Exposiciones fotográficas

Marrakesh. La puerta al corazón del Magreb

Secretos del laberinto

 

   Pese a su aspecto marcadamente rural, Marrakesh es una ciudad cosmopolita que desde hace décadas acoge y da cordial bienvenida a los viajeros de todo el mundo. Recordemos lo que cantaban Crosby, Stills & Nash a finales de los sesenta: "¿No sabes que estamos viajando en el expreso de Marrakesh / todos a bordo de ese tren?"
   Es así como el turismo constituye hoy una de las principales fuentes de ingresos de una ciudad que, además de un potente centro de producción artesanal, es toda ella un inmerso mercado. Digamos también que los comerciantes de Marrakesh son consumados expertos en las técnicas del regateo. No necesitan ordenador: computan las cifras en su cerebro. Se saben de memoria los precios de venta al público de hasta el último chisme que se exhibe en la tienda, más el coste de origen, los precios al por mayor, los posibles márgenes comerciales y los tantos por ciento de las comisiones que han de reservar a terceros. Lo de la comisión es una regla no escrita pero de cumplimiento obligado en Marruecos: si un foráneo entra en la tienda acompañado de un marroquí, aunque sean simplemente amigos, se le cargará en el precio un porcentaje destinado a retribuir los servicios de intermediación del nativo, al que se le supone un 'guía'. En el proceso de regateo, el tendero no tiene ninguna prisa; lo habitual es que ofrezca al cliente un té a la menta mientras efectúa la transacción con total parsimonia. El comprador, por el contrario, casi siempre anda escaso de tiempo, por lo que negociará en inferioridad de condiciones.
Marrakesh   Los falsos guías son una institución, no solo en Marrakesh, sino en todas las ciudades históricas de Marruecos. Son jóvenes desempleados que se ganan la vida 'guiando' al turista-cliente potencial a la tienda de turno. El árabe coloquial marroquí les sirve para establecer una especie de código secreto con el vendedor, al que informan, sin que el cliente se entere, del país de origen de éste y de su probable nivel económico, que intuyen tras haber estado observándole un rato. Saben muy bien que los distintos ciudadanos de Europa poseen distinta capacidad adquisitiva; un griego nunca será tan acaudalado como un sueco. Es importante diferenciarlos, ya que de ello depende la cuantía de la comisión que percibirán. Si el turista es alemán, el guía le dice al tendero que es schleu, término que alude a una sub-etnia bereber que habita en el Atlas, cuyo idioma les suena tan incomprensible como el alemán. Si el turista es italiano, la palabra secreta es la que en árabe designa a los spaghetti. Si es español, lo calificará cariñosamente como un ajj, es decir, un 'hermano', alguien a quien no se le puede cobrar tanto como a un inglés. Cuando el guía ha observado que el extranjero maneja los dirhams con prodigalidad, se lo anuncia al comerciante con una frase aparentemente inocua como "me subo a la azotea", que implica que se le puede clavar un precio desorbitado. Etcétera.
  
   A diferencia de Fez, que tiene todas sus calles en cuesta, el terreno donde se asienta Marrakesh es una llanura, lo que favorece la utilización de calesas tiradas a caballo para pasear por sus avenidas, y también es muy propicio para la circulación en bicicleta o motocicleta, únicos vehículos que, además del carro de burro, caben con cierta holgura en las estrechas callejas de la medina. Un paseo en bicicleta nos permite circunvalar la medina antigua siguiendo el trazado de las murallas, atravesando palmerales y penetrando en barrios alejados del centro por puertas poco frecuentadas.
   Al extremo norte, intramuros, nos toparemos con el zoco de alfarería (fotos 54 y siguientes). Un heterogéneo apilamiento de cántaros, tinajas, macetas, jarrones, tiestos, cuencos, tazones, braseros..., toscamente realizados en barro cocido, colma por completo los almacenes y tiendas de esta red de calles, ocupando todos los espacios disponibles, incluso las azoteas. A veces la rústica belleza de estos cacharros, de arcaicos diseños y sobria decoración lineal, no desmerece al ser comparada con la de las más sofisticadas realizaciones en loza vidriada o porcelana esmaltada. "Oficio noble y bizarro, / entre todos el primero. / Pues en las artes del barro / Dios fue el primer alfarero / y el hombre el primer cacharro".
   Sigamos recorriendo la muralla. Por una de sus diecinueve puertas, la de Bab Debbarh, situada al nordeste, penetramos en el barrio de los curtidores, que ya anunciaba de lejos su presencia con los fétidos olores que saturan el ambiente. Es un barrio un tanto aislado del resto de la ciudad y pegado a la muralla, como un reducto aparte. Sus casonas encierran patios dedicados al curtido de pieles. En los suelos se abren grandes tinas de cemento a modo de cráteres, llenas hasta la mitad de líquidos de penetrantes olores e intensos colores, donde se maceran y tintan los pellejos de corderos y cabras que serán luego convertidos en bolsos, zapatos, chaquetas, cinturones y otros mil artículos de marroquinería y confección en cuero.
  
