Colecciones fotográficas

Turquía clásica

La Cilicia y más allá

 

    Cilicia es el nombre antiguo de la región sudoriental de la península anatólica comprendida entre la Panfilia al oeste, la cadena de los montes Taurus al norte, los Antitaurus al este y el mar Mediterráneo al sur. La mitad oriental de Cilicia es una extensa llanura fértil, mientras que la occidental es silvestre y muy accidentada orográficamente. La planicie costera ha ganado terreno al mar debido a la sedimentación aluvial de varios ríos (los antiguos Calicadnos, Cydnos, Sarus y Pyramos) que, procedentes del Taurus, se abren paso por las sierras cavando impresionantes barrancos y cañones. En la costa crecen cultivos propios del benigno clima mediterráneo: naranjos, limoneros, plátanos, legumbres, y sobre todo algodón.  

 

Olba, la ciudad feliz

Cilicia  

   Se han encontrado en Cilicia vestigios de asentamientos humanos que se remontan al VII milenio a C. Pasillo de tránsito obligado entre Anatolia y los países de Oriente Próximo, la única ruta entre la península y Siria atravesaba Cilicia, que cayó dentro del área de influencia hitita con el nombre de Kizzuwatna. Hacia el año 1000 a C empezaron a llegar a su costa colonizadores de Micenas. El país fue anexionado al Imperio Asirio en 715 a C.
   Tras la invasión y ocupación persas, en los siglos VI-IV a C Cilicia funcionó como satrapía del imperio aqueménida. Alejandro Magno conquistó en 334-333 a C el Asia Menor y repartió su imperio entre los Diadocos. Cilicia pasó a los Seléucidas, dinastía heredera del fugaz imperio macedonio. Éstos fundaron la ciudad de Seleucia (la actual Silifke), que alcanzaría renombre como centro de saber, y favorecieron a las comunidades judías, entre las que pronto echó raíces el cristianismo.
   En el I a C, Cilicia fue declarada provincia romana. Pompeyo emprendió una campaña para limpiar las costas de piratas y refundó la ciudad de Soles (topónimo de donde deriva la palabra 'solecismo', por lo mal que hablaban el latín sus habitantes) con el nombre de Pompeiopolis. Con la pax romana, Cilicia vivió un periodo de prosperidad. La contemplación de las innumerables ruinas de ciudades romanas diseminadas en sus tierras, acompañadas de sus necrópolis extramuros, permite a cualquier observador hacerse una composición mental de aquel inusitado esplendor.
   
   Una de las principales urbes de la antigua Cilicia fue Olba, también conocida como Diocesárea. Sus ruinas se encuentran en la actual población turca de Uzuncaburç.
   El nombre de Olba, 'la ciudad feliz', aparece por primera vez en inscripciones de la era helenística, como una de las ciudades que fundó Seleuco, uno de los generales y sucesores de Alejandro, ciudades que obedecían a las normas urbanísticas de inspiración hipodámica, y que estaban comunicadas entre sí por vías, como las que enlazaban Olba con Korykos o con Seleucia.
    Los teucridas, una dinastía de sacerdotes que regía en Olba, tuvieron que ceder el trono a otros reyes de oscuro linaje, hasta que recuperaron el poder el año 17 a C. Anexionada al imperio romano, la polis adoptó el nombre de Diocesárea hacia el siglo I d C. Olba-Diocesárea continuó activa durante la era bizantina, para ir declinando posteriormente hasta quedar reducida a la modesta villa que es hoy Uzuncaburç.
 
   El topónimo Uzuncaburç significa en turco 'torre alta', y deriva de una torre helenística que aún se mantiene en pie encastrada en el paño norte de la muralla antigua. De planta rectangular, construida en buen aparejo de sillar, sus cinco pisos superan los 22 m de altura (foto 143).
  
