Colecciones fotográficas

Yemen de norte a sur

Una sociedad tribal

 

   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...
   (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)

   Vi el país del incienso y la mirra, que fue conocido antaño como la Arabia Feliz.
   Vi de cerca los semblantes de sus nativos, que reflejaban en su mirada la sencillez y nobleza de sus corazones. Los hombres portaban un puñal al cinto. Las mujeres ocultaban su cuerpo bajo un velo.
   Les vi perderse en bulliciosos mercados, laberintos de callejas rebosantes de todos los objetos imaginables, a la búsqueda de una hogaza de pan.
   Vi sus aldeas en las cimas de las montañas, que se asomaban sin temor hasta el mismo borde de los abismos. Vi sus hermosas casas, altas como torres, perforadas por un sinfín de ventanas, celosías y vidrieras, y embellecidas con frisos que dibujaban en las fachadas las más fantásticas ornamentaciones.
   En algún momento creí estar viendo los escenarios de los cuentos de Sherezade. Pero el país era real, y existía en el siglo XXI.

 

   El país del Yemen, situado en el extremo sur de la península arábiga, tuvo también su 'telón de acero', que, como ocurriera con Alemania del Este y del Oeste, dividía la nación en dos: Yemen del Norte y Yemen del Sur. Les separaban sus sistemas políticos, que no la voluntad de sus habitantes. Yemen del Sur fue la única nación árabe que ha vivido (de 1967 a 1991) bajo un régimen de tipo comunista.
Yemen   Ese muro ficticio se derrumbó en 1991. Las aguas volvieron a su cauce y el Yemen se reunificó. Lo cual ha permitido que hoy podamos visitar el país de norte a sur, hasta sus más alejados rincones. Los únicos conflictos que se dan en la actualidad provienen de la región de Sa'da, cerca de la frontera con Arabia Saudí (una zona fuera del control del gobierno central, donde la insurgencia chií ha mostrado históricamente una marcada hostilidad hacia los gobernantes con sede en la capital), y de la región de Marib (donde elementos incontrolados de ciertas tribus llevan a cabo secuestros de turistas para extorsionar al gobierno con el fin de obtener determinadas reivindicaciones). A esto cabe añadir que en los últimos años se han producido esporádicamente atentados suicidas contra viajeros por parte de integristas, en el contexto de la supuesta 'guerra santa' contra Occidente. Conviene dejar constancia de que estas actividades son enérgicamente repudiadas por la inmensa mayoría de la población yemení, que si por algo se caracteriza es por su pacifismo.
   País recientemente abierto al mundo, los hospitalarios habitantes del Yemen ven con una mezcla de curiosidad y sentido del humor la creciente invasión de visitantes extranjeros que recorren este bellísimo rincón de la Península Arábiga, antaño llamado Arabia Felix, epíteto que ponderaba el verdor de sus montañas por contraposición a la sequedad y los rigores de los desiertos de Arabia.
   La simpatía desbordante de los yemeníes contrasta con sus duros medios de vida, en los que los recursos económicos de la mayor parte de la población son de mera supervivencia. En aldeas remotas de las montañas –racimos compactos de casas-torre que yerguen sus sillares encaramados en los más abruptos riscos y sobre borrascosas cumbres a 2.500 metros de altura– los campesinos trabajan de sol a sol en huertas aterrazadas y escalonadas en pendientes de extremado desnivel, mientras sus mujeres cuidan del hogar y los hijos, acarrean leña, y se abastecen de agua por el sistema de bajar todos los días del monte hasta alcanzar el río, llenar unos bidones, colocárselos en equilibrio sobre la cabeza, para volver a ascender la montaña por senderos angostos que bordean vertiginosos barrancos (foto dcha). Pero todo este faenar no les impedirá, cuando se crucen en nuestro camino, saludarnos con el "salam alaekum" y darnos la bienvenida con la más sincera de las sonrisas.
