Colecciones fotográficas

Turquía rupestre

Cilicia, la olvidada

 

   Cilicia es el nombre antiguo de la región sudoriental de la península anatólica comprendida entre la Panfilia al oeste, la cadena de los montes Taurus al norte, los Antitaurus al este y el mar Mediterráneo al sur. La mitad oriental de Cilicia es una extensa llanura fértil, mientras que la occidental es silvestre y muy accidentada orográficamente. La planicie costera ha ganado terreno al mar debido a la sedimentación aluvial de varios ríos (los antiguos Calicadnos, Cydnos, Sarus y Pyramos) que, procedentes del Taurus, se abren paso por las sierras cavando CILICIAimpresionantes cañones, gargantas y foces hendidas entre vertiginosos precipicios. Los montes más altos son el Ala Dag (3.734 m) y el Bolkar Dag (3.586 m). En la costa crecen cultivos propios del benigno clima mediterráneo: naranjos, limoneros, plátanos, legumbres, y sobre todo algodón. Las principales poblaciones son Adana (la cuarta ciudad de Turquía en población), Ceyhan, Mersin y Tarsus (la antigua capital de Cilicia). 
   Se han encontrado en Cilicia vestigios de asentamientos humanos que se remontan al VII milenio a C. Pasillo de tránsito obligado entre Anatolia y los países de Oriente Próximo, la única ruta entre la península y Siria atravesaba Cilicia, que cayó dentro del área de influencia hitita con el nombre de Kizzuwatna. Hacia el año 1000 a C empiezan a llegar a su costa colonizadores de Micenas. El país es anexionado al Imperio Asirio en el 715 a C. 
   Tras la invasión y ocupación persas, en los siglos VI-IV a C Cilicia funciona como satrapía del imperio aqueménida (se ha identificado una delegación de Cilicia en los relieves de Persepolis que describen procesiones de emisarios de todos los países del imperio, portando ofrendas y rindiendo pleitesía al soberano), aunque disfruta a la vez de cierto grado de autonomía y leyes propias. Alejandro Magno conquista en 334-333 a C el Asia Menor y reparte su imperio entre los Diadocos. Cilicia pasa a los Seléucidas, dinastía heredera del fugaz imperio macedonio. Éstos fundan la ciudad de Seleucia (la actual Silifke), que alcanzaría renombre como centro de saber, y favorecen a las comunidades judías, entre las que pronto prenderá y echará raíces el cristianismo. En el I a C, Cilicia es declarada provincia romana. Pompeyo emprende una campaña para limpiar las costas de piratas y refunda la ciudad de Soles con el nombre de Pompeiopolis. Con la pax romana, Cilicia vive un periodo de prosperidad. Las innumerables ruinas de ciudades romanas diseminadas en sus tierras, acompañadas de sus necrópolis extramuros (muchas con sepulturas rupestres donde podemos escudriñar los rostros de los difuntos, gentes de elevada alcurnia, que adoptaron la costumbre de retratarse en relieve a las puertas de sus mausoleos) permiten imaginar aquel esplendor. 
   El apóstol San Pablo, o Saulo, originario de Tarsus, viajó por Cilicia, y por ello el país es abundante en iglesias cristianas primitivas, un incontable número de ellas en estado actual de total ruina y olvido. El cristianismo bajo los bizantinos se resiente de los ataques árabes a partir del VII d C. Las sucesivas guerras acarrean un empobrecimiento general de la zona. Una migración de armenios se establece allí en el 1080 d C y funda un reino llamado Cilicio o de la  Baja Armenia. Como tierra de paso entre Asia Menor y Tierra Santa, Cilicia deviene uno de los principales escenarios donde se dirimen las Cruzadas. 
Turquia rupestre

   Hoy en día, la región de Cilicia (conocida como Fukurova en turco) es muy poco visitada y casi desconocida por los viajeros de otros países, tal vez por hallarse a desmano de las principales rutas de Turquía. En una comarca por otro lado de gran densidad de población, a nada que se calce las botas y marche a explorar a pie las mesetas montañosas de tierra adentro, el visitante podrá con algo de suerte descubrir una infinidad de tesoros arqueológicos escondidos en lugares salvajes y solitarios, invadidos por la vegetación y semisepultados por el polvo. Si Turquía es ya de por sí el paraíso de la arqueología, en este histórico rincón de su geografía se llega al punto de poder hollar ruinas de ciudades helénicas o romanas jamás excavadas, tal y como podrían encontrarlas los arqueólogos románticos del siglo XIX, enteramente cubiertas por una maraña impenetrable de zarzas y rastrojos, olvidadas por los hombres desde tiempos ignotos. 
   Por toda la región se pueden divisar tumbas romanas o helenísticas en forma de altas torres prismáticas de piedra, esbeltas como faros, en pie sobre las colinas. Y si el explorador decide aventurarse más y desciende ayudado de una cuerda por ciertos escarpados barrancos, podrá contemplar asombrado auténticas galerías de retratos de personajes esculpidos en roca viva, colgadas sobre los precipicios y ocultas a todas las miradas, excepto para las águilas y buitres. 
   Hemos elegido cuatro lugares de Cilicia, poco conocidos, para ilustrar el tipo de arquitectura y escultura rupestres que se dio en tiempos griegos, romanos y bizantinos en este área: Adamkayalar, Korykos, Kanytele y Ura. Pero Cilicia tiene, como ya hemos comentado, otras muchas ruinas arqueológicas cuya importancia no se corresponde con la escasa atención que se les presta a nivel mundial: Uzuncaburç (la antigua Olba o Diocesarea, que conserva el más antiguo templo corintio de Asia Menor), Demircili (con tumbas en forma de templo de dos pisos que custodian todavía sus sarcófagos in situ decorados de relieves), Anamurium (con sus barriadas de casas romanas todavía en pie por las laderas del monte), o las más arcaicas de Karatepe (residencia de los reyes de Kizzuwatna, donde se han hallado relieves neo-hititas, y una inscripción bilingüe en hitita/fenicio que ha sido la piedra de rosetta del desciframiento de los jeroglíficos hititas), y otras muchas más. 

