quanto podian, e otros desafueros y crueldades sin proposito: que me ponian espanto con otras innumerables que vi que serian largas de contar.
   
   E segun dios e mi conciencia en quanto yo puedo alcançar no por otra causa: sino por estos malos tractamientos como claro parece a todos: se alçaron y levantaron los yndios del Peru y con mucha causa que se les ha dado. Porque ninguna verdad les han tractado, ni palabra guardado: sino que contra toda razon e injusticia tiranamente los han destruydo con toda la tierra: haziendoles tales obras que han determinado antes de morir que semejantes obras sufrir.
   (Bartolomé de las Casas. Brevísima relación de la destrucción de las Indias)
   
    
   Es muy conocido el episodio del encuentro en Cajamarca del rey inca Atahualpa con Francisco Pizarro. Los españoles atacaron a las tropas del Inca, que, por haber acudido en misión diplomática, iban desarmadas, dando muerte a 20.000 soldados. Según la versión tradicional, Atahualpa fue hecho prisionero y Pizarro le acusó de ocultar un tesoro, asesinar a su hermano Huáscar y conspirar contra la corona española. Atahualpa ofreció pagar, a cambio de su liberación, un rescate consistente en llenar dos estancias de plata y una de oro "hasta donde alcanzara su mano". El prisionero cumplió su palabra enviando una orden a todo el imperio de que se trasladase la mayor cantidad posible de oro y plata a Cajamarca. De nada le sirvió, pues los españoles, tras apropiarse del rescate, incumplieron su parte del trato y no solo no lo liberaron sino que lo sentenciaron a muerte. Los cargos: idolatría, fratricidio, poligamia e incesto. Atahualpa fue ejecutado el 26 de julio de 1533. 
   
   Pocos dias despues viniendo el rey universal y emperador de aquellos reynos que se llamo Atabaliba con mucha gente desnuda y con sus armas de burla, no sabiendo como cortavan las espadas y herian las lanças y como corrian los cavallos, e quien eran los españoles (que si los demonios tuvieren oro los acometeran para se lo robar) llego al lugar donde ellos estavan diziendo: donde estan essos españoles salgan aca que no me mudare de aqui: hasta que me satisfagan de mis vassallos que me han muerto y pueblos que me han despoblado: e riquezas que me han robado. Salieron a el, mataronle infinitas gentes, prendieronle su persona que venia en unas andas: y despues de preso tractan con el que se rescatasse: promete de dar quatro millones de castellanos y de quinze: y ellos prometenle de soltalle: pero al fin no guardandole la fee ni verdad (como nunca en las yndias con los yndios por los españoles se ha guardado) (...) lo condenaron a quemar bivo: aunque despues rogaron algunos al capitan que lo ahogassen, y ahogado lo quemaron. Sabido por el, dixo: porque me quemays que os he hecho? No me prometistes de soltar dandoos el oro? no os di mas de lo que os prometi? (...) e otras muchas cosas que dixo para gran confusion y detestacion de la gran injusticia de los españoles: y en fin lo quemaron. 
   (Bartolomé de las Casas. Brevísima relación de la destrucción de las Indias)
Los incas  
Diez mil peruanos caen
bajo cruces y espadas, la sangre
moja las vestiduras de Atahualpa.
Pizarro, el cerdo cruel de Extremadura,
hace amarrar los delicados brazos
del Inca. La noche ha descendido
sobre el Perú como una brasa negra.
(Pablo Neruda. Canto general. Los conquistadores)
   
    
   Fue así como en poco menos de cuarenta años, no sin tener que aplastar en el intervalo una formidable insurrección de los indígenas, los españoles convirtieron el imperio inca en una colonia de España, bajo la forma de virreinato. El dios del sol de la civilización inca experimentó un eclipse total: su culto fue abolido.
   El rey de España, a la sazón el emperador Carlos V, fue declarado rey de los incas, sucesor del último Inca, con el propósito de hacer creer que no se había producido ninguna ruptura en la dinastía y el trono había sido legítimamente heredado. En consecuencia, los sucesivos reyes españoles, tanto los Austrias como los Borbones, fueron también considerados emperadores Incas. En el Museo Larco de Lima se exhibe un significativo lienzo de estilo colonial que representa la Cápac Cuna Inca o Genealogía de los Incas: el cuadro muestra una sucesión cronológicamente ordenada de retratos de los reyes Incas, desde Manco Cápac hasta Atahualpa, seguida sin interrupción por una sucesión de retratos de los reyes españoles, desde Carlos I de España y V de Alemania, que aparece como el inmediato sucesor de Atahualpa, hasta Carlos IV de Borbón, que figura como el 25º emperador Inca del Perú.
   Hacia 1569, bajo la administración del virrey Francisco de Toledo, la situación del Perú se había estabilizado, y la paz y el orden restablecidos. La inveterada estructura jerárquica del imperio inca había sido desarticulada y sustituida por pequeñas jerarquías locales. 
   La sed de oro de los colonizadores hizo mutar la economía agrícola en una economía basada sobre todo en la minería, redistribuyéndose la población en centros urbanos de nuevo cuño, donde se reclutó por la fuerza a millares de indígenas para trabajar en las minas. El ejemplo más emblemático es Potosí, en la actual Bolivia (ver foto en la exposición de fotoAleph 'Bolivia. Entre la tierra y el cielo'). Muchos nativos emigraron hacia el este para evitar ser deportados a las minas o para escapar del régimen colonial.
   