   La población del Yemen ascendía en 2005 a unos 20 millones de habitantes, desigualmente repartidos por el país, y sin contar con los yemeníes emigrantes que trabajan y residen en el extranjero. Las superpobladas provincias del norte contrastan con las muy escasamente pobladas regiones del sur del Yemen, habitadas por poco más de dos millones de personas. A grandes rasgos, esta población podría encuadrarse en tres grandes grupos: los agricultores sedentarios en pueblos, los residentes urbanos en ciudades, y los pastores nómadas que habitan en tiendas de campaña.
   El Yemen es un país todavía eminentemente rural, cuyos principales recursos dependen de la agricultura y el pastoreo. La mayoría de sus gentes –en torno a un 85%– habita en pequeños pueblos, aldeas y caseríos de muy reducido número de vecinos. Sus principales ciudades son la capital administrativa Saná, con un millón y pico de habitantes, y Adén, ex-capital del antiguo Yemen del Sur y el más activo centro económico del país, que no llega al medio millón, seguidas de Taizz y Al-Hudayda.
Yemen 
   La esperanza media de vida de los yemeníes era hasta hace poco de unos 45 años, y en 1990 se daba aquí una de las tasas de mortandad infantil más elevadas del planeta: de cada mil niños, 192 no llegaban a alcanzar los cinco años, aunque este índice afortunadamente tiende a disminuir, gracias a las sustanciales mejoras en sanidad e higiene que han tenido lugar en las últimas décadas.
    Una mujer yemení tiene a lo largo de su vida una media de siete hijos. La tasa de crecimiento poblacional es del 3,7%, por lo que el número de habitantes del país se duplica cada veinte años. Algunos de los factores que pueden influir en esta explosión demográfica son los matrimonios precoces, la poligamia, la ausencia de medios de control de natalidad y el hecho de que los yemeníes consideran motivo de orgullo el tener gran cantidad de hijos. El rejuvenecimiento de la población general es considerable: el 52% de los yemeníes tiene menos de 15 años, fenómeno que se produce también en otros países del entorno.
   El promedio de edad de la mujer a la hora de casarse era hasta hace poco de 18 años (22 para el varón), dándose con frecuencia casos de chicas casadas antes de los 14 años. El divorcio es también común en el Yemen, habiendo un alto porcentaje de mujeres divorciadas y vueltas a casar, sin que esto constituya un oprobio para la familia, por contraste con lo que ocurre en otros países árabes de la zona.
   Las dos principales divisiones del islam, el sunnismo y el chiísmo, están presentes en el Yemen, país de abrumadora mayoría musulmana. La mayor parte de sus habitantes son sunníes de la escuela shafi'i (una rama ortodoxa de la jurisprudencia mahometana, cuyo nombre proviene de ash-Shafi'i, notable jurista del islam que vivió entre 767 y 820), mientras que la minoría zaidí que habita en las provincias del norte, en torno a Sa'da, son chiíes. Se da también una pequeña representación de ismailitas (secta dentro del chiísmo), de en torno al 1% de la población. Las diferencias entre las varias facciones religiosas se basan en distintas interpretaciones de la shari'a o jurisdicción islámica. Existen pequeñas minorías de no-musulmanes, como los cristianos (en torno a un 4%), los hindúes y los judíos (foto068), todas ellas remanentes de las comunidades que abandonaron el país tras su independencia.
Yemen 
