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Angkor

Arquitectura y escultura de Angkor

 

   Las ruinas de Angkor duermen dispersas en un área de unos 200 kilómetros cuadrados al nordeste del gran lago Tonlé Sap, hacia la parte central de la mitad oeste de Camboya.
   En esta fértil llanura de arrozales y bosques, los reyes jemeres fundaron una sucesión de ciudades que se convirtieron en capitales de un imperio que, en el momento de su máxima expansión, tuvo sometido un territorio que se extendía desde Birmania hasta las costas de Vietnam, y desde Champasak (en Laos) hasta la península de Malasia. Y allí llevaron a cabo colosales obras de arquitectura e ingeniería hidráulica que perduraron a través de los siglos, pruebas visibles del florecimiento entre los siglos IX y XV de una de las más gloriosas civilizaciones que ha conocido la Humanidad.
ANGKOR   No hay en Angkor dos templos iguales. La arquitectura de este periodo experimentó una continua evolución desde los templos pre-clásicos del Grupo Roluos, emplazados en lo que fue el primer asentamiento en la región, hasta las grandiosas obras de Jayavarman VII, cuatrocientos años más tarde, en el apogeo del imperio jemer.
   Y, sin embargo, todos los santuarios de Angkor desprenden un inconfundible aroma a India. Podemos ver esas torres de perfil recortado, en forma de tiara o de pan de azúcar, que en el subcontinente indio llaman sikhara y aquí prasat. Como en la India, la torre mayor custodia la imagen de la máxima divinidad a la que está dedicada el templo en cuestión. Y cada uno de los restantes prasats alberga la correspondiente estatua de otras divinidades menores o relacionadas con la principal. Los templos están hechos para los dioses, no para los hombres. Son lujosos palacios concebidos para ser residencia de las distintas deidades. No existe el concepto de reunir grandes congregaciones de fieles en sus recintos, por lo que las estancias tienden a ser pequeñas y las galerías estrechas. Ello está también condicionado por el uso sistemático de la falsa bóveda por aproximación de hiladas, muy característica de la arquitectura tanto india como jemer, que obliga a reducir la anchura de las naves para evitar el desplome de los techos.
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   Podemos ver otras instalaciones propias de los edificios religiosos hinduistas en los mandapas o salas hipóstilas situadas en el vestíbulo de la cella (o garbagriha) del santuario principal, y los gopuras o pórticos de acceso en forma de pabellones, orientados a los cuatro puntos cardinales. Pero donde mejor puede identificarse la vena india que insufla por todos sus poros estos santuarios es en los mil personajes que aparecen en sus programas escultóricos, las estatuas de Vishnú, Siva o Buda, los relieves de Rama, Krishna, Narasimha, Varaha, Indra, el ave Garuda, el toro Nandi, o el semidiós mono Hanuman.
   El hinduismo (o brahmanismo) ya estaba implantado en la península indochina antes de que existiera Angkor. Lo evidencian las esculturas que se conservan de los antiguos reinos de Funan y Chenla, que florecieron en territorio de Camboya de los siglos I al VII. En el Museo Arqueológico de Phnom Penh podemos admirar sobrias pero imponentes estatuas de Vishnú, Siva, Lakshmi, Garuda... de gran tamaño y muy finamente cinceladas. Dan fe de la maestría escultórica alcanzada ya en estas fechas tempranas, cuya calidad es comparable a la de los estilos gupta y post-gupta, de la edad de oro de la India clásica, que son contemporáneos.
   Paralelamente iba entrando en Indochina el budismo (de la rama hinayana o 'pequeño vehículo' al principio; de la mahayana o 'gran vehículo' más tarde), y las imágenes de Buda y bodhisattvas empiezan a sumarse a la iconografía de los templos. Mencionemos también la herencia artística del periodo de dominación del reino de Java (siglos VII y VIII), isla de Indonesia donde budismo e hinduismo ya habían arraigado, como lo demuestran el grandioso stupa-montaña búdico de Borobudur (siglo VIII) o el complejo de templos hindistas y budistas de Prambanan, coetáneos de los santuarios primitivos de Angkor (siglo IX), y parangonables a éstos en su magnificencia.
  
