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Lugares de la Mancha de cuyos nombres quiero acordarme

Consuegra

 
   He aquí un lugar de la Mancha, en la provincia de Toledo (España), de cuyo nombre quiero acordarme. El topónimo Consuegra proviene de la antigua localidad prerromana de Consabura (= 'la confluencia del río Sevo'), asentada desde el siglo VI a C en las faldas del cerro hoy conocido como Calderico, etapa estratégica en las vías de transhumancia que atravesaban la región.
   Sobre este montículo se levanta el castillo (foto07), una maciza fortificación de planta irregular, protegida por un doble cerco de murallas, y provista de torreones cilíndricos unidos por lienzos de murallas, una torre albarrana y un camino de ronda.
   La primera documentación existente sobre el castillo permite fechar el comienzo de su construcción durante el califato de Córdoba (siglo X), pasando varias veces su posesión de manos de musulmanes a cristianos y viceversa. En la batalla de Consuegra (1097) contra los almorávides, murió en el castillo Diego Rodríguez, el hijo del Cid, aunque dos años más tarde los musulmanes se retiraron definitivamente de Consuegra. El castillo había sido sucesivamente reconstruido y modificado tanto por los musulmanes como por los cristianos. La construcción actual parece datar por su estilo de los tiempos de Alfonso VIII.

Lugares de la Mancha   Los molinos de viento de Consuegra se levantan también sobre el cerro Calderico, junto al castillo (foto01). Aunque muy remozados a lo largo del tiempo, su origen se remonta al siglo XVI, y alguno aún conserva la maquinaria de esa época. Hoy se mantienen en pie doce de ellos, a los que se designa con nombres relacionados con la novela Don Quijote de la Mancha: Mambrino, Sancho, Caballero del Verde Gabán, Rucio, Clavileño...
     
   En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
   –La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas (...)
  
   –¿Qué gigantes? –dijo Sancho Panza.
   –Aquellos que allí ves –respondió su amo– de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
   –Mire vuestra merced –respondió Sancho– que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas al viento, hacen andar la piedra del molino.
  
   –Bien parece –respondió don Quijote– que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo, quítate de ahí y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
   Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes bien iba diciendo en voces altas:
   –Non fuyades, cobardes y viles criaturas; que un solo caballero es el que os acomete.
  
   Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
   –Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
   Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza al ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear; tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
  
   –¡Válame Dios! – dijo Sancho–: ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
   –Calla, amigo Sancho –respondió don Quijote–, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; más al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.
   (Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, 8)

 

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Lugares de la Mancha 
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