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El Cairo

Cómo sobrevivir al Cairo

 

   El Cairo hoy es un caos urbanístico creciente e imparable, con muy difíciles trazas de solución, donde las barriadas de edificios-colmena se expanden en todas direcciones sin planificación urbana aparente (foto051). Lo antiguo y lo nuevo se mezclan en aglomerada confusión. Los bloques de viviendas actuales, muchos de ellos deficientemente construidos y sin la menor personalidad arquitectónica van acorralando y ahogando los excelsos edificios del Cairo medieval (foto049). Montones de basura y escombreras se desparraman por todos los rincones, obturan las zanjas y se apilan en las azoteas (foto052). Cada día caen sobre las calles del Cairo varias toneladas de arena del desierto, traídas por los vientos, revistiendo los monumentos de una espesa capa de polvo color ocre que desluce las lujosas labores de mármoles incrustados de sus fachadas. El polvo lo invade todo. Penetra en las fosas nasales y los coches aparcados han de ser vestidos con fundas para que se mantengan medianamente limpios (foto028).
Cairo   En las últimas décadas, una inmensa zona industrial se ha desarrollado en la periferia del Cairo. Las principales industrias consisten en empresas textiles, de procesado y envasado de alimentos, y de fabricación de automóviles y electrodomésticos. En la zona de Tura (el lugar de las antiguas canteras que abastecieron de sillares de caliza a las pirámides) y Helwan se despliegan acererías, fábricas de maquinaria industrial y fábricas de cemento. Sus chimeneas expulsan densas vaharadas de humo que polucionan el valle, cubriendo con un manto grisáceo los pueblos y los palmerales de los alrededores.
   A esto hay que añadir la contaminación atmosférica provocada por un intensísimo tráfico motorizado de automóviles, taxis, autobuses, minibuses, camiones, furgonetas y ciclomotores que literalmente compactan las calles del Cairo y que transitan incluso por encima de sus edificios, por carreteras elevadas a modo de scalextrics. La única norma de tráfico es que no existen las normas. Sobran los semáforos, los guardas y los pasos de cebra cuando el tráfico es un fluir continuo de vehículos que no se detiene ni un instante. Coches, motos, a veces carros tirados por mulos, se suceden en una apretada caravana sin fin, acompañados de una enloquecedora algarabía de claxons. Las pequeñas colisiones son tan frecuentes que nadie les da importancia, y cada coche luce en su carrocería una buena colección de abolladuras y rasponazos.
   En tales condiciones, ¿cómo cruzar una calle y sobrevivir al intento? Los cairotas lo hacen así: en cualquier momento, por cualquier punto y sin mirar a derecha ni a izquierda. Atraviesan perpendicularmente el caudal de vehículos como si éste no existiera, y dejan que sean los conductores quienes se encarguen de esquivar a los peatones mediante un frenazo o un golpe de volante. Se puede ver a madres que llevan en brazos a bebés cruzando las carreteras por este sistema suicida de despreocuparse y confiar ciegamente en el destino, que está escrito. Solo Alá sabrá por qué en El Cairo no se producen más accidentes.
  
