Exposiciones fotográficas

Viajes dentro de la Tierra

Las lecciones de abismo del profesor Verne (3)

 

Indice de textos

Introducción
I.  ¡Al diablo las teorías!
II.  ¿Por qué imposible?
III.  Vencer el vértigo
IV.  El retorno es lo de menos
V.  Es difícil llegar a la cueva
VI.  Sigan al guía
VII.  Bajar es lo más fácil
VIII.  ¡Qué espectáculo, tío!
IX.  Retroceder, esto es lo arduo
X.  Saber soportar las penurias
XI.  Prescindir de las superfluas necesidades terrestres
XII.  No perder nunca los nervios
XIII.  La muerte anda al acecho
XIV.  ¿Es maravilloso? No, es natural
XV.  El pasado sólo está enterrado
XVI.  El sueño de la razón engendra monstruos
XVII.  La aventura va en el lote
XVIII.  Sacudirse el escepticismo
XIX.  Donde hay voluntad no puede haber desesperación
XX.  La luz al final del túnel
Bibliografía consultada
 

 

Lección XI:  Prescindir de las superfluas necesidades terrestres

   Todo había terminado, en efecto, pues impensable era ya volver a la superficie en el estado de debilidad en que me hallaba. 
   (...) 
   De repente, en medio de mi amodorramiento, creí oír un ruido. (Cap. 22). 

   El término 'amodorramiento' empleado por Axel para describir su estado nos trae a la cabeza otro texto, perteneciente esta vez al mundo real. Es una reseña extraída de los informes recopilados en '20 años de Espeleología en Navarra'. Permítasenos insertarla aquí, para seguir con el juego de confrontar los textos literarios de Verne con los textos informativos de los auténticos espeleólogos, a fin de poner de relieve sus concordancias y diferencias. En 1948 los autores realizaban la exploración de una cueva del valle de Irañeta, habiendo bajado una honda sima acompañados de un estudiante que no tenía "ni idea de lo que es una cueva". Al remontar la sima de vuelta, ocurrió lo siguiente, según el informe: 
   "Inmediatamente sigue el ascenso mi compañero que, como es bastante más pesado, lo hace peor, pero consigue llegar a la cornisa, donde empieza a dar muestras de fatiga, y sobre todo de lo que nosotros llamamos 'modorra', pues entonces no sabemos lo que es el mal de las cavernas; nos quedan 15 metros que remontar, de los cuales los siete primeros son en extraplomo. (...) entre los dos echamos otra cuerda para que se ate a la cintura nuestro compañero, (...) Comenzamos a tirar, pero comprendemos que nuestro amigo está muy cansado, lo tenemos que subir en vilo, pero dado que hay un fuerte roce de cuerda, es imposible izarlo sin que nos ayude; llega al techo o voladizo y lo aplastamos materialmente sin que pueda superarlo... probamos una, dos, tres veces y, claro está, se encuentra cada vez con menos fuerza; nos comenta que él se halla muy bien en la cueva y que vayamos al exterior para buscar refuerzos. (...) Bajo el rappel a la cornisa y me sitúo con Miguel, que reposa tranquilamente en un rincón con la clásica sonrisa del que se encuentra bajo sopor, y pienso para mi interior que es posible que en el fondo de la sima, mientras que hemos permanecido, pudiéramos haber inhalado anhídrido carbónico, que es lo que da lugar a estas pocas ganas de todo lo que hay alrededor." (Varios autores. '20 años de Espeleología en Navarra', 1976, pp 39-40. Añadamos que el final fue feliz, pues consiguieron sacar a su compañero del pozo, tras seis horas de rescate). 
 
   Hans encuentra agua, al detectar el sonido que produce un torrente al otro lado de una pared. Ése era el ruido que creía oír Axel en medio de su modorra. Con ayuda de un pico, Hans abre una brecha y de ella surge un manantial de aguas calientes, creando un arroyo que corre por los pasadizos hacia los niveles inferiores, siguiendo la ley de la gravedad. Qué mejor guía para conducirnos directos rumbo al centro de la Tierra. Los viajeros sacian su sed y llenan sus cantimploras. 

   con este arroyo de compañero no hay ya razón alguna que nos impida alcanzar nuestro objetivo. 
   –¡Ah! Ya vas convenciéndote, muchacho 
   (Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra, cap. 23) 

   La aparición del agua ha sido providencial, pero choca que haya sido tan tardía. Lo normal en una cueva es que la presencia del agua sea constante y abundante, en forma de goteras, coladas, charcos, ríos y hasta lagos, y lo inhabitual precisamente es encontrar galerías secas. Podría esto ser achacable al componente de lavas del suelo volcánico que han pisado hasta ahora los viajeros, pero lo cierto es que Julio Verne no menciona en su novela al agua como elemento esencial del proceso de creación de las cavernas por disolución de su manto de calizas, o por la abrasión producida por derrubios arrastrados por la fuerza de las corrientes fluviales. Sea como fuere, el hecho es que, en la realidad, es muy frecuente que para recorrer una cueva tengamos que ir siguiendo el curso de un arroyo subterráneo, que es un guía infalible para dirigirse hacia los niveles más profundos de la tierra, tal como hace el terceto del libro. 

   no se trataba más que de descender. 
   –¡Partamos! –dije, despertando con mi voz entusiasta los viejos ecos del Globo. (Cap. 24). 

   Mi tío maldecía de la horizontalidad del camino que ofendía en él al hombre de las verticales que era. (Cap. 24). 

