Exposiciones fotográficas

Benares. Microcosmos de la India

Incidentes de viaje en rickshaw


   Para un joven que no ha tenido oportunidades de estudiar o para un adulto sin cualificación, dedicar la fuerza de sus músculos a la ardua tarea diaria de conducir un rickshaw puede ser un recurso para salir adelante en la vida. Pero la competencia en este terreno es abrumadora, la oferta mayor que la demanda, y cada posible pasajero es disputado por un enjambre de conductores que acechan durante horas en la calzada la llegada de un cliente. 
   Observemos un caso entre miles. Es un conductor de rickshaw de veintipocos años, extremadamente delgado, tez oscura, vestido con camisa, longhi y chancletas, y de mente muy despierta (la lucha por la vida obliga). Más que elegirlo nosotros como conductor, es él quien nos elige como pasajeros. Se llama Hassan y es musulmán. Nos ayuda a subir y acomodarnos en el estrecho asiento del carro, y antes de que podamos pronunciar palabra, monta sobre el sillín de la bicicleta y se lanza a pedalear, lento en el momento del arranque, con más ritmo al cabo de un rato, arrastrando tras de sí la pesada calesa. Sólo entonces pregunta a dónde vamos. 
   Hassan es un joven muy dicharachero que habla más que pedalea, y los idiomas no le suponen la menor barrera: además de su lengua urdu natal, charla con soltura en indinglish e italiano macarrónico ("guardare esto, guardare lo otro"). Aprovecha el viaje para insertar cada cierto tramo publicidad, y anuncia que mañana nos lleva a ver todos los sitios, los sitios que queramos de Benares, todo el día de sightseeing por cincuenta rupias. Que probemos a ver si da o no da buen servicio. Que paguemos sólo si nos quedamos contentos. 
Benares   Al hablar vuelve constantemente la cabeza para mirarnos, dando la espalda al tráfico que viene de frente, lo que nos provoca momentos de pánico, visto el caos circulatorio que se desarrolla ante nuestros ojos, y nos tiene con el alma en vilo por los continuos sobresaltos derivados de los desencuentros con camiones o combinaciones carambolescas de perro + moto + vaca + cabra + rickshaw. Presenciamos en el trayecto una horrible escena de un perro recién atropellado que yace en mitad de la carretera desangrándose por la cabeza y con convulsiones por todo el cuerpo, sin que nadie lo socorra. Aunque Hassan se fatiga y jadea y resopla, no ceja en sus pedaladas y en su conversación. Cuando hay una cuesta arriba, su velocidad se ralentiza hasta que tiene que apearse de la bici y continuar a pie, jalando con todas sus fuerzas del rickshaw con sus pasajeros. Pura tracción humana, como los 'coolies' que todavía se pueden ver en Calcuta arrastrando los carros no con una bicicleta sino con sus brazos y piernas. La explotación del hombre por el hombre en toda su descarnada crudeza. No hay paliativo posible para los contradictorios sentimientos de culpabilidad que nos invaden; la explotación se desarrolla ante nuestros mismos ojos, a cuatro palmos de nuestras narices, y en beneficio de nuestras propias personas. No podemos dejar de ver cómo la espalda de Hassan se va empapando poco a poco de sudor, ni de oír cómo sus jadeos van en aumento. Si aligeramos lastre bajando de un salto del rickshaw para aliviarle el peso durante las cuestas, se muestra casi ofendido, y deja claro que es capaz de remontar la pendiente por sí solo con su carga. 
 
