Colecciones fotográficas

Yemen de norte a sur

Qat, incienso y mirra...

y otras mercancías del zoco yemení
 

   No hay mejor manera de captar el pulso vital del Yemen que la de perdernos en los laberintos de los mercados callejeros de sus pueblos y ciudades, sumergiéndonos en el ajetreo de sus multitudes, dejándonos embriagar por los aromas dulzones de sus perfumes y especias, escuchando las llamadas de los mercaderes que reclaman la Yemenatención de los posibles clientes hacia las bondades de tal o cual producto, o que cantan su precio en voz alta: "¡Jamsin, jamsin, jamsin! ¡Thalathin, thalathin! ¡Jamstash, jamstash!" ("¡A cincuenta, a treinta, a quince riales!"). El caleidoscópico colorido de los tenderetes que invaden la calzada, apretados unos a otros sin solución de continuidad, atiborrados desde el suelo hasta el techo de toda clase de mercancías imaginables, aturdirá nuestros sentidos hasta el punto de creernos transportados a otros ámbitos y otras épocas, más cercanos a los escenarios de las fábulas de Sherezade que a los del mundo real.
   Deambulando sin rumbo por las arterias principales de estos zocos tendremos ocasión de comprobar cómo se bifurcan y ramifican en callejas secundarias, pasajes cubiertos, callejones sin salida que nos obligan a regresar sobre nuestros pasos, pasadizos que se interconectan y desembocan en otras calles y plazas de las que parten otras vías que suben o bajan, que tuercen a izquierda o derecha y vienen a confluir en zonas por las que (creemos) ya habíamos transitado, hasta que al cabo de un tiempo terminamos por perder todo sentido de la orientación.
   Poco importa, pues estamos disfrutando de un espectáculo continuamente cambiante, renovado a cada paso y a cada minuto, donde tras cada esquina nos espera una sorpresa. Las tiendas, tenderetes, tingladillos y talleres tapan completamente las fachadas de las casas; los toldos de lona azul, tendidos para proteger del sol las mercancías, ocultan el cielo y tamizan la luz; los comercios sacan los mostradores y los percheros a la calzada, y hay veces en que es difícil saber si estamos dentro de una tienda o fuera en la calle. Y, pese a todo, aún queda hueco para las carretillas de los vendedores ambulantes. De vez en cuando se ve, descansando en un rincón, un dromedario, ese paciente cuadrúpedo, que aquí es utilizado para el transporte de cargas (foto013).
Yemen   En los zocos árabes la competencia no responde a las pautas comerciales de occidente: los comercios del mismo género no guardan las distancias, sino que tienden a agruparse en una misma zona. Y así cada calle está dedicada a un gremio determinado, como ocurría en nuestra Edad Media: la calle de los carpinteros (foto130), la de los herreros (foto015), la de los zapateros (foto143), la de los alfareros (foto129), etc. Este sistema tiene sus ventajas para los clientes: un ciudadano que necesite comprar un determinado artículo sabrá hacia dónde encaminar los pasos dentro del zoco, y por añadidura podrá comparar precios en distintos establecimientos adyacentes.
 
   En medio de tanto abigarramiento podremos discernir desde lejos, guiándonos por el olfato, las tiendas de especias (foto011), que además de hierbas aromáticas, canela, sésamo, clavo, azafrán, cardamomo, alheña (o genna) para pintarse las manos, kohl para maquillarse los ojos, etc., aún venden hoy, como hace treinta siglos, el incienso y la mirra (foto045), dos productos originarios de estas tierras (resinas de los árboles Commiphora y Boswellia, que sólo crecen en las costas del sur de Arabia y en la zona septentrional del Cuerno de África y que hoy en día se siguen recolectando en Yemen, Omán, Etiopía y Somalia). El incienso tiene el aspecto de rugosos pedruscos de color gris oscuro; la mirra lo mismo, pero en color ámbar traslúcido. Ambos se venden a peso, troceando los bloques con un objeto contundente y pesando los fragmentos en una balanza de platillos. Depositados en pequeñas cantidades sobre las brasas encendidas de un hornillo, el incienso y la mirra exhalan un espeso humo que inunda con su embriagadora fragancia los interiores de las viviendas y de muchos locales comerciales.
Yemen   Pasando entre los puestos de frutos secos y sorteando los cacharros de cerámica de las tiendas de alfarería, llegaremos a las tiendas de tejidos (foto021), que están literalmente tapizadas de bufandas, turbantes, túnicas, velos, bordados, pañuelos de seda y telas de algodón de mil dibujos y colores. Sin olvidar las omnipresentes kuffiyas, esos pañuelos multiuso con un diseño ajedrezado rojo o negro (como los llamados 'palestinos') que los hombres se anudan a la cabeza como sustituto del turbante. La forma de anudarse la kuffiya permite a un ojo experto distinguir la tribu a la que pertenece la persona que lo lleva.
   El gremio de los joyeros se concentra en una zona cubierta llamada kisariat, estando las joyerías agrupadas y aisladas del resto de establecimientos del zoco por un sistema de vallado que las recluye en un recinto aparte. Las puertas de este recinto se cierran con candado por la noche, por motivos de seguridad. No obstante, otros negocios dejan toda la noche las mercancías sin recoger, al aire libre, confiadas a la figura del llamado sheik al-laila (= jefe de noche), que se encarga de la vigilancia del zoco durante las horas nocturnas.
  
