Colecciones fotográficas

Persia rupestre

Los reyes del Irán y del No-Irán

 

   "Mira a las esculturas... Entonces sabrás, entonces tendrás por sabido: la lanza de un Persa ha llegado muy lejos. Entonces tendrás por sabido: un Persa ha librado batalla muy lejos de Persia."
   (Extracto de inscripción en un acantilado de Naqs-i Rustam, Irán)

 

   Se conoce como 'persas sasánidas' a la dinastía de reyes iranios que gobernó en Oriente Medio (actuales Iraq, Irán y Afganistán) entre principios del siglo III d C y principios del VII d C. Fundada el año 224 por Ardashir I, la estirpe sasánida instauró en aquellas tierras un imperio (llamado a veces neo-persa) que rivalizó en poderío con el romano y el bizantino, hasta que fue destruido por la expansión de los árabes entre los años 637 y 651.
   Tras el esplendor y caída del imperio persa aqueménida –la Persia de Ciro, Darío y Jerjes; la Persia que erigió Persepolis–, transcurrió un lapso de cinco siglos en que sus antiguos territorios fueron regidos primero por un reino helenístico (el seléucida) y luego por una potencia de origen autóctono (el imperio de los partos o arsácidas). Estos últimos fueron desplazados por un nuevo poder emergente que terminó por implantar en la región su hegemonía: los sasánidas.
Persia rupestre   El nombre de la dinastía, 'sasánidas', proviene de Sasan, un antepasado de Ardashir I, del mismo modo que 'aqueménidas' deriva de Aquemenes, antepasado mítico de Ciro II el Grande.
   Así como se recuerda a los persas aqueménidas como el perpetuo peligro que se cernía sobre los griegos, los persas sasánidas se convirtieron en el eterno quebradero de cabeza para los romanos en sus fronteras de oriente. Ya los partos habían desencadenado las hostilidades con Roma, pero los sasánidas fueron quienes más lejos llevaron su ofensiva expansionista, masacrando a las legiones romanas en sucesivas batallas, capturando o dando muerte a algunos de sus césares (Gordiano, Valeriano, Juliano), arrebatando países a un imperio en fase de descomposición. Más tarde, cuando el imperio romano dio paso al bizantino, las guerras entre Persia y Bizancio continuaron con el mismo ímpetu, esta vez bajo la coartada de un conflicto entre religiones.
   Los soberanos sasánidas llevaron su insolencia al punto de hacerse representar en numerosas esculturas como vencedores de los césares romanos, mostrándolos a veces humillados y cautivos (foto04), otras veces muertos, con sus cadáveres yaciendo por tierra a los pies de los persas (foto34).
   A partir de Shapur I, los monarcas sasánidas se asignaron a sí mismos el título de 'Rey del Irán y del No-Irán'. Interesante ecuación que, resolviéndose con una simple suma, incluye en los dominios reales la totalidad del universo. El siguiente fragmento de una carta enviada por Shapur II al emperador Constantino II puede dar una idea de la altanería con que los emperadores sasánidas trataban a sus homólogos romanos:
   "Yo, Sapor, rey de reyes, compañero de las estrellas, hermano del sol y de la luna, al César Constantino, mi hermano: (...) Incluso tus más antiguos registros dan testimonio de que mis antepasados poseyeron todo el país hasta el Estrimón y la frontera con Macedonia. Y estas tierras son las que yo, que soy (por no hablar arrogantemente) superior a esos reyes en magnificencia y en todas las virtudes eminentes, debo ahora reclamar."
  
   El advenimiento de los sasánidas al poder insufló aires de renovación en un país periclitado, que renació de sus cenizas con nuevas energías, animado por el propósito de emular su pasada gloria. Volvió con fuerza el zoroastrismo, el antiguo credo predicado por Zaratustra hacia el siglo VI a C, con Ahuramazda por deidad suprema, que se convirtió en religión de estado. Su principal dogma era la oposición entre el espíritu benéfico de la luz (Ahuramazda u Ormuz) y el espíritu del mal (Ahriman). El zoroastrismo, llamado también mazdeísmo, comportaba una serie de elaborados rituales de purificación y la custodia permanente por parte de los sacerdotes del fuego sagrado, símbolo de la divinidad, en los llamados 'templos de fuego'. La práctica funeraria de no enterrar los cadáveres a fin de no polucionar la tierra, sino de exponerlos en las cumbres de montañas para pasto de buitres, todavía es seguida por los actuales fieles de la religión zoroástrica, los parsis, que utilizan para ello los edificios llamados 'torres del silencio' (ver foto en fotoAleph, colección Yemen de norte a sur).
   Fue por entonces cuando se recopiló la colección de escritos conocida como Zend Avesta, un compendio de textos canónicos de la religión zoroástrica: las sagradas escrituras de los persas. El zoroastrismo de los sasánidas fue más intolerante que el de los aqueménidas, y tuvo etapas en que los fieles de otras religiones fueron perseguidos. No obstante, la ética zoroástrica hacía hincapié en principios morales como la necesidad del trabajo, la santidad del matrimonio y el respeto por la ley y el intelecto. La educación básica de los ciudadanos incluía ejercicios físicos y militares, leer y escribir, aritmética y el cultivo de las Bellas Artes.
  
