Exposiciones fotográficas

Islas Galápagos

Darwin y las Galápagos


   Extractos de la novela 'Hacia los confines del mundo' (This Thing of Darkness) de Harry Thompson, donde relata, basándose en hechos reales, el mítico viaje del Beagle, con el capitán FitzRoy al mando, y el naturalista de a bordo Charles Darwin, en el momento en que desembarcan en las islas Galápagos, antaño tierra de bucaneros y balleneros:
   "Ante sus ojos se abría un paisaje recortado, ondulante y rugoso, negro como la antracita, aunque, más que tierra firme, parecía un mar nocturno y tempestuoso que hubiera quedado petrificado en un instante. Miraran a donde mirasen en aquel terreno baldío y torturado, veían cráteres volcánicos, cráteres que surgían como úlceras de otros cráteres, pequeños cráteres escondidos dentro de grandes cráteres, cráteres con lava solidificada  derramada por sus bordes. Aquí y allá se veían fumarolas y despuntaban chimeneas humeantes, que a Darwin le recordaron el paisaje de fundiciones de acero de los alrededores de Wolverhampton. (...)
   Por lógica, un lugar tan ardiente no podía albergar muchas formas de vida. El sol inclemente, las altas temperaturas y las rocas al rojo vivo, que despedían calor como una estufa de hierro, deberían conformar un entorno menos habitable que las regiones infernales. Pero no era así. En esas tierras pululaba un sinnúmero de criaturas primitivas y escamosas, mientras que el Islas Galapagosmar abundaba en seres de rapidez centelleante. Los animales del mar eran, en gran parte, los característicos de las zonas polares: pingüinos, leones marinos, entre otros, mientras que los cactus y lagartos de tierra firme eran similares a los que habitaban las zonas áridas cercanas al ecuador. Enormes rabihorcados de pecho rojo volaban por encima de sus cabezas, se hinchaban en el aire seguros de sí mismos y a continuación descendían en picado a la superficie del mar, de donde extraían un pez con gran destreza sin siquiera mojarse las patas. Pequeños sinsontes se acercaban con confianza y picoteaban las botas de los exploradores. Cangrejos Sally Lightfoot de color rojo brillante bullían sin rumbo por las rocas negras y relucientes de la orilla. Era un espectáculo extraordinario; nadie había visto jamás nada parecido.
   Los moradores más comunes de la isla de San Cristóbal eran iguanas del color del hollín. Gruesas, de unos noventa centímetros de longitud, sus movimientos eran lentos y torpes. Una cresta de espinas les recorría el lomo de un extremo al otro, tenían largas garras palmeadas, y bajo la boca flácida les colgaba una bolsa de carne. Esos diablillos de las tinieblas poblaban las playas a millares, parecían disfrutar del calor infernal, y nunca se alejaban del mar más de diez metros. A veces alguna iguana se arrastraba pesadamente hasta el agua, donde se transformaba en una flecha de brillante obsidiana. Las patas, normalmente separadas, se pegaban a los flancos, y se impulsaban por el agua con fuertes golpes de cola, como un cocodrilo en miniatura. Tenían en común con las otras criaturas terrestres de las Galápagos el ser totalmente mansas, y si las tocaban con la mano o con un palo, apenas reaccionaban. A modo de experimento, Darwin agarró una por la cola y la tiró a una charca que se había formado en la roca con el reflujo de la marea. (...)
   La iguana regresó arrastrándose a los pies de Darwin, que la cogió de nuevo por la cola y la lanzó a la charca. Ella regresó desdeñosa al mismo sitio; Darwin la echó por tercera vez al agua, y por tercera vez volvió pomposa y pacientemente a su lugar favorito.