   El viaje hacia el centro del Globo es, como la peregrinación al Averno, un viaje hacia abajo. Un descenso a lo inferior, que es como decir a lo infernal. De ahí que los tramos horizontales impacienten a Lidenbrock, y los verticales sean, por el contrario, bienvenidos con alborozo. 

   se abrió de repente a nuestros pies un pozo espantoso. Mi tío palmoteó de gozo al ver su profundidad y la inclinación de sus pendientes. 
   –Nos llevará lejos, y con facilidad, pues los salientes de las paredes forman una verdadera escalera. 
   Hans dispuso las cuerdas para evitar todo accidente. Comenzamos el descenso, que no me atreveré a calificar de peligroso, pues ya estaba yo familiarizado con ese género de ejercicio. (Cap. 24). 

   Axel está empezando a ser víctima de otro tipo de peligro que no es tan evidente en las cavernas: el exceso de confianza. Por muy familiarizado que uno se crea con los ejercicios de trepar y destrepar, los riesgos se agazapan en todos los rincones de la cueva, y es precisamente en los sitios más fáciles, los que nadie calificaría de peligrosos y por ello se baja la guardia, donde tienen lugar los percances más inesperados. Los resbalones, las caídas, las costaladas. 

   la galería, ora recta, ora sinuosa, tan caprichosa en sus pendientes como en sus revueltas, (...) nos conducía rápidamente a grandes profundidades. (Cap. 24). 

   Los tres viajeros están ya, según sus cálculos, fuera de Islandia y bajo el océano Atlántico, cuya inmensidad pende sobre sus cabezas. Todo el mundo conocido, las urbes, los continentes, el mar, está allí arriba, encima de ellos, pero separado de ellos por una inmensa masa rocosa que se supone infranqueable. 

   Nos habíamos acostumbrado ya a esta existencia de trogloditas. Yo no pensaba ya apenas en el sol, las estrellas, la luna, los árboles, las casas, las ciudades, en todas esas superfluidades terrestres de las que los sublunares han hecho una necesidad. En nuestra calidad de fósiles no echábamos de menos esas inútiles maravillas. (Cap. 25). 

   Parece como si Axel le estuviera cogiendo por fin gusto a la vida intraterrestre. El novicio evoluciona favorablemente hacia su autorrealización. Contrastemos su comentario con el siguiente, extraído de un informe del espeleólogo Juan Mary Feliú en el transcurso de una exploración pionera a la sima de San Martín, en 1965, dentro de la cual llevaban los expedicionarios varias semanas: "¿Comemos?, ¿almorzamos? Ya uno no sabe de horas, ni de días... comes cuando te apetece, duermes cuando hay sueño, en fin, una vida fantástica" (Varios autores. '20 años de Espeleología en Navarra', pág. 90). 

   El profesor consulta sus notas y estima la profundidad alcanzada en 16 leguas (casi 90 kilómetros). Ni las mayores simas hasta hoy descubiertas en el mundo, ni las más profundas prospecciones artificiales han llegado tan lejos. A partir de aquí todo son especulaciones. Pero esa corteza impenetrable es perforada por la mente de Verne, que pone a Lidenbrock por testigo de lo que hay más allá. 

   –¡Pero si éste es el límite extremo asignado por la ciencia al espesor de la corteza terrestre! 
   –No digo que no. 
   –Y aquí según la ley del aumento de la temperatura, debería hacer un calor de mil quinientos grados. 
   –Debería, muchacho. 
   –Con lo que este granito no podría mantenerse en estado sólido y debería estar en fusión. 
   –Como ves, no ocurre así, y los hechos, según su costumbre, vienen a desmentir las teorías. 
   (Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra, cap. 25) 

   ¿A quién debemos creer? ¿A la ciencia y sus teorías especulativas del magma central, todavía hoy vigentes pese a la ausencia de pruebas y testigos, o a la intuición de Julio Verne, que supo imaginar tantos proyectos, tachados de fantasiosos por sus contemporáneos, que luego se convirtieron en realidad? 
   Axel aún se resiste a continuar el viaje, y aprovecha toda ocasión que se le presenta para argumentar la imposibilidad material de realizarlo, y lo conveniente de abandonar. 

   –Pues bien, dieciséis leguas son tan sólo la centésima parte del radio terrestre. Lo que quiere decir que, de continuar así, invertiremos en el descenso dos mil días, o sea, casi cinco años y medio. 
   El profesor no respondió. (Cap. 25). 

   El sobrino continúa haciendo números con las distancias y profundidades para deducir, por añadidura, que no van en la buena dirección. 

   –¡Al diablo tus cálculos! –replicó mi tío, en un movimiento de cólera–. ¡Al diablo tus hipótesis! ¿En qué se basan? ¿Quién te ha dicho que esta galería no vaya directamente a nuestro objetivo? Además, hay un precedente. Lo que yo estoy haciendo, otro lo ha hecho ya, y donde él triunfó, yo triunfaré a mi vez. (Cap. 25). 

   Aparte del supuesto aumento de la temperatura, hay otras dos cuestiones que debería plantearse todo el que se acerque al centro del planeta. La gravedad y la presión. Veamos qué dice el profesor al respecto. 

   la intensidad de la gravedad irá disminuyendo a medida que descendamos. Como sabes, es en la superficie donde más se deja sentir su acción, en tanto que en el centro de la Tierra los objetos no pesan nada. (Cap. 25). 

   Hay aquí un paralelismo curioso con otro viaje verniano, el 'De la Tierra a la Luna', escrito al año siguiente, donde los astronautas han de atravesar un área en que las atracciones gravitatorias de planeta y satélite se anulan mutuamente, y se pasan un tiempo flotando en gravedad-cero dentro de la cápsula lunar. Tal cual sucedería cien años después con los cosmonautas del programa Apolo. Julio Verne lo había previsto. 
   Pero, ¿qué puede suceder con la presión? En teoría, cuanto más se profundiza mayor es el número de atmósferas que los cuerpos deben soportar. El mismo aire se densificaría. 

