Colecciones fotográficas

Angkor

Una civilización devorada por la jungla

 

   En el fondo de las selvas de Siam, he visto alzarse la estrella vespertina sobre las grandes ruinas del pasado, sobre los templos de Angkor, la ciudad del misterio...
   
   (Pierre Loti, Peregrino de Angkor)

 

   En el fondo de las selvas de Siam se extiende la inmensa llanura de Camboya, rodeada de cadenas montañosas de evocadores nombres (montes Cardamomo, montes Elefante...) y salpicada de colinas que en anteriores eras geológicas fueron islas.
   Es una llanura donde los arrozales compiten por el espacio con las selvas. Donde el agua es un bien crucial pero precario, condicionado por la alternancia entre temporadas de lluvia y temporadas secas. Donde los campesinos viven desde hace siglos siguiendo pautas sociales de origen ancestral.
   En el fondo de estas selvas de Indochina yacían escondidas las ruinas de una civilización que, desde que fue redescubierta por viajeros franceses en el siglo XIX, no ha dejado de asombrar al mundo.
ANGKOR   Angkor es el nombre con que se conoce. No deja de ser un término genérico (angkor = capital), que en realidad hace referencia a una gran metrópolis: un denso núcleo de ciudades asentadas en un área de unos 50 km de radio, en torno al palacio residencial del monarca, y que constituían en su conjunto la capital de un reino.
   Un reino entre los muchos que se disputaban los territorios de la península indochina, pero que con el paso de los siglos llegó a ser un imperio que abarcó grandes extensiones de lo que hoy son Tailandia, Laos y Vietnam.
   La tormentosa historia reciente de Camboya ha impedido hasta hace pocos años a los viajeros acercarse a la mítica Angkor. Hoy las cosas han cambiado, y a la invasión de la selva tropical hay que añadir las invasiones de turistas que acuden desde todo el mundo a ver con sus propios ojos esta maravilla del pasado, y que, sin embargo, no consiguen entre todos perturbar la magia del lugar.
   Hoy la mayoría de los monumentos de Angkor han sido despejados de las raíces, ramas y lianas que los abrazaban y destripaban, y muchos de ellos reconstruidos por anastilosis, reutilizando los restos arquitectónicos originales que yacían dispersos por los suelos. Pero la tarea es ingente. Son tantos y tan monumentales los templos, palacios y construcciones civiles y religiosas por salvar de la acción depredadora de la selva, que parece imposible que algún día se llegue a dar la vuelta al proceso, y se detenga la lenta pero inexorable destrucción. De momento, muchos edificios son apuntalados provisionalmente con andamios para evitar su inminente derrumbe.
   Las ruinas de Angkor fueron declaradas en 1992 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Sin embargo, los fondos internacionales que llegan a Camboya para su salvaguarda sólo permiten abordar unos pocos proyectos de restauración a la vez. En los últimos años los esfuerzos se han concentrado en la reconstrucción del inmenso templo piramidal de Baphuon, en el centro de Angkor Thom, y se calcula que las obras pueden prolongarse durante varios años más.
   Si pocas son hasta ahora las reconstrucciones, aún menos son las campañas de excavación científica que hayan tenido lugar en las vastas ruinas del parque arqueológico de Angkor, por lo que cabe esperar que quede aún mucho por descubrir. De hecho, todavía pueden visitarse ruinas de templos que todavía no han sido excavados por los arqueólogos, que se hallan literalmente intocados desde que cayeron en el abandono, con torres desmoronadas, con grandes rimeros de cascotes obstruyendo los patios y haciendo impracticables las galerías, con sillares desencajados, cubiertos de musgos, carcomidos de líquenes, con frisos y cornisas tallados de exquisitos relieves pero rotos y desparramados por los suelos, con jambas y dinteles atrapados por los tentáculos implacables de las raíces de los ficus. Todo está por descubrir debajo de esos caos de bloques de arenisca asfixiados por lianas, zarzas y enredaderas en un amasijo inextricable. Y al penetrar con muchas dificultades en las entrañas de estos santuarios muertos, puede uno revivir las sensaciones que experimentarían los exploradores pioneros decimonónicos al descubrir en el fondo de la selva tan prodigiosas ruinas en tal estado de deterioro.
ANGKOR 
   Irreconocibles restos de arquitectura van apareciendo por doquier, mezclados con los helechos y con las orquídeas; con toda esta flora de penumbra eterna, bajo la bóveda de los grandes árboles.
   (Pierre Loti, Peregrino de Angkor, 1901)
  
