Exposiciones fotográficas

Fez. Un viaje al medievo musulmán

Un baño en el hammam

 

   El hammam o baño público arrastra una larga tradición en Marruecos. Mientras en la Europa de la Edad Media las termas romanas, tenidas como cosa de paganos, fueron clausuradas por los cristianos (solo en Córdoba había 270 baños), los árabes y bereberes que habían vivido bajo el Imperio romano continuaron con la costumbre de acudir a los baños públicos para su higiene y asueto, y esa práctica ha llegado hasta nuestros días con el hammam. No hay ciudad, pueblo o aldea en los países del norte de Africa o de Oriente Próximo que no disponga de uno o varios hammams o baños árabes (también llamados 'baños turcos'), adonde los ciudadanos, carentes muchas veces de cuarto de baño en sus hogares, van como mínimo una vez a la semana. No sólo por cuestión de higiene personal, sino para reunirse con amigos y vecinos, entablar tertulias, recibir un masaje o simplemente relajarse.
   La estructura de estos establecimientos termales, que van de los muy modestos a los muy lujosos, es la misma que la de las termas romanas: tres estancias principales con grifos de agua fría, templada y caliente (frigidarium, tepidarium y caldarium), a veces con una piscina central, y con otros departamentos anexos como el vestuario, la sala de reposo, los urinarios, y el horno para calentar el agua (y cocer el pan de la panadería adjunta).
   Los baños no son nunca mixtos, teniendo los hombres y las mujeres distintos edificios separados como hammam o, en algunas ciudades, como es el caso de Fez, distintos horarios de visita. Cuando toca el turno a las mujeres, se advierte de ello colgando una toalla tendida en el umbral de entrada al baño, para evitar que algún despistado se cuele a deshoras y vea lo que no debe ver.
   Tras abonar la entrada, los hombres se desvisten y dejan la ropa en unos estantes del recibidor, para pasar acto seguido, en bañador o en calzoncillos, a las distintas salas de baño, sumidas como si fueran saunas en una densa niebla de vapor. Son salones abovedados con cúpulas perforadas de tragaluces en forma de estrellas. Si es de noche, las estancias y pasillos quedan apenas iluminados por unas bombillas mortecinas. En la semipenumbra se puede distinguir cómo los bañistas se procuran cada uno un par de baldes de caucho que llenan de agua en sendos grifos, uno de agua fría y otro de agua caliente. A continuación se dirigen a la sala templada (que es la más amplia) o a la cálida, donde el agua que corre por el pavimento de losas de mármol quema los pies. Se sientan en el suelo, la espalda contra la pared, y trasegando con una cazoleta para mezclar las aguas de los dos cubos, consiguen la temperatura adecuada para lavarse a su gusto.
   Todas las edades, desde adolescentes a ancianos, se mezclan en las salas en jovial camaradería. Cada bañista ha traído una pastilla de jabón y una manopla para frotarse la piel. Si coincide con un amigo o conocido, se ayudan uno a otro a enjabonarse las espaldas y se restriegan mutuamente hombros, brazos, muslos y piernas para dejar impoluto hasta el último poro del cuerpo. En otras ocasiones encargará esta tarea a un masajista de los que merodean por el hammam ofreciendo sus servicios. Por el suelo corren pequeñas riadas de agua jabonosa, arrastrando pelos y mugre, que van a parar a un desagüe. Discretamente retirados en pequeñas cámaras secundarias que se abren en las esquinas de la sala, se ve a algunos bañistas afeitándose a navaja la barba o el vello púbico.
  