   Desde un punto de vista sociológico, el Yemen se caracteriza por poseer una estructura social de tipo tribal. El pilar básico de la sociedad yemení es la familia. Además del núcleo familiar básico (ayla), compuesto por unas seis personas de media (foto063), hay que tener en consideración el concepto más amplio de 'familia extensa' (o bayt = casa), compuesta por varias generaciones que residen en una misma mansión, incluyendo al varón, sus esposas, sus hijos, sus hijas solteras, y las esposas y prole de sus hijos varones. Estas familias extensas forman a su vez, por genealogía, parte de unidades más grandes descendientes de un patriarca común, que a su vez se agrupan en un orden superior de la jerarquía social llamado qabila o tribu. Las tribus y subtribus tienden históricamente a ocupar cada una un determinado territorio, siendo independientes unas de otras, sobre todo desde un punto de vista jurídico, y autoabasteciéndose con sus propios recursos agrícolas. Se da también al Este, como excepción a la regla, el fenómeno del nomadismo, con tribus beduinas que recorren incansables las estribaciones del desierto arábigo.
   Las bodas y nacimientos constituyen pretexto para importantes celebraciones, teniendo cada tribu sus propios festejos folclóricos y sus tipos de música y danza. Algunas tribus de la provincia de la Tihama practican aún mutilaciones genitales femeninas, aunque esta atávica costumbre está oficialmente perseguida y tiende a ser erradicada.
   Cada tribu elige un jeque (o sheik), un hombre veterano, respetado, y con reputación de sabio, que media en los conflictos tribales con base a su interpretación de la shari'a o ley islámica. Las tribus se agrupan a veces en una unidad superior a modo de 'confederación de tribus'. Tales unidades existen sobre todo al norte del país, como los Hashids, los Bakils o los Zaraniqs, que tienen gran influencia en la política del gobierno, y han de estar cuidadosamente representadas a la hora de formar cada nuevo parlamento. El influjo del sistema tribal disminuye hacia el sur del país, siendo casi inexistente en el antiguo Yemen del Sur, donde se combatió desde el gobierno el poder de los jeques y las tribus locales.
   Sujetos también los yemeníes a un sistema jerárquico de clases sociales, las élites religiosas ocupan el rango más alto de la escala, siendo la clase sayyid, cuyos miembros descienden directamente del profeta Mahoma, altamente respetada hasta nuestros días. Los del grupo qadhi, formado por manqads o especialistas en cuestiones jurídicas y legales, son también muy apreciados por sus conocimientos. Están también los shaykhs, sucesores de familias sacerdotales de la época preislámica. En los niveles más bajos de la escala social yemení están los ajdam o servidores, que pueden verse en las ciudades barriendo las calles (foto252), limpiando baños públicos y realizando todos los trabajos tenidos como de inferior categoría; incluso los abid, individuos de tez oscura, descendientes de esclavos, son considerados de más alto rango.
   Este sistema tradicional de clases ha ido perdiendo peso a lo largo del siglo XX, y ha contribuido a ello el mayor grado de alfabetización y educación social, ya no restringido a las clases sayyid y qadhi; hoy en día es más fácil para cualquier yemení, sobre todo en las ciudades, obtener una emancipación social al margen del férreo sistema de tribus y clases, aunque las restricciones en materia de casamientos siguen prácticamente intactas.
   Queda por mencionar también el fenómeno de la emigración, que en Yemen se da desde tiempos antiguos. Gran cantidad de yemeníes (entre el 20 y el 25% de la población) emigran para trabajar a distintos países, y sus ahorros son enviados a las familias que esperan en su tierra natal, siendo ésta una de las principales fuentes de ingresos del Yemen. En el remoto valle del Hadramaut, en el ex-Yemen del Sur, se dio en siglos pasados una fuerte emigración a África oriental, Malasia e Indonesia, y esto puede apreciarse a simple vista al contemplar los palacios 'indianos' de arquitectura javanesa que emigrantes con éxito hicieron construir al regresar a su madre patria (foto408). Hoy estas migraciones se han desviado en su casi totalidad a otros países árabes enriquecidos con sus recursos petrolíferos, como es el caso de Arabia Saudí.       