   Pero dígame, ¿no acabará este aire adquiriendo la densidad del agua? 
   –Sin duda, bajo una presión de setecientas diez atmósferas. 
   –¿Y más abajo? 
   –Más abajo, la densidad será aún mayor. 
   –¿Cómo descenderemos entonces? 
   –Meteremos piedras en nuestros bolsillos. (Cap. 25). 

   No sabemos si es una simple boutade de Lidenbrock, o si está empezando a mostrar síntomas de 'embriaguez de las profundidades', pero la respuesta se las trae, y evidencia una vez más la pétrea determinación que empuja al profesor en pos de su objetivo, que no se arredra ni ante presuntos imposibles de la lógica o de la física. La verificación sólo puede venir de la mano de la exploración; ahora bien, lo de colocarse piedras para aumentar peso con el fin de sumergirse en aire líquido empieza a sonar más bien a espeleobuceo. Aunque este tema lo dejó Verne para tocarlo en '20.000 leguas de viaje submarino'. 

   Durante algunos días, una serie de rápidas pendientes, algunas de ellas espantosamente verticales, nos adentraron profundamente en el macizo interno. (Cap. 26). 

Indice

 

 

Lección XII:  No perder nunca los nervios

   La travesía empieza a afectar mentalmente a los expedicionarios. Comienza la transformación psíquica del novicio. En el acercamiento a lo inefable, empiezan a sobrar las palabras y a imperar el silencio. 

   Su mutismo (el de Hans) aumentaba de día en día, y empezaba a contagiárnoslo. Los objetos exteriores ejercen una acción real sobre el cerebro. Quien se encierra entre cuatro paredes acaba por perder la facultad de asociar las ideas a las palabras. (Cap. 26). 

   Y el aspirante a la iniciación es sometido a una nueva prueba, quizá la más terrible. 

   El 7 de agosto, nuestro ininterrumpido descenso nos había llevado a una profundidad de treinta leguas, lo que quería decir que pendían sobre nosotros treinta leguas de rocas, de océano, de continentes y de ciudades. 
   (...) 
   De repente, al volverme, me di cuenta de que estaba solo. (Cap. 26). 

   Unas palabras sencillas, una frase aparentemente anodina, pero preñada de negros presagios. 
 
   Volví sobre mis pasos y anduve durante un cuarto de hora, sin ver a nadie. Llamé, sin obtener respuesta. Mi voz se perdía en medio de los cavernosos ecos que suscitaba (...). Continué subiendo durante media hora, siempre al acecho de una llamada que, en la densidad de esa atmósfera, podía provenir de lejos. Pero el silencio más ominoso reinaba en la inmensa galería. (Cap. 26). 

   Mi situación se resumía en una sola palabra: ¡Perdido! 
   Sí, perdido en una profundidad inconmensurable (...). Pues, ¿qué potencia humana podría devolverme a la superficie del Globo y separar aquellas inmensas bóvedas que pendían sobre mi cabeza? ¿Quién podría conducirme al camino de retorno para reunirme con mis compañeros? (Cap. 27). 

   Tras días de infructuosa búsqueda de sus compañeros, Axel ha de rendirse por fin a la evidencia: "Estaba enterrado vivo" (cap. 27). Nos hallamos ante la prueba de la pérdida en el laberinto. El mayor terror de quienes exploran cuevas. Y la causa ha sido el exceso de confianza. 
   Hasta ahora, los extravíos de los expedicionarios por callejones sin salida habían sido controlados. Esta vez la cosa va en serio. El mundo subterráneo es también el reino de los muertos. Perderse solo en esas inmensas profundidades equivale a una muerte segura. Pero lo peor no es la muerte. Es la larga agonía que espera al desdichado. Morirá solo, lejos de los suyos, lejos del mundo, en la más absoluta oscuridad, tras sufrir durante interminables días los tormentos del hambre y de la sed. Enterrado vivo. ¿Cabe mayor espanto? 
   La sombra de Edgar Allan Poe parece estar rondando otra vez por el relato. Poe, explorador de todos los terrores del subconsciente humano, recreó la obsesión y el pánico del hombre a ser sepultado vivo en su cuento 'El enterramiento prematuro'. Axel se verá abocado a padecer semejante infortunio. 
   También Fernando Savater tiene algo que decir sobre el tema: "En todo tiempo, lo que está abajo ha sido particularmente tentador: allí se encuentra el reino de los muertos, pero también los tesoros ocultos; (...) allí lo más profundo, lo más hondo, que por intuición verbal se nos antoja lo más estimable; allí yace todo lo podrido, pero también lo olvidado, lo temido, lo que debe ocultarse, es decir, ser enterrado; ahí nos esperan las tinieblas más opacas --muertos o vivos acabaremos yendo a ellas, bajar vivos nos previene para el descenso definitivo--, todo lo negado a la luz del día; (...) de lo inferior, de lo oscuro, de lo cerrado, de la tierra salimos un día; a ello volveremos cualquier noche." (F. Savater, 'La infancia recuperada', cap. III: 'El viaje hacia abajo'). 
   De la tierra venimos; bajo la tierra iremos, tarde o temprano. Más vale que nos vayamos acostumbrando a la idea. Pues, como dice Tom Waits, no somos sino muertos de vacaciones. Unas vacaciones efímeras como un relámpago entre dos noches eternas. Estábamos muertos antes de venir aquí, y lo seguiremos estando cuando partamos. Pero, mientras tanto, bajar vivos al reino de los muertos nos prepara y curte para ese último viaje. 

   Yo trataba de reconocer el camino por la forma del túnel, por los saledizos de las rocas, por la disposición de las anfractuosidades. (Cap. 27). 

