Colecciones fotográficas

Siria milenaria

Diario de viaje por Siria

 

   Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
   Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto...
   (Jorge Luis Borges, extractos de El Aleph)

   Vi la milenaria Siria, encrucijada del cercano oriente, país mil veces azotado por las embestidas de la historia.
   Pero esa historia había sido también esplendorosa. Y había dejado, en sus desérticos paisajes, innumerables vestigios de sus extraordinarios logros.
   Vi los laberínticos y oscuros bazares de Alepo. Vi la gran mezquita de los omeyas en Damasco, uno de los santuarios más antiguos y más fastuosos del islam.
   Vi el lugar donde Simeón el Estilita había vivido una vida de ascesis subido en lo alto de una columna.
   Vi el gigantesco castillo de Crac de los Caballeros, construido por los cruzados. Vi las norias de Hama, de origen romano y todavía en uso.
   Vi las bellísimas ruinas de Palmyra, un oasis de mármol y oro en medio del desierto, símbolo de la fugacidad de las riquezas y los imperios que se creían eternos.

 

   Los textos que vienen a continuación son extractos de un diario de viaje que hicimos dos personas en automóvil desde España hasta la mítica ciudad de Petra, en Jordania, para lo cual tuvimos que atravesar Siria dos veces, una a la ida y otra a la vuelta. El viaje fue realizado en otoño de 1986, durante la dictadura militar de Hafez el-Asad, padre del actual presidente de Siria Bashar el-Asad.
   Textos: Eneko Pastor


Domingo, 14 de septiembre. Frontera Turquía-Siria. Alepo
   Cerca de la frontera con Siria el paisaje ya es pre-desértico. Llenamos el depósito en una gasolinera. Los expendedores nos piden cigarrillos.
   Kilis, la última ciudad de Turquía, es una población de aspecto fantasma. De allí hasta la frontera vamos solos; nuestro coche es el único vehículo que rueda por la carretera. Toda la orilla izquierda de la calzada está vallada de alambradas de espino como en los campos de concentración.
   Llegamos a la frontera turca, y el primer policía con que nos topamos se interesa por el modelo de coche (una furgoneta Citroën C-15, que para él es una novedad), y pregunta a ver si lo puede probar.
   Me bajo, se monta él al volante y da unas cuantas vueltas por las cercanías. Cuando se cansa de conducir, nos deja continuar.
   Los aduaneros y policías turcos están en la hora de la comida, y se toman su tiempo para hacernos rellenar papelotes y registrar el coche. Al cabo de media hora nos dejan pasar. Ahora nos toca la frontera siria, a la que vamos con miedo.
Siria  
   Pero nuestros temores se quedan cortos ante la realidad, pues la cosa es mucho peor de lo que esperábamos.
   Lo primero que nos dicen es que tenemos que cambiar forzosamente 100 dólares por cabeza, en una chabola que pone 'Central Bank of Syria'. Las tasas de cambio están escritas a tiza en una pizarra:
  
   1 USA DOLLAR                     9,75
   ISPANIA PESETAS 100       202,25
  
   Según esta tabla, si cambiamos dólares, la libra siria nos sale a 14 pts. y si cambiamos pesetas, sale a 0,50 pts. Pero no nos dan opción: hay que cambiar en dólares. Luego nos marean todo lo que pueden. Nos hacen ir a otra caseta, donde nos dicen que nos presentemos antes en la aduana. En la aduana nos dicen que antes vayamos a la policía. En la policía hay que rellenar dos cuestionarios por persona.
   En las taquillas de la policía no hay nadie atendiendo, y aparecen a los veinte minutos. Nos preguntan hasta el número de motor del coche. Después de rellenar papeles y papeles, y quedarse con los resguardos del cambio del banco, nos mandan a la aduana.
   El aduanero, después de examinar pasaportes (que llevan el preceptivo visado expedido, tras arduos trámites, en la embajada de Siria en Madrid) y permiso de circulación, me dice que necesita una foto mía.
   Le digo que no tengo. Me dice que es absolutamente imprescindible para hacer el seguro del coche, y que a ver si puedo sacarla de algún carnet. Busco en la cartera y me ven las tarjetas de crédito. Me preguntan para qué son. Se lo explico. Él traduce a unos individuos gordos que andan por allí en camiseta. La única foto que tengo es la del DNI. Me dice que o ésa, o tendré que ir al próximo pueblo, pero no en mi coche, a hacerme una foto y volver a la frontera. Le digo que use mi DNI. Me manda a otra caseta, la del seguro, donde otro individuo se dedica a rellenar papeles enormes. Tres papeles con sus copias para un seguro. Me pregunta el nombre de mi padre y de mi madre. Se confunde al poner el calco y tiene que rellenar un papel más. Se los pasa a otro funcionario, que no entiende mi nombre escrito en árabe por el anterior. Todo esto sucede entre interrupciones de otros funcionarios que pasan por allí. Me dice que la foto del DNI no vale. Le digo que el boss ha dicho que es OK.
   Nos mandan otra vez a la aduana. El boss me grapa el DNI a los papelotes y con un tampón le estampa un cuño a la foto. Nos pregunta si tenemos algo que declarar. Que no.
   –Whisky, beer?
   –Only wine.
   –How many bottles?
   –Two or three. I don't know.
   –I need one.
   Decido darle una botella de vino, en la ingenua esperanza de que nos saque de la pesadilla, pero me equivoco. Se la guarda y nos manda a los aduaneros.
   Estos se ponen a registrar el coche a fondo. Cogen la caja del filtro de aire que llevamos de repuesto y como está cerrada se disponen a romperla. Mi compañero de viaje se la quita de las manos y la abre.
   Mientras nos hacen deshacer las mochilas, otro aduanero pregunta qué son las gafas de bucear. Al mismo tiempo otro descubre la cartera del dinero y a partir de ese momento les entra a todos como un ataque de nervios. Extraen los billetes. Se los quito de las manos y los guardo en la cartera. Me vuelven a quitar la cartera y a sacar los billetes, pasándoselos uno al otro. Les pido que me los devuelvan. Por fin me dicen que hay que declarar el dinero. Otra vez a la aduana a rellenar un enésimo papel registrando los pequeños sobrantes de pesetas, francos, liras, dracmas y liras turcas que habíamos ido acumulando en el viaje.
   En un momento dado me piden un bolígrafo para rellenar unos datos, que ya no vuelvo a ver.
   Al cabo de dos horas conseguimos atravesar la frontera. Veíamos que no éramos los únicos que tenían que pasar por ese trago. Había llegado un autobús de nativos, a quienes les hicieron bajar todas las maletas de la baca, procediendo a registrarlas una por una.
   De la frontera nos vamos directamente a Alepo.
  
  
Alepo
Fotos 01-12
  
   Por la carretera no hay ni la más mínima señal indicadora y conseguimos llegar a Alepo a base de preguntar la dirección a los viandantes que encontramos por el camino.
   Esperábamos no ver ya más policías, pero ¡cómo nos equivocábamos!
   Entramos en Alepo, resultando ser una ciudad grande y ruidosa, con todos los coches tocando el claxon a todas horas, donde damos más vueltas que un tiovivo buscando un hotel. Todos los rótulos están escritos en árabe.
   Estacionamos el coche y nos metemos por unas callejas viejas. Pregunto por un hotel y me mandan a Bab Faraj, no sin antes darme a beber una copa con un café muy especiado. La gente se muestra muy simpática.
   Preguntando, localizamos Bab Faraj, que es un barrio populoso y animado, donde están todos los hoteles, cines y restaurantes de la ciudad. Hay puestos de frutas, y un restaurante con licencia para vender cerveza, el Kindi Lokantasi (lokanta, en turco = restaurante).
   Lo primero que hacemos es comernos un pollo con ayran (una especie de suero de leche) y luego vamos al Palmyra Hotel, donde nos atiende un chaval como de ocho años. Nos cobran 70 libras por habitación, que al cambio nos sale por unas 1.000 pts. Observamos que en general los precios son más caros de lo que nos habíamos supuesto.
   La habitación comunica por el balcón con las dos laterales, y en una de ellas hay tres jordanos alojados que están de vacaciones. Dos de ellos son estudiantes, uno de medicina, el otro de economía, y el tercero ha terminado hace un año de estudiar y ahora disfruta de sus primeros salarios que el puesto de empleado de banca le da.
   Siria les parece un país very very cheap, y están encantados en Alepo, de donde, tras pasar tres días, viajarán a la costa para terminar allí sus vacaciones de quince días. Vienen de Amán (Jordania), que está a 500 km, y es el viaje más largo que han hecho en su vida. Se pasan los tres días renovando su vestuario por los zocos.
   Voy a la fortaleza de Alepo y cuando estoy sacando unas fotos me abordan tres estudiantes. Se llaman Ziad, Mahmud y Kalthum. Dos de ellos dicen hablar inglés y uno francés, pero ninguno pasa de las palabras más elementales. Ziad dice que
   –Je t'aime beaucoup beaucoup les femina.
   Y lo cierto es que están, con sus 18-19 años, poco menos que en estado de celo. Cada vez que pasan chicas no pueden reprimirse de echarles piropos en los que incluyen un agradecimiento a Allah. Las chicas pasan invariablemente de largo, impertérritas, haciéndose las sordas, sin concederles la más mínima atención.
   Me enseñan una técnica para mirar a las mujeres por debajo de las faldas. Cuando pasa una, se dejan caer al suelo como por azar las llaves y al agacharse a recogerlas, con un giro de cuello, se puede echar de refilón un vistazo estratégico.
   Me van mostrando y comentando las cosas que hay en la ciudad camino de regreso al hotel. Les presento a mi compañero de viaje (en adelante, para abreviar, lo designaremos como "M").
   Vamos los cinco a dar una vuelta en coche y nos conducen a un barrio moderno, donde en una cafetería luxury tomamos unas cocacolas y una especie de pizzas que se empeñan en pagar ellos. Seguimos dando unas vueltas por los barrios chic; nos enseñan lugares como la universidad, los parques, las avenidas, los hospitales, y nos informan de cosas imprescindibles como que en los semáforos "Red, stop. Green, go". Nadie lo diría, a juzgar por cómo conducen los alepinos. Nos dejan en el hotel después de dar mil vueltas y nos prometen que volverán al día siguiente.
   Compramos unas cervezas en un puesto de venta de licores con licencia, donde el tendero nos pregunta si somos españoles, y dice que él es 'venesuelo'. De hecho nació en Caracas y habla algo de castellano, aunque se trasladó a Siria de pequeño. Nos habla de la violencia en Caracas. Elogia lo rico que es el jamón en España. Nos pregunta por Gonsales. Tardamos un rato en caer en que se refiere a Felipe González. "Mucho hablar y poco haser" –nos comenta.
   Tomamos un té en una terraza de un primer piso, llena de sirios con atuendos beduinos (túnica gris y pañuelo blanco en la cabeza sujeto con dos aros negros), tomando té, fumando narguilé y jugando al backgammon o al dominó.
   En el zoco, uno nos pregunta que qué pasa con los turistas, que no vienen por Siria, que los sirios no nos van a comer.
   Otro nos dice: "¿Ispania? Ah, sí, sí. Vicino mamma mia".
   Otro, cerca del hotel, cuando nos pregunta qué hacemos por allí, le decimos que somos turistas. Nos contesta:
   –I don't believe you.