   También se conserva, abierta en la muralla, la gran puerta monumental de entrada a la ciudad, de triple arcada, construida en época romana y restaurada en el siglo V d C (foto 144).
Olba  
   El teatro, muy ruinoso y medio devorado por la vegetación, data del siglo II d C. Podía acoger a 2.500 espectadores. Su base está excavada en la roca, mientras que las gradas superiores se apoyan en un talud de tierra contenido por un muro de piedra (foto 145).
  
   El templo de Zeus Olbiano era el más importante de la ciudad. Se trataba de un templo períptero con 12 x 6 columnas de orden corintio. Los capiteles corintios son de factura muy arcaica, remontable al siglo III a C (foto 146). Este santuario es probablemente el templo más antiguo de estilo corintio entre los que se conocen en la península anatólica. En época bizantina se le añadió un ábside y fue convertido en iglesia.
  
   El Tychaion o templo de Tyché estaba dedicado a la diosa Fortuna, y data del siglo I a C. Estaba precedido por una doble columnata, de la que quedan en pie cinco imponentes columnas de fustes monolíticos lisos en granito y capiteles corintios de mármol (foto 147).

 

 

La necrópolis de Anemurium

   El paraje donde yacen las ruinas de Anemurium tiene algo de fantasmagórico. Si apenas quedan restos de la antigua urbe, en cambio permanece casi intacta su necrópolis, con centenares de tumbas y mausoleos que asoman por la vegetación y trepan por una colina, adquiriendo el conjunto un aspecto de ciudad de los muertos.

   A 6 km de la actual Anamur, bañadas por el mar Mediterráneo, las ruinas de Anemurium están enclavadas en el cabo Anamur, el punto más meridional de la costa turca. De este cabo ('anem' en latín) y del viento constante, o 'urium', que allí soplaba, deriva el nombre de Anemurium.
   En el siglo XIII a C la población estaba regida por Mattuwada, un rey que dependía del soberano hitita Thudaliya IV. Ya en la época helenística, se había construido en la acrópolis una fortaleza desde cuya alta torre se vigilaba el tráfico marítimo de la zona. La ciudad prosperó en la época romana, gracias al puerto acondicionado en el cabo. Tras su destrucción por diversos pueblos invasores en los primeros siglos de la era cristiana, la ciudad fue reconstruida por los bizantinos, para volver a caer, con las incursiones árabes del VII d C, en el abandono y la ruina.
   La mayor parte de las sepulturas de la vasta necrópolis de Anemurium tiene la forma de pequeños edificios-mausoleo, compuesto cada uno de antecámara, capilla y primer piso, este último a menudo cubierto con una bóveda de medio cañón (foto 148). Todas las tumbas estaban lujosamente decoradas en su interior: muchas de ellas conservan aún mosaicos y trazas de pintura al fresco.

 

 

Adamkayalar. La Roca de los hombres

   Lo que fue la antigua región de Cilicia (conocida como Fukurova en turco) es muy poco visitada y casi desconocida por los viajeros, tal vez por hallarse a desmano de las principales rutas de Turquía. En una comarca por otro lado de gran densidad de población, el visitante que explore a pie las mesetas montañosas de tierra adentro podrá, a nada que se empeñe, descubrir un sinfín de tesoros arqueológicos escondidos en lugares salvajes y solitarios, invadidos por la vegetación y semisepultados por el polvo. Si Turquía es ya de por sí el paraíso de la arqueología, en este histórico rincón de su geografía se llega al punto de poder pasearse por ruinas intocadas de ciudades helénisticas o romanas, tal y como podrían encontrarlas los arqueólogos románticos del siglo XIX, enteramente cubiertas por una maraña impenetrable de zarzas y rastrojos, olvidadas por los hombres desde tiempos ignotos.
Adamkayalar   Por toda la región se pueden divisar tumbas romanas o helenísticas en forma de altas torres prismáticas de piedra, esbeltas como faros, en pie sobre las colinas. Y si el explorador decide aventurarse más y desciende ayudado de una cuerda por ciertos escarpados barrancos, podrá contemplar asombrado auténticas galerías de retratos de personajes esculpidos en roca viva, colgadas sobre los precipicios y ocultas a todas las miradas, excepto para las águilas y buitres.
  