   El programa iconográfico de los templos de Angkor incluye también escenificaciones de diversos pasajes de la literatura clásica india, extraídos de epopeyas como el Ramayana o el Mahabharata, o también de los Puranas, antiguos textos sánscritos de contenido filosófico o devocional. Y así podemos contemplar, traducidos al lenguaje de la piedra, diversos episodios protagonizados por personajes del Ramayana, como los héroes Rama, Lakshmana, Sita... o los villanos Ravana y Valin: el rapto de Sita por el demonio Ravana de diez cabezas, el combate entre los reyes-monos Sugriva y Valin, o la batalla de Lanka entre los asuras (o demonios) y el ejército de monos de Hanuman. En Angkor Vat podemos pasearnos ante un kilométrico bajorrelieve que representa con todo lujo de detalles nada menos que la batalla de Kurukshetra, episodio fundamental del Mahabharata; y ante otro relieve no menos apabullante que describe el mito del Batido del Mar de Leche, extraído del Bhagavata Purana y otros escritos.
ANGKOR   Para obtener el amrita o néctar de la inmortalidad, Vishnú convocó a los devas y los asuras (dioses y demonios) y les ordenó batir el océano primigenio de leche que cubría el mundo. Enroscó a la serpiente Vasuki alrededor de la montaña cósmica Mandara, y durante miles de años los dioses y los demonios tiraron alternativamente de los dos extremos de la serpiente, el grupo de los demonios en una fila que la sostenía por el lado de la cabeza y el grupo de los dioses también en fila sujetándola por el lado de la cola, jalando ambos grupos en un tira y afloja que hacía girar la montaña como si fuera una batidora. Del batido del mar lácteo surgieron todos los animales, reales e imaginarios, que pueblan el universo, y también las apsaras, bellas ninfas celestiales que danzan para placer de los dioses y los hombres y adornan con sus radiantes figuras todos los rincones de los templos. Al final el amrita fue recolectado, y los demonios reclamaron su parte. Vishnú se apareció a ellos bajo la forma de una encantadora doncella que les distrajo con su belleza, de forma que pudo repartir el elixir entre los dioses. Los devas, fortalecidos, vencieron definitivamente a sus adversarios los asuras, y se convirtieron en amos del universo.
   Este mito se convertiría en un leitmotiv icónico no sólo de muchos edificios religiosos, sino también de construcciones de carácter civil, como los parapetos de los puentes y diques tendidos para salvar los fosos circundantes y acceder a las puertas monumentales de ciudades como Angkor Thom o Preah Khan. En esos puentes, las respectivas barandillas están formadas por filas de estatuas gigantes en bulto redondo de devas (parapeto de la izquierda) y de asuras (a la derecha) sosteniendo con sus manos el cuerpo de la gran serpiente. De hecho, hoy día se sigue utilizando este motivo legendario como elemento decorativo de infinidad de obras civiles y religiosas de construcción moderna en todo Camboya, y también en Tailandia.
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   Otros seres omnipresentes en la arquitectura angkoriana son los guardianes de los templos, que pueden tener forma de animales (nagas, leones, kalas, makaras, elefantes...) o de entes celestiales como las devatas (divinidades femeninas) y los dvarapalas (divinidades masculinas), especie de guardianes protectores que escoltan por parejas las numerosas puertas de los templos, impidiendo la entrada de demonios, genios y demás seres maléficos. Lo primero que ve una persona que se acerque a cualquiera de los templos de Angkor son las nagas, serpientes sagradas de tres, cinco, siete y hasta nueve cabezas, que yerguen sus caperuzas en abanico, y abren amenazadoras sus fauces de cara al visitante. Una antigua leyenda habla de un rey de la India que vino a Camboya y se apareó con una nagini, hija del rey de los nagas, engendrando así la estirpe de los reyes jemer.
   Los cuerpos de las nagas, sostenidos por columnillas, forman largas balaustradas enmarcando las calzadas y terrazas. Las cabezas múltiples se colocan como elementos decorativos de la arquitectura en remates de frontones o en acróteras. En la estatuaria, protegen también a modo de parasol los cuerpos de Vishnú, o de Siva. O de Buda en el momento de la iluminación. Los makaras, o monstruos marinos, un motivo que abunda también en la arquitectura de India e Indonesia, semejan dragones que se entrelazan con las volutas vegetales y regurgitan por sus bocas guirnaldas de flores en los relieves de los dinteles. Los leones flanquean de dos en dos las escaleras de acceso. Los elefantes se sitúan en las esquinas de las pirámides escalonadas, y Airavata, el elefante de tres cabezas que hace de montura de Indra, aparece a ambos lados de las puertas monumentales abiertas en las murallas de las ciudades, y de las escalinatas de las terrazas palaciegas. Garuda, el ser mitad ave mitad humano que ejerce de vehículo de Vishnú, es representado con frecuencia en la postura de un atlante que sujeta con sus brazos las cornisas superiores de los edificios.
   Entre nagas, leones, makaras, elefantes, garudas, devatas, dvarapalas y apsaras, los templos de Angkor parecen estar habitados por una población fantástica de seres imaginarios, que contribuyen a la sensación de que nunca estamos solos cuando visitamos unas ruinas, por muy solitarias y abandonadas que se encuentren.
  
