Exposiciones fotográficas

De profundis

Las cavernas fantásticas (1)

Las Cavernas Fantasticas  
  
   Los textos que presentamos a continuación constituyen un breve muestrario, a modo de antología, de las cuevas, grutas y simas que perforan con sus negros agujeros las páginas múltiples de la literatura universal. Un catálogo, forzosamente inconcluso, de las cavernas salidas de la imaginación de los escritores de todos los tiempos.
   Es significativo que los escenarios troglodíticos aparezcan sobre todo en escritos de literatura fantástica y de aventuras. Una cueva emana siempre una fuerte carga simbólica. Su oscura boca es una puerta que lleva a lo oculto, a lo desconocido (padre de todos los terrores), a lo 'inferior' (que tiene la misma raíz etimológica que 'infierno'). La fantasía humana hace de las cuevas el escondrijo de todos los males. Las puebla de monstruos.
   Allá dentro pululan los orcos, los cíclopes, los dragones, las furias. Los murciélagos, primos hermanos de los vampiros, el can Cerbero de triple cabeza, el horrible barquero Caronte. Allá es el reino de los muertos.
   Pero es que incluso las cuevas de la vida real (se mencionan algunas en dos ensayos: 'Mitología Vasca' y 'Las brujas y su mundo') llegan a impregnarse de irrealidad cuando leemos que son frecuentadas por brujos, genios y diablos.
   El lector podrá sin duda recordar otras cuevas que algún lejano día le inquietaron desde otros libros, al azar de sus lecturas.

Indice de textos 

El Mundo Inferior
La gruta del Cíclope
La cueva del rey de los monos
Descenso al Averno
La gruta de los dragones
Jesús en los infiernos
La caverna del letargo
Las puertas del infierno
El pozo de Simbad
La cueva de Alí Babá
Espeleología espiritual
La sima de Don Quijote
La caverna de la hechicera
Orfeo en los infiernos
El túnel al País de las Maravillas
Los genios del abismo
En compañía de murciélagos
La cueva del dragón de Aralar
Las cuevas del Rey Salomón
El mundo subterráneo de los Morlocks
Cuevas en el Mundo Perdido
La caverna del humorismo
La caverna de la locura
La Ciudad de los Inmortales
Las Minas de Moria
El oro de las cuevas
La cueva de los aquelarres
La cueva lejos del mundo
La Tierra es hueca
La caverna de Platón

  

El Mundo Inferior
Gilgamesh

   –¡Oh héroe, valiente Nergal, escúchame:
Si solamente abrieses un agujero en la tierra,
el espectro de Enkidu podría salir del fondo de los Infiernos
y contar a su hermano las leyes del Mundo Inferior!
El héroe, el valiente Nergal, escuchó las palabras de Ea.
Apenas hubo abierto un agujero en la tierra
el espectro de Enkidu, como un soplo, salió de los Infiernos.
Se besaron y se abrazaron
e intercambiaron pareceres, lamentándose mutuamente.
   –Dime, amigo mío, dime, amigo mío,
dime las leyes del Mundo Inferior que has visto.
   –No te las diré, amigo mío, no te las diré.
Si te dijera las leyes del Mundo Inferior que he visto,
te sentarías a llorar.
   –Está bien, me sentaré y lloraré.
   –Este cuerpo, amigo mío, que te gustaba tocar,
los gusanos, como a un viejo vestido, lo roen;
este cuerpo, amigo mío, que te gustaba tocar,
como una grieta está cubierto de polvo.
  
   Anónimo, Poema de Gilgamesh (Tablilla XII) 

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La gruta del Cíclope
Odisea (Homero)