 

 

El país del incienso y la mirra (breve historia)

   Yemen es una de las regiones del mundo habitadas desde los tiempos más remotos. Los arqueólogos, en base a utensilios prehistóricos de piedra hallados a ambos lados del estrecho de Bab el-Mandeb, han sugerido que hace 40.000 años tuvieron lugar las primeras migraciones humanas al Yemen desde África oriental.
Yemen   En Wadi Dhahr, cerca de Saná, existen grabados rupestres prehistóricos, que muestran escenas de pastoreo con representaciones de hombres y animales, entre los que abunda el íbice (ibex), especie de cabra montesa de curvados cuernos (fotos 313 y 314).
   Las más antiguas civilizaciones conocidas de Arabia meridional se remontan a un milenio antes de Cristo, si bien han sido menos estudiadas que las civilizaciones europeas. Los mismos yemeníes están orgullosos de sus ancestrales orígenes, aunque en la actualidad la investigación histórica local se centra en el periodo islámico, descuidando la era preislámica.
   Los antiguos reinos que se establecieron en la región hoy ocupada por Yemen, y que era conocida antaño como Arabia Felix, basaban su economía en la agricultura y el comercio, teniendo como consecuencia que los asentamientos enclavados en las grandes rutas comerciales adquirieran mayor prosperidad y poder que sus vecinos. Los principales productos cultivados al sur de la península arábiga eran la mirra y el incienso (resinas de los árboles Commiphora y Boswellia). Estas resinas aromáticas eran muy apreciadas por la sociedad de entonces, debido a su fragancia y al significado ritual que le era atribuido por culturas dispares, como la egipcia, la griega y la romana. El incienso se usaba en casi todos los ritos y ceremonias practicados por los faraones y el clero egipcios; la mirra se utilizaba en cosmética, y en el proceso de embalsamamiento de momias, como detalló Herodoto en su testimonio sobre las costumbres de los egipcios:
 
   Después hacen un tajo con piedra afilada de Etiopía a lo largo de la ijada, sacan todos los intestinos, los limpian, lavan con vino de palma y después con aromas molidos. Luego llenan el vientre de mirra pura molida, canela, y otros aromas, salvo incienso, y cosen de nuevo la abertura.  
   (Herodoto, Historia, Libro II, 86).
  
   Se supone que los judíos daban al incienso y a la mirra un valor semejante al oro, según se deduce del conocido episodio de la visita de los magos de Oriente al recién nacido Jesús en Betlehem de Judea, descrito en el Evangelio de Mateo:
 
   Entraron en la casa y vieron al niño con María su madre. Entonces, prosternándose lo adoraron; luego abrieron sus tesoros y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra. (Mateo, 2, 11).
 
   Los cargamentos de incienso y mirra eran transportados por vías marítimas y terrestres que conectaban países muy alejados entre sí. Poco a poco fue estableciéndose una extensa red de rutas comerciales, donde las caravanas desempeñaron un papel decisivo en la implantación de vías protegidas de tráfico de mercancías, en la creación de prósperos emporios, en el encuentro e interacción entre diferentes culturas.
   Del mulo y el asno se pasó al dromedario como medio de transporte, animal mejor adaptado a las extremas condiciones de los desiertos arábigos. Desde el puerto costero de Qana, en la costa del Mar Arábigo y en plena zona de cultivo del árbol del incienso, partían rutas que, atravesando la Península Arábiga o navegando por el Mar Rojo, arribaban a Gaza, en la costa mediterránea, o a Egipto. La travesía podía durar dos meses. Además de incienso y mirra, los convoyes solían transportar otros tipos de mercancías, como oro y piedras preciosas procedentes de la India. Las caravanas solían ser de enormes dimensiones y se componían a veces de más de mil dromedarios, por lo que era obligado el paso por determinados enclaves y oasis donde poder repostar grandes cantidades de agua y alimentos, pagando a cambio los correspondientes tributos. Gracias a este tráfico, muchas de estas etapas caravaneras se convirtieron en poderosas y ricas ciudades, llegando algunas de ellas a expandirse y crear pequeños imperios. Ejemplo notorio sería el de Petra, capital del potente reino de los nabateos, en la Arabia Pétrea (ver en fotoAleph colección de fotografías Petra. El tesoro oculto en el desierto). 
 
