Colecciones fotográficas
Turquía clásica
Efeso y el culto de Artemisa
Efeso fue una antigua capital greco-jónica que gozó de una extraordinaria prosperidad en tiempos de los griegos y de los romanos, y era sede del célebre Templo de Artemisa, una de las Siete Maravillas del mundo antiguo.
Sus ruinas se extienden por las faldas de los montes Coreso y Pion, no lejos de la actual ciudad turca de Selçuk, en la provincia de Esmirna. Un emplazamiento privilegiado, pues estaba situado en el extremo occidental de una de las principales rutas comerciales de Asia, y con fácil acceso a otras dos rutas. La zona era una fértil llanura aluvial creada por los sedimentos depositados por el río Cayster, que corre al norte, provocando a su vez que la línea de costa se trasladara más y más hacia el oeste. Los romanos mantuvieron con dificultad un canal que conectaba el mar con un puerto en el mismo núcleo urbano. Si Efeso fue en su día una ciudad costera, hoy sus ruinas yacen cinco kilómetros tierra adentro.
Las primeras noticias históricas que se refieren a Efeso datan del siglo VII a C, cuando el lugar fue atacado por los cimerios. Efeso sobrevivió a la invasión, y a lo largo del siglo VI a C fue gobernada por tiranos, entre ellos Creso, el último rey de la vecina Lidia, y posteriormente por los persas, los atenienses y los espartanos.
Conquistada por Ciro el Grande, en medio de la fulgurante expansión del imperio persa aqueménida, el rey Jerjes, al regresar de su fracasada expedición a Grecia, pasó por Efeso y, aunque había arrasado otros santuarios griegos, decidió rendir honores a la diosa Artemisa en su gran templo. En 499-493 a C, Efeso se sumó a la revuelta de los jonios contra los persas y sirvió de base para atacar Sardes, la ex-capital de Lidia.
A partir de 454 a C, Efeso figura como tributaria de Atenas. Pero en 412 a C los efesios se aliaron con los espartanos en una rebelión general contra la hegemonía ateniense, participando junto a Esparta en la segunda Guerra del Peloponeso y manteniendo su alianza en los años de postguerra. Efeso cayó de nuevo en manos persas bajo la tiranía de Syrphax y su familia, hasta ser liberada por las tropas de Alejandro Magno en 333 a C. Tras cincuenta años de desigual fortuna, fue conquistada por el general macedonio Lisímaco, que reubicó la ciudad entre los montes Coreso y Pion, dando aquí comienzo, bajo la influencia helenística, a un periodo de prosperidad económica, como lo atestiguan las numerosas monedas en esta época acuñadas.
En 189 a C los romanos derrotan a Antígono el Grande, rey de Siria, conquistando de paso Efeso, que a continuación es entregada al reino de Pérgamo. Atalo III, soberano pergamita, lega a su muerte los territorios de Pérgamo a Roma (133 a C).
Desde esa fecha Efeso queda integrada en la civilización romana (excepto en el corto lapso del 88 al 86 a C, en que las ciudades de Asia Menor se levantaron contra Roma, instigadas por Mitrídates, rey del Ponto), y continúa creciendo como un gran centro comercial, llegando a convertirse en tiempos de Augusto en la principal ciudad de la provincia romana de Asia. Sus magníficos arcos triunfales, sus plazas y vías porticadas, sus infraestructuras hidráulicas, acueductos, redes de saneamiento (por las cloacas abovedadas podía circular un hombre a caballo), su estadio, su inmenso teatro, su odeón, gimnasios y palestras, sus templos y bibliotecas hicieron de Efeso un impresionante ejemplo de urbe monumental romana en tierras de Oriente.
El cristianismo fue arraigando poco a poco entre los efesios, ya desde sus primeros tiempos. Saulo de Tarso (nativo de la ciudad de Tarsus, en Cilicia), más tarde llamado Pablo, predicó aquí las doctrinas de Jesús de Nazaret. La tradición local afirma que Efeso fue la última morada de la Virgen María, que habría sido alojada por San Juan el Evangelista en una casa de las afueras. También en una cercana colina se hallan los restos de una iglesia paleocristiana que se supone sería la tumba de San Juan.
En Efeso se celebraron tres concilios con intención de resolver los problemas surgidos en el seno de la Iglesia entre los primitivos cristianos. El de 190 d C, convocado por el obispo de Efeso Policrates para fijar la fecha oficial de la Pascua. El de 431 d C, protagonizado por Cirilo, patriarca de Alejandría y enviado del papa Celestino II, para condenar las doctrinas de Nestorio referentes a las dos naturalezas de Cristo y defender el culto a la Virgen como 'Madre de Dios'. El de 449 d C, organizado a instancias del emperador Teodosio II para reforzar la doctrina del monofisismo, o de la naturaleza única de Cristo, que a su vez fue anatematizada en el concilio de Calcedonia (451 d C).
La ciudad sufrió un severo colapso tras su destrucción por los godos en 262 d C, y nunca recuperó ya su pasado esplendor. No obstante, el emperador Constantino mandó erigir unas nuevas termas públicas, y Arcadio reconstruyó la calle que llevaba del teatro al puerto (Via Arcadiana).
Efeso fue cuna del célebre filósofo presocrático Heráclito (hacia 540-480 a C).
Las ruinas de Efeso han sido parcialmente excavadas y reconstruidas a lo largo del siglo XX. La mayoría pertenece a la época romana, y su compacta urbanización aún esconde debajo los estratos de la época helenística. La trama urbana era de tipo ortogonal (o hipodámico), con los edificios públicos y privados encajando en una retícula de calles que se cruzaban casi siempre en ángulo recto, según el modelo inaugurado en Mileto.
El teatro, de origen griego, pero remodelado varias veces por los romanos (la última bajo Trajano), era de enormes dimensiones y tenía capacidad para 25.000 espectadores (foto 040). Es éste, con diferencia, el monumento más grande de Efeso. Su cavea, reconstruida, se apoya sobre el monte Pion, y antaño sus gradas iban revestidas de mármol. Estaba situado en la encrucijada de dos de las principales arterias de Efeso: la Vía de Mármol corría paralela a su fachada (foto 041), y la Vía Arcadiana desembocaba frente a ella perpendicularmente. El edificio de escena comportaba tres pisos, ricamente ornamentados de relieves y estatuas. Con el paso de los siglos, el teatro ha perdido la mayor parte de su decoración escultórica.
Los 'Hechos de los Apóstoles' (19, 23-40) registran una protesta de los efesios contra las enseñanzas de Pablo de Tarso, que tuvo como escenario este teatro: "Hubo por aquel tiempo un alboroto no pequeño (...) un platero de nombre Demetrio, que fabricaba templos de Artemis de plata y proporcionaba no poca ganancia a los artesanos, reunió a éstos (...) y dijo: (...) veis y oís cómo no sólo en Efeso sino en toda el Asia este Pablo con sus pláticas ha apartado a mucha gente, diciendo que no son dioses los que se hacen con las manos. Y no solamente esta nuestra industria corre el peligro de ser desacreditada, sino que también el templo de la grandiosa Artemis, a la cual toda el Asia y el orbe adoran, será tenido en nada (...) Oído esto, se llenaron de furor y gritaron. '¡Grande es la Artemis de los efesios!' Llenóse la ciudad de confusión, y a una se precipitaron en el teatro".
La Biblioteca de Celso ocupa otro cruce de caminos, en el que confluyen la Vía de Mármol y la llamada Vía de los Curetes, más otras tres calles secundarias. Su bella fachada de dos pisos, de exquisita decoración (foto 042), ha sido completamente relevantada utilizando los materiales originales (sistema de anastilosis), por un equipo de arqueólogos austríacos, bajo la dirección del profesor Hueber.