   Y tan luego como llegamos a dicha tierra, que estaba próxima, vimos en uno de los extremos y casi tocando al mar una excelsa gruta, a la cual daban sombra algunos laureles. (...) Allí moraba un varón gigantesco, solitario, que entendía en apacentar rebaños lejos de los demás hombres, sin tratarse con nadie, y apartado de todos ocupaba su ánimo en cosas inicuas. Era un monstruo horrible y no se asemejaba a los hombres que viven de pan, sino a una selvosa cima que entre altos montes se presentase aislada de las demás cumbres. (...)
   Pronto llegamos a la gruta, mas no dimos con él, porque estaba apacentando las pingües ovejas. Entramos y nos pusimos a contemplar con admiración y una por una todas las cosas: había zarzos cargados de quesos; los establos rebosaban de corderos y cabritos, hallándose encerrados separadamente los mayores, los medianos y los pequeños, y goteaba el suero de todas las vasijas, tarros y barreños, de que se servía para ordeñar. (...) Encendimos fuego, ofrecimos un sacrificio a los dioses, tomamos algunos quesos, comimos y aguardamos, sentados en la gruta, hasta que volvió con el ganado. Traía una gran carga de leña seca para preparar su comida y descargóla dentro de la cueva con tal estruendo que nosotros, llenos de temor, nos refugiamos apresuradamente en lo más hondo de la misma. (...) Después cerró la puerta con un pedrejón grande y pesado que llevó a pulso y que no hubiesen podido mover del suelo veintidós sólidos carros de cuatro ruedas: ¡tan inmenso era el peñasco que colocó a la entrada! (...)
   Acabadas con prontitud tales faenas, encendió fuego, y al vernos nos hizo estas preguntas:
   Polifemo.– ¡Oh forasteros! ¿Quiénes sois? ¿De dónde llegasteis navegando por húmedos caminos? (...)
   Odiseo.– Poseidón, que sacude la tierra, rompió mi nave llevándola a un promontorio y estrellándola contra las rocas en los confines de vuestra tierra: el viento que soplaba del ponto se la llevó, pude librarme, junto con éstos, de una muerte terrible.
La gruta del Ciclope   Así le dije. El Cíclope, con ánimo cruel, no me dio respuesta, pero levantóse de súbito, echó mano a los compañeros, agarró a dos y, cual si fuesen cachorrillos, arrojólos a tierra con tamaña violencia que el encéfalo fluyó del suelo y mojó el piso. De contado despedazó los miembros, se aparejó una cena y se puso a comer como un montaraz león, no dejando ni los intestinos, ni la carne, ni los medulosos huesos. Nosotros contemplábamos aquel horrible espectáculo con lágrimas en los ojos, alzando nuestras manos a Zeus, pues la desesperación se había señoreado de nuestro ánimo. (...) Habríamos, en efecto, perecido allí de espantosa muerte, a causa de no poder apartar con nuestras manos el grave pedrejón que el Cíclope colocó en la alta entrada. Y así, dando suspiros, aguardamos que apareciera la divina Aurora. Cuando se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, el Cíclope encendió fuego y ordeñó las gordas ovejas, todo como debe hacerse, y a cada una le puso su hijito. Acabadas con prontitud tales faenas, echó mano a otros dos de los míos, y con ellos se aparejó el almuerzo. En acabando de comer, sacó de la cueva los pingües ganados, removiendo con facilidad el enorme pedrejón de la puerta; pero al instante lo volvió a colocar, del mismo modo que si a un carcaj le pusiera su tapa. (...)
   Por la tarde volvió el Cíclope con el rebaño de hermoso vellón, que venía de pacer, e hizo entrar  en la espaciosa gruta a todas las pingües reses (...). Cerró la puerta con el pedrejón que llevó a pulso; sentóse, ordeñó las ovejas y las baladoras cabras, todo como debe hacerse, y a cada una le puso su hijito. Acabadas con prontitud tales cosas, agarró a otros dos de mis amigos y con ellos se aparejó la cena. Entonces lleguéme al Cíclope y, teniendo en la mano una copa de negro vino, le hablé de esta manera:
   Odiseo.– Toma, Cíclope, bebe vino, ya que comiste carne humana, a fin de que sepas qué bebida se guardaba en nuestro buque. (...)
   Así le dije. Tomó el vino y bebióselo. Y gustóle tanto el dulce licor que me pidió más (...)
   Y volví a servirle el negro vino: tres veces se lo presenté y tres veces bebió incautamente. Y cuando los vapores del vino envolvieron la mente del Cíclope, díjele con suaves palabras:
   Odiseo.– ¡Cíclope! Preguntas cuál es mi nombre ilustre y voy a decírtelo: pero dame el presente de hospitalidad que me has prometido. Mi nombre es Nadie, y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos.