   La heterogénea romería de carros-buses-bicis-camiones, interceptada a cada momento por peatones y animales, progresa con dificultad por la carretera, más ratos parada que avanzando, acompañada de una sinfonía de bocinazos que no tiene fin. En el pandemónium de tráfico, los claxons se hacen sonar, no para dejar paso libre, sino para que el peatón (o el animal) se entere de que se le avecina un vehículo y reducir así las posibilidades de atropello. La infernal cacofonía de bocinas que taladra a todas horas los tímpanos de los transeúntes no sólo es soportada estoicamente, sino alentada: algunos camiones llevan un rótulo trasero que aconseja 'Horn please'. Hassan se baja del rickshaw para recuperar la chancleta de plástico que se le ha caído, debido a que los pies le sudan, según explica. El cansancio por el pedaleo no le impide echar largas y atentas ojeadas a todas las chicas guapas que pasan. Más adelante se le cae otra vez la chancla, y tiene que retroceder veinte metros a recogerla, paralizando el tráfico por completo. Una moto pega un topetazo en un lateral del rickshaw. Hassan regaña indignado al motorista, haciendo un gesto de juntar las manos palmas arriba, pero no se enfada demasiado. Nos pide que comprobemos a ver si el golpe ha dejado marcas en el carro. 
   Vemos que otros coches y vehículos se golpetean y se rozan la carrocería unos a otros de continuo, si bien los roces no afectan apenas a los automóviles, de lo abollados que están, ni a sus chóferes, de lo acostumbrados que están. El tráfico es una barahúnda pero se desarrolla con muy poca agresividad; nadie grita, nadie se enfada, no se insultan. (Excepto si se produce un accidente mortal, que entonces puede formarse una algarada que termine con el linchamiento del conductor. Así dicen los periódicos que sucedió ayer en Puri, con un niño atropellado por un coche cuando iba en rickshaw al templo de Jagganath. Las multitudes enardecidas lapidan con ladrillos al culpable y a los policías que acuden: tres muertos. El chief-minister de Orissa se libra por los pelos de ser apedreado en su automóvil, que casualmente pasaba por allí. La policía repele ataques con armas de fuego. Se reproducen disturbios en distintos puntos de la ciudad). 
   En una encrucijada de carreteras, un grueso policía que intenta infructuosamente poner un poco de orden en el caos blande un palo, amenaza con él a un conductor de rickshaw, y sacude un contundente porrazo en la espalda a otro, para que ahueque el ala. El rickshaw se aparta cabizbajo sin proferir la más mínima queja, y desaparece. Al cabo de un kilómetro el tráfico se hace menos denso y aumenta de velocidad. Una moto adelanta rozando y su manillar engancha al pasar la correa de una bolsa, rompiéndola. Un coche Ambassador con una imagen de Siva de plástico en el parabrisas, corre embalado, a claxonazo limpio, y sortea los camiones y autobuses que vienen de frente por el procedimiento de dar un volantazo en el último segundo. En la carretera a Jaunpur, un cartel oficial de tráfico recomienda: 'Always Avoid Accidents'. Más ingenioso era otro cartel visto hace años: 'Better arrive in peace, not in pieces'. 
   Al pasar junto a un local cinematográfico, que es todo un edificio exento con cierto aire art-deco, Hassan nos comenta su afición al cine, y nos recomienda unas cuantas películas, entre ellas su favorita, 'Mother India', que ha visto varias veces. Nos invita asimismo a pasear en su rickshaw por la zona musulmana, que él conoce muy bien. Cuando la circulación se hace más tranquila, le pedimos que nos deje conducir el rickshaw un rato, a lo que accede sin problemas. En el intervalo consigue recuperar algo de aliento. Pero no es fácil dominar el manillar de un rickshaw, que requiere su técnica en la tracción del carro posterior, y nada más arrancar, el trasto se escora fuerte a la izquierda hasta chocar con un camión estacionado. Insistimos en probar de nuevo, pero esta vez el rickshaw se precipita en una zanja. Hassan nos suplica que volvamos al asiento, nos sustituye a los pedales, y ya no nos deja conducir más. 
 
