Exposiciones fotográficas

Paisajes de las cavernas

El mundo de la fotografía espeleológica

 

   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...
   (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)


   Vi los paisajes de los insólitos mundos que se esconden bajo la superficie de la Tierra. Parajes extraños y fantasmagóricos, jamás acariciados por el sol, sólo a medias entrevistos al rasgar con luces el espeso manto de aquellas tinieblas perpetuas; escenarios irreales, soterrados en profundos laberintos que nadie podrá nunca explorar en su totalidad.
   Vi una red de túneles y galerías sin fin, vi suntuosas salas, altísimas columnas y gigantescas bóvedas, mayores que las de cualquier catedral, pero esta maravillosa arquitectura no estaba hecha por las manos de los hombres.
   Vi otros mundos que están en éste: los paisajes de las cavernas.

 

 

Cueva de Arleze (Urbasa, Navarra)   He aquí una nueva selección de fotografías espeleológicas que, realizadas en las profundidades de diversas cuevas y simas por varios exploradores, armados de cámaras y grandes dosis de curiosidad y entusiasmo, salen aquí a la luz del día bajo el título de 'Paisajes de las Cavernas (2)', en una segunda entrega que fotoAleph tiene el placer de exhibir en su galería virtual.
   Las fotos que aquí mostramos han sido escogidas con el criterio de que los internautas puedan disfrutar contemplando en estas imágenes la belleza visual intrínseca de los paisajes del mundo subterráneo, independientemente de que sean o no aficionados a la espeleología.
   A base de experimentar, equivocarnos, corregir, vamos aprendiendo nuevas técnicas de fotografía espeleológica, y en verdad que si las cuevas son un mundo dentro de éste, esta especialidad es otro mundo dentro de la fotografía. Requiere una dedicación que pocos están dispuestos a prestar cuando se hallan enfrascados en lo que por lógica es más perentorio: poner toda la atención en el dificultoso avance por los tortuosos y accidentados senderos de las profundidades de la Tierra. No está uno para fotos cuando anda remontando con cuerdas una sima, salvando un caos de derrubios, reptando por una gatera o atravesando una charca con el agua hasta la cintura. 
   Y, sin embargo, algunos nos animamos, en cuanto la ocasión lo permite, a sacar la cámara de la mochila, el trípode, los focos, y a disparar. En un lapso de treinta o cuarenta segundos de exposición, hacemos barridos con los focos, 'pintando' con luz las paredes, las concreciones estalactíticas, las salas, los túneles. Jugamos con las luces laterales y los contraluces, para crear sombras y claroscuros que ayuden a dibujar, contrastar y realzar los espeleotemas. Combinamos la fría luz del flash con las luces cálidas de los focos de mano, con lo que salen unas mezclas de iluminación inverosímiles que nos sorprenden a nosotros mismos. Las combinaciones se van así multiplicando hasta el infinito. Los claros interactúan con las tinieblas, modelando a cada instante nuevas y caprichosas figuras, que se metamorfosean adoptando siluetas variopintas según los ángulos de incidencia de los rayos lumínicos. Aunque lo intentáramos, aunque mantuviéramos inalterados encuadre, enfoque, velocidad y diafragma, no podríamos pese a ello sacar dos fotos iguales, ya que las condiciones de cada foto varían aleatoriamente según las distintas trayectorias de los barridos de luz, creando sombras donde antes había luces y luces donde antes había sombras (pueden verse ejemplos de este fenómeno comparando pares de fotos en las que sólo varía la iluminación, en Paisajes de las Cavernas 3: fotos 090 y 099).
   Cuando vemos reveladas las fotos, nos da muchas veces la sensación de que vemos las cuevas primera vez. Apreciamos sutiles gamas de colores que no habíamos captado al natural, bajo la mortecina y sesgada luz de los frontales. Nos cuesta incluso reconocer los parajes que hemos contemplado pocos días antes, transfigurados como están por la magia del arte fotográfico: '¿De verdad que hemos estado aquí?', nos solemos preguntar.  
   Se trata de un proceso permanente de experimentación, de exploración de técnicas fotográficas paralelo a la exploración de la cueva, un proceso creativo que va penetrando en las áreas de lo desconocido para desembocar en nuevos e inesperados descubrimientos.

 