   Así le hablé, y en seguida me respondió con ánimo cruel:
   Polifemo.– A Nadie me lo comeré el último, después de sus compañeros, y a todos los demás antes que a él: tal será el don hospitalario que te ofrezca.
   Dijo, tiróse hacia atrás y cayó de espaldas. Así echado, dobló la gruesa cerviz y vencióle el sueño, que todo lo rinde: salíale de la garganta el vino con pedazos de carne humana, y eructaba por estar cargado de vino. Entonces metí la estaca debajo del abundante rescoldo, para calentarla, y animé con mis palabras a todos los compañeros: no fuera que alguno, poseído de miedo, se retirase. Mas cuando la estaca de olivo, con ser verde, estaba a punto de arder y relumbraba intensamente, fui y la saqué del fuego: rodeáronme mis compañeros, y una deidad nos infundió gran audacia. Ellos, tomando la estaca de olivo, hincáronla por la aguzada punta en el ojo del Cíclope, y yo, alzándome, hacíala girar por arriba. Del modo que cuando un hombre taladra con el barreno el mástil de un navío, otros lo mueven por debajo con una correa, que asen por ambos extremos, y aquél da vueltas continuamente, así, nosotros asiendo la estaca de ígnea punta, la hacíamos girar en el ojo del Cíclope y la sangre brotaba alrededor del caliente palo. Quemóle el ardoroso vapor párpados y cejas, en cuanto la pupila estaba ardiendo y sus raíces crepitaban por la acción del fuego. (...) Dio el Cíclope un fuerte y horrendo gemido, retumbó la roca, y nosotros, amedrentados, huimos prestamente, mas él se arrancó la estaca, toda manchada de sangre, arrojóla furioso lejos de sí y se puso a llamar con altos gritos a los cíclopes que habitaban a su alrededor, dentro de cuevas, en los ventosos promontorios. En oyendo sus voces, acudieron muchos, quién por un lado y quién por el otro, y parándose junto a la cueva le preguntaron qué le angustiaba: (...)
   Polifemo.– ¡Oh amigos! "Nadie" me mata con engaño, no con fuerza.
   Y ellos le contestaron con estas aladas palabras:
   Los cíclopes.– Pues si nadie te hace fuerza, ya que estás solo, no es posible evitar la enfermedad que envía el gran Zeus; pero ruega a tu padre, el soberano Poseidón.
   Apenas acabaron de hablar, se fueron todos, y yo me reí en mi corazón de cómo mi nombre y mi excelente artificio les había engañado. El Cíclope, gimiendo por los grandes dolores que padecía, anduvo a tientas, quitó el peñasco de la puerta y se sentó a la entrada, tendiendo los brazos por si lograba echar mano a alguien que saliera con las ovejas: ¡tan mentecato esperaba que yo fuese! (...) Había unos carneros bien alimentados, hermosos, grandes, de espesa y oscura lana, y, sin despegar los labios, los até de tres en tres, entrelazando mimbres (...), y así el del centro llevaba a un hombre y los otros dos iban a entrambos lados para que salvaran a mis compañeros. Tres carneros llevaban, por tanto, a cada varón; mas yo, viendo que había otro carnero que sobresalía entre todas las reses, lo así por la espalda, me deslicé al vedijudo vientre y me quedé agarrado con ambas manos a la abundantísima lana, manteniéndome en esta postura con ánimo paciente. Así, profiriendo suspiros, aguardamos la aparición de la divina Aurora.
   Cuando se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, los machos salieron presurosos a pacer (...). Su amo, afligido por los dolores, palpaba el lomo a todas las reses que estaban de pie, y el simple no advirtió que mis compañeros iban atados a los pechos de los vedijudos animales. El último en tomar el camino de la puerta fue mi carnero, cargado de su lana y de mí mismo, que pensaba en muchas cosas. Y el robusto Polifemo lo palpó y así le dijo:
   Polifemo.– ¡Carnero querido! ¿Por qué sales de la gruta el postrero del rebaño? Nunca te quedaste detrás de las ovejas (...). Sin duda echarás de menos el ojo de tu señor, a quien cegó un hombre malvado con sus perniciosos compañeros, perturbándole las mientes con el vino. "Nadie", pero me figuro que aún no se ha librado de una terrible muerte. ¡Si tuvieras mis sentimientos y pudieses hablar, para indicarme dónde evita mi furor! Pronto su cerebro, molido a golpes, se esparcirá acá y acullá por el suelo de la gruta, y mi corazón se aliviaría de los daños que me ha causado ese despreciable "Nadie".
   Diciendo así, dejó el carnero y lo echó afuera. Cuando estuvimos algo apartados de la cueva y del corral, soltéme del carnero y desaté a los amigos. Al punto antecogimos aquellas gordas reses de ágiles piernas y, dando muchos rodeos, llegamos por fin a la nave.
  
