Exposiciones fotográficas

Benares. Microcosmos de la India

Inmersión en Benares


   Pero ¿cómo transcurre hoy día la vida cotidiana en una ciudad como Benares? Responder a esta pregunta es tarea poco menos que imposible, aunque haremos un intento de aproximación reproduciendo con pequeñas pinceladas, al modo puntillista y sin ningún ánimo de generalizar, el cuadro que un visitante puede contemplar al sumergirse de lleno en el caótico laberinto de sus calles y sentir de cerca el hálito humano de sus habitantes. 
   Digamos de entrada que si el visitante desea poder dormir, le conviene quizá alojarse en el Cantonment, el Acantonamiento de los británicos, un Benaresbarrio de bungallows y villas ajardinadas en las afueras de la ciudad, separado y aislado del ensordecedor bullicio de los barrios de población nativa de Benares. Así lo hacían los ingleses antes de la independencia de la India, que convivían juntos pero no revueltos con los indígenas sometidos a su régimen, siendo éstos confinados en otras barriadas como ciudadanos de segunda categoría. (En Simla, ciudad de montaña y capital de verano del gobierno británico desde 1865, adonde los colonos mandaban a sus esposas y familiares hacia el mes de marzo en cuanto empezaban a apretar los calores del verano, hay una céntrica y amplia avenida, 'the Strand', por la que sólo podían circular los británicos, mientras los indios, que trabajaban esencialmente como servidores, tenían el acceso prohibido a la misma). 
   Hoy todo esto ha cambiado, y la creciente marea humana de los pobladores de Benares ha inundado todos los barrios de la ciudad de antaño y desbordado sus límites, extendiéndose sin orden ni freno en caóticos arrabales de casas destartaladas, chabolas y chamizos, en un proceso que no tiene visos de parar y que afecta de igual manera a todas las grandes ciudades indias. A la galopante superpoblación que se apretuja como puede en calles y edificios, en el caso de Benares hay que añadir la inmensurable población flotante de peregrinos (entre 300.000 y 400.000 por año, o más aún si el año coincide con acontecimientos astronómicos como un eclipse de sol o una conjunción de planetas) que arriba a sus calles procedente de todos los rincones de la India, y de la que un gran porcentaje se queda allí para siempre. 
   Nada más salir a la calle, el visitante se verá rodeado de una aglomeración de rickshaws y moto-rickshaws que esperan estacionados a la puerta de su alojamiento, y cuyos conductores se lo disputarán como cliente. A falta de terminología en español, aclaremos términos. Un 'rickshaw' es un vehículo de tres ruedas híbrido entre bicicleta y calesa (foto51). El ciclista pedalea en la bicicleta y, sin gasolina, sin motor, con la sola fuerza de sus músculos transporta un carro sobre dos ruedas enganchado detrás, en el que va cómodamente sentado sobre un cojín el cliente que desea trasladarse a algún sitio. El cliente puede ser un individuo o una familia entera, incluidos abuelos y nietos, y también se admiten equipajes. Las tarifas se conciertan previamente, o se dan por sabidas cuando se es un pasajero frecuente. Una carrera del Cantonment al ghat principal, que dista tres kilómetros, puede costar del orden de unas cuatro rupias para un nativo o veinte rupias para un extranjero (para hacernos una idea del nivel de precios dejemos sentado que cuando hablamos de rupias indias estamos hablando del equivalente a unos pocos céntimos de dólar; la rupia se divide en cien paisas). 
   Los 'moto-rickshaws' son un paso más en la evolución del transporte. En este caso el híbrido sería un cruce entre vespa y minibus, con diversas variantes. Incorporan un motor, y arrastran un carricoche de varias plazas cubierto con una carrocería de hojalata más o menos aerodinámica según modelos. Los moto-rickshaws, llamados también 'threewheelers' y apodados en clave de humor 'biscuters', suelen contar con viejos motores de queroseno de pésima combustión que arrojan por sus tubos de escape negras humaredas de monóxido de carbono, responsables en gran medida de la espesa contaminación atmosférica que cubre como una nube tóxica las modernas poblaciones indias. 
   Es normal compartir los moto-rickshaws con otros pasajeros, con el fin de repartir y abaratar el coste de la carrera. Y de paso intercambiar unas palabras con los compañeros de viaje que toquen en suerte, como pueden ser, pongamos por caso, un par de estudiantes de 'Cultura India y Religión', sánscrito y lingüística. Uno es hindú, el otro musulmán, amigos de universidad y buenos camaradas. Tras las preguntas de rigor (¿de dónde eres?, ¿cómo te llamas?, ¿qué edad tienes?, ¿estás casado?), instruyen al visitante de que Varanasi es una ciudad santa para hindúes y budistas. Que hay aproximadamente (este tipo de estadísticas han de tomarse con todas las reservas) un 60% de hindúes y un 40% de musulmanes. Que los budistas vienen a ser un 2%, y también hay sectores de población cristianos. Un agente de tráfico detiene al moto-rickshaw por haberse salido y estar circulando fuera de la zona autorizada a vehículos de motor. Echa una bronca al conductor, y luego le deja continuar por donde iba. 
   Rumbo a la orilla del Ganges, el tejido urbano se va haciendo más y más denso, sus calles más y más estrechas, conforme se va uno acercando al ghat principal. Donde no llegan los autobuses, pueden seguir los moto-rickshaws. Donde los moto-rickshaws no pueden meterse, se cuelan los rickshaws. Donde los rickshaws se paran, continúan las bicicletas y motocicletas. Y donde éstas no entran, siguen los peatones. La variopinta caravana progresa lenta y a trompicones. No podría ser de otra manera, habida cuenta del tráfico cruzado de carros tirados por cebúes, rebaños de búfalos de agua, cabras, perros y demás fauna imprevisible, o de la presencia de obstáculos como grupos de vacas sagradas sesteando plácidamente sobre el asfalto, o del constante entrecruzarse de miles de viandantes en todas las direcciones posibles de la calzada. Apeémonos del rickshaw unas manzanas antes del punto donde la aglomeración de vehículos, personas y animales se hace impenetrable. Estamos internándonos en la zona antigua de la ciudad, una gran muralla de vetustas edificaciones sobre colinas que asoman al río, perforada de innúmeras callejas a distintos niveles conectados entre sí por escaleras. No más poner el pie en tierra, un enjambre de jóvenes, a la busca de unas pocas rupias que les permitan sobrevivir un día más, ofrecerán al recién llegado un viaje en bote por el río, visitar tiendas de seda, servirle de guías, leerle las rayas de la mano, hacerle masajes, o suministrar cualquier cosa que pueda desear. 