   Difícil lo tiene Axel, intentar reconocer de vuelta la ruta por la que ha venido. En los laberintos del mundo cavernario, con su caprichosa conformación en mil sinuosidades y recovecos, sólo desvelados a medias por los limitados haces de las linternas, se da el fenómeno de que los paisajes se metamorfosean en otros según las perspectivas, y lo que se va viendo al avanzar es completamente diferente de lo que se ve al retroceder por una misma galería, como si hubiera habido un cambio de escenario. 
   De ahí que los despistes sean frecuentes, y si la cueva es de las grandes, puedan provocar el quedarse atrapados varios días en su interior, hasta que alguien acuda al rescate. Así les sucedió recientemente a ocho excursionistas en la sima de San Martín. Hasta a los más experimentados espeleólogos les puede ocurrir: "reemprendemos el camino (de retirada) seguido anteriormente, no sin haber alguna novedad, como es que al llegar a la sala Madeleine nos hemos encontrado en el centro de la misma y con terreno completamente desconocido, lo que nos obliga en parte a conocerla y a dar varias vueltas hasta dar con la salida de la misma, que es una ventana pequeña que conduce en plano muy fuerte a la Gran Barrera, y una vez allí por la galería de Navarra, que nos parece mucho mayor que a la ida, nos situamos en el caos de grandes bloques." (Varios autores. '20 años de Espeleología en Navarra', pág. 78). 

   Quise hablar en alta voz, pero mis labios resecos sólo dieron paso a roncos gemidos. Estaba jadeante. 
   En medio de mi terror, me sobrecogía el ánimo una nueva angustia. Mi lámpara se había estropeado al caer y no tenía posibilidad alguna de repararla. Su luz iba palideciendo, amenazándome con la oscuridad. Veía disminuir la intensidad luminosa en la serpentina del aparato. Una procesión de sombras movedizas se desplazaba por las oscuras paredes. No me atrevía ni a bajar los párpados, ante el terror de perder el menor átomo de aquella claridad fugitiva. A cada instante me parecía que iba a desvanecerme y me sentía cada vez más invadido por lo negro. 
   (Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra, cap. 27) 

   Las luces portátiles son un elemento vital en los viajes dentro de la Tierra. Pero su autonomía suele ser limitada, y se ha de calcular que la provisión de piedras de carburo, baterías y pilas sea suficiente para el recorrido de ida y vuelta. Cuando la cueva es más larga y complicada de lo previsto, el cuevero se las suele ver y desear para prolongar el tiempo de iluminación. Se han dado casos de espeleólogos que han tenido que remontar centenares de metros de sima completamente a oscuras, por habérseles agotado las luces. 
   Pero Axel no va a tener tanta suerte, con su exigua y agonizante lámpara a punto de apagarse para siempre, y perdido en ignotos abismos a kilómetros de la superficie. La lenta extinción de la claridad prefigura la lenta agonía que le espera en aquellas regiones. El último resto de luz que le queda termina por apagarse definitivamente, como anunciando la muerte del propio Axel. Lo negro lo invade todo. 
   Axel se enfrenta a su última prueba, y la más dura. El momento crucial de la ceremonia y su punto de no-retorno: el paso a través de los umbrales de la muerte, rumbo al más allá. 

   Lancé un grito terrible. 
   Sobre la Tierra, aun en las noches más profundas, la luz no pierde nunca enteramente sus derechos. Por difusa y sutil que sea, por poco que de ella quede, la retina del ojo acaba por percibirla. Allí, nada. La total oscuridad hacía de mí un verdadero ciego. (Cap. 27). 

   Ciego como Homero. Ciego como Borges. Perdido en los abismos y sumido en las tinieblas más absolutas. No puede haber mayor desvalimiento para un ser humano. 
   Axel pierde la cabeza y se abandona a la desesperación. Echa a correr por la oscuridad, sin rumbo fijo, llamando a sus compañeros, gritando, aullando, golpeándose contra las rocas, cayendo y levantándose ensangrentado, bebiendo su propia sangre, esperando a cada momento romperse la cabeza contra un muro. 

   ¿Adónde me condujo aquella insensata carrera? Lo ignoraré siempre. Después de varias horas, agotadas, sin duda, mis fuerzas, caí al suelo como una masa inerte y perdí el conocimiento. (Cap. 27).

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Lección XIII:  La muerte anda al acecho

   La pérdida de conocimiento es el primer paso del rito de muerte-resurrección. El neófito deberá experimentar una muerte aparente para resucitar en otro estadio, dejando atrás la inmadurez y los valores caducos de su anterior vida, y despertando como un hombre nuevo. Lo explica muy bien Fernando Savater: "Se baja para surgir de nuevo otra vez, para renacer; este segundo natalicio nos proporciona fuerzas renovadas, una disposición vital impecable que el contacto con el infierno ha templado (...)"  (F. Savater, 'La infancia recuperada', cap. III: 'El viaje hacia abajo'). 

   De repente creí oir unas palabras vagas, inaprehensibles, lejanas. 
   (Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra, cap. 28) 

   Axel, al despertar de su desvanecimiento, reconoce la voz de su tío, apenas audible, que llega desde lejos hasta donde él se encuentra perdido, transmitida a través de la masa rocosa por un fenómeno acústico. Por los lapsos que transcurren entre preguntas y respuestas, calculan el trecho que les separa: cuarenta segundos ida-vuelta, a la velocidad del sonido, equivalen a más de una legua de distancia, o sea, casi siete kilómetros. El profesor recomienda a su sobrino que se deje resbalar y caer hacia abajo, siempre hacia abajo, con el fin de intentar reencontrarse en el lugar donde se hallan Hans y él. 

   –Hasta la vista Axel: hasta pronto. 
   ... 
   Tales fueron las últimas palabras que oí. (...) Este asombroso efecto de acústica se explicaba fácilmente por las solas leyes físicas inherentes a la forma del corredor y a la conductibilidad de la roca. Muchos son los ejemplos de esta propagación del sonido no perceptible en los espacios intermedios. Recuerdo que se ha observado este fenómeno en muchos lugares, entre ellos en la galería interior de la cúpula de San Pablo, en Londres, y sobre todo en medio de esas curiosas cavernas de Sicilia, esas canteras de las cercanías de Siracusa, de las que la llamada Oreja de Dionisio es la más maravillosa en este género. (Cap. 28). 