Este edificio fue erigido en 110-135 d C por el cónsul Julio Aquila en honor de su padre Julio Celso Polemeno, gobernador de la provincia de Asia, amante de las letras. Se trata de un monumento con doble función: era a la vez un memorial funerario y una biblioteca. La cámara sepulcral ha sido hallada intacta bajo las ruinas, con los huesos del difunto en un sarcófago. La biblioteca albergaba 12.000 rollos manuscritos, y disfrutaba de subvenciones para su mantenimiento. En los nichos de la fachada se han colocado réplicas de las estatuas de la Sabiduría, la Virtud, la Inteligencia y la Ciencia. Los bizantinos transformaron el edificio en una fuente pública.
La convencionalmente llamada Vía de los Curetes (foto 045), término que se refiere a los miembros del colegio sacerdotal del antiguo culto de Artemisa, parte de la Biblioteca de Celso y remonta una ligera pendiente en dirección sudeste para, pasado el odeón, atravesar la muralla por la Puerta de Magnesia. A uno y otro lado de esta avenida pavimentada de grandes losas de mármol se levanta una doble hilera de heterogéneas edificaciones privadas y públicas, templos, termas, fuentes, mausoleos... y viviendas de ciudadanos ricos con los suelos lujosamente decorados de mosaicos.
El Templo de Adriano abre su pórtico de estilo corintio (foto 043) a la Vía de los Curetes. Fue erigido en 127 d C en homenaje al emperador romano Adriano, personaje muy querido por estas tierras. Su fachada ha sido también reconstruida por anastilosis, utilizando los bloques de piedra originales localizados en las ruinas, aunque los relieves de los frisos interiores del pronaos o vestíbulo han sido sustituidos por réplicas, para preservarlos de la intemperie. Es de admirar por su aérea belleza el frontón en forma de arco de medio punto, una influencia de la arquitectura siria (foto 044). Los cuatro pedestales plantados ante la fachada fueron añadidos posteriormente para sustentar las estatuas de bronce de los tetrarcas.
El Artemision
"Efesios, ¿quién hay entre los hombres que no sepa que la ciudad de los efesios es la guardiana de la gran Artemis y de la imagen que bajó de Júpiter?" (Hechos de los Apóstoles, 19, 35)
El Artemision o Gran Templo de Artemisa, una de las Siete Maravillas del mundo antiguo, según la catalogación ideada por Filón de Bizancio, fue redescubierto en 1869 por el arqueólogo británico J. T. Wood en las afueras de Efeso, a dos kilómetros al nordeste del monte Pion.
Las Siete Maravillas eran: las Pirámides de Giza, el Faro de Alejandría, los Jardines Colgantes de Babilonia, la estatua de Zeus en Olimpia, el Coloso de Rodas, el Mausoleo de Halicarnaso y el Templo de Artemisa en Efeso. Estas dos últimas 'maravillas' se hallaban en el Asia Menor, en la costa occidental de la actual Turquía.
Aunque las exiguas ruinas del Artemision yacen hoy tierra adentro, es probable que la orilla del mar llegara a los pies del santuario cuando fue fundado hacia el 600 a C, sobre el emplazamiento de un lugar de culto más antiguo dedicado a la diosa-madre frigia Cibeles, que fue asimilada por los griegos a Artemisa (Diana para los romanos). El edificio pasó por tres fases de construcción antes del 550 a C.
A mediados del siglo VI a C, el rey Creso de Lidia favoreció el culto del templo, ofreciendo columnas y vacas de oro para su total reconstrucción y engrandecimiento (cuarta fase). Las obras de este colosal edificio se prolongaron durante más de un siglo, y se atribuyen a diversos arquitectos, como Teodoro de Samos, Quersifonte de Cnosos y Metagenes.
El Artemision resultante fue en tamaño el mayor templo griego de la antigüedad, y su fama traspasó todas las fronteras, no solo por sus descomunales dimensiones, sino por las magníficas obras de arte que lo ornamentaban.
El estilo arquitectónico correspondía al de un templo períptero de orden jónico. Su planta rectangular medía 115 x 55 m, y sus columnas alcanzaban los 19 m de altura. Tenía tres filas de 8 columnas en la fachada oeste, dos filas de 9 columnas en la fachada este, y dos filas de 21 columnas en cada uno de los laterales. La cella era alargada, y el pronaos y el opisthodomos estaban también divididos por hileras de columnas, sumando en total 127. Las columnas exteriores de la fachada iban decoradas en sus tambores de base con relieves escultóricos figurativos de gran calidad (columnæ caelatæ), algunos de los cuales se debían a la mano del insigne escultor Escopas.
El interior cobijaba una gran estatua de Artemisa, realizada en oro, plata, piedra negra y madera de ébano. El original se ha perdido en los vaivenes de la historia, pero se conservan copias, dos de las cuales están expuestas en el Museo de Selçuk (foto 048).
Henos aquí ante una versión de Artemisa distinta de las habituales representaciones griegas y romanas (en las que porta un arco y flechas), y que estaría más bien inspirada en la Magna Mater asiática: una diosa posando de pie, acompañada de ciervos, con los antebrazos tendidos hacia adelante, la cabeza ornada de un vistoso tocado, el cuerpo y las piernas cubiertos por un abigarrado atuendo consistente en animales (toros, esfinges, grifos y abejas), un collar con los signos del zodíaco, y el busto repleto de huevos que parecen glándulas mamarias (símbolo de fertilidad). En la religión griega, Artemisa (identificada con Diana por los romanos) era la diosa de los animales salvajes, la caza, la vegetación, y también de la castidad. Era asimismo protectora de los nacimientos.
En 356 a C, el Artemision fue destruido por un incendio supuestamente provocado por un tal Eróstrato, nombre que alcanzó la celebridad sólo por haber perpetrado tan luctuosa 'hazaña'. A partir del 350 a C se emprendió una quinta (y última) reconstrucción del edificio, que siguió muy de cerca las pautas marcadas por el precedente templo arcaico, con ciertos añadidos.
El templo fue arrasado por los godos en su invasión de 262 d C, y ya nunca más fue reconstruido. Hoy poco más queda en el lugar que una columna relevantada y una vaca pastando (foto 046). Las primeras excavaciones sacaron a la luz los escasos restos de la última fase del edificio, pero también se descubrieron los cimientos del anterior templo arcaico (el de Creso), que difería poco del nuevo en la planta, y era similar en monumentalidad y belleza. Los restos escultóricos de ambos templos fueron trasladados al Museo Británico de Londres, donde actualmente se exhiben (foto 047).
Priene, la ciudad que perdió la gracia del mar
El poder transformador del agua llega hasta el paradójico extremo de generar tierras y hacer retroceder mares. Es histórico el caso del Meandro, ese río que con su perezoso y serpenteante discurrir por los valles de la antigua Jonia dio nombre a todos los meandros. La elevada concentración de soluciones terrosas de sus aguas hizo que sus depósitos de aluvión fueran ganando terreno al mar Egeo, creando llanuras donde antes había entradas de mar. Ciudades portuarias como Mileto o Priene pasaron a ser poblaciones de tierra adentro.
Priene es la tercera ciudad con ese nombre en Asia Menor, habiendo sido sepultadas las dos precedentes por los sedimentos aluviales del Meandro. Aunque es probable que los jonios habitaran el lugar desde el XI a C, los restos más antiguos hallados por los arqueólogos no son anteriores al siglo VI a C. En las cercanías existía un famoso templo, el Panjonion, que era un venerable centro de culto para todos los pueblos de la Jonia.
Priene fue una de las ciudades más activas de la Confederación Jonia. Aquí se celebraban las fiestas panjonias en honor de Poseidón y aquí vivió el filósofo griego Bias. En 494 a C, sus habitantes se alistaron a la sublevación de las ciudades griegas contra la invasión persa. La revancha de los persas fue arrasar Priene.