 

 

Los ghat. Escaleras al Paraíso
  
   La escalinata entra en el río,
el fuego entra en el río,
el hombre entra en el río.
Y el ser del río entra en su ser,
y en plenitud es ya ser con el Ser.

   Clara Janés. Río hacia la nada
  
   Al llegar al ghat principal, el Dasashvamedha, el visitante contemplará por primera vez el Ganges y desde ese momento empezará a sentir su misteriosa fascinación. Hasta ahora el río había permanecido oculto a la vista tras la espesa muralla de edificaciones de la parte vieja de Benares, que se asoma a sus aguas a la vez que las separa del resto de la ciudad. Esta muralla parece detener también el ruido: la ribera del Ganges contrasta como un remanso de paz tras haber surcado el estruendoso maremágnum de los barrios del centro. 
Benares   El paisaje se abre por completo a una gran llanura, cruzada por la vasta, serena y silenciosa corriente del Ganga Ma. El sol, jugando con las nubes, lanza por sus huecos abanicos de rayos de luz sobre la superficie gris de las aguas, y las viste de destellos dorados. Tras las estrecheces del callejeo urbano, los ojos pueden por fin mirar lejos, descansar en paisajes naturales. La orilla de enfrente está aparentemente despoblada. Es un arenal con una franja de vegetación al fondo, sin construcciones, tras cuyo horizonte sale cada mañana el sol. Un paisaje en todo opuesto al de la hiperurbanizada orilla izquierda, con sus altos palacios y sus anchas escalinatas invadiendo en vertical y horizontal hasta el último resquicio de tierra firme, y yendo más allá al penetrar en las honduras insondables del río. 
   Si es invierno, el caudal del Ganges estará muy bajo a causa del estiaje, y dejará descubrir las escalinatas en casi toda su extensión y profundidad. Si es época de monzones, las lluvias torrenciales harán crecer el caudal, y las aguas treparán por las escaleras hasta hacerlas desaparecer, inundando con su avenida todas las edificaciones intermedias. Casas, palacetes y templos enteros quedarán entonces bajo las aguas y el fango. Hay años en que las inundaciones rebasan los niveles máximos habituales y son catastróficas, con centenares de ahogados y terribles destrozos materiales. La fuerza de las aguas ha llegado a remover los cimientos de templos enteros, y se ven algunas torres-sikhara bamboleadas con una fuerte inclinación (foto63). 
   Las escalinatas, los ghat, están a todas horas invadidos de gentes que se bañan en el río, que ejecutan sus ritos de purificación y hacen sus 'puja' u ofrendas a la diosa Ganga. Hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos, de todas las clases, de todas las castas, venidos de toda la India, se reúnen en la inacabable sucesión de graderíos y, escalón tras escalón, se adentran en el agua. Se sumergen primero de medio cuerpo, luego de cuerpo entero, con una serie de chapuzones rítmicos que responden a un ritual fijo (foto03). En un momento dado beben el agua con grandes sorbos. Justo al lado, otros nativos se lavan los dientes, se enjabonan el cuerpo, o lavan sus ropas y las dejan a secar en las gradas, para volver a ponérselas una vez secas. Los varones entran en el agua en ropa interior, dhoti o langota. Un poco más allá los jóvenes juegan y se zambullen de cabeza en el río con gran algarabía. Compiten nadando, chapotean, se gastan bromas, se lanzan un balón. Los niños se bañan desnudos. Las mujeres se bañan en los mismos ghat que los hombres, sin espacios claramente separados como suele ser preceptivo en otros lugares. Algunas se desprenden de la parte superior del sari y dejan sus pechos al aire, otras se meten al agua con todo el sari puesto. Una anciana de edad muy avanzada tiene que ser ayudada por otras mujeres para acceder al agua y para ser sacada de vuelta. Se ve a una señora derramar el agua de un pequeño cántaro de cobre sobre el agua del río, mientras susurra una letanía de cara al sol (foto10). Tras el baño, las mujeres se secan, se visten con ropas nuevas, se peinan con minuciosidad sus largas cabelleras negras como el azabache, se vuelven a poner pulseras y peinetas. Pinzas, gafas, relojes de pulsera. Los hombres no les van a la zaga en cuanto al cuidado de su aseo personal. Se cambian y se lavan su ropa interior en el río. Se visten, peinan y acicalan con esmero, se aplican aceite de coco en el cabello. Vuelven del río limpios y relucientes, con ánimos renovados para emprender sus tareas cotidianas, la diaria lucha por la supervivencia en la gran ciudad. 
Benares   Una larga barcaza de madera pintada de colores transporta un grupo de hombres y mujeres vestidos de negro. Puede uno pasarse días enteros contemplando el remansado fluir del Ganges, el ir y venir de las barcas de remos que a todas horas navegan orilleando o, a falta de puentes, cruzando pasajeros a la orilla opuesta. Hay dos grandes puentes modernos que cruzan el Ganges, pero son lejanos. Uno en el extremo nordeste de Benares, por donde pasa también el ferrocarril. Otro, recién construido, en el extremo sureste de la ciudad, más allá de Ramnagar; una descomunal obra de ingeniería en acero que recuerda al gran puente de Howrah, en Calcuta. 
   En el ghat, vendedores ambulantes ofrecen postales y figurillas de madera a los extranjeros. Vendedores clandestinos ofrecen hash, marihuana, heroína, opio. Un puesto de té es llevado con mucho desparpajo por una niña como de diez años que habla inglés. Aparece un leproso que extiende sus muñones a los paseantes pidiendo limosna. Los barqueros se acercan constantemente a ofrecer 'boat', o lo anuncian a grito limpio desde el mismo bote. En la cubierta de una embarcación atracada junto a la orilla, un joven da a un señor un masaje. En las mismas escaleras del ghat, bajo unos grandes parasoles de paja, los barberos afeitan barbas y cortan el pelo. Un niño da masajes a un joven que es su hermano mayor, dándole golpeteos en la cabeza con el canto de las manos. Más tarde se turnan en el masaje y tras untarle el joven al crío con aceite todo el cuerpo, le estira con fuerza de los brazos y las piernas. Un anciano le dice a una anciana que se aparte de su rincón del ghat, que él estaba antes ahí lavando ropa. 
   Un poco más allá, en una plataforma octogonal que entra como un espigón en el río, otro grupo de mujeres procede a sus abluciones. Cuando salen del baño entonan a coro un cántico. Por fin encienden unas lamparillas consistentes en unas mechas de aceite colocadas sobre unas hojas de árbol trenzadas para formar pequeñas cazoletas, y las ofrecen a Ganga dejándolas flotar sobre la corriente. Las diminutas luces se alejan lentamente río abajo, una tras otra, como marchando en procesión.
 