   Se refiere Verne a las conocidas Latomie dil Paradiso, unas antiguas canteras de piedra en las afueras de Siracusa, en su primera mención a Sicilia en la novela. Estas canteras constituyen un fantástico complejo de cavidades artificiales, que no tendrían nada que envidiar a cualquier cueva natural, entre las cuales destaca la Oreja de Dionisio, una inmensa grieta serpenteante de gran altura y profundidad, cuya curiosa acústica interna produce efectos sorprendentes, captando hasta los menores ruidos y transmitiéndolos al exterior. Dice la leyenda que en esta cavidad se encerraba a los prisioneros atenienses, y que el tirano de Siracusa Dionisio el Viejo (ca 430 - 367 a C) se dedicaba a espiar, gracias a este efecto acústico, sus conversaciones más secretas. 

   La pendiente era bastante rápida, y me iba dejando resbalar por ella. 
   Pronto la velocidad de mi descenso aumentó tanto, tan espantosamente, que parecía una caída. No podía pararme. De repente, me faltó el terreno bajo los pies y caí rebotado sobre las asperezas de una galería casi vertical, de un verdadero pozo, hasta que mi cabeza golpeó una aguda roca, y perdí el conocimiento. (Cap. 28). 

   Esto le pasa a Axel por no llevar casco. Una vez más nos sentimos identificados con el joven, y el incidente de su caída nos retrotrae a uno parecido que experimentamos en nuestras carnes recientemente, en una cueva que en teoría no tenía nada de peligrosa. Estábamos en la zona superior de una colada estalagmítica, alta como una colina, iluminando los espeleotemas circundantes para hacerles una foto, cuando de pronto uno de nosotros tuvo un pequeño resbalón. Golpeó con su bota en los pies de otro, que perdió el equilibrio. Al intentar sujetarle el primero, se cayó a su vez, iniciando ambos un descenso vertiginoso patinando por la colada, agarrados entre sí, y sin poder parar. 
   Todavía un tercer miembro del grupo, que estaba un poco más abajo, intentó detener el despeñamiento de sus dos compañeros, con el resultado de que se vio a su vez arrastrado en la caída, en un efecto dominó. Resbalamos los tres por la pronunciada pendiente, sin podernos aferrar a ninguna roca, arañando con nuestras uñas el suelo de calcita en un intento desesperado de frenar la caída. "¡Agarraos, agarraos!", nos gritaba otro compañero. Por fin dos de nosotros conseguimos parar a un lado de la pendiente, no sabemos cómo, quedando nuestras piernas colgadas en el vacío, mientras el tercero se estampaba al otro lado contra el fondo pedregoso de una hondonada. Aunque algo contusionados, por fortuna salimos ilesos. Y al poco pudimos comprobar, con un escalofrío, que de haber seguido deslizándonos por la parte central de la colada, hubiéramos terminado por caer los tres en un pozo vertical de unos siete metros, con lo que el descalabro hubiera sido mayúsculo. Para habernos matado. 
   La presencia de la muerte es una constante en las cuevas. Más de una vez le hemos visto brillar la guadaña. Su negra silueta se cierne sobre nuestras cabezas, cual espada de Damocles, en los rincones más insospechados de la caverna. Puede enmascararse bajo los más diversos disfraces: una sima sin fondo, una inundación, una roca que se desprende... Véase un párrafo de '20 años de Espeleología en Navarra' que ilustra sobre ese constante peligro; los exploradores llevan varios días dentro de la sima de San Martín (en la campaña de prospecciones de 1960) y se disponen a descansar en uno de los campamentos subterráneos instalados: "(...) una vez que decidimos acostarnos hemos observado que sobre la tienda de campaña existe un bloque amenazador que nos parece que es imposible que pueda permanecer en equilibrio; existe gran polémica sobre si lo tiramos o no, y quitando la tienda de campaña optamos por pasarle una cuerda, para entre dos tirando por cada lado arrojarlo. Pero todo es inútil; la cuerda se parte y el bloque queda en su sitio. Únicamente rendidos por el sueño decidimos colocar de nuevo la tienda debajo del bloque, no sin que alguien comentara que la anterior actuación habría dado lugar a debilitar su posición... Son las diez de la noche, no tenemos más remedio que dormir cuatro en la tienda de tres y sin chistar, ya que hay que hacerlo de costado y sin moverse en toda la noche. Este lugar se le bautizó con el nombre de 'La Galera de Damocles'." 
   Y también este otro párrafo: "Por el lado francés la topografía ha continuado hacia la Sala La Verna, y después de una gran jornada han tenido que pernoctar en la sala Chevalier, y se ha tenido mucha suerte, ya que un gran bloque se ha desprendido sobre una tienda, que la ha cogido debajo en el momento en que no había nadie dentro." (Varios autores, '20 años de Espeleología en Navarra', pp 82-83). 
   De cuando en cuando, una lápida de mármol nos recuerda que en tal o cual cueva falleció en accidente determinado espeleólogo que nos había precedido años ha en su exploración. Lo cual nos da mucho que pensar. La sima de San Martín es en nuestra zona la que más vidas se ha cobrado, aunque no la única. Véase el extracto de un informe de 1960, referente a las investigaciones hidrológicas en la Sala de La Verna: "(...) llegamos al lugar donde se encuentra la lápida conmemorativa de la muerte del espeleólogo francés Loubens, donde una pequeña imagen de la Virgen presencia el lugar; aprovechamos para rezar y desde aquí nos metemos de lleno en el río" ('20 años de Espeleología en Navarra', p. 89). La inscripción de la estela dice: 'En esta sima vivió los últimos días de su valerosa vida Marcel Loubens. Murió al servicio de la ciencia el 12 de agosto de 1952'. Actualmente, contigua a ésta, se ha instalado otra lápida rememorando a un espeleólogo checo muerto en 1985, Jiri Kubalek. 
   Loubens murió al despeñarse por la sima Lepineux, de 320 metros de caída, tras romperse la cabria utilizada para el descenso. En el fondo de la sima se halla su mausoleo. Junto a la boca de entrada a este pozo, y también sobre la sima de la cueva de Basaura, se pueden ver sendas lápidas dedicadas a otro espeleólogo pionero, Félix Arcaute, fallecido en 1971, con el siguiente lema: 'Lo importante no es el eslabón, es la cadena'. Recogemos la crónica de su muerte, que no por estar redactada en un escueto estilo de informe resulta menos estremecedora: 