   Homero, Odisea (canto IX)

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La cueva del rey de los monos
Ramayana

   A poco, Laksmana, el exterminador de héroes enemigos, transportado de cólera, penetró en la espantosa caverna de Kiskindya, según las órdenes de Rama. Los monos, de cuerpo grande y vigor inmenso, que guardaban las puertas, lanzaron exclamaciones rabiosas al ver la ardiente iracundia de Laksmana, se llevaron las manos a la cabeza, y temblorosos de miedo, no se atrevieron siquiera a detenerle.
   El exterminador de héroes enemigos, Laksmana, vio entonces aquella gran caverna, bella, encantadora, deliciosa, provista de infinidad de máquinas de guerra, poblada de jardines y paseos, de hoteles y palacios; era, en fin, una caverna maravillosa, celeste, de oro, construida por el propio Visvakarma, con flores y árboles de toda especie, y de amables sotos. Allí había monos de aspecto amable, que adoptaban todas las formas que le sugería su fantasía y que vestían ropas divinas, adornadas de guirnaldas celestes; monos hijos de gandarvas o de dioses. Una gran calle, embalsamada de perfumes olorosos, de esencias de loto, de áloe, de sándalo, de ron y de miel, cruzaba la caverna. Laksmana vio a ambos lados de las calles las blancas hileras de palacios en construcción, de igual altura que las cimas del monte Kailasa. En la calle real vio templos de bella arquitectura, ensamblados de esmalte blanco, y hallaba por todas partes carros consagrados a los dioses. Vio, igualmente, el delicioso castillo del monarca de los monos, semejante al palacio de Mahendra, casi inabordable, de cúpulas blancas, protegido por una muralla, grande como blanca montaña, con jardines, donde crecían árboles de toda especie de frutos, alamedas umbrías, celestes, nacidas de Nandana, presente del gran Indra y que a lo lejos semejaban nubes de azur. Poblado de monos terribles que llevaban constantemente los venablos en la mano, rebosante de flores divinas, mostraba con orgullo sus arcadas de oro bruñido.

   Valmiki, El Ramayana

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Descenso al Averno
Eneida (Virgilio)

   Eneas se encamina (...) a la recóndita inmensa caverna de la pavorosa Sibila. (...) Allí se ve también aquel asombroso edificio (el laberinto de Dédalo) donde no es posible dejar de perderse;  

   Una de las faldas de la roca eubea se abre en forma de inmensa caverna, a la que conducen cien anchas bocas y cien puertas,

   a la entrada de la cueva, mutósele el rostro y perdió el color y se le erizaron los cabellos;

   revuélvese como una bacante en su caverna la terrible Sibila (y responde:) ‘Llegarán, sí, los descendientes de Dárdano a los reinos de Lavino; arranca del pecho ese cuidado; pero también desearán algún día no haber llegado a ellos.’
 