   Cuando los clientes solicitan los servicios de los masajistas comienza aquí todo un espectáculo, que podríamos titular como 'masaje acrobático'. Un joven y fornido masajista, tras limpiar con un balde de agua una porción del pavimento de la sala, tumba a su cliente en el suelo boca abajo y a continuación entrelaza sus brazos y piernas con los del cliente de forma que al incorporarse bruscamente provoca un drástico estiramiento de todos sus tendones, músculos y articulaciones, incluidas las cervicales y la columna vertebral. Sin perder un segundo el masajista cambia de postura, y con dotes de contorsionista se enreda de nuevo con el cuerpo del cliente en otra posición inverosímil que culmina con enérgicos estiramientos de todos los miembros corporales. Cambio rápido de postura: el masajista agarra la cabeza del masajeado y le imprime bruscos giros a derecha e izquierda. Crujen las vértebras del cuello. Se pone en pie el masajista, y con todas sus fuerzas (que son muchas) tira del brazo del cliente, al mismo tiempo que con el pie aplasta su cabeza contra el suelo. Más crujidos de huesos. Hace lo mismo con el otro brazo, y luego con las piernas. Todos los movimientos del masajista llevan un ritmo, como si estuviera bailando un dislocado ballet vanguardista al compás de una música de batir de palmas, que es a la vez un código de señales. Cada vez que inicia un cambio de ejercicio, el masajista da una palmada para anunciarlo. Cada vez que el masajeado llega al límite de su aguante, da una palmada en el suelo para detenerlo, y el masajista cambia inmediatamente de acrobacia. Pone al cliente de cuclillas, sujeta la cabeza con sus muslos, le agarra de las muñecas pasándolas por debajo de su cuerpo, pega un fuerte impulso hacia arriba y el cliente sale disparado dando una voltereta en el aire para caer otra vez aturdido al suelo. Siguiente postura...
Fez   Al acabar el baño, el cliente, descoyuntado más que masajeado, se viste y abona la voluntad –unos pocos dirhams– al masajista, que le espera sonriente en el vestíbulo, cerca de la salida.
   El horario de hammam para las mujeres suele coincidir con la luz diurna. También ellas se sientan en los suelos semidesnudas, con los pechos descubiertos sin el menor recato, pues están ocultas a la mirada de todo hombre, y además llevan consigo a sus hijos e hijas pequeños para bañarles. Cuando los hijos varones se acerquen a la pubertad y "les cambie la mirada", vendrán ya con su padre al hammam de hombres. Bajo la bóveda retumbante de la sala se arma un alboroto de chácharas y risas, libres de oídos de maridos, mientras el jabón y el champú corren en abundancia. También aquí están representadas todas las edades, aunque abundan las matronas de orondos pechos, rotundas caderas y muslos exuberantes. Las mujeres se pasan unas a otras los chiquillos para que sean enjabonados a conciencia. Se tiñen mutuamente el pelo con alheña, se untan los cuerpos con cremas suavizantes, se intercambian cosméticos y productos de belleza. Precavidas, han traído naranjas para combatir la sed que provoca el caldeado ambiente, y el suelo termina lleno de cáscaras.
   
   La Unesco ha calificado las literaturas de transmisión oral como un patrimonio cultural a proteger, y ha señalado la tradición de los contadores de cuentos de la plaza Jemaa el-Fna de Marrakesh como ejemplo de la riqueza inventiva que pueden atesorar esos relatos, fábulas y leyendas que han viajado de boca en boca, de generación en generación, sin haber sido nunca registrados por escrito. Las fábulas que circulan por Fez serían también otro buen ejemplo. Transcribimos a continuación una historia que nos contó un fasi, sentados en un cafetín de la medina tomando un té con hierbabuena:
  
   "Un comerciante de la medina de Fez acabó una noche muy tarde su trabajo, pero como al día siguiente era la fiesta del Viernes, tras cerrar la tienda encaminó sus pasos al hammam para darse un baño antes de cenar y acostarse. Llegó al hammam de su barrio a una hora para él desacostumbrada. Hasta el guardián de la entrada había cambiado de turno. En el interior apenas había parroquianos. El comerciante se instaló para hacer sus abluciones en la sala de más al fondo, que estaba casi a oscuras. Había junto a él, sentados en el suelo, otros dos bañistas. Cuando los ojos se le hicieron a la oscuridad y pudo examinarlos más atentamente, la sangre se le heló en el corazón al comprobar que sus compañeros, en lugar de piernas humanas, tenían unas patas huesudas y cubiertas de pelos, rematadas en pezuñas como de cabra. Recordó las leyendas que le habían contado advirtiéndole que no se debía ir al hammam muy entrada la noche, porque a esas horas los baños eran frecuentados por diablos (ibliss). El comerciante se apresuró a marcharse de allí con el corazón dándole brincos, y tras vestirse a todo correr se topó en el vestíbulo con el guardián. Se detuvo a explicarle lo ocurrido:
   –¡He visto a dos personas en la sala caliente (y te juro por Alá que hoy no he probado el hashish) que no tienen piernas sino patas de cabra!
   El guardián le miró frunciendo irónicamente sus pobladas cejas, y levantándose el faldón de la chilaba, le mostró al comerciante sus peludas y monstruosas patas de macho cabrío.
   –¿Como éstas? –preguntó."