   Adamkayalar o la 'Roca de los Hombres' es un extraño lugar escondido a 5 km de Kizkalesi, población de la costa cilicia levantada cerca del emplazamiento de la antigua Korykos.
   Ascendiendo por pistas y veredas hasta un elevado promontorio con vistas panorámicas que se extienden hasta el mar, quien no tema internarse entre espesos arbustos y pincharse con los zarzales, llegará a pisar los derrumbados muros de un poblado helenístico nunca excavado. Cerca de allí, descolgándose por la pared de un acantilado que domina el meandro de un inmenso cañón cortado por un río, en un lugar difícil de encontrar y de acceder, se puede descubrir un curioso conjunto de sepulturas rupestres de época clásica.
   A lo largo de una terraza que asoma sobre el precipicio, se alinean a distintas alturas del paredón una serie de tumbas decoradas con relieves de estatuas (foto 148). Muy influenciados por la tradición helénica, estos relieves exhiben elegantes guerreros pertrechados con sus armas, y escenas domésticas, enmarcadas en nichos con frontón: el difunto en su lecho, la mujer sentada junto a su marido de pieKorykos, etc. En esta necrópolis eran enterrados los príncipes que gobernaban la pequeña ciudad cuyas ruinas yacen más arriba. Cerca se abre una gruta con un ara donde se celebraban los cultos funerarios.
   A diferencia del refinado canon clásico que respetan los relieves de las tumbas licias, estas esculturas adolecen de fallos en las proporciones corporales y de cierto hieratismo en la expresión y en el porte, que revelan la insuficiencia técnica de los tallistas a la hora de reproducir en roca sus modelos. Se representa a menudo al difunto recostado sobre un triclinio, en una postura que recuerda poderosamente en su composición a la estatuaria fúnebre de Palmyra, en Siria.
  
   Otras 6 fotografías de Adamkayalar en Turquía rupestre. El arte de los acantilados

 

 

Korykos, campo de sepulcros

   Korykos o Korygos, paraje de la costa cilicia conocido por los oriundos del lugar como Cennet y Cehennem (Cielo e Infierno) en referencia a una cueva y una sima de las cercanías, esconde sus antiguas ruinas en los asalvajados pedregales que circundan la bahía de Kizkalesi, concurrida meta del veraneo local turco. Kizkalesi (el 'Castillo de la Doncella') toma su nombre del hermoso castillo que ocupa un islote en medio de la rada, con sus blancos torreones cilíndricos como chimeneas de una embarcación duplicándose reflejados en las límpidas aguas. En tierra firme alza sus murallones otro castillo no menos imponente, construido en el siglo XII por un príncipe armenio, aprovechando materiales del sitio antiguo adyacente. Korykos fue más tarde una escala comercial para genoveses y venecianos. 
   De las ruinas de Korykos, atravesadas por la carretera nacional, que corta sus murallas en su tramo oeste, quedan sobre todo las necrópolis romanas y bizantinas, desperdigadas por los campos vecinos al castillo armenio en la playa. Un gran peñasco tallado en forma de estela muestra en su parte superior el bajorrelieve de un guerrero (le falta la cabeza) en pie portando una espada. Y más allá se extiende un vasto camposanto abandonado desde la antigüedad con centenares, quizá miles, de sepulcros de época romana y bizantina, de todas las formas y modelos imaginables (foto 150). Estelas discoideas, estelas prismáticas, cámaras sepulcrales de aparejo poligonal, sarcófagos con sus caras laterales esculpidas de putti (amorcillos), guirnaldas o máscaras, con sus masivas losas de cierre desplazadas por los saqueadores, duermen revueltos en los yermos campos (foto 221), semiescondidos entre los matorrales, como tirados y amontonados en un vasto vertedero.