   Con tales palabras anuncia entre rugidos la Sibila de Cumas, desde el fondo de su cueva, horrendos misterios, envolviendo en términos oscuros cosas verdaderas;

   Eneas: ‘Una sola cosa te pido, pues es fama que aquí está la entrada del infierno, aquí la tenebrosa laguna que forma el desbordado Aqueronte; séame dado ir a la presencia de mi amado padre; enséñame el camino y ábreme las sagradas puertas.’

   ‘hijo de Anquises, fácil es la bajada del Averno; día y noche está abierta la puerta del negro

   pero retroceder y restituirse a las auras de la tierra, esto es lo arduo.

   mas si un tan grande amor te mueve, si tanto afán tienes de cruzar dos veces el lago Estigio, de ver dos veces el negro Tártaro, y estás decidido a probar la insensata empresa...’

   llegaron a las bocas del fétido Averno

   Había cerca de allí una profunda caverna, que abría en las peñas su espantosa boca, defendida por un negro lago y por las tinieblas de los bosques,

   Eneas: ‘es la ocasión de mostrar entereza y valor’. Dicho esto, lánzase por la boca de la cueva,

   ‘¡Oh vastas moradas de la noche y del silencio! (...) ¡Consiéntame vuestro numen descubrir los arcanos del abismo y de las tinieblas!’
Descenso al Averno
   Solos iban en la nocturna oscuridad

   En el mismo vestíbulo y en las primeras gargantas del Orco tienen sus guaridas el Dolor y los vengadores Afanes; allí moran también las pálidas Enfermedades, y la triste Vejez, y el Miedo, y el Hambre, mala consejera, y la horrible Pobreza, figuras espantosas de ver, y la Muerte, y su hermano el Sueño, y el Trabajo, los malos Goces del alma.

   Guarda aquellas aguas y aquellos ríos el horrible barquero Caronte, cuya suciedad espanta; (...) él mismo maneja su negra barca con un garfio, dispone las velas y transporta en ella los muertos;

   En frente, tendido en su cueva, el enorme Cerbero atruena aquellos sitios con los ladridos de su trifauce boca. Viendo la Sibila que ya se iban erizando las culebras de su cabello, le tiró una torta amasada con miel y adormideras, que él, abriendo sus tres bocas con rabiosa hambre, se tragó al punto, dejándose caer en seguida y llenando con su enorme mole toda la cueva. Al verle dormido, Eneas sigue adelante y pasa rápidamente la ribera del río que nadie cruza dos veces.

   ‘La voluntad de los dioses (...) me obliga a penetrar por estas sombras y a recorrer estos sitios, llenos de horror y de una profunda noche’

   Este es el sitio en que el camino se divide en dos partes: la de la derecha, que se dirige al palacio del poderoso Plutón, es la senda que nos llevará a los Campos Elíseos; la de la izquierda conduce al impío Tártaro, donde los malos sufren su castigo

   luego se abre el mismo Tártaro, espantoso precipicio, que profundiza debajo de las sombras el doble de lo que se levanta sobre la tierra el etéreo Olimpo. Allí, en lo más hondo de aquel abismo, ruedan precipitados del rayo los Titanes, antiguo linaje de la Tierra.

   Hay dos puertas del Sueño, una de cuerno, por la cual tienen fácil salida las visiones verdaderas; la otra, de blanco y nítido marfil, primorosamente labrada, pero por la cual envían los manes a la tierra las imágenes falaces.
  
   Virgilio, Eneida (canto VI) 

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La gruta de los dragones
Evangelios apócrifos

   Habiendo llegado a una gruta, y queriendo reposar allí, María descendió de su montura, y se sentó, teniendo a Jesús en sus rodillas. Tres muchachos hacían ruta con José, y una joven con María. Y he aquí que de pronto salió de la gruta una multitud de dragones, y, a su vista, los niños lanzaron gritos de espanto. Entonces Jesús, descendiendo de las rodillas de su madre, se puso en pie delante de los dragones, y éstos le adoraron, y se fueron. Y así se cumplió la profecía de David: Alabad al Señor sobre la tierra, vosotros, los dragones y todos los abismos.
  
   Evangelios apócrifos. El Evangelio del Pseudo-Mateo

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Jesús en los infiernos
Evangelios apócrifos

   Y el Rey de la Gloria entró en figura de hombre, y todas las cuevas de la Furia quedaron iluminadas.
   Y rompió los lazos, que hasta entonces no habían sido quebrantados, y el socorro de una virtud invencible nos visitó, a nosotros, que estábamos sentados en las profundidades de las tinieblas de nuestras faltas y en la sombra de la muerte de nuestros pecados.
   Al ver aquello, los dos príncipes de la muerte y del infierno, sus impíos oficiales y sus crueles ministros quedaron sobrecogidos de espanto en sus propios reinos, cual si no pudiesen resistir la deslumbradora claridad de tan viva luz, y la presencia de Cristo, establecido de súbito en sus moradas.
   Y exclamaron con rabia imponente: Nos has vencido. ¿Quién eres tú, a quien el Señor envía para nuestra confusión? (...) ¿Quién, pues, eres tú, que has franqueado sin temor las fronteras de nuestros dominios, y que no solamente no temes nuestros suplicios infernales, sino que pretendes librar a los que retenemos en nuestras cadenas? Quizá eres ese Jesús, de quien Satanás, nuestro príncipe, decía que, por su suplicio en la cruz, recibiría un poder sin límites sobre el mundo entero.
   Entonces el Rey de la Gloria, aplastando en su majestad a la muerte bajo sus pies, y tomando a nuestro primer padre, privó a la Furia de todo su poder y atrajo a Adán a la claridad de la luz.
  