   "En el transcurso de una serie de exploraciones llevadas a cabo por el organismo internacional de la sima de San Martín –ARSIP– en 1971, (...) nuestro compañero Félix Arcaute ha encontrado la muerte producida por un fallo cardíaco en condiciones extremas de frío, humedad y cansancio, cuando se encontraba en la sima Lonné Peyret del complejo de la red hidrológica de San Martín. 
   La exploración compuesta por cuatro miembros, dos franceses y dos españoles, discurría con toda normalidad (...), encontrándose para superar la parte superior de una cascada con dificultades de frío, producido por el agua al caer sobre la escala aumentado por el esfuerzo de varios días de exploración (...). Se produce una fuerte lucha por salir del punto en que se encuentra prisionero, ayudado en parte por los compañeros en situación precaria por la caída de uno de ellos y la dificultad del que se encuentra en la parte superior por salir; el resultado del confusionismo es la permanencia bajo la cascada más tiempo del necesario, corriendo el riesgo del fallo cardíaco producido por agotamiento. 
   Inmediatamente cunde la alarma en la Asociación Internacional, interviniendo el conjunto de los cuerpos de rescate y salvamento de la organización por parte francesa y española. 
   En continuo esfuerzo durante cuatro días y sus correspondientes noches se turnan los equipos de salvamento, que tienen que recurrir a equipos especiales de dinamiteros para ir abriendo paso en sitios estrechos (...) 
   Es rescatado el cadáver, y después de todos los requisitos oficiales es pasado por la frontera española de Roncal a Pamplona y Tolosa, donde es enterrado." 
   (Varios autores. '20 años de Espeleología en Navarra', pág. 169) 

   Arcaute es nuestro Arne Saknussem. El pionero que nos precedió en las incursiones, y cuyo espíritu nos guía por las grutas. Vaya por delante la expresión de nuestra admiración sin límites hacia él y hacia todos los espeleólogos veteranos que han dedicado sus vidas a explorar y estudiar con titánico esfuerzo, poniendo en peligro su integridad física, los sistemas kársticos y los complejos hidrogeológicos de Navarra, en una labor de investigación escasamente reconocida y recompensada, pero que se nos antoja sobrehumana. 

   ¿Ha muerto Axel? Sólo aparentemente. Tras su segunda pérdida de conocimiento, cae en picado, envuelto en un amasijo de rocas que arrastra consigo, hasta una gigantesca sala subterránea donde se encuentran esperándole su tío y Hans. 
   A partir de aquí Axel renace en una nueva dimensión del mundo intraterrestre. Al abrir los ojos, lo primero que ve es el lejano resplandor de una extraña luz. Entra Julio Verne en la parte más inverosímil del relato, su último tercio. La narración abandona su sustento realista y se carga de elementos fantásticos que ponen a prueba la credulidad del lector. Nada sabemos de lo que hay a tales profundidades, nadie lo sabe, así que Verne tiene vía libre para transitarlas con su imaginación. Y en este insólito mundo puede suceder de todo. Que lo creamos o no, es lo de menos. Aquí lo real y lo imaginario se funden y se hacen indistinguibles. 
   No sabemos si Axel sueña o delira, pero a partir de su simbólica 'muerte-resurrección' la crónica del viaje toma los derroteros de la fantasía más desbordada. El joven, o el espíritu del joven, se encuentra en el más allá, en otro mundo que poco tiene que ver con el nuestro. 

   –¡Vive! ¡Vive! 
   (...) 
   –Hijo mío, ¡estás salvado! –dijo mi tío, estrechándome contra su pecho. Me conmovió vivamente el tono en que pronunció esas palabras, y más aún los cuidados de que las acompañaba. Había que llegar a esos extremos para provocar en el profesor tales efusiones. 
   (Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra, cap. 29) 

   ¡por Dios!, no nos separemos más, pues arriesgaríamos no volver a vernos jamás. 
   'No nos separemos más'. ¿No había acabado, pues, el viaje? (Cap. 29). 

   No, el viaje no ha acabado. Todavía queda lo más importante: llegar al centro de la Tierra, que es la mitad del viaje, y subir de allí a la superficie. Un proyecto como éste no se puede dejar a medias, pase lo que pase, pese a quien pese.

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Lección XIV:  ¿Es maravilloso? No, es natural

   Ei aislamiento había durado cuatro largos días. 
   Al despertarme, al día siguiente, miré en torno mío. Mi cama, hecha con todas las mantas de viaje de que disponíamos, estaba instalada en una encantadora gruta ornada de magníficas estalagmitas, con un suelo de arena fina. Reinaba en ella una semioscuridad extraña. Ninguna antorcha, ninguna lámpara se hallaba encendida, y, sin embargo, una inexplicable claridad venía de fuera a través de una estrecha abertura de la gruta. Oía también un murmullo vago e indefinido, como el gemido de las olas que mueren suavemente en una playa, y, a veces, como los silbidos de la brisa. 
   (Jules Verne, 'Viaje al centro de la Tierra', cap. 29). 