   Atraviesa el ghat una búfala enorme, que sigue a un hombre que lleva un cubo. Se detiene un rato a lamerle la cabeza y el cuerpo a un bufalito recostado en las gradas. En el siguiente ghat el hombre invita a la búfala a meterse en el agua, y ésta no se lo piensa dos veces: baja rauda los escalones con su voluminoso corpachón y se sumerge decidida, juntándose con una decena más de búfalos que ya están allí, gozando del frescor del agua y de la sensación de ingravidez. Se va a proceder en este ghat al baño vespertino de los búfalos de agua, tras la dura jornada de laboreo en los campos. Los Benaresbúfalos son tratados con mimo, y no se regatean esfuerzos en su cuidado, en compensación de los múltiples beneficios que el animal aporta al hombre: arar los campos con su fuerza de tracción, ordeñar su leche (más abundante que la de las escuálidas vacas), e incluso utilizar sus excrementos para combustible. 
   Tres hombres jóvenes y un niño están en la faena, junto a unas barcazas ancladas decoradas con pinturas naif (fotos 14 y 15). Uno de los cuidadores se monta sobre un búfalo y con una cuerda que hace las veces de estropajo se enfrasca en restregarle enérgicamente el lomo, la cabeza y la cara. Luego descabalga y le frota a conciencia el morro, la boca, las orejas, los laterales del cuerpo, el ano. Se nota que los búfalos están disfrutando: cierran los ojos de placer cuando les lavan, y se pueden pasar horas inmersos en la corriente esperando pacientemente su turno de frotado. A veces avanzan bajo el agua asomando sobre la superficie sólo las fosas nasales, sumergida el resto de la cabeza. 
   Un búfalo se ha quedado tumbado en el graderío y consiente que se posen sobre su cuerpo unas pequeñas aves zancudas (pollas de agua) que se encargan de hacerle la toilette: con sus puntiagudos picos le desparasitan el lomo, atreviéndose con tal fin hasta a hurgar sin temor en su morro y sus fosas nasales. Cerca revolotean otros pájaros, algunos parecidos a pequeñas tórtolas, y, por supuesto, las ruidosas cornejas cenicientas, omnipresentes en toda la India, que tienen también su cometido en el servicio de limpieza, al devorar sin descanso todas las sobras, detritus o basuras mínimamente comibles que haya por los alrededores, y hasta la comida de los viandantes, a nada que se descuiden. 
   En un ghat contiguo hay un templete consistente en una minúscula capilla que custodia una simple piedra, un canto rodado, pintado de rojo y vestido con una tela. La piedra tiene adheridos dos ojos artificiales de loza pintada, que le dan un aspecto antropomorfo: es un dios. Un poco más adelante, un grupo de hombres y mujeres están lavando en el río lujosos saris de seda de vivos colores, rojos, naranjas, azafranes, púrpuras, azules, verdes, con Benaresbrocados y cenefas dorados. Los extienden a secar luego, alineados sobre las polvorientas escaleras, con lo que consiguen policromar el ghat con un rutilante colorido salpicado de brillos de oro (fotos 16 y 17). Son saris a estrenar, lotes de alguna fábrica de saris de seda, a los que están dando un primer lavado para quitarles el apresto. Contemplando estos rectángulos de tejido, de siete, nueve o más metros de largo, es de admirar que prenda de formas tan simples, con sólo envolver con determinados pliegues el talle, hombros y cabeza, y complementarse con un exiguo corpiño que deja ver el ombligo, se convierta en uno de los más bellos y estilizados trajes que una mujer puede vestir; y más dignas aún de admiración son la gracia, elegancia y soltura con que las mujeres indias lo llevan. 
   Avanzando por la orilla hay que sortear ahora un ghat en el que están limpiando a manguerazos de agua las basuras y estiércol acumulados durante tiempo. Parece como si Benares entera vertiera por aquí sus aguas fecales, que caen directamente a las sagradas aguas del río. Unos enormes cilindros de cemento hacen de depuradoras. El olor a heces es penetrante. Se ven en el agua capas de suciedad que se acumulan flotando en las orillas, o cadáveres de animales inflados como odres que se lleva la corriente. No lejos de aquí, río abajo, la gente se baña, se lava los dientes, bebe el agua.
 