   Entramos otra vez en una zona de tráfico denso: nos vamos acercando al centro de la ciudad. Todos los vehículos deceleran su marcha, y ahora se avanza más rápido a pie que en rickshaw. Un señor camina a la par del rickshaw y va haciendo a los pasajeros publicidad oral de su tienda de sedas y brocados. Hassan ahuyenta al individuo con un gesto de la mano; fuera competidores. 
   Por una calle transversal desemboca como una riada una manifestación política amenizada con charanga, y los manifestantes (los varones por un lado, las mujeres por otro) marchan respondiendo a coro consignas a las preguntas que grita un portavoz por un megáfono. A continuación desfilan ocho mujeres en fila; cada una porta un cubo de plástico boca abajo, un altavoz incrustado en el cubo, y unos círculos de bombillas fluorescentes, conectadas unas a otras con mangueras de cables. Más atrás viene un carro con las baterías. Cruza la carretera un dromedario guiado por un campesino. Entre la multitud hay un grupo de músicos ataviados con vistosos uniformes blancos, provistos de hombreras y gorros empenachados, portando instrumentos de viento. Son miembros de una de las bandas acompañantes de los mítines y procesiones que se celebran por todo Benares con motivo de la campaña para las civic polls, que se va animando día a día. Aparecen más símbolos y emblemas de candidaturas: escudos con dos espadas cruzadas, un arco y flecha, una máquina de coser eléctrica. 
   Conforme pasan los días va aumentando el número de actos electorales en la calle. Al ya imposible tráfico se suman los mítines callejeros, que tienen lugar en cualquier plaza o vía pública. Señores vestidos de blanco subidos a los estrados pronuncian encendidos discursos por altavoces y a voz en grito, enardeciendo a las audiencias sentadas en el asfalto. A los decibelios de las arengas se suma el ruido infernal de los bocinazos de los atascos que provocan los mismos mítines, mezclado con las cancioncillas populares distorsionadas a todo volumen por los aparatos de radio de las tiendas, que parece se ponen de acuerdo para sintonizarlos todos a emisoras distintas. Quien venga a la India en busca de cosas como paz, yoga, calma, meditación, que no caiga por aquí. Hay otros oradores que son más insulsos, tan monótonos en la dicción y repetitivos en los gestos, que las audiencias se les aburren y se van a otros mítines. Un grupo de jóvenes en manifestación reparte a la gente panfletos del partido del Congreso. "The party of success", proclaman con convicción. 
   Cerca ya del centro, se cruza otra caravana política con su banda de músicos uniformados, sus luces de colores, y esta vez un elefante, elegantemente enjaezado y maquillado. Sobre su lomo va un guía, controlándole con una vara. Hassan cuela su rickshaw en medio de la caravana, con el fin de poder seguir avanzando en su misma dirección, pues no hay otro hueco en toda la calle. La comitiva se atasca. El elefante se acerca por detrás al rickshaw hasta tocarlo suavemente con la testa, y también se detiene, colocando la cabeza a nuestra altura y observándonos con sus ojos pequeños e inteligentes. Al reanudar la marcha, nos cruzamos con otro elefante que viene en dirección contraria. La campaña electoral debe de estar en su momento álgido. Por todos lados se ven pequeñas manifestaciones coreando consignas. Un director de fanfares está solo en medio del gentío, escrutando a su derredor; parece que estuviera buscando a los miembros de su banda, que se habrían desbandado y perdido en la vorágine. 
   El tráfico está atorado. Cruzar la calle es atravesar una barrera compacta de vehículos. En algunos tramos hay máquinas asfaltadoras y apisonadoras reparando la calzada, que bloquean aún más la circulación. La calle principal de Benares está cortada con un mítin del partido del loto, que presenta de candidata a una mujer (aparece en carteles levantando los dedos en uve). El callejón por el que hay que desviarse no traga tanto tráfico y está a oscuras. Se forma un tapón descomunal. Otro mítin en otra arteria importante colapsa todo el tráfico sin contemplaciones. El orador es elocuente; tiene a toda su audiencia en vilo y bebiendo en silencio cada una de sus palabras. 