  

Turquia rupestre  
Adamkayalar
  
   Adamkayalar o la 'Roca de los Hombres' es un extraño lugar escondido a 5 km de Kizkalesi, población de la costa cilicia levantada cerca del emplazamiento de la antigua Korykos. 
   Ascendiendo por pistas y veredas hasta un elevado promontorio con vistas panorámicas que se extienden hasta el mar, quien no tema internarse entre espesos arbustos y pincharse con los zarzales, llegará a pisar los derrumbados muros de un poblado helenístico nunca excavado. Cerca de allí, descolgándose por la pared de un acantilado que domina el meandro de un inmenso cañón cortado por un río, en un lugar difícil de encontrar y de acceder, se puede descubrir un curioso conjunto de sepulturas rupestres de época clásica (foto37). 
   A lo largo de una terraza que asoma sobre el precipicio, se alinean a distintas alturas del paredón una serie de tumbas enriquecidas con relieves de estatuas. Muy influenciados por la tradición helenística, estos relieves exhiben elegantes guerreros pertrechados con sus armas (foto38), y escenas domésticas, enmarcadas en nichos con frontón: el difunto en su lecho, la mujer sentada junto a su marido de pie (foto40), etc. En esta necrópolis eran enterrados los príncipes que gobernaban la pequeña ciudad cuyas ruinas yacen más arriba. Cerca se abre una gruta con un ara donde se celebraban los cultos funerarios. 
   A diferencia del refinado canon clásico que respetan los relieves de las tumbas licias, estas esculturas adolecen de fallos en las proporciones corporales y de cierto hieratismo en la expresión y en el porte, que revelan la insuficiente pericia técnica de los tallistas a la hora de reproducir en roca sus modelos. Se representa a menudo al difunto medio recostado sobre un triclinio (foto41), en una postura que recuerda poderosamente en su composición a la estatuaria fúnebre de Palmyra, en Siria. En varias esculturas, sumado a la acción erosiva de la intemperie, se pueden detectar trazas de mutilaciones recientes hechas por la mano del hombre. Lo solitario y oculto del enclave favorece la impunidad de tales fechorías (fotos 41 y 42).
  

Turquia rupestre  
Korykos (Kizkalesi)
  
   Korykos o Korygos, paraje de la costa cilicia conocido por los oriundos del lugar como Cennet y Cehennem (Cielo e Infierno) en referencia a una cueva y una sima de las cercanías, esconde sus antiguas ruinas en los asalvajados pedregales que circundan la bahía de Kizkalesi, concurrida meta del veraneo local turco. Kizkalesi (el 'Castillo de la Doncella') toma su nombre del hermoso castillo que ocupa un islote en medio de la rada, con sus blancos torreones cilíndricos como chimeneas de una embarcación duplicándose reflejados en las límpidas aguas. En tierra firme alza sus murallones otro castillo no menos imponente, construido en el siglo XII por un príncipe armenio, aprovechando materiales del sitio antiguo adyacente. Korykos fue más tarde una escala comercial para genoveses y venecianos. 
   De las ruinas de Korykos, atravesadas por la carretera nacional, que corta sus murallas en su tramo oeste, quedan sobre todo las necrópolis romanas y bizantinas, desperdigadas por los campos vecinos al castillo armenio en la playa. Un gran peñasco tallado en forma de estela muestra en su parte superior el bajorrelieve de un guerrero (le falta la cabeza) en pie portando una espada. Y más allá se extiende un vasto camposanto abandonado desde la antigüedad con centenares, quizá miles, de sepulcros de época romana y bizantina, de todas las formas y modelos imaginables. Estelas discoideas, estelas prismáticas, cámaras sepulcrales de aparejo poligonal, sarcófagos con sus caras laterales esculpidas de putti, guirnaldas o máscaras, con sus masivas losas de cierre desplazadas por los saqueadores, duermen revueltos en los yermos campos, semiescondidos entre los matorrales, como tirados y amontonados en un vasto vertedero. Y están además las tumbas rupestres. Pocos peñascos habrá en el terreno que no estén socavados para conformar cámaras funerarias. En las fachadas aparecerán altares adosados y retratos de los bustos de los difuntos, según era práctica habitual en la comarca (foto43).
  