   Desde las barcas se puede ver el cielo de Benares tachonado de miles de puntos de colores vibrando en el cielo del atardecer. Son las cometas. Por los ghat se ve a algunos chicos jugando a una especie de petanca con piedras en lugar de bolas, pero la mayoría se divierte haciendo volar cometas, deporte popularísimo en todo el norte de la India, y también en Nepal y Pakistán. Los niños corren para elevar sus cometas al cielo, e invitan a los viandantes a jugar con ellos, pasándoles el hilo. "Kuti, kuti!", exclaman. Se ve también a gentes que hacen volar sus cometas desde las terrazas de las casas y las azoteas de los desvencijados palacios que dan al río. Los niños llegan a alcanzar grandes alturas con sus cometas. Las vuelan tan alto como da el hilo. A veces parece que van a desplomarse sobre las casas, pero en el último momento las consiguen remontar. Compiten entre ellos. Hay reglas de juego, y expertos en su aplicación estricta. Si uno consigue chocar su cometa con la de otro, haciéndola caer, se queda la cometa de su contrincante como botín. A un chaval se le escapa su cometa de las manos, y varios bañistas corren a atrapar el hilo; no lo consiguen y uno se tiene que tirar al agua a pillarlo, con gran jolgorio de todos. Luego se disputan entre varios la cometa recuperada. Hay en la parte vieja una calle muy frecuentada por el chiquillerío enteramente dedicada a tiendas de cometas, donde las venden a diez paisas la unidad. Los cordeles y los rollos se venden aparte. Las cometas son cuadradas, pequeñas, hechas con un papel fino cosido sobre una armazón de mimbres, y una pequeña cola. Los muchachos explican con entusiasmo cómo se confeccionan: tiene su técnica. Se raspa el papel contra el suelo para hacer cuatro agujeros y por ellos se enhebra el hilo, siguiendo una pauta fijada.
 
  
   En otro ghat hay una plataforma de piedra enteramente cubierta de pequeños 'lingas' y 'yonis' tallados en el mismo bloque (foto22), y con la estatua de un toro Nandi mirando al río (foto23). Aclaremos términos: el 'linga' es una de las plasmaciones icónicas más comunes del dios Siva, que en otras ocasiones es dibujado como un asceta meditando en plena naturaleza sentado sobre una piel de tigre. Se trata de un corto cilindro, por lo general de piedra pulimentada, que representa estilizado el falo de Siva y simboliza su potencia reproductora. El linga se yergue siempre vertical sobre una base circular también de piedra, con un pequeño canal que sobresale, por el que se drenan los líquidos que se vierten en ofrenda sobre el cilindro. Esta base es el 'yoni', símbolo vaginal que hace referencia a la consorte de Siva, la energía femenina, la cual puede adoptar diversas personalidades, como Parvati, Uma, Durga o Kali. El toro Nandi es la montura de Siva, el animal sobre el que se desplaza por tierra y cielos, que suele esperar recostado siempre cerca de los santuarios dedicados al dios tutelar de Benares. 
    Se produce un fuerte revuelo entre la gente que se baña en esta zona porque aparece nadando una gran culebra de agua, que avanza serpenteando por la orilla de ghat en ghat. La alarma crece cuando el ofidio se acerca a los bañistas. Un hombre entra en el agua chapoteando y haciendo ruido con el fin de asustarla. La culebra huye y se esconde en una capilla abierta al Ganges y semisumergida, en lo alto de la cual se han subido unos niños que se retiran unos pasos atrás por si acaso. Otros chavales levantan una losa, y debajo se atisba otra culebra asomando la testa entre los escombros. En los escalones de este ghat, debajo de los parasoles, se ven barberos pelando al cero a clientes. Un joven explica que los hindúes se rapan la cabeza cuando algún familiar muere, para ofrecer el pelo como 'puja' a los dioses. Únicamente conservan en la calva una coletilla de pelo sin rapar. Se ven también brahmanes, distinguibles por el cordón blanco que les cruza en diagonal el torso desnudo, que se encargan de presidir las ceremonias de 'puja' al Ganga realizadas por los peregrinos que Benaresaparecen por allí, a los que previamente pintan la frente con un punto rojo. En una veranda de piedra, un obeso brahmán tiene preparadas en el suelo para suministro de los rituales varias hileras de lamparitas en recipientes de mimbre, pequeñas porciones de arroz en cuencos hechos con hojas, montoncitos de flores, polvos de colores y manzanas. 
 
   El Assi Ghat toma su nombre del arroyo Assi, un pequeño afluente que caía aquí sobre el Ganges. Es uno de los cinco lugares de peregrinación ('panchtirtha') donde deben bañarse los peregrinos a Benares en el transcurso de una jornada. También es conocido como Ghat de los Ascetas, en referencia a los 'sadhus' y renunciantes que solían frecuentarlo. Los sadhus son toda una institución en la India, personas que renuncian a los bienes materiales de la sociedad para dedicar su vida a la meditación y a peregrinar a los muchos lugares santos de Bharat Mata, la Madre India. Yerran por los caminos semidesnudos, su piel cubierta de cenizas, su pelo sin cortar y con estrafalarios peinados de mechones cubiertos de barro, y viven de los donativos de los fieles hindúes, que sienten por ellos gran devoción y respeto. 
   Sale del agua un corpulento sadhu de luengas melena y barba, llevando a guisa de bañador un mínimo taparrabos atado a la cintura con una cadena. En un puesto bajo un parasol consigue dos medias cáscaras de coco llenas de polvos rojos y amarillos, y con ayuda de un espejo de mano que le proporcionan se pinta con los dedos en la frente dos rayas verticales amarillas y en medio una roja: el símbolo de Vishnu (foto24). Luego se pinta el pecho y el ombligo y, dado que su prominente barriga le tapa el campo visual, tiene que mirarse el ombligo reflejado en el espejo para ver cómo ha quedado. Los indios están acostumbrados a los pintorescos atuendos y conductas de los sadhus, que no hay dos iguales, y es raro que les llamen la atención. 
   En lo alto de las escalinatas, el hotel Ganges View ha sido habilitado en algunas dependencias de un palacio que exhibe pinturas murales naif en las paredes y balconadas que dan al río. No por ello se espere que el hotel tenga nada de palaciego: las habitaciones son húmedos y ajados cubículos sin más ducha que un grifo de agua fría a media altura de la pared del retrete complementado con un cubo de plástico con el que echarse el agua a la espalda agachado. Pero todavía se alojan por aquí los últimos hippies. Hay también en el ghat una pizzería por lo general llena de turistas occidentales. Por los alrededores vaga algún extranjero vestido de sadhu, al que no le faltan ni las melenas erizadas de churretes de barro, que harían la envidia de un rastafari. Un cartel pegado a la pared promete "Learn hindi in 30 hours. Communication level". Otro anuncia clases de yoga y meditación. Otro, clases de música y meditación. Los anuncios de 'pepsi' están directamente pintados a mano en los muros de fachada de los palacios. Dos veces a la semana se celebran en la ciudad conciertos de música clásica india, que son anunciados en panfletos impresos y repartidos entre los transeúntes. 
   Un sadhu de cuclillas en las escalinatas (foto12) enciende su 'shillom' de 'ganja' (pipa cilíndrica para fumar cannabis), y antes de dar la primera calada pronuncia la fórmula "Bom Shankar", de invocación a Siva, patrón de la ciudad y protector de los consumidores de la planta. 
 