  
 
El reino de Saba
 
   Uno de los territorios que alcanzaron mayor prosperidad favorecidos por el comercio caravanero fue el legendario reino de Saba, que empezó a florecer hacia el año 1000 a C.
   Saba es mencionado por primera vez en el Antiguo Testamento, relatando la visita de la reina sabea Bilqis al rey Salomón de Israel:
Yemen 
   La reina de Saba tuvo noticia de la fama que Salomón se había adquirido para la gloria de Yahvé, y vino a probarle con enigmas. Llegó, pues, a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos que traían especias aromáticas, muchísimo oro y piedras preciosas. Y fué a ver a Salomón, con el cual habló de todo lo que había en su corazón. Salomón le respondió a todas sus preguntas; no hubo cosa que fuese escondida al rey y de la cual no pudiese dar solución (...) 
   Luego regaló al rey ciento veinte talentos de oro, grandísima cantidad de especias aromáticas y piedras preciosas. Nunca más vino tanta cantidad de especias aromáticas como la que la reina de Saba dio al rey Salomón. (Reyes III, 10, 1-10. Paralipómenos II, 9, 1-10).
  
   La capital del reino fue Sirwah y luego Marib, dos poblaciones que, aunque venidas a menos, todavía existen en el actual Yemen, y que se beneficiaron de su situación estratégica en una región atravesada por la ruta natural que partiendo de Qana y a través del valle de Hadramaut se dirigía hacia el norte. La riqueza agrícola de Saba fue además potenciada por la famosa presa de Marib, construida en el siglo VIII a C, una de las grandes obras de ingeniería de la antigüedad. Antepasado remoto de las actuales presas, estuvo en funcionamiento durante más de mil años, y aún subsisten de ella impresionantes ruinas (fotos 265 y 266).
   El reino de Saba combatió contra otros pequeños reinos rivales vecinos, hasta absorberlos, pero fue a su vez sustituido por otro reino emergente en el siglo II a C: Himyar. Los himyaritas estaban asentados algo a desmano de las principales rutas del incienso, pero cerca del estrecho de Bab el-Mandeb, en la esquina suroccidental de la península. Hacia el 50 d C habían alcanzado cierta hegemonía regional y controlaban los principales puertos marítimos de la zona, mientras los sabeos se resentían del declive del tránsito terrestre.
   Unos pocos siglos más tarde, los antiguos dioses sabeos habían sido olvidados, y los reyes de Himyar se habían convertido al cristianismo o al judaismo, religiones que ejercían una intensa actividad misionera al sur de Arabia. Los cambios culturales sobrevenidos afectaron a la economía, pues los cristianos repudiaban las viejas prácticas paganas, como los ritos con incienso. El tráfico caravanero de incienso fue decayendo gradualmente, hasta que el emperador Teodosio le dio el golpe de gracia en el 395 d C, al declarar el cristianismo religión oficial del Imperio Romano. Otro factor que contribuyó en gran medida al declive de las caravanas fue la apertura –propiciada por los nuevos conocimientos sobre la periodicidad de los vientos monzónicos– de rutas de navegación de ida y vuelta entre la India y el Mar Rojo, que hicieron que el tráfico terrestre fuera siendo desplazado y sustituido por el marítimo en el comercio de especias.
   El soberano himyarita Dhu Nuwas instituyó el judaísmo como religión de estado. La subsiguiente persecución del cristianismo desencadenó una guerra con el reino cristiano de Axum (actual Etiopía). Himyar fue invadido y conquistado por Axum en el año 533.
   Unas décadas más tarde fue a su vez invadido por el imperio persa sasánida. Hacia el 575, los persas tenían ya la región sometida a su poder, así como el resto de la península arábiga.
 