Siria    
Lunes, 15 de septiembre. Alepo
   Salimos a ver Alepo. Por el camino encontramos un banco. Entramos a cambiar más dinero y cambiamos francos. Una hora. Papeleos, una chica mecanografiando con un dedo formularios en árabe, funcionario con un tampón que nos rechaza un billete porque tiene una muesca en el margen, el cajero que llama a un especialista y éste examina cada uno de los billetes al trasluz.
   Por fin nos dan las libras sirias. Calculamos a cuántas pesetas salen y resulta ser a 6 y pico. Pensamos que hay alguna confusión, pues en la frontera el cambio nos había salido casi a 15. Como el cambio nos sale aquí más favorable salimos del banco, pero entramos en otro a preguntar las tasas de cambio, pues estamos muy extrañados con semejante diferencia.
   Descubrimos que el dólar está a 22,30 en lugar de a los 9,75 del cambio obligatorio de la frontera. Pensamos en la posibilidad de denunciarlo, pero recordamos que la policía de la frontera se ha quedado con el justificante del cambio, y no podemos, por tanto, probar nada. Todo ha sido un cambalache montado entre los funcionarios de la frontera.
   Pero resulta que de golpe el país se nos ha puesto a más de la mitad de barato. Maldecimos a los fronterizos y lamentamos tener que pasar en el futuro tres veces más por el mismo trago.
    Vemos un caravasar del siglo XVI, tomamos un zumo de granadas, visitamos la Gran Mezquita (foto03), donde todo el mundo está a sus rezos y nos dejan absolutamente en paz. Se nota que en este país no hay turistas.
   Desde la mezquita hay un acceso directo al bazar cubierto, que está oscuro y misterioso: un laberinto de galerías abovedadas (foto05), tan grande como el de Estambul, pero menos turistizado y más auténtico, sin visas ni american-express. Telas de brillantes colores, olores a especias, puestos de shish-kebab, un hammam, burros que pasan, gentío.
   Damos vueltas y vueltas por el bazar, y durante nuestra estancia en Alepo repetimos la visita muchas veces.
    Al salir sugiero a M que vayamos a la ciudadela, y tengo que porfiar para convencerle entre protestas, pues hace mucho calor.
   La ciudadela es grande y ruinosa, llena de escaleras interiores, pasadizos, un hammam, mezquitas, etc. Una gran sala del trono de un palacio con techos de madera pintada es lo único que no está en ruinas.
   Está construida sobre una colina rodeada de un foso (foto01). Desde arriba hay una vista del conjunto de Alepo, donde queda evidente el desaguisado urbanístico. Tiene una parte vieja grande (foto04), pero muy estropeada por mamotretos arquitectónicos, rodeada de una parte nueva aún más grande pero impersonal.
   Arriba, un sirio les pide a un par de extranjeros que posen junto a su familia para hacerles una foto. Otro sirio vestido de jeque árabe (con túnica blanca y pañuelo de aros) graba con una videocámara.
   Vamos a comer al Kindi Lokantasi. Nos instalamos en el primer piso, pedimos pollo, y nos empiezan por sacar seis platos de entremeses: hummus, baba-ganush, pepinillos, pistachos, yogur con pepinos, etc. Nos llenan la mesa de viandas y cuando creemos que no vamos a poder meter nada más al estómago, nos sirven el pollo troceado a la brasa. Cada cerveza es de más de medio litro.
   Es un restaurante con mucho movimiento, con mucha marcha en la cocina, y con toda la clientela acompañando la comida con cerveza, whisky o araq (anisado seco, a tomar enturbiado con agua, que se conoce como ouzo en Grecia y raki en Turquía). Caramba con los países musulmanes estrictos. Nos hacemos clientes asiduos y en adelante nos saludarán con un apretón de manos cada vez que entremos.
   Tras semejante comilona lo único que podemos hacer es tumbarnos panza arriba y echar la siesta en el hotel.
  
   A las 4 aparecen Ziad y Mahmud, con Emad Ibrahim, otro estudiante que sustituye a Kalthum. Me llevan a ver la ciudad vieja.
   Al entrar en la Gran Mezquita, hay una fila larguísima de fieles rezando. Me indican el lugar donde pueden ir las mujeres, que no pueden entrar a la nave principal.
   Damos vueltas por la parte vieja, viendo zocos, zapateros artesanos, mezquitas (foto07), medersas, hammams, el gremio de joyeros de oro, unas iglesias cristianas armenias y otra ortodoxa. En un momento dado nos juntamos con otros dos estudiantes de la misma escuela. Compruebo que no dejan sin piropear ninguna chica con la que se cruzan. Les comento acerca de unos carteles de "sex-films" que he visto cerca del hotel, y me contestan que es propaganda engañosa, que de sex solo el cartel, pues en la película no se ve nada; de lo contrario, la policía entraría y se llevaría al exhibidor.
   Me informan de que ha habido una explosión de bomba en los Campos Elíseos de París. Se muestran anti-Reagan y partidarios de Gadafi, pero no le hacen ascos a la música de Michael Jackson.
   Me acompañan al anochecer al hotel. Y uno de ellos (Ziad) me pasa una libreta para "autographe". Quiere decir que le escriba una dedicatoria. Nos intercambiamos las direcciones, y al despedirse de M le regalan un "rosario". M hacía días que les había echado el ojo. Son como rosarios de cuentas de plástico o vidrio, que llevan todos los sirios para tener algo enredando entre las manos. Es una costumbre que se extiende hasta Grecia y dicen que es relajante. Pero al parecer es también adictiva, porque M inmediatamente le coge el gusto y me va a todos los lados manipulando el rosario. Es más, al día siguiente se compra otro más de su agrado.
   M me comenta que ha pasado la tarde deambulando por el mercado. Que le ha abordado un mozo de unos veinticinco años: "Hello, where do you come from?", y tras los dos minutos de charla protocolaria le ha invitado a un té y de repente se ha visto sentado en una estancia lujosa con estanterías repletas de alfombras. El mozo ha intentado venderle kilims, jarras de plata antigua, narguilés y antiguas prendas femeninas, inventándose para publicitar cada producto historias a cada cual más descabellada. Las prendas femeninas que le enseña, más que antiguas son viejas, sucias y sin el más mínimo atractivo. Le dice que si eso se lo regalaba a cualquier amiga tendría un gran éxito en sus amores, pues habían pertenecido a no sé qué harén y tenían poderes afrodisíacos.
   Nos vamos a un hammam lujoso que me habían enseñado los chavales ayer.
   Dispone de agua abundante con el mismo sistema que en Turquía: dos grifos vertiendo a recipientes de mármol y duchas sistema pucherazo.
   Tras el baño nos entierran en toallas, nos dejan descansando y nos ofrecen gaseosas. Estamos una buena media hora de relajación. ¿Y luego? Una cena tan opípara como la comilona del mediodía, a base de cordero. Estamos preocupados de que vamos a engordar en Siria.
   Rótulo del cuarto de baño en el Kindi Lokantasi: "C.W.".  La bomba del water es de la marca 'Best Niagara'.
  
  
Martes, 15 de septiembre. Alepo-Qalat Samaan
   Nuestro plan para hoy es visitar Qalat Samaan, nada menos que el sitio donde vivió sobre lo alto de una columna San Simeón el Estilita o el "Simón del desierto" de la película de Buñuel.
   Cogemos el coche y salimos de Alepo entre bocinazos y un tráfico delirante, confundiéndonos para empezar de carretera. Por fin enfilamos por la carretera buena, donde hay una indicación casi ilegible: "Q. Samaan 52 km".
   En un cruce de la carretera nos hacen señal de parar. Son unos individuos de paisano con metralleta. Nos meten el cañón por la ventanilla. Pasaportes. Y registro del coche. Se ríen con las bermudas de M. Preguntan qué es la tienda de campaña. A ver si tenemos cigarrillos (tenemos, pero les digo que no). A ver si tenemos "sex". Insisten con lo del sex. Barruntamos que deben querer preguntar a ver si llevamos revistas porno, sin otra intención que confiscarlas.
   Mientras tanto hacen parar a otro coche de nativos sirios con aspecto de campesinos. Les registran la carga, consistente en cajas de verduras y hortalizas. Sin mediar palabra y porque sí, les confiscan una caja de frutas, ante su mirada impotente.
   M y yo estamos, por previo acuerdo, apostados uno delante del coche y otro detrás, para vigilar que no nos choriceen nada. Por fin nos dejan en paz y seguimos carretera adelante con la mosca tras la oreja.
   El paisaje se va haciendo montañoso, seco y pedregoso. El sol calienta como un horno. A 10 km de la meta paramos a un muchacho que lleva consigo una enorme bombona de gas. Va hasta el pueblo de Qalat Samaan, que está lleno de ruinas antiguas por los alrededores.
Siria  
  
Qalat Samaan
Fotos 13-20
 
   El santuario de Simeón está en lo alto de una colina. Somos los únicos seres vivientes que hay por allí. El edificio está dentro de un recinto amurallado, y la puerta cerrada con un grueso candado.
   Aparcamos el coche y en una casa aparece un chaval que nos dice en árabe que ese día el santuario está cerrado y que volvamos otro día. Le decimos que OK, y retrocedemos un poco para saltar el muro y colarnos.
   Una vez dentro del recinto, cuyas ruinas son impresionantes (ver descripción más detallada), oímos voces. M se asoma tras un muro y ve a dos guardianes, sentados con la espalda contra una pared, supuestamente cuidando el lugar.
   Decidimos abordarlos y, si es necesario, darles un backshish para que nos dejen ver aquello.
   Aparecemos. "Salam alaekum". Nos saludan, pero no nos dicen nada por habernos colado. Les debe parecer de lo más natural. Así que aprovechamos para visitar el lugar a nuestro aire.
   Nos señalan una base de columna como de un metro y nos dicen "Samaan". Deducimos que es lo que queda de la columna del santo (foto15), pues está en el justo centro de una impresionante estructura paleocristiana del siglo V, en forma octogonal, con grandes arcos decorados con frisos y capiteles corintios, donde debía haber antaño una gran cúpula cubriendo la columna. Hay ábsides y absidiolos, y otros anexos en torno al octógono principal (foto17). Un monumento fuera de serie.
   Cuando terminamos de hacer las fotos, nos vamos por donde hemos venido: saltando la tapia.
  