   Vagabundeando por los ghats río arriba o río abajo se ven parecidas escenas de gente bañándose, lavándose la ropa, tendiéndola a secar (foto20), cambiándose discretamente el dhoti mojado (un cilindro de tela a modo de pantalón) por el dhoti seco, enrollándose a la cintura la langota (un modelo de taparrabos que es una larga tela en forma de triángulo con prolongaciones laterales a modo de faja), rapándose el pelo, dando y recibiendo masajes, meditando en postura de loto, echando flores al agua. 
Benares   Cada cierto tramo los jóvenes abordan al visitante y se detienen a parlotear con él, interrumpiéndose unos a otros las conversaciones sin ningún reparo y cuantas veces haga falta, para contar naderías, por el simple placer del chat. Se suman más espontáneos a la tertulia. Los mayores recuerdan catástrofes como la inundación del 48, o la del 78, y relatan aventuras y desgracias que ocurrieron en tales ocasiones. Varios jóvenes pelean entre ellos practicando lucha libre; se van entusiasmando y la batalla alcanza tal fragor que terminan todos cayéndose al río, entre grandes risas de la concurrencia. Les advierten que tengan cuidado, que una de las cercanas plataformas de piedra no se puede pisar pues forma parte de un templo y deben descalzarse. 
   Un señor de Lucknow cuenta que se ha venido una temporada a Benares con su mujer e hijos, pues la fábrica de plásticos donde trabaja está en huelga, y los huelguistas están empezando a tener problemas con las fuerzas públicas. Están allí con todos sus enseres, hasta que amaine la tormenta, y tienen que dormir en la estación de tren, pues no les llega para el alojamiento. La conversación transcurre lánguida, como la corriente que circula silenciosa allá abajo, y deriva por lejanos derroteros. El señor informa de cómo en el lugar donde se juntan los cauces de los ríos Yamuna y Ganges, nace un tercer río, el Sarasvati, que es invisible a los ojos de casi todos los mortales. Que en el Ganges hay delfines. Sí, delfines: se les puede ver, sobre todo por las mañanas, dando saltos en el agua cerca de los ghat. Que en Varanasi se celebran tres festivales religiosos al año, pero el más importante es el de Siva, a fines de diciembre o comienzos de enero, cuando acuden miles de peregrinos a bañarse en los ghat, a pesar del intenso frío, en conmemoración del descenso de Ganga a la cabellera de Siva. 
   Un viejillo de Kerala, con la frente pintada de amarillo y rojo, explica que ha hecho un viaje de tres días para venir a rezar a Benares. Kerala está muy bien, se la recomienda a todo el mundo, y pasa a describir algunos de sus encantos. Se dirige en inglés a sus paisanos indios, pues el idioma de Kerala (el estado en la punta sur de la India, en la costa Malabar) es el malayalam, del tronco lingüístico dravidiano, que no tiene relación con el hindi, idioma mayoritario del norte de la India, de linaje indoeuropeo. Advierte a los turistas que tengan cuidado con las cámaras de fotos, que la India ha cambiado a peor y ahora hay mucho ladrón. Interrumpe la plática un individuo para proponer una visita a su tienda de tejidos de seda. El anciano de Kerala le reprocha la intromisión con meros fines mercantilistas. El vendedor contesta que "es el karma de los habitantes de Benares: estar siempre haciendo comercio". El anciano se ríe con la respuesta. 
  