La reconstrucción de Priene fue emprendida hacia el 350 a C, con ayuda de Atenas, polis a la que estaba ligada por especiales lazos políticos y culturales, y que también había iniciado su renovación y su periodo de esplendor clásico tras la invasión de los persas (480 a C).
Alejandro aportó fondos para restaurar el Templo de Atenea. La región fue devastada por los galos en 277 a C. Cayó bajo el poder de los seléucidas y luego de los atálidas de Pérgamo, hasta ser incorporada a la república romana en 129 a C, como parte de la provincia de Asia. En el siglo I a C fue temporalmente gobernada por Mitrídates.
El progresivo alejamiento del mar determinó la decadencia de Priene. Todavía llegó a ser sede de un obispado en tiempos bizantinos, pero cuando los turcos se asentaron en la región en el siglo XIV, la antaño próspera ciudad portuaria de Priene no era ya sino un insignificante poblacho.
La arquitectura de Priene se imbrica en las muy pendientes y accidentadas faldas de una escarpada montaña, cuyos inmensos farallones verticales dominan las ruinas de la ciudad y sobre cuya cúspide se asoma la acrópolis. A la vez Priene divisa desde su media altura el llanísimo valle del río Meandro (foto 049), antaño una lengua de mar azul, hoy un mar de verdes campos donde crecen los cultivos hortícolas habituales del Mediterráneo. En su tiempo poseía dos puertos, que quedaron poco a poco impracticables por la crecida de los sedimentos.
La urbanización de Priene exhibe una planta de conjunto ingeniosamente adaptada a la caótica topografía del lugar, pero que se ciñe estrictamente a un esquema ortogonal, estando todas las calles cortadas entre sí en ángulos rectos y perfectamente orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, con las viviendas privadas y los monumentos públicos encajados dentro de la cuadrícula. El desnivel de la ladera se salvaba con un sistema de terrazas conectadas por escalinatas de piedra.
A la vez todo el casco urbano estaba circundado por una larguísima muralla de 6 m de altura media y de trazado irregular, que escalaba por los paredones de la montaña y rodeaba la acrópolis en su cima. La muralla estaba reforzada con torreones y perforada por cuatro puertas.
El bouleuterion de Priene, término que puede traducirse como 'senado' o 'sala de asambleas', es uno de los mejor conservados de este tipo en Asia Menor, y data del siglo II a C (foto 050). En estos edificios se reunían los ciudadanos de la polis para dirimir públicamente las cuestiones que preocupaban a la comunidad. A diferencia de la mayoría, que tiene forma de hemiciclo, los graderíos de éste se distribuyen en tres lados de una planta casi cuadrada. Tenía capacidad para congregar a más de 600 personas. En el centro se levanta un altar tallado con cabezas de toro y ramas de laurel. Los oradores hablaban desde una tribuna instalada entre las dos puertas de entrada, en el cuarto lado del cuadrado, el que daba al mar.
El aforo del teatro de Priene podía acoger a 5.000 espectadores (foto 055). Aunque fue reformado por los romanos, mantiene todo el aspecto de un teatro griego, con su hemiciclo ligeramente rebasado por sus extremos laterales. La escena tenía dos pisos. El proedrio, es decir, la primera fila de la cavea, que daba a la orquesta, despuntaba del resto del graderío, pues sus plazas estaban reservadas a los personajes importantes de la ciudad (foto 056). Estaba provisto de respaldo y tenía intercalados cinco asientos delicadamente tallados en mármol con decoración vegetal, posabrazos y patas con forma de garra de león. En el centro había un altar dedicado a Dioniso.
Junto al proedrio, cerca de la entrada oeste del teatro, todavía se puede ver in situ una clepsidra de época romana (foto 057). Aunque se cree que fueron los caldeos quienes inventaron la clepsidra, o reloj de agua, y se hayan hallado en Egipto ejemplares del siglo XIV a C, fueron los romanos quienes perfeccionaron este artilugio para medir el tiempo. La clepsidra romana consistía en un recipiente por cuyo interior desaguaba lentamente el agua vertida en un depósito superior; al bajar el nivel del agua, un flotador iba marcando la lectura del tiempo en una escala grabada en las paredes del recipiente. Las clepsidras se empleaban con variados propósitos, como por ejemplo para cronometrar y acotar los tiempos de intervención de los oradores en las asambleas, y ésta era precisamente la función de la instalada en el teatro de Priene, edificio que no sólo era usado para presenciar obras de teatro sino para discutir e intervenir en asuntos políticos.
Como en toda ciudad griega o romana que se preciase de civilizada, Priene contaba con edificios públicos para competiciones deportivas, y también destinados a la formación de la juventud, como el estadio, los gimnasios y las palestras. El gimnasio inferior, al sur de la ciudad, se situaba a un extremo del estadio. Además de un propileo de entrada de orden dórico, una palestra, y un efebeion, lugar donde estudiaban los jóvenes, se pueden ver todavía, sufriendo deterioros recientes por el vandalismo, los lavabos de un cuarto de aseo, con los caños de suministro de agua en forma de cabezas de león (foto 058).
El Templo de Atenea es el santuario más antiguo y más importante de Priene, célebre en todo el mundo clásico por la belleza y perfección de su arquitectura. Se elevaba sobre uno de los más altos promontorios de la ciudad, a 96 m sobre el nivel del mar (foto 051). Su construcción se atribuye a Piteo, el mismo arquitecto que proyectó el Mausoleo de Halicarnaso.
Hay que consignar que la diosa griega Atenea ocupaba hacia el siglo VII a C el primer puesto entre las divinidades del Asia Menor occidental, y era adorada en toda la Jonia, Priene incluida. Así, este templo albergaba una gran estatua de la diosa de 7 m de alto, probablemente una copia de la Atenea del Partenón de Atenas. Las obras del edificio se comenzaron en el siglo IV, fueron ayudadas en su financiación por la generosidad de Alejandro Magno, y se prolongaron hasta el II a C.
El templo de Atenea en Priene se convirtió en arquetipo de la arquitectura religiosa de estilo jónico en todo el orbe griego. Vitruvio afirma que Piteo publicó un tratado sobre los principios del diseño arquitectónico, basándose en este santuario como ejemplo. Era un templo períptero de 11 x 6 columnas, más dos columnas in antis en el pronaos y otras dos en el opisthodomos (en total 36 columnas). Todo el edificio estaba realizado en un reluciente mármol local de muy fina textura. Cinco de las columnas del lateral norte han sido relevantadas para ayudar a hacernos una composición visual de la armonía y esbeltez de sus proporciones (foto 052). Las restantes columnas yacen derrumbadas, con sus tambores de afiladas estrías desmembrados por los suelos (foto 053).
Mileto. Modelo de urbanismo
"Por el mismo tiempo Mileto estaba en la cumbre de su florecimiento y era el orgullo de la Jonia"
(Herodoto, V, 28)
Mileto era, hacia el año 500 a C, la más destacada ciudad griega de la Anatolia occidental. Sus ruinas se localizan al sur de la actual Söke, en Turquía.
Sus primitivos habitantes fueron los carios (naturales de la Caria), hasta que el lugar fue ocupado por migraciones de griegos procedentes de la Jonia. La tradición griega remontaba la fundación de Mileto a Neleo y sus gentes, procedentes de Pylos, una influyente corte palaciega de la época micénica en el Peloponeso, contemporánea de Micenas, Argos y Tirinto.