Anécdotas y peripecias subterráneas

   No hay nada como visitar una cueva sin guía, abriendo camino, explorando. Sí, es cierto: daremos palos de ciego, entraremos en callejones sin salida, en pasillos obstruidos por sifones o por simas. Nos internaremos por angostos agujeros por los que apenas cabe una persona y que conducen a ninguna parte. Cada cierto tiempo se impondrá retroceder y tantear nuevas vías. Una cueva que podría ser recorrida en tres horas por alguien que la conociera, nos llevará quizá tres días de intentonas en su exploración. Pero es así como, paso a paso, iremos conociendo la caverna a fondo, en Cueva de La Galiana Baja (Soria)profundidad, hasta sus últimos recovecos, haciéndola nuestra, sintiéndola nuestra, como el pionero que pisa por primera vez tierras ignotas o continentes inexplorados. Y el esfuerzo a la postre habrá merecido la pena, pues enriquecerá nuestra percepción del mundo al añadir a éste los otros mundos maravillosos que se esconden bajo la superficie de las cosas. Paisajes nunca vistos, escenarios oníricos, universos raros y fantasmagóricos que nunca terminamos de escudriñar al completo y que nada tienen que ver con el de todos los días. ¿Quién dijo aquello de que 'el mundo no sólo es extraño sino que es infinitamente más extraño de lo que los seres humanos serán nunca capaces de imaginar'? 
   Conforme vamos visitando más y más cuevas, vamos sumando a nuestro currículo espeleológico -además de experiencia- nuevas aventurillas y divertidas anécdotas, algunas dignas de ser relatadas. Entre todas las cuevas, la de Basaura (en la sierra de Lokiz, Navarra) es la que hasta ahora nos ha deparado más sobresaltos, quizá por la inmensa variedad de accidentes geológicos que alberga su kilométrico desarrollo (más de seis kilómetros de galerías, y todavía sin terminar de explorar), incluida la existencia de ríos y lagos aptos para la navegación subterránea y el espeleobuceo. 
   Cierta mañana en que habíamos organizado una expedición a la cueva, nada más llegar a la entrada, escondida en un barranco tras un bosque, algunos compañeros que la veían por primera vez no pudieron menos que prorrumpir en exclamaciones de admiración ante la belleza e inmensidad de la boca de acceso, que se abría como unas enormes fauces a punto de tragarnos y deglutirnos hasta las tripas de la tierra. En ese momento, de las tenebrosas negruras del interior de la caverna surgió una voz no menos cavernosa: '¡Silencio! ¡Que hay gente durmiendo!' Con lo que todos enmudecimos de golpe por la sorpresa. Efectivamente, había gente durmiendo: dos parejas de jóvenes espeleólogos (acompañados de un perro) que habían pasado la noche en el interior del túnel de entrada, con la intención de visitar la cueva a la mañana siguiente. Y es que es grande la afición a la espeleología en Tierra Estella, zona abundante en cavidades y simas. 
   
PaisajCavCueva de Basaura (Lokiz, Navarra)   Tras una hora larga de aproximación por interminables túneles socavados por corrientes de agua, tras arrastrarnos por largas gateras y franquear balsas de agua helada (como la llamada 'Lago de los Cocodrilos'), se llega en la cueva de Basaura a un caudaloso río subterráneo que, saliendo de una galería, penetra en otra, grande y oscura como un túnel de ferrocarril, de cuyas profundidades surge un terrible estruendo, similar al de una catarata cayendo en un abismo. Llegados a este punto, ¿qué menos que entrar en el túnel para averiguar el origen de semejante ruido? Hay que precisar que todo sonido en el interior de una cueva retumba en las bóvedas y se magnifica en su reverberante acústica hasta el punto de convertir un simple rumor de salto de agua en un atronador rugido que provoca escalofríos en el espíritu más templado. Como el río no tiene orillas, sino que corre entre las paredes verticales del túnel, inundando la mitad de su altura, no queda otro remedio que penetrar en él navegando, para lo que a la siguiente ocasión nos agenciamos una barca de plástico hinchable. Resultó que la cuerda con la que asegurábamos la barca no era lo suficientemente larga para salvar la cincuentena de metros que nos separaba del fragor de la cascada, por lo que dos de nosotros decidimos con una buena dosis de inconsciencia embarcar (la barquichuela era para una sola persona) y lanzarnos sin cuerdas hacia la oscuridad del túnel. No llevábamos en aquella ocasión remos, pero avanzábamos impulsados con las manos, a brazadas, procurando dominar la corriente. Uno remaba a manotazos tumbado de bruces y el otro, sentado sobre su espalda, iluminaba la escena (con un foco a prueba de agua). Cuando estábamos a punto de llegar a la catarata con intenciones de hacernos una idea de su magnitud, decidimos arrimarnos por estribor a un lateral del túnel con el fin de sujetarnos a algún saliente de la pared para que la corriente no nos pudiera arrastrar hacia el intuido abismo, que no terminábamos de ver debido a la oscuridad. Fue en ese momento cuando al bramido de la catarata se superpuso otro sonido aún más estremecedor: 'Pssssssssssssss...' 
   Habíamos pinchado. La pared estaba erizada de rocas afiladas como pinchos. En menos de una fracción de segundo nos percatamos de lo desesperado de nuestra situación: nos hundíamos en el agua helada, al borde de una supuesta catarata que se abismaba en una fosa, al final de un negrísimo túnel y a más de cuarenta metros del único punto desde donde se podía embarcar o desembarcar en aquel tramo del río. 
   La reacción fue fulminante: '¡Media vuelta!'. Y creemos que aquí batimos un récord de velocidad en navegación a mano sobre piraucho, si tal modalidad deportiva existe, pues retrocedimos por el túnel como si lleváramos un motor fueraborda a toda potencia, hasta alcanzar el embarcadero con la barca desinflada, arrugada como una pasa y a un segundo de zozobrar. Desde entonces llamamos a este enclave de la cueva 'Playa Naufragio'. Cuando al verano siguiente preparamos otra expedición más equipada a Basaura para intentar llegar un poco más allá en la navegación, pudimos comprobar con asombro que el río había desaparecido por completo a consecuencia del estiaje. La suerte había querido que no hubiéramos podido adentrarnos la vez anterior en barca por el río, pues en tal caso hubiéramos tenido que enfrentarnos no con una sino con varias caídas de agua consecutivas, a cada cual más profunda, que nos esperaban en la ruta, y podemos dar fe de ello porque no tuvimos más remedio que trepar y destrepar por los altibajos de los sucesivos caos de rocas que entorpecían el curso del río, bajando hasta el fondo de las fosas, ahora secas, y escalando a duras Cueva de Arrarats (Navarra)penas los correspondientes desniveles, altos como colinas. Todo ello al tiempo que acarreábamos en las mochilas tres barcas hinchables con sus remos, ya que el objetivo de nuestro periplo era llegar al lago subterráneo Itxako, que al cabo de varios kilómetros de túneles conseguimos alcanzar, y que cruzamos remando.
  