   Ha llegado el momento de dejar el rickshaw, pagar la carrera y despedirnos. Hassan está al borde del agotamiento físico, con la camisa empapada de sudor. Pero no se le agotan las ganas de charla. Nos explica que la vida del rickshaw es muy dura, que él fue estudiante pero que su padre murió y tiene tres hermanas (incluye esto entre las desgracias), y ha de ganarse la vida desde entonces. No tiene casa ni cama. Duerme en el mismo rickshaw. Se acuesta a las 12 de la noche y se levanta a las 4 de la madrugada. El rickshaw no es suyo, sino propiedad de un jefe que tiene, al que ha de pagarle 30 rupias al día por el arrendamiento del vehículo, haga las carreras que haga. Hassan se empeña a toda costa en que nos citemos para mañana, para visitar los monumentos de la ciudad. Nos esperará en el lugar que queramos a la hora que queramos. "You take my rickshaw, not another rickshaw". 
Benares 
   El diario The Times of India informa de que en algunas ciudades continúan produciéndose brotes de violencia callejera en la campaña para las elecciones municipales. Veamos otras noticias publicadas ese día: en Calcuta se está extendiendo una epidemia atípica de malaria. Hay nueve fallecidos y cunde el pánico entre la población. Todo el mundo está comprando cloroquina. El gobierno recomienda utilizar mosquiteros y evitar las aguas estancadas (¿cómo?). Advierte sobre los efectos secundarios de las medicinas, que pueden provocar ceguera. El Taj Mahal se está deteriorando por la masiva afluencia de turistas. No fue concebido para ser hollado por tanta gente; la humedad corporal que desprenden los visitantes deteriora las piedras; los jardines se marchitan. El supuesto suicidio de una mujer resulta ser un asesinato por parte de su familia política. Tenía 18 años y llevaba año y medio casada, fue estrangulada y luego quemada con queroseno, según revela la investigación post mortem. 
   Conversando con un paisano que lleva varios meses recorriendo la India, con quien compartimos mesa en un cafetín, sale a relucir esta última noticia, y el viajero nos comenta lo mal que lo tienen las mujeres en este país. Nos recomienda leer sobre este asunto el libro 'Que seas madre de cien hijos' ('May you be the mother of a hundred sons', de Elisabeth Bumiller, Penguin Books, 1990), título que alude a la fórmula habitual con que los familiares se dirigen a la novia el día de su boda para desearle una buena descendencia. El libro repasa temas como el de la dote de bodas, que tanto condiciona la estructuración de la sociedad hindú. O sea, el pago que debe efectuar la familia de la novia a la familia del novio al concertar la boda. Hoy la dote se negocia hasta en especias: un reproductor de vídeo, una motocicleta, etc. El novio y la novia ni opinan ni se conocen entre sí. No hay amor de por medio. Sólo transacciones económicas. El futuro esposo está esperando más a la dote que a la mujer. Por una dote se puede arruinar una familia, o entramparse hasta el punto de tener que poner a trabajar a los niños de la casa hasta condonar la deuda. Oficialmente el sistema de dotes está prohibido en la India, al igual que está prohibido el sistema de castas. Oficialmente. Pero en la realidad se sigue practicando, y a partir de ahí surgen fuertes conflictos derivados de promesas de dotes que luego no se pueden cumplir, llegando en algunos casos al homicidio. Por el método, por ejemplo, de rociar de queroseno el sari de la esposa y prenderle fuego. Luego se alega "accidente hogareño". Sólo en Delhi se detectan seiscientos casos semejantes al año. El viajero nos habla también del 'sati', o la arcaica costumbre de la autoinmolación de las viudas en la pira de cremación de sus maridos. El rito del sati se suponía erradicado desde la época del Raj británico, pero aún se dan casos aislados: el último hace muy pocos años. Y del tema del infanticidio selectivo. Hay pueblos donde sólo nacen un 25% de niñas contra un 75% de niños, porque al resto las sacrifican recién nacidas. "Es una desgracia nacer mujer en la India", sentencia. 