  
   Acerquémonos al Ghat de Manikarnika. Se distingue de lejos por la oscura humareda moteada de pavesas que brota de sus gradas tiñendo el cielo al norte del ghat de Dasashvamedha, y ya más cerca, por el inconfundible olor a carne quemada que va espesando el ambiente. De todos los 'burning ghat' de Benares, o escalinatas de cremaciones, éste es el más activo y concurrido. Lo primero que advierten al visitante es que está absolutamente prohibido hacer fotos en el lugar, lo cual es muy razonable. 
   Los cuerpos de los difuntos llegan al ghat transportados sobre parihuelas en una procesión que desciende por una estrecha calle en rampa, acompañada de una banda musical interpretando una marcha que no tiene nada de fúnebre. En las plataformas de cremaciones hay como diez o doce hogueras ardiendo a la vez. Los cadáveres son colocados en las piras envueltos unos en mortajas de lujosas telas festoneadas de adornos dorados, otros en simples sudarios blancos. Previamente los cuerpos son introducidos amortajados en las aguas del Ganges, en una postrera y definitiva ablución sacra antes de ser incinerados. Tras el remojón, son colocados descuidadamente en el suelo a la espera de su turno de incineración. A algunos se les puede ver los pies sobresaliendo por debajo del sudario. El hijo primogénito de cada difunto, con el pelo rapado al cero, es el encargado de encender la hoguera, tras circunvalar ritualmente varias veces la pila de troncos. Unos empleados tienen la misión de remover la leña y atizar las llamas para una mejor combustión: son 'castless', según apunta un asistente a los ritos, gentes sin casta, descastados. Ningún hindú de casta aceptaría faenar en estos menesteres, considerados impuros. De vez en cuando los cuidadores ensartan con un palo algún resto humano semicalcinado y lo vuelven a colocar donde más vivo está el fuego. Una pelvis ennegrecida que se queda a medio quemar es prendida con dos palos a modo de pinzas y arrojada al río, palos incluidos. Un poco más abajo se baña la gente. Un hombre se zambulle allí mismo con un cesto cónico de mimbre, extrae barro del fondo del río, lo criba, y retira varios objetos que va guardando en el cesto. Monedas, anillos, dientes de oro, lo que sea. La turbiedad plomiza de las aguas está coloreada de guirnaldas de caléndulas flotando. 
   El ghat de cremaciones está encajonado como si fuera un patio abierto por uno de sus lados al río, entre una apretada profusión de templos, 'chatris' (templetes o capillas) y pabellones de piedra con arcadas a modo de lonjas (fotos 27 y 28). Hay montones de leña apilados por todas partes entre los chatris, y también en las barcazas atracadas. En unos locales pesan la leña con una gran balanza y unas enormes pesas de hierro, y es bajada a la plataforma a hombros de un empleado. En un país como la India, que sufre un fuerte proceso de deforestación, la leña es muy cara, y no todas las familias se pueden permitir el gasto de una cremación completa, por lo que los cuerpos quedan a veces a medio consumir cuando sus restos son ritualmente arrojados al Ganges. En una tienda adyacente venden telas de mortaja, vasijas, polvos de colores y demás elementos funerarios para colocar sobre el cadáver o la pira. Un par de niñas mendiga unas rupias bromeando con la gente; le toman el pelo a un hombre que, entre risas, hace un amago de golpearlas con una estaca. Los niños corretean también por aquí haciendo volar sus cometas de papel. El ambiente no es fúnebre ni solemne, sino más bien alegre y distendido. Si la muerte en la India es sólo un tránsito a otra vida, en Benares es algo más: 'moksa', liberación, la ruptura de las cadenas del karma, la escapatoria de la rueda del 'samsara', el imparable ciclo de reencarnaciones de los seres que componen el universo de los sentidos. 
Benares   Por todo el ghat se agolpan nutridos grupos de espectadores, que charlan y bromean sentados contemplando el fuego. Un barbero afeita a un hombre, familiar de un fallecido, delante de las hogueras. Un vendedor de periódicos pregona sus ejemplares. Presuntos masajistas agarran de la mano a los viandantes y, sin esperar a su permiso, se enzarzan a hacerles masajes en la palma, mientras les aconsejan que se relajen; a continuación les proponen masajes de espalda, brazos y cabeza. Otros hacen una demostración más completa: se ponen a frotar sin previa consulta y con enérgico ahínco los hombros y la cabeza del cliente potencial, y hasta le frotan los ojos con los pulgares. Un brahmán invita a los curiosos a visitar un templo de Siva, allí cercano, desde donde se pueden divisar mejor las hogueras. Dos vacas se ponen a pelearse en mitad de la plataforma de las hogueras, y de una embestida casi precipitan a un hombre al Ganges. Las tienen que separar cuando están a punto de desbaratar las piras. 
   La mansa superficie del Ganges se ve de pronto salpicada con pequeñas erupciones de chispas plateadas, que parecen planear sobre las aguas unos instantes y extinguirse súbitamente. Son pececillos voladores, que a estas horas suelen saltar por encima del agua en centelleantes bandadas. Alguien comenta que bajo estas mismas aguas se cría también una especie de tortugas, que suelen dar buena cuenta de los restos de cadáveres a medio quemar arrojados al río, los que aún no han sido devorados por los buitres u otras aves carroñeras. 
 