   –Su instinto de supervivencia le dicta que la orilla es un lugar seguro –concluyó Darwin–. Podría matarla ahora mismo; no obstante, no me tiene miedo. (...) En Europa, los lagartos temen al hombre –reflexionó en voz alta–. Es un conocimiento que poseen desde que nacen. Sin embargo los reptiles no se hacen cargo de sus crías, de hecho tal vez no coincidan con ellas en toda la vida. No pueden enseñarles nada, así que el conocimiento es heredado. Si estas iguanas aprendieran a temer al hombre, me pregunto cómo podría pasar ese conocimiento a sus descendientes. (...)
   Ascendieron al cono central de la isla por una serie de caminos a través de la maleza que parecían converger en algún punto desconocido. El misterio de quién o qué habría hecho aquellos senderos se resolvió cuando se toparon con dos grandes tortugas, tan altas que les llegaban hasta el pecho, que subían al monte delante de ellos. Una tenía escrita en su caparazón la fecha de 1806. Los animales no percibieron a los tres hombres que les iban a la zaga; (...) King corrió hasta la tortuga que iba delante y saltó encima de ella. Pese a soportar el peso del robusto joven, el enorme reptil pareció no percatarse de la presencia de los hombres. Darwin también saltó encima, pero el animal no aflojó el paso y mantuvo la misma velocidad (que calculó con la ayuda de su reloj de bolsillo): cerca de siete kilómetros y medio por día. (...)
   Después de comer, subieron al cráter principal, donde se estaba celebrando una gran asamblea de piqueros de patas azules. Esos pájaros de aspecto ridículamente formal, con el cuerpo blanco, las alas negras, y el pico y las patas de color turquesa, no parecían preocuparse demasiado por proteger sus nidos. Darwin hizo el experimento de tirar piedrecitas a las hembras, que estaban sentadas en sus nidos, sin causarles daño. Los pájaros sólo se mostraban un poco sorprendidos. (...)
   –Por lo que parece, antes había un número extraordinario de tortugas en esta isla –dijo FitzRoy (...)
   Aquí vivimos una existencia un poco a lo Robinson Crusoe, capitán FitzRoy; somos felizmente autosuficientes en cuanto a lo más necesario, pero carecemos del más mínimo lujo, y por tanto nos vemos obligados a improvisar. En respuesta a su preguntas, le diré que antes había muchas tortugas, hará unos diez años. Algunas fragatas grandes llegaron a llevarse setecientas de una vez, para consumirlas mientras cruzaban el Pacífico. Yo mismo vi cómo cargaban doscientas en un mismo día. A las que eran demasiado grandes para levantarlas les grababan la fecha en el caparazón: mil setecientos ochenta y seis es la de más edad que he visto. Matábamos a las de mayor tamaño allá donde las encontrásemos, y traíamos la carne hasta aquí, hasta que no quedó ni un solo galápago en toda la isla. La población de tortugas de las demás islas va por el mismo camino. Durante los meses secos se las mata para acceder a las reservas de agua que tienen en la vejiga. Creo que dentro de veinte años todas las especies se habrán extinguido. (...)
   ¿Cuál era la fuerza creadora que se ocultaba detrás de esa explosión de vida? ¿Dios controlaba todos esos cambios? ¿O estaban más allá de su intervención, de modo que había puesto en movimiento un proceso al principio de los tiempos y luego había dejado que se desarrollara a su aire? Darwin estaba seguro de una cosa: cualquier especie que se internaba en un nuevo territorio era tranformada por su entorno de un modo extraordinario. ¿De qué forma? No lo sabía. Estaba convencido de que en aquellas islas había pistas para resolver el misterio de los misterios: la primera aparición de nuevos seres en la faz de la tierra; pistas que ayudarían a socavar la idea misma de la inmutabilidad de las especies."
   Harry Thompson, 'Hacia los confines del mundo' (This Thing of Darkness, 2005)
  