   Evangelios apócrifos. El Evangelio de Nicodemo

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La caverna del letargo
Corán

   ¿Piensas, acaso, que la historia de los ocupantes de la caverna y la lápida que lleva sus nombres fueron algo extraordinario entre nuestros milagros?
   Recuérdales cuando los jóvenes se refugiaron en la caverna, dijeron: "¡Oh, Señor nuestro! ¡Concédenos tu misericordia y depáranos un buen éxito en nuestra empresa!"
   En la caverna, les sumimos en un letargo durante determinados años.
   Luego, les despertamos para cerciorarnos cuál de las dos sectas sabía calcular mejor el tiempo que habían permanecido aletargados. (...)
   Y entonces dijeron entre sí: "Si les abandonáis, con todo cuanto adoran prescindiendo de Dios, refugiáos, pues, en la caverna, entonces vuestro Señor os agraciará con su misericodia y os deparará un feliz éxito en vuestra empresa".
   Y ves, ¡oh humano!, el sol, cuando se eleva, declinar de su caverna hacia la derecha y cuando se pone, separarse de ellos hacia la izquierda, mientras ellos están en vasto espacio. Esto es uno de los signos de Dios. Aquel a quien Dios ilumina estará bien encaminado; en cambio aquel a quien descamina jamás podrás hallarle protector que le guíe.
   Si les hubieras visto, habrías creído que estaban despiertos, aunque estaban dormidos; pues, les volteábamos ora a la derecha ora a la izquierda; mientras su perro estaba con las patas extendidas en el umbral de la caverna. Si, de pronto, ¡oh, Apóstol!, les hubieras visto, habrías retrocedido y habrías huído transido de espanto.
   Y así, les despertamos para que se interrogasen entre sí. Uno de ellos dijo: ¿Cuánto tiempo habéis permanecido aquí?" Dijeron: "Estuvimos un día o una parte de un día". Los otros dijeron: "Vuestro Señor sabe mejor que nadie cuánto habéis permanecido".
   (...)
   Y permanecieron en su caverna trescientos nueve años.
   Diles: "Dios sabe mejor que nadie cuánto permanecieron; porque es suyo el misterio de los cielos y de la tierra".
  
   El Corán (Sura XVIII, de Al-Kahf o de la Caverna, 9-26)

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Las puertas del Infierno
Divina Comedia

Las puertas del infierno   "¡Oh, vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza!"
   Vi escritas estas palabras con caracteres negros en el dintel de una puerta, por lo cual exclamé:
   –Maestro, el significado de estas palabras me causa miedo.
   Y él, como hombre lleno de prudencia, me contestó:
   –Conviene abandonar aquí todo temor, conviene que aquí termine toda cobardía. Hemos llegado al lugar donde te he dicho que verías a la dolorida gente que ha perdido el bien de la inteligencia.
   Y después de haber puesto su mano en la mía, con rostro alegre que me reanimó, me introdujo en medio de las cosas secretas. Allí, bajo un cielo sin estrellas, resonaban suspiros, quejas y profundos gemidos
  

   En aquel momento vimos un anciano cubierto de canas que se dirigía hacia nosotros en una barquichuela, gritando: "¡Ay de vosotros, almas perversas! No esperéis ver nunca el Cielo. Vengo para conduciros a la otra orilla, donde reinan eternas tinieblas, en medio del calor y el frío".
  
   y llegamos a un punto privado totalmente de luz.
   Así descendí del primer Círculo al segundo, que contiene menos espacio pero mucho más dolor, y dolor punzante, que origina desgarradores gritos.
  
   Entrábamos en un lugar que carecía de luz y que rugía como el mar tempestuoso cuando está combatido por vientos contrarios. La tromba infernal, que no se detiene nunca, envuelve en su torbellino a los espíritus, los hace dar vueltas continuamente y los agita y los molesta. (...) y así como los estorninos vuelan en grandes y compactas bandadas en la estación del frío, así aquel torbellino arrastra a los espíritus malvados llevándolos de acá para allá y de arriba abajo, sin que abriguen nunca la esperanza de tener un momento de reposo ni de que su pena se aminore.
  
   Me encontraba en el tercer Círculo, en el de la lluvia eterna, maldita, fría y densa, que cae siempre igualmente copiosa y con la misma fuerza. Espesos granizos, agua negruzca, y nieve descienden en turbión a través de las tinieblas; la tierra, al recibirlos, exhala un olor pestífero. Cerbero, fiera cruel y monstruosa, ladra con sus tres fauces de perro contra los condenados que están allí sumergidos. Tiene los ojos rojos, los pelos negros y cerdosos, el vientre ancho y las patas guarnecidas de uñas que clava en los espíritus, les desgarra la piel y los descuartiza. (...) Cuando nos descubrió Cerbero, el miserable gusano abrió las bocas enseñándonos sus colmillos; todos sus miembros estaban agitados. Entonces mi guía extendió las manos, cogió tierra y la arrojó a puñados en las fauces ávidas de la fiera. Y del mismo modo que un perro se deshace ladrando y se apacigua cuando muerde su presa, ocupado tan sólo en devorarla, así también el demonio Cerbero cerró sus impuras bocas, cuyos ladridos causaban el aturdimiento de las almas, que quisieran quedarse sordas.
  
