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Myanmar

Yangon y el Estado Mon

 

   Quizás por los acusados contrastes que son su sello de identidad, Yangon, situada en el delta del Irrawaddy, es considerada como una de las ciudades más exóticas del sudeste asiático. Es imposible no dejarse atrapar por la decadencia colonial de Yangon, antaño Rangún. Los acusados contrastes son el sello de identidad de su particular fisonomía urbana; edificios coloniales muy maltratados por el tiempo y la dejadez (foto140), con sus fachadas desconchadas y descoloridas junto a altas torres de metal y cristal que parecen estar fuera de lugar. Frondosos y tranquilos parques y lagos donde la gente medita frente al creciente caos de su centro urbano, monjes caminando descalzos por la calzada junto a militares armados… o pagodas y templos en medio del tráfico y compartiendo espacio con vendedores ambulantes y casas de té.
Myanmar   Todo esto a la vez es Yangon, con su bullicioso puerto y sus avenidas, con sus barrios chino e indio y la icónica y dorada Pagoda Shwedagon, la cual, en lo alto de la primitiva colina de Dagon y desde sus 98 metros de altura, parece contemplar la ciudad.
    "Yangon es observada por el dorado icono del país desde sus 98 metros de altura."
   Shwedagon es el principal destino de peregrinaje del país (foto130). El monumento actual tal y como lo vemos es del s. XVIII, pero su origen es discutido. Aunque se le atribuye una edad de 2.500 años, lo cierto es que existen escritos budistas que indican que fue construido antes de la muerte de Buda, ocurrida en el 480 a C. Por tanto, se puede decir que ha sido testigo de todos los acontecimientos del país a lo largo de los siglos, ha sobrevivido al abandono, al saqueo, los incendios, y a los numerosos terremotos que incluso llegaron a derribar su parte superior. Por todo ello Shwedagon es un icono del país. En Bago hay otra pagoda aún más alta, pero Shwedagon es tan venerada por las reliquias que se dice alberga en su interior, según la leyenda: ocho cabellos del Buda y un trozo de tela. Aunque dicho interior es de ladrillo y no se puede acceder a él, la pagoda se halla recubierta por toneladas de planchas de oro (foto131), tradición que se inició en el s. XV por una reina que donó su peso en oro para conservarla. La parte superior de la estupa está coronada por un hti o pináculo cubierto con 5.448 diamantes y 2.317 rubíes.
   Para los occidentales este es un lugar de cuento y nos resulta curioso que la gran cantidad de devotos que se postran ante ella, la rodean y veneran con gran fervor religioso (foto133) no parezcan sorprendidos de que semejante templo, sin parangón en el mundo, esté ahí, envuelto por los edificios modernos de la ciudad y asimilado por la misma. Yangon tiene cerca de cuatro millones de habitantes, pero aquí dentro nada perturba a los peregrinos. La gente viene a rezar y a descansar. Familias enteras la visitan y pasan el día en el inmenso complejo que no sólo alberga a la mítica Shwedagon, sino que a su alrededor hay docenas de templos y santuarios y 64 estupas menores donde hacer ofrendas u orar. La gente parece muy reconfortada viniendo a rezar aquí o, simplemente paseando y descansando entre sus templos porque es un lugar muy agradable. El ambiente es estupendo y uno se  impregna de paz y de armonía mientras los pies descalzos reciben el calor del brillante suelo de mármol al caminar entre sus innumerables templos, pabellones e imágenes de Buda de todos los tiempos y tamaños. A medida que cae la noche llegan más fieles que encienden sus velas y hacen sus ofrendas de agua, flores o incienso a su Buda personal. Los últimos rayos de sol resbalan por su cúpula ya naranja y las bandadas de pájaros parecen despedirse del lugar hasta el día siguiente. Para Kipling, que tan bien retrató todas estas latitudes en sus libros, Shwedagon era "un misterio dorado... una hermosa maravilla pestañeante".
   Mucho menos llamativa que Shwedagon y emplazada en un cruce de calles en pleno centro de la ciudad encontramos la pagoda Sule, también antiquísima y dorada pero de menores dimensiones (foto135). Sule llama la atención porque es un ejemplo del peculiar paisaje urbano y de los comentados contrastes de la ciudad. En su base hay un buen número de comercios y de cambistas.
   Pero la visita a la ciudad ofrece además otros puntos de interés, como son la Chauk Htat Gyi Paya, con su inmenso buda reclinado (foto136), o la Botataung Paya junto al antiguo puerto de Yangon (foto137) y rodeada por vendedores ambulantes y decenas de monasterios, en alguno de los cuales se puede asistir a  la ceremonia del Shinpyu o toma de votos por los novicios antes de su entrada al monasterio. Otro paseo interesante para tomarle el pulso a la ciudad es caminar por los barrios indio y chino, donde además de encontrar bastante oferta gastronómica también hay muchas tiendas, y visitar el mercado de Bogyoke, antiguo Scott Market.