   La luz proviene de una colosal sala, que alberga en su seno un mar subterrestre tan extenso como el Mediterráneo, cubierto de nubes permanentes, azotado por vientos y tormentas, e iluminado por una perpetua claridad, que no sabe de días ni de noches. "Era como una aurora boreal, un fenómeno cósmico continuo, lo que irradiaba sobre aquella caverna, capaz de contener un océano". "En vez de un firmamento refulgente de estrellas, era una bóveda de granito lo que había por encima de las nubes, una bóveda que me aplastaba con todo su peso" (cap. 30). Ni siquiera el profesor es capaz de hallar una interpretación científica a tan extraordinarios hechos. "No puedo explicarlo, porque es inexplicable. Pero cuando lo veas, comprenderás que la ciencia geológica no ha dicho aún su última palabra" (cap. 29). A partir de ahí,  profesor y discípulo empiezan a barajar diversas hipótesis para intentar respaldar con una teorización más o menos científica lo que están viendo sus ojos asombrados. 

   Axel: (Todo esto) me recordó la teoría de un capitán inglés que veía en la Tierra una inmensa esfera hueca, en cuyo interior el aire se hacía luminoso a causa de su presión, y por el que dos astros, Plutón y Proserpina, trazaban sus misteriosas órbitas. ¿Tendría razón? (Cap. 30). 

   Lidenbrock: El hecho admite una explicación geológica. En una determinada época, la Tierra no estaba formada más que por una corteza elástica, sometida, en virtud de las leyes de la atracción, a una serie de movimientos alternativos de dilatación y de contracción. Es muy probable que se produjeran hundimientos del suelo y que una parte de los terrenos sedimentarios fuera arrastrada al fondo de los abismos súbitamente abiertos. (Cap. 30). 

   Verne pone como ejemplo comparativo un caso existente en la realidad. El de la cueva del Mamut, en Estados Unidos, considerada hasta el momento como la más grande del mundo. 

   La inmensa caverna del Mammouth, en el Kentucky, es de proporciones gigantescas, puesto que su bóveda se eleva a quinientos pies por encima de un lago insondable, y que ha sido recorrida en más de diez leguas, sin llegar a su extremidad, por varios viajeros. Pero ¿qué son esas cavidades comparadas con la que yo admiraba entonces, con (...) un vasto mar encerrado en sus flancos? Mi imaginación se sentía impotente ante tal inmensidad. (Cap. 30). 

   –¡Es maravilloso! 
   –No. Es natural. (Cap. 31). 

   –La ciencia, hijo mío, está hecha de errores, pero de unos errores en los que es bueno haber incurrido, porque son ellos los que nos conducen poco a poco a la verdad. (Cap. 31). 

   ¿Tan inverosímil es imaginar bajo tierra una inmensa sala inundada por un mar? ¿Se trata de un mero producto de la imaginación de Axel (o de la de Verne)? Así nos lo parecía cuando leímos de chicos por primera vez la novela. Pero años más tarde, y tras haber visitado buen número de cuevas del mundo real, ya no lo tenemos tan claro. 
   "–Y ¿por qué no? ¿Hay alguna razón física que se oponga a ello?" (cap. 31). 
   De hecho hemos podido comprobar que el mundo subterráneo está lleno de caudalosos ríos y de lagunas y lagos interiores que, aunque no lleguen ni de lejos a la categoría de mar, pueden ser extensos, profundos e incluso navegables. 
   Navegar por un río subterráneo. Remar en un lago intraterrestre. Suena a novela de aventuras, a escena de ensueño, y así nos lo parecía antaño, pero ¿quién podría imaginar que llegaría un día en que lo hiciéramos de verdad con unas barcas hinchables y un par de remos? Y así ha sido. Y sentimos al hacerlo como si estuviéramos viviendo ese sueño. 

   –(...) descansa hoy todo el día, y mañana nos embarcaremos. 
   –¿Embarcaremos? 
   Esta palabra me hizo saltar de la cama. (Cap. 29). 

   Pero dígame, tío, cuáles son sus proyectos. ¿No piensa volver a la superficie del Globo? 
   –¿Volver? ¡Vamos, vamos! Muy al contrario: continuar nuestro viaje (cap. 31). 

   En cuanto a la inmensa sala que alberga bajo su bóveda monolítica todo un océano, ¿tan imposible es la idea? Ya no estamos tan seguros, desde que hemos tenido el privilegio de poder contemplar una gran sala cavernaria de proporciones tan descomunales que nos parece un enclave totalmente irreal. Hablamos de la célebre Sala de La Verna, una de las más grandes del mundo, que se oculta dentro del complejo de ríos subterráneos de la Sima de San Martín, en el macizo de Larra (Navarra-Zuberoa), en la frontera entre Francia y España. 
   Mucho habíamos oído hablar de la grandeza de esta legendaria sala. Se contaba que en ella cabría entera la catedral de Burgos. Pero siempre la habíamos supuesto de acceso imposible para nuestro nivel, dado que para entrar en ella había que descender en vertical una pavorosa sima de 320 metros de profundidad (la sima Lepineux, donde murió Loubens). Su visita la teníamos relegada al cajón de los sueños imposibles, cuando para nuestra sorpresa nos enteramos de que existe otra entrada secreta para acceder al recinto. Un túnel horizontal, horadado por la Compañía de Electricidad de Francia con el fin de construir en la sala una presa para el aprovechamiento hidroeléctrico de las cascadas que caen en su interior. Una puerta trasera. Ábrete, sésamo. Nuestro sueño, hecho realidad. El acceso del público por este túnel está de habitual prohibido, a causa del gran número de excursionistas que se pierden en el laberinto de la red de San Martín (lo que obliga a organizar continuos rescates desde el pueblo más cercano), pero se conceden permisos de entrada a los clubes de espeleología. 
   ¿La catedral de Burgos, decían? Con su bóveda a 150 metros de altura en su parte central, en la sala de la Verna cabría de hecho entera la basílica de San Pedro, que es la iglesia más grande del mundo, y, puestos a comparar, hasta la gran pirámide de Keops, el más grandioso monumento de la antigüedad, con sus ciento cuarenta y pico metros de alto, entraría con holgura en la sala sin tocar el techo. 
   "Copiamos de Juan San Martín, su presencia por primera vez en la sala de La Verna, que dice es poseedora de una interesante geomorfología; la erosión mecánica de las aguas, al perforar las capas de pizarras, fue socavando el antiguo lecho para producir extraordinarios procesos litoclásticos que ocasionaron las enormes proporciones de la misma, pues tiene nada menos de 250 x 200 x 150 metros en su parte central. De planta ovalar y techo en cúpula, con arqueado perfecto, porque la naturaleza, que sabe de las leyes físicas, ha ido eliminando las partes excedentes para buscar las flechas perfectas del arco, debido a las presiones que le somete la masa montañosa." ('20 años de Espeleología en Navarra', pp 84-85). 
   Contrástese este párrafo con el siguiente, del libro de Verne: 