   Así bajamos a la cuarta cavidad aproximándonos más a la dolorosa orilla que encierra en sí todo el mal del universo.

   Dante Alighieri, La Divina Comedia (hacia 1320, cantos III, IV, V, VI y VII)

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El pozo de Simbad
Las 1001 noches

   Salimos de la ciudad, llegando a una montaña que daba sobre el mar. En cierto paraje vi una especie de pozo inmenso, cuya tapa de piedra levantaron en seguida. Bajaron por allí el ataúd donde yacía la mujer muerta adornada con sus alhajas; luego se apoderaron de mi vecino, que no opuso ninguna resistencia; por medio de una cuerda le bajaron hasta el fondo del pozo, proveyéndole de un cántaro con agua y siete panes. Hecho lo cual taparon el brocal del pozo con las piedras grandes que lo cubrían, y nos volvimos por donde habíamos ido.
   Asistí a todo esto en un estado de alarma inconcebible, pensando: "¡La cosa es aún peor de todas cuantas he visto!" Y no bien regresé a palacio, corrí en busca del rey y le dije: "¡Oh señor mío! ¡muchos países recorrí hasta hoy; pero en ninguna parte vi una costumbre tan bárbara como esa de enterrar al marido vivo con su mujer muerta! Por lo tanto desearía saber, ¡oh rey del tiempo! si el extranjero ha de cumplir también esta ley al morir su esposa". El rey contestó: "¡Sin duda que se le enterrará con ella!"
   Cuando hube oído aquellas palabras, sentí que en el hígado me estallaba la vejiga de la hiel a causa de la pena, salí de allí loco de terror y marché a mi casa, temiendo ya que hubiese muerto mi esposa durante mi ausencia y que se me obligase a sufrir el horroroso suplicio que acababa de presenciar. En vano intenté consolarme diciendo: "¡Tranquilízate, Sindbad! ¡Seguramente morirás tú primero! ¡Por consiguiente, no tendrás que ser enterrado vivo!" Tal consuelo de nada había de servirme, porque poco tiempo después mi mujer cayó enferma, guardó cama algunos días y murió, a pesar de todos los cuidados con que no cesé de rodearla día y noche.
   Entonces mi dolor no tuvo límites; (...) Cuando vi que el rey iba personalmente a mi casa para darme el pésame por mi entierro, no dudé ya de mi suerte. El soberano quiso hacerme el honor de asistir, acompañado por todos los personajes de la corte, a mi entierro, yendo al lado mío a la cabeza del acompañamiento, detrás del ataúd en que yacía muerta mi esposa, cubierta con sus  joyas y adornada con todos sus atavíos.
   Cuando estuvimos al pie de la montaña que daba sobre el mar, se abrió el pozo en cuestión, haciendo bajar al fondo del agujero el cuerpo de mi esposa; tras de lo cual, todos los concurrentes se acercaron a mí y me dieron el pésame, despidiéndose. (...)
   En vano hube de gritar y sollozar, porque cogiéronme sin escucharme, me echaron cuerdas por debajo de los brazos, sujetaron a mi cuerpo un cántaro de agua y siete panes, como era costumbre, y me descolgaron hasta el fondo del pozo. (...) Entonces abandonaron las cuerdas, que cayeron sobre mí, taparon otra vez con las grandes piedras el brocal del pozo y se fueron por su camino, sin escuchar mis gritos que movían a piedad.El pozo de Simbad
   A poco me obligó a taparme las narices la hediondez de aquel subterráneo. Pero no me impidió inspeccionar, merced a la escasa luz que descendía de lo alto, aquella gruta mortuoria llena de cadáveres antiguos y recientes. Era muy espaciosa, y se dilataba hasta una distancia que mis ojos no podían sondear. Entonces me tiré al suelo llorando, y exclamé: "¡Bien merecida tienes tu suerte, Sindbad de alma insaciable! Y luego, ¿qué necesidad tenías de casarte en esta ciudad? ¡Ah! ¿Por qué no pereciste en el valle de los diamantes, o por qué no te devoraron los comedores de hombres? ¡Era preferible que te hubiese tragado el mar en uno de tus naufragios y no tendrías que sucumbir ahora a tan espantosa muerte!" Y al punto comencé a golpearme con fuerza en la cabeza, en el estómago y en todo mi cuerpo. Sin embargo, acosado por el hambre y la sed, no me decidí a dejarme morir de inanición, y desaté de la cuerda los panes y el cántaro de agua, y comí y bebí aunque con prudencia, en previsión de los siguientes días.
   De este modo viví durante algunos días, habituándome paulatinamente al olor insoportable de aquella gruta, y para dormir me acostaba en un lugar que tuve buen cuidado de limpiar de los huesos que en él aparecían. Pero no podía retrasar más el momento en que se me acabaran el pan y el agua. Y llegó ese momento. Entonces, poseído por la más absoluta desesperación, hice mi acto de fe, y ya iba a cerrar los ojos para aguardar la muerte, cuando vi abrirse por encima de mi cabeza el agujero del pozo y descender en un ataúd a un hombre muerto, y tras de él su esposa con los siete panes y el cántaro de agua.
   Entonces esperé a que los hombres de arriba tapasen de nuevo el brocal, y sin hacer el menor ruido, muy sigilosamente, cogí un gran hueso de muerto y me arrojé de un salto sobre la mujer, rematándola de un golpe en la cabeza; y para cerciorarme de su muerte, todavía le propiné un segundo y un tercer golpe con toda mi fuerza. Me apoderé entonces de los siete panes y del agua, con lo que tuve provisiones para algunos días.
   Al cabo de ese tiempo, abrióse de nuevo el orificio, y esta vez descendieron una mujer muerta y un hombre. Con el objeto de seguir viviendo –¡porque el alma es preciosa!– no dejé de rematar al hombre, robándole sus panes y su agua. Y así continué viviendo durante algún tiempo, matando en cada oportunidad a la persona a quien se enterraba viva y robándole sus provisiones.
   Un día entre los días, dormía yo en mi sitio de costumbre, cuando me desperté sobresaltado al oír un ruido insólito. Era cual un resuello humano y un rumor de pasos. Me levanté y cogí el hueso que me servía para rematar a los individuos enterrados vivos, dirigiéndome al lado de donde parecía venir el ruido. Después de dar unos pasos, creí entrever algo que huía resollando con fuerza. Entonces, siempre armado con mi hueso, perseguí mucho tiempo a aquella especie de sombra fugitiva, y continué corriendo en la oscuridad tras ella, y tropezando a cada paso con los huesos de los muertos; pero de pronto creí ver en el fondo de la gruta como una estrella luminosa que tan pronto brillaba como se extinguía. Proseguí avanzando en la misma dirección, y conforme avanzaba veía aumentar y ensancharse la luz. Sin embargo, no me atreví a creer que fuese aquello una salida por donde pudiese escaparme, y me dije: "¡Indudablemente debe ser un segundo agujero de este pozo por el que bajan ahora algún cadáver!" Así que, cuál no sería mi emoción al ver que la sombra fugitiva, que no era otra cosa que un animal, saltaba con ímpetu por aquel agujero. Entonces comprendí que se trataba de una brecha abierta por las fieras para ir a comerse en la gruta los cadáveres. Y salté detrás del animal y me hallé al aire libre bajo el cielo.