  
  
"Amanecer en la Roca Dorada"
  
   En el estado Mon, a unos doscientos kilómetros de Yangon encontramos el segundo de los lugares de peregrinaje budista más sagrados de Birmania: la Roca Dorada. Si salimos por la mañana temprano podremos parar a lo largo del camino donde hay innumerables puntos de interés, como la Shwemandaw Paya (foto150), el precioso buda reclinado de Nyathalyaung (foto147), el antiquísimo y gigantesco buda reclinado de Shwethalyaung, del s. XIII (foto148), u otras curiosidades como el monasterio de la serpiente o la Kyaik Pun Paya (foto142), con cuatro enormes estatuas sedentes de Buda cuyos ojos parecen controlar todos los puntos cardinales…
Myanmar   Para llegar hasta lo alto del monte Kyaiktiyo, donde encontraremos la peculiar Roca Dorada, nos adentraremos en la vida rural del país atravesando pequeñas poblaciones que jalonan la arteria principal del estado, una carretera de sentido único, compartida por toda clase de vehículos y tráfico rodado, de tracción a motor, animal o humana. Observaremos un paisaje verde donde los campesinos trabajan en los campos de arroz, y donde pequeñas casas de bambú construidas sobre pilotes y techadas de hoja de palmera se integran perfectamente difuminadas en el paisaje.
   Toda esta región está formada por un largo istmo entre el Mar de Andamán y Tailandia y, en general es bastante desconocida para los foráneos. El acceso hasta la plataforma donde descansa la Roca Dorada (foto151) es considerado parte del peregrinaje, y desde el campo base de Kin Pun, donde comienza el trekking, hay que caminar unos once kilómetros que salvan un desnivel de más de mil metros. La primera parte del recorrido la podemos hacer subidos en lo alto de un pick-up del gobierno, el cual asciende por una estrecha vía pavimentada y serpenteante, y el resto del camino, desde el segundo campo base, una hora más o menos de caminata, ya no hay otra que hacerlo por los propios medios. El acceso no es fácil, como todas las cosas que merecen la pena en este mundo, pero os aseguro que el esfuerzo merece la pena.
   La presencia de la Roca Dorada (foto129) es explicada, por supuesto, con una leyenda, la cual dice que el Buda en una de sus visitas entregó un mechón de su cabello a un ermitaño llamado Taik Tha, el cual se propuso buscar  una roca con la forma de su cabeza para consagrar en ella la reliquia. Ayudado por un rey que tenía poderes sobrenaturales localizaron la roca en el fondo del mar y vieron en Kyaiktiyo el lugar perfecto donde emplazarla. En lo alto de la misma, de 7 metros de altura, se encuentra la pequeña estupa que desde entonces contiene la reliquia en su interior. Asimismo se piensa que es el poder de la reliquia el que impide a la roca precipitarse monte abajo. El barco en el que se trasladó la roca se convirtió en otra roca, que también podemos ver allí, conocida como Kyaukthanban (literalmente "estupa de piedra de barco"). Dado que desafía a las leyes de la física más elementales habrá que empezar a creer en leyendas.
   La temporada de peregrinaje coincide con el final del monzón (noviembre a marzo). Entonces gentes de todas partes del país, y budistas de otros países cercanos, suben al santuario (foto152). El ambiente es recogido y lleno de espiritualidad. Niños monjes pasan a nuestro lado, los peregrinos hacen ofrendas, el incienso arde y eleva sus fragantes volutas sobre los presentes que rezan en dirección a la roca, donde pequeñas campanillas son agitadas por el viento que nos trae sonidos de cánticos desde los monasterios de alrededor. Los devotos rezan durante toda la noche, algunos recogidos en pequeños santuarios anexos a la roca donde solo las tenues velas alumbran las estancias.
   Estamos ante un paisaje montañoso totalmente abierto y rodeado  de vegetación frondosa y virgen muy similar al del norte de Tailandia, donde llenar los pulmones y el pensamiento con aire puro. Y volvemos a ser testigos por segunda vez desde nuestra llegada de la profunda religiosidad del pueblo birmano cuya devoción flota en el ambiente y casi se respira. No importa el credo de cada uno, es fácil sentirse atrapado por ella. Ver el atardecer y el amanecer en la roca es una experiencia inolvidable pues, al igual que ocurre con la pagoda Shwedagon, este es sin duda uno de esos lugares con una carga mística especial.
   En el camino de regreso a Yangon continuamos descubriendo lugares de interés como el Golden Kyaung (Kwat Htin, foto146), un curioso monasterio lleno de niños con unas bellísimas columnas lacadas y esmaltadas, o el Khaung Hmi Daw Paya (foto143), un curioso templo a orillas de un lago donde flotan los nenúfares.

   Ana Morales

  

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FotoCD109
   
Myanmar
Bienvenidos al país dorado

© Francesc Morera Fargas
Textos: Ana Morales

   
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Fotos: Albert Sorigue