 

 

Kanytele, la ciudad de la sangre

Kanytele

 

   La ciudad de Kanytele, o Kanytelis, cuyas ruinas datan de las épocas helenística, romana y sobre todo bizantina, fue construida alrededor de una vasta depresión de 400 m de circunferencia y 60 m de profundidad, que cae en picado hasta una hondonada cuyo fondo no se ve por estar devorado por la selva. La leyenda cuenta que en las honduras de la fosa se criaban animales salvajes a los que se alimentaba con prisioneros lanzados desde lo alto. Esto, aunque no ha sido confirmado por excavaciones, dio a la localidad su sobrenombre: 'Ciudad de la Sangre'. En las paredes de la fosa se pueden divisar, suspendidas a media altura, tumbas rupestres con estatuas en relieve de jefes y personajes (hombres y mujeres) notables de la ciudad. En el borde superior de la gigantesca dolina todavía se sostiene en pie la iglesia Norte, uno de los muchos edificios bizantinos arruinados que jalonan el lugar.
   Las amplias losas de lo que pudo ser un ágora, y el aparejo ciclópeo poligonal de una torre (foto 151) delatan que la ciudad existía ya en tiempos helenísticos. Pero la inmensa mayoría de los restos esparcidos por los campos son torres o templos funerarios romanos (foto 152), y basílicas cristianas construidas a partir de Teodosio (408-450 d C). En los siglos VIII y IX, aunque dependía de la vecina Olba, conoció gran prosperidad, salvaguardada por sus condiciones geográficas de las incursiones árabes.
   Un acueducto romano en la ruta de aproximación tiene algunos tramos excavados en la roca. Errando por las soledades de los campos circunvecinos nos toparemos con magníficos sepulcros decorados, tirados por tierra, y al arribar al pie de unos farallones rocosos, con otro complejo de tumbas rupestres, pobladas de estatuas que parecen darnos la bienvenida con los brazos abiertos tras el largo camino. Son los únicos habitantes que encontraremos en estos desolados parajes. Representan hombres y mujeres, de pie, o reclinados en un diván, en un estilo más bien tosco y esquematizado, pero que permite distinguir armas, túnicas y objetos. Probablemente estamos ante los mandatarios de la antigua ciudad.

 

 

 

 

 

 

Las tumbas monumentales de Demircili

Demiricili 
   Quien se adentre en la región turca que antaño fue Cilicia, por la carretera que partiendo de la ciudad costera de Silifke (antigua Seleucia) se dirige a Uzuncaburç (antigua Olba), se topará a lo largo de su ruta con dispersos vestigios de poblados arruinados de la Anatolia clásica, ciudades que nunca han sido excavadas y de las que ni siquiera conocemos el nombre.
   A la altura del lugar llamado Demircili, surgen en medio de los pedregosos campos de olivos unos llamativos edificios clásicos que, aunque parcialmente en ruinas, se sostienen en pie casi enteros. Se trata de tumbas monumentales, que tuvieron dos y hasta tres pisos, pertenecientes a personajes desconocidos de la ciudad de Imbriogon, de la que poco más se sabe que el nombre.
   Entre todas destaca el conjunto llamado 'La doble tumba' (foto 153). La tumba de la izquierda ha perdido el segundo piso, pero todavía luce la delicada talla corintia de los capiteles y el arquitrabe de la planta baja, cuya fachada sólo conserva dos columnas de fustes lisos (foto 154).
   La tumba de la derecha mantiene en cambio los dos pisos. El inferior responde al orden jónico, y el superior al corintio, con cuatro columnas en cada nivel de fachada. Esta tumba alberga todavía en su interior los sarcófagos in situ de los difuntos titulares, caso excepcional en Turquía, donde la mayoría de los sarcófagos de las tumbas han sido trasladados o expoliados. Sobre la cubierta de uno de ellos reposan dos leones de mármol (foto 155). Dada la estrechez de las aberturas del mausoleo, se deduce que los sarcófagos fueron instalados en sus cámaras antes de la terminación del edificio: puede que ése sea el motivo por el que todavía no han desaparecido.