   Angkor es el reino del ángulo recto. Las plantas de sus ciudades y santuarios se basan indefectiblemente en el cuadrado y el rectángulo. Son reductos donde impera el orden, un orden geométrico de trazo rectilíneo, que contrasta en medio del caos vegetal de la jungla. Todas las construcciones, todas las murallas, diques, calzadas, terrazas, fosos, estanques, templos, palacios... están perfectamente orientados hacia los cuatro puntos cardinales. Cada templo, cada dependencia del templo, es como una brújula que marca el norte, el sur, el oriente y el occidente. Por lo general la entrada a los complejos se sitúa al lado este, con notables excepciones como es el caso de Angkor Vat, que, al ser un templo dedicado a Vishnú, tiene la entrada orientada al oeste.
   El conjunto de cada templo es una representación simbólica del universo. En el centro se halla siempre el prasat principal, morada del dios titular, que simboliza el monte Meru, mítica montaña del Himalaya que para hindúes y budistas es el ombligo del mundo. Por lo general está acompañado por otras cuatro torres o prasats ligeramente más reducidos, emplazados en las cuatro esquinas de la plataforma central del templo, y estas cinco torres sumadas simbolizan los cinco picos del Meru. A su alrededor se extiende un intrincado sistema de recintos cuadrangulares concéntricos, inscritos unos dentro de otros, un cuadrado dentro de un cuadrado dentro de un cuadrado..., enmarcados todos por muros y galerías abovedadas que forman siempre un entramado rectangular, y a su vez subdivididos en patios, claustros y zonas ajardinadas también rectangulares. Todo ello simboliza la Tierra, el mundo habitado por los hombres que rodea a la montaña central. Finalmente, la totalidad del complejo está cercada por un gran foso de agua que, además de servir de protección, simboliza el gran océano infranqueable que rodea el mundo.
   En los templos primitivos predomina el modelo en forma de 'templo-montaña', una estructura piramidal escalonada en cuya cúspide domina el quinteto de prasats del monte Meru. A la pirámide se puede ascender por cuatro escalinatas que atraviesan por su parte central las cuatro caras, reforzadas a uno y otro lado por gruesos contrafuertes y machones sobre los que se asientan parejas de leones guardianes.
   Con el correr de los siglos, la arquitectura angkoriana fue poco a poco evolucionando desde esta disposición constructiva con tendencia a la verticalidad, hacia un trazado de estructura más horizontal, con los múltiples pabellones, capillas, 'bibliotecas' y oratorios que conforman el santuario situados más o menos a ras de tierra. Y se fueron extendiendo y multiplicando las dependencias del complejo, hasta formar intrincadas retículas de galerías, pasillos y pórticos, conectados entre sí siempre por ángulos rectos. La decoración escultórica fue ganando en abarrocamiento y preciosismo, e invadiendo todos los recovecos del edificio, en una simbiosis total entre arquitectura y escultura. El extradós de las bóvedas imitaba en piedra la forma de las tejas de los tejados, y se embellecía con pináculos, acroterios y los típicos remates puntiagudos propios de otras techumbres de madera. Aparecieron los pilares y columnas, casi siempre de sección cuadrada, en algún caso excepcional (Preah Khan) cilíndricos, las salas hipóstilas y las galerías porticadas. Aparecieron las ventanas de balaustres, con celosías para tamizar la luz formadas por barrotes cilíndricos de arenisca, torneados con molduras que imitan las balaustradas de madera.
ANGKOR  
   El punto de inflexión se da en tiempos de Suryavarman II (1113-1150) con ese prodigio que es el templo de Angkor Vat, dedicado a Vishnú, donde se aúnan la verticalidad del templo-montaña con la horizontalidad predominante en los vastos edificios anexos que lo circundan.
