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El dinosaurio estaba allí

Cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba allí

 

   "Yo dormía, dormía.
   De un profundo soñar me he despertado:
   El mundo es profundo."
   (Nietszche, Así habló Zaratustra)

   
   Había yo estado soñando pesadillas. En mis sueños me remontaba millones de años atrás en el tiempo, a épocas en que ni el hombre, ni sus abuelos homínidos, ni sus tatarabuelos simiescos habían hecho su aparición sobre la Tierra.
   Épocas preadámicas, en que los continentes y las estrellas no estaban donde están hoy, en que las tierras, los aires y los mares estaban poblados por extraños seres a los que Adán no pudo poner nombre, pues nunca los llegó a conocer. Si Dios los había creado, Dios quiso extinguirlos.
   Seres imprecisos y viscosos, de cuerpos sin vértebras pero poblados de patas, que reptaban como miriápodos. Seres parecidos a larvas, a escorpiones, a cangrejos, que chapoteaban en ciénagas caliginosas infestadas de insectos y de algas de raros colores.
   Un cielo plomizo se cernía sobre un horizonte envuelto en brumas evanescentes, más allá del cual se extendían selvas de árboles desconocidos, festoneados de lianas y musgos colgantes. En estos bosques tenebrosos de mis sueños crecían helechos arborescentes altos como cedros, palmeras de troncos de botella, y otras plantas espectrales, semejantes a bambúes, que eran aún más altas y cubrían de tinieblas la tierra con la espesura de su ramaje.
   El tiempo de mis sueños no era el normal: duraba, más que siglos, milenios. Y a lo largo de esas eras vi nacer, crecer y multiplicarse un sinfín de criaturas que terminaron por invadir todos los rincones de la Tierra.
   Seres monstruosos, cubiertos de escamas y caparazones, con patas de ave gigante, con cuerpos acorazados de cuernos y de placas óseas, con descomunales garras y dientes, de los que se valían para desgarrar y triturar a sus rivales en una eterna lucha por la vida.
   Lagartos terribles de tripuda panza, de rabos como látigos, cuellos de serpiente, ojos fulgurantes. Reptiles que volaban sobre las selvas con alas de murciélago, provistos de largos y poderosos picos.    
   Era una imaginería del Apocalipsis, pero no del Fin de los Tiempos, sino de sus principios. Un boceto o ensayo de Creación, que luego fue tachado y borrado, para dejar paso a otros tipos de plantas y bestias.
   Pero aquellos lagartos pavorosos habían dejado al caminar profundas huellas sobre los suelos de barro de las marismas.
   Y estas huellas son las que vi, cuando desperté de mi turbulento sueño y abrí los ojos tras una noche que había durado eones.
   No es que mis sueños se hubieran hecho realidad. Es que mis sueños eran la realidad. Allí estaban las pruebas. Allí estaban las huellas. Innumerables, bien marcadas, duras como roca, incontestables.
   El dinosaurio había estado allí. 

 

 

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El dinosaurio estaba allí

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Fotografías: Eneko Pastor 
Realizadas en Soria y La Rioja (España)