Aunque sus restos yacen hoy tierra adentro, Mileto fue en su época una ciudad costera, dotada de dos puertos, emplazada sobre una península de la desembocadura del río Meandro en el mar Egeo. Este río, cuyo remansado y serpenteante cauce dio origen al término 'meandro', iba depositando con el paso de los siglos tal cantidad de sedimentos aluviales en su vega, que fue ganando tierra al mar, provocando que la línea de costa retrocediera varios kilómetros (proceso que hoy continúa ininterrumpido). Los puertos de varias poblaciones litorales de la región (como Priene o Heracleia del Latmos) quedaron inutilizados por la sedimentación, perdiendo, con la desaparición del tráfico marítimo, una importante fuente de recursos, como era por ejemplo el comercio de lana con Sybaris, en Italia meridional.
Mileto participó en la fundación de la colonia griega de Naucratis, en el Delta del Nilo, y fundó a su vez otras numerosas colonias en el Mar Negro.
Fue cuna de destacados representantes de la filosofía, la ciencia y la literatura de la antigüedad clásica, como Tales de Mileto, Anaximandro, Anaxímenes y Hecateo.
Durante el siglo VII a C, Mileto tuvo enfrentamientos con el vecino reino de Lidia, reconociendo al final su soberanía en el VI. A finales de este siglo estaba gobernada por tiranos, cuando fue conquistada por el Imperio Persa junto al resto de ciudades vecinas de Anatolia.
En 499 a C Mileto organizó la 'rebelión jónica', dando lugar al comienzo de las guerras 'greco-persas'. Fue invadida y saqueada por los persas en 494 a C, quienes a su vez sufrieron una derrota en 479 a manos de los griegos.
Mileto se incorporó por entonces a la Liga Delia, una confederación de ciudades-estado unidas para defender sus intereses, que estaba dirigida por Atenas. Pero a mediados del V a C la ciudad estaba debilitada y empobrecida por las divisiones internas. En 442 fue vencida en una guerra contra la vecina isla jonia de Samos.
En 412 a C Mileto se alió a Esparta en sus guerras contra Atenas. En el siglo IV fue gobernada por el sátrapa Mausolo de Halicarnaso. Alejandro Magno la conquistó tras un asedio en 334 a C. Luego, en la época helenística, fue regida por los seléucidas (súbditos de Seleuco, uno de los sucesores de Alejandro) y por los atálidas (reyes de Pérgamo), para pasar por fin a los romanos. Los emperadores Augusto y Trajano le dedicaron especial interés, y la ciudad de Mileto continuó teniendo importancia comercial en esa época.
La reconstrucción de Mileto en 479 a C, tras haber sido destruida por los persas, parece marcar el nacimiento de un nuevo estilo en el urbanismo de las ciudades. El trazado ortogonal de sus calles (es decir, a base de bloques de viviendas encajados en una retícula de vías que se cortan en ángulo recto) se conjugaba hábilmente con la irregularidad de los accidentes naturales de la topografía local. Los edificios públicos y privados se integraban en la cuadrícula. Este modelo racionalizado de urbanización (denominado 'hipodámico', pues su invención se atribuye al arquitecto Hipodamo de Mileto) sentó precedentes y se aplicó en adelante en la planificación urbana de un buen número de ciudades del Asia Menor, adoptándose también en Grecia y Roma.
Las ruinas de Mileto se emplazan sobre la antigua península, al norte de la colina de Kabalak Tepe. Tenía dos grandes puertos: el Puerto de los Leones era el más importante y estaba custodiado por estatuas de leones de piedra. Todavía hoy se puede uno topar por los campos con alguno de estos leones, semienterrado en los lodazales (foto 060).
De la ciudad arcaica, anterior a la invasión persa, casi no queda rastro en Mileto, como no sean los exiguos restos de un templo del VI a C. La ciudad clásica, que abarca desde el siglo V a C hasta la época imperial romana, se extendía más al sur. El trazado ortogonal de sus calles y viviendas apenas es perceptible al estar la mayoría de las ruinas tragada por la vegetación. Algunos edificios públicos, como una sala de concejos helenística, que tiene los más antiguos ejemplares conocidos de pilastras, sobresalen en medio del caos de cascotes y sillares, al haber sido desbrozados de maleza, excavados y reconstruidos.
El más grandioso y mejor conservado edificio de Mileto es su teatro. Con una capacidad para 15.000 espectadores, esta colosal estructura fue en origen un teatro griego, reformado en la era helenística, pero íntegramente reconstruido por los romanos, proceso éste que se repitió en gran número de teatros de la Anatolia helenizada (foto 059). Con un diámetro de 140 m, su graderío descansaba sobre la ladera de una colina y daba cara a uno de los puertos de Mileto. Su fachada alcanzaba los 30 m de altura. Se conservan partes considerables del proscenio y la escena, que tenía tres pisos ornamentados de estatuas, y la mayoría de las gradas de la cavea, dividida por estrechos pasillos con escaleras para permitir a los concurrentes llegar fácilmente a sus asientos. Se conservan también los pasadizos abovedados, o ambulacros, de la infraestructura. Una logia imperial presidía en primera fila la orquesta, y quedan de ella dos columnas en pie.
La Puerta Sagrada de Mileto daba acceso por el sur de la ciudad a una Vía Sagrada de 20 km que conducía al puerto de Panormo y al Oráculo del gran templo de Apolo en Didima.
El oráculo de Didima
"Había allí un oráculo establecido de antiguo, que acostumbraban consultar todos los jonios y los eolios. Este lugar está en el territorio de Mileto, pasando el puerto de Panormo."
(Herodoto, Historia, I, 157)
Es un hecho comprobado que los antiguos griegos concedían gran importancia a los vaticinios de los oráculos. Por boca de las pitonisas hablaban los dioses a los hombres. Esta creencia en los augurios divinos influía no sólo en cuestiones privadas como casamientos o viajes, sino también en asuntos de trascendencia política, pues muchos soberanos consultaban los oráculos para que les orientaran a la hora de tomar decisiones de gravedad como entablar una alianza o emprender una guerra. Y eso a pesar de que las más de las veces los mensajes de los oráculos eran confusos: el haber malinterpretado una ambigua profecía del oráculo de Delfos ("Si emprendes una guerra contra los persas, destruirás un gran imperio") le costó al rey Creso de Lidia perder su propio imperio, que sucumbió bajo el poder de Ciro el Persa.
En el periodo de la Grecia clásica y de la posterior expansión de la cultura griega, conocida como época helenística, los templos oraculares proliferaron por todo el mundo mediterráneo. Sin embargo, bajo la dominación romana los oráculos griegos habían caído en el desprestigio, como tenemos constancia por Estrabón.
"En tiempos antiguos la adivinación en general y los oráculos eran tenidos en mayor estima que en el presente. Ahora están muy desatendidos: ya que los romanos están satisfechos con los oráculos de la Sibila, y con la adivinación tirrena mediante entrañas de animales, vuelos de pájaros y apariciones portentosas. Por eso el oráculo de Amón (en el Oasis de Siwa), que antaño se tenía en gran estima, está casi abandonado." (Estrabón. Libro XVII. I, 43)
Uno de los oráculos más prestigiosos del mundo griego estaba situado en tierras de Asia Menor, en un cabo entre la Caria y la Jonia, a orillas del mar Egeo. Su sede era el gran Templo de Apolo, en Didima, conocido también como Didimaion. Estaba una veintena de kilómetros al sur de Mileto, y conectado a esta ciudad por una Vía Sacra pavimentada de mármol y flanqueada por estatuas de dignatarios y de leones.
Las ruinas del Didimaion figuran entre las más espectaculares de Turquía. Aunque casi todas sus columnas están derrumbadas, con sus enormes tambores y capiteles esparcidos por tierra, aún se sostiene en cambio una buena parte de la colosal estructura del templo, que era el segundo en tamaño de los de Asia Menor, tras el Artemision de Efeso, y sólo parangonable en dimensiones con el Heraion de la isla jonia de Samos.