  

   
Templos vivientes, palacios agonizantes

   
 
   A la mañana siguiente, encaminamos nuestros pasos hacia el Templo de Durga. Las calles que se aproximan a este popular templo están archiabarrotadas de rickshaws, y totalmente obstruidas con el habitual embotellamiento de surtidos vehículos que no pueden ni avanzar ni retroceder. 
   Hay un rótulo a la puerta del templo anunciando que no se permite la entrada a no-hindúes, pero es una norma que se cumple con mucha laxitud. Un señor pinta un punto rojo (el 'bindu') en la frente a los visitantes. El complejo data del siglo XIX. En el centro de un patio porticado se levanta una Benaresimponente torre en sikhara recién pintada de un deslumbrante rojo carmesí (foto54), que custodia en su interior la cámara más sagrada del santuario, la que alberga la estatua de la diosa Durga. Adosada al sikhara, contrasta por su blancura la sala columnada que hace de vestíbulo al santa-santórum, un mandapa de columnas de piedra ricamente trabajadas con ornamentos en relieve. De pilar a pilar cuelgan campanas sujetas por cadenas, de distintos tonos de tañido, que los fieles están haciendo continuamente sonar durante las ceremonias, creando un fondo continuo de música atonal improvisada (foto55). Las campanadas arrecian cuando el brahmán oficiante cierra las puertas de la celda en que mora la imagen de Durga, y no cesan hasta que las vuelve a abrir. Entonces los devotos rezan a la diosa, le dirigen ruegos, le solicitan bendiciones, se prosternan hasta tocar con la cabeza el suelo, le ofrecen flores como puja, dan un donativo al sacerdote. Durga ('la inaccesible') es una de las manifestaciones de la 'shakti' o energía cósmica femenina, y cónyuge del dios Siva. Aunque de extraordinaria belleza, y ataviada de suntuosos vestidos y joyas, puede presentar un aspecto sumamente amenazador ante sus enemigos; no en vano es pareja del dios de la Destrucción. Su representación icónica más común (Durga Mahishasuramardini) la muestra cabalgando un león o un tigre y provista de un gran número de brazos, blandiendo cada uno un tipo diferente de arma divina. Así pudo matar al demonio Mahisha, una especie de minotauro con cabeza de búfalo. 
   El jaleo de rezos y campanazos se mezcla con los chillidos de los monos que invaden el recinto del santuario, donde campan a todas horas por sus respetos. El templo de Durga es también conocido como 'templo de los monos', y no por casualidad. Los macacos son aquí considerados sagrados. Los clérigos les dan de comer, y les permiten circular y alojarse por sus dependencias, que se llenan de nutridas y alborotadoras colonias simiescas (foto58). En medio de las ceremonias, los macacos se persiguen unos a otros jugando al que-te-cojo, se agarran en cadena y forman un tren, gritan, irrumpen en tropel en la capilla principal, asustando a los fieles que han entrado a hacer una puja a Durga. No dejan un instante de incordiar a los feligreses, que los espantan y los esquivan como pueden. Son muchos, y entre ellos los machos grandes imponen; uno se acerca a otro por la espalda y le hace unos ademanes de copular un tanto inapropiados en un recinto sacro, pero a nadie Benaresparece importarle. Los macacos son agresivos y no hay que tocarlos, advierte un brahmán, sino dejarse tocar por ellos. De vez en cuando les da por subirse por sorpresa a la cabeza de las personas, de un brinco, o utilizar su cuerpo como plataforma para coger impulso y saltar más arriba, a un segundo piso.
   Alguien aconseja llevar una estaca en la mano para mantener a los monos a raya y demostrarles quién es el macho dominante. Basta con enseñarles el palo en actitud de amenaza para que se aparten, pero a nada que intuyan la más mínima vacilación contraatacarán con más insolencia. Y mostrarán hostiles, con una expresión de ferocidad, sus puntiagudos colmillos. A veces los monos han mordido a los forasteros que no sabían cómo tratarlos. Un guardián cuenta que una vez un macaco robó una mochila a un extranjero, se encaramó a lo más alto de la torre-sikhara, abrió la mochila, sacó todos los billetes de dólares que guardaba en ella y se dedicó a romperlos y a tirarlos, sin que nadie pudiera hacer nada. "Big money, but monkey no understand money". El extranjero lloraba a moco tendido. Había perdido todas sus pertenencias, a excepción del pasaporte, que por fortuna había dejado en el hotel. Una mona vieja y con varices en las patas traseras hurga en un matojo de cabellos que hay en el suelo del patio, para ver si atrapa algún piojo. La cabellera pertenecía a un niño que acaba de ser rapado al cero por sus familiares, en un rito dedicado a Durga (foto57). 
   Junto al templo de Durga hay un estanque rodeado de ghats donde los macacos buscan afanosamente cosas que llevarse a la boca rastreando el cieno del fondo de las orillas. Los monos no le temen al agua. Se zambullen en el estanque saltando desde la rama de un árbol, y nadan con soltura. No compre una bolsa de cacahuetes con la intención de ofrecer uno a un macaco, porque el macaco le arrebatará la bolsa y se quedará usted con el cacahuete en la mano. Su mismo nombre lo avisa: ma-cacos. 
   Cerca del templo hay un quiosco de mármol blanco que es un mausoleo erigido en el lugar donde murió un destacado yogui, Swami Bhaskaranand Samadhi. Aunque es de moderna factura, responde al típico estilo indo-islámico de la India septentrional, con sus amplios arcos polilobulados descansando sobre elaboradas y gráciles columnas. Se acerca un hombre vestido de blanco con turbante, que glosa detalles del monumento, para acto seguido pedir una puja. "I'm holy man" –afirma. De aquí se puede bajar enseguida a la orilla del Ganges a la altura del Assi Ghat, donde alquilaremos una barca de remos, con su barquero, para cruzar el río navegando rumbo a la fortaleza de Ramnagar. 
 
