Exposiciones fotográficas

Marrakesh. La puerta al corazón del Magreb

Inmersión en la medina

 

   No hay mejor punto de partida para explorar la medina de Marrakesh que la plaza Jemaa el-Fna, una feria permanente que va transformando su aspecto según pasan las horas, como si fuera un espectáculo público dividido en actos con sus correspondientes cambios de escenografía. Antaño éste era el lugar donde los sultanes torturaban, ajusticiaban y exponían los cráneos de rebeldes y criminales.
   Por la mañana la plaza es ocupada por un centenar de tenderetes dedicados exclusivamente a vender zumos de naranja. Cada tendero reclama a voces la atención de los viandantes para atraerlos a su propio chiringo. Toma dos o tres piezas de entre los montones de naranjas que colman el mostrador, las corta por la mitad y las exprime con un par de vigorosos movimientos del brazo utilizando una exprimidora de palanca. Si el cliente es nuevo, el tendero le regalará de propina medio vaso más de zumo, y de paso intentará fidelizar el consumo mostrándole un rótulo con el número del tenderete. "Vuelve mañana, amigo. A este puesto. No a otro. Recuerda: número 63".
Marrakesh   Poco a poco se van instalando, sentados en taburetes o en el mismo suelo (foto03), protegidos del sol bajo sombrillas, vendedores y vendedoras ambulantes, muchos venidos del campo, que ofrecen a los peatones sus exiguas mercancías extendidas sobre una esterilla (foto05). Lechugas, tomates, especias, hierbas aromáticas y medicinales, cazuelas de barro o latón, cestos de mimbre, gorros y turbantes, o un simple vaso de té.
   Los aguadores venden agua fresca en cántaros de barro (foto04). Hay aguadores vestidos al modo tradicional, con vistosos sombreros y faldones festoneados de telas rojas; portan colgado del hombro un curioso recipiente de latón lleno de agua, que vierten por un pitorro a un vaso. Se anuncian con un tintineo de campanillas que llevan cosidas al traje. Sus ganancias provienen, sin embargo, más que del agua que suministran al sediento, de dejarse fotografiar luciendo sus pintorescos atuendos a cambio de unas monedas.
   Aquí y allá se van formando nutridos corrillos de mirones en torno a espectáculos circenses improvisados de saltimbanquis y malabaristas, acróbatas y tragafuegos, grupos de música y danza gnaua, contiendas de boxeo o lucha libre, timbas de naipes o dados donde se realizan apuestas, trileros, echadores de cartas, pronosticadores de la buenaventura...
  