  
   Estamos en la cima de una colina, junto a las 'tumbas merínidas', un cementerio que alberga las ruinas de los mausoleos de los últimos sultanes de la dinastía meriní. Es el atardecer. La entera ciudad de Fas el-Bali se extiende a nuestros pies, circundada por sus largas y serpenteantes murallas de adobe rojizo (foto01). La luz rasante del sol poniente ya solo ilumina los minaretes que emergen verticales de la compacta aglomeración de viviendas. En primer término, el barrio de los Kairuaneses desciende por la falda de la colina y se arremolina en torno a la mezquita Qarauin y la zauia de Mulay Idris II, con sus brillantes techumbres de tejas verdes. A la izquierda el barrio de los Andaluces se encarama por la ladera de la orilla opuesta del río y asciende hasta la mezquita Al-Andalus. A la derecha, sobre un collado, se distingue el barrio de Fas el-Jedid, con el vasto Palacio Real dominando el caserío. Como telón de fondo, el valle del Sebú y las estribaciones del Atlas Medio.
   El sol enrojece. Las sombras se alargan. De súbito una inmensa bandada de estorninos llega volando, cubre por completo el cielo y tapa la luz del sol como si hubiera caído un grueso telón. Pero el telón cambia de formas, cual bandera flameando al viento, y hace aguas y ondulaciones y cortinas con una coreografía de millares de pájaros en vuelo sincronizado. Termina el ballet aéreo y los estorninos se lanzan en picado con estridente algarabía a posarse sobre los tejados y arboledas de la vieja Fez.
   Desaparece el sol tras el horizonte y en ese mismo instante se alza desde un minarete la voz de un almuédano, cantando que Alá es uno y grande para anunciar la hora de la plegaria del anochecer. Otro almuédano le hace el dúo desde un alminar cercano. Al poco se suma otro y luego otro... De la ciudad entera de Fez sube hacia las alturas en que nos encontramos un cántico polifónico entonado a coro por cientos de voces, una salmodia colectiva que va creciendo en el crepúsculo hasta alcanzar un clímax y luego se va apagando lentamente conforme caen las sombras.
   Al avanzar la noche los mil talleres y tenderetes de los zocos de Fez echan la persiana con metálico estrépito y las calles se vacían de viandantes. El recinto de la kissaria, donde se concentran las joyerías, se cierra con candados. Las luces se van apagando y las callejas quedan sumidas en una semioscuridad aliviada a tramos por eventuales farolas. Un guardián, retribuido por los comerciantes, se encarga de la vigilancia de las tiendas durante las horas nocturnas. Los gatos se hacen dueños de las calles y dan buena cuenta de todo desperdicio comestible que no haya recogido el carromato de la basura. Las familias se reúnen para la cena y se acuestan temprano, pues se levantarán con el sol. Algunos tugurios tras la gran puerta de Bab Buyulud permanecen abiertos hasta la madrugada, acogiendo a los noctámbulos. Fez se sumerge poco a poco en el profundo silencio de las noches árabes, para soñar un sueño recurrente que transcurre en una Edad Media eterna.

 

Fez. Breve historia >>

 

FotoCD80 
   
Fez
Un viaje al medievo musulmán

© Agustín Gil Tutor
© Eneko Pastor
© Copyright fotoAleph. 
All rights reserved 

www.fotoaleph.com
    
Fotografías: Eneko Pastor / Agustín Gil
Realizadas en Fez (Marruecos)

  


 

Otras exposiciones de fotos de Marruecos en fotoAleph
     
Marrakesh
La puerta al corazón del Magreb

   
Marrakesh
Amor a Mogador
(Nos lo inspira Esauira)

   
Amor a Mogador
Más allá del Atlas
Arquitectura de adobe en Marruecos

   
MAS ALLA DEL ATLAS. Arquitectura de adobe en Marruecos
     
Salam alaekum
Gentes de Marruecos

   
Gentes de Marruecos
Por el Atlas magrebí
de la mano de un bereber

   
El Atlas magrebi
La carne y el Corán
Carnicerías de los países islámicos

   
Rissani (Marruecos). Recinto de venta de ganado en el mercado
     
Otras exposiciones de fotos del Magreb en fotoAleph
     
Argelia profunda
El valle de M'zab

   
Argelia Profunda
Túnez, el Gran Sur
   
TUNEZ, EL GRAN SUR
Mosaicos de Tunicia
Arte romano en tierras de Africa

Mosaicos de Tunicia

     
Otras colecciones de fotos de temas relacionados en fotoAleph
     
El embrujo de la Alhambra
   
El embrujo de la Alhambra
Ciudades de porcelana
Arquitectura de cerámica en Irán

   
Ciudades de porcelana