   A finales del siglo XII se dio un gran salto en esta evolución, cuando, en la apoteosis del imperio jemer, el poderoso rey Jayavarman VII, gran constructor, estableció el budismo como religión oficial del Estado. Entre las innovaciones que introdujo en arquitectura figuran por mérito propio las llamadas 'torres de caras', esos impresionantes torreones cuyos sillares reproducen cuatro rostros gigantescos mirando a los cuatro puntos cardinales. ¿Es esto arquitectura o es escultura? Las dos cosas a la vez. A principios del siglo XX todavía se creía que representaban a Brahma, el dios de cuatro cabezas creador del mundo, pero más tarde se demostró que reproducían los rostros del bodhisattva Lokeshvara (en la India Avalokiteshvara). Sus párpados semicerrados, su sonrisa que podría parecer burlona, denotan que el personaje se halla en pleno proceso de meditación, en un estadio previo al nirvana. Un bodhisattva es un buda o 'iluminado' que en su estado de compasión y beatitud decide renunciar al paranirvana o extinción total, con el fin volver a vivir en nuestro mundo de los sentidos, para iluminar con sus enseñanzas a otros seres humanos.
   Pero estos inmensos rostros de Lokeshvara, que aparecen tanto en templos (Bayon, Ta Som, Banteay Kdei...) como en obras civiles (véanse las cinco grandes puertas de la muralla de Angkor Thom), retratan de forma simultánea e inseparable la efigie del mismo rey Jayavarman VII, tal como se puede apreciar comparando sus rasgos con los del rostro de una magnífica escultura-retrato del monarca que se conserva en el Museo de Phnom Penh. Jayavarman VII quiso ser identificado por sus súbditos con el bodhisattva Lokeshvara, y retratado en ademán de meditación.
   A partir del siglo XIII la arquitectura de Angkor entra en una fase de estancamiento, y se inicia su lenta pero inexorable decadencia. Con los inmediatos sucesores de Jayavarman VII se produce una reacción contra el budismo y se intenta reimplantar el brahmanismo como religión oficial: en algunos templos pueden detectarse nichos donde los relieves de Buda han sido martilleados para hacerlos desaparecer. Vana tentativa de torcer el curso de la historia: el budismo persistió en Camboya hasta nuestros días, pese a éste y a otros intentos de erradicación, como el que se produjo en 1975-79 bajo la dictadura genocida de los jemeres rojos (que acusaban al budismo de ser 'el opio del pueblo'; ver en fotoAleph 'El holocausto camboyano'). En el siglo XXI la población camboyana sigue siendo mayoritariamente de credo budista.
   A mediados del siglo XV, tras una guerra de cien años, los reyes jemer abandonan Angkor y trasladan su capital primero a Longvek (1431) y luego a Udong (1593), en las cercanías de Phnom Penh. La selva empieza a invadir las ciudades abandonadas y a devorar los santuarios con su enmarañada vegetación; y Angkor desaparece de la historia y se sume en el olvido, hasta su redescubrimiento en el siglo XIX por los exploradores franceses. Sólo el inmenso templo de Angkor Vat resiste a la destrucción de la jungla, al haber permanecido a lo largo de los siglos ocupado por comunidades de monjes budistas, que se encargaron de su conservación, manteniendo viva la llama de su culto.

 

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  En esta página se ofrece una relación completa de los monumentos de Angkor, por orden cronológico, acompañada de una breve descripción de cada monumento, en la que se reseñan sus características más destacables.

 

 

Angkor
Una civilización devorada por la jungla

Bibliografía consultada

- Albanese, Marilia. Los tesoros de Angkor (Libsa, Madrid, 2006)
- Jacques, Claude. Angkor. Résidences des dieux (Fotos: Michael Freeman. Editions Olizane, Ginebra, Suiza, 2007)
- Ishizawa, Yoshiaki. Along the royal roads to Angkor (Fotos: Hitoshi Tamura. Weatherhill, New York, Tokyo, 2005)
- Loti, Pierre. Peregrino de Angkor (Obras Completas, Editorial Cervantes, Barcelona, 1940).
- Unesco. El Patrimonio Mundial (Incafo, Madrid, 1994)

 

 

FotoCD55
   
Angkor
Una civilización devorada por la jungla

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Fotografías: Eneko Pastor 
Realizadas en Angkor (Camboya) 
   
   
  


 

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