   Entremos más adentro en la espesura. Los gigantescos árboles yerguen sus troncos enhiestos como fustes de una catedral de proporciones no humanas, las ramas haciendo de nervaduras de una bóveda de verdor, y envuelven las ruinas en una espesa penumbra. Son troncos robustos, de corteza lisa muy clara, a veces como pulida, que se disparan hacia las alturas como si quisieran tocar las nubes, y a la vez lanzan sus feroces raíces hacia abajo para aferrar con fuerza los muros, torres y tejados de las milenarias construcciones que esconde el bosque, como si fueran las garras de un ave Roc, salida de una historia de Simbad, que quisiera arrancar a pedazos las paredes de los templos.
   Es éste el árbol llamado 'Spung' (Tetrameles nudiflora), que recuerda mucho a la ceiba en su porte y en sus raíces aéreas en forma de gruesos tabiques. Estas raíces se transforman a veces en enormes anacondas que reptan y se introducen sinuosamente por puertas y ventanas, abrazan los dinteles y molduras con sus gruesos anillos, y los estrujan conforme van creciendo en espesor con los siglos, en una lentísima agonía que termina por reventar los paramentos, inclinar las torres y desmembrar las estructuras de los edificios. En ocasiones la fusión entre naturaleza y arquitectura es tan intrincada que no se sabe si el árbol sostiene al templo, o el templo sostiene al árbol.
   Otro hermoso árbol que suele crecer sobre los tejados de los templos, utilizando éstos como si fueran pedestales, es el llamado 'Champei' (Plumeria alba), que no tiene apenas hojas en sus abundantes ramas, pero brotan flores en sus puntas. Está también el omnipresente 'Trang' (Ficus altisima), de la familia de las moráceas, el famoso ficus o 'higuera de las ruinas', cuyas raíces son más filamentosas y avanzan en todas direcciones como tentáculos de una medusa, atrapando toda ruina que pillan a su paso y ahogándola con una maraña de madera.
  
   Existe un empeño de destrucción hasta en las plantas. El Príncipe de la Muerte, llamado Siva por los brahmanes, el que ha azuzado contra cada animal el enemigo especial que lo devora, contra cada criatura el microbio que la roe, parece haber previsto desde la noche de los orígenes que los hombres tratarían de prolongarse un poco construyendo cosas duraderas; y, así, para aniquilar su obra, imaginó, entre otros mil agentes destructores, las parietarias y, sobre todo, la 'higuera de las ruinas', a la que no hay nada que se le resista.
   La 'higuera de las ruinas' reina hoy omnipotente en Angkor. Sobre los palacios, sobre los templos que pacientemente ha disgregado, por todas partes, despliega en triunfo su pálido ramaje liso, con moteados de serpiente, y su ancha cúpula de follaje. Al principio, no era más que una diminuta grana sembrada por el viento en un friso o en el vértice de una torre. Pero, en cuanto pudo germinar, sus raíces, tenues como filamentos, se insinuaron entre las piedras para descender, guiadas por un instinto seguro, hacia el suelo; y, cuando por fin lo han encontrado, rápidamente se hinchan de jugo nutridor, hasta hacerse enormes, separándolo, desequilibrándolo todo, rasgando de arriba abajo las recias murallas. Entonces, el edificio está perdido sin remedio.
   La selva y siempre la selva; y siempre su sombra y su opresión soberana.
   (Pierre Loti, Peregrino de Angkor, 1901)
ANGKOR  
   La selva y el arte se han fusionado en Angkor hasta conformar una unidad que es ya indivisible. Las tentaculares raíces y troncos de los ficus forman parte integrante de la arquitectura de los templos en plano de igualdad con las columnas, los dinteles o las balaustradas de piedra. El oscuro laberinto del templo de Ta Prohm ya no podríamos imaginarlo despejado de los soberbios árboles que se incrustan en sus muros y obstruyen sus galerías. Su atractivo estético, su poder de fascinación, provienen tanto de la mano del hombre como de la labor de la naturaleza, de la amalgama de la arquitectura y la escultura con esa tupida flora selvática que todo lo invade y que ya no tiene sentido erradicar. La naturaleza imita al arte. Al mismo tiempo que lo destruye.
   Por abrumadores que sean la cantidad, el tamaño y la calidad artística de los restos monumentales que se pueden admirar en Angkor, debemos ser conscientes de que en realidad lo que vemos no es sino una mínima parte de lo que hubo. Todas las construcciones que existían realizadas en materiales perecederos, como la madera, el bambú, o la hoja de palmera trenzada, han desaparecido sin dejar apenas rastro, destruídas por la intemperie y la voracidad inclemente de las selvas tropicales. Las techumbres de madera finamente tallada con que se coronaban pórticos y pabellones de algunos templos se han evaporado con los siglos. Y también se han desvanecido en la nada todas las casas de viviendas de los habitantes de las ciudades (se calcula que en Angkor Thom vivía más de un millón de personas), incluidos los palacios residenciales de los reyes, cuyos lujosos pabellones también estaban construidos en madera. Algo parecido ocurrió en el antiguo Egipto, del que no se conservan viviendas, ni siquiera palacios de faraones.
   Las únicas realizaciones arquitectónicas de Angkor que han perseverado a través del tiempo son las que fueron construidas en piedra o ladrillo. Es decir, las murallas y puertas de las ciudades, partes de un palacio real (el de Jayavarman VII en Angkor Thom), y, sobre todo, los templos y santuarios. El hecho de que la inmensa mayoría de las edificaciones que sobreviven en Angkor sea  de carácter religioso tiene su explicación: los templos eran las moradas donde residían los dioses inmortales, y, a diferencia de las casas de los hombres, habían de ser construidos en un material noble y eterno: la piedra. De hecho, muchas de las soluciones arquitectónicas de los monumentos de Angkor reproducen en piedra las formas de la arquitectura en madera de la misma época, y ello nos permite inferir (con ayuda también de unos bajorrelieves descriptivos en el templo de Bayon) qué aspecto tendrían las casas y otros edificios civiles hoy totalmente desaparecidos.
  