   Las calles de los gremios de alimentación están siempre muy animadas (foto012). Abriéndonos paso entre la muchedumbre veremos carnicerías (foto126), pollerías (que venden huevos y pollos vivos), pescaderías (es muy apreciado el atún), tiendas de dátiles (foto127), y puestos de verduras, legumbres y frutas, que son apiladas en montones sobre las aceras (foto117). También puestos donde se venden hojas de la planta del tabaco sin picar (foto118). Una plaza céntrica está ocupada por restaurantes al aire libre que asan carnes y pescados a la parrilla (foto120), llenando de humo toda la plaza y los alrededores. Los comensales comparten mesas comunes, que son simples tablas colocadas sobre caballetes. Si es ramadán, podremos observar a los clientes esperando pacientemente sentados sobre sus taburetes la hora de la puesta de sol, para proceder a la ruptura del ayuno diurno. Un poco más allá se fríe en grandes sartenes toda clase de fritangas saladas y dulces. Los pasteles son de elaboración casera (foto173), utilizando siempre ingredientes naturales, en los que abundan la almendra y la miel de abeja. Algunos tenderos venden vasos de leche azucarada, que hierven en enormes calderos con el borde pringado de una espesa costra de nata, polvo y moscas.
Yemen   Allá donde el ajetreo de los zocos aumente es que estamos en una zona de expendedores de qat, producto que goza siempre de una nutrida clientela. Conviene explicar que el qat es, estando prohibido el alcohol, la droga nacional de los yemeníes, consumida todos los días y por casi todas las capas sociales. Se trata de un narcótico ligeramente estimulante que se activa al masticar de forma prolongada las hojas del árbol del qat (Catha edulis), cuyo cultivo masivo en bosques en las tierras altas va desplazando al histórico cultivo del café, al ser más rentable por su alto consumo interno (un tercio de la economía del ex-Yemen del Norte). Las hojas han de ser consumidas frescas, por lo que cada tarde llegan al zoco nuevas partidas de ramas de qat recién cosechadas. En cuanto llegan se arremolinan inmediatamente en torno grupos de hombres, que se toman su tiempo para examinar con ojo crítico, hoja por hoja, la calidad del manojo de qat que van a comprar (foto146 y siguientes). En el mercado de Taizz el qat es vendido por mujeres procedentes del campo, que llevan fama de astutas regateadoras (foto171); en esta ciudad, y como excepción, el oficio de vendedor no está sólo reservado a los hombres, como sucede en el resto del país.
   Aquí y allá sorprenderemos a niños de menos de doce años trabajando como adultos, no sólo como dependientes de las tiendas, sino también transportando bultos en carretillas, limpiando las calles, acarreando barro para fabricar ladrillos de adobe, o haciendo de lazarillos para guiar a los ciegos.
   Nos queda por mencionar, sin ánimo de ser exhaustivos, el zoco de las yambías. La yambía (o jambiya) es el puñal curvo envainado en una trabajada funda y colgado de un cinto a juego que no puede faltar en el atuendo tradicional yemení, como la corbata en un traje occidental. Lo portan casi todos los varones, desde los niños hasta los ancianos, y no tiene otra utilidad que la puramente decorativa. La fabricación de yambías constituye en el Yemen una auténtica industria artesanal, pues las hay de todas las formas y materiales, desde las más sencillas a las más lujosas, algunas verdaderas joyas del repujado y la filigrana en plata (foto134 y siguientes).
   Sorprende aún más que las yambías, a quien visita por primera vez el Yemen, la elevada proliferación de armas de fuego que se ofrece a sus ojos por las calles (foto059), en los transportes públicos, en las tiendas o en las mismas viviendas. Su venta es legal. Es normal ver a un padre de familia paseando tranquilamente junto a su consorte e hijos con una escopeta colgada al hombro. Y tampoco es raro que el padre ceda su fusil a un hijo pequeño para que se lo sostenga un rato mientras realiza una compra o una tarea cualquiera. Y, sin embargo, no hay motivos de preocupación: el ambiente es tranquilo, la agresividad está ausente, los casos de violencia son muy infrecuentes.       

 

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FotoCD66   

Yemen de norte a sur

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Yemen

 


 

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