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Lugares de la Mancha de cuyos nombres quiero acordarme

La cueva de Montesinos


   Quizá venga a cuento recordar que don Quijote de la Mancha fue en época muy temprana pionero en la exploración de cuevas, tal y como se relata en los capítulos 22 y 23 de la segunda parte de la inmortal novela de Cervantes, donde se narra la grande aventura que el insigne caballero tuvo en la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, y las cosas admirables que vio en sus profundidades.

   Todo un espeleólogo avant la lettre, don Quijote tiene escasos predecesores en la historia de la espeleología, como podría considerarse a los integrantes de la exploración de la gruta de La Balme, realizada en 1516, pues la mayoría de datos que poseemos referentes a exploraciones antiguas de cavernas son posteriores a las fechas (1605-1615) en que Cervantes publicó su obra.
   Por aquel entonces las cuevas eran objeto de toda clase de supersticiones, tenidas como antros donde habitaban monstruos, seres fantásticos o maléficos, o como puertas de entrada a las regiones infernales, y estos temores sólo eran desafiados ocasionalmente por intrépidos mineros a la busca de metales.
Lugares de la Mancha   Es en este contexto donde hay que situar la hazaña de don Quijote, para poder valorar en toda su dimensión la audacia y valentía desplegadas por el caballero al atreverse a descender solo por la sima de Montesinos, cueva que realmente existe en la comarca de la Mancha.
   Está también el tema de la credibilidad en entredicho de don Quijote, que coleará a lo largo del resto de la novela. Sancho no se ha atrevido a bajar a la sima, pero tampoco puede dar crédito al relato de lo visto y oído por su señor don Quijote en el interior de la misma, y así se lo manifiesta en repetidas ocasiones, y se lo discute en ingeniosos diálogos donde el autor juega una vez más con los planos intercambiables de lo real y de lo imaginario, con la deliberada confusión entre lo verdadero y lo ficticio que se da constantemente en el libro:
 
   ...perdóneme vuesa merced, señor mío, si le digo que de todo cuanto aquí ha dicho, lléveme Dios, que iba a decir el diablo, si le creo cosa alguna (...) 
   –Si no, ¿qué crees? –le preguntó don Quijote. 
   –Creo–respondió Sancho– que aquel Merlín, o aquellos encantadores que encantaron a toda la chusma que vuesa merced dice que ha visto y comunicado allá bajo, le encajaron en el magín o la memoria toda esa máquina que nos ha contado, y todo aquello que por contar le queda. 
   –Todo eso pudiera ser, Sancho –replicó don Quijote–; pero no es así, porque lo que he contado, lo vi por mis propios ojos y lo toqué con mis mismas manos (...) 
   –En mala coyuntura y en peor sazón y en aciago día bajó vuesa merced, caro patrón mío, al otro mundo, y en mal punto se encontró con el señor Montesinos, que tal nos le ha vuelto. Bien se estaba vuesa merced acá arriba con su entero juicio, tal cual Dios se le había dado, hablando sentencias y dando consejos a cada paso, y no agora, contando los mayores disparates que pueden imaginarse. 
   –Como te conozco, Sancho –respondió don Quijote–, no hago caso de tus palabras. 
   –Ni yo tampoco de las de vuesa merced –replicó Sancho–, siquiera me hiera, siquiera me mate por las que le he dicho, o por las que le pienso decir, si en las suyas no se corrige y enmienda (...) 
   –Como me quieres bien, Sancho, hablas desa manera –dijo don Quijote–; y como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado, cuya verdad ni admite réplica ni disputa.
   (Cervantes, Don Quijote de la Mancha, II, 23)

   Creamos o no a don Quijote, hay que dejar constancia de que nuestro valeroso caballero andante exageró un tanto el relato de sus aventuras subterráneas, pues ocurre que la célebre cueva de Montesinos existe en la vida real (o al menos como tal es identificada una cavidad cercana a las lagunas de Ruidera y al pueblo de Ossa de Montiel, Albacete) y, como cualquier visitante puede comprobar, no se trata sino de una pequeña cueva de entre cinco y siete metros de profundidad. No cabe reprochar, empero, intención de engaño al caballero de la Triste Figura, enderezador de tuertos, socorredor de menesterosos y espejo de espeleólogos, tenida en cuenta su desaforada imaginación, que tomaba a las ventas por castillos, los rebaños de ovejas por ejércitos guerreros, y los molinos por gigantes.
  
   Más información sobre la aventura de don Quijote en la cueva de Montesinos en
  
Don Quijote, pionero de la espeleología

 

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