   la bóveda es sólida. El gran arquitecto del universo la ha construido con buenos materiales. Nunca el hombre hubiera podido darles tal dimensión. Pues ¿qué son los arcos de los puentes y catedrales comparados con esta nave de tres leguas de radio, (...)? 
   (Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra, cap. 31) 

   Cambian las medidas, pero la descripción sería perfectamente aplicable a la Sala de la Verna, una de las maravillas naturales de nuestro planeta, que deja boquiabiertos hasta a los más versados espeleólogos que se acercan a visitarla desde todo el mundo. "Hemos penetrado de nuevo (...), de paso acompañamos a nuestras invitadas para que vean la sala de La Verna, quedando asombradas de sus dimensiones" ('20 años de Espeleología en Navarra', pág. 91). 
   En lo más alto de una de las paredes de la cavidad se abre una galería desde la que se precipita al fondo de la sala el río San Martín, creando una magnífica cascada de 80 metros de desnivel que se abre paso entre el caos rocoso dividiéndose en numerosas colas de caballo (ver foto), para terminar por perderse en un sumidero rodeado de una extensa playa de guijarros. Se trata de una de las mayores cascadas subterráneas del mundo. 

   Echamos a andar por la playa. A la izquierda, unos enormes peñascos, amontonados unos sobre otros, formaban una prodigiosa construcción titánica. Sobre sus flancos corrían innumerables cascadas límpidas y resonantes. 
   (Jules Verne, Viaje al centro de la Tierra, cap. 30) 

   Los primeros espeleólogos que descubrieron la sala de La Verna en los años 50, en la que desembocaron siguiendo la corriente del río San Martín, cuentan que al emerger del interminable túnel y acceder a la sala, por la que el caudal se precipitaba en una estruendosa catarata, creían que la cueva se había acabado y habían salido al aire libre durante una noche muy oscura. Cuál no sería su sorpresa al descubrir que de noche nada, que continuaban en la oscuridad de la cueva, y que aún les quedarían kilómetros de galerías por explorar. 
   Medio siglo después las exploraciones siguen su curso, habiendo alcanzado más de 50 kilómetros de longitud y más de 1.400 metros de profundidad, pasando los túneles por debajo del pueblo de Sainte-Engrace, y continuando hasta no se sabe dónde, pues la exploración aún no se ha acabado. Hay más: en el transcurso de las perforaciones del túnel artificial de acceso a la sala por parte de la compañía eléctrica francesa, se pinchó por puro azar otra red de galerías (el sistema de Arphidia) que, según se pudo comprobar, no tenía ninguna boca de entrada desde el exterior. Un complejo cavernario absolutamente oculto bajo la corteza terrestre, sin entradas ni salidas, cerrado en sí mismo, que nos hace especular sobre cuántos otros similares habrá en nuestro planeta todavía por descubrir. 
   Nada nos impide fantasear con que el terceto protagonista de 'Viaje...' hubiera podido perfectamente pasar por estos túneles y esta sala en su camino al centro del Globo. Las descripciones parecen coincidir: "La gruta formaba una vasta sala. Nuestro fiel arroyo corría por su suelo granítico" (cap. 25). Las coordenadas de su trayectoria, también: "Hemos pasado debajo de Inglaterra, del Canal de la Mancha, de Francia, de toda Europa quizá" (cap. 35). Sabemos que Verne no había oído hablar de la sala de La Verna, puesto que faltaba aún un siglo para ser descubierta, pero da la sensación de que en esto, una vez más, se había anticipado a la realidad, y de que hubiera tomado estos parajes como modelo para sus descripciones. Recientemente se ha organizado una expedición, apoyada por el ejército francés, a la sala de La Verna, en cuyo interior se han hecho volar tres globos aerostáticos tripulados, a fin de iluminar el recinto en toda su inmensidad. ¿Quién sino una mente como la de Julio Verne hubiera podido imaginarlo? ¡Se puede volar dentro de la Tierra! De nuevo parece estar planeando por estos lugares el espíritu del autor de 'Cinco semanas en globo'. Podría muy bien la sala de La Verna ser rebautizada como la 'sala del Verne'.

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Viajes dentro de la Tierra
Fotografía espeleológica

© fotoAleph 
www.fotoaleph.com
   
Fotografías: 
© Luis Moreno 
© Fidel Moreno 
© Agustín Gil 
© Carlos Cardesa 
Realizadas en diversas cuevas de Navarra, Guipúzcoa, Baja Navarra, Zuberoa y Soria  (2004)