  
   Ramnagar es la única edificación que se divisa enfrente, en la despoblada ribera opuesta a la ciudad, allá lejos hacia el sur. La barca tiene que arrimarse bastante a la orilla para poder avanzar, pues va a contracorriente. De esta forma, en vez de remar, el barquero puede hincar el remo en el fondo, e impulsar el bote haciendo palanca. Se ven muchas aves en esta zona desolada. Una rapaz con aspecto entre águila y buitre, como un alimoche, garzas y otras zancudas, un martín pescador de vivos colores. Las carroñeras picotean restos de los animales muertos varados en los barros de la orilla. BenaresTambién los perros devoran carroñas y huesos en ribazos encenagados que hieden a putrefacción. El barquero informa medio en inglés, medio por señas (se señala el brazo y el pecho) que son trozos de carne humana provenientes de cuerpos a medio quemar en las cremaciones. No hay animal peor tratado en la India que el perro. Su sólo contacto se considera impuro; vagan por las calles famélicos, tiñosos y llenos de pústulas, con las llagas en carne viva de tanto rascarse. El barquero explica que llamarle perro ('kota') a alguien es uno de los más despectivos insultos que pueden proferirse en la India. Más adelante deja claro que la barca no es suya, sino de su patrón. Llegando ya a nuestro destino, se ven nuevas piras de cremaciones en la orilla. 
   El palacio-fortaleza de Ramnagar fue construido por el rajá Balwant Singh en el siglo XVIII. Éste era hijo del fundador de la dinastía de Ramnagar, Mansa Ram. Bajo el dominio británico, a partir de 1910 y hasta la independencia, fue cuartel general de los soberanos del estado de Benares, aunque paradójicamente no tenía jurisdicción sobre la misma ciudad. 
   El gigantesco murallón externo de la fortaleza es en verdad impresionante, con su ritmada sucesión de bastiones cilíndricos de piedra reflejándose en el agua (foto59). Detrás se levantan las casuchas de un pueblo que va creciendo para ciudad, que no se ven ni se adivinan desde el lado del río. Se accede al complejo por un pórtico monumental pintado de verde, flanqueado por cañones. En el vestíbulo hay policías que no sólo vigilan, sino que viven allí mismo. En el patio se ven camas, ropas tendidas y guardias acostados en 'charpoys', jergones de madera y esparto. 
   La arquitectura interior es poco interesante, a diferencia de otros fuertes y palacios reales en los que la India es pródiga, como los de Jaipur, Amber, Jodhpur, Mysore, Udaipur... Pero es posible curiosear por las cuadras de elefantes, y los antiguos apartamentos privados del rajá, transformados en museo. La visita es muy ilustrativa: permite contrastar en un mismo espacio los lujos de antaño con la decrepitud del presente. Ramnagar es un vivo símbolo del declive del poder de los rajás y maharajás de la India, desde que el país se emancipó de las riendas del imperio británico. 
   Las viejas cuadras de elefantes ya sólo albergan, como si fueran garajes, una colección de carrozas, coches y palanquines. Un carruaje recubierto con adornos de marfil duerme estacionado junto a un automóvil de los tiempos de Al Capone. Otro vetusto automóvil de marca Minerva llama la atención de unos belgas flamencos que están de visita: comentan que es la única marca de coches que se fabrica en Bélgica, y les divierte descubrir en Benares este enorme ejemplar pionero, al que en su día acoplaron una bocina en forma de serpiente. 
   En otras salas oscuras, destartaladas y llenas de un polvo de siglos se pueden contemplar un sinfín de variopintos objetos que pertenecieron a los soberanos: sillas de montar elefantes, adornadas con dibujos de animales y motivos de caza. Coronas para elefantes, con las que eran engalanados en desfiles y fiestas. Una sección de armas con trabucos y largas escopetas de cañón espigado. Un reloj imponente que da las horas, los días, los meses, el año, el signo del zodíaco y el ascendente. Tallas de marfil en miniatura ('very uncommon', dice un letrero). En una pared cuelgan fotos enmarcadas del penúltimo rajá de la dinastía: se le ve en una junto a Haile Selassie y en otra, para nueva sorpresa de los belgas, junto a los reyes Balduino y Fabiola. Trajes de gala. Muebles antiguos de fina marquetería. Alfombras oscurecidas por una gruesa capa de suciedad. Una sala de recepción cerrada al público, que sólo se puede contemplar atisbando por un pequeño orificio que atraviesa la puerta. Trofeos de caza, testas disecadas de ciervos. Cabezas y pieles de tigres. Un cocodrilo, un gavial, un oso disecados. Trampas para elefantes consistentes en unos tetraedros de pinchos que, esparcidos por el suelo, servían para impedir el avance de los paquidermos en las batallas. 