Los griegos fundaron el santuario sobre un lugar de culto antiguo asociado con la presencia de una fuente y un bosque sagrados. En el subsuelo han sido hallados restos de pequeños templos primitivos que se remontan a fines del VIII o principios del VII a C, y la planta del primer santuario arcaico de dimensiones monumentales, iniciado hacia 550 a C para albergar adecuadamente el oráculo, que por esas fechas ya era célebre en todo el mundo heleno. El imponente edificio cuyas ruinas podemos visitar actualmente no data, sin embargo, de antes de fines del siglo IV a C, si bien fue objeto de sucesivas reformas en las siguientes centurias, y de hecho quedó finalmente inacabado.
El mantenimiento del templo (que nunca tuvo una ciudad alrededor) estaba a cargo de la familia de los Bránquidas, una estirpe sacerdotal. Con motivo de las fiestas llamadas Didimeia, se reunían aquí gentes de toda la Jonia para celebrar competiciones deportivas.
Los consultantes del oráculo debían seguir un protocolo fijo: recorrer la Vía Sacra Mileto-Didima, solicitar alojamiento, bañarse en las aguas purificadoras de un pozo sagrado, y abonar una tarifa. La tarifa variaba según el carácter de la consulta: las concernientes a asuntos privados se cobraban a un precio muy superior a las audiencias de índole pública. A continuación, a fin de saber si el dios estaba presente en el santuario y si aceptaba la consulta, debían sacrificar un animal sobre el altar cilíndrico que aún puede verse frente a la fachada del templo. Se asperjaba al animal con agua fría antes de su inmolación, y si éste no reaccionaba, la consulta era rechazada.
El consultante accedía al pronaos, donde era recibido por un sacerdote, al que planteaba la pregunta. El sacerdote desaparecía entonces en el interior del templo y trasladaba la consulta a la profetisa, la cual se había purificado previamente con el agua sagrada y llevaba varios días de ayuno. Su respuesta era recogida por escrito y transmitida al consultante, y a la vez los diferentes manuscritos eran recopilados y exhibidos en el chresmographeion, una amplia estancia abierta a un nivel superior del pronaos.
Entre los consultantes más insignes que visitaron el oráculo de Didima citaremos a Alejandro, que fue allí informado de que iba a vencer a los persas y contribuyó a la total reconstrucción del templo, y a su general y sucesor Seleuco, que fue advertido de que perdería su imperio si marchaba contra Europa.
La planta del Didimaion mide 109 x 51 m, la tercera más grande entre todos los templos griegos conocidos (foto 061). El santuario propiamente dicho se levantaba sobre una gran plataforma de tres metros y medio de alto, accesible por escalinatas monumentales de siete peldaños (trece en la fachada, foto 062). De tipo períptero, y muy semejante al Artemision, el templo estaba rodeado de un bosque de 120 columnas jónicas, distribuidas en dobles columnatas en todo su perímetro y en el interior del pronaos, más cuatro columnas corintias en el chresmographeion. Las columnas de la doble peristasis casi alcanzaban los 20 m de alto. Tres de ellas están relevantadas para dar una idea de la descomunal altura que llegó a alcanzar el templo. Los capiteles eran jónicos, con su doble voluta característica (foto 063), excepto los cuatro de las esquinas, que lucían una decoración a base de leones alados y cabezas de toros (foto 072). Los frisos del arquitrabe mostraban enormes y aterradoras cabezas de Medusa (foto 071), que recuerdan a las de las gorgonas reaprovechadas en el Yerebatan Sarayi de Constantinopla. Las basas de las columnas frente a la puerta de entrada despliegan una vistosa y elaborada ornamentación a base de paneles, con motivos de guirnaldas, palmetas y bajorrelieves de seres mitológicos (foto 066). A lo largo de los muros externos del santuario corren dos gruesas molduras con forma de guirnaldas (foto 065).
Sólo se puede penetrar a la parte interna del edificio por dos estrechos pasillos en rampa, con los suelos, las paredes y los techos totalmente recubiertos de blanco mármol (foto 068). Los techos son sendas bóvedas de medio cañón, realizadas con bloques redondeados no dispuestos en forma radial. ¿Quién dijo que los griegos no conocían la bóveda? Sólo a los sacerdotes les era permitido internarse por estos pasadizos, a través de los cuales se accede al sekos o adyton, un vasto patio central de 54 x 22 m de lado, abierto al cielo pero encerrado entre muros de 18 m de altura (foto 069). Los muros están ritmados por pilastras adosadas, coronadas de capiteles de grifos (foto 070) y motivos florales. Al fondo del patio se levantaba un templete para custodiar la estatua de Apolo, que era donde se realizaban las consultas a la pitia, y del que no queda nada.
El Didimaion fue transformado en basílica en la época bizantina, lo que puede explicar su relativo buen estado de conservación, por comparación con los exiguos restos de su rival el Artemision.
Halicarnaso y el mausoleo
Halicarnaso fue en su tiempo una ciudad poderosa de la Caria, situada a orillas de una hermosa bahía del golfo Cerámico, en el mar Egeo. Sus dispersas ruinas emergen por los rincones más inesperados del actual resort playero de Bodrum, en Turquía occidental.
Aquí nació Herodoto, patriarca de los historiadores, cuyos textos tomamos a menudo como referencia en este estudio, ya que constituyen toda una enciclopedia sobre la historia de esta región en la época clásica. Herodoto escribió que en tiempos antiguos Halicarnaso participaba en el festival dorio en honor a Apolo, en Triopion, aunque el estilo de vida de sus ciudadanos respondía completamente a la cultura jónica.
La ciudad disfrutaba de un puerto amplio y bien resguardado, en un emplazamiento clave entre las rutas marítimas mediterráneas, y devino en cabeza de un pequeño reino del Asia Menor, cuyo más famoso regente fue una mujer (Artemisia). Hacia 370 a C era capital de Caria, una satrapía persa independiente, siendo Mausolo su soberano. Éste tomó parte en la gran insurrección de los sátrapas occidentales contra el imperio aqueménida, aunque más tarde cambió de bando, conquistando Phaselis y Licia occidental para el rey persa. Tras la deserción de varios de los aliados de Atenas, amplió sus dominios y la influencia del Imperio Persa, anexionándose las islas de Rodas y Cos. Mausolo convirtió Halicarnaso en la metrópolis de Caria, dotándola de una larga muralla circundante y numerosos edificios públicos. La arquitectura de la ciudad, así como la de su célebre Mausoleo, mostraba en su estilo una fuerte influencia griega.
Posteriores sátrapas fueron el hermano de Artemisia Idrieos (351-344 a C), su mujer y sucesora Ada (344-341 a C), que fue desterrada pero a continuación reinó desde la ciudad de Alinda, y Pixodaros, hermano de Ada (341-334 a C). Bajo el persa Memnon de Rodas, Halicarnaso resistió al avance de Alejandro Magno en 334 a C, y más tarde estuvo sometida a Antígono I, Lisímaco y los Ptolomeos, antes de recobrar su independencia. En los primeros tiempos del cristianismo era sede de un obispado.
El sitio fue sistemáticamente excavado a partir de 1856 por C. T. Newton y A. Biliotti. La antigua ciudad yace debajo de la moderna, pero todavía se pueden detectar largos tramos de su muralla, así como restos de un gimnasio, un templo, una columnata y tumbas rupestres.
El teatro se recuesta sobre la ladera de un monte desde el que se abarca en panorama toda la bahía de Bodrum (foto 074). Es de época helenística, con el hemiciclo de su cavea sobrepasado por los extremos, si bien fue reformado en tiempos de los romanos. Las filas inferiores del graderío han sido reconstruidas. Un altar a Dioniso preside el espacio de la orquesta.