   Los sasánidas dejaron a la humanidad un importante legado artístico, sobre todo en arquitectura y escultura, de gran interés para quienes estudian los orígenes del arte occidental. El de los sasánidas es un arte de marcado carácter iranio, pero que bebió, sin embargo, de otras fuentes, del este y del oeste, adaptando los estilos foráneos a su propia imaginería. Y que, de la mano del imperio, llegó muy lejos en su irradiación más allá de las fronteras de Persia.
Persia rupestre    La arquitectura alcanzó a menudo proporciones monumentales, como puede todavía apreciarse en las ruinas de los palacios de Ctesifonte, Firuzabad y Sarvestan, en los actuales Iraq e Irán. El palacio sasánida de Ctesifonte, cercano a Bagdad, famoso por su descomunal iwan de bóveda elíptica de 25 m de ancho y 37 m de alto, fue construido enteramente en ladrillo cocido y, aunque arruinado, aún quedan en pie de él los suficientes restos como para poder vislumbrar su pretérita grandeza. El iwan (una gran sala abovedada abierta por uno de sus lados) había sido utilizado por primera vez por los partos, pero los sasánidas lo emplearon sistemáticamente en su arquitectura palaciega, e incluso en algunas obras de arquitectura rupestre, que imitan sus formas (ver foto14 de las 'cuevas' de Taq-e Bostan) excavadas en la roca. La fórmula arraigó en la arquitectura islámica de siglos posteriores, como puede apreciarse en las mezquitas y medersas mamelucas, timúridas o safávidas.
   Los sasánidas pusieron en marcha grandes infraestructuras, redes de carreteras (resucitando el antiguo sistema de postas que tan bien funcionó con los aqueménidas), construyeron puentes cuyos cimientos aún perduran (ver los puentes safávidas de Isfahan) y erigieron ciudades planificadas. La planta de la ciudad de Gur, donde Ardashir I estableció su nueva capital, era perfectamente circular, inscrita en una circunferencia de 2 km de diámetro, con tres murallas anulares concéntricas, a la manera de las ciudades partas; las calles, orientadas a los puntos cardinales, seguían un trazado radial, cruzándose en el justo centro, el lugar más sagrado de la ciudad, donde se levantaba un monumento con un disco solar, símbolo de la luz y el fuego, que eran adorados como entes supremos en el culto zoroástrico.
   Acuñaron moneda. El estudio de la numismática de la época sasánida ha permitido registrar con seguridad la tabla genealógica de los reyes de la dinastía y sus respectivos periodos de reinado.
  