   En la sombría selva apuntan otra multitud de ruinas, en montones separados y revueltos bajo el bello ramaje triunfante: restos de palacios, de templos, de piscinas en las que se bañaban elefantes y hombres. Aún atestiguan el esplendor del Imperio de los Khemers, que brilló durante mil quinientos años, ignorado de Europa, y que se extinguió tras un rápido ocaso, agotado por innumerables batallas contra Siam, Anam, y hasta contra la gran China inmemorial y estancada.
   Para mis ojos de occidental, la impresión que se recibe de todas estas cosas, es la de algo incomprensible y desconocido.
   (Pierre Loti, Peregrino de Angkor)

   Hay en Angkor también otro tipo de construcciones que han resistido a los estragos del tiempo, y que de hecho se pueden considerar como las obras más 'faraónicas' que llegaron nunca a emprender los reyes jemer: nos referimos al complejo sistema hidráulico con que dotaron a las ciudades y campos de vastos territorios de Camboya. Los colosales estanques construidos mediante el levantamiento de diques de siete y ocho kilómetros de longitud, que permitían abastecer de agua a populosas ciudades y prolongar la temporada de regadío de los arrozales y huertas. La extensa y densa red de canales que surcaba en todas direcciones las llanuras, y que era usada tanto para una mejor irrigación como para el transporte en barco. Los impresionantes fosos que rodean ciudades y templos, que servían no sólo de protección sino para el uso público de sus aguas. Se cree que estas obras descomunales fueron el factor más determinante en el inusitado desarrollo económico y cultural que alcanzó Angkor en su época imperial.

 

 