   Dos hermanos, un chico y una chica que viste pantalones y un chal color castaño, se disponen a hacer una puja al Ganga. Se plantan de pie muy firmes de cara al río y con varas de hierro golpean rítmicamente y al unísono un tambor metálico, mientras un brahmán oficia la ceremonia sin dejar de salmodiar mantras. Dos brahmanes y otro niño se suman tocando más instrumentos de percusión, a distintos ritmos desacompasados, montando una algarabía que de lejos se oye como si fuera un ejército que se acerca. Dominando por encima del tutti, ataca un instrumento de viento con una larga nota sostenida de timbre profundo, que empapa el ambiente de una extraña magia en la que todo parece quedar en suspensión. Los devotos se arraciman alrededor de los brahmanes y rezan de cara al Ganges. Depositan luego sus puja en forma de lamparillas flotantes. Hojas de árbol plegadas y cosidas en forma de pequeños cuencos, en los que se depositan flores (caléndulas, tajetes, lotos, jazmines), y un pequeño recipiente con un poco de cera y una mecha a la que prenden fuego con un fósforo, antes de abandonarlos a la deriva. Unos niños invitan a los paseantes a depositar unas monedas en las lamparillas: "Ganga puja", proclaman. Desde la orilla de enfrente, el sol hace también su puja poco antes de esconderse tras el horizonte: despliega sobre las aguas una gran alfombra dorada, que cruza de lado a lado el vasto cauce, rielando en sus tenues ondas. "Al final, el claro ocaso lanza una guirnalda de oro, / Y la dulce Noche lo inunda todo silenciosamente". 
   Empieza a oscurecer. Los mosquitos atacan. Pasa un niño que lleva asida por la cola una rata muerta colgando. Una cabra se zampa una cometa de papel. Un 'astrólogo' se acerca y ofrece leer la palma de la mano y predecir la fortuna. Es inútil alegar escepticismo: "You have to believe. I read your future", asegura. Le interrumpe un repentino jaleo de voces. La gente señala con el dedo a las aguas, sumidas ya a estas horas en la negrura de la noche. Desde las profundidades del río emerge un oscuro y voluminoso bulto que avanza a ras de agua y se acerca en dirección a la escalinata donde se encuentran los orantes. Cunde cierta alarma, aunque sólo momentánea, ya que la negra masa de pronto da media vuelta y se aleja nadando: es un delfín de agua dulce. Abundan en el Ganges (delfín gangético se denomina la especie); se diferencian del delfín común en que tienen un cuerpo más grande y el dorso como encorvado. 
   Ya de noche cerrada, una barcaza cruza de una a otra orilla del río y un pasajero va soltando lamparillas cada cierto tramo, de forma que crea una cadena luminosa que atraviesa el Ganges de parte a parte. Mirando al cauce sólo se ve una espesa oscuridad, punteada por cientos de temblorosas lucecitas que navegan lentamente río abajo grandes distancias, a veces en fila india, hasta que al fin se pierden a la vista en la lejanía. 
   Los ghat de noche están muy poco iluminados, excepto los de cremaciones, que continúan ininterrumpidamente hasta muy tarde. La iluminación en general es a base de lámparas y antorchas de petróleo, escaseando las farolas de luz eléctrica. En ciertos ghat que quedan totalmente a oscuras, hay que alumbrarse con una linterna de mano si se quiere evitar caer en socavones o pisar aguas fecales. Aunque es noche avanzada, y ya no se ven mujeres por los ghat, todavía hay niños que juegan cerca de las piras crematorias. Pasa un obeso señor con aspecto de capitoste rodeado de seis policías. Un barquero comenta que andan controlando los ghat en busca de drogas y vendedores de drogas.
   En muchos rincones de los ghat se ven mendigos que están durmiendo tumbados en las mismas escaleras. Ésa es su vivienda. No tienen otra. 
Benares 
   Levantándose a las 5 de la mañana, antes del amanecer, se puede llegar con un rickshaw hasta los mismos ghat, pues a esa hora no hay tantas aglomeraciones de tráfico. El día amanece algo nublado y no sale el sol hasta más tarde. Como hace frío, ese día no acuden muchos nativos a las abluciones matutinas. Pero sí acuden miles de turistas, que parece mentira que Varanasi albergue tantos, pues durante el resto de la jornada casi no se ven. Los guías les han aleccionado de que el mejor momento para visitar los ghat es a la salida del sol, que es cuando están más animados. De modo que han puesto todos el despertador a las 5 para ver los famosos baños rituales de Benares, antes de salir presurosos hacia el aeropuerto para tomar el avión y proseguir su programa de viaje rumbo a Katmandú o Khajuraho. Grupos organizados se arrastran por la calle, mirando bien por donde pisan, siendo acosados por todos los flancos por tribus de vendedores y pordioseros. Caminan en estado de sonambulismo haciendo oídos sordos a los enjambres de niños que venden postales o collares. Grandes grupos de japoneses taponan literalmente las calles de acceso a los ghat. 
   Los mendigos también madrugan, pues a esas horas es cuando más oportunidades tienen de que caiga una limosna. Se colocan alineados en las escaleras de llegada al Dasashvamedha, uno en cada peldaño y en hilera, cada uno con su escudilla de metal (foto25). Los grupos organizados de turistas no tienen otro remedio que desfilar justo por delante de la hilera de indigentes, los cuales les tienden la escudilla para pedir una voluntad. En el peldaño superior y a la cabeza de la hilera de mendigos, se instala uno que deposita sobre un trapo tendido en el suelo varios montoncitos de monedas. Es el cambista, el encargado de cambiar las rupias por monedas más pequeñas. Por cada rupia, diez monedas de diez paisas (céntimos de rupia), que de esta forma se pueden repartir cómoda y ecuánimemente entre diez mendigos: clang, clang, clang... una moneda en cada escudilla. También puede servir de limosna un simple puñado de arroz. En esta corte de los milagros no faltan tullidos y lisiados que exhiben toda clase de deformidades en sus cuerpos contrahechos. Víctimas de poliomielitis, con las piernas reducidas a meros apéndices inservibles que doblan y cruzan por encima de sus nucas, para poder caminar sobre las manos. O enfermos de elefantiasis, con los pies hinchados como grandes e informes bultos de carne que arrastran por los suelos. 
   Los turistas son introducidos en barcas en grupos de 30 ó 40 pasajeros cada una, todos armados de cámaras fotográficas que disparan compulsivamente como si fuera la primera línea del frente en una guerra. Se ve un continuo destellar de flashes desde el río, y el verdadero espectáculo lo dan los forasteros, más que los indígenas en las abluciones. Hay más turistas en las barcas que nativos en las orillas. Los nativos se muestran indiferentes, excepto alguno, que de un manotazo salpica con agua una barca en ademán de ahuyentarla. Algunas barcas se arriman al ghat para que los turistas puedan fotografiar de más cerca, y molestan así a los bañistas, que tienen que interrumpir sus ritos para apartarse. 
   Un sadhu flota plácidamente en el agua haciendo la plancha. "Making yoga", comenta alguien que le está observando. En la orilla se ha encallado el cadáver hinchado de un perro. Sale el sol, de intenso rojo, y tinta el agua del Ganges con un tono cobrizo. Aparecen delfines. Apenas asoman sobre la superficie su lomo arqueado y su aleta dorsal, cuando vuelven a desaparecer en silencio. Dos hombres nadan a braza y espalda muy adentro río arriba hasta perderse de vista. Hay también gimnastas haciendo flexiones o levantando pesas, o zambulléndose en el agua desde lo alto de las capillas. Se aplican aceite en el cuerpo a sí mismos y luego los unos a los otros. Unos hacen pesas usando un palo con una piedra atada a la punta, que se pasan por la espalda y apoyan ora en un hombro ora en otro. Otras pesas tienen la forma de bates de béisbol gruesos. Sigue haciendo frío. Un grupo de hindúes practican un 'Ganga puja' acompañados de música y fuego. Se acerca una barca a un ghat donde hay muchas mujeres y ancianas, éstas con los senos al aire, practicando sus abluciones matutinas. Un guía explica en perfecto castellano a un grupo de españoles que van en la barca: "En todas las religiones del mundo la mujer es más creyente que el hombre, y los viejos más que los jóvenes". 
  