   Anónimo, Las Mil y Una Noches. Historia de Simbad el Marino (cuarto viaje)

Indice


 

La cueva de Alí Babá
Las 1001 noches

   Y así, cargados, llegaron al pie de una roca grande que había en la base del montículo, y se detuvieron, colocándose en fila. Y su jefe, que iba a la cabeza, dejó por un instante en el suelo su pesado zurrón, se irguió cuan alto era frente a la roca y exclamó con voz estruendosa, dirigiéndose a alguien o algo invisible para todas las miradas:
   "¡Sésamo, ábrete!"
   Y al punto se entreabrió con amplitud la roca.
   Entonces el jefe de los bandoleros ladrones se retiró un poco para dejar pasar delante de él a sus hombres. Y cuando hubieron entrado todos, se cargó a la espalda su zurrón otra vez, y penetró el último.
   Luego exclamó con una voz de mando que no admitía réplica:
   "¡Sésamo, ciérrate!"
   Y la roca se cerró herméticamente, como si nunca la hechicería del bandolero la hubiese partido por virtud de la fórmula mágica. (...)
   En cuanto a los cuarenta ladrones, después de una estancia bastante prolongada en la caverna donde Alí Babá les había visto meterse, indicaron su reaparición con un ruido subterráneo semejante a un trueno lejano. Y acabó por volver a abrirse la roca y dejar salir a los cuarenta con su jefe a la cabeza y llevando en la mano sus zurrones vacíos. (...) Y el jefe se volvió entonces hacia la abertura de la caverna y pronunció en voz alta la fórmula: "¡Sésamo, ciérrate!" Y las dos mitades de la roca se juntaron y se soldaron sin ninguna huella de separación. Y con sus caras de brea y sus barbas de cerdos, tomaron otra vez el camino por donde habían venido. (...)
   Alí Babá avanzó hacia la roca consabida, pero con mucho cuidado y de puntillas, conteniendo la respiración. (...)
   Llegado que fué ante la roca, Alí Babá la inspeccionó de arriba abajo, y la encontró lisa y sin grietas por donde hubiera podido deslizarse la punta de una aguja. Y se dijo: "¡Sin embargo, ahí dentro se han metido los cuarenta, y los he visto con mis propios ojos desaparecer ahí dentro! ¡Ya Alah! ¡Qué sutileza! ¡Y quién sabe qué han entrado a hacer en esa caverna defendida por toda clase de talismanes cuya primera palabra ignoro!" Luego pensó: "¡Por Alah! ¡he retenido, sin embargo, la fórmula que abre y la fórmula que cierra! (...)
   Y olvidando toda su antigua pusilanimidad, e impelido por la voz de su destino, Alí Babá el leñador se encaró con la roca y dijo:
   "¡Sésamo, ábrete!"La cueva de Ali baba
   Y no bien fueron pronunciadas con insegura voz las dos palabras mágicas, la roca se separó y se abrió con amplitud. Y Alí Babá, presa de extremado espanto, quiso volver la espalda a todo aquello y escapar de allí a todo correr, pero la fuerza de su destino le inmovilizó ante la abertura y le obligó a mirar. Y en lugar de ver allí dentro una caverna de tinieblas y de horror, llegó al límite de la sorpresa al ver abrirse ante él una ancha galería que daba al ras de una sala espaciosa abierta en forma de bóveda en la misma piedra y recibiendo mucha luz por agujeros angulares situados en el techo. De modo que se decidió a adelantar un pie y penetrar en aquel lugar. ¡Y allá vio que las dos mitades de la roca se juntaban sin ruido y tapaban completamente la abertura, lo cual no dejó de inquietarle, a pesar de todo, ya que la constancia en el valor no era su fuerte. Sin embargo, pensó que más tarde podría, merced a la fórmula mágica, hacer que por sí mismas se abrieran ante él todas las puertas. Y a la sazón dedicóse a mirar con toda tranquilidad el espectáculo que se ofrecía a sus ojos.
   Y vio, colocadas a lo largo de las paredes hasta la bóveda, pilas y pilas de ricas mercancías, y fardos de telas de seda y de brocado, y sacos con provisiones de boca, y grandes cofres llenos hasta los bordes de plata amonedada, y otros llenos de plata en lingotes, y otros llenos de dinares de oro y de lingotes de oro en filas alternadas. Y como si todos aquellos cofres y todos aquellos sacos no bastasen a contener las riquezas acumuladas, el suelo estaba cubierto de montones de oro, de alhajas y de orfebrerías, hasta el punto de que no se sabía dónde poner el pie sin tropezar con alguna joya o derribar algún montón de dinares flamígeros. Y Alí Babá, que en su vida había visto el verdadero color del oro ni conocido su olor siquiera, se maravilló de todo aquello hasta el límite de la maravilla. Y al ver aquellos tesoros amontonados allí de cualquier modo, aquellas innumerables suntuosidades, las menores de las cuales hubiesen adornado ventajosamente el palacio de un rey, se dijo que debía hacer no años, sino siglos que aquella gruta servía de depósito, al mismo tiempo que de refugio, a generaciones de ladrones hijos de ladrones, descendientes de los saqueadores de Babilonia.
   Cuando Alí Babá volvió un poco de su asombro se dijo: "(...) Esa es una gran merced del Retribuidor, que así te hace dueño de las riquezas acumuladas por los crímenes de generaciones de ladrones y de bandidos. ¡Y si ha ocurrido todo esto, claro está que es para que en adelante puedas hallarte con tu familia al abrigo de la necesidad, utilizando de buena manera el oro del robo y del pillaje!"
   Y quedando en paz con su conciencia después de tal razonamiento, Alí Babá el pobre se inclinó hacia un saco de provisiones, lo vació de su contenido y lo llenó de dinares de oro y otras piezas de oro amonedado, sin tocar la plata ni los demás objetos de la galería. Luego volvió a la sala abovedada, y de la propia manera llenó un segundo saco, luego un tercer saco y varios sacos más, todos los que le parecieron que podrían llevar sus tres asnos sin cansarse. Y hecho esto se volvió hacia la entrada de la caverna y dijo: "¡Sésamo, ábrete!" Y al instante las dos hojas de la puerta roqueña se abrieron de par en par, y Alí Babá corrió a reunir sus asnos y los hizo aproximarse a la entrada. Y los cargó de sacos, que tuvo cuidado de ocultar hábilmente, poniendo encima ramaje. Y cuando hubo acabado esta tarea pronunció la fórmula que cierra, y al punto se juntaron las dos mitades de la roca.
   Entonces Alí Babá hizo ponerse en marcha delante de él a sus asnos cargados de oro, arreándolos con voz llena de respeto y no abrumándolos con las maldiciones y las injurias horrísonas que les dirigía de ordinario cuando arrastraban las patas.
  
   Anónimo. Las Mil y Una Noches. Historia de Alí Babá o los cuarenta ladrones.

 

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Indice de textos 

El Mundo Inferior
La gruta del Cíclope
La cueva del rey de los monos
Descenso al Averno
La gruta de los dragones
Jesús en los infiernos
La caverna del letargo
Las puertas del infierno
El pozo de Simbad
La cueva de Alí Babá
Espeleología espiritual
La sima de Don Quijote
La caverna de la hechicera
Orfeo en los infiernos
El túnel al País de las Maravillas
Los genios del abismo
En compañía de murciélagos
La cueva del dragón de Aralar
Las cuevas del Rey Salomón
El mundo subterráneo de los Morlocks
Cuevas en el Mundo Perdido
La caverna del humorismo
La caverna de la locura
La Ciudad de los Inmortales
Las Minas de Moria
El oro de las cuevas
La cueva de los aquelarres
La cueva lejos del mundo
La Tierra es hueca
La caverna de Platón

 

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Las cavernas fantásticas

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Fotografías de Cesare Mangiagalli (realizadas en diversas cuevas de Italia, Suiza y México)
Grabados de Gustave Doré, Francisco de Goya, John Tenniel, Giambattista Piranesi y anónimos del siglo XIX