   En la travesía por el río de vuelta a la ciudad, el remero nos hace saber que quien no se da un 'holy dip' en el Ganga no ha hecho una visita completa a Benares. En consecuencia, dicho y hecho, decidimos darnos un baño de despedida ahí mismo, en la parte media y más profunda del cauce, lejos de las orillas, y nos zambullimos de cabeza en las sagradas aguas, pese a las protestas del remero que advierte que es peligroso nadar en esa zona por la presencia de delfines. Y transmitimos en silencio a Ganga nuestro deseo íntimo de que algún día podamos tener la fortuna de regresar a Varanasi. El agua está turbia, pero a buena temperatura. El sol se está poniendo. 
   Al pasar la barca frente a una pequeña mezquita de tiempos de Aurangzeb, de cuya bóveda de portal penden enormes panales de abejas, el barquero comenta que musulmanes e hindúes "fighting", enganchando los dedos índices en un gesto que significa pelea. Una bandada de loros color esmeralda surca el cielo con ruidosos graznidos. 
   Se nos cruza una barcaza que transporta un nutrido grupo de hombres y mujeres, vestidos con cálidos colores que se tornasolan a las luces del ocaso (foto60). Van entonando a coro una monocorde cantinela preñada de líricos acentos que parecen traslucir un deje de nostalgia. Son peregrinos tamiles, venidos a Benares desde el lejano estado sureño de Tamil Nadu. El barquero les pregunta qué es lo que cantan. Desde la otra barca vocean: "Gita". Se refieren al Bhagavad Gita, o Canto del Bienaventurado, el poema que condensa todas las esencias del hinduismo, recogido en el Mahabharata. Con el telón de fondo de las humaredas de los cadáveres incinerados, por asociación de ideas, nos vienen a la memoria retazos del texto, que podrían muy bien encajar como letra de los cánticos que escuchamos. 

   Como el hombre deja los vestidos viejos para tomar otros nuevos, así el espíritu abandona las cuerpos viejos y se interna en los nuevos.  
   Ni le hieren las armas, ni le quema el fuego, ni le mojan las aguas, ni le marchitan los vientos;  
   invulnerable es, incombustible, incapaz de ser mojado e inmarcesible; constante, omnipresente, firme, inamovible y eterno; imperceptible, incomprensible e inmutable es llamado.  
   Por tanto, conociéndolo así, no debes llorar por él, porque de todo ser que nace hay muerte cierta, y de todo el que muere nacimiento cierto; 
   por tanto, siendo esto inevitable, no debes entristecerte. 
 