  
   La larga sucesión de escalinatas que bordean la orilla izquierda del Ganges a su paso por Benares están dominadas desde las alturas por una sucesión de esbeltos palacios y fortalezas de tres, cuatro o cinco pisos, de una riqueza arquitectónica digna de maharajás (fotos 29, 30 y 31). Sus ménsulas artísticamente trabajadas soportan varios rangos de pisos superiores realzados de galerías y pabellones. Todo está, no obstante, descuidado, sin una labor de mantenimiento, con pastiches arquitectónicos incrustados. Un gran palacio tiene un portalón de fachada por el interior del cual se prolonga un Benaresghat que asciende en empinados escalones, permitiendo la entrada libre al recinto. En los pisos de arriba hay patios interiores, con galerías a distintos niveles de arcos polilobulados y enlucidos de cal (foto33), y balcones de columnas parapetados por celosías desde donde se divisa el valle del Ganges en amplia panorámica. Dentro del complejo hay englutidos dos 'mandapas' (salas columnadas) de templos hindúes, uno totalmente pintado de blanco, el otro multicolor. En distintas estancias, cámaras y alcobas abiertas en los intrincados pasillos que recorren estas instalaciones, viven varias familias. La imparable presión demográfica de la ciudad ha desbordado todos los antiguos límites, y numerosos grupos de población han terminado por ocupar los viejos palacios abandonados a raíz de la pérdida de privilegios y consiguiente declive de los rajás y las elites nobles de la India, tras la independencia. 
   En un rincón, sentada en el suelo, una abuela limpia guindillas verdes picantes, ingrediente imprescindible en cualquier menú de la cocina india. Un joven en langota hace flexiones de gimnasia metido en un nicho abierto en el muro. Por los salones, antaño lujosos, hay atadas cuerdas de columna a columna, de las que cuelgan cientos de saris, dhotis, longhis y pijamas puestos a secar. Algunas prendas están extendidas por los suelos tapizados de polvo. Un señor ejerce de contable del lugar: comenta que viven muchas familias en el recinto del palacio, pero como las capillas internas son de culto hindú, no se permite que habiten familias musulmanas en las dependencias. El lado opuesto del palacio comunica con la calle por una puerta muy modesta, que contrasta con la monumentalidad del portal que da al Ganges.
   
  
   En otro palacio que luce un balcón soberbio de ménsulas y columnas colgado sobre el ghat de Man Mandir, se puede visitar un antiguo observatorio astronómico instalado en su azotea. Es el observatorio de Jai Singh II, inaugurado por Man Singh de Amber. Se trata de uno de los cinco observatorios que mandó construir en la India el poderoso maharajá rajput Jai Singh, conservándose los más importantes en Jaipur y Delhi. El de Benares es de pequeñas dimensiones, apenas ocupa la planta de la azotea, pero exhibe una insólita y prolija colección de artilugios astronómicos construidos al aire libre en ladrillo y revocados de estuco (foto34). Es un extraño dédalo de esferas, cuadrantes y gnomons, orientados con suma precisión, que servían y sirven para medir declinaciones, ángulos horarios, o determinar la posición de cuerpos celestes. Un señor encargado de la vigilancia vive aquí con su hijo pequeño, un escolar que vuelve de clase portando una pizarra con palabras en hindi escritas con tiza. 
   El observatorio fue restaurado en 1911. Así lo recuerda una lápida que reproducimos parcialmente, sólo por dar una idea de las rimbombantes fórmulas protocolarias que se estilaban en la época del Raj. Comienza así: "This observatory: Originally constructed by Maharaja Sawai Jai Singhji of Jaipur in A.D. 1710. Was restored in A.D. 1911 by the order of the Major General His Highness Saramad-i-Rajaha-i-Hindustan Raj Rajinder Sri Maharajadhiraja Sir Sawai Madho Singhji Bahadur Knight Grand Commander of the Most Exalted Order of the Star of India, Knight Grand Commander of the Most Eminent Order of the Indian Empire, Knight Grand Cross of the Royal Victorian Order, (aquí un fragmento censurado) Donat of the Order of the Hospital of St John of Jerusalem, Doctor of Laws (Edin) of Jaipur (...)". Etcétera. 
   
  
   Por unas escaleras oscuras se sale a una zona de callejuelas que se bifurcan a distintos niveles, con templos absorbidos en su laberíntica estructura. Bajando por cuestas escalonadas que atraviesan pequeños túneles se desemboca en el Lalita Ghat, cerca del Templo Nepalí. 
Benares   El Templo Nepalí (o Rajeswar Mahadev Temple, consagrado a Siva) llama la atención por su singularidad arquitectónica, que no responde al estilo 'nagara' propio de los templos hinduistas de la India septentrional y de Benares, con sus característicos 'mandapas' columnados y 'sikhara' en forma de pan de azúcar, sino que reproduce exactamente los rasgos estilísticos de una pagoda del valle de Katmandú: fachadas de ladrillo visto con vigas y paneles embutidos de madera tallada (foto35), dos pisos con techumbres que sobresalen en voladizo, y esculturas de corte erótico en las tornapuntas. Dos leones de piedra hacen de centinelas de la puerta de entrada. 
   Al lado del templo a duras penas se sostiene en pie una casa típica nepalí que está siendo restaurada por el Archæological Survey of India. Ostenta buenas celosías de madera tallada en las ventanas (foto36), planta baja y patio interior con columnatas dobles, también de madera; pero todo se halla en estado de gran abandono, a medio restaurar y a punto de hundirse. Ni el gobierno de Nepal ni el de la India invierten mucho dinero en la restauración, que se está financiando parcialmente con las 'pujas' de los turistas, según informa un encargado. Añade que las tallas del templo se renuevan cada cuarenta años; la madera de secuoya ha de ser importada del Nepal; y como aquí no se sabe trabajar este tipo de talla de madera, también han de ser traídos del Nepal los artesanos. La calidad de las tallas nuevas es tan buena como la de las antiguas. 
   Templo y casa forman un hermoso conjunto, a contraterreno en la pendiente, rodeado de un laberinto de escaleras y explanadas aterrazadas a distintos planos de altura. De noche, hay que circular con precacución por los callejones circundantes, que están sumidos en la total oscuridad, y son muy resbaladizos a causa del barro del pavimento. Hay marcas de nivel pintadas en los muros de casas y santuarios: "Hasta aquí llegó la inundación del 71". "Hasta aquí la del 78". 

 

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Benares
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Fotografías: Eneko Pastor 
Realizadas en Benares (India)

   


 

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