 
Yemen 
El Yemen medieval islámico
 
   En el 628 d C, el gobernador persa del Yemen se convirtió al islam, y la nueva religión se propagó con rapidez por la Arabia Felix, dándose conversiones masivas de tribus, y alcanzando a todas las capas de la sociedad. Ya durante la vida del profeta Mahoma se construyeron las primeras mezquitas en Yemen (en Saná, al-Janad y Wadi Zabid), que todavía hoy existen. Los yemeníes participaron muy activamente en la propagación de la nueva fe, incluso más allá de sus fronteras, como en Siria e Iraq. Bajo los omeyas, con su capital en Damasco, Yemen quedó relegado a una provincia del imperio, y lo mismo ocurrió con la llegada al poder de los abbasíes, con su capital en Bagdad. La Arabia Felix quedó disgregada en diversos estados y reinos semi-independientes de corta duración, situación que se prolongó a lo largo de la Edad Media, como puede apreciarse con una somera enumeración:
   Los ziyadíes. Tras una revuelta de las tribus del sur de la Tihama (819 d C), llega al poder Mohamed ibn Ziyad, creando un reino independiente. Su dinastía dura unos doscientos años. Fundación de Zabid
   Los zaidíes. Yahya bin Husayn, un descendiente del Profeta, funda (897 d C) la dinastía zaidí de Sa'da, de credo chií, que implanta su hegemonía en el norte del actual Yemen, y llega a pervivir más de mil años, hasta la revolución de 1962.
   Los najahidas y sulayhidas. Una guerra de sucesión tras la muerte del último regente ziyadí de Zabid (1012) catapulta al trono a un esclavo etíope llamado Najah, que funda la dinastía de su nombre. Paralelamente, Ali as-Sulayhi congrega a seguidores en las montañas de Haraz y llega a fundar en 1046 otra dinastía de credo fatimí (facción de la secta ismailí, dentro de la doctrina chií), que extiende su influencia por el país. Ambas dinastías se disputan la hegemonía del sur del Yemen durante cien años. En 1067 una mujer sube al poder tras la muerte de su consorte el rey Mukarram: la célebre reina Arwa, ponderada por su sabiduría, que traslada la capital a Jibla, población donde aún se conserva la mezquita de su nombre (fotos 076 y 283).
   Los ayyubíes y rasúlidas. Desde 1173, tras el breve periodo de desorden que sigue al declive de las anteriores dinastías, los ayubbíes (dinastía fundada por Saladino) egipcios gobiernan durante unos cincuenta años casi todo el Yemen (con excepción del norte zaidí). La dificultad de controlar una zona tan alejada les hace perder el poder a manos de al-Mansur Ali ibn Rasul, fundador de la dinastía rasúlida, de origen turcomano. Su capital se traslada a Taizz, y permanecen en el trono desde 1216 hasta 1429.
   Los tahiridas y kathiríes. A los rasúlidas les sucede la dinastía fundada por at-Tahir de Lahej, que rige el sudoeste del Yemen de 1454 a 1526. Otra dinastía, los kathiríes, aparece en el valle de Hadramaut en el siglo XV y dura hasta la revolución de 1967. Ésta, junto a la de los zaidíes, fueron las últimas casas reales que gobernaron en el Yemen.
 