   Es así como callejear por El Cairo puede ser una experiencia agotadora y sumamente estresante. Los parques públicos y zonas verdes escasean, pero quien desee reposar por unas horas del delirante trajín urbano tiene una opción: darse un paseo por la 'Ciudad de los Muertos', un oasis de tranquilidad y silencio en medio del barullo cairota (foto170 y siguientes). Se trata de un barrio relativamente aislado y con poco tráfico de vehículos, un tanto ajeno a las normativas de la municipalidad, acondicionado, por la presión de la extrema densidad demográfica, en los terrenos de la antigua necrópolis de los sultanes. Las viviendas están rodeadas de tumbas (foto185), entre las que sobresalen las cúpulas y minaretes exquisitamente trabajados de los mausoleos mamelucos. Aunque las agencias de viajes inculcan la idea de que tal zona es peligrosa para los extranjeros, esta mala fama es totalmente infundada, pues en la 'Ciudad de los Muertos' se disfruta de la misma seguridad ciudadana que en el resto de los barrios del Cairo, seguridad por otra parte sorprendente en una capital tan congestionada y con tan flagrantes desigualdades sociales. Existe otra opción para descansar del Cairo: irse cada ciertos días de excursión al desierto a visitar pirámides. En ambos casos, lo de 'la paz de los cementerios' no es un tópico, y supone un auténtico respiro dentro del caos.
   Hay asimismo una tercera alternativa: entrar a las mezquitas, verdaderos remansos de paz, adonde los ciudadanos acuden no sólo a rezar sus plegarias, sino a disfrutar de unas horas de reposo en el silencio de sus salas de oración, e incluso a echar una siesta (foto039).
Cairo   La efervescente actividad comercial de las calles del Cairo viene de antiguo, de ahí sus múltiples reminiscencias medievales, y se manifiesta en los bazares al aire libre y puestecillos de venta ambulante que se improvisan cada día por todos los barrios para vender los productos del campo (foto073 y siguientes), complementados por talleres artesanales divididos por gremios donde aún se teje en telares de mano (foto046), se forja el hierro a martillazos sobre yunques, se muele el trigo en molinos, se cuece el pan en hornos de leña (foto010), se diseñan cofres y muebles taraceados en nácar, se practica el arte de la orfebrería, se utilizan dromedarios (foto045) para el transporte de cargas... El Cairo medieval sigue vivo.
   Uno de los mayores bazares del Cairo medieval es el conocido como Jan el-Jalili (foto091 y siguientes), adyacente a la plaza Hussein, cerca de la mezquita de Al-Azhar. Este conjunto urbano de estrechos y sombreados callejones cubiertos a tramos por bóvedas y conectados por arcos monumentales fue construido a finales del siglo XIV y hoy alberga un abigarrado conglomerado de tiendas de antigüedades y artesanía, trabajos de oro, artículos de cobre, tejidos, cuero, alfombras y especias. En una plazuela subsiste, emergiendo de las basuras, una columna clásica de capitel corintio (foto098), como testimonio de que los romanos estuvieron aquí.
  
   Aunque marchitas y desvencijadas, aún se mantienen en pie en el casco antiguo numerosas casas palaciegas (foto059), habitadas por familias venidas a menos. Se apoyan unas en otras, sus bloques creando una tupida maraña de callejas y callejones sin salida, estrechos y zigzagueantes. Sus sobrias fachadas de ladrillo enlucidas en colores ocres, con entramados de madera, no dejan entrever los lujosos espacios interiores, sus dos, tres o cuatro pisos rodeando patios provistos de fuentes. Las habitaciones de los hombres están separadas de las de las mujeres. Las grandes puertas de madera, materia prima muy costosa en un país donde escasean los árboles, están adornadas con labores de taracea, aldabones de bronce y clavos de hierro. Muchas de las ventanas están cubiertas por elaboradas celosías de madera (mashrabiyah) que sobresalen de las fachadas (foto030), desde donde las mujeres que guardaban el purda podían atisbar las calles sin ser vistas.
   
   Así estaba ella, de pie en la celosía noche tras noche, observando la calle desde detrás de las rendijas: no la veía cambiar, mientras que ella misma sí iba cambiando sin cesar. (...) ¡Ay! ¡Era como si la celosía fuera un rincón del café, donde ella estuviera sentada!
   Naguib Mahfuz. Trilogía del Cairo
  