   No es éste el único susto que hemos tenido en la cueva de Basaura. En otra incursión que hicimos a la misma, cuando regresábamos rumbo a la salida, tras haber pasado unas seis horas explorando sus honduras, al penetrar en una amplia sala casi colmatada por un cono de derrubios, uno de nosotros vio de pronto, en medio de la impenetrable oscuridad del antro, dos ojos brillantes, como ascuas refulgentes, que se iban acercando hacia nuestro grupo. Podemos afirmar que estamos acostumbrados a los murciélagos y a la diminuta fauna troglobia que pulula escondida –sin conocer nunca el sol e ignorada por el común de los humanos– por estas negras espeluncas, consistente por lo general en coleópteros, arácnidos o colémbolos, no mayores que un insecto. Hemos visto hasta una rana bermeja en lo más profundo de una cueva. Pero lo que nunca hubiéramos sospechado es que nos íbamos a topar con algo o alguien (¿un animal, un duende, un diablo, un orco?) que nos mirara desde la oscuridad con dos grandes ojos y que avanzara hacia nosotros con pasos decididos y con quién sabe qué propósito. A nuestro compañero, según su posterior testimonio, se le erizaron los vellos desde los dedos de los pies hasta la punta de la coronilla, y su instinto innato de cazador le hizo echar raudo mano de un pedrusco de los que tapizaban el suelo, con el fin de defenderse propinando un contundente cantazo entre ceja y ceja al espeluznante ser que se nos aproximaba. He aquí un ejemplo de los curiosos efectos ópticos que se producen con los juegos de luces de las linternas en medio del negror envolvente de las cuevas. Cuando entró en el campo visual de nuestras frontales, pudimos ver al fin que el orco no era sino un simpático perro 'husky' que se acercaba a saludarnos agitando alegremente el rabo. Iba de avanzadilla de otra expedición con la que al poco nos cruzamos: precisamente los mismos jóvenes antes mencionados que habían pernoctando a la entrada de la cueva. Debemos añadir que el pobre perro se libró de milagro, por cuestión de segundos, de recibir una buena pedrada en aquel trance. 
   Sirvan estas pocas anécdotas para ilustrar acerca del cúmulo de sobresaltos y peligros que acarrea consigo una actividad aparentemente tan inocua como la fotografía espeleológica, y es por eso por lo que pedimos al espectador tenga en cuenta estas circunstancias a la hora de juzgar la calidad de las fotos de nuestra exposición. Serán mejores o peores técnicamente, pero podemos asegurar sin ningún género de dudas que todas y cada una de ellas han sido sudadas y trajinadas, que han sido fruto de un gran esfuerzo por parte del explorador-fotógrafo, donde a veces ha puesto en riesgo hasta su integridad física para lograr los resultados deseados, en un ejercicio creativo/deportivo que tiene mucho de quijotesco.

 

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Paisajes de las cavernas (2)
Fotografía espeleológica

Bibliografía consultada:

- Cervantes Saavedra, Miguel de. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (grabados de Gustave Doré. J. Pérez del Hoyo, Madrid, 1967) 
- Martínez Hernández, José. Manual de espeleología (Ediciones Desnivel, 1997) 
- V.V.A.A. Catálogo espeleológico de Navarra. Trabajos del Grupo de la 'Institución Príncipe de Viana', 1953-1979. (Diputación Foral de Navarra. Institución Príncipe de Viana. Pamplona, 1980) 
- V.V.A.A. El Mundo Subterráneo en Euskal Herria. Geografía del karst. Cultura. Criptopaisajes (Editor: Txomin Ugalde, Editorial Ostoa, S.A., Lasarte-Oria, 1997) 

 

FotoCDA2

Paisajes de las cavernas (2)
Fotografía espeleológica

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Fotografías:
© Luis Moreno
© Fidel Moreno
© Agustín Gil
Realizadas en diversas cuevas de Navarra y Soria  (2002-2003)