   La conquista rompió las bases de aquellas civilizaciones. Peores consecuencias que la sangre y el fuego de la guerra tuvo la implantación de una economía minera. Las minas exigían grandes desplazamientos de población y desarticulaban las unidades agrícolas comunitarias; no sólo extinguían vidas innumerables a través del trabajo forzado, sino que además, indirectamente, abatían el sistema colectivo de cultivos. Los indios eran conducidos a los socavones, sometidos a la servidumbre de los encomenderos y obligados a entregar por nada las tierras que obligatoriamente dejaban o descuidaban. En la costa del Pacífico los españoles destruyeron o dejaron extinguir los enormes cultivos de maíz, yuca, frijoles, pallares, maní, papa dulce; el desierto devoró rápidamente grandes extensiones de tierra que habían recibido vida de la red incaica de irrigación. Cuatro siglos y medio después de la conquista sólo quedan rocas y matorrales en el lugar de la mayoría de los caminos que unían el imperio. 
   (Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina)

   Por si no fueran suficientes sus males, todavía les tocó a los nativos sufrir otra calamidad, aún más catastrófica. Los ocupantes españoles habían portado consigo gérmenes del Viejo Mundo que no existían en la América precolombina. Las plagas de viruela y otras enfermedades infecciosas se propagaron como la pólvora, causando estragos entre los indígenas y diezmando su población en un número aún mayor de lo que habían hecho las armas de los conquistadores.
   
   Según el marqués de Barinas, entre Lima y Paita, donde habían vivido más de dos millones de indios, no quedaban más que cuatro mil familias indígenas en 1685. El arzobispo Liñán y Cisneros negaba el aniquilamiento de los indios: "Es que se ocultan –decía– para no pagar tributos, abusan de de la libertad de que gozan y que no tenían en la época de los incas".
   (Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina)
   
Los incas  
   Los descendientes de los incas son los actuales campesinos de las montañas de los Andes, más o menos mestizados, generalmente llamados cholos, que hablan sobre todo las lenguas quechua y aimara, y que comprenden casi la mitad de la población del Perú. Conservan muchas de sus antiguas tradiciones, pero su cultura va asimilando poco a poco las costumbres occidentalizadas de los costeños. Su religión mayoritaria es una especie de catolicismo sincretizado con creencias y ritos de la época prehispánica. Por ejemplo, Dios sigue siendo identificado con el Sol y la Virgen María es identificada con Pacha-Mama, la madre tierra. 
   Se les distingue por sus rasgos físicos: corta estatura, cabello negro y lacio, rostro barbilampiño, nariz aguileña, amplia caja torácica. Las mujeres suelen lucir multicolores vestidos de corte tradicional, que perpetúan las antiquísimas y sofisticadas técnicas textiles de los pueblos prehispánicos, adaptándolas a diseños venidos de España.
   
   Los turistas adoran fotografiar a los indígenas del altiplano vestidos con sus ropas típicas. Pero ignoran que la actual vestimenta indígena fue impuesta por Carlos III a fines del siglo XVIII. Los trajes femeninos que los españoles obligaron a usar a las indígenas eran calcados de los vestidos regionales de las labradoras extremeñas, andaluzas y vascas, y otro tanto ocurre con el peinado de las indias, raya al medio, impuesto por el virrey Toledo. 
   No sucede lo mismo con el consumo de coca, que no nació con los españoles; ya existía en tiempos de los incas. La coca se distribuía, sin embargo, con mesura; el gobierno incaico la monopolizaba y sólo permitía su uso con fines rituales o para el duro trabajo en las minas. Los españoles estimularon agudamente el consumo de coca. Era un espléndido negocio. (...) Cuatrocientos mercaderes españoles vivían, en el Cuzco, del tráfico de coca; en las minas de plata de Potosí entraban anualmente cien mil cestos, con un millón de kilos de hojas de coca. La iglesia extraía impuestos de la droga. El inca Garcilaso de la Vega nos dice, en sus "comentarios reales", que la mayor parte de la renta del obispo y de los canónigos y demás ministros de la iglesia del Cuzco provenía de los diezmos sobre la coca, y que el transporte y venta de este producto enriquecían a muchos españoles. Con las escasas monedas que obtenían a cambio de su trabajo, los indios compraban hojas de coca en lugar de comida: masticándolas, podían soportar mejor, al precio de abreviar la propia vida, las mortales tareas impuestas. 
   (Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina)
   
   ¡Coca! Epopeya del Araucano
que al indio triste torna espartano.
   Mordió Pizarro tu fibra dura
y se hizo uno con su armadura.
   (Ramón del Valle-Inclán. La pipa de kif)
   
   Desterrados en su propia tierra, condenados al éxodo eterno, los indígenas de América Latina fueron empujados hacia las zonas más pobres, las montañas áridas o el fondo de los desiertos, a medida que se extendía la frontera de la civilización dominante. Los indios han padecido y padecen –síntesis del drama de toda América Latina– la maldición de su propia riqueza.
   (Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina)

 

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Los incas
El eclipse de una civilización

Fotografías: Agustín Gil, Eneko Pastor
Realizadas en Perú

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