   De vuelta a Alepo nos vuelven a parar en el mismo cruce otros dos policías de paisano. Esta vez solo nos piden los pasaportes y nos hacen algunas preguntas.
   Vamos derechos al Kindi Lokantasi. Otra vez pollo y montañas de entremeses, más cervezas. A la mesa nos acompaña un tío con aspecto de estar un tanto achispado: nos ofrece araq. En el restaurante entran y salen constantemente individuos de lo más variado, con pañuelos estilo Arafat, y a veces con sus mujeres, bien cubiertas de negro y con la barbilla tatuada.
   Una siesta y luego intentamos ir al museo, pero lo encontramos cerrado. Preguntamos en la oficina de turismo anexa, y parece ser que los martes es el día de cerrar todo. La chica nos despide en español.
   Pasamos la tarde dando vueltas por la ciudad vieja y el mercado. Intentamos comprar un periódico en inglés, pero solo hay Time y Newsweek. Intentamos comprar información sobre Siria, pero no hay nada.
   En un viejo caravasar transformado en talleres vemos a un chaval subido a una tejavana espantando a las palomas. De pronto se le mete un pie por una rendija, se oye un ruido y cae un montón de escombros y una zapatilla sobre unos señores que están tranquilamente tomando un té sentados debajo, dándoles un susto morrocotudo.
   Pasamos mucha sed. Estamos continuamente metiendo líquidos al cuerpo, que tenemos descompensado por el calor, sin aclimatar. A última hora nos compramos una sandía de 6 kg que nos comemos sin respirar en la habitación.
   Por la noche recorremos la zona del barrio del hotel, que está llena de night-clubs con un aspecto de lo más cutre, con fotos de mujeres medio desnudas en los vestíbulos.
   Comprobamos que en todos los cines, echen la película que echen, se las apañan para que en los carteles anunciadores salga alguna chica en ropa interior con el fin de encandilar al personal (luego, dentro, nada de nada).
   Entramos a un cine. Los carteles no presagian nada bueno pero nos pica la curiosidad de ver un film árabe. Delante de nosotros unos jóvenes cogen entradas y M se fija que llevan pistolas sujetas al cinturón.
   La película es un espanto peor del que imaginábamos. Va de una especie de zíngara que hace espectáculos musicales y tiene problemas con la policía. Es una película egipcia, teniendo por protagonista a una actriz "graciosa" estilo Lina Morgan, que baila, canta, hace chistes y de todo. Cada diez minutos un número musical, al estilo de las películas indias. Un horror.
   A los cinco minutos de proyección se interrumpe la película, encienden las luces y vemos salir a dos tipos corriendo. Empezamos a obsesionarnos viendo policías por todas partes. Al cabo de un cuarto de hora se reanuda la proyección, pero nos escapamos del cine mediada la película.
  
  
Miércoles, 17 de septiembre. Alepo-Hama-Palmyra
   Compramos unas pastas. Con razón son famosas en todo oriente próximo las de Siria, pues son deliciosas, aunque tal vez demasiado dulces.
   Visitamos el museo de Alepo, donde contemplamos algunas estatuas de estilo sumerio y sirio-hitita muy curiosas (foto10), provenientes de las excavaciones de Mari, un antiquísimo yacimiento en la frontera con Iraq. Nos llaman la atención los grandes y expresivos ojos pintados de las esculturas sirio-hititas (foto11). Hay también piezas procedentes de los yacimientos de Ugarit y Ebla, del segundo milenio a C. En la fachada hay instaladas a modo de columnas unas curiosas esculturas en basalto negro provenientes del templo-palacio de Tell Halaf (siglo IX a C), consistentes en unas figuras humanas de pie sobre los lomos de leones o toros (foto09).
   Salimos rumbo a Hama. Un militar nos hace una señal que no sabemos si es de parar o de auto-stop. Estamos obsesionándonos con tanto uniforme.
   En la carretera hay límite de velocidad controlado por radar, pero nadie lo respeta. Nos adelanta un camión al que a continuación adelantamos, y éste se pica y nos anda persiguiendo.
   Todo a nuestro alrededor es desolación. Cada pueblo por el que pasamos es un conjunto de casas de piedra horribles bajo un sol achicharrante, sin el menor árbol o vegetación. No entendemos cómo puede la gente vivir ahí.
  
  
Hama
Fotos 56 y siguientes
  
   Llegamos a Hama (a unos 150 km de Alepo) al mediodía. Esta ciudad es famosa porque dicen que es la única que conserva norias de madera de tiempos de los romanos, para subir agua del río a los acueductos (foto57). Es también tristemente célebre por la despiadada represión que desencadenó en 1982 el ejército del presidente Asad sobre su población, para castigar una revuelta anti-dictadura, en la que murieron varios miles de personas.
   Norias aparte, todo el resto de la ciudad nos parece un desastre. Se han cargado toda la parte vieja erigiendo indiscriminadamente espantosos bloques de cemento, en un caos urbanístico total. El río (el famoso río Orontes) huele a rayos. Todo es polvoriento, y el sol aplastante.
   Pero nos apañamos para encontrar un restaurante, bajo unos toldos junto al río, con fuentecillas cantarinas y "jeques" árabes dándole al araq y al narguilé. Algunos acompañan la comida con una botella de whisky, que se trincan entera, y cuando se marchan haciendo eses, se las ven y se las desean para enfilar correctamente por la puerta.
   Después de comer M se niega a recorrer la ciudad bajo el calor y lo único que hace es buscar una sombra. Yo paseo por un jardín junto al río viendo las norias –algunas de las cuales están recién renovadas. Veo que hay viejos palacios de mármol blanco y negro a medio desmantelar.
   Reencuentro a M esperándome en el coche, y vamos a tomar un café en un patio habilitado en un palacio, con una fuente en el centro.
   Salimos rumbo a Homs y Palmyra. Homs está a 50 km y nos hacemos un lío para encontrar la carretera de Palmyra, pues la señalización brilla por su ausencia.
   La carretera a Palmyra es una larga recta de 150 km atravesando un desierto inhóspito. Los únicos signos de vida que vemos son militares haciendo maniobras con tanques. De vez en cuando un poblado de barracas de aspecto militar. En un punto dado de la carretera hay un par de badenes de asfalto que obligan a parar el coche. Un individuo con uniforme de militar mete la cabeza por la ventanilla y nos pregunta adónde vamos, y cuando le decimos que a Palmyra, se monta sin pedirnos permiso y nos dice "vamos". Más adelante otro individuo nos hace señas de parar y pregunta si le podemos llevar a Tadmor. Nos enteramos así de que Tadmor es el nombre actual de Palmyra. Le llevamos.
   En unas colinas vemos una estación de radar con aparatosos aparatos dando vueltas.
   El último tramo de carretera se hace peor, lleno de agujeros y con unos cambios de rasante que nos hacen pegar brincos. El sol se va poniendo a nuestra espalda, pues vamos rumbo este. Hay señalizaciones para Bagdad.
  
  
Palmyra
Fotos 61-72
  
   Al fin, tras atravesar un collado, divisamos un palmeral extenso, y junto a él, las ruinas de Palmyra. Primero atravesamos una especie de puesto fronterizo, y luego una serie de torres de piedra de las que más tarde nos enteramos que son tumbas del tiempo de las ruinas (ss. I a C - III d C).
   La carretera pasa por medio de las ruinas, que, a la luz del crepúsculo, y con la luna casi llena al fondo, nos dejan ya de entrada impresionados. A uno de nuestros pasajeros (el militar) lo habíamos dejado a medio camino. Al otro lo acercamos hasta el pueblo nuevo y luego retrocedemos para alojarnos en el hotel Zenobia. El hotel está emplazado a la orilla misma de las ruinas y tiene un aire colonial muy agradable, con capiteles romanos por alrededor.
   Cenamos en el pueblo kebab con berenjenas, no sin antes localizar la tienda de licores y comprar unas cervezas, que tomamos sentados en la acera entre los comentarios y chirigotas de todos los que pasan. Vemos una tienda de fotos y aprovechamos para hacernos unas fotos de carnet por si las fronteras, que nos prometen para mañana.
   Nos vamos a recorrer las ruinas a la luz de la luna llena. Nos quedamos perplejos con su increíble monumentalidad y el extremado refinamiento de su decoración. Recorremos una larga columnata, encontramos el teatro, templos, termas, un arco de triunfo de tres cuerpos. A la luz de la luna resulta todo fantasmagórico. Hay viento. Lo que más nos gusta es que las ruinas no están valladas y podamos recorrerlas a nuestro aire, sin guardianes, ni guías, tantas veces y cuando queramos.
   Es un sitio tan bello y tranquilo que decidimos quedarnos como mínimo dos noches.
   (Para una descripción completa de Palmyra, ver en fotoAleph colección de fotografías Las ruinas de Palmyra. Oasis de mármol y oro)
  