   En algunas azoteas se ven aún palomares donde se crían pichones, si bien la mayoría son hoy depósitos de escombros.
   Están muy destartalados, pero aún se conservan muchos talleres tradicionales y antiguos caravasares (posadas para mercaderes con almacenes para sus mercancías) todavía en uso, con sus varios pisos de galerías rodeando un patio central.
   Además de mezquitas, madrasas y mausoleos, en las viejas calles del Cairo puede verse otro tipo de monumentos, construidos por los mamelucos y otomanos: los sabil o fuentes públicas (foto026). A veces exentos, a veces encastrados en otros edificios, se caracterizan por tener a la altura de la planta baja unos grandes ventanales con enrejado de hierro. En sus tiempos, un servidor público apostado en el interior se encargaba de servir vasos de agua a los viandantes, tendiéndoselos a través del enrejado. Al no existir un sistema de agua corriente, el abastecimiento del sabil era confiado a porteadores de agua. En los sabil-kuttab, el piso superior estaba constituido por una escuela coránica (foto031).
Cairo   Hoy en día los sabil ya no están en funcionamiento, pero, a falta de otras fuentes, el ciudadano puede apagar su sed haciendo uso de las tinajas de barro que a tal fin se disponen en las aceras, llenas de agua potable y fresca (foto011).
   En los numerosos cafetines donde puede uno refugiarse del ajetreo de la calle, los ciudadanos pasan sus ratos de asueto charlando con los amigos, viendo partidos de fútbol televisados o jugando al dominó, a los naipes, al backgammon, al ajedrez. Además de tomar té y café, es muy popular el karkadé, una infusión de flores de hibisco, de color rubí, que se sirve fría o caliente. Consumen también leche de almendras, o a la hierbabuena, y, para combatir la sed, grandes vasos de zumo de caña de azúcar, que es prensada con unas máquinas especiales instaladas al efecto.
   Es muy habitual en estos garitos fumar la shisha, es decir, el narguilé o pipa de agua (foto158). El camarero acopla en la punta del narguilé una cazoleta cónica de barro rellena de un tabaco especial humedecido en agua, a veces aromatizado con manzana o frambuesa, cubierta la boca con un papel de aluminio al que se le han practicado unos pequeños orificios. Un muchacho que trabaja de ayudante se encarga de mantener brasas encendidas en una parrilla y de periódicamente depositar, con ayuda de unas pinzas metálicas, unos trozos candentes de brasa sobre las bocas de las pipas de los clientes. El papel de aluminio calienta el tabaco sin quemarlo, y el humo, al ser aspirado, atraviesa con un sonoro gorgoteo el agua del recipiente de cristal en la base, enfriándose antes de llegar por un tubo de goma rematado por una boquilla a la garganta del fumador. Este tubo flexible permite compartir la shisha cómodamente con los compañeros de mesa, pasándolo de mano en mano.
  
   Son escasos y difíciles de encontrar los bares que tienen licencia para expender bebidas alcohólicas, pero haberlos, haylos. Son muy discretos. Ningún rótulo en la fachada permite identificarlos y desde la calle no se ven sus interiores. Habitualmente no hay mujeres en sus mesas, aunque se dan excepciones. Sirven las cervezas en botellas de una pinta, de fabricación egipcia, acompañadas de un plato de altramuces o frutos secos. Cierran los viernes, día de fiesta semanal de los musulmanes, y cierran también durante el mes de ramadán, dando vacaciones a sus empleados.
   Algunas grandes barcazas de madera ancladas a orillas del Nilo funcionan como bares, restaurantes, salones de juego e incluso como 'casas de citas', adonde acuden algunos ciudadanos a echar una cana al aire al abrigo de las miradas, como bien describió Naguib Mahfuz en su novela 'Palacio del deseo'. Naguib Mahfuz (1911-2006), premio Nobel de literatura, nacido en El Cairo, ciudad donde residió toda su vida, es autor de la excelente Trilogía del Cairo, historia novelada de una típica familia cairota en la primera mitad del siglo XX, cuyos títulos 'Entre dos palacios' (Bayn el-Qasrayn), 'Palacio del deseo' (Qasr el-Shawq) y 'La azucarera' (El-Sukkariyya) hacen referencia a los nombres de determinadas calles y enclaves del Cairo antiguo, distintos escenarios en los que va transcurriendo la saga familar. Esta trilogía es considerada como el mejor retrato literario existente de la ciudad del Cairo. Por otra parte, en las novelas 'Café Karnak' y 'El café de Qushtumar' Mahfuz recrea el ambiente característico de los cafetines cairotas, transcribiendo las entretenidas tertulias mantenidas entre amigos y vecinos en torno a un té y una shisha.
   Pese a haber sido víctima de un intento de asesinato a manos de fanáticos, Naguib Mahfuz fue, y sigue siendo tras su fallecimiento, un personaje muy popular en El Cairo. En el bazar Jan el-Jalili existe un café de lujo con su nombre, y su retrato aparece pintado en un mural del prestigioso restaurante Felfela. Es obligado asimismo mencionar el pintoresco café el-Fishawi (foto067), frecuentado por el escritor, con su abigarrada decoración decimonónica a base de arañas de cristal y grandes espejos enmarcados en madera tallada (foto068), sumergido en una angosta y populosa calleja de Jan el-Jalili por donde pululan toda clase de vendedores y músicos ambulantes.

 

 

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FotoCD95 
   
El Cairo
Entre la gloria y el caos

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en El Cairo (Egipto)

   


 

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