   A la hora de comer la plaza se ha convertido en un inmenso restaurante al aire libre, envuelto en una espesa humareda que surge de las decenas de parrillas donde se asan a la brasa carnes y pescados. Cada parrilla está rodeada por los cuatro costados de un cerco de mesas y bancos corridos donde se aprietan los comensales para dar cuenta de las viandas. A falta de agua corriente, unos pinches de cocina se afanan en enjuagar los platos usados en una palangana. En unos enormes calderos cilíndricos se calienta la harira, un potaje de legumbres, alimento básico de los menos pudientes, que se sirve en boles de barro. Un plato muy apreciado son los cuencos de caracoles hervidos, y quienes deseen un postre pueden optar entre una gran variedad de pasteles caseros, como por ejemplo los 'cuernos de gacela', un dulce con forma de cuerno relleno de una pasta de almendras y miel.
   Al caer la tarde los comederos han desaparecido como por arte de birlibirloque y la plaza se va llenando de una muchedumbre cada vez más numerosa de ciudadanos que han terminado su horario de trabajo y acuden al lugar para contemplar los espectáculos callejeros y disfrutar de un par de horas de asueto hasta que llegue la noche.
   Entre los numerosos corros podremos distinguir algún que otro encantador de serpientes. Se sienta en el suelo con unos cuantos cestos delante, cubiertos con tapas, y blandiendo en sus manos una flauta. En cuanto se acercan posibles espectadores, rompe a interpretar una chirriante melodía a la vez que quita la tapa al cesto de un manotazo. Una cobra adormilada asoma la cabeza por el borde del canasto y se yergue durante unos instantes desplegando su caparazón y balanceando el cuerpo. Los mirones, instintivamente, dan unos pasos atrás. Una vez que le han arrojado unas monedas y comienzan a alejarse, el encantador encierra de nuevo la cobra en su canasto empujándole bruscamente la cabeza con la tapa. Otra manera de sacar beneficio a estos ofidios es usar a una pacífica e inofensiva serpiente pitón como si fuera una bufanda, enrollándola alrededor del cuello del transeúnte para que se haga una foto. Hay también quienes utilizan con el mismo fin monos domesticados (macacos del Atlas), que colocan en el hombro del paseante para la pose.
   Cerca se ven otros pequeños grupos de dos, tres o cuatro personas, sentadas en el asfalto, escuchando embelesadas a los contadores de cuentos, que relatan con pasión viejas historias de tiempos de los almorávides, fábulas de princesas encantadas y amores traicionados, de héroes y magos, de genios y tesoros ocultos. El narrador pone tanto énfasis, tanto apasionamiento en lo que cuenta en su cerrado árabe coloquial marroquí, ayudado de gestos de las manos y muecas del rostro, que a los oyentes les saltan las lágrimas en los ojos.
   La UNESCO ha calificado las literaturas de transmisión oral como un patrimonio cultural inmaterial que es necesario proteger en todo el mundo, y ha señalado expresamente la tradición de los contadores de cuentos de la plaza Jemaa el-Fna de Marrakesh como ejemplo de la riqueza inventiva que pueden atesorar esos relatos y leyendas que han viajado de boca en boca, de generación en generación, sin haber sido nunca registrados por escrito.

   El trazado de la plaza Jmaa el-Fna es un polígono irregular cóncavo, rodeado de cafés y restaurantes, con sus respectivas terrazas en la planta baja y el primer piso. Por uno de sus costados se abre la entrada a los zocos de la medina, los barrios donde se agolpan las tiendas y talleres de artesanía, y a partir de aquí, franqueando un portalón ornado con tracerías de estuco, nos sumergimos en otro mundo. Deslumbrados por la potente luz de la plaza, a nuestros ojos les cuesta un rato acostumbrarse a la oscuridad. Las calles están cubiertas con cañizos y emparrados para atenuar el calor. El sol se filtra por las rendijas con delgadas láminas de luz que rebanan el aire y proyectan sobre personas y objetos un enrejado de sombras como rayas de una piel de cebra (fotos 21 y siguientes).

Marrakesh   ¿Qué tesoros no habrá escondidos en estas oscuras callejas, en estos recónditos cubículos? Quizá no lo sepan ni los cuenta-cuentos de la plaza. Los más variopintos productos de artesanía se suceden sin interrupción según avanzamos, invadiendo la calzada, cubriendo las fachadas de los establecimientos. Un muestrario inabarcable de objetos manufacturados se ofrece al paso del viandante, que además tiene aquí el privilegio de observar cómo son fabricados por los mismos artesanos, usando técnicas que han sido transmitidas de maestros a aprendices desde la Edad Media.
   Veamos por ejemplo cómo se confeccionan piezas torneadas en madera para juegos de ajedrez (fotos 43 y 44). El artesano utiliza como mecanismo giratorio una cuerda tensada por un arco y enlazada por un bucle a un cilindro de madera sin desbastar, sujeto por sus extremos con dos puntas de hierro a modo de pivotes. Con un enérgico vaivén de brazos, imprime un veloz movimiento rotatorio al cilindro, al tiempo que emplea los dedos del pie para sujetar con más firmeza el formón con que tornea la pieza a fin de transformarla en torre, alfil o peón (el sistema no sirve para el caballo), adelgazándola de las partes que le sobran hasta llenar el suelo de virutas.
   Los distintos gremios se distribuyen por calles o zonas, cada una especializada en una rama artesanal, tal como ocurría en los burgos bajomedievales europeos. Deambularemos así por el zoco de los caldereros, el zoco de los carpinteros, de los tintoreros, de los curtidores, de los alfareros, etc. Quien desee adquirir un determinado producto, no sólo sabrá a qué zona de la medina dirigirse para encontrarlo, sino que, dado que las tiendas y talleres se agrupan por gremios en apretada sucesión, pared contra pared, podrá comparar cómodamente precios y calidades entre la competencia.
  