El castillo de San Pedro o de los Caballeros de San Juan, fundado por los cruzados hacia 1400 (en concreto por el Gran Maestre de los Hospitalarios) sobre una península, fue erigido usando como cantera los sillares y mármoles del Mausoleo de Halicarnaso, que iban a sufrir sucesivos expolios a lo largo de la Historia. En el presente ha sido habilitado como museo, donde se exponen bellas piezas de estatuaria clásica exhumadas en los alrededores (foto 192).
El Mausoleo de Halicarnaso
Halicarnaso es el emplazamiento del Mausoleo, una de las Siete Maravillas del Mundo en la antigüedad, prototipo de muchos monumentos funerarios posteriores, planeado por el mismo Mausolo y construido por su viuda Artemisia tras la muerte de su esposo en 353 a C.
Recordemos cuáles eran las Siete Maravillas: las pirámides de Egipto, los jardines colgantes de Babilonia, la estatua de Zeus en Olimpia, el Coloso de Rodas, el Faro de Alejandría, el Artemision de Efeso y el Mausoleo de Halicarnaso, los restos de estos dos últimos edificios localizados en la actual Turquía.
Hoy del Mausoleo de Halicarnaso poco más queda que un solar (foto 075), camuflado entre los bloques de casas de un barrio moderno de Bodrum. Los irrisorios despojos que han sobrevivido a los terremotos y a los múltiples expolios que padeció el monumento desde la Edad Media han sido sacados a la luz y estudiados por un equipo danés de arqueología, y las excavaciones siguen en curso.
Mausolo, sátrapa de la Caria de 377 a 353 a C, decidió construirse a sí mismo una sepultura de dimensiones colosales. El plan fue proseguido a su muerte, llevado a cabo por su esposa-hermana Artemisia y otros familiares (según Plinio).
El Mausoleo todavía permanecía en pie en el siglo V d C. Sin embargo, cuando los Caballeros de San Juan llegaron al lugar en 1402, el edificio estaba totalmente desplomado como consecuencia de antiguos temblores de tierra. No era más que un inmenso amontonamiento de sillares, que fue utilizado como cantera para la construcción del Castillo de San Pedro. Un siglo más tarde, al seguir utilizando los cascotes sobrantes para reforzar las murallas, fueron descubiertas debajo varias cámaras funerarias, que guardaban tesoros, rápidamente expoliados. En el siglo XIX los ingleses enviaron a Londres los últimos restos escultóricos que aún quedaban en el sitio: se pueden contemplar en el Museo Británico (fotos 076 y 077).
El Museo Arqueológico de Turquía, en Estambul, también custodia alguna escultura con forma de león (foto 078). Lo que queda in situ es muy poco. Un relieve muy deteriorado de un guerrero, y fragmentos de un friso con bajorrelieves representando la Amazonomaquia, o guerra mítica de los griegos con las amazonas (que consigue transmitir con las agitadas posturas de los cuerpos una viva sensación de movimiento), hallados todos en el castillo de San Pedro.
El Mausoleo de Halicarnaso, cuyo diseño arquitectónico se debe a Piteo (el creador del templo de Atenea en Priene) en colaboración con Satyros, alcanzaba una altura, descomunal para la época, de 55 m. Su base, de planta rectangular de 38 x 32 m, estaba rodeada por un peribolo de mármol o muro delimitador del temenos (recinto sagrado) de 242 x 105 m. Un elevado podio servía de base a una cámara enclaustrada por una peristasis de 36 columnas jónicas que sostenían una techumbre de estructura piramidal de 24 escalones. Estos datos se deben a Plinio, pero parecen haber sido confirmados por las excavaciones, y por la existencia en la vecina Milasa del Gümüskesen, una especie de réplica en miniatura del Mausoleo, que responde a similares características arquitectónicas.
El monumento estaba coronado en el vértice por un gran grupo escultórico, atribuido al mismo arquitecto Piteo, consistente en una cuadriga sobre la que iban montadas las estatuas de Mausolo y Artemisia. Otras numerosas esculturas se combinaban sabiamente con la arquitectura. Parejas de leones en el tejado, personajes notables en los intercolumnios, relieves con escenas mitológicas en los frisos. El programa escultórico de los frisos corridos de las cuatro caras del podio fue encargado a cuatro de los mejores escultores de la época, entre ellos Escopas.
La cámara sepulcral era subterránea y estaba situada bajo la mole del edificio, dentro de unas galerías excavadas en la roca y cubiertas con falsas bóvedas, donde ya existían tumbas precedentes; se bajaba a su interior por una escalera, y tenía adyacente otra cámara destinada a sacrificios. El Mausoleo estaba también provisto de un acueducto y un sistema de túneles y canalizaciones para drenar el agua de lluvia.
El pequeño mausoleo de Milasa
La actual Milas, una industriosa población de la Turquía sudoccidental, se levanta sobre el emplazamiento de la antigua Milasa, en una árida llanura rodeada de montañas no lejos del mar Egeo y a 60 km de Halicarnaso.
Los orígenes de Milasa se pierden en la más remota antigüedad, pero se sabe que en el primer milenio a C existía allí una confederación formada por tres tribus carias. Según Herodoto, la Caria estaba gobernada hacia finales del siglo VI a C por el tirano Oliato, hijo de Ibanolis, y su capital era Milasa.
En el siglo IV a C regía en Milasa una dinastía de reyes de origen cario, entre ellos el sátrapa Mausolo, cuando la capital fue conquistada por Alejandro Magno (333 a C). Más tarde la ciudad cayó bajo los dominios de Rodas, hasta que en 168 a C sus habitantes se rebelaron y declararon Milasa independiente. En 129 a C la Caria fue anexionada a la provincia romana de Asia, y la prosperidad de Milasa creció aún más gracias al ímpetu civilizador de los romanos.
Hacia el 1300 d C Milasa se convirtió en capital del emirato de Mentese, hasta que éste fue absorbido por el Imperio Otomano (1426 d C).
El mausoleo llamado Gümüskesen es el monumento clásico más notable entre los que perviven en Milas. Se erigió a comienzos del siglo I d C, se conserva casi entero (foto 080), y los estudiosos coinciden en que parece una réplica en miniatura del célebre Mausoleo de Halicarnaso (del que apenas quedan vestigios).
Sobre un alto basamento que encierra en su interior una cámara destinada a albergar el sarcófago, una serie de columnas y pilastras corintias esquineras sostienen un tejado de forma piramidal. La decoración del techo es una ingeniosa superposición de dinteles y casetones que se apoyan unos sobre otros para crear una compleja bóveda escalonada de gran belleza (foto 081).
Entre las casas del pueblo sobresale aislada una alta columna, único resto sobreviviente, junto a parte del muro del temenos o recinto sacro, de un templo del siglo I d C, sobre cuyo capitel corintio anidan las cigüeñas.
El templo de Zeus en Euromos
A 12 km de Milas, en un paraje boscoso y rodeado de montes, hoy despoblado, se hallan las ruinas de la antigua Euromos.
El lugar es citado en el siglo V a C con el nombre de Kyromus o Hyromus, y hacia esa época era la población más importante, junto a Milasa, de esta zona de la Caria. El topónimo derivó en Euromos hacia el siglo IV a C.
Sometida en principio a Milasa, la ciudad obtuvo cierto grado de independencia al aliarse con Rodas en el II a C, y después con los romanos. Su periodo de máximo florecimiento abarcó del siglo II a C al II d C.