El papel crucial del agua en la economía de Camboya

   Corazón de la península de Indochina, Camboya hace frontera al noroeste con Tailandia, al norte con Laos, al este con Vietnam, y está bañada en su costa sudoeste por el océano Indico (Golfo de Tailandia).
   Hace tan sólo 5.000 años Camboya no existía. Su actual territorio yacía entonces sumergido bajo el mar, en una bahía encajonada entre dos penínsulas.
   El río Mekong, la principal arteria fluvial de Indochina, tenía su desembocadura cerca de lo que hoy es el norte de Camboya, y por ella vertía gran cantidad de sedimentos en el océano. Los depósitos aluviales rellenaron gradualmente la bahía, y Camboya emergió de las aguas: un país tan llano que lo que antaño habían sido islas todavía sobresalen como colinas aisladas en un vasto terreno horizontal. Debido al enorme volumen de sedimentos, y a la gran velocidad que adquiere el Mekong cuando su caudal crece con las nieves derretidas del Tibet sumadas a las copiosas lluvias tropicales en el Asia continental del sudeste, la bahía se colmató con relativa rapidez.
Mapa de Camboya  
   La tierra ganó terreno al mar. Un entrante de la bahía quedó cortado por las tierras para convertirse en lo que hoy es un lago interior, atravesado por un río. Tanto el lago como el río se llaman Tonlé Sap (= Río de Agua Dulce). Los peces de agua salada, algunos de gran tamaño, se adaptaron poco a poco al nuevo ecosistema de aguas dulces. Se trata del caladero más abundante del mundo: su riqueza piscícola por kilómetro cuadrado supera en 30 veces al Atlántico norte.
   En el mes de septiembre, el lago Tonlé Sap triplica su tamaño, inundando la mayor parte de la llanura de Camboya. Las cabañas de sus orillas están preparadas para la inundación: son construidas, a modo de palafitos, sobre estilizados pilotes de madera, de modo que el nivel de las aguas en el momento de máxima crecida no las llega a alcanzar. Otras cabañas, con paredes de madera o de hojas de palma trenzadas, están asentadas sobre embarcaciones o gabarras, formando auténticos 'pueblos flotantes' (ver fotos en El pueblo camboyano) que se desplazan de lugar conforme suben y bajan las aguas.
   "Se puede navegar a través de Camboya", escribió un viajero chino del siglo XIII.
   Grandes bancos de peces nadan a través del país de septiembre a noviembre, desovando en las zonas poco profundas. Cuando las aguas se retiran tras la temporada de lluvias, los campesinos atrapan los peces en las charcas y entre los arbustos. Los pescadores instalan enormes redes en el Tonlé Sap a intervalos de un kilómetro, con pingües resultados. Los elefantes pescan en el agua.
   El avance y retirada de las aguas, determinados por la alternancia de las estaciones húmeda y seca, marcan el pulso de vida de la sociedad camboyana.
   De ahí la importancia vital que tiene la gestión del agua en Camboya. El arroz es el alimento básico de la población. Los arrozales necesitan irrigación en abundancia, y por ello los campos de arroz son delimitados por muretes de barro para empantanar el agua en su interior, siendo sus niveles cuidadosamente regulados para obtener un óptimo rendimiento en la cosecha.
   Pero durante más de la mitad del año no cae una gota de lluvia, y el país entero se va secando poco a poco. Ríos y lagos merman drásticamente de nivel, los estanques desaparecen, los campos amarillean, el agua escasea, y los arrozales se convierten en meros secarrales, a la espera de la próxima temporada de lluvias, que irrumpe hacia julio, y es cuando todo vuelve a verdecer.
  
  
  
La quimera del agua
  
   ¿Qué pasaría si durante la estación pluvial se almacenara agua suficiente para prolongar el regadío de los campos durante la estación seca? ¿Se podría duplicar o triplicar la cosecha anual de Camboya?
   Durante mucho tiempo se creyó que este sistema fue la clave de la prosperidad del antiguo reino jemer de Angkor, un periodo culminante en la economía de Camboya, tras el cual el país no habría hecho sino sumirse en una larga decadencia. Esta teoría fue propagada por los primeros arqueólogos franceses que exploraron las ruinas de aquella civilización devorada por la jungla.
  