   "Los zocos son aromáticos, frescos y plenos de colorido. El olor, siempre agradable varía a cada paso según la naturaleza de los productos. No existe nombre ni anuncio alguno, tampoco un solo escaparate. Todo cuanto hay a la venta está expuesto. Nunca se sabe lo que costarán las cosas, igual suben los precios que permanecen estables.
   Los puestos y tiendas en los que se vende lo mismo están apiñados en agrupaciones de veinte, treinta o más. Hay un bazar de especias y otro de artículos de piel. Los cordeleros tienen su sitio y los cesteros el suyo. Entre los vendedores de alfombras algunos poseen grandes y amplios almacenes, se pasa por delante de ellos como si constituyesen una ciudad aparte, en la cual no se nos invita enfáticamente a entrar. Los joyeros se disponen alrededor de un patio propio, en muchas de cuyas estrechas tiendas pueden verse hombres trabajando."
   (Elias Canetti, Las voces de Marrakesh)
  
   Callejeando por estos pasajes cubiertos, que es como recorrer el túnel del tiempo, tendremos ocasión de admirar, algo aturdidos por su desbordante proliferación, los más heteróclitos productos de pasamanería, marroquinería y talabartería (foto07). Objetos que parecen de otras épocas pero se fabrican en ésta. Tejidos realizados con telares manuales, brocados, cintos, turbantes, chilabas (foto42), kaftanes bordados a mano, babuchas. Antiguas puertas y ventanas de madera con tracerías policromadas (foto19). Cítaras, laúdes y tambores (foto09). Mesitas plegables para el té. Bandejas y teteras de cobre y latón. Platos y fuentes de loza vidriada decorados con una variedad infinita de dibujos y colores de raigambre popular pero de gran refinamiento en su ejecución (fotos 08, 11, 12). Tibores de porcelana repujados con filigranas de hilo de plata. Cazuelas de barro con tapas cónicas para cocinar el tayín (un guisado de carnes y verduras). Pipas de kif, con sus correspondientes cazoletitas de barro de repuesto. Joyas, gargantillas, pulseras, ajorcas, pendientes, sortijas diseñadas al estilo bereber. Fósiles (incluyendo trilobites falsificados), geodas y minerales raros. Espejos, samovares, braseros, frascos de perfumes, amuletos, quincallería varia.
Marrakesh  
   No todo son productos manufacturados: también hay, dispersos por las calles, distintos profesionales que ofrecen sus servicios. Zapateros remendones que reparan hasta la más humilde chancleta de plástico. Escribientes públicos que mecanografían para los iletrados cartas o documentos oficiales. Barberos que, tras afeitarle a navaja, dan al cliente un masaje de cabeza. Sacamuelas que extraen los dientes con tenazas y sin anestesia (para aplacar el dolor aconsejan al paciente que apriete fuertemente con sus manos un volumen del Corán). Cocineros ambulantes que ofrecen salchichas, brochetas, buñuelos, fritangas. Muchachos que expenden dátiles, pistachos, altramuces.
   Por un lateral del pasadizo salimos a la luz de una plazuela triangular salpicada de olivos, la plaza de Bab Fteuh, conocida también como plaza de las Especias, que está toda ella cubierta de alfombras (fotos13 y siguientes). No en el suelo, sino en las fachadas de las casas, que hacen las funciones de escaparate. Toda clase de alfombras, kilims y tapices, de todos los diseños y tamaños, cuelgan de las paredes y tejavanas, creando un espacio multicolor alrededor de las vendedoras ambulantes que, sentadas en la calzada y con el rostro cubierto con un pañuelo, exponen al público en esterillas mandarinas, nabos, zanahorias, pimientos, jengibre, gorras y cestos.