   Pero quizá las más persistentes y sugestivas reliquias del arte sasánida sean los relieves escultóricos rupestres que aún pueden admirarse en un buen número de acantilados y farallones dispersos por los territorios del antiguo imperio neo-persa, conservándose más de 30 en los límites del actual Irán. Y es que el arte rupestre (en su sentido amplio: 'arte de las rocas') posee el don de la perseverancia. En Persia ya había antecedentes de esta modalidad de arquitectura-escultura: ver las sepulturas rupestres de los reyes aqueménidas en Naqs-i Rustam y Persepolis.
   El contenido de la iconografía rupestre sasánida y su propio estilo revelan la intensa interacción que se dio en estas tierras entre las corrientes estéticas de oriente y occidente. Se detectan influencias orientales en los tipos de indumentaria y occidentales en el moldeado de los tejidos en torno al cuerpo. La disposición de las figuras en registros superpuestos había sido utilizada ya por los aqueménidas.
Persia rupestre   Los paneles de relieves plasman escenas solemnes, instantes históricos. Inmortalizan en piedra los hechos gloriosos del rey, audiencias, investiduras, combates, victorias acaecidas en su reinado. Pero, a diferencia de lo que ocurre con la escultura aqueménida, no hay un propósito narrativo en estos relieves. Cada panel se limita a reflejar estáticamente la celebración de un acontecimiento importante en la vida del monarca, confiriéndole un significado eterno.
   Las figuras escultóricas desprenden un aire entre tardorromano y bizantino, con características singulares como las recargadas vestimentas y tocados (foto17), las abundantes melenas de rizos flameando al viento (foto11), los pantalones y túnicas de telas vaporosas (fotos 34 y 12; compárense con los de la época aqueménida) y un estilo general abarrocado que contrasta con el sobrio y geométrico canon del arte imperial de los tiempos de Ciro y Darío. Las efigies ya no se reproducen en estricto perfil, sino que pueden aparecer de frente y de tres cuartos (foto27, rasgo éste común a la estatuaria parta), y a veces pueden estar dotadas de vigoroso movimiento (foto06).
   En muchas de las esculturas, los reyes sasánidas pueden ser identificados por sus coronas individuales. Es significativo destacar que su estatura siempre iguala a la de los dioses y diosas que aparecen en su entorno (foto30), como era usual representar gráficamente a los faraones egipcios: ello implica que los reyes son parangonables a los dioses, legitimándose de forma implícita el origen divino de la realeza.
   Hay paneles rupestres sasánidas con combates ecuestres que parecen escenas extraídas de los duelos medievales (foto08). Obsérvese la figura de este guerrero (foto20): cualquiera juraría que se trata del típico caballero descrito en los cantares de gesta medievales o en las crónicas de caballerías, pertrechado con su lanza, su yelmo, su escudo, cabalgando gallardo a lomos de un brioso corcel engualdrapado. Un Amadís de Gaula, un Tirant lo Blanc. Pero se trata nada menos que de Cosroes II, el último gran rey sasánida. El relieve está, por tanto, esculpido en una fecha tan temprana como los inicios del siglo VII, cuando aún vivía el profeta Mahoma y los visigodos reinaban en Hispania, por lo que se anticipa en varios siglos a la imaginería equivalente de la Europa medieval. Sólo en el periodo gótico llegó a alcanzar la escultura tal armonía entre realismo y estilización, pero es que en tiempos de Cosroes los artistas sasánidas estaban mamando aún de las fuentes clásicas, tanto de oriente como de occidente. No es así aventurado afirmar que el arte sasánida supone el nexo de continuidad, el eslabón perdido entre el arte de la Antigüedad tardía y el de la Alta Edad Media.
  
   La metalistería y orfebrería, disciplinas en las que ya los aqueménidas habían sido maestros, alcanzaron el máximo nivel de refinamiento y sofisticación en la época sasánida, hasta el punto de que llegaron a influir en la joyería de la China. Los chinos aprendieron de Persia el arte de trabajar la plata, tal como puede apreciarse en las notables piezas de orfebrería que se conservan de la dinastía Tang (618-907 d C), cuya técnica y estilo son casi idénticos a los de los cuencos, vasijas y medallones de plata de los persas sasánidas.
   La educación era alentada por el Estado, y diversas obras literarias de oriente y occidente fueron traducidas al pahlavi, o persa medio, la lengua de los sasánidas. Así fueron transmitidos a la Persia sasánida los conocimientos de los griegos y los indios en diversas ciencias, mezclados con sus creencias en materia de mitos y horóscopos. Los astrólogos sasánidas desarrollaron una teoría de la historia entroncada con la astrología, partiendo del axioma de que el pasado y el futuro están escritos en los astros y puede leerse calculando sus movimientos.
   La música, tanto religiosa como profana, era también muy apreciada en el entorno de los reyes, y los músicos gozaban de un alto rango en la corte. Destacó entre ellos Barbad, a quien se atribuye la invención de un sistema pre-islámico de modos musicales. Según las creencias de la secta Mazdak, relacionada con el maniqueismo, la música era uno de los cuatro poderes espirituales del universo.
   El imperio persa sasánida englobaba en sus dominios lo que hoy es Afganistán. Quedan claras huellas de ello en las ruinas rupestres budistas de Bamiyan, el lugar de los grandes budas monolíticos que fueron dinamitados por los talibán en marzo de 2001. El estilo de las esculturas y pinturas de este enclave revelan fuertes influencias del arte sasánida, e incluso de la India, y en algunos murales puede verse la figura de Buda ataviado con unos ropajes muy similares a los de los reyes sasánidas de Taq-i Bostan.  

 

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FotoCD94
  
Persia rupestre
El arte de los sasánidas

Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Naqs-i Rustam y Taq-i Bostan (Irán)

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