Yemen 
Las colonizaciones
  
   El periodo que en Europa conocemos como Renacimiento coincidió con las primeras colonizaciones europeas de los países de Oriente Próximo, que tomaron ventaja de la debilidad y divisiones internas de la región tras siglos de luchas fratricidas. En 1507 los portugueses se anexionan la isla de Socotora (Suqutra), en el Mar Arábigo, como preludio a la creciente presencia occidental en el sur de Arabia, e intentan conquistar, sin éxito, Adén. Los mamelucos egipcios reaccionan para proteger sus intereses en el Mar Rojo, y son a su vez destronados por los otomanos, que entre 1545 y 1548 se hacen dueños de la mayor parte del país, dando lugar a la primera ocupación otomana del Yemen. Su desarrollo económico se intensifica gracias al cultivo del café, con el importante centro de exportación en el puerto de Moca (al-Mokha), en el Mar Rojo, donde ingleses y holandeses fundaron factorías cuya fama trascendió las fronteras locales y dio su nombre al café de moca. En 1636 las tribus zaidíes derrotan a los ocupantes otomanos y liberan al Yemen de la opresión turca.
    El régimen zaidí se expande, abarcando el valle de Hadramaut, y la explotación cafetera continúa creciendo, mientras belgas, franceses y daneses operan en el puerto de Moca. Hacia 1720, el Yemen disfruta de una situación de virtual monopolio mundial en el comercio del café, hasta que surgen países competidores como Brasil o Indonesia, que en pocos años hacen caer en picado la demanda del prestigioso café yemení.
   En 1728, el sultán de Lahej, al sur, acaba con el dominio zaidí sobre Adén, en lo que se considera el germen de la posterior división del país en Yemen del Norte y Yemen del Sur. Los británicos incrementan su hegemonía en la zona, conquistan Adén, y hacia 1843 esta capital fortificada pasa a formar parte del Raj (dominio imperial británico de la India), transformándose en una importante etapa marítima de la principal ruta hacia las Indias orientales. La dominación británica se afianza por medio de pactos con las tribus locales y se prolonga hasta el siglo XX, llegando a constituir un protectorado británico en Arabia del Sur. La línea fronteriza que separaba el Yemen británico del Yemen otomano (la 'Línea Violeta') es virtualmente la misma que marcará en el siglo XX la frontera entre Yemen del Norte y Yemen del Sur.
   Una segunda ocupación otomana del Yemen tiene progresivamente lugar a partir de 1849, reforzada tras la apertura del Canal de Suez en 1869, y rematada con el derrocamiento de la casa real zaidí, si bien se verá permanentemente enfrentada a la resistencia de los imanes y de las tribus locales. Este conflictivo estado de cosas dura hasta el final de la I Guerra Mundial y la subsiguiente liquidación del imperio otomano. El imán Yahya es proclamado rey del Yemen, hasta su muerte violenta en 1948, a manos de un grupo de insurgentes que a su vez es neutralizado por el primogénito del imán, Ahmad, que le sucede en el poder y emprende un proceso de apertura del país hacia el mundo.
 