   Una tienda de la plaza llama la atención por las pieles de animales que cuelgan del dintel de entrada (foto18). Es una de las que llaman 'farmacias bereberes': un antro donde se recopilan toda clase de despojos animales y productos vegetales destinados a elaborar pócimas, mejunjes y supuestos remedios de medicina tradicional, no muy lejanamente emparentados con la magia y la brujería. Aquí se pueden encontrar pieles de zorros, de conejos, de gacela, de puerco-espín. Patas y garras de alimañas del desierto, lagartos y serpientes disecados de diversas especies, cuernos de búfalo, pinzas de crustáceos y hasta una cabeza de tiburón que no logramos adivinar para qué servirá. Venden también animales vivos, como camaleones o tortugas, encerradas éstas en pequeñas jaulas de madera (nombre científico: tortuga mora, el animal más longevo del sur del Mediterráneo). Hay asimismo cestos repletos de yerbas, tubérculos y raíces medicinales, y tarros de vidrio con semillas, flores y plantas secas para distintas aplicaciones terapéuticas. Analgésicos, laxantes, barbitúricos. Hay elixires de amor y amuletos contra el mal de ojo con la forma de la 'mano de Fátima'. Preguntado el farmacéutico para qué se emplean las flores de opio que conserva en un frasco, nos asegura que se trata de un eficaz calmante. "Si el niño no te duerme, le das a beber una infusión de veinte flores y te dormirá toda la noche como un bendito".
   Un pasaje cubierto desemboca, a través de un portalón de arco polilobulado, en el zoco de los tintoreros (fotos 28 y siguientes). Una explosión de vivos colores nos deslumbra los ojos. Telas, hilos, cordones y madejas de lana, recién teñidos con tintes naturales, se ponen a secar sujetos por ganchos o tendidos de cuerdas que van de lado a lado de la calle. Cuelgan sobre nuestras cabezas como pendones multicolores, y las luces del entorno se tiñen de amarillos y azules, de malvas y fucsias. 

 

Secretos del laberinto >>

 

FotoCD90 
   
Marrakesh
La puerta al corazón del Magreb

© Copyright fotoAleph. All rights reserved 
www.fotoaleph.com
    
Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Marrakesh (Marruecos)

   


 

Otras exposiciones de fotos de Marruecos en fotoAleph
     
Fez
Un viaje al medievo musulmán

   
Fez
Amor a Mogador
(Nos lo inspira Esauira)

   
Amor a Mogador
Más allá del Atlas
Arquitectura de adobe en Marruecos

   
MAS ALLA DEL ATLAS. Arquitectura de adobe en Marruecos
     
Salam alaekum
Gentes de Marruecos

   
Gentes de Marruecos
Por el Atlas magrebí
de la mano de un bereber

   
El Atlas magrebi
La carne y el Corán
Carnicerías de los países islámicos

   
Rissani (Marruecos). Recinto de venta de ganado en el mercado
     
Otras exposiciones de fotos del Magreb en fotoAleph
     
Argelia profunda
El valle de M'zab

   
Argelia Profunda
Túnez, el Gran Sur
   
TUNEZ, EL GRAN SUR
Mosaicos de Tunicia
Arte romano en tierras de Africa

Mosaicos de Tunicia

     
Otras colecciones de fotos de temas relacionados en fotoAleph
     
El embrujo de la Alhambra
   
El embrujo de la Alhambra
Ciudades de porcelana
Arquitectura de cerámica en Irán

   
Ciudades de porcelana