   Veamos lo que escribió el mismo naturalista británico Charles Darwin a propósito de las islas Galápagos en su fundamental obra 'El origen de las especies', que aportó las pruebas para demostrar su teoría de la evolución de las especies biológicas por la selección natural:
   "El archipiélago de los Galápagos, situado debajo del ecuador, se halla de novecientos a mil kilómetros de distancia de las costas de América del Sur. Casi todas las producciones terrestres y acuáticas llevan allí el sello inconfundible del continente americano. Hay veintiséis aves terrestres, de las cuales veintiuna, o acaso veintitrés, se clasifican como especies distintas, y se admitiría comúnmente que han sido creadas allí; sin embargo, la gran afinidad de la mayoría de estas aves con especies americanas se manifiesta en todos los caracteres, en sus costumbres, gestos y timbre de voz. Lo mismo ocurre con los demás animales y con una gran proporción de plantas (...) ¿Por qué ha de ser así? ¿Por qué las especies que se supone que han sido Islas Galapagoscreadas en el archipiélago de los Galápagos, y no en ninguna otra parte más, han de llevar tan visible el sello de su afinidad con las creadas en América? No hay nada en las condiciones de vida, ni en la naturaleza geológica de las islas, ni en su altitud o clima, ni en las proporciones en que están asociadas mutuamente las diferentes clases, que se asemeje mucho a las condiciones de la costa de América del Sur; en realidad, hay una considerable desemejanza en todos los respectos. Por el contrario, existe una gran semejanza en la naturaleza volcánica del suelo, en el clima, altitud y tamaño de las islas, entre el archipiélago de los Galápagos y el de Cabo Verde; pero ¡qué diferencia tan absoluta y completa entre sus habitantes! Los habitantes de las islas de Cabo Verde están relacionados con los de Africa, lo mismo que los de las islas de los Galápagos lo están con los de América. Hechos como éstos no admiten explicación de ninguna clase en la opinión corriente de las creaciones independientes; mientras que, según la opinión que aquí se defiende, es obvio que las islas de los Galápagos estarán en buenas condiciones para recibir colonos de América (...), así como las de Cabo Verde lo estarán para recibir los de Africa; estos colonos estarían sujetos a modificación, delatando todavía el principio de la herencia su cuna primitiva. (...)
   La misma ley que ha determinado el parentesco entre los habitantes de las islas y los de la tierra firme más próxima, se manifiesta a veces, en menor escala, pero de un modo interesantísimo, dentro de los límites de un mismo archipiélago. Así, cada una de las islas del archipiélago de los Galápagos está ocupada, y el hecho es maravilloso, por muchas especies distintas; pero estas especies están relacionadas entre sí de un modo mucho más estrecho que con los habitantes del continente americano, o con los de cualquier otra parte del mundo. Esto es lo que podía esperarse, pues islas situadas tan cerca unas de otras tenían que recibir casi necesariamente inmigrantes procedentes del mismo lugar de origen, y de unas y otras islas del archipiélago. Pero ¿por qué muchos de los inmigrantes se han modificado diferentemente, aunque sólo en pequeño grado, en islas situadas a la vista unas de otras y que tienen la misma naturaleza geológica, la misma altitud, clima, etcétera? Durante mucho tiempo esto me pareció una gran dificultad (...)
   El hecho realmente sorprendente en este caso del archipiélago de las Galápagos, y en menor grado en algunos casos análogos, es que cada nueva especie, después de haberse formado en una isla cualquiera, no se propagó rápidamente a las demás del archipiélago. Pero las islas, aunque se hallen a la vista unas de otras, están separadas por profundos brazos de mar, en la mayoría de los casos más anchos que el canal de la Mancha, y no hay ninguna razón para suponer que las islas hayan estado unidas en algún período anterior. Las corrientes marinas son rápidas y barren entre las islas, y las tormentas de viento son extraordinariamente raras; de modo que, de hecho, las islas están mucho más separadas entre sí de lo que aparece en el mapa. Sin embargo, algunas de las especies –tanto de las que se encuentran en otras partes del mundo como de las que están confinadas en el archipiélago– son comunes a las diversas islas, y de su modo de distribución actual podemos inferir que se han propagado de una isla a las demás. Pero creo que a menudo nos formamos una opinión errónea de la probabilidad de que especies muy afines se invadan mutuamente su territorio, al hallarse en libre intercomunicación. Indudablemente, si una especie tiene cualquier ventaja sobre otra, en brevísimo tiempo la suplantará total o parcialmente, pero si ambas se hallan igualmente adaptadas para sus propias localidades, probablemente conservarán ambas sus puestos separados durante tiempo casi ilimitado."
   Charles Darwin, El origen de las especies (1859)

 

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FotoCD57

Islas Galápagos
Donde el fuego se funde con el mar

Fotografías y textos: 
Albert Sorigue

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