  
Jueves, 18 de septiembre. Palmyra
   Nos levantamos a la primera luz del alba, sin salir todavía el sol, para ver amanecer entre las ruinas. La vista desde la ventana del cuarto es irreal, con la luna llena poniéndose en las colinas de tierra del fondo, y una luz extraña iluminando los templos y columnatas.
   Salimos silenciosamente del hotel y hace tanto frío que nos tenemos que poner las cazadoras de cuero compradas en Estambul.
Siria   Las ruinas tienen una belleza fuera de serie, y cuando empieza a salir el sol se tiñen de un color rosa fantástico. Andamos de aquí a allá sin parar, descubriendo rincones e intentando identificar las estructuras. Hay algunos monumentos parcialmente restaurados y algunas columnas relevantadas, pero en general el estado de conservación es fabuloso. Nunca habíamos visto unas ruinas clásicas tan enteras y refinadas. Descubrimos que, deperdigados por el suelo, hay fragmentos de frisos, frontones, capiteles, hornacinas, tallados todos con una decoración de primera calidad, tirados por todos los lados y semienterrados.
   Cuando el sol empieza a calentar nos vamos al pueblo a desayunar, y solo conseguimos tomar un par de tés. Y a continuación volvemos al hotel a dormir un par de horas. Cuando volvemos a levantarnos el sol pega fortísimo. Vamos a ver el gran templo de Bel.
   Bel es el equivalente palmyrense de Zeus. Nos pasamos una hora viendo este templo gigantesco, quedándonos estupefactos con las proporciones de las columnas, y con la calidad de los relieves y bajorrelieves, donde se pueden distinguir hasta figuras de camelleros.
   Probamos a comprar libros de Siria, que vemos por primera vez. Comemos en un restaurante del pueblo, y volvemos al hotel a echar la siesta. El calor es insoportable.
   Cuando nos levantamos son las 4 y entramos al museo de Palmyra, a la entrada del pueblo.
   La planta baja está ocupada principalmente por esculturas de nobles palmyrenses, sacadas de los hipogeos. Se ve que no tienen el refinamiento de las esculturas romanas de la misma época. Son hieráticas y un tanto inexpresivas, y parecen ya bizantinas. Los hombres llevan una toga sencilla, pero las mujeres van adornadas con todas sus joyas.
   Hay también aras y lápidas con inscripciones en el alfabeto usado en Palmyra, que era el arameo.
   El piso superior está ocupado por reproducciones de escenas de la vida de los nómadas y nativos de la zona, con figuras de cera a tamaño real. Hay también bicharracos disecados medio carcomidos, y toda clase de cosas variopintas. Las mejores piezas las veremos más adelante en el museo de Damasco.
   Volvemos a las ruinas, recorremos el kilómetro de columnata, hasta un templo funerario y los restos del "palacio de Zenobia".
   Se nos acercan unos chavales que viven por allí cerca, primero a invitarnos a un té, y cuando rehusamos, a pedirnos backshish, pen, money, etc. Se acerca una chica a lo mismo. Ésta es particularmente insistente y da la sensación de que va buscando otra cosa. Las moscas también molestan a tope.
   Nos acercamos al Valle de las Tumbas, donde se levantan unas torres muy curiosas, que son tumbas contemporáneas de las ruinas.
   Luego nos acercamos al hotel Meridien, el único albergue de lujo del lugar, y vemos las fuentes de aguas sulfurosas, usadas desde antiguo, de donde acaban de salir algunos turistas de bañarse.
   Cuando se hace de noche, pasamos por el hotel a darnos una ducha y a beber litros y litros de agua. Y luego al pueblo a cenar. No dejamos de pasar antes por la tienda de cervezas, pero se les han acabado las existencias.
   Un grupo de jóvenes se lía a conversar con nosotros, y no solo ellos, sino todo el que pasa y nos ve charlando se suma a la tertulia, formándose al final un grupo numeroso. No sé cómo logramos entendernos, pues ellos no hablan una palabra de inglés y nosotros ni una palabra de árabe. Pero nos divertimos todos.
   Recogemos las fotos que nos hicimos ayer en una tienda de fotografía. El dueño de la tienda nos hace sentarnos y nos cuenta que tiene amigos en Barcelona y que quiere mandarles una carta y a ver si la podemos echar nosotros una vez en España.
   Nos cita para mañana por la noche, a las 9, después del apagón. Porque todas las noches hay apagón.
   Antes de acostarme doy una vuelta por las ruinas a la luz de la luna. Hay dos turistas durmiendo en el teatro, y conozco también a un kurdo, Ryad, que me dice estar por Palmyra haciendo business para pagarse la carrera de magisterio. Me dice que no fuma, ni bebe alcohol, té ni café. A ver si sé algo sobre los kurdos. Le digo que muy poco. Me informa de que hay dos millones de kurdos en Siria. Y unos cincuenta millones en total incluyendo Turquía, Irán e Iraq. Ninguno está contento con los regímenes políticos que les toca soportar, y quieren independizarse.
   Se nos acerca un hombre con túnica y pañuelo en la cabeza, que no se entera hasta pasado un rato de que yo no hablo árabe. Se pone a hablar sin parar. Me pregunta que cuánto pago por la habitación, y cuando le digo que 90 libras se echa las manos a la cabeza y me dice que por qué no duermo en el coche. Demasiado pequeño. Pues en el campo. Pero no hay duchas. Pues que me lave en el río, que con el dinero que pago puedo comer un montón de veces.
   Conseguimos despedirnos de él trabajosamente, pues no nos quiere dejar. Nos invita a comer fruta, a beber chay. Cuando nos alejamos, Ryad me comenta lo mucho que habla este hombre.

  
  
Viernes, 19 de septiembre. Palmyra
   Por la mañana temprano debe haber llegado un autobús de turistas al hotel, a juzgar por el estrépito de portazos que montan.
   Esta vez no conseguimos levantarnos antes del amanecer. M me dice estar cansado por haber dormido mal.
   Desayunamos sandía y nescafé sobre un capitel corintio que hay en el jardín del hotel.
   El sol está bastante alto y calienta fuerte, pero nos acercamos andando a la "Tumba de los tres hermanos", que está en las afueras. Es una tumba subterránea al estilo de las del Valle de los Reyes de Tebas, que conserva frescos (Aquiles, Ganímedes y los nobles enterrados), aunque no de mucha calidad. Por las cercanías hay montones de otras tumbas, algunas subterráneas y otras en forma de torres. Veo una que tiene varios pisos con escaleras. Sin embargo, casi todas han sido saqueadas, las cabezas de las estatuas cortadas para comerciar con ellas, y alguna trasladada al museo de Damasco, como comprobamos días más tarde.
   Nos metemos al palmeral, que rodea parte de las ruinas. Nos recuerda al de Rissani (Marruecos), aunque las plantaciones de datileras, granados e higueras están cercadas con muros de piedra. El agua corre por estrechas acequias. Algunas calles son sin salida y tenemos que retroceder. Un muchacho que va en bici nada más vernos se para en seco, se echa mano al bolsillo y saca un plástico. Envuelto en el plástico tiene un pedazo de capitel corintio: una hoja de acanto de piedra. Nos lo quiere vender.
   Salimos del palmeral y me enrollo con los dos chavales camelleros, que explotan los camellos sacando fotos a los turistas montados sobre los sufridos animales con una cámara instantánea.
   M estuvo en el hotel quitando el alquitrán pegado a la carrocería del coche y dando la ropa a lavar al encargado de la laundry.
   Nos vamos al pueblo a comer. Me encuentro a dos de los jóvenes con los que estuve charlando ayer noche, les saludo y observo que un militar con boina roja no me quita la vista de encima.
   Después de comer vamos a echar la siesta, y más tarde M se coge los bártulos y se va al teatro a pintar.
   Yo me voy a dar una vuelta por las zonas que me faltan por ver: la muralla de Justiniano, un templo bizantino, y de allí otra vez al Valle de las Tumbas, donde se me acerca una señora de exótica vestimenta dando gritos, ofreciéndome para comprar turquesas, jades y una lamparilla romana. Al negarme, me pide backshish, pen, photo, etc. La señora vive en una barracas en plan nómada, rodeadas de frontones, capiteles y nichos con bajorrelieves y decoración clásica, todo desperdigado y semienterrado.
   Veo la tumba de Elahbel por fuera, pues está cerrada. De regreso a las ruinas me tropiezo con tres pastores, que me saludan, me sonríen y al cabo de un rato me piden "sura", o sea foto. Se la saco (foto66). Se llaman Michel el mayor, y Hamud (hermano del anterior) y Hadji los dos pequeños. Este último (foto67), de unos 7 años, es huérfano de padre y madre. Me enseñan sus pertenencias, las ovejas, a las que adornan con cintas de colores, las cabras, los machos cabríos, los dos burros y el perro. Me invitan a subirme al burro y a beber un poco de agua.
   Cuando me despido de ellos, me encuentro con M cerca del tetrapylon, donde había estado dibujando algo. Me comenta que unos militares, que aquí parece que crecen como champiñones, le habían invitado a comer, pero había rehusado.
   Le propongo a M ir a conocer a los pastores. Cuando aparecemos, les pillamos cenando: pan con mermelada y babas de cabra, pues estos bichos andan metiendo todo el rato el morro en la comida. Las cabras favoritas las llevan decoradas con lanas atadas a las greñas, y con gorros de tela. Las ovejas son diferentes a las que conocemos en Europa, pues tienen por cola como un bulto lleno de grasa. No sabemos, aparte del pan que les birlan a los pastores, qué comen, pues no hay en el lugar ni rastro de hierba. Hadji le da el pan boca a boca a una oveja a la que tiene especiales cariños y a la que besa.
   Los pastores nos quieren dar leche de las cabras, nos quieren hacer té, y nos muestran las mantas y zamarras con las que duermen al aire libre. Cuando se mete el sol, allí donde les pilla se quedan durmiendo. Nos sentamos en las mantas y pasamos un rato con ellos. Ellos solo saben decir "yes, yes" en inglés. Michel quiere cambiarle a M una oveja por el anillo.
   Baja el sol y nos vamos a beber agua al Green Oasis Restaurant, donde resulta estar trabajando Ryad el kurdo, con otro amigo (Hamid) también kurdo, que nos pagan la consumición y nos invitan a un té. Les pregunta M qué tal la vida allí en Siria, y prefieren no hablar del tema.
   Vamos a cenar al pueblo. Hay apagón. No hay cerveza en la tienda. Ni agua embotellada en el restaurante. Al salir nos volvemos a juntar con los jóvenes de ayer noche, que nos invitan a una fanta, y estamos un largo rato de charleta sin hablar una palabra en común. Compramos dos sandías, agua embotellada y caramelos.
   De cara al hotel nos asalta el señor de la tienda de fotos, que very sorry que no había acudido a la cita de las 9. (Tampoco nosotros habíamos ido).
   Pasamos unas horas paseando por las ruinas a la luz de la luna, y sentados en el teatro.
   Por la noche un gato arma un estruendo en los pasillos del hotel, con más decibelios que el muezzin que aúlla todos los días a las 5 de la mañana.
  