 

 

El acueducto de Ura

   En una desviación de la carretera a Uzuncaburç (Olba), al pie de unas escarpadas montañas rocosas pertenecientes a la antigua Cilicia, duermen el sueño de los siglos las desconocidas ruinas de Ura, una ciudad romana y bizantina pendiente todavía de excavación.
   Se pueden ver allí los restos de un ninfeo o fuente pública, que recibía las aguas del río Lamas, de un teatro, torres de vigía, tumbas y, atravesando el centro de la ciudad muerta, un soberbio acueducto romano, (foto 156) levantado en el siglo III d C, de 150 m de largo y 25 m de alto.

 

 

Romanos en la Capadocia

   Los fantásticos paisajes de la región de Turquía que antiguamente se llamaba Capadocia son el resultado de un capricho orogénico, en el que ha tomado parte la poderosa acción de los volcanes, la lluvia y el tiempo.
   Los sedimentos volcánicos que conforman la corteza del suelo de Capadocia han sufrido durante eras la feroz erosión de los elementos climáticos de la meseta anatolia, creando poco a poco un irreal decorado poblado de formaciones pétreas inverosímiles, más propias del mundo de los sueños que del real. A su vez, los hombres han intervenido para atormentar aún más estos paisajes, horadando sus entrañas para esculpir iglesias y monasterios, acribillando las paredes y suelos de roca para construir laberínticas ciudades subterráneas.
   En el horizonte, como telón de fondo, se yergue la mole sombría del volcán Erciyes Dagi (Argeo en la antigüedad, de 3.917 m), todavía activo con pequeñas erupciones y responsable principal de la singularidad de la geología capadocia. La blanda toba volcánica del suelo es disuelta por las aguas, interceptadas en su fluir por otras rocas más sólidas superpuestas, hasta crear bosques de agujas y chimeneas de las hadas, husos, cuernos, hongos, cúpulas, cabañas de brujas, y miles de formas extravagantes.
  
   "Detrás se elevaban lo que de lejos parecían dedos, picos rocosos, que tenían encima como un sombrero de roca más oscura, a veces con forma de capucha, otras de casquete casi plano, que sobresalía por delante y por detrás. Más adelante, los relieves eran menos puntiagudos, pero cada uno se veía horadado de oquedades como una colmena, hasta que se entendía que aquellas eran casas, o mejor, albergues de piedra donde habían sido excavadas unas cuevas" (Umberto Eco, Baudolino, cap. 29).
  
   Capadocia es el nombre antiguo de la región de la península anatólica comprendida entre la Galacia al norte, los montes Taurus al sur, el Distrito de los Lagos al oeste y el río Eúfrates al este. Se cree que deriva del término 'Katpadukya' (= 'Tierra de bellos caballos'), pues los caballos de la región tenían fama desde que habían sido ofrecidos en obsequio al rey asirio Asurbanipal, y a los emperadores persas Dario y Jerjes. Hoy el topónimo de Capadocia se aplica a la comarca en torno al triángulo formado por las ciudades de Nevsehir, Kayseri y Nidge, que se caracteriza por las fantásticas formaciones litogénicas creadas a lo largo de los siglos por la erosión de las gruesas capas de ceniza y lava volcánica solidificadas que conforman su suelo.
   Capadocia fue un país abierto a todos los vientos invasores. Sus más antiguos asentamientos se remontan al paleolítico, y también subsisten vestigios hititas, neo-hititas, asirios, persas, griegos y romanos, aunque la mayor parte de los monumentos que podemos admirar allí hoy en día daten de la época cristiana y sean de estilo bizantino.
   Hay registros arqueológicos del siglo VI a C, de cuando Capadocia era una satrapía persa y tenía templos zoroástricos y una nobleza feudal iranizada. La región mantuvo ese carácter iranio hasta los tiempos de la ocupación romana.
   Alejandro Magno pasó de largo en su reconquista del imperio persa, pero su general Perdiccas sometió la zona en 322 a C, quedando la Capadocia bajo la órbita de la dinastía seléucida hasta la victoria de los romanos en Magnesia (190 a C).
   Cada cultura dejó impresas sus propias señas de identidad, y así podemos constatar que no toda la Capadocia es bizantina, cuando vemos cerca de Göreme, suspendido a media altura de un descomunal pitón rocoso, un inconfundible monumento romano (no se sabe si templo o mausoleo) excavado en la piedra (foto 157), con su umbral de perfectas formas rectilíneas, con sus dos columnas toscanas de fachada que no sustentan entablamento alguno, sino que cuelgan como encoladas al dintel, al faltarles la casi totalidad de sus fustes. Capadocia había sido aliada y cliente de los romanos, y en esa época gozaba ya del rango de provincia de Roma.
   Capadocia se mantuvo fiel en su alianza con los romanos, a pesar de los ataques pónticos y armenios del siglo I a C. En el año 17 d C fue anexionada a Roma como provincia por Tiberio. Controlando los pasos estratégicos de los montes Taurus, Capadocia permaneció como un bastión del Imperio Romano de Oriente hasta el siglo XI.
  