   En épocas imprecisas, esta ciudad, soterrada desde ha siglos, fue uno de los esplendores del mundo. Lo mismo que el viejo Nilo, con sólo su limo, hizo desenvolverse en su valle una civilización maravillosa, aquí, el Mekong, extendiendo anualmente sus aguas, había depositado la riqueza y preparado el imperio fastuoso de los Khemers. Probablemente fue en los tiempos de Alejandro de Macedonia, cuando un pueblo emigrado de la India vino a asentarse en las orillas de este gran río, después de haber sometido a los temerosos indígenas (hombres de ojos pequeños, adoradores de la serpiente). Los conquistadores llevaron con ellos en su huída los dioses del brahmanismo y las bellas leyendas del Ramayana; y, a medida que crecía su opulencia sobre este fértil suelo, elevaban por todas partes templos gigantescos, esculpidos con miles de figuras.
   (Pierre Loti, Peregrino de Angkor)
ANGKOR
   Pero la teoría de la 'irrigación intensiva', aceptada hasta fechas tan tardías como los años ochenta del siglo XX, resultó ser falsa, una mera hipótesis propiciada por la visión romántica de los exploradores del siglo XIX. Las nuevas investigaciones científicas en la historia de aquella edad de oro han demostrado que los regadíos en la estación seca no eran posibles en Angkor. El grandioso complejo de estanques, pantanos, redes de canales, fosos rodeando templos... que construyó el imperio jemer, y que aún puede admirarse entre las vastas ruinas de Angkor (uno de los estanques, el Baray Occidental, mide 8 x 2,5 km de lado y todavía está en funcionamiento), parece ser que tenía dos propósitos principales: el transporte naval y el control de las crecidas para una mejor irrigación en la misma temporada de lluvias.
   El regadío intensivo y permanente de amplios territorios de Camboya en la estación seca, aprovechando las aguas almacenadas en la estación de lluvias, no era sino un mito.
   Y este mito terminó indirectamente por acarrear grandes sufrimientos al pueblo camboyano, ya que en el siglo XX el régimen de los jemeres rojos de Pol Pot (1975-1979) se propuso como principal objetivo el 'retorno' de Camboya a los tiempos del florecimiento económico de Angkor, basándose en tales y tan falaces premisas.
   La dictadura de Pol Pot condenó a trabajos forzados a decenas de miles de ciudadanos para construir por todo Camboya mastodónticas presas y excavar faraónicos canales... que no sirvieron para nada. No sólo por las deficiencias constructivas derivadas de la impericia técnica causada porque la mayoría de los ingenieros agrónomos camboyanos habían sido ejecutados en una purga de 'limpieza ideológica', sino porque todas las energías invertidas perseguían un sueño imposible.  
   Los planes económicos redactados en los despachos de la organización gubernamental pretendían alcanzar 'tres cosechas de arroz anuales' en Camboya (o 'tres toneladas por hectárea'), y esos quiméricos planes se imponían por la viva fuerza, sin previos estudios de viabilidad, entre la población camboyana, exigiendo de los trabajadores esfuerzos sobrehumanos para su logro.
   Esfuerzos que lógicamente acababan en fracaso y hambrunas. Pero entonces la organización culpaba del fracaso a los mismos trabajadores, acusándoles de holgazanería y de estar contaminados por actitudes contrarrevolucionarias. Un nuevo pretexto para aumentar la represión y exigirles aún mayores esfuerzos, en un círculo vicioso que no tenía fin.
   Para más información, ver en fotoAleph exposición El holocausto camboyano.
  
   Aunque la revolución de Kampuchea Democrática parece la revolución más radical del siglo XX, los comportamientos de los revolucionarios no son totalmente extraños a la cultura jemer. Muchos de estos comportamientos pueden encontrar analogías en los de sus antepasados, y en los de las gentes del bosque. La época angkoriana es la referencia consciente a la que comparan su acción los revolucionarios, como antaño hacía el príncipe Sihanuk. Evidentemente, es el modelo angkoriano el que inspiró la realización de gigantescas obras hidráulicas, con la misma megalomanía suicida.
   (François Ponchaud, Cambodge, année zéro)

 

ANGKOR

 

Algunos hitos en la historia de Camboya

- Prehistoria.  El territorio de Camboya es, en términos geológicos, relativamente reciente. Hace 5.000 años yacía bajo el mar, en una bahía del Golfo de Siam. Los depósitos sedimentarios del río Mekong rellenaron la bahía, y Camboya emergió de las aguas.
- Neolítico.  Se ha detectado la existencia de poblados lacustres.
- Siglos I-IV d C.  Florecimiento del reino de Funan, situado al sur de la península indochina. La economía se basaba en el dominio del agua (saneamiento de pantanos). Introducción de la religión brahmánica.
- Siglos V-VII.  Florecimiento del reino Chenla, situado al nordeste de los lagos. Economía basada en el dominio del agua (irrigación por presas y canales).
- Siglos VII-VIII.  Dominación de Java.
  
Imperio Jemer (siglos IX-XIV)
- Siglos IX-XIV.  Periodo de Angkor, el más glorioso de la historia de Camboya.
   802: Fundación del imperio jemer.
   Siglo XII: Construcción de Angkor Vat (el 'Templo-Ciudad').
   1177: invasión de los cham, pueblo procedente de Champa (actual Vietnam)
   Finales del s. XII: máxima expansión geográfica, bajo el reinado de Jayavarman VII (1181-1219), incluyendo amplios territorios de los actuales Vietnam, Laos y Tailandia. Construcción de Angkor Thom (la 'Gran Ciudad'). Proclamación del budismo como religión oficial del Estado.
  