  
Sábado, 20 de septiembre. Palmyra. Damasco.
   Repetimos la experiencia de desayunar sobre capitel romano.
   Aziz, empleado del hotel, le dice a M que "change".
   –No change.
   –Mister, mister –y le muestra a M un puñado de monedas antiguas para venderle, mirando furtivamente a los lados.
   –No.
   Le dice a M que guarde el secreto.
   Pagamos el hotel. No tienen cambios. Un japonés que anda por allí tampoco tiene cambios. Nadie tiene cambios. Mandan al de la laundry a por cambios. A éste le pagamos por el lavado 50 libras y se queda agradecidísimo.
   Vamos con la sandía a buscar a los pastores, pero no están donde los dejamos.
   Llenamos el coche de gasoil, a pesar de que tenemos el depósito a medias. En todo el tiempo que llena el depósito, el gasolinero y otro no paran de pedirnos cassettes. Les ponemos un fragmento de "Dido y Eneas" de Purcell con la intención de que desistan, pero es inútil. Ese fue el último trozo de música que oímos, pues a partir de entonces se nos estropea el aparato.
   Nos vamos con el coche por una pista hacia el Valle de las Tumbas, y conseguimos pillar abierta la tumba de la familia Elahbel. Al salir, divisamos en la distancia el rebaño y allí están nuestros amigos los pastores.
   Les regalamos la sandía y los caramelos, y lo primero que hacen es dar los caramelos a las ovejas, que se los comen con verdadero placer.
   Nos vuelven a ofrecer halib (leche) y nos dicen que van a dar de beber a las ovejas y que vayamos a comer cordero con ellos. Pero hemos de despedirnos. En un arrebato de cariño, los pastores se empeñan en regalarnos una oveja para que nos la llevemos a nuestro país. Hemos de ponernos firmes para que desistan de la idea. Nos despedimos con pena, con los rituales besos en las mejillas, y enfilamos rumbo a Damasco.
   Hadji nos acompaña un tramo en el coche, y se pone a enredar subiendo y bajando la ventanilla. Se mete una cassette al bolsillo y le digo que ni hablar. La devuelve, y no insiste.
   250 km de carretera casi completamente recta rodeada de desiertos, un bache de vez en cuando y militares por todos los lados. A veces un carril de la carretera está cortado sin previo aviso por un apilamiento de escombros. Por común acuerdo tomamos la decisión de, mientras permanezcamos en Siria, conducir solo de día.
   Vemos una furgoneta militar con barrotes de hierro en las ventanillas que se lleva no sabemos adónde a un numeroso grupo de hombres y jóvenes enjaulados, todos ellos con la cabeza rapada al cero.
   (Post scriptum: Años más tarde nos enteraremos, al leer la excelente novela del escritor sirio Rafik Schami "El lado oscuro del amor", que cerca de Tadmor hay un campo de concentración –lo llama Tad– en el que encierran a los disidentes políticos o a cualquier persona sospechosa de desafección al régimen, para condenarlos, sin juicio previo, a años de trabajos forzados en una cantera de roca volcánica, y a los que someten a interrogatorios bajo torturas, incluyendo entre ellas la frecuente práctica de los electrochoques. El autor deja claro que no es éste el único campo de exterminio que existe en Siria.)
  
  
Damasco
Fotos 25-48
  
   Conforme llegamos a Damasco, el paisaje se hace más industrial, el tráfico de camiones más denso y caótico. Una atronadora algarabía de claxons suena a todas horas en todas partes.
   El camping lo localizamos por chiripa, pues no existe ningún cartel anunciador. Con algo de intuición y mucha buena suerte a veces se consigue en Siria encontrar las cosas.
   El campista de la tienda de al lado nos dice que se acaban de marchar un par de españoles de Madrid, del mismo sitio donde habíamos plantado la tienda. Es un alemán y viaja solo en una caravana.
   El camping tiene piscina, que no usamos. Hay que pagarla aparte y la limpieza del agua deja que desear.
Siria   Por la tarde nos vamos a Damasco, a 4 km. El rostro del big brother Hafez el-Asad está en todos los sitios omnipresente. Nos cuesta encontrar el centro debido a la ausencia de señalización.
   Damos una vuelta por el mercado (foto43), que está cubierto por bóveda de medio cañón en chapa agujereada y oxidada. Nos dan la tabarra con los kaftanes.
   Vemos los restos del templo de Júpiter (foto37), y a continuación entramos en la Mezquita de los Omeyas (ver descripción).
   Las vigas de la mezquita están invadidas de palomas, que efectúan sus deposiciones sobre feligreses y visitantes.
   Damos una vuelta viendo las calles adyacentes a la mezquita y el mercado. El ambiente es muy bullicioso. Fuera de la vieja medina amurallada, el tráfico es tan caótico que se nos antoja propio de suicidas el intentar cruzar las calles.
   Se hace de noche y volvemos al camping. Primero nos confundimos de carretera. Al rectificar, nos metemos en un embotellamiento provocado por dos accidentes, y nos cuesta una hora avanzar 400 m. Cuando enfilamos por la autovía y localizamos el camping en plan todo-ojos, no conseguimos acceder debido a la barrera medianera. Paramos donde podemos, y justo allí hay militares (qué raro) que, preguntados, nos mandan por el sitio equivocado. Tras retroceder un tramo, irrumpimos en la autovía desesperados, tirando adelante para intentar dar la vuelta en algún lado. Tras recorrer 7 km vemos un puente elevado y lo cruzamos, resultando por suerte ser un cambio de sentido (ninguna señalización por ninguna parte). Llegamos al camping habiendo perdido dos horas para 4 km. Pero somos afortunados en comparación al alemán, quien tuvo ayer que dar cinco vueltas para localizar el camping.
  
  
Domingo, 21 de septiembre. Damasco. Maalula
   Nos pegamos uno de nuestros pantagruélicos desayunos y se nos acaba la mermelada de grosella comprada en Yugoslavia. A partir de ahora tiraremos a base de mermelada de rosas, demasiado dulce.
   La leche la conseguimos ayer en un chiringuito cerca de la Mezquita Omeya. Tenemos comprobado que es difícil comprar leche en Siria. En una ocasión nos vendieron una botella pero no quisieron vendernos dos. Parece que está racionada.
   Vamos a Damasco, con el mismo tráfico demencial de siempre. Tenemos que aparcar el coche metiéndonos por un mercado. La gente pone a secar las tortas de pan al sol, depositándolas en cualquier lado, sobre la acera, sobre la bicicleta, etc.
   Damos una pequeña vuelta por los mercados antes de acercarnos al Museo Nacional. Conserva reconstruido un hipogeo de Palmyra. Hay también un sarcófago romano con la guerra de Troya en altorrelieve. Una estatua de Polícleto. Mosaicos, cascos de bronce, piezas sumerias, manuscritos coránicos, y una sala árabe de un capitoste de Damasco. Muy grande, pero no puede competir con el de Alepo.
   Nos cuesta cien vueltas encontrar el único bar de Damasco que sirve cerveza, pero al fin damos con él. Es una taberna pequeña y vetusta, con todas las mesas ocupadas hasta los topes.
   Cogemos el coche y nos ponemos camino de Maalula, un pueblo de montaña a 50 km que he visto en fotos, para comprobar si hay por lo menos un pueblo bonito en Siria, pues todos los que hemos visto son desolados, inhóspitos y sin un triste árbol que dé alguna sombra.
   Los arrabales de Damasco, encaramados por los montes, son de echarse a temblar. Las casas están apelotonadas unas sobre otras; son de cemento visto y se diría que están todas sin acabar de construir. Por el camino, está todo lleno de campamentos militares, tanques y vallas de alambres de espinos. Vemos un cartel:
  
   MILITARY REGION
   NO PHOTOGRAPHING
  
   y nos parece una ironía, pues nuestra sensación es de que toda Siria es una military region.
  
Siria 
Maalula
Fotos 59 y 60
  
   Maalula se levanta al pie de unos acantilados, y es un pueblo pintoresco, pero están estropeándolo con nuevas construcciones. Llama la atención por las muchas iglesias que tiene, y se oye tañer las campanas además de los cantos del muezzin.
   Dicen que Maalula es el único lugar de Siria donde todavía se habla un dialecto derivado del arameo.
   Una vuelta por la medina, y luego con el coche subimos a Mar Sarkis, anunciada como una antigua iglesia. Efectivamente, hay una vieja iglesia medieval de piedra con capiteles jónicos aprovechados, pero rodeada de un recinto moderno. Hay un grupo de alemanes, uno de ellos con uniforme tipo nazi, fotografiándolo todo. Vienen en un Mercedes con matrícula oficial. Un cura con sotana me dice "Soyez le bienvenu".
   En las cercanías hay cuevas artificiales excavadas en las montañas por antiguos eremitas.
   Vamos a visitar el Convento de Santa Tecla, anunciado como "el más antiguo convento de la cristiandad" (y a Santa Tecla como "la primera mártir, igual a los apóstoles"). El antiguo convento es totalmente nuevo. Está reconstruido en un abrigo rocoso debajo de los acantilados (nos trae a la memoria San Juan de la Peña, en Aragón). Están celebrando por allí una boda cristiana, como puede deducirse por la cantidad de gente que pulula con traje de los de asistir a bodas.
   No encontramos en todo Maalula un sitio para tomar el té. Nos vamos por la autopista kamikaze a pasar el resto de la tarde en Damasco.
  