   Más fotografías de Capadocia en
   Turquía rupestre. El arte de los acantilados
   Capadocia. La tierra de los prodigios

 

 

Urfa, en los límites del imperio

   Urfa o Sanli-Urfa es la capital de la provincia de Urfa, situada en el sudeste de Turquía (Kurdistán) entre los ríos Tigris y Eúfrates, muy cerca de las actuales fronteras con Siria e Iraq. Se eleva en la fértil llanura de Harran, en un emplazamiento estratégico que controlaba la antigua ruta entre Anatolia y el norte de Mesopotamia. Su nombre antiguo era Edessa.
   El lugar fue probablemente en el II milenio a C la capital de los hurritas, reino que conquistaron los hititas en el siglo XIV a C. La tradición remonta sus orígenes al rey bíblico Nemrud. Las leyendas musulmanas afirman que Urfa fue la cuna de Abraham, cuyo lugar de nacimiento sería una cueva que se abre debajo de la ciudadela.
   En el siglo III a C la ciudad fue refundada como guarnición militar, con el nombre de Edesa, convirtiéndose luego en capital del principado de Osroene, y uno de los principales centros de cultura siria, poco influenciada por el helenismo. Por su situación en los límites orientales del Imperio Romano, estuvo involucrada en las guerras entre Roma y los partos.
   El cristianismo entró pronto en Edesa. Hacia 150 d C la ciudad era el más importante obispado de Siria. En el siglo V d C fue el centro de la herejía nestoriana.
   Capturada varias veces por los persas sasánidas, fue por fin conquistada por los árabes en 638 d C. Los cruzados la ocuparon en 1098, y finalmente fue anexionada al Imperio Otomano en 1637.
  
   Entre los monumentos de Urfa destacan la ciudadela, construida por los cruzados, y los restos de las antiguas murallas. Sobre una plataforma de la ciudadela se levantan enhiestas dos altas columnas romanas de orden corintio (foto 158), a las que la imaginación de los nativos ha dado en apodar como el 'Trono de Nemrud'. Una de ellas tiene en su fuste una inscripción en idioma siríaco.
   Se han descubierto también en Urfa mosaicos clásicos, que se exhiben en el museo local.