   Pero la tarde está muriendo, y la tristeza nos inunda, sin que nos sirva de consuelo saber que habrá el renacer de un nuevo día. Pues ha llegado la hora de despedirnos de Benares, a la que la bruma envuelve ya como en un sudario de gasa y empieza a difuminar en borrosos perfiles. El sol arroja sobre el río su vespertina guirnalda de oro y se incinera sobre el horizonte con un intenso fulgor cárdeno. Amarra el barquero su bote a los muelles, y tras cobrar su bien sudado jornal, se aleja para perderse en el hormiguero de callejas de la ciudad, uno más entre el gentío innumerable. Y la vida de Benares prosigue su curso con el ruidoso palpitar de sus gentes afanándose por un día más de subsistencia, y con el eterno ir y venir de sus peregrinos en pos de la liberación de las ataduras de sus almas. 
   Vibran los bulliciosos murmullos de la muchedumbre, resonando con apagados ecos sobre la superficie en penumbra del Ganges. Y el Río majestuoso avanza allá abajo, sereno, implacable, transportando hacia el mar las procesiones de lucecillas titilantes que se alejan flotando en sus frágiles barquichuelas, como una comitiva de almas errantes, hasta sumirse en las tinieblas. 
   Y la dulce noche termina por anegarlo todo silenciosamente. 

   Vasto como un mar el Ganges fluye,  
y alimentado por las nieves del Himalaya,  
o por lluvias torrenciales, con gigantesca fuerza  
recorre incansable su predestinado camino.  
  
   Grave en la corriente está el Brahmin,  
y pliega su cordón, retuerce sus manos,  
y recita su rosario, y del todo inaudible  
musita solemne una palabra mística.  
   Con reverencia se baña el Sudra  
y fervientemente sorbe el agua  
que trae a sus más humildes esperanzas  
una vida futura de días más felices.  
  
   Y con pío fervor rinden  
veneración a Ganga,  
y con discretos ritos le formulan  
los deseos de sus corazones.  
   Doncellas o matronas, tras arrojar al agua  
Champac o lotos, Bel o rosas,  
o dejar flotando una llama temblorosa  
en un pequeño cuenco o barco de papel,  
rezan por la paz y prosperidad de un pariente,  
por el éxito y la salud de un hijo,  
susurran una plegaria por un buen marido,  
por una progenie con la que compartir sus amores,  
por todo lo bueno que da la tierra  
o espera en el cielo a los humildes.  
   Son escenas que exhibe el Ganges,  
mientras fluye rápido hacia el mar;  
y todos los que aman escrutar las obras  
de la naturaleza, o los pensamientos del hombre,  
pueden hallar aquí sin duda alguna  
placer y provecho para la mente.  

   (Horace Hayman Wilson, 1786-1866. El Ganges)

 

Continuar:  La bendición que cayó sobre Sarnath >>

 

FotoCD20

Benares
Microcosmos de la India

© fotoAleph
© Copyright fotoAleph. 
All rights reserved 

www.fotoaleph.com
   
Fotografías: Eneko Pastor 
Realizadas en Benares (India)

   


 

Otras exposiciones de fotos de la India en fotoAleph
       
Varanasi
La ciudad de la muerte

   
Varanasi
India rupestre
Los comienzos del arte budista e hindú


INDIA RUPESTRE
Cuevas de Bhimbetka
Prehistoria del arte en la India

   
CUEVAS DE BHIMBETKA

Sadhus
Ascetas y santones de India y Nepal

   
Sadhus
Templos del amor
Escultura erótica de la India


TEMPLOS DEL AMOR
Taj Mahal
y otras joyas del arte mogol

   
Taj Mahal
 
Una ciudad santa de la India

PURI 
Los peregrinos del Om

El Templo de Oro
   
El Templo de Oro
El amanecer del budismo
   
El amanecer del budismo
Calles de Calcuta
   
Calles de Calcuta
Ladakh
El pequeño Tibet

   
LADAKH. El pequeño Tibet
Remove your shoes
   
REMOVE YOUR SHOES
Gentes de la India
   
GENTES DE LA INDIA
Recuerdos del pasado
La herencia colonial en Asia

   
Recuerdos del pasado