   Entramos por la calle principal del mercado, donde cuatro vendedores, uno tras otro, nos ofrecen kaftanes. Recorremos las viejas calles (foto44), con casas con levadizos sostenidos con tornapuntas de madera, todas a medio caer. Recuerdo que la parte vieja de Damasco está recogida en el catálogo del Patrimonio Mundial de la Unesco, pero observamos que está todo en trance de desaparición, sustituido por bloques de cemento, tiendas con persianas metálicas y construcciones recientes perpetradas sin ningún criterio.
   Vamos al chiringuito que nos vendió leche ayer, pero está cerrado y ya no conseguimos leche por más que preguntamos.
   Tenemos el coche aparcado cerca de un punto de referencia que nos llama la atención: el "Monumento a la Línea de Telégrafo Damasco-Medina" (foto48).
   Volvemos al camping por la autopista kamikaze, dando la vuelta en el cambio de sentido de la noche anterior. Casi no logramos identificar el minúsculo cartel que señala el camping.
   Nos sentamos de charla con el alemán, que resulta ser otro apasionado de las piedras. Dice tener una hija que es arqueóloga y que, de haber estado allí, le hubiera enseñado mejor las muchas cosas que hay para ver en Siria. Su hija define la arqueología como "la ciencia de estropear las cosas antiguas", pues todo lo que se descubre va a parar a los museos. Nos habla de las ciudades hititas de Turquía (Çatal Hüyük y Hattusa), de cómo la civilización hitita fue olvidada incluso por los griegos y romanos, si bien se menciona a los hititas tres veces en la Biblia. De que fue redescubierta en el siglo XX, y cómo se conoce ahora su historia gracias a las inscripciones descifradas en una piedra trilingüe. Comenta que la gente cree que se sabe todo sobre la historia, cuando en realidad queda todo por descubrir.
   Hablamos de Nemrut Dagi, y el curioso sistema de inviolabilidad del supuesto tesoro o tumba de Antioco, a base de una montaña artificial de pequeños cantos rodados, imposible de excavar sin que se derrumbe constantemente. Nos dice que es obligado ir allí.
   Nos habla de un campesino turco que iba andando en carreta por la Capadocia y de repente le desapareció el caballo, y descubrió una ciudad subterránea de siete niveles de profundidad. En vez de dar parte a las autoridades se dedicó a explotarla él mismo, poniendo electricidad e imprimiendo tarjetas para anunciarla clandestinamente a los turistas. Solo se podían visitar tres plantas, al estar el resto inundado.
   Nos dijo que éramos muy afortunados al no haber tenido problemas con el diesel, pues al ser importado este combustible del Líbano, está en racionamiento.
   Aparece una chica de Benavente (Zamora), casada con un alemán. Nos dice que en Siria empieza a haber un movimiento de descontento en contra del sistema. Que es difícil encontrar alimentos frescos y algunos empiezan a ser racionados con un sistema de bonos. Nos advierte lo mismo que el alemán sobre el tema del diesel; al parecer el único sitio donde lo suministran sin problemas es en Palmyra. Casualidad: donde lo habíamos repostado.
   Estuvimos también hablando con un suizo y con una inglesa, que volvían de Jordania, y que habían encontrado este país increíblemente caro.
   M lleva una botella de vino al grupo de la tienda de al lado, de cuatro alemanes. La meten en el frigo y nos dicen que más tarde la beberíamos juntos. Se pegan una cena a base de pollos comprados hechos. Una vez en la tienda, nos llaman y nos unimos a la sobremesa.
   Son cuatro alemanes, tres por un lado (dos mozos y una moza) y otro un poco mayor que ellos, que se han conocido en el camping.
   Este último ha estado trabajando como dentista en Arabia Saudí y comenta lo estrictos que son allí con el alcohol y todo lo que entienden como degeneraciones occidentales. Sea como fuere, había entablado amistad con un nativo que en cierta ocasión le pidió permiso para fermentar en secreto zumos de frutas en su laboratorio de estomatología con el fin de elaborar un licor, lo cual solo llevaría unos cuantos días, y luego podrían celebrarlo con una fiesta. El dentista dio el OK con la condición de que la fiesta fuese reducida, pues no quería líos. El día del party el nativo le apareció con 150 personas, y el mejunje en cuestión le produjo al dentista un dolor de cabeza que le duró diez días.
   Acompañándolo con pistachos, damos buena cuenta del vino Señorío de Sarría, que a los alemanes les sabe a gloria, y ellos a su vez sacan dos botellas de vino sirio que es una pócima imbebible.
   Todos andan aterrorizados con la forma que tienen los sirios de conducir. El trío ha presenciado ya un accidente con tres personas muertas.
   El solitario es un viajero empedernido. Conoce Petra, y dice que nos va a dejar patidifusos.
   Nos cuentan la tranca que se agarraron nada más cruzar la frontera con el araq: habían subestimado sus efectos.
  
  
Lunes, 22 septiembre. Hacia la frontera jordana
   Tenemos que desayunar con leche condensada, pues ayer no hubo forma de conseguir leche. El alemán arranca la caravana y se despide de nosotros. Va también rumbo a Petra.
   Pagamos el camping y nos cobran 10 libras de menos. Antes de partir rumbo a Jordania, decidimos pasarnos antes por Damasco para comprar provisiones, dado lo caro que nos dicen que es aquel país. Aparcamos junto al monumento al telégrafo Damasco-Medina y nos metemos en el mercado. Cuando al cabo de una hora salimos, solo hemos comprado un embudo.
   En un puesto de zumos nos venden una botella de leche. En vista de lo difícil que está lo de comprar comida, decidimos marcharnos, pero por obra y gracia de las direcciones prohibidas y los sentidos únicos, al cabo de media hora estamos en el punto de partida: bajo el retrato del presidente a la entrada del mercado (foto42). Intentamos salir por otra vía: embotellamientos y tráfico infernal. Al fin logramos salir de Damasco por una autovía donde a veces tenemos que esquivar tractores y camiones circulando en dirección contraria que se nos echan encima.
   Llegamos a Deraa, el último pueblo antes de la frontera, hacia el mediodía. Decidimos comer antes, para cruzar la frontera con el estómago lleno. Fue un acierto.
   En el bar-restaurant tienen apagón y estamos medio a oscuras. En las mesas cercanas hay gente bebiendo whisky.
   Compramos mermelada, galletas y nescafé en una tienda, y nos armamos de valor para cruzar la frontera. Pienso que no va a ser peor que la entrada a Siria. Pero otra vez me equivoco.
   Primero la frontera siria. Hay que vérselas con una sucesión de buitres. Nos piden los pasaportes y los papeles del seguro. Me hacen desgrapar el DNI y un supuesto funcionario le lleva a M a hacer unos papeles. Al cabo de un rato me viene el funcionario (va de paisano), me dice que "papers finished" y mete la cabeza por la ventanilla para fisgar.
   –Qué es eso.
   –Lámparas para el coche.
   –Y eso.
   –Una piedra.
   –¿Para qué?
   –Para nada.
   –Dame una cassette.
   –No.
   –Dame una cassette por haberte ayudado.
   –Ni hablar.
   Tenemos la firme determinación de que esta vez no nos van a sacar nada. Aparece M.
   –Dame una cassette por la ayuda.
   –No son mías.
   El tipo insiste con tono exigente. M le dice que es música que a él no le va a gustar y para nosotros es importante. En cuanto a la ayuda, que ése es su trabajo.
   Al fin logramos que nos deje en paz y seguimos avanzando en una cola de coches. Anda por allí un uniformado seboso merodeando; en un momento dado mete el morro en nuestro coche y nos pregunta si tenemos:
   –Syrian flus.
   Nos hacemos los locos. Insiste: "Syrian flus". Al final M le enseña un billete de 1.000 libras y le dice que es dinero que necesitamos, pues vamos a volver por Siria. El tipo va a por la pasta y se pone a incordiar. Pasaportes. Se los da. Cómo te llamas. Se lo dice. Acompáñame.
   Le lleva a un edificio de oficinas. Hay una fila grande de gente esperando. Le pasa por delante de todos. Pasaportes. Spanish? ¿Adónde vas?
   –A Jordania.
   Le tienen esperando un largo rato. Uno rellenando montones de formularios y otro cobrando dinero a otros viajeros.
   A todo esto yo he tenido que adelantar un tramo con el coche, encajonado en una cola, y he perdido la pista de dónde le han metido a M. Paro el coche, me bajo, empiezo a buscar a M por todas las dependencias y no lo encuentro. Estoy yo sin pasaporte y como siento que estamos totalmente desprotegidos a merced de una tanda de hijoputas, empiezo a apurarme pensando que le están haciendo algo a M. Al fin le localizo por una ventana. Me cuenta lo que hay.
   Como pasa el tiempo y la cosa no parece avanzar, M pregunta si aquello es el control de pasaportes. Por toda respuesta le despachan de malas maneras, y vuelta a empezar. Hemos perdido media hora larga a causa de un buitre que iba a por nuestro dinero.
   El departamento de control de pasaportes es una sucesión de ventanillas con colas de gente. Hay una ventanilla para extranjeros. Les pregunto a unos con pinta de ingleses si ésa es la ventanilla. Me contestan:
   –You can try.
   Hay un funcionario atareadísimo rellenando papeles y papeles, y no nos hace ni caso.
   A estas alturas estamos desesperados. Un inglés me dice:
   –You better keep cool. It's useless to get angry.
   Al fin se dignan atendernos y tamponar los pasaportes. Avanzamos con el coche. Hay un control a la salida donde unos funcionarios se dedican a ver si los pasaportes están cuñados y a cobrar sumas de dinero, que todos los viajeros (en Mercedes, Cadillacs y Chevrolets de los años 50) sueltan por sistema y sin que se las pidan.
   Lo intentan con nosotros:
   –Syrian flus.
   Les decimos que tenemos, pero que nos hace falta para la vuelta.
   –Syrian flus. Syrian money.
   Nos hacemos los suecos. Al fin hacen un comentario entre ellos, nos dejan por imposibles y nos dejan salir de la frontera, consiguiendo nosotros la hazaña de que no nos hayan quitado ni una piastra.
   Sin embargo, las tribulaciones no han terminado. Queda ahora la frontera jordana, no menos kafkiana. Pero ésa es otra historia.
     
  
Camino de regreso
  
Miércoles 1 de octubre. Regreso a Siria desde Jordania
   Hoy es el cumpleaños de M.
   Justo antes de la frontera nos gastamos el dinar jordano que nos queda en llenar el depósito de gasoil, dado el racionamiento que hay en Siria. Hacemos de tripas corazón y vamos a enfrentarnos con los buitres.
   La frontera jordana la pasamos antes de lo que esperábamos. A la salida nos echan para atrás, pues falta un cuño en el pasaporte. La policía se arma un lío al vernos entrar y salir, y hay que explicarles todo.
   Al entrar en la frontera siria no sabemos ni dónde ir ni qué hacer. Las mismas situaciones kafkianas que en veces anteriores. Una ventanilla donde dos funcionarios no nos hacen ni el más mínimo caso, pues están discutiendo por un fajo de billetes. Rellenado de cartulinas por partida doble. Un lío mayúsculo con el seguro, pues había que demostrar que ya lo habíamos pagado por un mes. Más rellenado de papelotes. Nos exigen que rellenemos un cuestionario en árabe. Vueltas por aquí y por allá. Peloteo. Nos remiten al chief, un poli con dos estrellas en las hombreras. M se dirige por dos veces a él y le despacha con cajas destempladas. Desesperación. Hay momentos que no sabemos qué hacer para proseguir y salir de allí. Nos exigen dos fotos para el seguro de tránsito (afortunadamente nos las habíamos hecho en Palmyra), sellos, tampones, grapas. Se le acaban las grapas al funcionario y tarda diez minutos en conseguir otras. Me manda a comprar sellos de 15 libras. Luego resulta que son 25 libras. Más peloteo de caseta en caseta. Nos hacen apuntar hasta el número de la dinamo del coche. Nos rascan otras 175 libras. Luego en otra caseta de rellenado interminable de libros, otras 50 libras. En total, nos levantan 250 libras. 
   Visto bueno del funcionario. Visto bueno del chief. Da la sensación de que todo se hace a trompicones y sin saber ni qué ni para qué. Cada paso de frontera ha sido un proceso distinto. Nos recomiendan que declaremos el dinero que llevamos. No lo hacemos. Tampoco nos obligan esta vez a cambiar 100 dólares USA ni nos piden cassette ni syrian flus. El chief que le ha chillado a M se sorprende al enterarse de que es español: pensaba que era sirio. Un último visto bueno, y sin registrarnos el coche nos dejan pasar.
   Ni nos lo creemos. "¡Vaya día de cumpleaños!" –gime M.
   Vamos a Deraa, el primer pueblo, y nos metemos a un bar que ya conocíamos a tomar una cerveza para reponernos del mal trago. La cerveza tiene la virtud de amodorrarle a M y ya no levanta cabeza hasta la noche.
   Cogemos carretera a Bosra, que está a 50 km de desvío, por desierto. Llueve.
  