   
Kanytele (Kanlidivane)
  
   La ciudad de Kanytele, o Kanytelis, cuyas ruinas datan de las épocas helenística, romana y sobre todo bizantina, fue construida alrededor de una vasta depresión de 400 m de circunferencia y 60 m de profundidad, que cae en picado hasta una hondonada cuyo fondo no se ve por estar devorado por la selva Turquia rupestre(foto44). La leyenda cuenta que en las honduras de la fosa se criaban animales salvajes a los que se alimentaba con prisioneros lanzados desde lo alto. Esto, aunque no ha sido confirmado por excavaciones, dio a la localidad su sobrenombre: 'Ciudad de la Sangre'. En las paredes de la fosa se pueden divisar, suspendidas a media altura, tumbas rupestres con estatuas en relieve de jefes y personajes (hombres y mujeres) notables de la ciudad. En el borde superior de la gigantesca dolina todavía se sostiene en pie la iglesia Norte, uno de los muchos edificios bizantinos arruinados que jalonan el lugar. 
   Las amplias losas de lo que pudo ser un ágora, y el aparejo ciclópeo poligonal de una torre delatan que la ciudad existía ya en tiempos helenísticos. Pero la inmensa mayoría de los restos esparcidos por los campos son torres o templos funerarios romanos, y basílicas cristianas construidas a partir de Teodosio II (408-450 d C). En los siglos VIII y IX, aunque dependía de la vecina Olba (Uzuncaburç), conoció gran prosperidad, salvaguardada por sus condiciones geográficas de las incursiones árabes. 
   Un acueducto romano en la ruta de aproximación tiene algunos tramos excavados en la roca. Errando por las soledades de los campos circunvecinos nos toparemos con magníficos sepulcros decorados, tirados por tierra, y al arribar al pie de unos farallones rocosos, con otro complejo de tumbas rupestres, pobladas de estatuas que parecen darnos la bienvenida con los brazos abiertos tras el largo camino. Son los únicos habitantes que encontraremos en estos desolados parajes (foto45). Representan hombres y mujeres, de pie, o reclinados en un diván, en un estilo más bien tosco y esquematizado, pero que permite distinguir armas, túnicas y objetos. Probablemente estamos ante los mandatarios de la antigua ciudad (foto46). Hay también símbolos solares y lunares, y efigies de divinidades relacionadas con el mito griego de Demeter y Coré. Las cámaras sepulcrales son simples, con una bancada donde se depositaba el cuerpo del difunto, y una cavidad para dejar las ofrendas.
  

  
Ura
  
   En una desviación de la carretera a Uzuncaburç, al pie de unas escarpadas montañas rocosas, duermen el sueño de los siglos las desconocidas ruinas de Ura, una ciudad romana y bizantina pendiente todavía de excavación. Se pueden ver allí los restos de un ninfeo o fuente pública, que recibía las aguas del río Lamas, de un teatro, torres de vigía, tumbas y, atravesando el centro de la ciudad muerta, un soberbio acueducto romano, levantado en el siglo III d C, de 150 m de largo y 25 m de alto (foto47). 
   Al fondo, las paredes de la montaña están perforadas de habitáculos y cámaras rupestres, algunos con fachada en forma de templo clásico, pero de muy ruda factura (foto48). 
  
   Indice de textos 
  
  
  
Más allá de Cilicia
  
   Más a oriente, atravesando el Eúfrates, en el corazón del antiguo reino semi-independiente de Commagene, existe otra notable manifestación de la técnica rupestre: la monumental inscripción tallada en roca en el templo funerario de Antioco Epiphanes, en las ruinas de la capital Arsameia del Nymphaios, al pie del monte Nemrut Dagi. El texto 'el Gran Rey Antioco, Dios, el Justo, Epiphanes, el Romanófilo y Helenófilo, hijo del Rey Mitridates Kallinikos y de la Reina Laodicea, hija de Antioco Epiphanes...' declara que este sitio había sido escogido por su padre como 'hierotheseion', o lugar sagrado de último reposo. El Antioco Epiphanes mencionado es en realidad Antioco VIII Philometor, uno de los últimos soberanos seléucidas, asesinado en el 96 a C. La inscripción también afirma que la ciudad de Arsameia en el Nymphaios fue fundada por Arsames, un antepasado de Antioco, y que estaba fortificada y albergaba palacios. Este santuario habría de servir de culto para padre e hijo, y para sus ancestros. 
   Debajo de la inscripción se abre la boca de un oscuro túnel artificial que desciende en fuerte pendiente penetrando en las profundidades de la montaña. Otro elemento importante del santuario es la descomunal losa de piedra de 3,43 m de alto adosada a una pared, con su magnífico altorrelieve de Hércules chocando las manos con el rey Mitridates, en iconografía medio griega medio parta (ver colección Nemrut Dagi. La montaña de los gigantes).  

 

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FotoCD15

Turquía rupestre
El arte de los acantilados

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Fotografías: Eneko Pastor 
Realizadas en Turquía

    


 

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