Yemen 
Yemen hasta nuestros días
 
   Poco después de la muerte del imán Ahmad, un grupo de militares de inspiración nasserita, apoyados por la RAU (República Árabe Unida) y bajo el mando del coronel Abdullah Sallal, perpetra en 1962 un golpe de estado revolucionario y proclama la República Árabe del Yemen. Se inicia una guerra civil de ocho años entre realistas y republicanos, instigada por el príncipe sucesor derrocado, con respaldo de Gran Bretaña y Arabia Saudí. Las hostilidades concluyen tras una intensa política de acuerdos con las tribus locales, y en 1970 Arabia Saudí reconoce la República del Yemen o Yemen del Norte.
    En el sur del país se dan simultáneamente, a lo largo de los años cincuenta y sesenta, violentas revueltas contra el protectorado británico con base en Adén. Ganan peso los movimientos nacionalistas radicales, siendo el más importante entre ellos el FLN (Frente de Liberación Nacional), de corte marxista y nacionalista. Tras años de lucha guerrillera, el FLN fuerza a los ingleses a retirarse de Adén en noviembre de 1967, creando la República Popular Democrática del Yemen, o Yemen del Sur, el primer y único estado árabe con un régimen comunista.
   Además de a las dificultades económicas, los dos países recientemente independizados se han de enfrentar a dos guerras fronterizas en 1972 y 1974. Dos de los presidentes de Yemen del Norte son sucesivamente asesinados, y el presidente Salem Rubaya Ali del Yemen del Sur es acusado de instigador del segundo magnicidio, y es a su vez destituido y ejecutado en 1978, lo que desencadena otra guerra entre los dos Yemen. Los años ochenta parecían prometer un periodo de estabilidad, hasta que otra sangrienta guerra civil estalla en Adén en enero de 1986.
Yemen   Con el desmoronamiento del imperio soviético y el fin de la Guerra Fría, cerrado el grifo del apoyo económico de la URSS a sus aliados del Tercer Mundo, Yemen del Sur se encuentra en una situación de completa bancarrota y vuelve sus ojos a sus vecinos del norte en busca de ayuda. A mediados de los ochenta se descubren yacimientos de petróleo en la zona fronteriza entre los dos países. Ambos gobiernos declaran neutral dicha zona en 1988, dando el primer paso hacia la reunificación del país. La nueva República Unida del Yemen nacería el 30 de enero de 1991.
   Este proceso no se da sin dificultades, pues las tribus de Sa'da, al norte, con respaldo de los saudíes, continuarán promoviendo una oposición violenta contra el sur 'secularizado'. Irrumpen diversos movimientos contra la unificación. Los respectivos gobiernos contraatacan desmilitarizando la frontera. Se disuelven las fuerzas de seguridad, se homologan los sistemas monetarios, se legalizan la libre empresa en el sur y los partidos políticos en el norte. El presidente del antiguo Yemen del Norte, Ali Abdullah Saleh, continúa como presidente del país unificado, mientras que el vicepresidente y el primer ministro provienen del Yemen del Sur. Saná será la capital política y Adén la económica. Se celebran las primeras elecciones multipartidistas.
Yemen  
   Pero los problemas políticos no terminan por resolverse debido a los enfrentamientos entre los líderes de los diferentes partidos. Los ejércitos del norte y del sur no han sido plenamente fusionados y las cadenas de mando de presidente y vicepresidente continúan siendo divergentes, dándose el hecho de que cada gran ciudad posea dos cuarteles de ejércitos en constante alerta y recelo mutuo. Al final, en 1994 estallan las hostilidades en varios campamentos del país, y comienza una nueva guerra civil. El presidente Saleh, con voluntarios de las tribus y campesinos armados, marcha sobre Adén, enarbolando la bandera de la lucha contra el 'secesionismo'. Adén cae asediada en 1995 y el comandante rebelde de la ciudad huye para atrincherarse en Muqalla hasta el fin de la guerra, que se cobra 7.000 muertos y 15.000 heridos.
   Esta última guerra civil ha contribuido, por una de esas ironías de la historia, al fortalecimiento de los lazos de unión entre el norte y el sur del Yemen. El presidente Saleh declaró una amnistía para todos los secesionistas que abandonasen las armas. Hoy todos los partidos contribuyen a la unidad nacional, y los únicos conflictos políticos actuales del Yemen parecen provenir de grupos tribales incontrolados de las regiones de Sa’da y Marib, que emplean los secuestros y otros métodos violentos para hacer valer sus reivindicaciones frente al gobierno.
   El país que en tiempos antiguos fue llamado Arabia Feliz ha tenido paradójicamente una historia agitada y convulsa, y en el siglo XX no se ha librado de este aciago sino. Por fortuna, a principios del siglo XXI, los habitantes del Yemen nos están dando en su comportamiento cívico y modos de participación política buenos motivos para la esperanza y el optimismo. El Yemen se va abriendo más y más al mundo, y ha emprendido un claro proceso de democratización que se anticipa al de otros países mucho más ricos de su entorno. El 27 de abril de 2003, los ciudadanos yemeníes fueron convocados por quinta vez a elecciones por sufragio universal, y alrededor de siete millones, hombres y mujeres, acudieron a las urnas.
   En palabras de la europarlamentaria italiana Emma Bonino: "Ha habido algún incidente y probablemente el partido del Gobierno habrá utilizado más de un instrumento de presión para conservar la mayoría de votos. Pero el solo hecho que los ciudadanos de Yemen, únicos en esta zona del mundo, hayan podido escoger quién quieren que les gobierne, en el respeto al menos formal de la libertad y el secreto del voto, es un hecho de extraordinaria importancia. Esto no quiere decir que Yemen sea un paraíso y una democracia perfecta. Conozco los preocupantes informes de Amnistía Internacional sobre torturas, y desde siempre he denunciado las humillaciones y las violencias a las que son sometidas las mujeres yemeníes. Pero incluso en este contexto, en Yemen el difícil y largo proceso hacia la democracia ha comenzado, y representa un modelo incómodo para los países vecinos" (Emma Bonino, 'Yemen: crónica de una esperanza democrática', artículo publicado en El Mundo, 3 mayo 2003).       

 

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FotoCD66   

Yemen de norte a sur

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Yemen

 


 

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