  
Bosra
Fotos 49 y siguientes
  
   En Bosra vemos un teatro romano impresionante por sus grandiosas dimensiones (foto50) y por lo entero que se conserva, no solo los graderíos y escenario (foto52), sino todas las galerías y pasillos que los rodean. El teatro sigue hoy en uso, y periódicamente se representan en él espectáculos y festivales folclóricos.
   Vemos también algo del pueblo, que está construido sobre las antiguas ruinas romanas, actualmente en proceso de excavación (foto53). Hay así carreteras asfaltadas que están cortadas y excavadas para sacar a la luz una calzada romana tres metros por debajo. Hay también columnas, termas, un trozo de arquitrabe de fina decoración, etc. Todo medio caído y mezclado con las casas modernas, y todo cubierto de polvo, de un polvo finísimo y abundante. El viento levanta el polvo, se mete en los ojos, y da a la ciudad un aspecto de poblado fantasma del oeste (foto54). Una cuadrilla de arqueólogos franceses cubiertos de polvo inspeccionan unas tinajas en las termas. Hay arcos de triunfo, pero ni un solo restaurante, por lo que decidimos retroceder a Deraa a comer. M se queda dormido en el coche por el camino.
   Comemos shish-kebab en un restaurante de Deraa; en otras mesas vemos militares y a un funcionario de la aduana dándole a la cerveza. Con lo que chupan a la gente pueden permitírselo.
   Rumbo a Damasco. El cielo se encapota más y más, y llegando a Damasco empieza a caer una intensa tromba de agua con granizo. Casi no se ve la carretera. Las calles se inundan. Es un diluvio que parece que va a durar 40 días y 40 noches. Nos vemos obligados a detener el coche un largo rato.
   M se pone al volante para atravesar Damasco y seguimos hacia el norte, bajo la lluvia. En las calles se forman verdaderos ríos. Vemos furgonetas estancadas en mitad del aguacero. La gente, desprevenida, está empapada hasta los huesos.
   Todo esto nos retrasa y se hace de noche 100 km antes de Homs, pero proseguimos adelante.
  
  
Homs
  
   Llegamos a Homs todavía lloviendo y de noche cerrada. Damos con un hotel. Entro, me enseñan la habitación y me preguntan si soy inglés. No.
   Cuando pregunto el precio, empiezan a sacar papeles y papeles y a hacer cálculos. Al final me dicen:
   –1.850 chelines.
   Les digo que me digan el precio en libras sirias, y me dicen que no, que por ser extranjero tengo que pagar en divisas. Me despido y se lo cuento a M, que no puede creerme y entra al hotel.
   Repiten el mismo rollo y les decimos que en toda Siria hemos pagado con dinero sirio y que no nos vengan con mandangas. Llaman por teléfono al gran jefe y me dicen que me ponga al aparato.
   El gran jefe me dice que es un asunto del Ministerio de Turismo. Le digo que no le creo, pues en todos los lados he pagado con libras sirias. Me dice que antes de llamarle mentiroso consulte a la policía o a la oficina de turismo, que es una ley en vigor desde hace dos días.
   Vamos a buscar otro hotel. Damos veinte vueltas y no encontramos ni hotel ni el centro ni nada. Sigue jarreando. Nos metemos en una gasolinera y antes de abrir la boca el empleado me dice:
   –No tenemos diesel. Preguntar en otro lado.
   –Buscamos un hotel.
   Nos dice que le sigamos. Nos lleva en coche, nosotros siguiéndole, a un hotel de lujo. La habitación cuesta 375 libras. Le digo que es muy caro y que dónde está el centro de la ciudad. Me lo dicen y me rebajan la habitación a 300 libras. Me dicen que si quiero pagar en dólares.
   Al fin encontramos el centro, o por lo menos una zona con algo de animación. Vemos un hotel y subimos. Nos tememos lo peor.
   Vemos la habitación, es correcta, y a la hora de preguntar el precio, el mismo rollo de las divisas. El dueño parece majo, se ríe (habla algo de francés), y un empleado nos explica en inglés que el gobierno les obliga a hacerlo así, pues necesita divisas, y además nos confiesa que pagando en dólares el precio es el doble.
   Le decimos que la cosa no tiene ni pies ni cabeza, y después de dialogar un rato, acepta dinero sirio, precio no barato (125 libras).
   El mozo también despotrica contra estas medidas, pues salen perjudicados y al parecer es una fuente de líos.
   Al fin podemos subir los trastos del coche, y salimos a cenar a un chiringuito enfrente pollo asado. Estamos con el mosqueo de que nos van a cobrar en dólares, pero no: syrian flus y barato.
  
  
Jueves 2 de octubre. Crac de los Caballeros. Alepo
   Nos levantamos sin prisa, y después de tomar unos zumos de naranja y cafés, nos dirigimos hacia Crac de los Caballeros.
   Como hay una señalización tan abundante, tenemos que parar a cada momento a preguntar la dirección. Alguno se aclara y nos informa. Con otros no hay manera. Un chaval nos pregunta "Do you speak english?" y al decirle que sí nos espeta "I'm not speak english".
   Al fin conseguimos tomar la dirección correcta.
   No hay ninguna señalización por ningún sitio, y si alguna vez ¡oh, maravilla! ponen alguna, los carteles son tan diminutos que hay que adivinarlos. Y encima suelen estar una vez pasado el cruce por donde había que desviarse.
   Con poner vallas enormes pintadas a mano cada 200 metros del presidente Asad en todas sus facetas de guardián de la patria, paternalista con los niños, fomentador de mejoras agrarias, etc. dan por hecho que la señalización queda más que reflejada.
   Hemos llegado a la conclusión de que en este país el 70% son militares y el 30% restante, civiles con uniforme militar.
  
   Post-scriptum: nuestro cálculo era exagerado pero no desencaminado. Encontramos en un libro datos sobre los cinco países más militarizados del mundo, y resulta que Siria ocupa el segundo lugar del ranking. Las cifras consignadas se refieren al porcentaje de población militar en relación al números de habitantes:
  

País % de población militar (1976)
1.  Israel
2.  Siria
3.  Corea del Norte
4.  Taiwan (Formosa)
5.  Omán
52,63
30,22
29,41
28,27
22,84
(Fuente: U.S. Bureau of the Census, International Statistical Programs Center, 1979)


  
  
Crac de los Caballeros
Fotos 21 y siguientes
  
   El castillo de Crac de los Caballeros, construido por los cruzados, se divisa desde muy lejos, en lo alto de una colina, dominando la llanura al noroeste del Líbano, una región más verde y cultivada que el resto. El día está nublado y ventoso, y la niebla tapa de vez en cuando el castillo. El coche se nos embadurna de barro, a causa de la lluvia de ayer.
   La desviación la adivinamos por un cartelito que pone "Qalat el Hosn". Atravesamos una serie de poblados sucios y sin gracia. Los últimos tramos de carretera están tan en pendiente que tenemos que cambiar a primera.
   Arriba azota el viento y hace frío; parece como si hubiera llegado el invierno bruscamente.
   El castillo es gigantesco, el más grande que hemos visto en la vida, y aunque algo restaurado, se ve muy bien conservado (foto22). Es de estilo gótico, cosa que choca en oriente. Tiene un grueso recinto exterior de murallas, con frisos de leones en bajorrelieve, parcialmente sustituidos por inscripciones de escritura árabe cúfica. El recinto interior de murallas está rodeado de fosos. Conserva la cámara del rey, la mesa redonda de los caballeros en piedra, dos capillas góticas (foto24), y un montón de cámaras y pasadizos abovedados enormes (foto23).
   Un tipo se ofrece a guiarnos con la clara intención de guiarnos al restaurante, habilitado en una cámara del castillo. Pero nuestra intención es ir a comer a Hama.
   Cartel de restaurante en Crac de los Caballeros:
  
   FOOD AND DRINK AND FOOD
  
   Por la carretera nos reímos con las rayas blancas pintadas en el asfalto para la supuesta separación de carriles, pues las han pintado en líneas onduladas, culebreantes. En un camión militar hay un soldado saltando a la comba con una manguera de plástico. Se le vuela la gorra.
   Solemos coger a gente en auto-stop, pero nos hemos propuesto no coger a un solo militar. Lo que pasa es que es difícil distinguir, pues hasta el uniforme de colegio de los estudiantes es de estilo militar.
   En Hama, como ayer llovió, el río ha crecido poniendo en funcionamiento las norias romanas. Y efectivamente, suben agua al acueducto, haciendo el eje un sonido chirriante, como un ronco gemido que se oye desde muy lejos.
   Vamos al mismo restaurante que la vez anterior, pero resulta que se les ha inundado la terraza, así que bajamos a comer a la planta baja.
   No paramos en Hama más que lo justo para comer y seguimos carretera adelante. Las "autopistas" parecen cementerios de perros. Vemos poblados con unas construcciones muy curiosas en forma de conos de barro.
   Le paramos a un hombre que nos hace señas, pero, sin montarse, nos dice que prosigamos, pues acarrea un bulto tan grande que no cabe en el coche.
  