 

 

Arsameia en el río Nymphaios

   Las ruinas de esta ciudad fueron descubiertas por el profesor Friedrich Karl Dörner, de la Universidad de Münster, durante unas excavaciones arqueológicas encuadradas bajo el proyecto Commagene. En 1951 encontró una inscripción monumental tallada en la roca del flanco sur de Eski Kale (Castillo Viejo) cerca de Eski Katha (en Adyaman), a orillas del río Nymphaios (el actual Kahta Çay) y al pie del monte Nemrut Dagi. La inscripción dice:
 
   "el Gran Rey Antioco, Dios, el Recto, Epiphanes, el Romanófilo y Helenófilo, hijo del Rey Mitridates Kallinikos y de la Reina Laodicea, hija de Antioco Epiphanes"
 
   Y añade que este sitio fue escogido por su padre como su hierotheseion o lugar sagrado de último reposo. El rey Antioco Epiphanes, padre de Laodicea, mencionado en la inscripción, es Antioco VIII Philometor, uno de los últimos reyes de la dinastía seléucida, que fue asesinado en el 96 a C. La inscripción también revela que Arsameia en el Nymphaios fue fundada por Arsames, un antepasado de Antioco, y que más tarde la ciudad tuvo murallas fortificadas y albergó palacios y otros edificios. Sobre la ciudadela llamada Yenikale, en el pueblo de Eski Katha, en un emplazamiento elevado, se encontraba el palacio real. A 10 km al sudoeste se halla otro túmulo, donde se inhumaron a las mujeres de palacio. En este lugar se han desenterrado tres columnas sosteniendo estatuas de león, toro y águila.
   Entre los descubrimientos más importantes de Arsameia está un altorrelieve de 3,43 m de alto, ahora relevantado en su emplazamiento original, sobre la inscripción monumental antes citada (foto 160).
   Mitad en iconografía parta y mitad en griega, pero enteramente griego en estilo, ha sido estudiado por John Howard Young. Muestra a Mitridates Kallinikos dando la mano a Hércules, quien en Commagene también representa a Ares y al dios persa Artagnes. El relieve debió ser tallado durante el reinado de Antioco I, hacia el 50 a C.
  
   Otras 2 fotografías de Arsameia en Nemrut Dagi. La montaña de los gigantes

 

 

Nemrut Dagi. La montaña de los gigantes

   Uno de los más impresionantes sitios arqueológicos de Turquía está situado a más de dos mil metros de altura. Se trata del hierotheseion o santuario funerario de Antioco I de Commagene, construido en la misma cumbre del monte Nemrud (Nemrut Dagi), a 2.150 m sobre el nivel del mar, en la zona sudeste de la península anatólica. El ascenso y descenso de la escarpada montaña dura a pie una larga jornada, pero la extraordinaria belleza de las esculturas monumentales que se pueden ver en su cima (foto 159), así como el esplendor del panorama que se divisa a su alrededor, compensan de todas las fatigas.
   El santuario funerario de Antioco en el monte Nemrut fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987.
  
   Ver en fotoAleph la colección titulada: Nemrut Dagi. La montaña de los gigantes

 

 

Turquía clásica
Arte grecorromano en Oriente

Bibliografía

- Aksit, Ilhan. Ancient treasures of Turkey (Haset Kitabevi, Estambul, 1986)
- Akurgal, Ekrem. Ancient civilizations and ruins of Turkey (Estambul, 1985)
- Eco, Umberto. Baudolino (Editorial Lumen, Barcelona, 2005)
- Herodoto. Los nueve libros de la historia (Edición ‘Biblioteca personal Jorge Luis Borges’, Hyspamérica Ediciones-Orbis, Barcelona, 1987)
- Freely, John. Turquía clásica (Editorial Debate, Madrid, 1991)
- Tulay, A. Semih. Aphrodisias. Guide de Musée (Ankara, 1988)
- UNESCO. El Patrimonio Mundial (Incafo. Ediciones San Marcos)
- V.V.A.A. Arqueología de las ciudades perdidas. Vols. 2 y 6 (Salvat Ediciones, Pamplona, 1986)
- Ward-Perkins, John B. Arquitectura romana (Aguilar, Madrid, 1976)

 

 

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Turquía clásica
Arte grecorromano en Oriente

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Fotografías: Eneko Pastor 
Realizadas en Turquía y Londres
   
  


 

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