El Templo de Zeus es el único edificio que queda parcialmente en pie (foto 083). Construido en el siglo II d C en estilo corintio sobre el emplazamiento de un santuario más antiguo, se trata de un templo períptero cuya planta rectangular estaba provista de 11 columnas en sus laterales más dos rangos de 6 columnas en la fachada delantera y otras 6 columnas en su fachada trasera. El opisthodomos tenía dos columnas in antis (es decir, situadas entre las andas o partes sobresalientes de los muros laterales). Se accedía a la cella, que albergaba la estatua de Zeus, por una escalinata. Delante de la fachada del templo había instalado un altar.
Algunos tramos de los fustes no fueron tallados con las típicas acanaladuras, quedando zonas lisas (foto 084). En ellas se pueden distinguir, a media altura, inscripciones en latín que dejan constancia de la generosidad de algunos donantes del templo, entre ellos un tal Leo Quintus, quien donó 15 columnas.
Los hermosos capiteles corintios (foto 208) sostienen un entablamento (foto 085), en el cimacio de cuya cornisa aparecen gárgolas en forma de cabezas de león.
En torno al templo aún se pueden identificar con dificultad, entre olivos y pinos, los escasos vestigios de la ciudad antigua, que nunca ha sido excavada arqueológicamente: tramos de la muralla, una acrópolis sobre la colina occidental, y un teatro cuyas formas se adivinan sepultadas en un campo de olivos, del que apenas emergen unas gradas.
Heracleia en el monte Latmos
Una lengua de mar que penetraba como un fiordo entre los montes de la Caria quedó cortada por el avance de las tierras producida por la sedimentación del río Meandro y convertida en el lago Bafa, a cuyas orillas dormitan las ruinas de Heracleia del Latmos, al pie de un macizo montañoso erizado de extravagantes formaciones pétreas y cargado de leyendas de pastores y ninfas. Esto no debió ocurrir antes del siglo I a C, pues Estrabón habla de la existencia de un embarcadero en el lugar. Las olas del Egeo chocaban todavía contra el monte Latmos.
No es fácil identificar las ruinas de Heracleia, embebidas como están entre las casas y bajo los terrenos de labranza de un pequeño pueblo turco de pastores y ganaderos. Hubo en Asia Menor otras dos Heracleias: de Capadocia y del Ponto. La del Latmos hace referencia al legendario monte Latmos, cuyas crestas afiladas de blanca roca marmórea se elevan por encima de la población, y la abrazan como un circo protector.
En el siglo V a C Heracleia del Latmos formaba parte de la Confederación Delia. A mediados del IV a C fue gobernada por Mausolo y Artemisia II de Halicarnaso, hasta que Alejandro Magno la liberó del dominio de los sátrapas carios. La mayor parte de los monumentos clásicos que hoy pueden rastrearse en sus abruptos terrenos datan de los siglos I y II d C.
Los alrededores de Heracleia son también pródigos en restos paleocristianos y bizantinos. De hecho, el cristianismo se expandió rápidamente por esta zona, cuyas salvajes montañas sirvieron de refugio espiritual a anacoretas venidos de todas partes. Así lo testimonian las ruinas de monasterios y conventos colgados en los riscos del Latmos, en lugares escondidos y casi inaccesibles. Se ven también iglesias bizantinas en las orillas e islotes del lago Bafa, así como tumbas rupestres talladas en las rocas que emergen del lago.
La larga muralla de más de 6 km que rodea la ciudad fue construida hacia 287 a C por Lisímaco. Trepa y destrepa por las sinuosidades de los montes, salvando toda clase de accidentes geográficos, fundiéndose con los inverosímiles amontonamientos de rocas caballares que salpican el territorio, y está cada cierto tramo jalonada por esbeltos torreones de vigía, muchos aún en pie. Si bien su trazado es de tipo poligonal irregular, condicionado por la caótica topografía, la ciudad que encierra su recinto sigue las más estrictas reglas de la urbanización hipodámica, con todas las calles alineadas en ángulos rectos y orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, y tanto las viviendas como los grandes edificios públicos encajados en la retícula. En el caso de Heracleia esta planificación urbana resulta aún más admirable al constatar que la trama callejera ortogonal se incrusta armoniosamente en un terreno empinado y caótico, lleno de desniveles, vaguadas y espolones rocosos.
Sobre uno de estos peñascos se levanta el templo de Atenea, que domina desde las alturas toda la ciudad. Es de época helenística. Estaba desprovisto de columnas y se compartimentaba en un pronaos y una cella de casi igual tamaño y desnudas de decoración.
Del teatro apenas se distinguen algunas losas del graderío y unos pocos bloques de la escena, al estar el edificio casi totalmente enterrado bajo un campo de olivos (foto 086). Se pueden identificar también, inextricablemente mezclados con las casas, huertas y graneros del actual pueblo, el ágora, un bouleuterion o sala de reuniones, unas termas romanas, un ninfeo o fuente pública, y varios templos, como el dedicado a Endimión.
Iasos dejó de ser una isla
No es fácil llegar a Iasos. Sus ruinas se agazapan en un recóndito paraje de la costa mediterránea occidental de Turquía, sobre una pequeña península boscosa, que antaño era una isla cercana al litoral, y fue luego unida al continente mediante un istmo. El acceso por tierra es a través de una sinuosa ruta de montaña; es más sencillo llegar por mar, efectuando una travesía desde la población portuaria de Güllük. El rincón reúne todos los encantos del Mediterráneo: una aldea pesquera apacible, casi sesteante a la sombra los pinos, en un entorno de recortadas caletas y entradas de mar, con playas de guijarros y aguas transparentes.
Las ruinas de Iasos han sido excavadas en el siglo XX por arqueólogos italianos, que han sacado a la luz una ciudad no por poco conocida menos relevante. El asentamiento existía ya en la primera Edad de Bronce. Se han detectado también, bajo el ágora romana, los vestigios de un amplio edificio de la época minoica (2000-1580 a C). En la era micénica, tras la invasión de los aqueos, se instaló allí una colonia de argivos (procedentes de Argos).
En 412 a C la ciudad fue destruida por la flota espartana, a causa de sus alianzas con Atenas. El ateniense Conon derrotó a su vez a los espartanos en Cnido (394 a C), liberando así la ciudad de su tutela. Hacia el siglo IV a C, Iasos formaba parte de los dominios del sátrapa Mausolo.
La riqueza de la ciudad se basaba en la pesca, y estaba favorecida por su adhesión a Atenas, pero tras la conquista de Alejandro creció aún más su prosperidad. Aquí se celebraba cada año un festival de música y teatro que alcanzó un gran renombre en la Anatolia occidental. En época bizantina fue sede de un obispado, pero su decadencia era ya inminente.
La península, antes ínsula, donde se asentaba Iasos, una colina encajonada entre dos bellas bahías que servían de puertos naturales, estaba circundada de murallas de la época bizantina.
El ágora romana se extendía al pie de la colina, con un pórtico columnado de entrada. Se han desenterrado los estilobatos de base y relevantado parte de las columnatas. Por todas partes se ven fragmentos de arquitectura tallados con motivos escultóricos de gran riqueza, como frisos de máscaras o capiteles corintios. Contiguo al ágora se hallaba el bouleuterion (o edificio del Senado), conformando un pequeño hemiciclo (foto 087).
Del templo de Artemisa Astyas, consagrado a la diosa por el emperador Comodo (180-192 d C), apenas sobrevive más que su pórtico de entrada. En este edificio se guardaban los archivos de la ciudad.
Trepando por la colina se llega a las ruinas del teatro romano, del que subsisten enormes muros de sillar almohadillado que servían de contención para el terreno, donde éste era más pendiente. Poco queda de la cavea, cuyos graderíos fueron utilizados como cantera para la construcción de la muralla (foto 088). Desde lo alto del teatro se contempla un soberbio panorama sobre la recortada costa circundante.