- Siglos XIV-XIX.  Periodo de decadencia. Camboya es desgarrada entre los thais y los vietnamitas.
   1394: toma de Angkor, seguida de una guerra de cien años.
   1431: la capital del reino se traslada a Longvek.
   1593: nuevo traslado de la capital, a Udong. Aparecen los primeros colonizadores occidentales: portugueses, españoles y holandeses.
   1841-1845: Camboya se convierte en provincia de Vietnam.
  
- 1863-1953.  Protectorado francés.
- 1953-1970.  Reino de Camboya, con el rey Norodom Sianuk.
- 1970-1975.  República Jemer, bajo el general Lon Nol.
- 1975-1979.  Régimen dictatorial de los jemeres rojos, de inspiración maoísta, bajo el mando de Pol Pot, con el nombre de 'Kampuchea Democrática' (ver en fotoAleph exposición El holocausto camboyano).
- 1979-1989.  Dictadura comunista de inspiración soviética, con un gobierno satélite de Vietnam, denominada 'República Popular de Kampuchea', con Heng Samrin como líder máximo.
- 1989.  Retirada oficial del cuerpo expedicionario vietnamita.
- 1991.  Acuerdo de paz en París, a instancias de la ONU.
- 1993.  Celebración de elecciones pluripartidistas, bajo la tutela de la ONU. Nueva Constitución. Reinstauración del Reino de Camboya, con Sihanuk otra vez de rey.
- 2008.  Nuevas elecciones parlamentarias.

 

 

ANGKOR

Los reyes jemer

   Se ha podido reconstruir, aunque con algunas lagunas, la sucesión de monarcas del antiguo reino jemer, que tuvo su culminación imperial en el periodo de Angkor.

   Los datos que han permitido a los historiadores establecer una cronología convincente provienen sobre todo de fuentes epigráficas: textos escritos en estelas de piedra, que han sido halladas en los más diversos parajes de la región de Angkor, ora exentas, a modo de mojones conmemorativos en puntos estratégicos de las rutas, ora integradas en construcciones, como las estelas fundacionales de los templos. En estas inscripciones se menciona con frecuencia el nombre del rey de turno, sus decretos, sus donaciones..., y además suelen estar fechadas. Se consignan las fechas de determinados eventos, como, por ejemplo, el día (e incluso a veces la hora) de la ceremonia de instalación de los dioses en tal o cual templo, lo que ha proporcionado las claves para la reconstrucción cronológica de los reinados.
   Abundan también los textos (que solían ser bilingües: en sánscrito y en jemer clásico) inscritos con la vistosa caligrafía jemer en las jambas de las puertas de entrada a muchos santuarios, aunque en estos casos su contenido estaba más bien relacionado con cuestiones de culto. Todos los demás textos de la copiosa literatura que se sabe circulaba en la época, escritos en soportes perecederos como hojas o pieles, se han perdido en las nieblas del tiempo.
   Conviene aclarar que la llegada al trono de la mayor parte de estos reyes no se dio de una forma hereditaria, y no estuvo casi nunca exenta de conflictos. Los 'golpes de estado', las usurpaciones de poder, a menudo por parte de ramas secundarias de la misma familia real, a veces con el empleo de la fuerza militar, eran la tónica. La sucesión de padre a hijo por derechos de linaje se dio sólo en casos excepcionales. Hubo incluso algún hijo que irrumpió en el poder en contra de la voluntad y designios de su padre el rey.
   De los casi treinta monarcas del periodo angkoriano, sólo unos pocos fueron, curiosamente, los responsables del colosal ímpetu constructivo que hizo de Angkor una de las cúspides de la arquitectura mundial. Estos fueron principalmente siete. En los comienzos, Indravarman I (877-889), su hijo Yashovarman I (889-900) y Rajendravarman (944-968), y ya en la época clásica, Suryavarman I (1002-1049), Udayadityavarman II (1050-1066), Suryavarman II (el promotor de Angkor Vat, 1113-1150) y, sobre todo, el poderoso Jayavarman VII (1181-1219), rey constructor, al que se debe un mayor número de monumentos civiles y religiosos que el de casi todos sus predecesores juntos (la ciudad de Angkor Thom, Ta Prohm, Ta Som, Banteay Kdei, Neak Pean, Preah Khan...).

 

 

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FotoCD55
  
Angkor
Una civilización devorada por la jungla

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Fotografías: Eneko Pastor
Realizadas en Angkor (Camboya)
  
  
  


 

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