   Tanto en éste como en otros barrios de Marrakesh es frecuente encontrar fonduks, es decir, antiguos caravasares o posadas caravaneras, donde antaño se alojaban mercaderes, animales de carga y mercancías. Hoy el tráfico comercial de Marruecos va por otros lados, y los fonduks se han reconvertido en almacenes, talleres artesanales y viviendas. Entremos en sus patios porticados (foto45). Veremos grandes balanzas de platillos, de altura mayor que la humana, que todavía se usan para pesar leña, grano, materiales de construcción... En el patio de un fonduk se restauran voladizos artesonados de estalactitas en madera policromada para la decoración de mezquitas, madrasas o zauias (foto46). El arte arábigo-andalusí no sólo sobrevive en Marrakesh –como también lo hace la artesanía–, sino que es objeto de una constante y tenaz labor de restauración.
   Si pensamos que asuntos como la higiene pública, baños, alcantarillados urbanos, cloacas, etc., son cosas de los tiempos modernos, estamos muy equivocados. En ciudades como Fez y Marrakesh funcionan desde la Edad Media, además de hammams o baños comunitarios (más información en Fez / Un baño en el hammam), antiguos servicios públicos de evacuación de aguas residuales, de los que aún se pueden ver ejemplos (foto47). En cada uno de sus barrios hay por lo menos una letrina de uso público al servicio de la vecindad. Consiste en un edificio con un patio porticado de pilares y arcadas, en cuyas galerías se abren cabinas provistas de tazas turcas donde los transeúntes pueden recluirse para hacer sus necesidades. En el caso de Marrakesh, con su endémica escasez de agua corriente, se utilizan recipientes de plástico llenos de agua para la limpieza y desagüe.
   Al caer la noche, algunas de las puertas del interior de la medina cierran sus grandes batientes de madera cortando calles enteras, y el paseante se ve obligado a modificar el itinerario de vuelta para salir como pueda del laberinto.
   Terminaremos la visita por donde la hemos empezado: en la gran plaza de Jemaa el-Fna, que a estas horas bulle con la algarabía de una muchedumbre perpetuamente renovada de paseantes y ociosos. Es de noche y se diría que ha caído la niebla. Pero esa niebla no es otra cosa que la espesa humareda generada por las muchas parrillas que han vuelto a instalarse en la plaza para ofrecer cenas al aire libre. Las mesas están repletas de comensales. Los focos que cuelgan de postes para iluminar los chiringuitos crean fantasmagóricos halos de luz entre las volutas de humo, como si fueran farolas rasgando la bruma con sus vacilantes resplandores. Un par de horas más tarde la plaza se ha vaciado hasta quedar casi desierta y Marrakesh entera se retira temprano a dormir, pues al día siguiente deberá levantarse con las primeras luces del alba, coincidiendo con la llamada de los almuédanos a la oración.

 

Marrakesh. Breve historia >>

 

FotoCD90 
   
Marrakesh
La puerta al corazón del Magreb

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Marrakesh (Marruecos)

   


 

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