Un mausoleo romano recientemente reconstruido sirve de almacén para los hallazgos arqueológicos del lugar, como piezas de cerámica o esculturas de mármol.
Labranda, oculta en las montañas
Las ruinas de Labranda constituyen un buen ejemplo del genial sentido de la urbanización que demostraron poseer los arquitectos de Asia Menor en la era clásica. En un enclave montañoso recóndito y abrupto, desde cuyas alturas se divisa el valle de Milas (la antigua Milasa), los constructores del sitio de Labranda domaron la montaña, imbricaron la arquitectura en la naturaleza, implantaron el dominio de la línea recta y del ángulo de 90º allí donde reinaba un caos de roquedales, riscos y vaguadas (foto 089).
Se sabe por Herodoto que Labranda (o Labraunda) existía ya en el siglo VI a C, y que su poco accesible emplazamiento entre las montañas era utilizado como escondrijo: "A poco, cuando aparecieron los persas, y cruzaron el Meandro, se encontraron con ellos los carios (...). De lo persas cayeron hasta dos mil, de los carios hasta diez mil. Los fugitivos se refugiaron en Labranda, en el santuario de Zeus Guerrero, un vasto bosque sagrado de plátanos (...). Refugiados allí deliberaban cómo podrían salvarse, si les iría mejor entregándose a los persas o abandonando toda el Asia Menor." (Herodoto, Historia, V, 119).
Labranda era un centro religioso importante para las gentes de la llanura, una especie de meta de peregrinación, y fue probablemente sede de un oráculo. En el periodo helenístico fue declarada libre por Antioco. El lugar todavía tenía habitantes en la época bizantina (hay ruinas de una iglesia del XI), hasta llegar poco a poco a quedar completamente despoblado.
Los escasos visitantes que se acercan hoy a Labranda, por una polvorienta carretera de montaña transitada por camiones que acarrean material de unas cercanas canteras de caolín, se encuentran con los asilvestrados restos de una urbe aterrazada sobre la ladera del monte, cuyos distintos niveles son conectados por escalinatas de piedra. En los bosques de pinos de los alrededores se esconden otras construcciones, como las murallas, y un estadio semisepultado por montones de tierra y marañas de arbustos.
Antiguamente Milasa estaba conectada con Labranda por una 'Vía Sacra' pavimentada de losas. Se entraba a la ciudad por unos propileos o pórticos columnados monumentales de estilo jónico, para acceder al ágora, una vasta plaza trapezoidal en el centro de la urbe, en torno a la cual se elevaban los edificios principales. Todavía quedan, además de los obligados santuarios religiosos, gran número de construcciones de carácter civil. Adosada a un muro lateral se abre una fuente del siglo I d C.
Destacan al oeste tres severos edificios de planta rectangular y buen aparejo de sillares. Son los llamados Andron A, B y C. Un andron era una gran sala de banquetes, donde se congregaban los hombres prominentes de la ciudad, con ocasión de las festividades religiosas. El Andron A se conserva muy entero pese a estar datado en una fecha tan temprana como el siglo IV a C: llaman la atención las ventanas perforadas en sus muros, un rasgo inusual en la arquitectura de aquella época (foto 090).
Ascendiendo por escalinatas de piedra a un aterrazamiento superior del casco urbano, se pueden contemplar los restos a nivel de base del Templo de Zeus Stratios (el Zeus Guerrero mencionado por Herodoto), flanqueado por dos terrazas (foto 091). Era un templo períptero de 8 x 6 columnas, con los consabidos pronaos, cella y opisthodomos, éste último con dos columnas in antis. Fue fundado en el siglo V a C y reconstruido por Idrieos, hermano de Artemisia, en el IV a C. Mausolo lo dotó de un gran pórtico en la terraza oriental, frente a la entrada. Los tambores inferiores de las columnas han sido relevantados sobre el suelo, pero no ocupan los emplazamientos originales.
Si seguimos trepando monte arriba, nos encontraremos a media altura, en un recodo del accidentado terreno, con la llamada Tumba de Idrieos. Se trata de un mausoleo muy bien conservado, prácticamente entero (foto 092), que debió servir de sepultura a algún personaje importante. Por un vestíbulo se penetra en una cámara sepulcral, cuyo techo es una bóveda curvilínea tallada en roca. Albergaba cinco sarcófagos, de los que sólo quedan tres in situ. Más arriba en el monte se pueden descubrir otras tumbas de parecida hechura, colgando de los riscos y ocultas en el espesor del bosque.
Alinda y la reina Ada
Alinda es el nombre de una bella y poco conocida ciudad helenístico-romana, cuyas ruinas sin excavar duermen en un perdido paraje de las estribaciones del monte Latmos, en la antigua Caria. De orígenes muy remotos, Alinda fue capital de la reina Ada (hija de Hekatomnos, sátrapa de Caria que fue padre de Mausolo, el constructor del Mausoleo de Halicarnaso), y la mayoría de sus monumentos data de la época helenística (siglos IV y III a C).
Ada fue expulsada de Halicarnaso por su hermano Pixodaros en 344 a C. Se refugió en Alinda y convirtió esta población en su capital. Partidaria de los griegos en su guerra contra los persas, promotora de la cultura griega, en 333 a C dio la bienvenida a Alejandro Magno, que había llegado a la Caria en el transcurso de su campaña contra el Imperio Persa. Ada le otorgó honores de libertador y alojó a sus ejércitos en Alinda. Propuso a Alejandro ser su hijo adoptivo. Alejandro aceptó y, a cambio de sus favores, concedió a Ada la satrapía de Caria, con excepción de las ciudades griegas, que fueron proclamadas libres. En realidad dejó el control de la región a cargo de su general Ptolomeo. Alinda fue rebautizada como Alejandría del Latmos.
La ciudad mantuvo su influencia bajo los reyes seléucidas, y Antioco III instaló allí una guarnición para vigilar toda la comarca.
El edificio que más destaca en la parte baja de la ciudad (hoy colindante con el pueblecillo turco de Karpuzlu) es el ágora. Se trata de una enorme construcción de tres pisos y planta rectangular, con buen aparejo de hiladas rectilíneas de grandes sillares ligeramente almohadillados, que, a modo de terraza, salva con su estructura el empinado desnivel del terreno (foto 093). El frontispicio mide 90 m de largo y 15 m de alto, y está perforado por ventanas rectangulares y tres puertas con arcos de medio punto, que podrían ser añadidos romanos (foto 094). La planta baja da a una calle de acceso, sobre un alto muro de terraza, y la planta alta se abre a una plaza porticada de 30 m de ancho situada en un nivel superior. Una columnata de pilares formados por pedestales con fustes superpuestos, divide longitudinalmente en dos naves los dos pisos superiores del edificio, distribuyendo los espacios entre tiendas que daban a la plaza, trastiendas y almacenes (foto 095).
El teatro se conserva casi intacto, si bien la cavea está invadida por los olivos y las losas de su graderío desencajadas por el empuje imparable de las raíces arbóreas (foto 096). No obstante, todas las piezas están en el lugar, esperando su recomposición. Fue construido por los griegos, y reformado a fondo por los romanos, que le incorporaron entradas con arcos y galerías abovedadas.
Alinda poseía dos acrópolis. En lo alto de una de ellas se puede todavía ver seis cisternas excavadas en el suelo, algunas de las cuales siguen conservando sus techumbres. Sus aguas corrían por canales hasta alcanzar un acueducto de época romana, a contraterreno de la acrópolis, que salvaba el desnivel entre dos colinas (foto 097). Una muralla trepaba por los montes para circundar la ciudad, y estaba jalonada cada cierto tramo por potentes torres de época helenística, provistas a veces de curiosas ventanas triangulares.
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