  
Alepo
Fotos 01-12
  
   Llegamos a Alepo como hacia las 4 de la tarde y enfilamos directamente al Hotel Palmyra, donde nos alojamos la vez anterior. Nos dan la misma habitación, nº 111, por el mismo precio, 70 libras sirias, sin rollos de dólares.
   Nos duchamos para quitarnos el polvo romano de Bosra. Hay agua caliente, que se agradece, pues también aquí la temperatura ha descendido notablemente.
   Salimos a dar una vuelta por el zoco. Merendamos unos pasteles con té. Paseamos por el gremio de carniceros y el de especieros, donde compramos cardamomo y un pañuelo palestino blanquinegro.
   Nos encontramos con Kalthum, al que saludamos.
   Paseamos por la zona del ensanche antiguo. En los cines ponen Superman II, El triunfo de un hombre llamado caballo y una española: La verdad sobre el caso Savolta de Antonio Drove, en doblaje italiano.
   Una joven con aspecto de zíngara, que va en un grupo, le suelta un piropo a M. Pasa junto a él, le mira de arriba abajo y exclama algo así como "Mashó pashooó".
  
  
Viernes 3 de octubre. Alepo
   Es viernes, por tanto fiesta y se nota que la gente viste como de domingo, incluso muchos críos, con trajes de sastre.
   Nos había extrañado que las aceras estuvieran desiertas y el tráfico tranquilo, sin coches en trance de atropellarnos. Desde la misma mañana habíamos notado que no nos ha despertado el estruendo de los claxons de la ciudad. Oímos, sin embargo, sirenas como de policía, y nos preguntamos si habrá sucedido algo.
   Compramos unos pasteles y nos los tomamos con unos tés. Empieza otra vez el ruido de sirenas, y pasan en procesión unos coches de bomberos adornados con retratos del presidente, y otros remolcando artilugios imitando cañones, con unos niños al pie, y un tipo vestido como de astronauta lunar. Otro coche remolca una especie de cañón antiaéreo, con un soldado a los mandos, y así una sucesión de coches, camiones-cisterna, tractores, taxis tocando la bocina, etc. Todos los vehículos con sus correspondientes efigies de Asad. Al cabo de un rato desfila una procesión de enfermeras en uniforme.
Siria   Más tarde vemos en mitad de la carretera un grupo de danzas folclóricas de hombres vestidos con trajes típicos, pantalón con el vuelo a la altura de las rodillas, blandiendo cada uno una espada y un escudo, y bailando al son de dos tambores, tocados con un palo gordo y uno delgado. Caemos en la cuenta de que se trata de un desfile conmemorando algo. Hay policías de uniforme con porra manteniendo a raya a los espectadores con bruscos modales. Uno me da un empujón.
   Vemos pasar carrozas, decoradas invariablemente con copos de algodón teñido (foto08), pegados a la carrocería del camión, tractor o cosechadora de turno. Algunas con pabellones giratorios, otras con artilugios que suben y bajan transportando chicas con cara de aburrimiento agitando ramos de flores, otros imitan presas de agua, y todos tienen el retrato del presidente Asad.
   Desfilan los deportistas, jóvenes y críos vestidos de futbolistas, boxeadores, judokas y halterofílicos.
   Es el "Festival del Algodón", que se celebra cada año en Alepo después de la recolección. Este año tocaba el 2-3 de octubre, y era la 31 edición.
   Todo tiene un aspecto cutre y desangelado, y la gente parece aburrirse. En la plaza hay una cámara de tv, y un estrado con altavoces desde donde se relatan los acontecimientos.
   Damos una vuelta por el zoco, que encontramos totalmente cerrado. Solo hay una cafetera montada sobre un carrito en una esquina, donde tomamos un café. Nos saluda un tipo.
   Lo de siempre: "¿Viajáis solos?". Es estudiante. Éste tiene una novia en Francia, en Lille, donde según él iba a trasladarse después de dos meses, tras completar los estudios. Hablaba (dijo) alemán, francés, inglés... "Tengo un tío que tiene una tienda con plata antigua. ¡Os interesa!"
   No insiste más, nos despedimos, y se va.
   El zoco está completamente desierto, y nosotros tenemos que gastarnos las libras sirias que nos quedan, pues una vez fuera del país no nos servirán para nada. En el ensanche renovamos el vestuario con pantalones, que están muy baratos, y en el gremio de zapateros nos extrañamos de los precios tan bajos para zapatos de tan buen aspecto. Luego comprobamos que están hechos sin garantía de durabilidad: no están cosidos, sino pegados.
   Vamos al hotel a dejar las compras y de allí directos a nuestro sitio favorito en Siria: el Kindi Lokantasi, a devorar un pollo a la brasa. Esta vez nos sacan ¡9 platos de entremeses, 9!
   Buscamos una película pero no hay ninguna decente. Damos unas vueltas por una de las zonas del ensanche, y andan por allí todas las mujeres de Alepo. El motivo: están las tiendas de joyas y ropa abiertas (en el zoco están cerradas por ser viernes). Los establecimientos derrochan iluminación y están abarrotados de clientas.
   Volvemos al hotel. Llaman a la puerta y nos avisan que en recepción está nuestro amigo Mahmud. Se ha enterado por Kalthum que estamos en Alepo y viene a visitarnos. Salimos a dar una vuelta, y se pone a contarnos sus problemas.
   Tiene dieciséis libros gordos para estudiar. Le gustaría sacar buenas notas para poder ir a la universidad y estudiar derecho. Nos pregunta qué cursos hemos estudiado.
   Le comentamos los problemas que tenemos con la escasez de gasoil y dice que la culpa es del gobierno. Dice también que el apagón de luz de cuatro horas que ha habido hoy le ha impedido estudiar, pues leer a la luz de las velas le afecta a los ojos. Dice que el gobierno ha declarado que el motivo del apagón es que han suministrado electricidad a Jordania, y hace un gesto como diciendo "lo que hay que escuchar". Se muestra muy triste y quemado.
   Estamos sentados en una plaza, hace frío, el tiempo continúa otoñal. Vemos aparcadas las carrozas de la mañana, y a unos chavales jugando en ellas. Enseguida aparecen unos uniformados y los desalojan de malas maneras. Da la sensación de que no soportan ver a nadie divertirse.
   Aparecen otros críos jugando con un cervatillo. Mahmud nos comenta que en Alepo no hay perros, solo gatos, y comprobamos que es cierto. Nos dice que las gentes de Alepo son muy agresivas, al contrario del resto del país; que por cualquier nimiedad enseguida se enredan en peleas.
   Nos dice que todos los precios han subido en pocos días. El pan, los alimentos, la electricidad al doble, etc. Que es difícil encontrar trabajo. Que ha muerto gente en la costa debido a una invasión de medusas.
   Habla poco inglés, pero se esfuerza. Dice hablar algo de armenio, debido a que vive en un barrio de población armenia.
   Al despedirse se muestra triste de perdernos de vista, y nos pide una y cien veces que le aseguremos que le vamos a escribir, y nos pide fecha exacta para la carta. Nos pide que hablemos de él a nuestros familiares, y que volvamos a Alepo algún día.
   Hace mucho frío. Mañana tenemos día de aduanas.
  
  
Sábado, 4 de octubre. Frontera Siria-Turquía
   Lo primero que hacemos es ir a una pastelería donde nos gastamos las 75 libras que nos quedan en una caja de pasteles sirios, y otros pocos para desayunar. Sin más demoras salimos rumbo a la frontera, por la misma carretera que seguimos para ir a Qalat Samaan.
   Nos para un control en el mismo cruce de carreteras que la vez anterior. Esta vez no nos molestan demasiado.
   Tenemos un plano de Siria que no se corresponde con la realidad, pues incluye Antakya e Iskenderum (las antiguas Antioquía y Alejandreta) dentro de Siria, cuando oficialmente estas ciudades están en territorio turco. El resultado es que no sabemos dónde cae la frontera con exactitud. Ninguna señal indica "Turquía".
   Nos pita el chivato de la gasolina, y paramos a echar con un embudo el gasoil que llevamos de reserva en un bidón. Nos hemos gastado un depósito completo en atravesar Siria de sur a norte, pero hemos tenido suerte de que nos ha llegado, pues no sabemos qué hubiéramos podido hacer de quedarnos sin gasoil.
   De pronto un cartel se digna indicar "Turkia, 7 km". Nos liamos la manta a la cabeza, y a vérnoslas con los buitres. Ventanillas. Nos hacen subir a un primer piso donde un poli nos pregunta por el dinero (el único tema que les obsesiona). Nos pide la declaración de divisas que hicimos a la entrada. Afortunadamente sé dónde la guardo. Hace unas anotaciones en un borde y nos manda para abajo. Sellos y tamponazos. Se quedan con una tarjeta roja.
   Luego vienen los del control de seguros, que me quitan dos hojas y desprenden mi foto del fajo de papelotes. Más tampones y firmas. Finalmente, señalando la estrella de la hombrera, nos remiten al chief de aduanas, que nos registra el coche un poco por encima. Después de cerrar la puerta, un subalterno echa mano al manillar para volver a abrirla. Debe ser la fuerza de la costumbre.
   Nos dejan marcharnos. Ni nos lo creemos. A la salida un último control nos pide pasaportes, una tarjeta roja, y que le enseñemos la declaración de divisas. Todo en regla, y nos dejan salir del país. Hemos tardado solo una media hora. Increíble.
   Durante unos kilómetros avanzamos por una zona que ni es Siria ni es Turquía. Debe ser tierra de nadie y, sin embargo, hay cosas de interés. Para empezar, al salir hemos pasado bajo un arco romano. Ahora vemos desperdigadas por las colinas ruinas de lo que parecen viejas ciudades paleocristianas construidas en piedra, con grandes monolitos haciendo de dinteles de puertas y ventanas. Sin embargo, no nos atrevemos a parar para examinar las ruinas con más detenimiento, pues no nos sentimos seguros. De hecho, en ningún lugar de Siria hemos hecho acampada libre (a diferencia de Jordania y Turquía), debido a la tensión que notamos en el ambiente.
   Más tarde nos enteramos de que, efectivamente, esta región está plagada de ruinas de antiguos pueblos, abandonados en el siglo VIII, que, según la Unesco, proporcionan un notable testimonio de la vida rural en la antigüedad tardía y la época bizantina. Están declarados Patrimonio de la Humanidad.
   En la frontera turca un uniformado registra en ordenador los pasaportes. Previamente nos ha parado otro y nos ha pedido que le enseñemos Le guide du routard. Lo hojea hasta encontrar lo que buscaba: una foto de una chica con los pechos al aire en un anuncio de una revista impreso en las primeras páginas. Se la enseña a otro soldado que está en una garita, nos devuelve la guía y nos deja seguir adelante.

 

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FotoCD103
  
Siria milenaria

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Fotografías: Eneko Pastor
Ilustraciones: Miguel Angel Eugui

   


 

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